lunes, 15 de octubre de 2012

21/10/2012 - 29º domingo Tiempo ordinario (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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21 de octubre de 2012

29º domingo Tiempo ordinario (B)



EVANGELIO

El hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 10, 35-45

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir». Les preguntó: « ¿Qué queréis que haga por vosotros?». Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?». Contestaron: «Lo somos». Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beberlo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
21 de octubre de 2012

DE ESO NADA

Mientras suben a Jerusalén, Jesús va anunciando a sus discípulos el destino doloroso que le espera en la capital. Los discípulos no le entienden. Andan disputando entre ellos por los primeros puestos. Santiago y Juan, discípulos de primera hora, se acercan a él para pedirle directamente sentarse un día "el uno a su derecha y el otro a su izquierda".
A Jesús se le ve desalentado: "No sabéis lo que pedís". Nadie en el grupo parece entenderle que seguirle a él de cerca colaborando en su proyecto, siempre será un camino, no de poder y grandezas, sino de sacrificio y cruz.
Mientras tanto, al enterarse del atrevimiento de Santiago y Juan, los otros diez se indignan. El grupo está más agitado que nunca. La ambición los está dividiendo. Jesús los reúne a todos para dejar claro su pensamiento.
Antes que nada, les expone lo que sucede en los pueblos del imperio romano. Todos conocen los abusos de Antipas y las familias herodianas en Galilea. Jesús lo resume así: Los que son reconocidos como jefes utilizan su poder para "tiranizar" a los pueblos, y los grandes no hacen sino "oprimir" a sus súbditos. Jesús no puede ser más tajante: "Vosotros, nada de eso".
No quiere ver entre los suyos nada parecido: "El que quiera ser grande, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero, que sea esclavo de todos". En su comunidad no habrá lugar para el poder que oprime, solo para el servicio que ayuda. Jesús no quiere jefes sentados a su derecha e izquierda, sino servidores como él, que dan su vida por los demás.
Jesús deja las cosas claras. Su Iglesia no se construye desde la imposición de los de arriba, sino desde el servicio de los que se colocan abajo. No cabe en ella jerarquía alguna en clave de honor o dominación. Tampoco métodos y estrategias de poder. Es el servicio el que construye la comunidad cristiana.
Jesús da tanta importancia a lo que está diciendo que se pone a sí mismo como ejemplo, pues no ha venido al mundo para exigir que le sirvan, sino "para servir y dar su vida en rescate por muchos". Jesús no enseña a nadie a triunfar en la Iglesia, sino a servir al proyecto del reino de Dios desviviéndonos por los más débiles y necesitados.
La enseñanza de Jesús no es solo para los dirigentes. Desde tareas y responsabilidades diferentes, hemos de comprometernos todos a vivir con más entrega al servicio de su proyecto. No necesitamos en la Iglesia imitadores de Santiago y Juan, sino seguidores fieles de Jesús. Los que quieran ser importantes, que se pongan a trabajar y colaborar.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
18 de octubre de 2009

NADA DE ESO ENTRE NOSOTR0S

Vosotros, nada de eso.

Camino de Jerusalén, Jesús va advirtiendo a sus discípulos del destino doloroso que le espera a él y a los que sigan sus pasos. La inconsciencia de quienes lo acompañan es increíble. Todavía hoy se sigue repitiendo.
Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, se separan del grupo y se acercan ellos solos a Jesús. No necesitan de los demás. Quieren hacerse con los puestos más privilegiados y ser los primeros en el proyecto de Jesús, tal como ellos lo imaginan. Su petición no es una súplica sino una ridícula ambición: «Queremos que hagas lo que te vamos a pedir ». Quieren que Jesús los ponga por encima de los demás.
Jesús parece sorprendido. «No sabéis lo que pedís ». No le han entendido nada. Con paciencia grande los invita a que se pregunten si son capaces de compartir su destino doloroso. Cuando se enteran de lo que ocurre, los otros diez discípulos se llenan de indignación contra Santiago y Juan. También ellos tienen las mismas aspiraciones. La ambición los divide y enfrenta. La búsqueda de honores y protagonismos interesados rompen siempre la comunión de la comunidad cristiana. También hoy. ¿Qué puede haber más contrario a Jesús y a su proyecto de servir a la liberación de las gentes?
El hecho es tan grave que Jesús «los reúne » para dejar claro cuál es la actitud que ha de caracterizar siempre a sus seguidores. Conocen sobradamente cómo actúan los romanos, «jefes de los pueblos » y «grandes » de la tierra: tiranizan a las gentes, las someten y hacen sentir a todos el peso de su poder. Pues bien, «vosotros nada de eso».
Entre sus seguidores, todo ha de ser diferente: «El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos». La grandeza no se mide por el poder que se tiene, el rango que se ocupa o los títulos que se ostentan. Quien ambiciona estas cosas, en la Iglesia de Jesús, no se hace más grande sino más insignificante y ridículo. En realidad, es un estorbo para promover el estilo de vida querido por el Crucificado. Le falta un rasgo básico para ser seguidor de Jesús.
En la Iglesia todos hemos de ser servidores. Nos hemos de colocar en la comunidad cristiana, no desde arriba, desde la superioridad, el poder o el protagonismo interesado, sino desde abajo, desde la disponibilidad, el servicio y la ayuda a los demás. Nuestro ejemplo es Jesús. No vivió nunca «para ser servido, sino para servir». Éste es el mejor y más admirable resumen de lo que fue él: servicio a todos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
22 de octubre de 2006

NO HA DE SER ASÍ

El que quiera ser grande, sea vuestro servidor.

Santiago y Juan se acercan a Jesús con una petición extraña: ocupar los puestos de honor junto a él. «No saben lo que piden». Así les dice Jesús. No han entendido nada de su proyecto al servicio del reino de Dios y su justicia. No piensan en «seguirle», sino en «sentarse» en los primeros puestos.
Al ver su postura, los otros diez «se indignan». También ellos alimentan sueños ambiciosos. Todos buscan obtener algún poder, honor o prestigio. La escena es escandalosa. ¿Cómo se puede acoger a un Dios Padre y trabajar por un mundo más fraterno con un grupo de discípulos animados por este espíritu?
El pensamiento de Jesús es claro. «No ha de ser así». Hay que ir exactamente en la dirección opuesta. Hay que arrancar de su movimiento de seguidores esa «enfermedad» del poder que todos conocen en el imperio de Tiberio y el gobierno de Antipas. Un poder que no hace sino «tiranizar» y «oprimir».
Entre los suyos no ha de existir esa jerarquía de poder. Nadie está por encima de los demás. No hay amos ni dueños. La parroquia no es del párroco. La iglesia no es de los obispos y cardenales. El pueblo no es de los teólogos. El que quiera ser grande, que se ponga a servir a todos.
El verdadero modelo es Jesús. No gobierna, no impone, no domina ni controla. No ambiciona ningún poder. No se arroga títulos honoríficos. No busca su propio interés. Lo suyo es «servir» y «dar la vida». Por eso es el primero y más grande.
Necesitamos en la Iglesia cristianos dispuestos a gastar su vida por el proyecto de Jesús, no por otros intereses. Creyentes sin ambiciones personales, que trabajen de manera callada por un mundo más humano y una iglesia más evangélica. Seguidores de Jesús que «se impongan» por la calidad de su vida de servicio.
Padres que se desviven por sus hijos, educadores entregados día a día a su difícil tarea, hombres y mujeres que han hecho de su vida un servicio a los necesitados. Son lo mejor que tenemos en la Iglesia. Los más «grandes» a los ojos de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
19 de octubre de 2003

TRIUNFAR EN LA VIDA

El que quiera ser grande, sea vuestro servidor.

«El que quiera ser grande que, se ponga a servir». ¿Qué eco pueden tener estas palabras de Jesús en la sociedad actual? Nadie quiere ser hoy grande ni héroe ni santo. Basta con «triunfar» asegurándonos una buena calidad de vida, éxito profesional y un bienestar afectivo suficiente.
El ideal no es crecer y ser persona. Lo importante es sentirse bien, cuidar la salud, gestionar bien el stress y no complicarse la vida. Lo inteligente es vivir a gusto, ser un «tío majo» y tener siempre algo interesante que hacer o contar. Ser un «triunfador».
Y, ¿los demás? ¿Quién piensa en los demás? Lo que haga cada uno es cosa suya. No vamos a metemos en la vida de los otros. Hay que ser tolerantes. Lo importante es no hacer daño a nadie. Respetar siempre a todos.
Eso sí, a ser posible, es mejor vivir sin tener que depender de los demás. Mantener una sana «independencia» sin quedar presos de ningún vínculo exigente. Hay que ser «hábil» y no asumir compromisos, responsabilidades o cargas que luego no nos dejarán vivir a gusto.
¿Servir a los demás? Un «triunfador» no entiende exactamente qué quiere decir «servir». Más bien tiende a «servirse» de los demás y a utilizarlos para sus intereses y juegos.
Pero, ¿qué es triunfar en la vida? Con frecuencia, este individuo autosuficiente y triunfador termina sintiéndose más frágil y perdido que lo que nunca pudo pensar. Poco a poco, puede uno quedarse sin raíces ni fuerza interior, centrado en uno mismo, encerrado en la soledad de su propio corazón. El riesgo de todo triunfador es caer derribado por su falta de amor.
Según Jesús, si alguien quiere triunfar en la vida, ha de saber amar, salir de su narcisismo, abrir los ojos y ser sensible al sufrimiento de los demás. No es una piadosa consideración cristiana. Mientras creemos estar triunfando en la vida, la podemos estar estropeando cada día un poco más. Nadie es triunfador si no hace más feliz la vida de los demás.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
22 de octubre de 2000

¿IMPONER O SERVIR?

No para que le sirvan, sino para servir.

Hace algunos años Marcel Legaut publicaba un penetrante estudio titulado Creer en la Iglesia del futuro (Sal Terrae 1988) en el que, después de analizar y diferenciar lo que él llama «religiones de autoridad» y «religión de llamada», sugería caminos y pistas de futuro para una Iglesia que busque ser fiel a Cristo en la sociedad moderna.
Las «religiones de autoridad» ofrecen, según el pensador francés, certezas absolutas y estructuras seguras. Al mismo tiempo, exigen de sus miembros obediencia y sometimiento a prescripciones a veces minuciosas. Además, cuando una «religión de autoridad» se instala mayoritariamente en una sociedad, trata de influir y dominar para impedir que se tome una orientación opuesta o ajena a sus dogmas religiosos.
Una religión endurecida en torno al principio de autoridad no ayuda a la maduración personal de sus fieles. Al contrario, corre el riesgo de aprisionarlos en unas doctrinas y prácticas que sólo se viven a medias, incluso cuando la adhesión a la doctrina parece ferviente y la observancia de la ley rigurosa.
La «religión de llamada» es diferente. No impone una doctrina, sino que propone un camino de salvación. No dictamina, sólo llama e invita. No entiende su actuación como un ejercicio de poder, sino como un servicio. No pretende someter a todos por medios sociológicos. Se pone más bien al servicio del hombre para invitarlo a buscar en Dios su salvación.
El cristianismo nace, sin duda, de la autoridad que irradia la persona de Jesucristo. Pero éste entiende toda su actuación como un servicio. Sus seguidores no han de dominar ni oprimir. Han de servir como él mismo, que «no ha venido para que la sirvan, sino para servir» (Mc 10,42-45). Cristo es llamada, ofrecimiento, semilla, fermento, pero nunca imposición. El cambio que la Iglesia necesita es corregir lo que en ella hay de imposición no evangélica para adoptar una actitud total de servicio.
Un cristianismo autoritario tiene poco futuro. En una sociedad plural ya no dispondrá del poder político ni de la organización social que antes poseía. Su influencia en la cultura y la educación será cada vez menor. Le será difícil vivir a la defensiva, en lucha desigual con las corrientes modernas. El paso del tiempo trabaja contra el autoritarismo religioso pero puede ofrecer nuevas posibilidades a un cristianismo entendido como servicio humanizador al hombre desvalido de todos los tiempos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
19 de octubre de 1997

OTRO CAMINO

El que quiera ser grande…

Lo más importante en la vida no es tener éxito y superar a los demás. Lo verdaderamente decisivo es ser auténtico y saber crecer como ser humano. Sin embargo, con frecuencia, nos equivocamos desde el punto de partida. Creemos que para afirmar nuestra propia vida y asegurar nuestra pequeña felicidad y libertad, debemos necesariamente dominar a los demás.
Insatisfechos por no tener siempre todo lo que queremos, temerosos de perder felicidad, queremos asegurarnos frente a todo y frente a todos, tratando de dominar la situación desde una posición de superioridad y de poder sobre los demás. Y así, tratamos de manipular de mil maneras a quienes son más débiles que nosotros, esforzándonos por mantenerlos al servicio de nuestras expectativas e intereses. Basta observar con cierto detenimiento las relaciones que se establecen entre jefes y subordinados, entre poderosos y económicamente débiles, entre profesores y alumnos, esposos y esposas.
Se diría que no acertamos a ser algo, si no es manipulando, dominando y oprimiendo a los demás. Y, sin embargo, según sociólogos actuales, este camino es propio de neuróticos. En palabras de Fritz Perls, «neurótico es todo hombre que usa su potencial para manipular a los demás, en vez de crecer él mismo».
Este deseo de ser grandes dominando a los demás, no proviene de la fuerza que uno posee, sino precisamente de la debilidad y el vacío personal. Es un intento equivocado de conseguir por la fuerza lo que uno no sabe vivir desde la propia libertad y capacidad de amar.
Lo importante es darnos cuenta de que existen otros caminos para encauzar nuestra vida y ser auténticamente grandes. Según Jesús, el que quiera ser grande, tiene que renunciar a su deseo de poder sobre los demás y aprender sencillamente a servir desde una postura de amor fraterno.
Los que aciertan a vivir desde la generosidad, el servicio y la solidaridad son personas que irradian una autoridad única. No necesitan amenazar, manipular, sobornar ni adular. Son hombres y mujeres que nos atraen por su generosidad y nobleza de vida. En su existencia resplandece la grandeza del mismo Jesús que «no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos» (Marcos 10, 45). Su vida es grande precisamente porque saben darla.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
16 de octubre de 1994

¿QUIEN DECIDE Ml VIDA?

Para servir y dar su vida.

No es fácil responder a esta pregunta. Y no solo porque hemos de contar con ese mundo de fuerzas inconscientes que influyen en nuestras decisiones o porque actuamos muy condicionados por el aprendizaje familiar o social, sino porque vivimos sutilmente programados desde fuera.
Nuestra vida la quieren decidir hoy desde el mercado; la sociedad de consumo necesita saber, no quiénes somos, sino qué vamos a consumir, el dinero del que vamos a disponer, las nuevas necesidades que se han de despertar en nosotros. Desde una perspectiva mercantilista lo que importa es si yo seré un buen consumidor, no una persona digna.
La publicidad, por su parte, pretende marcar qué intereses hemos de tener y hacia dónde hemos de dirigir nuestros gustos y apetencias. Y de la misma manera que la moda decide cómo hemos de vestir, las corrientes culturales nos dictan cómo hemos de pensar, qué hemos de sentir y amar o cómo hemos de valorar los diversos aspectos de la vida.
Al mismo tiempo, cada uno se esfuerza por cumplir lo mejor posible su rol para funcionar ágilmente en esta sociedad. Y uno aprende a ser un buen vendedor, un empleado eficaz o un profesor estimado, aunque su verdadera personalidad se diluya detrás de una máscara.
Es difícil no dejarse vivir desde fuera. Pero el camino de una maduración personal no es aceptar como criterio algo tan postmoderno como el «me apetece» o «me gusta»; ésa puede ser la manera más ingenua de abandonarse al zarandeo de cualquier moda cambiante. Lo más importante es plantearse desde dónde quiero vivir, a quién o a qué le doy poder para decidir mi vida.
«Escoger mi vida» exige acertar con un hilo conductor que oriente de manera más o menos consciente mis decisiones y mi actuación. Y es aquí donde la fe cristiana puede tener un lugar decisivo para elegir un estilo acertado de vivir.
La tarea, sin embargo, no es sencilla pues cuando Jesús explica cómo entiende y vive su vida y la ofrece como modelo a sus discípulos, dice estas sorprendentes palabras: «El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate de muchos.» Según Jesús, la vida se entiende y se vive en su verdadero contenido humano cuando uno se entrega, no a competir, producir, ganar o dar imagen, sino a algo tan poco «normal» y «presentable» en nuestra sociedad como es servir, ayudar, compartir.
Hay muchos estilos de vivir. Desde el que dice «mi vida es mía y solo mía» hasta el que decide darla de mil formas poniéndola al servicio de los demás. Para el cristiano solo ésta es la manera acertada de vivir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
20 de octubre de 1991

SON GRANDES

El que quiera ser grande…

Nunca viene su nombre en los periódicos. Nadie les cede el paso en ningún lugar. No tienen títulos ni cuentas corrientes elevadas. Pero son grandes. No poseen muchas riquezas pero tienen algo que no se puede comprar con dinero: bondad, capacidad de acogida, ternura y compasión hacia el necesitado.
Hombres y mujeres del montón, gentes de a pie a los que pocos valoran, pero que van pasando por la vida poniendo amor y cariño a su alrededor. Personas sencillas y buenas que sólo saben vivir echando una mano y haciendo el bien a quien les necesita.
Gentes que no conocen el orgullo ni tienen grandes pretensiones. Hombres y mujeres a los que se les encuentra en el momento oportuno, cuando se necesita la palabra de ánimo, la mirada cordial, la mano cercana.
Padres sencillos y buenos que se toman tiempo para escuchar a sus hijos pequeños, responder a sus infinitas preguntas, disfrutar con sus juegos y descubrir de nuevo la vida junto a ellos.
Madres incansables que llenan el hogar de calor y alegría. Mujeres que no tienen precio pues saben dar a sus hijos lo que más necesitan para enfrentarse confiadamente a la vida.
Esposos que van madurando su amor día a día, aprendiendo a ceder, cuidando generosamente la felicidad del otro, perdonándose mutuamente en los mil pequeños roces de la vida.
Estas gentes desconocidas son los que hacen el mundo más habitable y la vida más humana. Ellos ponen un aire limpio y respirable en nuestra sociedad. De ellos ha dicho Jesús que son grandes porque viven al servicio de los demás.
Ellos mismos no lo saben, pero gracias a sus vidas se abre paso en nuestros barrios y hogares la energía más antigua y genuina: la energía del amor. En el desierto de este mundo, a veces tan inhóspito y duro, donde sólo parece crecer la rivalidad y el enfrentamiento, ellos son pequeños oasis en que brota la amistad, la reciprocidad y mutua ayuda. No usan los puños ni gritan muchas palabras. No se pierden en discursos y teorías. Lo suyo es amar calladamente y prestar ayuda a quien la necesite.
Es posible que nadie les agradezca nunca nada. Probablemente no se les hará grandes homenajes. Pero estos hombres y mujeres son grandes porque son humanos. Ahí está su grandeza. Dios los lleva grabados en su corazón.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
16 de octubre de 1988

DAR LA VIDA

Para servir y dar la vida en rescate.

(Ver la homilía del 20 de octubre de 1985)

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
20 de octubre de 1985

DAR LA VIDA

Para servir y dar la vida en rescate.

Marcos recoge en su evangelio unas palabras con las que Jesús resume el sentido último de su vida. «El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar la vida en rescate por todos».
Normalmente, al escuchar estas palabras, los cristianos solemos pensar en el sacrificio último realizado por Jesús en lo alto de la cruz, olvidando que toda su vida fue entrega y servicio.
En realidad, la muerte de Jesús no fue sino la culminación de un «desvivirse» constante a lo largo de los años. Día tras día, fue entregando sus fuerzas, su juventud, sus energías, su tiempo, su esperanza, su amor. La entrega final fue el mejor sello a una vida de servicio total a los hombres.
Los cristianos somos, pues, seguidores de alguien que ha dado su vida por los demás. Esto no significa necesariamente que tendremos que sacrificar nuestra vida para salvar la de otro, pero sí que tenemos que entender nuestro vivir diario como un servicio y don a los demás.
Lo más precioso que tenemos y lo más grande que podemos dar es nuestra propia vida. Poder dar lo que está vivo en nosotros. Nuestra alegría, nuestra fe, nuestra ternura, nuestra confianza, la esperanza que nos sostiene y nos anima desde dentro.
Dar así la vida es siempre un gesto que enriquece, que ayuda a vivir, que crea vida en los demás, que rescata, libera y salva a las personas.
Tal vez éste sea el secreto más importante de la vida y el más ignorado. Vivimos intensamente la vida sólo cuando la regalamos. Sólo se puede vivir cuando se hace vivir a otros.
Cuántas personas terminan por no saber qué hacer con sus vidas. Han trabajado incansablemente, han logrado casi todo lo que se han propuesto, han alcanzado éxito allí donde lo han buscado, pero no saben lo que es dar la vida.
Su existencia sólo ha sido acaparar, acumular, competir, dominar. Pero no entienden nada de lo que es dar y por lo tanto, nada saben de enriquecer, liberar, rescatar y salvar la vida de los demás.
Encontrarán en la vida satisfacciones, halagos, éxitos. Pero nunca podrán experimentar el gozo y la dicha que se encierra siempre en la vida de aquellos que, sin haber logrado grandes cosas en la vida, han sabido darla sencillamente en una actitud de servicio y ayuda generosa y desinteresada.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
17 de octubre de 1982

COMO SER GRANDE

El que quiera ser grande...

Lo más importante en la vida no es tener éxito y superar a los demás. Lo verdaderamente decisivo es ser auténtico y saber crecer como ser humano.
Sin embargo, con frecuencia, nos equivocamos desde el punto de partida. Creemos que para afirmar nuestra propia vida y asegurar nuestra pequeña felicidad y libertad, debemos necesariamente dominar a los demás.
Insatisfechos por no tener siempre todo lo que queremos, temerosos de perder felicidad, queremos asegurarnos frente a todo y frente a todos, tratando de dominar la situación desde una posición de superioridad y de poder sobre los otros.
Y así, tratamos de manipular de mil maneras a quienes son más débiles que nosotros, esforzándonos por mantenerlos al servicio de nuestras expectativas e intereses.
Basta observar con cierto detenimiento las relaciones que se establecen entre jefes y subordinados, entre poderosos y económicamente débiles, entre profesores y alumnos, esposos y esposas.
Se diría que no acertamos a crecer y ser algo, si no es manipulando, dominando y oprimiendo a los demás. Y sin embargo, según sicólogos actuales, este camino es propio de neuróticos. En palabras de Fritz Perls, «neurótico es todo hombre que usa su potencial para manipular a los demás en vez de crecer él mismo».
Este deseo de ser grandes dominando a los demás, no proviene de la fuerza que uno posee, sino precisamente de la debilidad y el vacío personal. Es un intento equivocado de conseguir por la fuerza lo que uno no sabe vivir desde la propia libertad y capacidad de amar.
Lo importante es darnos cuenta de que existen otros caminos para encauzar de nuevo nuestra vida y ser auténticamente grandes.
Según Jesús, el que quiera ser grande, tiene que renunciar a su deseo de poder sobre los demás y aprender sencillamente a servir desde una postura de amor fraterno.
Los que aciertan a vivir desde la generosidad, el servicio y la solidaridad son personas que irradian una autoridad única. No necesitan amenazar, manipular, sobornar ni adular. Son hombres y mujeres que nos atraen por su generosidad y nobleza de vida.
En su existencia resplandece la grandeza del mismo Jesús que «no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos». Su vida es grande precisamente porque saben darla.

José Antonio Pagola

HOMILIA

NO HA DE SER ASÍ

La Iglesia es una comunidad diferente y no ha de pedir prestados sus esquemas de gobierno a otras sociedades. Lo dijo Jesús de manera rotunda: «Los jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen. Pero no ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande, sea vuestro servidor». No hay duda. Jesús ha querido introducir en el mundo una comunidad sorprendente donde quede suprimido el poder y el dominio sobre los demás, y donde la autoridad se entienda y se viva sólo como servicio.
La Iglesia no es una democracia, pero tampoco una monarquía ni un sistema feudal. La Iglesia no es del Papa ni de los Obispos. No es de los teólogos ni del pueblo. Es de su Señor, y todos los que en ella quieran tener alguna autoridad, se han de poner a servir y ayudar. Así de claro.
Jesús sólo admite en su Iglesia una autoridad que sea servicio fraterno entre iguales. Desde su modo de entender las cosas, la «autoridad» no es un premio por los méritos adquiridos, ni el reconocimiento de una buena conducta, ni se ha de otorgar a quienes den garantías de guardar el orden. No se la ha de confundir con el poder pues, en la Iglesia de Jesús, la autoridad termina cuando se convierte en poder.
No es difícil detectar dónde hay en la Iglesia ese poder contrario al Evangelio. Quien vive desde el poder se sitúa sobre los demás y trata de imponerse y dominar. Utiliza la presión y crea desigualdad. Aún sin pretenderlo, va construyendo una Iglesia donde siempre hay superiores e inferiores, varones y mujeres, clérigos y laicos, teólogos y pueblo llano. Exactamente lo que nunca quiso Jesús.
Lo peor del «poder religioso» es que se siente seguro pues cree tener su origen en Dios. Para Jesús, sin embargo, Dios es sólo fuente de amor y servicio, y de nada más. Cuando el poder se «sacraliza», puede llegar incluso a quitar libertad, controlar las conciencias y hasta decidir cuáles son exactamente los caminos de acceso a Dios.
La llamada de Jesús ha de ser escuchada por todos los que tenemos algún grado de autoridad en el gobierno de la Iglesia, dirección de la comunidad, educación o familia.

José Antonio Pagola

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