domingo, 4 de agosto de 2013

11/08/2013 - 19º domingo Tiempo ordinario (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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11 de agosto de 2013

19º domingo Tiempo ordinario (C)


EVANGELIO

Estad preparados.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 12,32-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
[No temas, pequeño rebaño: porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Vended vuestros bienes, y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.]
Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas: vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela: os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Y si llega entrada la noche o de madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del hombre.
[Pedro le preguntó:
- Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?
El Señor le respondió:
- ¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?
Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si el empleado piensa: «Mi amo tarda en llegar», y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.
El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le dio mucho se le exigirá; al que mucho se le confió más se le exigirá.]

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
11 de agosto de 2013

VIVIR EN MINORÍA

Lucas ha recopilado en su evangelio unas palabras, llenas de afecto y cariño, dirigidas por Jesús a sus seguidores y seguidoras. Con frecuencia, suelen pasar desapercibidas. Sin embargo, leídas hoy con atención desde nuestras parroquias y comunidades cristianas, cobran una sorprendente actualidad. Es lo que necesitamos escuchar de Jesús en estos tiempos no fáciles para la fe.
“Mi pequeño rebaño”. Jesús mira con ternura inmensa a su pequeño grupo de seguidores. Son pocos. Tienen vocación de minoría. No han de pensar en grandezas. Así los imagina Jesús siempre: como un poco de “levadura” oculto en la masa, una pequeña “luz” en medio de la oscuridad, un puñado de “sal” para poner sabor a la vida.
Después de siglos de “imperialismo cristiano”, los discípulos de Jesús hemos de aprender a vivir en minoría. Es un error añorar una Iglesia poderosa y fuerte. Es un engaño buscar poder mundano o pretender dominar la sociedad. El evangelio no se impone por la fuerza. Lo contagian quienes viven al estilo de Jesús haciendo la vida más humana.
“No tengas miedo”. Es la gran preocupación de Jesús. No quiere ver a sus seguidores paralizados por el miedo ni hundidos en el desaliento. No han de perder nunca la confianza y la paz. También hoy somos un pequeño rebaño, pero podemos permanecer muy unidos a Jesús, el Pastor que nos guía y nos defiende. El nos puede hacer vivir estos tiempos con paz.
“Vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino”. Jesús se lo recuerda una vez más. No han de sentirse huérfanos. Tienen a Dios como Padre. Él les ha confiado su proyecto del reino. Es su gran regalo. Lo mejor que tenemos en nuestras comunidades: la tarea de hacer la vida más humana y la esperanza de encaminar la historia hacia su salvación definitiva.
“Vended vuestros bienes y dad limosna”. Los seguidores de Jesús son un pequeño rebaño, pero nunca han de ser una secta encerrada en sus propios intereses. No vivirán de espaldas a las necesidades de nadie. Será comunidades de puertas abiertas. Compartirán sus bienes con los que necesitan ayuda y solidaridad. Darán limosna, es decir “misericordia”. Este es el significado original del término griego.
Los cristianos necesitaremos todavía algún tiempo para aprender a vivir en minoría en medio de una sociedad secular y plural. Pero hay algo que podemos y debemos hacer sin esperar a nada: transformar el clima que se vive en nuestras comunidades y hacerlo más evangélico. El Papa Francisco nos está señalando el camino con sus gestos y su estilo de vida.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
8 de agosto de 2010

LOS NECESITAMOS MÁS QUE NUNCA

Las lámparas encendidas.

Las primeras generaciones cristianas se vieron muy pronto obligadas a plantearse una cuestión decisiva. La venida de Cristo resucitado se retrasaba más de lo que habían pensado en un comienzo. La espera se les hacía larga. ¿Cómo mantener viva la esperanza? ¿Cómo no caer en la frustración, el cansancio o el desaliento?
En los evangelios encontramos diversas exhortaciones, parábolas y llamadas que sólo tienen un objetivo: mantener viva la responsabilidad de las comunidades cristianas. Una de las llamadas más conocidas dice así: «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas». ¿Qué sentido pueden tener estas palabras para nosotros, después de veinte siglos de cristianismo?
Las dos imágenes son muy expresivas. Indican la actitud que han de tener los criados que están esperando de noche a que regrese su señor, para abrirle el portón de la casa en cuanto llame. Han de estar con «la cintura ceñida», es decir, con la túnica arremangada para poder moverse y actuar con agilidad. Han de estar con «las lámparas encendidas» para tener la casa iluminada y mantenerse despiertos.
Estas palabras de Jesús son también hoy una llamada a vivir con lucidez y responsabilidad, sin caer en la pasividad o el letargo. En la historia de la Iglesia hay momentos en que se hace de noche. Sin embargo, no es la hora de apagar las luces y echarnos a dormir. Es la hora de reaccionar, despertar nuestra fe y seguir caminando hacia el futuro, incluso en una Iglesia vieja y cansada.
Uno de los obstáculos más importantes para impulsar la transformación que necesita hoy la Iglesia es la pasividad generalizada de los cristianos. Desgraciadamente, durante muchos siglos los hemos educado, sobre todo, para la sumisión y la pasividad. Todavía hoy, a veces parece que no los necesitamos para pensar, proyectar y promover caminos nuevos de fidelidad hacia Jesucristo.
Por eso, hemos de valorar, cuidar y agradecer tanto el despertar de una nueva conciencia en muchos laicos y laicas que viven hoy su adhesión a Cristo y su pertenencia a la Iglesia de un modo lúcido y responsable. Es, sin duda, uno de los frutos más valiosos del Vaticano II, primer concilio que se ha ocupado directa y explícitamente de ellos.
Estos creyentes pueden ser hoy el fermento de unas parroquias y comunidades renovadas en torno al seguimiento fiel a Jesús. Son el mayor potencial del cristianismo. Los necesitamos más que nunca para construir una Iglesia abierta a los problemas del mundo actual, y cercana a los hombres y mujeres de hoy.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
12 de agosto de 2007

CUIDADO CON EL DINERO

No se puede servir a Dios y al Dinero.

Jesús tenía una visión muy lúcida sobre el dinero. La resumía en una frase breve y contundente: «No se puede servir a Dios y al Dinero». Es imposible. Ese Dios que busca con pasión una vida más digna y justa para los pobres, no puede reinar en la vida de una persona dominada por el dinero.
Pero no se quedaba sólo en este principio de carácter general. Con su vida y su palabra se esforzaba por enseñar a los ricos de Galilea y a los campesinos pobres de las aldeas cuál era la manera más humana de «atesorar».
En realidad no todos podían hacerse con un tesoro. Sólo los ricos de Séforis y Tiberíades podían acumular monedas de oro y plata. A ese tesoro se le llamaba «mamona», es decir, dinero que está seguro o que da seguridad. En las aldeas no circulaban esas monedas de gran valor. Algunos campesinos se hacían con algunas monedas de bronce o cobre, pero la mayoría vivía intercambiándose productos o servicios en un régimen de pura subsistencia.
Jesús explica que hay dos maneras de «atesorar». Algunos tratan de acumular cada vez más «mamona». No piensan en los necesitados. No dan limosna a nadie: su única obsesión es acaparar más y más. Hay otra manera de «atesorar» radicalmente diferente. No consiste en acumular monedas sino en compartir los bienes con los pobres para «hacerse un tesoro en el cielo», es decir, ante Dios.
Sólo este tesoro es seguro y puede permanecer intacto en el corazón de Dios. Los tesoros de la tierra, por mucho que los llamemos «mamona», son caducos, no dan seguridad y siempre están amenazados. Por eso lanza Jesús un grito de alerta. Cuidado con el dinero pues «donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón». El dinero atrae nuestro corazón y nos seduce porque da poder, seguridad, honor y bienestar. La riqueza genera necesidad insaciable de tener siempre más.
Al contrario, si ayudando a los necesitados, nos vamos enriqueciendo ante Dios, ese Dios Padre de los pobres nos irá atrayendo cada vez más hacia una vida más solidaria. En medio de una sociedad que tiene su corazón puesto en el dinero, se puede vivir de manera más austera y compartida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
8 de agosto de 2004

VIVIR DORMIDOS

Estad preparados.

Uno de los riesgos que amenazan constantemente al hombre de la sociedad actual es caer en una vida superficial, mecánica, rutinaria, masificada... de la que no es fácil escapar. Con el pasar de los años, los proyectos, las metas y los ideales de mucha gente terminan reduciéndose y empobreciéndose. Desgraciadamente, no son pocos los que se levantan cada día sólo para «ir tirando».
¿Dónde encontrar un principio humanizador, desalienante, capaz de liberar a la persona de la superficialidad, la masificación, la banalidad, el aturdimiento y el vacío interior?
Es sorprendente la insistencia con que Jesús habla de la postura vigilante y despierta con que el hombre debe enfrentarse a la vida. Se podría decir que parece concebir la fe como una actitud vigilante que puede liberarnos de la superficialidad y el «sin-sentido» que domina a muchos hombres y mujeres que caminan por la vida sin meta ni objetivo.
Quizás los cristianos, acostumbrados a vivir nuestra fe como una tradición familiar, una herencia sociológica o una etiqueta más, no somos capaces de descubrir toda la fuerza que encierra para humanizar, personalizar y dar un sentido y una esperanza nueva a nuestras vidas.
Quizás uno de los espectáculos más tristes para un creyente es el observar cómo bastantes hombres y mujeres abandonan una fe vivida de manera muy inconsciente y poco responsable para adoptar una actitud de increencia tan inconsciente y tan poco responsable como su postura anterior.
La llamada de Jesús a la vigilancia nos debe ayudar a los cristianos a despertar de la indiferencia, la pasividad y el descuido con que vivimos con frecuencia nuestra fe. Para vivirla de manera lúcida, necesitamos redescubrirla constantemente, conocerla con más profundidad, confrontarla con otras actitudes posibles ante la vida, agradecerla y tratar de vivirla con todas sus consecuencias.
Entonces la fe es luz que inspira nuestros criterios de actuación, fuerza que impulsa nuestro compromiso de construir una sociedad más humana, esperanza que anima todo nuestro vivir diario.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
12 de agosto de 2001

DESPERTAR

Dichosos aquellos a quienes los encuentre en vela.

Es muy fácil vivir dormidos. Basta con hacer lo que hacen casi todos: imitar, amoldarnos, obedecer, ajustarnos a lo que se lleva, repetirnos una y otra vez. Basta vivir buscando seguridad externa e interna. Basta defender nuestro pequeño bienestar mientras la vida se va apagando en nosotros.
Llega un momento en que no sabemos ya reaccionar. Sentimos que nuestra vida está vacía y la llenamos de experiencias, información y diversiones. Nos falta vida interior y nos engañamos viviendo en movimiento continuo, agitados por la prisa y las ocupaciones. Podemos gastar la vida entera «haciendo cosas» pero sin descubrir en ella nada santo ni sagrado.
Desgraciadamente, tampoco la religión logra a veces despertar nuestra vida. Se puede practicar una «religión dormida» que da tranquilidad pero no vida. Vivimos tan ocupados en nuestros trabajos y desdichas que jamás tenemos un momento libre en el que podamos sentir qué es amar y compartir, qué es ser amable y solidario. Y sin vivir nada de esto, ¡queremos saber algo de Dios!
Jesús repite una y otra vez una llamada apremiante: «despertad, vivid atentos y vigilantes, pues se os puede pasar la vida sin enteraros de nada».
No es fácil escuchar esa llamada, pues, de ordinario, no escuchamos a quien nos dice algo contrario a lo que pensamos. Y los hombres y mujeres de hoy pensamos que somos inteligentes y lúcidos.
Para despertar es necesario conocernos mejor. Comenzamos a ser sabios cuando tomamos conciencia de nuestra estupidez. Empezamos a ser más profundos cuando observamos la superficialidad de nuestra vida. La verdad se abre paso cuando reconocemos nuestros engaños. El orden llega a nosotros cuando advertimos el desorden en que vivimos. Despertar es darnos cuenta de que vivimos dormidos.
Lo importante para vivir despiertos es caminar más despacio, cuidar mejor el silencio y estar más atentos a las llamadas del corazón. Pero sin, duda, lo decisivo es vivir amando. Sólo quien ama vive intensamente, con alegría y vitalidad, despierto a lo esencial.
Por otra parte, para despertar de una «religión dormida» sólo hay un camino: buscar más allá de los ritos y las creencias, ahondar más en nuestra verdad ante Dios y abrirnos confiadamente a su misterio. «Dichosos aquellos a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
9 de agosto de 1998

LA HORA DE LOS LAICOS

Tened ceñida la cintura.

Muchos teólogos lo consideran el dato más positivo y prometedor de este final de siglo dentro de la Iglesia: los laicos van tomando conciencia cada vez más viva de su responsabilidad en la vida y la marcha de las comunidades eclesiales. La Iglesia está dejando de ser «un asunto de curas y monjas» para convertirse en la comunidad de todos los que se sienten seguidores de Cristo.
Los datos están ahí. La transmisión de la fe a niños y jóvenes sería hoy impensable sin la labor generosa de tantos catequistas, monitores y educadores laicos. El trabajo pastoral de muchas parroquias se vendría abajo sin la participación de tan tos hombres y mujeres en las diversas tareas y organismos. Su presencia en el altar para proclamar la Palabra de Dios o distribuir la comunión es sólo un exponente visible de que su intervención será cada vez más decisiva en la comunidad cristiana.
Sin embargo, no resulta fácil liberarse de la inercia y el peso de largos siglos de clericalismo. Los laicos que se sienten miembros activos y responsables son todavía pocos, casi siempre los mismos y los mismos para todo. Por otra parte, incluso cuando los laicos toman parte activa, la responsabilidad sigue casi siempre en manos de los presbíteros. No creo que sea exagerado decir que la vida de muchas parroquias está todavía pensada, dirigida y encauzada casi exclusivamente por los sacerdotes.
No basta, por ello, introducir un lenguaje nuevo que habla de «colaboración», «complementariedad» y «corresponsabilidad» de presbíteros y laicos. Es necesario un cambio profundo en todos. Los presbíteros hemos de renunciar a un protagonismo indebido que va mucho más allá de nuestra propia misión sacerdotal. La Iglesia no es nuestra. No hemos de acapararlo todo. Al contrario, una de nuestras tareas más importantes hoy ha de ser animar y estimular la responsabilidad de todos. Los laicos, por su parte, habrán de superar la pasividad y la inhibición cómoda de quien se instala en la Iglesia como «espectador» o «cliente», dispuesto a recibir, pero no a aportar.
La Iglesia es de todos y la hemos de hacer entre todos. Laicos, religiosos y presbíteros, hombres y mujeres, todos formamos un único Pueblo de Dios, compartimos la misma fe, hemos recibido el mismo bautismo, tenemos al mismo Señor y nos apoyamos en su promesa. Todos hemos de escuchar de él una llamada a la vigilancia y a la creatividad evangélica, sin quedamos en la comodidad pasiva del que se desentiende: «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. »

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
13 de agosto de 1995

VERTIGO

Encendidas las lámparas.

Unos lo llaman «euforia veraniega». Otros «desmadre». Lo cierto es que, durante el verano, es más fácil advertir ese estilo de vida cada vez más frecuente en la sociedad occidental y que ha sido calificado por algunos analistas como «experiencia de vértigo».
Todos sabemos lo que sucede cuando subimos a una torre alta y miramos hacia el suelo. El vacío nos arrastra, y si no nos asimos fuertemente a algo, corremos el riesgo de precipitarnos hacia el abismo. Algo de esto puede ocurrir en la vida del individuo. El vacío interior puede provocar una especie de vértigo capaz de arrastrar a la persona hacia su ruina.
Cuando se vive sin convicciones profundas o se carece de verdaderos ideales, se crea un vacío interior que deja a la persona a merced de toda clase de impresiones pasajeras. Entonces, todo lo que produce euforia o placer inmediato seduce y arrastra. El individuo se deja llevar por cualquier experiencia que pueda llenar su sensación de vacío. Necesita poseerlo y disfrutarlo todo. Y, además, ahora mismo y al máximo.
Otro rasgo de este Avértigo existencial» es la búsqueda de ruido. La persona no soporta el silencio. Aborrece el recogimiento. Lo que necesita es perderse en el bullicio y el griterío. De esta forma es más fácil vivir sin escuchar ninguna voz interior.
Este vértigo conduce, por lo general, a un estilo de vida donde todo puede quedar desfigurado. Fácilmente se confunde la alegría con la euforia, la fiesta con la orgía, el amor con el sexo, el descanso con la dejadez. La persona quiere vivir intensamente cada momento, pero, con frecuencia, no puede evitar la sensación de que se le puede estar escapando algo importante de la vida.
Y, ciertamente, es así. En la «experiencia de vértigo» se encierra un engaño que López Quintás resume con estas palabras:
«Las experiencias fascinantes de vértigo lo prometen todo, no exigen nada y acaban quitándolo todo. » Para vivir una vida de vértigo, no hace falta ningún esfuerzo. Sólo dejarse llevar por las pulsiones instintivas y ceder a la satisfacción inmediata. Lo que pasa es que una vida «desmadrada» lleva fácilmente a la dispersión, el embotamiento y la tristeza interior.
Hemos de escuchar la invitación de Jesús a vivir vigilantes, «ceñida la cintura y encendidas las lámparas». Para vivir de forma más humana y más cristiana es necesario cuidar más «lo de dentro» y alimentar mejor la vida interior. No es extraño que un maestro espiritual de nuestros días afirme que el hombre contemporáneo necesita escuchar la célebre consigna de san Agustín: «Redeamus ad cor», «volvamos al corazón. »

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
9 de agosto de 1992

¿QUE BUSCO YO?

Donde está vuestro tesoro...

He estado estos días saboreando una interesante conferencia de Teilhard de Chardin pronunciada en Pekín, en diciembre de 1943, en torno al tema de la felicidad. Según el eminente científico y pensador, se pueden distinguir, de manera general, tres posturas diferentes ante la vida.
Están, en primer lugar, los pesimistas. Para este grupo de personas, la vida es algo peligroso y malo. Lo importante es huir de los problemas, saber defenderse lo mejor posible. Según Teilhard, esta actitud llevada al extremo, conduce al escepticismo oriental o al pesimismo existencialista. Pero de forma atenuada aparece en muchas personas: «¿qué vivir?», «todo da lo mismo», «¿qué buscar?»
Están, luego, los vividores que sólo se preocupan de disfrutar de cada momento y de cada experiencia. Su ideal consiste en organizarse la vida de la forma más placentera posible. Esta actitud conduce al hedonismo. La vida es placer, y si no, no es vida.
Están, por fin, los ardientes («les ardents»). Son las personas que entienden la vida como crecimiento constante. Siempre buscan algo más, algo mejor. Para ellos, la vida es inagotable. Un descubrimiento en el que siempre se puede avanzar.
A estas tres actitudes diferentes ante la vida corresponden, según Teilhard, tres formas diferentes de entender y buscar la felicidad.
Los pesimistas entienden la felicidad como tranquilidad. Es lo único que buscan. Huir de los problemas, los conflictos y compromisos. La felicidad se encuentra, según ellos, huyendo hacia la tranquilidad.
Los vividores entienden la felicidad como placer. Lo importante de la vida es saborearla. La meta de la existencia no puede ser otra que el disfrutar de todo placer. Ahí se encuentra la verdadera felicidad.
Los ardientes, por su parte, entienden la felicidad como crecimiento. En realidad, no buscan la felicidad como algo que hay que conquistar. La felicidad se experimenta cuando la persona vive creciendo y desplegando con acierto su propio ser.
Según Teilhard de Chardin, «hombre feliz es aquél que, sin buscar directamente la felicidad, encuentra inevitablemente la alegría, como añadidura, en el hecho mismo de ir caminando hacia su plenitud, hacia su realización, hacia adelante.»
Tal vez, estas reflexiones de Teilhard nos puedan ayudar a descubrir mejor a qué estamos dando importancia en la vida y qué es lo que estamos buscando en medio de la existencia. No hemos de olvidar la sabia advertencia de Jesús: «Donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
13 de agosto de 1989

CREENCIAS DE REEMPLAZO

Donde está vuestro tesoro...

No deberíamos arrinconar ligeramente esas sentencias de Jesús que encontramos en los evangelios, breves y concisas en su formulación, pero llenas de honda sabiduría.
He aquí la que hoy escuchamos de sus labios: «Donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón». El corazón del hombre, centro decisivo de la persona según la mentalidad judía, se apega siempre a su tesoro. De ahí la importancia decisiva de que elijamos bien ese tesoro.
¿Dónde está el corazón del hombre contemporáneo? ¿Dónde ha puesto su tesoro?
Ciertamente, para muchos ya no parece estar en Dios. La fe no está de moda. Dios ha quedado devaluado y no parece ya capaz de llenar o enriquecer el corazón y la vida de las personas.
Alguien ha dicho con aire desenfadado que muchas gentes de hoy prefieren rellenar quinielas ó hacer crucigramas. Les resulta más gozoso y plenificante que encontrarse con Dios.
Lo cierto es que son bastantes los que se ríen hoy de las creencias religiosas y hacen caricatura permanente del creyente. Basta asomarse a la calle para escuchar toda clase de burlas, comentarios jocosos y parodias.
Pero no se han dado cuenta de que nuestro corazón no puede estar vacío. El hombre es un ser que necesita creer en algo o en alguien. Y si deja de creer en Dios comienza a rellenar su hueco con «creencias de reemplazo »
El hombre contemporáneo rechaza lo espiritual pero se siente atraído por el espiritismo. No acepta un Dios absoluto, pero diviniza el Dinero y apoya en él toda su existencia.
Y sobre ese fondo común del Dinero como divinidad suprema, la sociedad moderna se puebla de nuevas deidades que exigen su culto, sus mitos y sus fieles adoradores: el sexo, la abundancia, el poder, el cuerpo, la salud, lo joven...
Pero en el corazón de la modernidad politeísta, ha hecho su aparición la nostalgia. El hombre no se contenta con cualquier tesoro e, incluso, triste y desconcertado, sigue buscando siempre algo más, algo mejor y más pleno.
Y no son pocos los que, al ahondar un poco en su propio corazón y en el de sus amigos, descubren sorprendidos que la pregunta sobre Dios está ahí como el primer día.
La razón es muy sencilla. Nuestro corazón se ha alejado de Dios. Pero en el corazón de Dios siguen estando los hombres. Y, aunque parezca absurdo, nosotros seguimos siendo su “tesoro”. Un tesoro pobre y finito que atrae misteriosamente el corazón insondable de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
10 de agosto de 1986

¿DONDE PONER EL CORAZÓN?

Un tesoro inagotable en el cielo...

El hombre actual está perdiendo su fe ingenua en las posibilidades ilimitadas del desarrollo tecnológico.
Aumenta cada vez más el número de los que toman conciencia de que el mismo poder que permite al hombre crear nuevos estilos de vida, lleva consigo un potencial de autodestrucción y degradación.
Y por si fuera poco, la grave crisis económica que estamos sufriendo ha terminado de desconcertar a los más optimistas.
No es extraño, entonces, que crezca el escepticismo, la falta de fe en las ideologías, la desconfianza en los grandes sistemas. Al hombre actual se le hace difícil creer en algo que sea válido y verdadero para siempre. No sabe ya dónde «poner su corazón».
Son muchos los que viven «a la deriva» sin esperanza ni desesperación. Víctimas pasivas e indiferentes de un mundo que les resulta cada vez más dislocado.
Entonces, la vida se vacía de sentido. El hombre pierde la fuente de su propia creatividad. No sabe para qué trabajar. El vivir se reduce a una cadena de sucesos, situaciones e incidentes, sin que nada realmente vivo le dé sentido y continuidad.
En medio de este «comportamiento errático» lo importante parece ser disfrutar de cada fragmento de tiempo y buscar la respuesta más satisfactoria en cada situación fugaz.
R. Lifton considera que el problema central del hombre contemporáneo es la pérdida del sentido de inmortalidad. Esa conciencia de inmortalidad «que representa un estímulo irresistible y universal a conservar un sentido interior de continuidad, más allá del tiempo y del espacio».
Y, sin embargo, el hombre de hoy, como el de siempre, necesita poner su corazón en un «tesoro que no pueda ser arrebatado por los ladrones, no roído por la polilla». ¿Cómo encontrarlo?
Desde la fe cristiana, no existe otro camino sino el de penetrar hasta el centro mismo de nuestra existencia, no evitar el encuentro con el Invisible, sino abrir nuestro corazón al misterio de Dios que da sentido y vida a todo nuestro ser.
Esto que a muchos puede parecer, desde fuera, algo perfectamente estúpido e iluso, es para el creyente fuente de liberación gozosa que le enraiza en lo fundamental, central y definitivo.
A veces, una palabra hostil basta para sentirnos tristes y solos. Es suficiente un gesto de rechazo o un fracaso para hundirnos en una depresión destructiva. ¿No tendremos que preguntarnos dónde tenemos puesto nuestro corazón?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
7 de agosto de 1983

VIVIR DORMIDOS

Estad preparados.

Uno de los riesgos que amenazan constantemente al hombre de la sociedad actual es el caer en una vida superficial, mecánica, rutinaria, masificada... de la que no es fácil escapar.
Con el pasar de los años, los proyectos, las metas y los ideales de mucha gente terminan reduciéndose y empobreciéndose poco a poco. Desgraciadamente, no son pocos los que se levantan cada día sólo para «ir tirando».
¿Dónde encontrar un principio humanizador, desalienante, capaz de liberar al hombre de la superficialidad, la masificación, la banalidad, el aturdimiento y el vacío interior?
Es sorprendente la insistencia con que Jesús habla de la actitud vigilante y despierta con que el hombre debe enfrentarse a la vida. Se podría decir que Jesús parece concebir la fe como una actitud vigilante que puede liberarnos de la superficialidad y el «sin-sentido» que domina a muchos hombres y mujeres que caminan por la vida sin meta ni objetivo.
Quizás los cristianos, acostumbrados con frecuencia a vivir nuestra fe como una tradición familiar, una herencia sociológica o una etiqueta más, no somos capaces de descubrir toda la fuerza que en cierra para humanizar, personalizar y dar un sentido, una hondura y una esperanza nueva a nuestras vidas.
Quizás uno de los espectáculos m tristes para un creyente es el observar cómo bastantes hombres y mujeres abandonan una fe vivida de manera muy inconsciente y poco responsable para adoptar una actitud de increencia tan inconsciente y tan poco responsable como su postura anterior.
La llamada de Jesús a la vigilancia nos debe ayudar a despertar de la indiferencia, la pasividad y el descuido con que vivimos con frecuencia nuestra fe.
Para vivir vigilantes esa fe cristiana, necesitamos redescubrirla constantemente, conocerla con más profundidad, confrontarla con otras actitudes posibles ante la vida, agradecerla y tratar de vivirla con todas sus consecuencias.
Entonces la fe es luz que inspira nuestros criterios de actuación, fuerza que impulsa nuestro compromiso de construir una sociedad más humana, esperanza que anima todo nuestro vivir diario.

José Antonio Pagola


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