domingo, 11 de agosto de 2013

15/08/2013 - La Asunción de la Virgen María (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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15 de agosto de 2013

La Asunción de la Virgen María (C)


EVANGELIO

El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los humildes.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,39-56

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludo a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."
María dijo: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia para siempre." María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
15 de agosto de 2013

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

SEGUIDORA FIEL DE JESÚS

Los evangelistas presentan a la Virgen con rasgos que pueden reavivar nuestra devoción a María, la Madre de Jesús. Su visión nos ayuda a amarla, meditarla, imitarla, rezarla y confiar en ella con espíritu nuevo y más evangélico.
María es la gran creyente. La primera seguidora de Jesús. La mujer que sabe meditar en su corazón los hechos y las palabras de su Hijo. La profetisa que canta al Dios, salvador de los pobres, anunciado por él. La madre fiel que permanece junto a su Hijo perseguido, condenado y ejecutado en la cruz. Testigo de Cristo resucitado, que acoge junto a los discípulos al Espíritu que acompañará siempre a la Iglesia de Jesús.
Lucas, por su parte, nos invita a hacer nuestro el canto de María, para dejarnos guiar por su espíritu hacia Jesús, pues en el "Magníficat" brilla en todo su esplendor la fe de María y su identificación maternal con su Hijo Jesús.
María comienza proclamando la grandeza de Dios: «mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava». María es feliz porque Dios ha puesto su mirada en su pequeñez. Así es Dios con los sencillos. María lo canta con el mismo gozo con que bendice Jesús al Padre, porque se oculta a «sabios y entendidos» y se revela a «los sencillos». La fe de María en el Dios de los pequeños nos hace sintonizar con Jesús.
María proclama al Dios «Poderoso» porque «su misericordia llega a sus fieles de generación en generación». Dios pone su poder al servicio de la compasión. Su misericordia acompaña a todas las generaciones. Lo mismo predica Jesús: Dios es misericordioso con todos. Por eso dice a sus discípulos de todos los tiempos: «sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso». Desde su corazón de madre, María capta como nadie la ternura de Dios Padre y Madre, y nos introduce en el núcleo del mensaje de Jesús: Dios es amor compasivo.
María proclama también al Dios de los pobres porque «derriba del trono a los poderosos» y los deja sin poder para seguir oprimiendo; por el contrario, «enaltece a los humildes» para que recobren su dignidad. A los ricos les reclama lo robado a los pobres y «los despide vacíos»; por el contrario, a los hambrientos «los colma de bienes» para que disfruten de una vida más humana. Lo mismo gritaba Jesús: «los últimos serán los primeros». María nos lleva a acoger la Buena Noticia de Jesús: Dios es de los pobres.
María nos enseña como nadie a seguir a Jesús, anunciando al Dios de la compasión, trabajando por un mundo más fraterno y confiando en el Padre de los pequeños.

José Antonio Pagola


HOMILIA

MADRE DE LA ESPERANZA

Madre de la esperanza.

Hoy es fiesta grande para los creyentes. Una fiesta que no es sino el eco del anuncio pascual: Cristo ha resucitado.
También María ha sido resucitada por Dios. Aquella mujer que supo acoger como nadie la salvación que se le ofrecía en su propio Hijo, ha alcanzado ya la vida definitiva.
La que supo sufrir junto a la cruz la injusticia y el dolor de perder a su Hijo, comparte hoy su vida gloriosa de resucitado y nos invita a caminar por la vida con esperanza.
Porque, antes que nada, la asunción de María es una fiesta que confirma nuestra esperanza cristiana: hay salvación para el hombre. Hay una vida definitiva que se ha cumplido ya en Cristo y que se le ha regalado ya a María en plenitud. Hay resurrección.
María es la Madre de nuestra esperanza. Ella es «la perfectamente redimida» (K. Rahner). En ella se ha realizado ya de manera eminente y plena lo que esperamos un día vivir también nosotros.
Pero María es sobre todo Madre de esperanza para los más pobres y los más crucificados de este mundo. Si María es grande y bienaventurada para siempre es porque Dios es el Dios de los pobres.
María se alegra de que Dios sea así. El Dios de los pobres y los humillados. El que ha sabido mirar la humillación y bajeza de su esclava. El que no se ha detenido ante Popea o Cleopatra, sino que ha fijado su mirada en una pobre campesina sin aureola, cultura ni riquezas.
Al cantar hoy el Magnificat, recordemos quién es el Dios que ha glorificado a María y en el que ella ha puesto todo su gozo y su esperanza.
No es el Dios neutral e indiferente en el que, con frecuencia, nosotros pensamos. Es el Dios de los pobres. «El que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; el que coIma de bienes a los hambrientos, y a los ricos despide con las manos vacías».
Estas palabras, como dice J. L. González Faus, «no son palabras de ningún profeta agresivo ni de ningún guerrillero violento, sino que han brotado de la ternura, la limpieza y el gozo que caben en el corazón de M .ría; ese corazón que había guardado la memoria y el gozo de Jesús, quien bendecía al Padre porque ha ocultado su reino a los aristócratas de la tierra y lo ha revelado a los poca cosa».

José Antonio Pagola

HOMILIA

MARÍA

Se ha dicho que muchos cristianos de hoy vibran menos que los creyentes de otras épocas ante la figura de María. Quizás somos víctimas de bastantes recelos y sospechas ante deformaciones habidas en la piedad mariana.
Y es que a veces se insistía de manera excesivamente unilateral en la función protectora de María, la Madre que protege a sus hijos de todos los males, sin convertirlos a una vida más de acuerdo con el Espíritu de Jesús. Otras veces, algunos tipos de devoción mariana no han sabido exaltar a María como madre sin crear una dependencia de una madre idealizada y fomentar una inmadurez y un infantilismo religioso.
Quizás esta misma idealización de María como la “mujer única” ha podido también alimentar un cierto menosprecio a la mujer real y ser un refuerzo más del dominio masculino. Pienso que al menos, no deberíamos desatender ligeramente estos reproches que desde frentes diversos se nos hace a los católicos.
Y sin embargo sería lamentable que los católicos empobreciéramos nuestra vida religiosa olvidando el regalo que María puede significar para nosotros los creyentes.
Porque una piedad mariana bien entendida no encierra a nadie en el infantilismo, sino que asegura en nuestra vida de fe la presencia enriquecedora de lo femenino.
Porque el mismo Dios ha querido encarnarse en el seno de una mujer. Y desde entonces, podemos decir que “lo femenino es camino hacia Dios y camino que viene de Dios”.
La humanidad necesita siempre de esa riqueza que asociamos a lo femenino porque aunque también se da en el varón, se condensa de una manera especial en la mujer. Es la riqueza de la intimidad, de la acogida, solicitud, cariño, ternura, entrega al misterio, gestación, donación de vida.
Ciertamente, no manifiestan este aprecio quienes violentan con malos tratos a mujeres, una dramática realidad que preocupa y  escandaliza hoy. No sólo por la repugnancia de los hechos, sino por las circunstancias que los rodean. Pero, además, es claro que la sobreabundancia de estas agresiones domésticas manifiesta una enfermedad, deformación, patología social, de la que todos hemos de declararnos responsables. Porque todo indica que tanto el problema en sí como su ocultación tienen su origen en una grave deformación cultural. El machismo rampante de nuestra sociedad no es un tópico, algo imaginario.
Hoy también en muchos ambientes la mujer sigue personificando la dependencia, subsidiaridad y la sumisión al hombre y  es esa injusta mentalidad la que está en el origen de la humillación y del maltrato. Ahí radica la gran tarea pendiente para todos: la plena equiparación de la mujer con el hombre y su consideración definitiva y consecuente como ser humano en todas las culturas. En definitiva es apreciar lo femenino como uno de los dos elementos esenciales de lo humano.
Pero es que además, para nosotros los creyentes, siempre que despreciamos lo femenino, nos cerramos a cauces posibles de acercamiento a ese Dios que se nos ha ofrecido en los brazos de una madre.  Siempre que marginamos a María de nuestra vida, los creyentes empobrecemos nuestra fe.
La Virgen siempre nos es una figura querida, que supo actuar con sencillez, con eficacia amable, con constancia sin refunfuñar. Suya es la frase “haced lo que El os diga”. Una buena actitud, sin duda.
¿Cuál es tu compromiso como cristiano para transformar la sociedad y la Iglesia?
¿Qué significa la figura de María en tu vida religiosa?

José Antonio Pagola


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