lunes, 13 de mayo de 2013

19/05/2013 - Domingo de Pentecostés (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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19 de mayo de 2013

Domingo de Pentecostés (C)



EVANGELIO

Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.

Lectura del santo evangelio según san Juan 20,19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
- Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Palabra de Dios.

O bien

El Espíritu Santo será quien os lo enseñe.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 14,15-16.23b-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros.
El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
19 de mayo de 2013
Jn 20,19-23


NECESITADOS DE SALVACIÓN

El Espíritu Santo de Dios no es propiedad de la Iglesia. No pertenece en exclusiva a las religiones. Hemos de invocar su venida al mundo entero tan necesitado de salvación.
Ven Espíritu creador de Dios. En tu mundo no hay paz. Tus hijos e hijas se matan de manera ciega y cruel. No sabemos resolver nuestros conflictos sin acudir a la fuerza destructora de las armas. Nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo ensangrentado por las guerras. Despierta en nosotros el respeto a todo ser humano. Haznos constructores de paz. No nos abandones al poder del mal.
Ven Espíritu liberador de Dios. Muchos de tus hijos e hijas vivimos esclavos del dinero. Atrapados por un sistema que nos impide caminar juntos hacia un mundo más humano. Los poderosos son cada vez más ricos, los débiles cada vez más pobres. Libera en nosotros la fuerza para trabajar por un mundo más justo. Haznos más responsables y solidarios. No nos dejes en manos de nuestro egoísmo.
Ven Espíritu renovador de Dios. La humanidad está rota y fragmentada. Una minoría de tus hijos e hijas disfrutamos de un bienestar que nos está deshumanizando cada vez más. Una mayoría inmensa muere de hambre, miseria y desnutrición. Entre nosotros crece la desigualdad y la exclusión social. Despierta en nosotros la compasión que lucha por la justicia. Enséñanos a defender siempre a los últimos. No nos dejes vivir con un corazón enfermo.
Ven Espíritu consolador de Dios. Muchos de tus hijos e hijas viven sin conocer el amor, el hogar o la amistad. Otros caminan perdidos y sin esperanza. No conocen una vida digna, solo la incertidumbre, el miedo o la depresión. Reaviva en nosotros la atención a los que viven sufriendo. Enséñanos a estar más cerca de quienes están más solos. Cúranos de la indiferencia.
Ven Espíritu bueno de Dios. Muchos de tus hijos e hijas no conocen tu amor ni tu misericordia. Se alejan de Ti porque te tienen miedo. Nuestros jóvenes ya no saben hablar contigo. Tu nombre se va borrando en las conciencias. Despierta en nosotros la fe y la confianza en Ti Haznos portadores de tu Buena Noticia. No nos dejes huérfanos.
Ven Espíritu vivificador de Dios. Tus hijos e hijas no sabemos cuidar la vida. No acertamos a progresar sin destruir, no sabemos crecer sin acaparar. Estamos haciendo de tu mundo un lugar cada vez más inseguro y peligroso. En muchos va creciendo el miedo y se va apagando la esperanza. No sabemos hacia dónde nos dirigimos. Infunde en nosotros tu aliento creador. Haznos caminar hacia una vida más sana. No nos dejes solos. ¡Sálvanos!

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
23 de mayo de 2010
Jn 14,15-16.23b-26


INVOCACIÓN

Recibid el Espíritu Santo.

Ven Espíritu Creador e infunde en nosotros la fuerza y el aliento de Jesús. Sin tu impulso y tu gracia, no acertaremos a creer en él; no nos atreveremos a seguir sus pasos; la Iglesia no se renovará; nuestra esperanza se apagará. ¡Ven y contágianos el aliento vital de Jesús!
Ven Espíritu Santo y recuérdanos las palabras buenas que decía Jesús. Sin tu luz y tu testimonio sobre él, iremos olvidando el rostro bueno de Dios; el Evangelio se convertirá en letra muerta; la Iglesia no podrá anunciar ninguna noticia buena. ¡Ven y enséñanos a escuchar sólo a Jesús!
Ven Espíritu de la Verdad y haznos caminar en la verdad de Jesús. Sin tu luz y tu guía, nunca nos liberaremos de nuestros errores y mentiras; nada nuevo y verdadero nacerá entre nosotros; seremos como ciegos que pretenden guiar a otros ciegos. ¡Ven y conviértenos en discípulos y testigos de Jesús!
Ven Espíritu del Padre y enséñanos a gritar a Dios "Abba" como lo hacía Jesús. Sin tu calor y tu alegría, viviremos como huérfanos que han perdido a su Padre; invocaremos a Dios con los labios, pero no con el corazón; nuestras plegarias serán palabras vacías. ¡Ven y enséñanos a orar con las palabras y el corazón de Jesús!
Ven Espíritu Bueno y conviértenos al proyecto del "reino de Dios" inaugurado por Jesús. Sin tu fuerza renovadora, nadie convertirá nuestro corazón cansado; no tendremos audacia para construir un mundo más humano, según los deseos de Dios; en tu Iglesia los últimos nunca serán los primeros; y nosotros seguiremos adormecidos en nuestra religión burguesa. ¡Ven y haznos colaboradores del proyecto de Jesús!
Ven Espíritu de Amor y enséñanos a amarnos unos a otros con el amor con que Jesús amaba. Sin tu presencia viva entre nosotros, la comunión de la Iglesia se resquebrajará; la jerarquía y el pueblo se irán distanciando siempre más; crecerán las divisiones, se apagará el diálogo y aumentará la intolerancia. ¡Ven y aviva en nuestro corazón y nuestras manos el amor fraterno que nos hace parecernos a Jesús!
Ven Espíritu Liberador y recuérdanos que para ser libres nos liberó Cristo y no para dejarnos oprimir de nuevo por la esclavitud. Sin tu fuerza y tu verdad, nuestro seguimiento gozoso a Jesús se convertirá en moral de esclavos; no conoceremos el amor que da vida, sino nuestros egoísmos que la matan; se apagará en nosotros la libertad que hace crecer a los hijos e hijas de Dios y seremos, una y otra vez, víctimas de miedos, cobardías y fanatismos. ¡Ven Espíritu Santo y contágianos la libertad de Jesús!

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
27 de mayo de 2007
Jn 20,19-23

ALIENTO DE VIDA

Recibid el Espíritu Santo.

Los hebreos se hacían una idea muy bella y real del misterio de la vida. Así describe la creación del hombre un viejo relato del siglo ix antes de Cristo: El Señor Dios modeló al hombre del barro de la tierra. Luego, soplo en su nariz aliento de vida. Y así el hombre se convirtió en un viviente.
Es lo que dice la experiencia. El ser humano es barro. En cualquier momento se puede desmoronar. ¿Cómo caminar con pies de barro? ¿Cómo mirar la vida con ojos de barro? ¿Cómo amar con corazón de barro? Sin embargo, este barro ¡vive! En su interior hay un aliento que le hace vivir. Es el Aliento de Dios. Su Espíritu vivificador.
Al final de su evangelio, Juan ha descrito una escena grandiosa. Es el momento culminante de Jesús resucitado. Según su relato, el nacimiento de la Iglesia es una nueva creación. Al enviar a sus discípulos, Jesús sopla su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo.
Sin el Espíritu de Jesús, la Iglesia es barro sin vida: una comunidad incapaz de introducir esperanza, consuelo y vida en el mundo. Puede pronunciar palabras sublimes sin comunicar «algo» de Dios a los corazones. Puede hablar con seguridad y firmeza sin afianzar la fe de las personas. ¿De dónde va a sacar esperanza si no es del aliento de Jesús? ¿Cómo va a defenderse de la muerte sin el Espíritu del resucitado?
Sin el Espíritu creador de Jesús, podemos terminar sin que nadie en la Iglesia crea en algo diferente. Todo debe ser como ha sido. No está permitido soñar con grandes novedades. Lo más seguro es una religión estática y controlada, que cambie lo menos posible. Lo que hemos recibido de otros tiempos es también lo mejor para los nuestros. Nuestras generaciones han de celebrar su fe vacilante con el lenguaje y los ritos de hace muchos siglos. Los caminos están marcados. No hay que preguntarse por qué.
¿Cómo no gritar con fuerza: ¡ Ven, Espíritu Santo! Ven a tu Iglesia. Ven a liberamos del miedo, la mediocridad y la falta de fe en tu fuerza creadora. No hemos de mirar a otros. Hemos de abrir cada uno nuestro propio corazón.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
30 de mayo de 2004
Jn 20,19-23

ABRIR EL CORAZÓN

Recibid el Espíritu Santo.

Según la tradición bíblica, el mayor pecado de una persona es vivir con un «corazón cerrado» y endurecido, un «corazón de piedra» y no de carne: un corazón obstinado y torcido, un corazón poco limpio. Quien vive «cerrado», no puede acoger el Espíritu de Dios; no puede dejarse guiar por el Espíritu de Jesús.
Cuando nuestro corazón está «cerrado», nuestros ojos no ven, nuestros oídos no oyen. Vivimos separados de la vida, desconectados. El mundo y las personas están «ahí fuera» y yo estoy «aquí dentro». Una frontera invisible nos separa del Espíritu de Dios que lo alienta todo; es imposible sentir la vida como la sentía Jesús. Sólo cuando nuestro corazón se abre, comenzamos a captarlo todo a la luz de Dios.
Cuando nuestro corazón está «cerrado», vivimos volcados sobre nosotros mismos, insensibles a la admiración y la acción de gracias. Dios nos parece un problema y no el Misterio que lo llena todo. Sólo cuando nuestro corazón se abre, comenzamos a intuir a ese Dios «en quien vivimos, nos movemos y existimos». Sólo entonces comenzamos a invocarlo como «Padre», con el mismo Espíritu de Jesús.
Cuando nuestro corazón está «cerrado», en nuestra vida no hay compasión. No sabemos sentir el sufrimiento de los demás. Vivirnos indiferentes a los abusos e injusticias que destruyen la felicidad de tanta gente. Sólo cuando nuestro corazón se abre, empezamos a intuir con qué ternura y compasión mira Dios a las personas. Sólo entonces escuchamos la principal llamada de Jesús: «Sed compasivos como vuestro Padre».
Pablo de Tarso formuló de manera atractiva una convicción que se vivía entre los primeros cristianos: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». ¿Lo podernos experimentar también hoy? Lo decisivo es abrir nuestro corazón. Por eso, nuestra primera invocación al Espíritu ha de ser ésta: «Danos un corazón nuevo, un corazón de carne, sensible y compasivo, un corazón transformado por Jesús».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
3 de junio de 2001
Jn 20,19-23

ABIERTOS AL ESPÍRITU

Recibid el Espíritu Santo.

No hablan mucho. No se hacen notar. Su presencia es modesta y callada, pero son la «sal de la tierra». Mientras haya en el mundo mujeres y hombres atentos al Espíritu y abiertos a Dios, será posible seguir esperando. Ellos son el mejor regalo para una Iglesia amenazada por la mediocridad espiritual.
Su influencia no proviene de lo que hacen ni de lo que hablan o escriben, sino de una realidad más honda. Se encuentran retirados en los monasterios o escondidos en medio de la gente. No destacan por su actividad y, sin embargo, irradian energía interior allí donde están.
No viven de las apariencias. Su vida nace de lo más hondo de su ser. Viven en armonía consigo mismos, atentos a hacer coincidir su existencia con la llamada del Espíritu que los habita. Sin que ellos mismos se den cuenta, son sobre la tierra reflejo del Misterio de Dios.
Tienen defectos y limitaciones. No están inmunizados contra el pecado. Pero no se dejan absorber por los problemas y conflictos de la vida. Vuelven una y otra vez al fondo de su ser. Se esfuerzan por vivir en presencia de Dios. Él es el centro y la fuente que unifica sus deseos, palabras y decisiones.
Basta ponerse en contacto con ellos para tomar conciencia de la dispersión y agitación que hay dentro de nosotros. Junto a ellos es fácil percibir la falta de unidad interior, el vacío y la superficialidad de nuestras vidas. Ellos nos hacen intuir dimensiones que desconocemos.
Estos hombres y mujeres abiertos al Espíritu son fuente de luz y de vida. Su influencia es oculta y misteriosa. Establecen con los demás una relación que nace de Dios. Viven en comunión con personas a las que jamás han visto. Aman con ternura y compasión a gentes que no conocen. Dios les hace vivir en unión profunda con la creación entera.
En medio de una sociedad materialista y superficial que tanto descalifica y maltrata los valores del espíritu, yo quiero, en esta fiesta de Pentecostés, hacer memoria y elogio de estas personas «espirituales». Ellos nos recuerdan el anhelo más grande del corazón humano y la Fuente última donde se apaga toda sed.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
31 de mayo de 1998
Jn 20,19-23

EL ARTE DE ESTAR SOLO

Recibid el Espíritu Santo.

Todo es prisa y aglomeración en la vida moderna. Vivimos un ritmo tan apretado que apenas queda hueco para estar solo. Y, sin embargo, son cada vez más los que sienten el peso de la soledad. Por otra parte, la soledad es una experiencia compleja. Hay una soledad mala que empobrece y destruye al individuo. Y hay también una soledad enriquecedora que ayuda a crecer. Por eso hay personas que sufren la soledad mientras otras la buscan.
Según los expertos, las situaciones pueden ser diversas. Hay personas que «están solas y se encuentran solas». Sienten la falta de compañía. No tienen con quien desahogarse. No conocen la experiencia de la comunicación confiada con alguien que las escuche y comprenda. Es fácil entonces la tristeza, el pesimismo o la depresión.
Hay también personas que «están acompañadas, pero se encuentran solas» Viven rodeadas de muchas gentes, pero se sienten terriblemente solas. No aciertan a comunicarse. Han perdido la fe en los demás. Viven enclaustradas en sí mismas. Esta soledad mata la alegría de vivir.
Hay, sin embargo, personas que «están solas, pero no se encuentran solas». No hemos de pensar en los «solitarios» por excelencia, que buscan el «desierto» para vivir su propia experiencia. Hay quienes necesitan momentos de soledad para encontrarse consigo mismos y sentirse en contacto más profundo con el mundo que los rodea. Esta soledad enriquece a la persona.
Por eso, para liberarse de una soledad dañosa es necesario, sin duda, abrirse a los demás, crear lazos, dejarse enriquecer por los otros. Pero es también importante saber encontrarse consigo mismo, escuchar lo mejor que hay en nosotros, acoger la vida que brota desde dentro.
En ese silencio interior vive el creyente la presencia del Espíritu de Dios. Sin miedos. Con confianza ilimitada. A solas con el que sólo es amor y fuerza para vivir. Amando y sabiéndose amado. Ese tiempo dedicado a silenciar nuestro sistema nervioso y a tomar conciencia de nuestro enraizamiento en Dios, no es tiempo perdido. En ese silencio habitado por el Espíritu, Dios nos trabaja, nuestro yo más profundo se recupera, crece nuestra paz interior, nuestra vida se unifica. De esa experiencia extrae el creyente las mejores fuerzas para vivir.
En esta fiesta de Pentecostés en que pedimos a Dios el don de su Espíritu, quiero recordar esas «letrillas» con que san Juan de la Cruz describe esa soledad enriquecedora que el Espíritu de Dios nos puede hacer gustar: «Olvido de lo creado; memoria del Creador; atención a lo interior; y estarse amando al amado.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
4 de junio de 1995
Jn 20,19-23

LO ESENCIAL

Recibid el Espíritu Santo.

La Iglesia anda hoy preocupada por muchas cosas. Las gentes abandonan la práctica religiosa. Dios parece interesar cada vez menos. Las comunidades cristianas envejecen. Todo son problemas y dificultades. ¿Qué futuro nos espera? ¿Qué será de la fe en la sociedad de mañana?
Las reacciones son diversas. Hay quienes viven añorando con nostalgia aquellos tiempos en que la religión parecía tener respuesta segura para todo. Bastantes han caído en el pesimismo: es inútil echar remiendos, el cristianismo se desmorona. Otros buscan soluciones drásticas: hay que recuperar las seguridades fundamentales, fortalecer la autoridad, defender la ortodoxia. Sólo una Iglesia disciplinada y fuerte podrá afrontar el futuro.
Pero, ¿dónde está la verdadera fuerza de los creyentes? ¿De dónde puede recibir la Iglesia vigor y aliento nuevo? En las primeras comunidades cristianas se puede observar un hecho esencial: los creyentes viven de una experiencia que ellos llaman «el Espíritu» y que no es otra cosa que la comunicación interior del mismo Dios. El es el «dador de vida». El principio vital. Sin el Espíritu, Dios se ausenta, Cristo queda lejos como un personaje del pasado, el evangelio se convierte en letra muerta, la Iglesia en pura organización. Sin el Espíritu, la esperanza es reemplazada por la charlatanería, la misión evangelizadora se reduce a propaganda, la liturgia se congela, la audacia de la fe desaparece.
Sin el Espíritu, las puertas de la Iglesia se cierran, el horizonte del cristianismo se empequeñece, la comunión se resquebraja, el pueblo y la jerarquía se separan. Sin el Espíritu, la catequesis se hace adoctrinamiento, se produce un divorcio entre teología y espiritualidad, la vida cristiana se degrada en «moral de esclavos». Sin el Espíritu, la libertad se asfixia, surge la apatía o el fanatismo, la vida se apaga.
El mayor pecado de la Iglesia actual es la «mediocridad espiritual». Nuestro mayor problema pastoral, el olvido del Espíritu. El pretender sustituir con la organización, el trabajo, la autoridad o la estrategia lo que sólo puede nacer de la fuerza del Espíritu. No basta reconocerlo. Es necesario reaccionar y abrirnos a su acción.
Lo esencial hoy es hacer sitio al Espíritu. Sin Pentecostés no hay Iglesia. Sin Espíritu no hay evangelización. Sin la irrupción de Dios en nuestras vidas, no se crea nada nuevo, nada verdadero. Si no se deja recrear y reavivar por el Espíritu Santo de Dios, la Iglesia no podrá aportar nada esencial al anhelo del hombre de nuestros días.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
7 de junio de 1992
Jn 20,19-23

UNA VIDA DIFERENTE

Recibid el Espíritu Santo.

La vida lleva hoy a muchos hombres y mujeres a vivir volcados hacia lo exterior, los ruidos, las prisas y la agitación. Al hombre de hoy le cuesta adentrarse en su propia interioridad. Tiene miedo a encontrarse consigo mismo, con su propio vacío interior o su mediocridad.
Por otra parte, se han producido cambios tan profundos durante estos años que la fe de muchos se ha visto gravemente sacudida. Son bastantes los que ya no aciertan a rezar. No sienten nada por dentro. Dios se les ha quedado como algo muy lejano e irreal, alguien con quien ya no saben encontrarse.
¿Qué puede significar entonces hablar de Pentecostés o del Espíritu Santo? ¿Puede, acaso, el Espíritu de Dios liberarnos de esa tentación de vivir siempre huyendo de nosotros mismos? ¿Puede despertar de nuevo en nosotros la fe en Dios? Y, sobre todo, ¿puede uno abrirse hoy a la acción del Espíritu?
Tal vez, lo primero es confiar en Dios que nos comprende y acoge tal como somos, con nuestra mediocridad y falta de fe. Dios no ha cambiado, por mucho que hayamos cambiado nosotros. Dios sigue ahí mirando nuestra vida con amor.
Después, necesitamos probablemente pararnos y, simplemente, estar. Detenernos por un momento para aceptarnos a nosotros mismos con paz y amor, y escuchar los deseos y la necesidad que hay en nosotros de una vida diferente y más abierta a Dios.
Es fácil que nos encontremos llenos de miedos, preocupaciones o confusión. Tal vez, necesitamos purificar nuestra mirada interior. Despertar en nosotros el deseo de la verdad y la transparencia ante Dios. Liberarnos de aquello que nos enturbia por dentro y clarificar qué es lo que deseamos en este momento de nuestra vida.
Es fácil también que la falta de amor sea la fuente más importante de nuestro malestar. Ese egoísmo que nos penetra por todas partes, nos encierra en nosotros mismos y nos impide ser más sensibles a los sufrimientos, necesidades y problemas, incluso de aquellos a los que decimos querer más. ¿No necesitamos en el fondo vivir de manera más generosa y desinteresada? ¿No habría más paz y alegría en nuestra vida?
No olvidemos que el Espíritu Santo es «dador de vida». Siempre que nos abrirnos a su acción, aunque sea de manera pobre e incierta, él nos hace gustar los frutos de una vida más sana y acertada: «amor alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí» (Ga 5, 22-23).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
14 de mayo de 1989
Jn 20,19-23

EL ESPIRITU ES DE TODOS

Recibid el Espíritu Santo.

Nuestra vida está hecha de múltiples experiencias. Gozos y sinsabores, logros y fracasos, luces y sombras van entretejiendo nuestro vivir diario llenándonos de vida o agobiando nuestro corazón.
Pero los hombres no somos capaces de percibir todo lo que hay en nosotros mismos. Lo que captamos con nuestra conciencia es sólo una pequeña isla en el mar mucho más amplio y profundo de nuestra vida. A veces, se nos escapa, incluso, lo más fundamental.
En su precioso libro “Experiencia espiritual”, K. Rahner nos ha recordado con vigor esa “experiencia” radicalmente diferente que se da siempre en nosotros, aunque pase muchas veces desapercibida: la presencia viva del Espíritu de Dios que trabaja desde dentro nuestro ser.
Una experiencia que queda, casi siempre, como encubierta por otras muchas que ocupan nuestro tiempo y nuestra atención. Una presencia que queda como reprimida y oculta bajo otras impresiones y preocupaciones que se apoderan de nuestro corazón.
A los hombres nos parece que lo grande y gratuito tiene que ser siempre algo poco frecuente, pero, cuando se trata de Dios, no es así.
Ha habido en ciertos sectores del cristianismo una tendencia a considerar esa presencia viva del Espíritu como algo reservado más bien a personas elegidas y selectas. Una experiencia propia de creyentes privilegiados, separados de la gran masa.
K. Rahner nos ha recordado que el Espíritu de Dios está siempre vivo en el corazón del ser humano pues el Espíritu es sencillamente la comunicación del mismo Dios en lo más íntimo de nuestra existencia.
Ese Espíritu de Dios se comunica y regala, incluso, allí donde aparentemente no pasa nada. Allí donde se acepta la vida y se cumple con sencillez la obligación pesada de cada día.
El Espíritu de Dios sigue trabajando silenciosamente en el corazón de la gente normal y sencilla, contra el orgullo y las pretensiones de quienes se sienten en posesión del Espíritu.
La fiesta de Pentecostés es una invitación a buscar esa presencia del Espíritu de Dios en todos nosotros, no para presentarla como un trofeo que poseemos frente a otros que no han sido elegidos, sino para acoger a ese Dios que está en la fuente de toda vida, por muy pequeña y pobre que nos pueda parecer a nosotros.
El Espíritu de Dios es de todos, porque el Amor inmenso de Dios no puede olvidar ninguna lágrima, ningún gemido ni anhelo que nace del corazón del hombre.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
18 de mayo de 1986
Jn 20,19-23

ALIENTO NUEVO

Exhaló su aliento sobre ellos.

Vivimos en una sociedad donde quizás lo más significativo sea su carácter paradójico y hasta contradictorio.
Hemos aprendido a prolongar la vida con toda clase de técnicas, pero no acertamos luego a darle un contenido y un sentido satisfactorio.
Hemos logrado elevar el nivel de bienestar pero son cada día más los que experimentan una sensación difusa de vacío y malestar.
Se han multiplicado nuestras relaciones y contactos a través de toda clase de medios de comunicación y, sin embargo, crece la experiencia de aislamiento y soledad de muchas personas. Nuestra sociedad está cada vez más poblada de gentes solitarias que buscan desesperadamente amarse, sin conseguirlo.
Hemos aplicado la racionalidad y la técnica a todos los sectores de la vida, pero crece en el mundo lo irracional, la explotación absurda, la violencia y la destrucción.
Movidos por el ansia de tener, acumulamos cosas y «poseemos» personas, pero experimentamos que no es el camino acertado para alcanzar la plenitud.
El hombre contemporáneo está pidiendo a gritos una vida nueva. La humanidad actual tiene «una cabeza demasiado grande para su alma» (H. Bergson). Necesitamos un aliento nuevo para humanizar nuestro progreso. Un alma nueva capaz de vivificar nuestra existencia.
Y no se trata de pensar en una revolución socio-política ni de derechas ni de izquierdas. Lo que necesitamos es una transformación radical de actitud.
Lo ha dicho R. Garaudy en diversas ocasiones: «Una de las condiciones preliminares de la revolución es un cambio radical de la conciencia. El problema central para mí es el saber cómo se puede obtener este cambio radical de los hombres antes del cambio revolucionario de las instituciones de base social y política».
Los creyentes no nos sentimos huérfanos ante tal empresa. Creemos en el Espíritu como proximidad personal de Dios a los hombres y como fuerza, energía, luz y poder de gracia para orientar nuestra historia hacia adelante, hacia su consumación final.
Lo que necesitamos es acrecentar nuestra sensibilidad ante el Espíritu y acoger responsablemente la acción de Dios que, desde el fondo de la vida y lo mejor de nuestro ser, nos llama a caminar desde la hostilidad a la hospitalidad, desde el aislamiento egoísta hacia la fraternidad, del acumular para tener a la plenitud de ser.
Como dijo Juan Pablo II en Hiroshima, la vida de este planeta depende de «un único factor: la humanidad debe hacer una verdadera revolución moral».
Pero esta revolución no se hará si no escuchamos con cuidado y amor la acción profunda del Espíritu de Dios en Nosotros. «Lo que sucede en la profundidad de nuestro ser es digno de todo nuestro amor» (R.M. Rilke).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
22 de mayo de 1983
Jn 20,19-23

HABLAR LENGUAS DIFERENTES

Recibid el Espíritu Santo.

La palabra es, sin duda, uno de los rasgos más maravillosos que caracterizan al hombre. Los animales y las plantas no hablan.
Hablar es poder expresarnos y descubrir nuestra propia verdad. Poder comunicarnos con el otro, salir de nosotros mismos y encontrarnos con los demás. La palabra cuando es auténtica es diálogo, encuentro y comunión interpersonal.
Pero, la palabra y el lenguaje de los hombres pueden ser falseados y perder toda su profunda verdad. No es un «mito ingenuo» el episodio de Babel en el que la tradición bíblica supo plasmar tan vigorosamente la tragedia de los hombres condenados, al parecer, a no entenderse.
Cuántas veces los hombres se ven obligados a abandonar su empresa y renunciar a la construcción de una ciudad nueva, separados y divididos por su incapacidad de hablar un mismo lenguaje.
La incomunicación, la ruptura del diálogo, el mutuo rechazo y la incomprensión recíproca, no conduce nunca a construir y levantar nada verdaderamente humano.
Y uno se pregunta qué «nueva ciudad» se puede levantar entre nosotros si no logramos escucharnos los unos a los otros. Partidos que no se esfuerzan por comprender la postura y las razones en las que se funda el adversario. Líderes políticos preocupados de imponernos sus programas sin detenerse nunca a valorar respetuosamente lo que de positivo y justo se puede encontrar en sus oponentes. Masas de hombres y mujeres que gritan violentamente sus consignas con la única finalidad de tapar la del contrario.
¿ Qué se puede construir cuando la voz de las metralletas sustituye al diálogo de los hombres, y cuando las amenazas y la violencia están logrando ya que las personas no se atrevan a manifestar sus propias convicciones?
Necesitamos un Espíritu nuevo que nos enseñe a dialogar como hermanos. Un Espíritu que nos ayude a entender el lenguaje del adversario. El Espíritu que nos descubra que todos somos hermanos y tolos podemos gritar a Dios: «Padre».
El Espíritu que nos libere de la amenaza de convertir nuestro pueblo en una nueva Babel, incapaz de construir un futuro de fraternidad. El Espíritu que nos libere del radicalismo, la intransigencia, el sectarismo que nos alejan cada vez más de toda colaboración eficaz.
¡Ojalá escuchemos entre nosotros aquellas palabras de Pablo a las primeras comunidades cristianas: «No apaguéis el Espíritu»! No apaguéis vuestra fe en el Padre de todos. No apaguéis vuestra esperanza en una sociedad más fraterna.

José Antonio Pagola

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