lunes, 6 de enero de 2014

12/01/2014 - El Bautismo del Señor (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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12 de enero de 2014

El Bautismo del Señor (A)


EVANGELIO

Apenas se bautizó Jesús, vio que el Espíritu de Dios se posaba sobre él.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 3, 13-17

En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.
Pero Juan intentaba disuadirlo, diciéndole:
-«Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?»
Jesús le contestó:
-«Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. »
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía-
-«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»

Palabra de Dios

HOMILIA

2013-2014 -
12 de enero de 2014.

UNA NUEVA ETAPA

Antes de narrar su actividad profética, los evangelistas nos hablan de una experiencia que va a transformar radicalmente la vida de Jesús. Después de ser bautizado por Juan, Jesús se siente el Hijo querido de Dios, habitado plenamente por su Espíritu. Alentado por ese Espíritu, Jesús se pone en marcha para anunciar a todos, con su vida y su mensaje, la Buena Noticia de un Dios amigo y salvador del ser humano.
No es extraño que, al invitarnos a vivir en los próximos años “una nueva etapa evangelizadora”, el Papa nos recuerde que la Iglesia necesita más que nunca “evangelizadores con Espíritu”. Sabe muy bien que solo el Espíritu de Jesús nos puede infundir fuerza para poner en marcha la conversión radical que necesita la Iglesia. ¿Por qué caminos?
Esta renovación de la Iglesia solo puede nacer de la novedad del Evangelio. El Papa quiere que la gente de hoy escuche el mismo mensaje que Jesús proclamaba por los caminos de Galilea, no otro diferente. Hemos de “volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio”. Solo de esta manera, “podremos romper esquemas aburridos en los que pretendemos encerrar a Jesucristo”.
El Papa está pensando en una renovación radical, “que no puede dejar las cosas como están; ya no sirve una simple administración”. Por eso, nos pide “abandonar el cómodo criterio pastoral del siempre se ha hecho así” e insiste una y otra vez: “Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades”.
Francisco busca una Iglesia en la que solo nos preocupe comunicar la Buena Noticia de Jesús al mundo actual. “Más que el temor a no equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: Dadles vosotros de comer”.
El Papa quiere que construyamos “una Iglesia con las puertas abiertas”, pues la alegría del Evangelio es para todos y no se debe excluir a nadie. ¡Qué alegría poder escuchar de sus labios una visión de Iglesia que recupera el Espíritu más genuino de Jesús rompiendo actitudes muy arraigadas durante siglos! “A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadotes. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa del Padre donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
9 de enero de 2011

¿ESTAMOS APAGANDO EL ESPÍRITU?

Aunque el relato evangélico habla de la inmersión de Jesús en el Jordán, lo decisivo no es este bautismo de agua que recibe de manos del Bautista, sino la acogida del Espíritu que el Padre envía sobre él.
Según la mentalidad bíblica, este Espíritu hace vivir a Jesús desde el aliento vital de Dios, lleno de su amor y su fuerza creadora, entregado a liberar, transformar y potenciar la vida. Por eso, los primeros seguidores de Jesús lo recordaban como un Profeta que, "ungido por Dios con el Espíritu Santo..., pasó la vida haciendo el bien". Este es el Espíritu que ha de alentar a quienes siguen sus pasos.
La crisis religiosa de nuestros días se está extendiendo con tal radicalidad que la indiferencia está afectando ya a los mismos creyentes. Los indicios son cada vez más inquietantes. Hay analistas que denuncian el "ateísmo interior" que está diluyendo la fe de algunos que se dicen cristianos.
La Iglesia no es un "espacio inmunizado". Hay practicantes que de hecho no cuentan con Dios. Pueden pasar tranquilamente sin él. Dios no estimula su vida ni inspira su comportamiento. Viven una religión vacía de comunicación con Dios. En la práctica, Dios no existe para ellos. Sin advertirlo, se están instalando en la "cultura de la ausencia de Dios".
¿Vamos a permanecer pasivos ante esta extinción progresiva de la verdadera fe incluso dentro de nuestros hogares y comunidades? ¿No nos estamos haciendo cada vez más indiferentes a la indiferencia religiosa que parece invadirlo todo? ¿No ha llegado el momento de reaccionar?
Tal vez, lo primero es tomar conciencia de que somos nosotros mismos los que podemos estar apagando el Espíritu dentro de la Iglesia con nuestra ceguera y pasividad. Movidos por el instinto de conservación, corremos el riesgo de dedicarnos a conservar el pasado quizás porque nos resulta más cómodo que vivir en permanente conversión, abiertos a la creatividad del Espíritu.
Seguramente, hemos de cuidar más nuestro modo de relacionarnos con Dios, evitando formas superficiales y vacías, vividas sólo desde lo exterior, y que pueden ser formas de huir de su Misterio santo más que caminos para situarnos ante él en espíritu y en verdad.
Parece más necesario que nunca promover esa "participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas", que el concilio Vaticano II urge "con deseo ardiente", pues considera que es "la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano". Revitalizar la celebración es reavivar la fe.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 – RECREADOS POR JESÚS
13 de enero de 2008

EL ESPÍRITU BUENO DE DIOS

El Espíritu de Dios… se posaba sobre él.

Jesús no es un hombre vacío ni disperso interiormente. No actúa por aquellas aldeas de Galilea de manera arbitraria ni movido por diferentes intereses. Los evangelios dejan claro desde el principio que Jesús vive y actúa movido por «el Espíritu de Dios».
No quieren que se le confunda con cualquier «maestro de la ley», preocupado por introducir más orden en el comportamiento de Israel. No quiere que se le identifique con un profeta falso, dispuesto a buscar un equilibrio entre la religión del templo y el poder de Roma.
El evangelista Mateo quiere, además, que nadie lo equipare con el Bautista. Que nadie lo vea como un simple discípulo y colaborador de aquel gran profeta del desierto. Jesús es «el Hijo amado» de Dios. Sobre él «desciende» el Espíritu de Dios. Sólo él puede «bautizar» con Espíritu Santo y con fuego.
Según toda la tradición bíblica, el «Espíritu de Dios» es el aliento de Dios que crea, envuelve y sostiene la vida entera. La fuerza que Dios posee para renovar y transformar a los vivientes. Su energía amorosa que busca siempre lo mejor para sus hijos e hijas.
Por eso, Jesús se siente enviado, no a condenar, destruir o maldecir, sino a curar, construir y bendecir. El Espíritu de Dios lo conduce a potenciar y mejorar la vida. Lleno de ese «Espíritu» bueno de Dios, se dedica a liberar de «espíritus malignos», que no hacen sino dañar, esclavizar y deshumanizar.
Las primeras generaciones cristianas tenían muy claro lo que había sido Jesús. Así resumían el recuerdo que dejó grabado en sus seguidores: «Ungido por Dios con el Espíritu Santo…, pasó la vida haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».
¿Qué «espíritu» nos anima hoy a los seguidores de Jesús? ¿Cuál es la «pasión» que mueve a la Iglesia? ¿Cuál es la «mística» que hace vivir y actuar a nuestras comunidades? ¿Qué estamos poniendo en el mundo? Si el Espíritu de Jesús está en nosotros, viviremos «curando» a tantos oprimidos, deprimidos, reprimidos y hasta suprimidos por el mal.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
9 de enero de 2005

UN BAUTISMO NUEVO

Él os bautizará con Espíritu Santo.

El Bautista habla de manera muy clara: «Yo os bautizo con agua», pero esto sólo no basta. Hay que acoger en nuestra vida a otro «más fuerte», lleno de Espíritu de Dios: «El os bautizará con espíritu santo y fuego».
Son bastantes los «cristianos» que se han quedado en la religión del Bautista. Han sido bautizados con «agua», pero no conocen el bautismo del «espíritu». Tal vez, lo primero que necesitamos todos es dejamos transformar por el Espíritu que cambió totalmente a Jesús. ¿Cómo es su vida después de recibir el Espíritu de Dios?
Jesús se aleja del Bautista y comienza a vivir desde un horizonte nuevo. No hay que vivir preparándonos para el juicio inminente de Dios. Es el momento de acoger a un Dios Padre que busca hacer de la humanidad una familia más justa y fraterna. Quien no vive desde esta perspectiva, no conoce todavía qué es ser cristiano.
Movido por esta convicción, Jesús deja el desierto y marcha a Galilea a vivir de cerca los problemas y sufrimientos de las gentes. Es ahí, en medio de la vida, donde se le tiene que sentir a Dios como «algo bueno»: un Padre que atrae a todos a buscar juntos una vida más humana. Quien no le siente así a Dios, no sabe cómo vivía Jesús.
Jesús abandona también el lenguaje amenazador del Bautista y comienza a contar parábolas que jamás se le hubieran ocurrido a Juan. El mundo debe saber lo bueno que es este Dios que busca y acoge siempre a sus hijos perdidos porque sólo quiere salvar, no condenar. Quien no habla este lenguaje de Jesús, no anuncia su buena noticia.
Jesús deja la vida austera del desierto y se dedica a hacer «gestos de bondad» que el Bautista nunca había hecho. Cura enfermos, defiende a los pobres, toca a los leprosos, acoge a su mesa a pecadores y prostitutas, abraza a niños de la calle. La gente tiene que sentir la bondad de Dios en su propia carne. Quien habla de un Dios bueno y no hace los gestos de bondad que hacía Jesús desacredita su mensaje.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
13 de enero de 2002

EXPERIENCIA SANA

Tú eres mi Hijo querido.

Hanna Wolf, teóloga y psicoterapeuta alemana, afirma en uno de sus trabajos sobre Jesús que él ha sido la primera persona en la historia que ha vivido y comunicado una experiencia sana de Dios, sin proyectar sobre la divinidad los miedos, fantasmas y ambiciones de los seres humanos.
Las fuentes cristianas hablan de una experiencia inicial en la que Jesús escucha del cielo estas palabras: «Tú eres mi Hijo querido». El relato es una elaboración posterior, pero apunta a una realidad fácil de constatar.
Jesús le vive y le siente a Dios como padre. Hay un dato que sorprende a los exegetas. Aunque Jesús habla constantemente del «reino de Dios» como símbolo central de su mensaje, nunca le invoca a Dios como rey o señor, sino como «padre» (abbá). No hay duda alguna. Jesús no se presentaba ante Dios como un súbdito ante el emperador Tiberio o como un reo ante el tribunal de Antipas. Se confía al misterio de Dios como un hijo querido. Ésa es la primera actitud cristiana ante Dios.
Esta experiencia de Dios como padre querido no le encierra a Jesús en una piedad individualista y excluyente. Ese Padre es el Dios de todos los pueblos, el Padre cariñoso de todas sus criaturas. Jesús lo llamaba «Padre del cielo» porque no está ligado a un lugar sagrado, ni pertenece a un pueblo o una raza concreta. No cabe en ninguna religión. Es Dios de todos, incluso de quienes lo olvidan. «El hace salir el sol sobre buenos y malos». Desde este horizonte amplio le vivía Jesús a Dios.
Tampoco se encierra Jesús en una experiencia egocéntrica de Dios. No le busca para tranquilizar sus miedos, compensar sus vacíos o desarrollar sus fantasías religiosas. Lo único que busca es que la justicia, la misericordia y la bondad de ese Padre se contagie a todos, y la humanidad pueda conocer una vida más digna y más propia de hijos e hijas de Dios.
No lo hemos de olvidar. El Dios que nos muestra Jesús no está interesado, en primer término, en qué pensamos de él o cómo le experimentamos sino en cómo nos comportamos con los que sufren. Vivimos realmente como hijos de Dios cuando reaccionamos como hermanos ante quienes no pueden disfrutar de una vida digna.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
10 de enero de 1999

CON ESPÍRITU Y FUEGO

El Espíritu de Dios bajaba.

Según el evangelio de Mateo, Jesús viene a bautizar no con agua como hace el Bautista, sino con «Espíritu Santo y fuego» (3, 11). Por eso, en un momento crucial de su vida, Jesús proclama con fuerza: «Yo he venido a traer fuego a la tierra y cuánto desearía que hubiera ya prendido» (Le 12, 49).
El fuego es en la tradición bíblica uno de los grandes símbolos de la presencia del Dios vivo. El fuego representa para los hebreos la «santidad incandescente» de Dios, atractiva y terrible al mismo tiempo. Dios es fuego que atrae, calienta, ilumina y regenera, y es también fuego que quema, devora, transforma y purifica. En la grandiosa escena del monte Horeb, Moisés se siente atraído por la zarza que arde sin ser devorada por el fuego, pero la voz de lo alto le recuerda que no puede acercarse a Dios sin descalzar sus pies y purificarse.
Olivier Clement ha subrayado la importancia de esta simbología básica en esta «época nocturna» de materialismo, escepticismo y frívolos sincretismos religiosos. Es urgente, según el afamado teólogo ortodoxo, encender en el corazón del hombre moderno el deseo y la pasión por el Dios vivo. Es la tarea primera y decisiva.
La iglesia sigue bautizando con agua a los niños presentados por padres de fe vacilante o casi apagada. Pero lo que se necesita es un «bautismo de Espíritu Santo y de fuego» que recuerde a todos que el primer gemido de ese niño recién nacido y el último suspiro cuando esté agonizando no hacen sino gritar la necesidad que tiene todo ser humano de Dios.
La primera tarea es despertar el deseo de Dios, desbloquearlo y hacerlo crecer. Purificar caricaturas indignas de la divinidad y hacer resplandecer su verdadero rostro encarnado en Cristo. Purificar una cierta religión que no cesa de proyectar sobre Dios las obsesiones individuales y colectivas de los hombres para manipularlo como a un ídolo, y devolver a la celebración su contenido de alabanza y acción de gracias a Aquel en quien «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 28).
Termina el tiempo litúrgico de la Navidad. Todo vuelve a ser como siempre. Pero hay algo que debe quedar grabado a fuego en nuestro corazón: Jamás hemos de sentirnos solos, excluidos o perdidos; nunca hemos de hundirnos en la vergüenza o la desesperación. Encarnado en ese Niño de Belén, Dios nos espera siempre en el silencio de su amor infinito. Podemos acercamos a El sin temor.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
7 de enero de 1996

DESPERTAR EL ESPÍRITU

El Espíritu de Dios bajaba.

«Ni siquiera hemos oído hablar de que haya un Espíritu Santo.» Esta fue la respuesta que recibió san Pablo cuando preguntó a los de Éfeso si habían recibido el Espíritu al ser bautizados. No sé qué responderían hoy los bautizados, pero lo cierto es que para bastantes el Espíritu Santo no tiene interés alguno. Sin embargo, «vivir del Espíritu Santo de Dios» constituía para las primeras generaciones cristianas su mayor originalidad. El mismo Bautista había bautizado sólo «con agua». Es Jesús quien bautiza a sus seguidores «con Espíritu Santo».
Siguiendo el plan trazado por Juan Pablo II como preparación para el Jubileo del año dos mil, después de haber meditado sobre Jesucristo, Hijo de Dios encarnado (1997) y antes de invocar al Dios, Padre de todos los hombres (1999), la Iglesia católica ha dedicado el año 1998 a acoger con fe al Espíritu Santo de Dios. ¿Qué puede haber más importante para la Iglesia que ayudar al hombre moderno a despertar el Espíritu de Dios en el fondo de su conciencia? ¿Y qué puede ser más decisivo hoy para el ser humano que recuperar su alma?
Es el Espíritu Santo de Dios, vivo entre los creyentes, el que mantiene en la Tierra «el fuego de Jesús», su defensa del pobre, su amor apasionado a los desvalidos, su lucha por un mundo más humano, su confianza absoluta en un Dios amigo de los hombres. Sin ese Espíritu no hay Iglesia ni evangelio ni religión alguna. Sin el Espíritu de Dios, todo se apaga y se desfigura.
Pero, además, es ese Espíritu de Dios, presente en todo ser humano, el que permite mirar con esperanza al futuro de la humanidad. ¿Cómo responder si no a las preguntas más inquietantes de nuestro tiempo?, ¿qué les espera a las nuevas generaciones?, ¿se contentarán con una vida reducida a mercantilismo, organización técnica e imposición del más fuerte?, ¿dejará de existir el amor, la poesía, la apertura al Misterio?, ¿nunca se amarán de verdad los diferentes pueblos de la Tierra?, ¿nunca escucharán los hombres esa aspiración que llevan dentro de sí, de ser buenos unos con otros?
Es el Espíritu de Dios quien puede «salvar» a este hombre de nuestros días, con tanto poder para conseguir los logros más sorprendentes, pero tan incapaz de hacerse a sí mismo más humano. Ese Espíritu, acogido de forma responsable en el interior de las conciencias, puede liberarnos de la violencia absurda y estéril, de los partidismos ciegos, de la cerrazón ideológica que no conduce a ninguna parte; puede reconstruir nuestro mundo interior y liberarnos de ese «vacío» que crece en muchas personas tanto más quizá cuanto más desbordante resulta la vida exterior.
Acoger el Espíritu de Dios puede parecer una empresa casi imposible. Sin embargo, no es tan difícil dar los primeros pasos. Por ejemplo, escuchar sinceramente los deseos de bondad, generosidad y nobleza que brotan del corazón de todo hombre, y encontrar algún espacio para dirigirnos a Dios sin mentirnos a nosotros mismos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
10 de enero de 1993

EXPERIENCIA PERSONAL

El Espíritu de Dios bajaba...

El encuentro con Juan el Bautista fue para Jesús una experiencia que dio un giro a su vida. Después del bautismo del Jordán, Jesús no vuelve ya a su trabajo de Nazaret; tampoco se adhiere al movimiento del Bautista. Su vida se centra ahora en un único objetivo: gritar a todos la Buena Noticia de un Dios que quiere salvar al hombre.
Pero lo que transforma la trayectoria de Jesús no son las palabras que escucha de labios del Bautista, ni el rito purificador del bautismo. Jesús vive algo más profundo. Se siente inundado por el Espíritu del Padre. Se reconoce a sí mismo como Hijo de Dios. Su vida no será en adelante sino reflejar y anunciar ese amor insondable de un Dios Padre.
Esta experiencia de Jesús encierra también un significado para nosotros. La fe es un itinerario personal que cada uno hemos de recorrer. Es muy importante, sin duda, lo que hemos escuchado desde niños a nuestros padres y educadores. Es importante lo que escuchamos a sacerdotes y predicadores. Pero, al final, siempre hemos de hacernos una pregunta: ¿En quién creo yo? ¿Creo en Dios o creo en aquellos que me hablan acerca de El?
No hemos de olvidar que la fe es siempre una experiencia personal que no puede ser reemplazada por la obediencia ciega a lo que nos dicen otros. Desde fuera nos pueden orientar hacia la fe, pero soy yo mismo quien debo abrirme de manera confiada a Dios.
Por eso, la fe no consiste tampoco en aceptar, sin más, un determinado conjunto de fórmulas. Ser creyente no depende primordialmente del contenido doctrinal que se recoge en un catecismo. Todo eso es muy importante, sin duda, para configurar nuestra visión cristiana de la existencia. Pero, antes que eso y dando sentido a todo, está ese dinamismo interior que, desde dentro, nos lleva a amar, confiar y esperar siempre en el Dios revelado en Jesucristo.
La fe no es tampoco un capital que recibimos en el bautismo y del que luego podemos disponer tranquilamente. No es algo adquirido en propiedad para siempre. Ser creyente es vivir permanentemente a la escucha del Dios de Jesucristo, aprendiendo a vivir día a día de manera más plena y liberada.
Esta fe no está hecha sólo de certezas. A lo largo de la vida, el creyente ha de aceptar también vivir muchas veces en la oscuridad. Como decía aquel gran teólogo que fue Romano Guardini, «fe es tener suficiente luz como para soportar las oscuridades». La fe está hecha, sobre todo, de fidelidad. El verdadero creyente sabe creer en la oscuridad lo que ha visto en momentos de luz. Siempre sigue buscando a ese Dios que está más allá de todas nuestras fórmulas claras u oscuras. El P de Lubac escribía que «las ideas que nosotros nos hacemos de Dios son como las olas del mar sobre las cuales el nadador se apoya para superarlas». Lo decisivo es la fidelidad al Dios que se nos va manifestando en su Hijo Jesucristo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
7 de enero de 1990

SENTIRSE BIEN

El Espíritu de Dios bajaba...

Hace unos días hemos comenzado un año nuevo. Naturalmente el nuevo calendario no cambia las cosas. Los problemas y sufrimientos siguen ahí. ¿Qué tendré que hacer yo para sentirme bien?
A veces pensamos que lo decisivo es que cambien las cosas a nuestro alrededor. Esperamos que nos sucedan cosas buenas, que las personas nos traten mejor, que todo nos vaya bien y responda a nuestros deseos.
Pero, con el pasar de los años, es imposible tanta ingenuidad. Una pregunta comienza entonces a despertarse en nosotros: Para sentirme mejor, ¿tiene que suceder algo fuera de mí o justamente dentro de mí mismo?
Por eso, al comenzar el año, son bastantes las personas que se proponen vivir de manera más sana y ordenada, cuidar más su cuerpo, estar más en contacto con la naturaleza.
Otras han descubierto que es su vida interior la que está descuidada y maltrecha. Y con esfuerzo admirable se ejercitan en técnicas de interiorización y meditación, buscando paz y sosiego interior.
Pero llega fácilmente un momento en que la persona siente que su yo más profundo pide algo más. Al parecer, el ser humano no puede crecer de manera plena y armoniosa si faltan dos experiencias fundamentales.
La primera de ellas es el amor. Parece un tópico decir que la gente está enferma por falta de amor y que lo que muchos necesitan urgentemente es sentirse amados, pero realmente es así. La segunda es el sentido. No hay vida humana completa, a menos que la persona encuentre una motivación y una razón honda para vivir.
La fe cristiana no es ninguna receta para encontrar felicidad. Ser creyente no hace desaparecer de nuestra vida los conflictos, contradicciones y sufrimientos propios del ser humano. Pero en el núcleo de la fe cristiana hay una experiencia básica que puede dar un sentido nuevo a todo: Yo soy amado, no porque soy bueno, santo y sin pecado, sino porque estoy habitado y sostenido por un Dios santo que es amor insondable y gratuito.
Contra lo que algunos puedan pensar, ser cristiano no es creer que Dios existe, sino que Dios me ama y me ama incondicionalmente, tal como soy y antes de que cambie.
Esta es la experiencia fundamental del Espíritu. El «bautismo del Espíritu» que nos recuerda el relato evangélico y que tanto necesitamos los creyentes de hoy. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5).
Si no conocemos esta experiencia, desconocemos lo decisivo. Si la perdemos, lo perdemos todo. El sentido, la esperanza, la vida entera del creyente nace y se sostiene en la seguridad inquebrantable de saberse amado.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
11 de enero de 1987

EL TEDIO DEL DOMINGO

Cumplamos lo que Dios quiere.

Son pocos los que, en la sociedad actual, recuerdan el origen y la dimensión religiosa del domingo. Vaciado de todo contenido sagrado, el domingo se ha convertido sencillamente en una ruptura del ritmo de trabajo para poder descansar, disfrutar y divertirse.
Pero, aunque pueda parecer extraño, diferentes estudios señalan que el domingo no es precisamente un día agradable y gozoso para muchas personas.
Reducido a una dimensión puramente profana, el domingo ha venido a ser un tiempo en el que socialmente se impone una especie de obligación de sentirse alegre y feliz.
Pero esto no es nada fácil cuando uno no conoce la alegría interior. Por eso, son bastantes los que, precisamente el domingo, libres ya de las actividades y obligaciones cotidianas, se ven enfrentados todavía con más crudeza a su propio vacío, soledad o aburrimiento.
Las tardes de domingo son tardes duras y difíciles para aquéllos a quienes la vida ha decepcionado o para quienes, al encontrarse consigo mismos, sólo encuentran su propio vacío e insatisfacción.
Cuántos hombres y mujeres experimentan hoy en su propia alma aquellas sabias palabras de B. Pascal: “He dicho con frecuencia que toda la desgracia de los seres humanos procede de una sola cosa, que es no saber permanecer en paz en una habitación. Así transcurre toda la vida. Se busca el descanso, luchando contra algunos obstáculos y, cuando se han superado, el descanso se vuelve insoportable por el tedio que engendra».
La salida no es sencilla. No basta divertirnos buscando sensaciones siempre más intensas o estimulantes, siempre más fuertes. Aunque lo queramos ignorar, el vacío y la insatisfacción están siempre ahí. Al final, todo es aburrido para quien lleva el aburrimiento en su propio interior.
Es fácil vaciar de sentido religioso el domingo y la vida entera, pero, ¿no se empobrece y entristece el ser mismo del hombre cuando olvida a ese Dios del que ha nacido y en quien encontrará su último descanso?
Tal vez una de las tareas más urgentes y más descuidadas en la Iglesia sea ésta de recuperar el contenido del domingo cristiano en toda su hondura.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
8 de enero de 1984

LA NAVIDAD NO TERMINA

Se abrió el cielo.

Con la muerte de los últimos profetas, se había extendido en el judaísmo tardío el convencimiento general de que el pecado de Israel había alejado el Espíritu de Dios de los suyos.
Dios se calla y el pueblo sufre su silencio. Los cielos permanecen cerrados e impenetrables. Los hombres caminan tristes a través de una tierra sin horizontes.
La escena del Bautismo de Jesús narrada por los evangelios cristianos significa una noticia revolucionaria para los primeros creyentes. El cielo se abre. El Espíritu de Dios desciende de nuevo sobre los hombres. La vida no es algo cerrado. Se nos abre con Jesús un horizonte infinito.
Las navidades han quedado ya atrás. Muchos no habrán traspasado la corteza artificial de estas fiestas ni habrán gustado el misterio que las hizo nacer. No habrán descubierto la gran noticia: El cielo se ha abierto. Dios está con nosotros.
Pero ésta es la gran verdad que no se termina con estas fiestas. Oculto para unos, desconocido para muchos, Dios está con nosotros. No el dios frío de la razón, no el dios distante del puro misterio, sino un Dios hecho carne, hermano y amigo.
Esta solidaridad de Dios con los hombres pone el cimiento más profundo que podemos concebir a la solidaridad y fraternidad entre los hombres, y la esperanza más viva que puede alimentar la tierra.
Por eso, las luces y estrellas de nuestra navidad no hacen sino iluminar con más fuerza la contradicción en que vivimos tantos cristianos, encerrados en nuestro propio egoísmo, demasiado alejados de un Dios Padre y demasiado extraños a los que no viven para nuestros intereses.
Es fácil cantar villancicos en un hogar caliente y después de una buena cena, a un Jesús de barro. Es más difícil vivir compartiendo lo que uno es y tiene con ese Jesús de carne que son los desheredados de la tierra.
Sin embargo, es así como se celebra la navidad día a día. No despertando una euforia pasajera en unas copas de champán, sino alimentando nuestra alegría interior y nuestra esperanza en la cercanía de un Dios que está presente en nuestro vivir diario. No disfrutando alocadamente y sin límite alguno de los excesos de esta sociedad consumista, sino aprendiendo a compartir con sencillez los gozos y sufrimientos de la gente.
Celebramos la navidad día a día siempre que dejamos «nacer» a Dios en nuestra vida y «bautizamos» nuestro vivir diario con el Espíritu que animó a Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
11 de enero de 1981

ESCUCHAR LA PROPIA VOCACIÓN

Y vino una voz del cielo.

Los relatos evangélicos no se detienen demasiado en la descripción del bautismo de Jesús. Dan más importancia a la experiencia vivida por él en aquella hora, y que es determinante para su actuación futura.
Jesús no volverá ya a su casa de Nazaret. Tampoco se quedará entre los discípulos del Bautista. Animado por el Espíritu comenzará una vida nueva, totalmente entregado al servicio de su misión evangelizadora.
Podemos decir que la hora del bautismo ha sido para Jesús el momento privilegiado en el que ha experimentado su vocación profética, ha sido consciente de vivir poseído por el Espíritu del Padre, y ha escuchado la llamada a anunciar un mensaje de salvación a los hombres.
Escuchar la vocación no es un asunto de un grupo de hombres y mujeres, llamados a vivir de manera especial una misión privilegiada.
Tarde o temprano todos nos tenemos que preguntar cuál es la razón última de nuestro vivir diario y para qué comenzamos un nuevo día cada amanecer.
No se trata de descubrir grandes cosas. Sencillamente, saber que nuestra pequeña vida puede tener un sentido para los demás. Y que nuestro vivir diario puede ser vida para alguien.
No se trata tampoco de escuchar un día una llamada definitiva. El sentido de la vida hay que descubrirlo a lo largo de los días, mañana tras mañana.
En toda vocación hay algo de incierto. Siempre se nos pide una actitud de búsqueda, disponibilidad y apertura.
Solamente en la medida en que un hombre va respondiendo con fidelidad a su misión, va descubriendo, precisamente desde esa respuesta, todo el horizonte de exigencias y promesas que se encierra en toda tarea humana vivida con fidelidad.
Vivimos con frecuencia un ritmo de vida, trabajo y ocupaciones, que nos aturde, distrae y deshumaniza. Hacemos muchas cosas a lo largo de los días, pero, ¿sabemos exactamente por qué y para qué? Nos movemos constantemente de un lado para otro, pero, ¿sabemos hacia dónde caminar?
Escuchamos muchas voces, gritos y llamadas, pero, ¿somos capaces de escuchar la voz del Espíritu que nos invita a vivir con fidelidad nuestra misión de cada día?

José Antonio Pagola

HOMILIA

El cielo abierto

Tú eres mi hijo querido.

EL Bautista representa como pocos el esfuerzo de los hombres y mujeres de todos los tiempos por purificarse, reorientar la existencia y comenzar una vida más digna. Este es su mensaje: «Hagamos penitencia, volvamos al buen camino, pongamos orden en nuestra vida». Esto es también lo que escuchamos más de una vez en el fondo de la conciencia: «Tengo que cambiar, voy a ser mejor, he de actuar de manera más digna».
Este deseo de purificación y ascesis es noble e indispensable, pero no basta. Todos conocemos la experiencia: nos esforzamos por corregir errores, cumplimos nuestro deber con responsabilidad, hacemos mejor las cosas, pero nada realmente nuevo se despierta en nosotros, nada apasionante nos nace de dentro; pronto, el paso del tiempo nos devuelve a la mediocridad de siempre. El mismo Bautista reconoce el límite de su esfuerzo: «Yo os bautizo sólo con agua...; alguien más fuerte os bautizará con espíritu y fuego». El bautismo de Jesús encierra una mensaje nuevo que supera radicalmente al Bautista. Los evangelistas han cuidado con verdadero arte la escena. El cielo, que permanecía cerrado e impenetrable, se abre para mostrar su secreto.
Al abrirse, no descarga la ira divina que anunciaba el Bautista sino que regala el amor de Dios, el Espíritu que se posa pacíficamente sobre Jesús. Del cielo se escucha una voz: «Este es mi Hijo amado». El mensaje es claro: con Cristo, el cielo ha quedado abierto; de Dios sólo brota amor y paz; podemos vivir con confianza. A pesar de nuestros errores y mediocridad insoportable, también para nosotros «el cielo ha quedado abierto».
Las palabras que escucha Jesús las podemos escuchar también nosotros: «Tú eres para mí un hijo amado, una hija amada». En adelante podemos afrontar la vida, no como una «historia sucia» que hemos de purificar constantemente, sino como el regalo de la «dignidad de Dios», que hemos de cuidar con gozo y agradecimiento. Para quien vive de esta fe, la vida está llena de momentos de gracia; el nacimiento de un hijo, el contacto con una persona buena, la experiencia de un amor limpio ponen en nuestra vida una luz y un calor nuevos. De pronto nos parece ver «el cielo abierto». Algo nuevo comienza en nosotros; nos sentimos vivos; se despierta lo mejor que hay en nuestro corazón. Lo que tal vez habíamos soñado secretamente se nos regala ahora de forma inesperada; un inicio nuevo, una purificación diferente, un «bautismo de espíritu y de fuego». Detrás de esas experiencias, está Dios amándonos como a hijos.

José Antonio Pagola



Mira también:


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Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


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