lunes, 22 de octubre de 2012

28/10/2012 - 30º domingo Tiempo ordinario (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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28 de octubre de 2012

30º domingo Tiempo ordinario (B)



EVANGELIO

Maestro, haz que pueda ver.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 10, 46b-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Animo, levántate, que te llama».
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: « ¿Qué quieres que haga por ti?». El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
28 de octubre de 2012

CON OJOS NUEVOS

La curación del ciego Bartimeo está narrada por Marcos para urgir a las comunidades cristianas a salir de su ceguera y mediocridad. Solo así seguirán a Jesús por el camino del Evangelio. El relato es de una sorprendente actualidad para la Iglesia de nuestros días.
Bartimeo es "un mendigo ciego sentado al borde del camino". En su vida siempre es de noche. Ha oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro. No puede seguirle. Está junto al camino por el que marcha él, pero está fuera. ¿No es esta nuestra situación? ¿Cristianos ciegos, sentados junto al camino, incapaces de seguir a Jesús?
Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se encamina la Iglesia. No sabemos siquiera qué futuro queremos para ella. Instalados en una religión que no logra convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera. ¿Qué podemos hacer?
A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que en Jesús está su salvación: "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí". Este grito repetido con fe va a desencadenar su curación.
Hoy se oyen en la Iglesia quejas y lamentos, críticas, protestas y mutuas descalificaciones. No se escucha la oración humilde y confiada del ciego. Se nos ha olvidado que solo Jesús puede salvar a esta Iglesia. No percibimos su presencia cercana. Solo creemos en nosotros.
El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús que le llega a través de sus enviados: "Ánimo, levántate, que te llama". Este es el clima que necesitamos crear en la Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar. No seguir instalados en una religión convencional. Volver a Jesús que nos está llamando. Este es el primer objetivo pastoral.
El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le impide levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y se acerca a Jesús. De su corazón solo brota una petición: "Maestro, que pueda ver". Si sus ojos se abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego recobró la vista y "le seguía por el camino".
Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El salto cualitativo que puede cambiar a la Iglesia. Si cambia nuestro modo de mirar a Jesús, si leemos su Evangelio con ojos nuevos, si captamos la originalidad de su mensaje y nos apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir siguiéndole de cerca.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
25 de octubre de 2009

CURARNOS DE LA CEGUERA

Maestro, que pueda ver.

¿Qué podemos hacer cuando la fe se va apagando en nuestro corazón? ¿Es posible reaccionar? ¿Podemos salir de la indiferencia? Marcos narra la curación del ciego Bartimeo para animar a sus lectores a vivir un proceso que pueda cambiar sus vidas.
No es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces como «ciegos», sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. «Sentados», instalados en una religión convencional, sin fuerza para seguir sus pasos. Descaminados, «al borde del camino» que lleva Jesús, sin tenerle como guía de nuestras comunidades cristianas.
¿Qué podemos hacer? A pesar de su ceguera, Bartimeo «se entera» de que, por su vida, está pasando Jesús. No puede dejar escapar la ocasión  y comienza a gritar una y otra vez: «ten compasión de mí». Esto es siempre lo primero: abrirse a cualquier llamada o experiencia que nos invita a curar nuestra vida.
El ciego no sabe recitar  oraciones hechas por otros. Sólo sabe gritar y pedir compasión porque se siente mal. Este grito humilde y sincero, repetido desde el fondo del corazón, puede ser para nosotros el comienzo de una vida nueva. Jesús no pasará de largo.
El ciego sigue en el suelo, lejos de Jesús, pero escucha atentamente lo que le dicen sus enviados: « ¡Ánimo! Levántate. Te está llamando». Primero, se deja animar abriendo un pequeño resquicio a la esperanza. Luego, escucha la llamada a levantarse y reaccionar. Por último, ya no se siente solo: Jesús lo está llamando. Esto lo cambia todo.
Bartimeo da  tres pasos que van a cambiar su vida. «Arroja el manto» porque le estorba para encontrarse con Jesús. Luego, aunque todavía se mueve entre tinieblas, «da un salto» decidido. De esta manera «se acerca» a Jesús. Es lo que necesitamos muchos de nosotros: liberarnos de ataduras que ahogan nuestra fe; tomar, por fin, una decisión sin dejarla para más tarde; y ponernos ante Jesús con confianza sencilla y nueva.
Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, el ciego no duda. Sabe muy bien lo que necesita: «Maestro, que pueda ver». Es lo más importante. Cuando uno comienza a ver las cosas de manera nueva, su vida se transforma. Cuando una comunidad recibe luz de Jesús, se convierte.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
29 de octubre de 2006

UN GRITO MOLESTO

Muchos le regañaban para que se callara.

Jesús sale de Jericó camino de Jerusalén. Va acompañado de sus discípulos y más gente. De pronto se escuchan unos gritos. Es un mendigo ciego que, desde el borde del camino, se dirige a Jesús: «Hijo de David, ten compasión de mí».
Su ceguera le impide disfrutar de la vida como los demás. El nunca podrá peregrinar hasta Jerusalén. Además, le cerrarían las puertas del templo: los ciegos no podían entrar en el recinto sagrado. Excluido de la vida, marginado por la gente, «abandonado» por los representantes de Dios, sólo le queda pedir compasión a Jesús.
Los discípulos y seguidores se irritan. Aquellos gritos interrumpen su marcha tranquila hacia Jerusalén. No pueden escuchar con paz las palabras de Jesús. Aquel pobre molesta. Hay que acallar sus voces: Por eso, «muchos le regañaban para que se callara».
La reacción de Jesús es muy diferente. No puede seguir su camino, ignorando el sufrimiento de aquel hombre. «Se detiene», hace que todo el grupo se pare y les pide que llamen al ciego. Sus seguidores no pueden caminar tras él, sin escuchar las llamadas de los que sufren.
La razón es sencilla. Lo dice Jesús de mil maneras en parábolas, exhortaciones y dichos sueltos: el centro de la mirada y del corazón de Dios son los que sufren. Por eso él los acoge y se vuelca en ellos de manera preferente. Su vida es, antes que nada, para los maltratados por la vida o por las injusticias: los condenados a vivir sin esperanza.
Nos molestan los gritos de los que viven mal. Nos puede irritar encontramos continuamente en las páginas del evangelio con la llamada persistente de Jesús. Pero no nos está permitido «tachar» su mensaje. No hay cristianismo de Jesús sin escuchar a los que sufren.
Están en nuestro camino. Los podemos encontrar en cualquier momento. Muy cerca de nosotros o más lejos. Piden ayuda y compasión. La única postura cristiana es la de Jesús ante el ciego: « ¿Qué quieres que haga por ti?».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
26 de octubre de 2003

SENTIRSE DE NUEVO VIVOS

Dio un salto y se acercó a Jesús.

Tener vida no significa necesariamente vivir. Para vivir es necesario amar la vida, liberarse día a día de la apatía, no hundirse en el sinsentido, no dejarse arrastrar por fuerzas negativas y destructoras.
Los hombres somos seres inacabados, llamados a renovarnos y crecer constantemente. Por eso, nuestra vida comienza a echarse a perder en el momento en que nos detenemos pensando que todo ha terminado para nosotros. Hace unos años, el filósofo Roger Garaudy escribía que lo más terrible que le puede suceder a un hombre es «sentirse acabado».
La civilización moderna nos abruma hoy con toda clase de recetas y técnicas para vivir mejor, estar siempre en forma y lograr un bienestar más seguro. Pero todos sabemos por experiencia que la vida no es algo que nos viene desde fuera. Cada uno hemos de descubrirla y alimentarla en lo más hondo de nosotros mismos.
Tal vez, lo primero es cuidar en nosotros el deseo de vivir. Es una equivocación pensar que todo se ha acabado y es inútil seguir luchando. Para cada uno de nosotros, la vida sólo termina en el momento en que decidimos dejar de vivir.
Otra equivocación es replegarse sobre uno mismo y encerrarse en los propios problemas. Sólo vive intensamente el que sabe interesarse por la vida de los demás. Quien se parapeta detrás de su egoísmo y permanece indiferente ante todo lo que no sean sus cosas, corre el riesgo de matar la vida. El amor renueva a las personas, el egoísmo las seca.
Es también importante «vivir hasta el fondo», no quedarnos en la corteza, reafirmar nuestras convicciones más profundas. Hay momentos en que, para sentimos de nuevo vivos, es necesario despertar nuestra fe en Dios, descubrir de nuevo nuestra alma, recuperar la oración.
El evangelista Marcos, al relatarnos la sanación de Bartimeo, lo describe con tres rasgos que caracterizan bien al «hombre acabado». Bartimeo es un hombre «ciego» al que le falta luz y orientación. Está «sentado», incapaz ya de dar más pasos. Se encuentra «al borde del camino», descaminado, sin una trayectoria en la vida.
El relato nos dirá que dentro de este hombre hay todavía una fe que le hace reaccionar. Bartimeo percibe que Cristo no está lejos y entonces pide a gritos su ayuda. Escucha su llamada, se pone en sus manos y le invoca confiado «Señor que vea».
A nadie se le puede convencer desde fuera para que crea. Para descubrir la verdad de la religión, cada uno tiene que experimentar que Cristo hace bien y que la fe ayuda a vivir de una manera más gozosa, más intensa y más joven. Dichosos los que creen, no porque un día fueron bautizados, sino porque han descubierto por experiencia que la fe hace vivir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
29 de octubre de 2000

RELIGIÓN BARATA

Le seguía por el camino.

Aunque se habla mucho de crisis de fe, lo que tal vez caracteriza al momento religioso actual es la irresponsabilidad, la ignorancia y, sobre todo, la mediocridad generalizada. Inmersos en una cultura que tiende a banalizarlo todo, corremos el riesgo de empobrecer también la relación con Dios diluyendo el verdadero vigor de la fe religiosa.
Las estadísticas dicen que la inmensa mayoría cree en Dios, pero no hay que engañarse. Unos confiesan a un «Dios soberano»; otros piensan que «algo tiene que haber»; algunos creen en «el destino»; otros hablan de la «Energía cósmica»; no faltan quienes se confían al «poder de los astros». No todo es igual y, sobre todo, no cualquier fe hace al hombre más humano.
Por otra parte, no son pocos los que se sienten cristianos porque han sido bautizados. Nunca han tomado una decisión personal ni se han puesto sinceramente ante Dios. Fueron otros los que, en su momento, lo decidieron todo. Ellos «siguen» por inercia en la religión en que han nacido. Pero, naturalmente, el hecho de nacer en la Iglesia no le hace a nadie automáticamente cristiano.
Y, ¿qué sucede dentro de la Iglesia? Dietrich Bonhöfer habló de la «gracia barata» como el enemigo más insidioso del cristianismo. Y «gracia barata» es la religión rebajada de exigencias, el Evangelio reajustado a nuestro estilo de vida, el anuncio del perdón sin arrepentimiento, la celebración repetida de la misa sin transformación, la recitación del credo sin fe.
Religión barata es reducir el cristianismo a observar, cumplir, no hacer nada malo (ni tampoco bueno). Huir de diferentes maneras de la responsabilidad ante Dios, ante los demás y, en definitiva, ante uno mismo. Cuidar los diversos aspectos de la vida permaneciendo en lo religioso en un infantilismo perpetuo. Seguir «cumpliendo» sin sospechar siquiera lo que podría ser una fe viva y estimulante.
La figura del ciego de Jericó, «sentado al borde del camino», evoca, en el relato de Marcos, la situación de los discípulos que, privados de la luz de una fe viva, no aciertan a seguir los pasos de Cristo y se quedan fuera del camino. Según el evangelista sólo se sale de ese estado reaccionando ante Cristo y gritando: «Maestro, que vea». No saldremos de la rutina y mediocridad de una religión barata mientras no abramos nuestros ojos ciegos y veamos que seguir a Cristo es otra cosa diferente.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
26 de octubre de 1997

AL BORDE DEL CAMINO

Le seguía por el camino.

En sus comienzos, al cristianismo se le conocía como «el camino» (Hechos 18, 25-26). Más que entrar en una nueva religión, «hacerse cristiano» era encontrar el camino acertado de la vida, siguiendo las huellas de Jesús. Basta estudiar de cerca la vida de las primeras comunidades cristianas para comprobar que «ser cristiano» significa para ellos «seguir» a Cristo. Esto es lo fundamental, lo insustituible.
Hoy las cosas han cambiado. El cristianismo ha conocido durante estos veinte siglos un desarrollo doctrinal muy importante y ha generado una liturgia y un culto propios muy elaborados. Hace ya mucho tiempo que el cristianismo es considerado como una religión entre otras. Por eso, no es extraño encontrarse hoy con personas que se sienten cristianas, sencillamente porque están bautizadas, aceptan más o menos la doctrina oficial de la Iglesia y cumplen sus deberes religiosos, aunque nunca se hayan planteado la vida como un seguimiento de Jesucristo. Este hecho hoy bastante generalizado hubiera sido inimaginable en los primeros tiempos del cristianismo.
Hemos olvidado que ser cristiano es «seguir» a Jesucristo, moverse, dar pasos, caminar, construir la propia vida siguiendo las huellas del Maestro. Nuestro cristianismo se queda con frecuencia en una fe teórica e inoperante o en una práctica religiosa estéril. Nos hemos hecho nuestra idea del cristianismo —algunos lo defienden hasta con fanatismo frente a otras posturas posibles—, pero esa fe no transforma nuestra vida, pues no es seguimiento de Cristo.
Después de veinte siglos de cristianismo, la contradicción mayor de los cristianos es pretender serlo sin seguir a Jesucristo. Se acepta la religión cristiana (como se podría aceptar otra), pues da seguridad y tranquilidad ante «lo desconocido», pero no se entra en la dinámica del seguimiento fiel a Cristo. Se conoce, aunque sólo sea de manera elemental, el mensaje y la actuación de Jesús; su figura atrae, pero —ya se sabe—, todo hay que tomarlo con «prudencia y sano realismo».
Estamos ciegos y no vemos dónde está lo esencial de la fe cristiana. El episodio de la curación del ciego de Jericó es una invitación a salir de nuestra ceguera. Al comienzo del relato, aquel hombre «está sentado al borde del camino». Es un hombre ciego y desorientado, fuera del camino, sin capacidad de seguir a Jesús. Curado de su ceguera por Jesús, el ciego no sólo recobra la luz, sino que se convierte en un verdadero «seguidor» de su Maestro, pues, desde aquel día, «le seguía por el camino» (Marcos 10, 52). Es la curación que necesitamos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
23 de octubre de 1994

EXPERIENCIA PERSONAL

¡Señor que vea!

No todo el mundo cree de la misma forma. Hay muchas maneras de plantearse la cuestión de la fe. Por eso, tal vez, lo primero es tratar de saber dónde está cada uno.
«No sé si creo o no. Yo tuve una infancia religiosa. Iba a misa, me confesaba... Pero he cambiado tanto por dentro.» Es una sensación bastante corriente hoy. Pero, ¿no habrá algún medio para hacer un poco más de luz? ¿No será importante saber en qué cree uno ahora que es persona adulta?
«Yo pienso que creo, pero hace tiempo que no me preocupo de eso. Además, cada vez que pienso en serio en «cosas de religión», «me entran más dudas». Pero, ¿se trata de «pensar en cosas de religión» o de dar un sentido último y esperanzado a la vida? ¿No será posible confiar en Dios, aunque uno no acierte a integrar determinados aspectos de una doctrina religiosa?
«Yo veo que unos tienen fe y otros no. Es cuestión de manera de ser. A unos les va la religión y a otros no. Y la verdad es que yo me siento poco religioso.» Pero, ¿se trata solo de una cuestión temperamental? ¿No habremos de buscar cada uno cuál es la forma más humana de vivir?
«En el fondo yo me siento creyente. Pero, a veces, mis hijos me hacen preguntas sobre la otra vida o sobre la creación, y la verdad es que no sé cómo responderles.» Es cierto que los niños plantean, con frecuencia, las cuestiones más fundamentales de la existencia. Lo extraño no es que no sepamos responderles, sino que los adultos ya no nos hagamos esas preguntas. Pero, ¿es bueno vivir sin preguntarse?
«Yo hace mucho que he abandonado la fe. Tampoco sé si he hecho bien. No me siento ni mejor ni peor. Mi vida apenas ha cambiado.» Es una experiencia fácil de explicar. Cuando la fe no ocupa un lugar vital, su abandono no crea ningún vacío especial.
«A mí todo lo que huele a religión me irrita. Me parece falso e hipócrita. ¿Por qué hay que hacer cosas tan raras como ir a misa o rezar el rosario?» Sin duda, lo primero es vivir en verdad y ser sincero con uno mismo. Pero, precisamente por eso, ¿no es demasiado simple reducir la cuestión de la fe a una práctica hipócrita de cosas raras?
En casi todos estos planteamientos hay algo en común. Se habla de fe o de religión, pero como «desde fuera». Falta ahí una experiencia viva de Dios. Y lo cierto es que no pocos están abandonando hoy la fe, sin haberla experimentado como fuente de vida, de sentido y de alegría.
En el relato del ciego de Jericó, el evangelista Marcos pone en boca de aquel mendigo dos gritos que muy bien podrían ser la doble invocación del hombre o la mujer que busca reavivar su fe: «Señor ten piedad de mí», entiende mis dudas y mi vacilación, perdona mi poca fe; «Señor, que vea», que no se apague en mí tu luz.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
27 de octubre de 1991

SENTIRSE DE NUEVO VIVOS

Dio un salto y se acercó a Jesús.

Tener vida no significa necesariamente vivir. Para vivir es necesario amar la vida, liberarse día a día de la apatía, no hundirse en el sinsentido, no dejarse arrastrar por fuerzas negativas y destructoras.
Los hombres somos seres inacabados, llamados a renovarnos y crecer constantemente. Por eso, nuestra vida comienza a echarse a perder en el momento en que nos detenemos pensando que todo ha terminado para nosotros. Hace unos años, el filósofo Roger Garaudy escribía que lo más terrible que le puede suceder a un hombre es “sentirse acabado”.
La civilización moderna nos abruma hoy con toda clase de recetas y técnicas para vivir mejor, estar siempre en forma y lograr un bienestar más seguro. Pero todos sabemos por experiencia que la vida no es algo que nos viene desde fuera. Cada uno hemos de descubrirla y alimentarla en lo más hondo de nosotros mismos.
Tal vez, lo primero es cuidar dentro de nosotros el deseo de vivir. Es una equivocación pensar que todo se ha acabado y es inútil seguir luchando. Para cada uno de nosotros, la vida sólo termina en el momento en que decidimos dejar de vivir.
Otra equivocación es replegarse sobre uno mismo y encerrarse en los propios problemas. Sólo vive intensamente el que sabe interesarse por la vida de los demás. Quien se parapeta detrás de su egoísmo y permanece indiferente ante todo lo que no sean sus cosas, corre el riesgo de matar la vida. El amor renueva a las personas, el egoísmo las seca. Quien sabe acercarse a los demás para escuchar lo que viven y compartir con ellos su propia experiencia, recupera de nuevo la vida.
Es también importante “vivir hasta el fondo”, no quedarnos en la corteza, reafirmar nuestras convicciones más profundas. Hay momentos en que, para sentirnos de nuevo vivos, es necesario despertar nuestra fe en Dios, descubrir de nuevo nuestra alma, recuperar la oración.
El evangelista Marcos, al relatarnos la sanación de Bartimeo, lo describe con tres rasgos que caracterizan bien al “hombre acabado”. Bartimeo es un hombre “ciego” al que le falta luz y orientación. Está “sentado”, incapaz ya de dar más pasos. Se encuentra “al borde del camino”, descaminado, sin una trayectoria en la vida.
El relato nos dirá que dentro de este hombre hay todavía una fe que le hace reaccionar. Bartimeo percibe que Cristo no está lejos y entonces pide a gritos su ayuda. Escucha su llamada, se pone en sus manos y le invoca confiado “Señor, que vea”.
A nadie se le puede convencer desde fuera para que crea. Para descubrir la verdad de la religión, cada uno tiene que experimentar que Cristo hace bien y que la fe ayuda a vivir de una manera más gozosa, más intensa y más joven. Dichosos los que creen, no porque un día fueron bautizados, sino porque han descubierto por experiencia que la fe hace vivir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
23 de octubre de 1988

¿POR QUE NO CAMBIAMOS?

Maestro, que pueda ver.

Probablemente, todos conocemos a personas que, en un momento determinado, nos han sorprendido cambiando radicalmente su estilo de vida y orientándose por caminos de mayor autenticidad.
Pero todos sabemos que no es lo habitual. Por lo general cambiamos poco. Somos los mismos a través de las distintas etapas de nuestra vida, con los mismos errores y defectos, con los mismos egoísmos y mezquindades de siempre.
Los que nos decimos cristianos nos podríamos preguntar con sinceridad: ¿Nos transforma realmente la fe? ¿Nos va haciendo cambiar a lo largo de la vida? ¿Van cambiando en algo nuestros criterios, convicciones y modo de actuar?
Tal vez hemos de reconocer que, si no fuera por unas “prácticas religiosas» que seguimos observando, no sería fácil identificamos y distinguimos de otras personas ajenas a la fe cristiana.
Aunque son diversos los factores que nos pueden impedir cambiar y mejorar nuestra vida, es fácil señalar algunos de especial importancia.
Por lo general, no creemos lo suficiente en nuestra propia transformación. El paso de los años nos puede hacer cada vez más escépticos. Nos conocemos ya demasiado para creer que realmente nuestra vida pueda cambiar.
Es nuestra primera equivocación. No ser conscientes de todas las posibilidades que se encierran en nosotros. Descansar diciendo «yo soy así”, «es mi temperamento», “no tengo fuerza de voluntad”, para no reaccionar nunca a las llamadas que se nos hacen desde la vida.
Otras veces, si cambiamos poco es porque realmente no deseamos cambiar. Nos contentamos con recomponer algunos aspectos de nuestro vivir diario para evitarnos mayores complicaciones y molestias, pero no nos atrevemos a plantearnos un cambio más profundo. Nos da miedo pensar en las consecuencias que se seguirían de tomar más en serio la vida y el evangelio.
Por otra parte, ¿cuándo puede uno tomarse un tiempo para pensar en estas cosas? ¿Cómo detenerse algún momento para encontrarse consigo mismo y con Dios, cuando hay tanto que hacer cada día? Entonces dedicamos tiempo a todo menos a aquello que es más importante.
Otras veces, no nos atrevemos a llamar por su nombre a las cosas para hacernos las preguntas que están ya dentro de nosotros: ¿Por qué se está abriendo ese abismo entre mi esposa y yo? ¿Soy yo el que siempre tiene razón, como lo aseguro? ¿No me estoy organizando la vida de una manera cada vez más individualista y superficial? ¿Por qué me he alejado en realidad de la misa dominical y de todo lo religioso?...
La actitud de aquel ciego sentado junto al camino, que un día se transforma recobrando la vista y convirtiéndose en seguidor de Jesús es un ejemplo para todos.
El ciego es capaz de reaccionar. Grita a Jesús pidiendo compasión. Escucha a quienes le llaman en su nombre. Da un salto para colocarse ante él. Pide ardientemente ver. El hombre que actúa así, se transforma.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
27 de octubre de 1985

EL SECRETO PARA CREER

Maestro, que pueda ver.

Con frecuencia he tenido la impresión de que el ateísmo que confiesan con tanta facilidad muchos hombres y mujeres de hoy encierra algo equívoco y artificial. Muchos no saben exactamente lo que quieren decir cuando proclaman: «No creo en Dios».
A lo largo de estos años, somos muchos los que hemos sometido a una crítica seria nuestra fe y nuestra vivencia religiosa. Pero no todos hemos seguido los mismos caminos.
Algunos, después de una crítica despiadada de casi todo lo religioso, han arrojado por la borda como algo inútil un fantasma de Dios que se habían formado desde niños. Hoy son hombres y mujeres vacíos de fe, empobrecidos por la falta de misterio.
Otros han ido buscando, muchas veces con dolor, el verdadero rostro de Dios. No se han contentado con destruir imágenes falsas de la divinidad. Sencillamente han buscado su presencia, le han buscado a Él. Hoy, a pesar de todas sus limitaciones y vacilaciones, viven la experiencia nueva de creer en un Dios cercano que los despierta cada mañana a la vida y llena de alegría y de paz su lucha diaria.
Quizás, el verdadero secreto para creer en Dios sea saber decir desde el fondo del corazón, de verdad y con sencillez total, aquella plegaria del ciego de Jericó: «Maestro, que vea». Sólo entonces estamos caminando hacia Dios.
Nuestro verdadero pecado es no abrir los ojos. Dice un proverbio judío que «lo último que ve el pez es el agua». Así somos nosotros. Como peces que no ven el agua en que nadan. Como pájaros que no ven el aire en que vuelan. Nos movemos y vivimos en Dios pero no lo vemos.
Dios es simple y lo hemos hecho complicado. Está cercano a cada uno de nosotros y lo imaginamos en un mundo extraño y lejano. Queremos comprobar su existencia con argumentos y no saboreamos su gracia. Nos alegra saber que Einstein y otros grandes científicos han defendido que existe, pero no sabemos disfrutar de su presencia silenciosa en nuestras vidas.
No se trata de hacer gala de una fe grande y profunda. Lo importante es abrirse con sencillez a la vida y acercarse con confianza al misterio que nos envuelve. Escuchar toda llamada que nos invita a vivir, amar y crear. No vivir tan esclavos de las cosas. Detenernos por fin un día, bajar en silencio a lo más íntimo de nosotros mismos y atrevemos a decir con sinceridad: «Señor, que vea». El hombre o la mujer que, después de haber abandonado tantas prácticas y creencias, se atreve a hacer esta oración en su corazón es ya un verdadero creyente. Querer creer es empezar a creer.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
24 de octubre de 1982

DE NUEVO EN CAMINO

Y lo seguía por el camino.

El relato de Marcos no nos describe solamente la curación de un ciego en las afueras de Jericó. Es además una catequesis elaborada con mano maestra, que nos invita al cambio y nos urge a la conversión.
La situación de Bartimeo está descrita con rasgos muy cuidados. Es un hombre ciego al que le falta luz y orientación. Un hombre sentado, incapaz de caminar tras Jesús. Un hombre al borde del camino, descaminado, fuera del camino que sigue el Maestro de Nazaret.
El relato nos descubrirá, sin embargo, que en este hombre hay todavía una fe capaz de salvarlo y de ponerlo de nuevo en el verdadero camino. «Recobró la vista, y lo seguía por el camino».
Hay casi siempre un momento en la vida en que se hace penoso seguir caminando. Es más fácil instalarse en la comodidad y el conformismo. Asentarse en aquello que nos da seguridad, y cerrar los ojos a todo otro ideal que exija verdadero sacrificio y generosidad.
Pero, entonces, hay algo que muere en nosotros. Ya no vivimos desde nuestro propio impulso creador. Es la moda, la comodidad o el «sistema» el que vive en nosotros. Hemos renunciado a nuestro propio crecimiento.
Cuántos hombres y mujeres se instalan así en la mediocridad, renegando de las aspiraciones más nobles y generosas que surgían en su corazón. No caminan. Su existencia queda paralizada. Viven «junto a lo esencial», ciegos para conocer lo que podría dar una luz nueva a sus vidas.
¿Es posible reaccionar cuando uno se ha asentado tan hondamente en la rutina y la indiferencia? ¿Se puede uno salvar de esta vida «programada» para la comodidad y el bienestar?
Esta es la buena noticia del evangelio. Dentro de cada uno de nosotros hay una fe que nos puede todavía hacer reaccionar y ponernos de nuevo en el camino verdadero.
¿Qué hay que hacer? Gritar a Dios. Concentrar todas las energías que nos quedan para pedir a Dios, desde lo más hondo de nuestro ser, su luz y su gracia renovadora.
Y algo más. No desoír ninguna llamada, por pequeña que sea, que nos invita a transformar en algo nuestra vida.
No tenemos otra vida de recambio. Ahora mismo se nos llama a vivir, a caminar, a crecer. El evangelio tiene fuerza para hacernos vivir una vida más intensa, verdadera y joven. Recordemos las palabras de Bernanos: « ¿Sois capaces de rejuvenecer el mundo, sí o no? El evangelio es siempre joven. Sois vosotros los que estáis viejos».

José Antonio Pagola

HOMILIA

UN GESTO MOLESTO

Jesús sale de Jericó camino de Jerusalén. Va acompañado de sus discípulos y más gente. De pronto se escuchan unos gritos. Es un mendigo ciego que, desde el borde del camino, se dirige a Jesús: «Hijo de David, ten compasión de mí».
Su ceguera le impide disfrutar de la vida como los demás. Él nunca podrá peregrinar hasta Jerusalén. Además, le cerrarían las puertas del templo: los ciegos no podían entrar en el recinto sagrado. Excluido de la vida, marginado por la gente, «abandonado» por los representantes de Dios, sólo le queda pedir compasión a Jesús.
Los discípulos y seguidores se irritan. Aquellos gritos interrumpen su marcha tranquila hacia Jerusalén. No pueden escuchar con paz las palabras de Jesús. Aquel pobre molesta. Hay que acallar sus voces: Por eso, «muchos le regañaban para que se callara».
La reacción de Jesús es muy diferente. No puede seguir su camino, ignorando el sufrimiento de aquel hombre. «Se detiene», hace que todo el grupo se pare y les pide que llamen al ciego. Sus seguidores no pueden caminar tras él, sin escuchar las llamadas de los que sufren.
La razón es sencilla. Lo dice Jesús de mil maneras en parábolas, exhortaciones y dichos sueltos: el centro de la mirada y del corazón de Dios son los que sufren. Por eso él los acoge y se vuelca en ellos de manera preferente. Su vida es, antes que nada, para los maltratados por la vida o por las injusticias: los condenados a vivir sin esperanza.
Nos molestan los gritos de los que viven mal. Nos puede irritar encontrarnos continuamente en las páginas del evangelio con la llamada persistente de Jesús. Pero no nos está permitido «tachar» su mensaje. No hay cristianismo de Jesús sin escuchar a los que sufren.
Están en nuestro camino. Los podemos encontrar en cualquier momento. Muy cerca de nosotros o más lejos. Piden ayuda y compasión. La única postura cristiana es la de Jesús ante el ciego: « ¿Qué quieres que haga por ti?».

José Antonio Pagola

HOMILIA

GRITAR A DIOS

No son agnósticos. Menos aún ateos. En el fondo de su corazón hay fe aunque hoy se encuentre cubierto por capas de indiferencia, olvido y descuido. Nunca han tomado la decisión de alejarse de Dios, pero llevan muchos años sin comunicarse con él.
Algunos desearían reavivar su vida, sentirse de otra manera por dentro, vivir con más luz. Incluso, hay quienes sienten necesidad de despertar de nuevo su fe. No es fácil. No tienen tiempo para dedicarse a estas cosas. Nunca tomarán parte en un grupo de búsqueda. Viven demasiado ocupados.
Hay algo, sin embargo, que todos podemos hacer ahora mismo, sin pensar en compromisos complicados, y es empezar sencillamente a comunicarnos con Dios de manera humilde y sincera. No conozco otro camino más eficaz para reavivar la fe.
No es lo mismo pensar de vez en cuando en la religión, discutir de Dios con los amigos y plantearse si habrá otra vida más allá de la muerte, o pararse unos minutos y decir desde dentro: «Creo en ti, Dios mío, ayúdame a creer».
No es lo mismo vivir agobiado por mil problemas y preocupaciones, sufrir día a día una enfermedad y seguir caminando sólo e incomprendido, o saber decir cada noche antes de acostarse: «Dios mío, yo confío en ti. No me abandones».
No es lo mismo sentirse lleno de vitalidad, disfrutar de buena salud y vivir satisfecho de los propios logros y éxitos, o saber alegrarse desde lo más hondo y decir: «Dios mío, te doy gracias por la vida».
Por otra parte, hay algo que no hemos de olvidar. Es importante cuestionarse la vida, reflexionar y buscar la verdad, pero nada acerca más a Dios que el amor. Decirle a Dios con frecuencia y de corazón «Yo te amo y te busco», nos va dando poco a poco una consciencia nueva de su Persona y de su presencia cariñosa en nuestra vida.
El relato evangélico de Marcos nos habla de un hombre «ciego» que vive sin luz, se encuentra «sentado» sin capacidad de caminar y está «al borde del camino». Su curación comienza cuando, recogiendo toda la fe que hay en su corazón, grita al paso de Jesús: «Ten piedad».

José Antonio Pagola

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