lunes, 6 de mayo de 2013

12/05/2013 - 7º DOMINGO DE PASCUA. - LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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12 de mayo de 2013

7º DOMINGO DE PASCUA. - LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (C)



EVANGELIO

Mientras los bendecía, fue llevado hacia el cielo.

+ Conclusión del santo evangelio según san Lucas 24,46-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto."
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

Palabra de Dios.

HOMILIA


2012-2013 -
12 de mayo de 2013

LA BENDICIÓN DE JESÚS

Son los últimos momentos de Jesús con los suyos. Enseguida los dejará para entrar definitivamente en el misterio del Padre. Ya no los podrá acompañar por los caminos del mundo como lo ha hecho en Galilea. Su presencia no podrá ser sustituida por nadie.
Jesús solo piensa en que llegue a todos los pueblos el anuncio del perdón y la misericordia de Dios. Que todos escuchen su llamada a la conversión. Nadie ha de sentirse perdido. Nadie ha de vivir sin esperanza. Todos han de saber que Dios comprende y ama a sus hijos e hijas sin fin. ¿Quién podrá anunciar esta Buena Noticia?
Según el relato de Lucas, Jesús no piensa en sacerdotes ni obispos. Tampoco en doctores o teólogos. Quiere dejar en la tierra “testigos”. Esto es lo primero: “vosotros sois testigos de estas cosas”. Serán los testigos de Jesús los que comunicarán su experiencia de un Dios bueno y contagiarán su estilo de vida trabajando por un mundo más humano.
Pero Jesús conoce bien a sus discípulos. Son débiles y cobardes. ¿Dónde encontrarán la audacia para ser testigos de alguien que ha sido crucificado por el representante del Imperio y los dirigentes del Templo? Jesús los tranquiliza: “Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido”. No les va a faltar la “fuerza de lo alto”. El Espíritu de Dios los defenderá.
Para expresar gráficamente el deseo de Jesús, el evangelista Lucas describe su partida de este mundo de manera sorprendente: Jesús vuelve al Padre levantando sus manos y bendiciendo a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús entra en el misterio insondable de Dios y sobre el mundo desciende su bendición.
A los cristianos se nos ha olvidado que somos portadores de la bendición de Jesús. Nuestra primera tarea es ser testigos de la Bondad de Dios. Mantener viva la esperanza. No rendirnos ante el mal. Este mundo que parece un “infierno maldito” no está perdido. Dios lo mira con ternura y compasión.
También hoy es posible buscar el bien, hacer el bien, difundir el bien. Es posible trabajar por un mundo más humano y un estilo de vida más sano. Podemos ser más solidarios y menos egoístas. Más austeros y menos esclavos del dinero. La misma crisis económica nos puede empujar a buscar una sociedad menos corrupta.
En la Iglesia de Jesús hemos olvidado que lo primero es promover una “pastoral de la bondad”. Nos hemos de sentir testigos y profetas de ese Jesús que pasó su vida sembrando gestos y palabras de bondad. Así despertó en las gentes de Galilea la esperanza en un Dios Salvador. Jesús es una bendición y la gente lo tiene que conocer.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
13 de mayo de 2010

CRECIMIENTO Y CREATIVIDAD



Los evangelios nos ofrecen diversas claves para entender cómo comenzaron su andadura histórica las primeras comunidades cristianas sin la presencia de Jesús al frente de sus seguidores. Tal vez, no fue todo tan sencillo como a veces lo imaginamos. ¿Cómo entendieron y vivieron su relación con él, una vez desaparecido de la tierra?
Mateo no dice una palabra de su ascensión al cielo. Termina su evangelio con una escena de despedida en una montaña de Galilea en la que Jesús les hace esta solemne promesa: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Los discípulos no han de sentir su ausencia. Jesús estará siempre con ellos. Pero ¿cómo?
Lucas ofrece una visión diferente. En la escena final de su evangelio, Jesús «se separa de ellos subiendo hacia el cielo». Los discípulos tienen que aceptar con todo realismo la separación: Jesús vive ya en el misterio de Dios. Pero sube al Padre «bendiciendo» a los suyos. Sus seguidores comienzan su andadura protegidos por aquella bendición con la que Jesús curaba a los enfermos, perdonaba a los pecadores y acariciaba a los pequeños.
El evangelista Juan pone en boca de Jesús unas palabras que proponen otra clave. Al despedirse de los suyos, Jesús les dice: «Yo me voy al Padre y vosotros estáis tristes... Sin embargo, os conviene que yo me vaya para que recibáis el Espíritu Santo». La tristeza de los discípulos es explicable. Desean la seguridad que les da tener a Jesús siempre junto a ellos. Es la tentación de vivir de manera infantil bajo la protección del Maestro.
La respuesta de Jesús muestra una sabia pedagogía. Su ausencia hará crecer la madurez de sus seguidores. Les deja la impronta de su Espíritu. Será él quien, en su ausencia, promoverá el crecimiento responsable y adulto de los suyos. Es bueno recordarlo en unos tiempos en que parece crecer entre nosotros el miedo a la creatividad, la tentación del inmovilismo o la nostalgia por un cristianismo pensado para otros tiempos y otra cultura.
Los cristianos hemos caído más de una vez a lo largo de la historia en la tentación de vivir el seguimiento a Jesús de manera infantil. La fiesta de la Ascensión del Señor nos recuerda que, terminada la presencia histórica de Jesús, vivimos "el tiempo del Espíritu", tiempo de creatividad y de crecimiento responsable. El Espíritu no proporciona a los seguidores de Jesús "recetas eternas". Nos da luz y aliento para ir buscando caminos siempre nuevos para reproducir hoy su actuación. Así nos conduce hacia la verdad completa de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
17 de mayo de 2007

EL ÚLTIMO GESTO

Levantando las manos, los bendijo.

Jesús era realista. Sabía que no podía transformar de un día para otro aquella sociedad donde veía sufrir a tanta gente. No tenía poder político ni religioso para provocar un cambio revolucionario. Sólo tenía su palabra, sus gestos y su fe grande en el Dios de los que sufren.
Por eso le gusta tanto hacer gestos de bondad. Abraza a los niños de la calle para que no se sientan huérfanos. Toca a los leprosos para que no se vean excluidos de las aldeas. Acoge amistosamente a su mesa a pecadores e indeseables para que no se sientan despreciados.
No son gestos convencionales. Le salen desde su voluntad de hacer un mundo más amable y solidario en el que las personas se ayuden y se cuiden mutuamente. No importa que sean gestos pequeños. Dios tiene en cuenta hasta el vaso de agua que damos a quien tiene sed.
A Jesús le gusta sobre todo bendecir. Bendice a los pequeños y bendice sobre todo a los enfermos y desgraciados. Su gesto está cargado de fe y de amor. Desea envolver a los que más sufren con la compasión, la protección y la bendición de Dios.
No es extraño que, al narrar la despedida de Jesús, Lucas la describa levantando sus manos y bendiciendo a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús entra en el misterio insondable de Dios y sus seguidores quedan envueltos en su bendición.
Hace ya mucho tiempo que lo hemos olvidado, pero la Iglesia ha de ser en medio del mundo una fuente de bendición. En un mundo donde es tan frecuente maldecir, condenar, hacer daño y denigrar, es más necesaria que nunca la presencia de seguidores de Jesús que sepan bendecir, buscar el bien, hacer el bien, atraer hacia el bien.
Una Iglesia fiel a Jesús está llamada a sorprender a la sociedad con gestos públicos de bondad, rompiendo esquemas y distanciándose de estrategias, estilos de actuación y lenguajes agresivos que nada tienen que ver con Jesús, el profeta que bendecía a las gentes con sus gestos y palabras de bondad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
20 de mayo de 2004

EL ARTE DE BENDECIR

Mientras los bendecía se separó de ellos.

Según el sugestivo relato de Lucas, Jesús vuelve a su Padre «bendiciendo» a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús deja tras de sí su bendición. Los discípulos responden al gesto de Jesús marchando al templo llenos de alegría. Y estaban allí «bendiciendo» a Dios.
La bendición es una práctica enraizada en casi todas las culturas como el deseo máximo que podemos despertar en nosotros. El judaísmo, el islam y el cristianismo le han dado siempre una gran importancia. Y, aunque en nuestros días ha quedado reducida a un ritual casi en desuso, no son pocos los que subrayan su hondo contenido y la necesidad de recuperarla.
Bendecir es, antes que nada, desear el bien a las personas que vamos encontrando en nuestro camino. Querer el bien de manera incondicional y sin reservas. Querer la salud, el bienestar, la alegría.., todo lo que puede ayudarles a vivir con dignidad. Cuanto más deseamos y afirmamos el bien para todos, más posible es su manifestación.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice elimina de su corazón otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia. No es posible bendecir y, al mismo tiempo, vivir condenando, rechazando, odiando.
Bendecir es desearle a alguien el bien desde lo más hondo de nuestro ser, aunque nunca somos nosotros la fuente de la bendición, sino sus testigos y portadores. El que bendice no hace sino evocar, desear y pedir la presencia bondadosa del Creador, fuente de todo bien. Por eso, sólo se puede bendecir en actitud gozosa y agradecida a Dios.
La bendición hace bien al que la recibe y al que la practica. Quien bendice a otros se bendice a sí mismo. La bendición queda resonando en su interior como una plegaria silenciosa que va transformando su corazón, haciéndolo más bueno y noble. Nadie puede sentirse bien consigo mismo mientras siga maldiciendo a alguien en el fondo de su ser.
La fiesta de la Ascensión es una invitación a ser portadores y testigos de la bendición de Cristo a la humanidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
24 de mayo de 2001

ENTREGAR LA VIDA

Se separó de ellos.

Hay muchas formas de vivir y también de morir. La muerte parece igual para todos pero no es así. Cada persona la vive a su manera. Cada uno se adentra en su misterio desde una actitud propia y personal. No es lo mismo morir entregando confiadamente la vida que morir rebelándose ante lo inevitable.
Para quien se agarra a esta vida como un bien definitivo, la muerte es la máxima desgracia, el enemigo supremo que nos ataca desde fuera y nos arrebata lo más precioso que tenemos: ese aliento misterioso que nos hace existir. Pero, ¿es posible acercarse a la muerte desde otra actitud?
Para un creyente, la vida es un regalo. El gran regalo que recibimos gratuitamente del Creador. No es una posesión. No es algo que hemos fabricado nosotros. Yo no hago nada para que la sangre corra por mis venas. No trabajo para hacer latir a mi corazón. Vivo sostenido misteriosamente por Dios.
Quien vive desde esa actitud, sin sentirse dueño y señor exclusivo de su existencia, puede morir entregando confiadamente su vida al Creador. No es fácil. La muerte no pierde nunca su trágica seriedad. Pero morir se convierte en un acto de fe, el acto de fe más grande que podemos hacer los humanos: poner nuestra existencia definitiva en manos de Aquel que es la fuente misteriosa de nuestro ser.
No es lo mismo morir «que entregar la vida». Para quien entrega la vida, la muerte no es algo que le sobreviene fatalmente desde fuera, sino el abandono confiado en Dios. Este «entregar la vida» no es necesariamente un acto puntual que se ha de hacer en el momento final. Es una orientación de toda la vida. La entrega final se prepara de muchas maneras y no es sino la culminación de todo un estilo de vivir.
La muerte se anticipa en muchas pequeñas muertes. La entrega se anticipa en muchas pequeñas entregas. Es la renuncia al afán de preservar la vida en este mundo la que nos conduce a disfrutar para siempre de la vida eterna. A Jesús nadie le arrebató la vida, la entregó él confiadamente al Padre. Por eso, Dios lo resucitó. Éste es el núcleo de la fiesta cristiana de la Ascensión.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
21 de mayo de 1998

NOS VOLVEREMOS A ENCONTRAR

Se separó de ellos subiendo al cielo.

Pocas experiencias más duras que la despedida a la persona querida que la muerte nos arranca para siempre. Ya no podremos abrazarla, mirarla a los ojos, escuchar sus confidencias, hablar con ella como en otros tiempos. Su habitación ha quedado vacía. Ya no está. Nadie podrá llenar su ausencia.
En medio de la pena inmensa, comienzan a surgir las preguntas: ¿Por qué ha tenido que ser así?, ¿cómo puede Dios permitirlo?, ¿por qué nos ha dejado solos?, ¿por qué ahora que tanto la necesitábamos? Así sienten esposos, amigos o cuantos pierden a un ser querido.
La muerte no ha logrado, sin embargo, arrancar a esa persona de nuestro corazón. La seguimos queriendo. Podemos recordarla, reavivar lo que hemos compartido y vivido juntos, lo que nos ha querido comunicar a lo largo de los años. Tal vez no la hemos comprendido del todo; sin duda, la podíamos haber querido más. No es el momento de culpabilizamos. Ahora nos queda el amor con que esa persona nos ha acompañado durante su vida.
Tenemos mucho que agradecer. Esa persona, con todas sus limitaciones y deficiencias, ha sido un regalo. Hemos disfrutado de su presencia. Nuestra vida ha sido más dichosa gracias a su compañía y amistad. Su partida no podrá nunca destruir lo vivido. La muerte la ha separado de nosotros, pero la ha conducido hasta el misterio insondable de Dios. Allí nos espera.
Al despedirse de sus discípulos, Jesús les habla así: «Me voy a prepararos un lugar Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar volveré y os tomaré conmigo para que donde esté yo, estéis también vosotros» (Jn 14, 2-3). Todos tenemos ya un lugar preparado por Cristo para cada uno de nosotros en el corazón de Dios. Pero lo que creemos de Jesús lo podemos también esperar de las personas queridas que nos han precedido en la muerte.
Cuando se nos muere un ser querido se lleva consigo hacia Dios lo bueno que ha compartido con nosotros: el amor, la amistad, las experiencias gozosas de la vida. De esta manera, esa persona introduce algo nuestro en el misterio de Dios. Cuando un día abandonemos esta vida, no partiremos hacia lo desconocido, sino hacia un hogar en el que nos espera ese Jesús al que hemos querido tanto en esta vida y esas personas amigas a las que no hemos querido mucho menos. Allí nos volveremos a encontrar y nos sentiremos para siempre en nuestra verdadera casa. Es bueno recordarlo y celebrarlo en esta fiesta de la Ascensión del Señor.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
25 de mayo de 1995

EN EL ATARDECER DE LA VIDA

Mientras los bendecía, se separó de ellos.

Nadie puede escapar al envejecimiento, pero no todas las personas envejecen de la misma manera. Hay muchas formas de vivir la última etapa de la vida. Casi siempre se envejece como se vive: de forma crispada o paciente, en actitud pesimista o esperanzada, con espíritu triste o confiado.
Lo lamentable es que la sociedad sólo prepara para la primera parte de la vida. Se nos enseña a trabajar y competir, a luchar y salir adelante, pero no a vivir con acierto esta fase en que culmina nuestra vida. La mayoría de las personas van llegando a su vejez sin guía ni preparación alguna.
Por lo general, la vejez provoca temor. No es sólo el deterioro físico y psíquico lo que da miedo. La verdadera crisis hay que detectarla a niveles más profundos. Desaparece poco a poco el vigor y la seguridad, y comienza otra etapa mucho más desvalida e incierta. La persona no puede apoyarse en sus fuerzas como en otros tiempos. Ha de depender de otros. Pero, además, el anciano comienza a presentir su muerte de forma más consciente y personal.’ Es en su propia carne donde experimenta que la vida se termina. Ya no hay tiempo para hacer grandes proyectos. Ahora llega el final.
Por eso, no basta aprender a vivir con las limitaciones propias de la vejez ni es suficiente encontrar remedios para hacerla más o menos soportable, e incluso agradable. Llega la hora de la verdad. El momento de hacer un balance sereno de la vida y «despedirse» de este mundo con paz.
La vejez no es fácil, pero puede ser la gran oportunidad de culminar la vida positivamente. El verdadero creyente la vive como «tiempo de gracia». También en esa vejez está Dios como Amigo y Salvador. Es la gran oportunidad de terminar la vida apoyando nuestro ser débil y cansado en Él. Al final, sólo Dios puede consolar y salvar.
Quizás sea éste el paso decisivo que el anciano creyente ha de dar en lo secreto de su corazón: «Mi vida termina. Sólo en Dios puedo poner mi confianza. Él ha de ser ahora más que nunca mi Salvador.» Es el momento de rezar esos salmos que ningún creyente debiera ignorar: «No te acuerdes de los pecados y delitos de mi juventud» (Salmo 25); «Yo, por tu gran bondad, entraré en tu casa» (Salmo 5); «Al despertar, me saciaré de tu semblante» (Salmo 17).
L. Alonso Schókel en su libro Esperanza. Meditaciones bíblicas para la Tercera Edad (Sal Terrae, 1992), dice que, «como hay una llamada para vivir, hay una llamada para morir. También morir puede ser una vocación. » Llega un momento en que todos hemos de escuchar esa llamada final: «Entra en el gozo de tu Señor» (Mt 25, 21). Hoy, fiesta de la Ascensión de Jesús a la vida del Padre, puede ser bueno recordarlo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
28 de mayo de 1992

¿DONDE ESTA LO QUE BUSCAMOS?

Los bendijo.

Todos buscamos ser felices, pero ninguno de nosotros sabe dar una respuesta clara cuando se le pregunta por la felicidad. ¿Qué es la felicidad? ¿En qué consiste realmente? ¿Cómo alcanzarla?
Más aún. Todos los hombres y mujeres andan tras ella, pero, ¿se puede lograr la verdadera felicidad? ¿No es buscar lo imposible? De hecho, las gentes parecen bastante pesimistas ante la posibilidad de alcanzarla. Los científicos no hablan de felicidad. Tampoco los políticos se atreven a prometerla ni a incluirla en sus programas.
Y, sin embargo, el hombre no renuncia a la felicidad, la necesita, la sigue buscando. Fernando Savater piensa que la felicidad «es imposible pero imprescindible». Julián Marías la define como «lo imposible necesario». Esta es la paradoja: no podemos ser plenamente felices y, sin embargo, necesitamos serlo.
Hay en nosotros un anhelo profundo de felicidad que nada ni nadie parece poder saciar plenamente. La felicidad es siempre «lo que nos falta», lo que todavía no poseemos. Para ser feliz, no basta lograr lo que andábamos buscando. Cuando, por fin, hemos conseguido aquello que tanto queríamos, pronto descubrimos que estamos de nuevo en el punto de partida, buscando otra vez felicidad.
Esta insatisfacción última del hombre no se debe a fracasos o decepciones concretas. Es algo más profundo. Está en el interior mismo del ser humano, y nos obliga a hacernos preguntas que no tienen fácil respuesta. Si la felicidad parece siempre «lo que nos falta», ¿qué es lo que realmente nos falta? ¿Qué necesitamos para ser felices? ¿Qué es lo que, desde el fondo de su ser, está pidiendo la humanidad entera?
En su ensayo «Felicidad y salvación», el teólogo Gisbert Greshake ha planteado así la alternativa ante la que se encuentra el ser humano. O bien la felicidad plena es pura ilusión y el hombre, empeñado en ser plenamente feliz, es algo absurdo y sin sentido, O bien, la felicidad es regalo, plenitud de vida que sólo le puede llegar al hombre como gracia desde aquel que es la fuente de la vida.
Ante esta alternativa, el cristiano adopta una postura de esperanza. Es cierto que, cuando anhelamos la felicidad plena, estamos buscando algo que no podemos darnos a nosotros mismos; pero hay una felicidad última que tiene su origen en Dios y que los hombres podemos acoger y disfrutar eternamente.
Lo decisivo es abrirse al misterio de la vida con confianza. Escuchar hasta el final ese anhelo de felicidad eterna que se encierra en el ser humano. Esperar la salvación como gracia que se nos ofrece con amor. La fiesta cristiana de la Ascensión es una invitación a no menospreciar la esperanza.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
4 de mayo de 1989

SABOREAR DESDE AHORA

Subiendo al cielo.

Tengo la impresión de que casi todo lo que el cristianismo dice acerca del cielo y de la felicidad final en la “otra vida”, resulta para muchos contemporáneos, creyentes o no, algo demasiado lejano y abstracto, un lenguaje extraño que apenas tiene relevancia alguna para la vida de cada día.
En el fondo, creemos en “el futuro” con cierta convicción cuando podemos experimentar que ese futuro se inicia ya desde ahora y comienza a despuntar, de alguna manera, en el momento presente.
En concreto, las gentes creen más fácilmente en el cielo si realmente pueden experimentar, aunque sea de manera fragmentaria que “el cielo comienza en la tierra”.
Los cristianos hemos despreciado demasiado los gozos de la tierra, los placeres de la vida y la belleza del mundo sin descubrir dentro de esa vida frágil y caduca el germen de lo que será el cielo.
Pero el cielo no es simplemente un lugar hacia el que vamos después de morir, sino el disfrute pleno del amor y de la vida que se está gestando ya en el interior de nuestro mundo y en el de cada persona.
No hemos de contraponer el cielo a este mundo de una manera total y absoluta, pues el cielo es precisamente la plenitud de este mundo, la realización plena en Dios, de todas las posibilidades de paz, reconciliación, libertad y felicidad que encierra esta vida.
Cuando amamos a una persona, amamos algo más que una persona; estamos amando la vida y la felicidad para la que hemos nacido esa persona amada y yo mismo. Cuando hacemos justicia a un oprimido, hacemos algo más que un gesto de equidad; estamos haciendo crecer desde ahora el mundo reconciliado que estamos llamados a disfrutar todos.
Por eso ha podido escribir L. Boff con toda verdad: “Cada vez que en la tierra hacemos la experiencia del bien, de la felicidad, de la amistad, de la paz y del amor, ya estamos viviendo, de forma precaria pero real, la realidad del cielo”.
En esta fiesta de la Ascensión, deberíamos recordar que lo que se opone a la esperanza cristiana no es solamente la incredulidad y el ateísmo, sino también la tristeza y la amargura.
En la vida hay momentos de paz y transparencia, experiencias de amistad y reconciliación, de libertad y amor que pueden ser fugaces y precarias. Pero, cuando acontecen, hemos de aprender a saborear ya en el interior de esta misma vida, la fiesta del cielo, aunque sea de manera frágil y fragmentaria.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
8 de mayo de 1986

UN LUGAR EN DIOS

… subiendo hacia el cielo...

¿Qué sentido puede tener la «ascensión» de Jesús al cielo en una época en que ningún hombre lúcido se imagina ya a Dios como un ser que vive en un lugar celeste, por encima de las nubes?
Pero, sobre todo, ¿qué puede significar para nosotros un salvador que ha desaparecido lejos de nosotros, cuando lo que importa de verdad es la solución de los problemas de nuestro mundo cada vez más graves y amenazadores?
Y, sin embargo, en este tiempo en que la progresiva explotación del mundo no parece ofrecernos toda la felicidad deseada y cuando se perfila incluso la posibilidad de un final catastrófico de la historia y no su consumación feliz, necesitamos escuchar más que nunca el mensaje que se encierra en la ascensión del Señor.
Creer en la ascensión de Jesús es creer que la humanidad de Cristo de la que todos participamos, ha entrado en la vida íntima de Dios de un modo nuevo y definitivo.
Jesús se ha ocultado en Dios pero no para ausentarse de nosotros sino para vivir desde ese Dios una cercanía nueva e insuperable, e impulsar la vida de los hombres hacia su destino último.
Esto significa que el hombre ha encontrado en Dios un lugar para siempre. «El cielo no es un lugar que está por encima de las estrellas, es algo mucho más importante: es el lugar que el hombre tiene junto a Dios» (J. Ratzinger).
Jesús mismo es eso que nosotros llamamos cielo, pues el cielo, en realidad, no es ningún lugar sino una persona, la persona de Jesucristo en quien Dios y la humanidad se encuentran inseparablemente unidos para siempre.
Esto quiere decir que nos dirigimos al cielo, entramos en el cielo, en la medida en que dirigimos nuestra vida hacia Jesús y vamos adentrándonos en él.
Dios tiene para los hombres un espacio de felicidad definitiva que Cristo nos ha abierto para siempre. Una patria última de reconciliación y paz para la humanidad.
Esto que será escuchado por muchos con sonrisa escéptica es, para el creyente, la realidad que sustenta al mundo y da sentido a la apasionante historia de la humanidad.
Y cuando se desvanece esta esperanza última, el mundo no se enriquece sino que se vacía de sentido y queda privado de su verdadero horizonte.
Los creyentes somos seres extraños en un mundo racionalizado, cerrado sólo a sus propias posibilidades, optimista unas veces y triste y desesperanzado otras, según los ciclos tan cambiantes de los éxitos y fracasos de la humanidad.
Pero somos seres gozosamente extraños que llevamos en nosotros una fe que nos ofrece razones para vivir y esperanza para morir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
12 de mayo de 1983

EL CIELO COMIENZA EN LA TIERRA

Mientras los bendecía...
subió hacia el cielo.

Cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad humana, vive estos días sobrecogido por la violencia que sigue creciendo entre nosotros y la sangre que va empapando hasta los últimos rincones de nuestra tierra.
Un sentimiento de dolor, desaliento e impotencia se apodera de nosotros y nos encoge el corazón. ¿No es posible una sociedad fraterna? ¿No es el hombre capaz de ser más humano? ¿No podremos lograr nunca la felicidad y la paz que anhelamos desde lo ms hondo de nuestro ser?
En estas circunstancias, hablar del cielo en esta mañana de Ascensión, puede parecer a muchos no sólo escapismo y evasión cobarde de los problemas que nos envuelven, sino hasta un insulto insoportable y una broma mordaz. No es el cielo lo que nos importa sino la tierra, nuestra tierra.
Probablemente, bastantes suscribirían de alguna manera, aquellas palabras apasionadas de Nietzsche: «Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis en ios que os hablan de experiencias supraterrenas. Consciente o inconscientemente, son unos envenenadores... La tierra está cansada de ellos; que se vayan de una vez!».
Pero, ¿qué es ser fiel a esta tierra que dama por una plenitud y reconciliación total? ¿Qué es ser fiel a este pueblo crucificado que no puede lograr esa liberación y esa paz que tan ardientemente busca? ¿Qué es ser fiel al hombre y a toda la sed de felicidad que se encierra en su ser?
Los creyentes hemos sido acusados de haber puesto nuestros ojos en el cielo y habernos olvidado de la tierra. Y, sin duda, es cierto que una esperanza muy mal entendida ha conducido a bastantes cristianos a abandonar la construcción de la tierra e, incluso, a sospechar de casi toda felicidad o logro terrestre disfrutado por los hombres.
Y, sin embargo, la esperanza cristiana consiste precisamente en buscar y esperar la plenitud y realización total de esta tierra. Creer en el cielo es querer ser fiel a esta tierra hasta el final, sin defrau4ar ni desesperar de ningún anhelo o aspiración verdaderamente humanos.
No es esperanza cristiana la postura que conduce a desentendernos de los problemas del presente y despreocupamos de los sufrimientos de esta tierra. Precisamente, porque cree y espera un mundo nuevo y definitivo, el creyente no puede tolerar ni conformarse con este mundo nuestro lleno de odios, lágrimas, sangre, injusticia,
mentira y violencia.
Quien no hace nada por cambiar este mundo, no cree en otro mejor. Quien no hace nada por desterrar la violencia, no cree en una sociedad fraterna. Quien no lucha contra la injusticia, no cree en un mundo. más justo. Quien no trabaja por liberar al hombre del sufrimiento, no cree en un mundo nuevo y feliz. Quien no hace nada por cambiar y transformar nuestra tierra, no cree en el cielo.

José Antonio Pagola

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