lunes, 30 de abril de 2012

06/05/2012 - 5º domingo de Pascua (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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6 de mayo de 2012

5º domingo de Pascua (B)


EVANGELIO
El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 15,1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador.
A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
6 de mayo de 2012

CONTACTO PERSONAL


Según el relato evangélico de Juan, en vísperas de su muerte, Jesús revela a sus discípulos su deseo más profundo: "Permaneced en mí". Conoce su cobardía y mediocridad. En muchas ocasiones les ha recriminado su poca fe. Si no se mantienen vitalmente unidos a él no podrán subsistir.

Las palabras de Jesús no pueden ser más claras y expresivas: "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí". Si no se mantienen firmes en lo que han aprendido y vivido junto a él, su vida será estéril. Si no viven de su Espíritu, lo iniciado por él se extinguirá.

Jesús emplea un lenguaje rotundo: "Yo soy la vid y vosotros los sarmientos". En los discípulos ha de correr la savia que proviene de Jesús. No lo han de olvidar nunca. "El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada". Separados de Jesús, sus discípulos no podemos nada.

Jesús no solo les pide que permanezcan en él. Les dice también que "sus palabras permanezcan en ellos". Que no las olviden. Que vivan de su Evangelio. Esa es la fuente de la que han de beber. Ya se lo había dicho en otra ocasión: "Las palabras que os he dicho son espíritu y vida".
El Espíritu del Resucitado permanece hoy vivo y operante en su Iglesia de múltiples formas, pero su presencia invisible y callada adquiere rasgos visibles y voz concreta gracias al recuerdo guardado en los relatos evangélicos por quienes lo conocieron de cerca y le siguieron. En los evangelios nos ponemos en contacto con su mensaje, su estilo de vida y su proyecto del reino de Dios.
Por eso, en los evangelios se encierra la fuerza más poderosa que poseen las comunidades cristianas para regenerar su vida. La energía que necesitamos para recuperar nuestra identidad de seguidores de Jesús. El Evangelio de Jesús es el instrumento pastoral más importante para renovar hoy a la Iglesia.
Muchos cristianos buenos de nuestras comunidades solo conocen los evangelios "de segunda mano". Todo lo que saben de Jesús y de su mensaje proviene de lo que han podido reconstruir a partir de las palabras de los predicadores y catequistas. Viven su fe sin tener un contacto personal con "las palabras de Jesús".
Es difícil imaginar una "nueva evangelización" sin facilitar a las personas un contacto más directo e inmediato con los evangelios. Nada tiene más fuerza evangelizadora que la experiencia de escuchar juntos el Evangelio de Jesús desde las preguntas, los problemas, sufrimientos y esperanzas de nuestros tiempos. 

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
10 de mayo de 2009

NO DESVIARNOS DE JESÚS

Sin mí no podéis hacer nada.

La imagen es sencilla y de gran fuerza expresiva. Jesús es la «vid verdadera», llena de vida; los discípulos son «sarmientos» que viven de la savia que les llega de Jesús; el Padre es el «viñador» que cuida personalmente la viña para que dé fruto abundante. Lo único importante es que se vaya haciendo realidad su proyecto de un mundo más humano y feliz para todos.
La imagen pone de relieve dónde está el problema. Hay sarmientos secos por los que no circula la savia de Jesús. Discípulos que no dan frutos porque no corre por sus venas el Espíritu del Resucitado. Comunidades cristianas que languidecen desconectadas de su persona.
Por eso se hace una afirmación cargada de intensidad: «el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid»: la vida de los discípulos es estéril «si no permanecen» en Jesús. Sus palabras son categóricas: «Sin mí no podéis hacer nada». ¿No se nos está desvelando aquí la verdadera raíz de la crisis de nuestro cristianismo, el factor interno que resquebraja sus cimientos como ningún otro?
La forma en que viven su religión muchos cristianos, sin una unión vital con Jesucristo, no subsistirá por mucho tiempo: quedará reducida a «folklore» anacrónico que no aportará a nadie la Buena Noticia del Evangelio. La Iglesia no podrá llevar a cabo su misión en el mundo contemporáneo, si los que nos decimos «cristianos» no nos convertimos en discípulos de Jesús, animados por su espíritu y su pasión por un mundo más humano.
Ser cristiano exige hoy una experiencia vital de Jesucristo, un conocimiento interior de su persona y una pasión por su proyecto, que no se requerían para ser practicante dentro de una sociedad de cristiandad. Si no aprendemos a vivir de un contacto más inmediato y apasionado con Jesús, la decadencia de nuestro cristianismo se puede convertir en una enfermedad mortal.
Los cristianos vivimos hoy preocupados y distraídos por muchas cuestiones. No puede ser de otra manera. Pero no hemos de olvidar lo esencial. Todos somos «sarmientos». Sólo Jesús es «la verdadera vid». Lo decisivo en estos momentos es «permanecer en él»: aplicar toda nuestra atención al Evangelio; alimentar en nuestros grupos, redes, comunidades y parroquias el contacto vivo con él; no desviarnos de su proyecto.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
14 de mayo de 2006

NO QUEDARNOS SIN SAVIA

El que permanece en mí... da fruto abundante.

La imagen es de una fuerza extraordinaria. Jesús es la «vid», los que creemos en él somos los «sarmientos». Toda la vitalidad de los cristianos nace de él. Si la savia de Jesús resucitado corre por nuestra vida, nos aporta alegría, luz, creatividad, coraje para vivir como vivía él. Si, por el contrario, no fluye en nosotros, somos sarmientos secos.
Éste es el verdadero problema de una Iglesia que celebra a Jesús resucitado como «vid» llena de vida, pero que está formada, en buena parte, por sarmientos muertos. ¿Para qué seguir distrayéndonos en tantas cosas, si la vida de Jesús no corre por nuestras comunidades y nuestros corazones?
Nuestra primera tarea hoy y siempre es «permanecer» en la vid, no vivir desconectados de Jesús, no quedamos sin savia, no secamos más. ¿Cómo se hace esto? El evangelio lo dice con claridad: hemos de esforzamos para que sus «palabras» permanezcan en nosotros.
La vida cristiana no brota espontáneamente entre nosotros. El evangelio no siempre se puede deducir racionalmente. Es necesario meditar largas horas las palabras de Jesús. Sólo la familiaridad y afinidad con los evangelios nos hace ir aprendiendo poco a poco a vivir como él.
Este acercamiento frecuente a las páginas del evangelio nos va poniendo en sintonía con Jesús, nos contagia su amor al mundo, nos va apasionando con su proyecto, va infundiendo en nosotros su Espíritu. Casi sin darnos cuenta, nos vamos haciendo cristianos.
Esta meditación personal de las palabras de Jesús nos cambia más que todas las explicaciones, discursos y exhortaciones que nos llegan del exterior. Las personas cambiamos desde dentro. Tal vez, éste sea uno de los problemas más graves de nuestra religión: no cambiamos, porque sólo lo que pasa por nuestro corazón cambia nuestra vida; y, con frecuencia, por nuestro corazón no pasa la savia de Jesús.
La vida de la Iglesia se trasformaría silos creyentes, los matrimonios cristianos, los presbíteros, las religiosas, los obispos, los educadores tuviéramos como libro de cabecera los evangelios de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
18 de mayo de 2003

VIDA COTIDIANA

El que permanece en mí... da fruto abundante.

La vida cotidiana ocupa, con gran diferencia, la mayor parte de nuestra vida. Por otra parte, aunque pensamos que lo importante de nuestra existencia sucede en los momentos excepcionales, fuera de lo cotidiano, lo cierto es que la persona va creciendo o se va empobreciendo en esa vida aparentemente pequeña de cada día. Podemos «soñar» grandes cosas, pero en el fondo no somos sino lo que somos en el vivir diario.
He estado releyendo estos días el estudio que publicó hace diez años J L. Aranguren con el título Moral de la vida cotidiana. Un libro, como todos los suyos, lleno de agudas reflexiones y sabias pautas para aprender a vivir.
Según el pensador, no está nada fácil lo de vivir con cierta autenticidad en nuestro pequeño mundo de cada día. De entrada, querámoslo o no, casi todos hemos de desempeñar un rol, muchas veces impuesto; hay que ajustarse al «guión» y representar bien nuestro papel. Pero, ¿se tratará sólo de ser un buen «actor»? ¿Cómo ser el «director» de la propia vida?
Está luego, la presión social; hay que estar atentos «a lo que se hace», «lo que se dice», «lo que se lleva». Muchas personas perciben su vida como algo monótono y rutinario, sin aliciente alguno. Se puede deber, en parte, a esta ciega sumisión al comportamiento establecido por la mayoría. Pero, ¿cómo ser más libres frente a tanta alimentación colectiva?
Aranguren apunta formas muy frecuentes hoy de vivir la cotidianeidad. Hay quienes viven procurando en todo momento dominar la situación y sacar el mayor partido de lo que sea. Para otros, lo importante es aparentar, quedar bien, dar buena imagen; no les interesa «ser», sino «parecer». Muchos viven pensando sólo en lo inmediato; esclavos del reloj, la agenda y el calendario, sólo viven para trabajar y «hacer cosas». Así se les pasa la vida.
Pero la vida cotidiana puede ser mucho más. Aranguren recuerda que «hay un cómo hacemos lo que hacemos y un para qué lo hacemos, es decir, hay un proyecto». Cada uno de nosotros está llamado a apropiarse personalmente de la vida penetrándola de sentido. El problema está en cómo elaborar y vivir ese proyecto de persona que queremos ser.
Para el cristiano, la fe en Jesucristo se convierte en la fuente más decisiva de su vivir diario. De su mensaje y su espíritu extrae sentido, orientación, confianza, estímulo para vivir y crecer como ser humano. La llamada de Jesús que escucha en su interior no es una llamada entre otras, sino la que da sentido último a su vida. Quien toma en serio el evangelio y sigue de cerca a Cristo, cree en sus palabras: «El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
21 de mayo de 2000

CREER

El que permanece en mL..

La fe no es una impresión o emoción del corazón. Sin duda, el creyente siente su fe, la experimenta y la disfruta, pero sería un error reducirla a «sentimentalismo». La fe no es algo que depende de los sentimientos: «ya no siento nada... debo estar perdiendo la fe». Ser creyentes es una actitud responsable y razonada.
La fe no es tampoco una opinión personal. El creyente se compromete personalmente a creer en Dios, pero la fe no puede ser reducida a «subjetivismo»: «yo tengo mis ideas y creo lo que a mí me parece». La realidad de Dios no depende de mí, ni el cristianismo es fabricación de cada uno.
La fe no es tampoco una costumbre o tradición recibida de los padres. Es bueno nacer en una familia creyente y recibir desde niño una orientación cristiana de la vida, pero sería muy pobre reducir la fe a «costumbre religiosa»: «en mi familia siempre hemos sido muy de Iglesia». La fe es una decisión personal de cada uno.
La fe no es tampoco una receta moral. Creer en Dios tiene sus exigencias, pero sería una equivocación reducirlo todo a «moralismo»: «yo respeto a todos y no hago mal a nadie». La fe es, además, amor a Dios, compromiso por un mundo más humano, esperanza de vida eterna, acción de gracias, celebración.
La fe no es tampoco un «tranquilizante». Creer en Dios es, sin duda, fuente de paz, consuelo y serenidad, pero la fe no es sólo un «agarradero» para los momentos críticos: «yo cuando me encuentro en apuros acudo a la Virgen». Creer es el mejor estímulo para luchar, trabajar y vivir de manera digna y responsable.
La fe comienza a desfigurarse cuando se olvida que, antes que nada, es un encuentro personal con Cristo. El cristiano es una persona que se encuentra con Cristo y en él va descubriendo a un Dios Amor que cada día le convence y atrae más. Lo dice muy bien Juan: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es Amor» (1 Jn 4, 16).
Esta fe sólo da frutos cuando vivimos día a día unidos a Cristo, es decir, motivados y sostenidos por su Espíritu y su Palabra: «El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
27 de abril de 1997

¿FE SIN MORAL?

El que permanece en mí... da fruto.

Existe una relación muy estrecha entre la imagen que cada uno se hace de Dios y el modo de entender y vivir la moral. Como dice el profesor de moral, Marciano Vidal, también aquí se puede aplicar el dicho popular: «Dime qué imagen de Dios tienes, y te diré qué tipo de moral practicas»; y viceversa, .dime qué moral vives, y te diré qué idea de Dios tienes».
Cuando uno cree en un Dios «abstracto», alejado de la realidad humana, que nada tiene que ver con la vida de las personas (ese «algo tiene que haber», que dicen algunos cuando se les pregunta por Dios), es normal que haya un divorcio entre religión y moral. Esa fe no hace vivir, no estimula el compromiso moral, no conduce a decisiones empeñativas. Sin embargo, la moral cristiana siempre lleva a una vida nueva al estilo de Cristo.
Cuando uno ve a Dios como el «legislador» universal y «juez» supremo de sus criaturas, es fácil caer en una moral infantil que lejos de ayudar a crecer a la persona, la hace vivir permanentemente en el miedo al castigo o en la búsqueda del premio. Sin embargo, vivir responsablemente ante un Dios que te ama incondicionalmente es otra cosa.
Cuando se piensa que Dios es alguien «interesado» que, en definitiva, sólo busca su propio honor y gloria, la moral se convierte en una «carga pesada» de la que uno se querría liberar para vivir de manera más dichosa y placentera. Sin embargo, Jesús habla de que su propuesta es un «yugo suave» y una «carga ligera» (Mateo 11, 30).
La verdadera moral cristiana brota y se alimenta de la fe en un Dios que busca sólo y exclusivamente el bien de todos sin contrapartida alguna. A Dios lo único que le interesa somos nosotros y nuestra felicidad total. Lo que le da «gloria» es vernos a todos vivir de manera digna y dichosa. De aquí nace el comportamiento cristiano que consiste fundamentalmente en buscar el bien integral de todos. Esta es la síntesis de la moral cristiana según el Vaticano II: «Producir frutos en la caridad para la vida del mundo» (Optatam totius, n. 16).
Para reavivar la conciencia moral en nuestros días, lo importante no es apelar al miedo a Dios, ni desarrollar una predicación más rigorista, sino ayudar a descubrir en Cristo a ese Dios absolutamente bueno que nos urge a ser buenos con todos. Desde esta perspectiva cobran otra luz las palabras de Jesús: «El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante» (Juan 15, 5). La adhesión a Jesús se traduce siempre en vida moral.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
1 de mayo de 1994

VIDA COTIDIANA

El que permanece en mí... da fruto abundante.

La vida cotidiana ocupa, con gran diferencia, la mayor parte de nuestra vida. Por otra parte, aunque pensamos que lo importante de nuestra existencia sucede en los momentos excepcionales, fuera de lo cotidiano, lo cierto es que la persona va creciendo o se va empobreciendo en esa vida aparentemente pequeña de cada día. Podemos «soñar» grandes cosas, pero en el fondo no somos sino lo que somos en el vivir diario.
He estado releyendo estos días —pequeño homenaje al profesor desaparecido recientemente— el estudio que publicó hace diez años J.L. L. Aranguren con el título «Moral de la vida cotidiana». Un libro, como todos los suyos, lleno de agudas reflexiones y sabias pautas para aprender a vivir…
Según el pensador, no está nada fácil lo de vivir con cierta autenticidad en nuestro pequeño mundo de cada día. De entrada, querámoslo o no, casi todos hemos de desempeñar un rol, muchas veces, impuesto; hay que ajustarse al «guión» y representar bien nuestro papel. Pero, ¿se tratará solo de ser un buen «actor»? ¿Cómo ser el «director» de la propia vida?
Está, luego, la presión social; hay que estar atentos a «lo que se hace»,
Aranguren apunta formas muy frecuentes hoy de vivir la cotidianeidad. Hay quienes viven procurando en todo momento dominar la situación y sacar el mayor partido de lo que sea. Para otros lo importante es aparentar, quedar bien, dar buena imagen; no les interesa «ser», sino «parecer». Muchos viven pensando solo en lo inmediato; esclavos del reloj, la agenda y el calendario, solo viven para trabajar y «hacer cosas». Así se les pasa la vida.
Pero la vida cotidiana puede ser mucho más. Aranguren recuerda que «hay un cómo hacemos lo que hacemos y un para qué lo hacemos, es decir, un proyecto». Cada uno de nosotros está llamado a apropiarse personalmente de la vida penetrándola de sentido. El problema está en cómo elaborar y vivir ese proyecto de persona que queremos ser.
Para el cristiano, la fe en Jesucristo se convierte en la fuente más decisiva de su vivir diario. De su mensaje y su espíritu extrae sentido, orientación, confianza, estímulo para vivir y crecer como ser humano. La llamada de Jesús que escucha en su interior no es una llamada entre otras, sino la que da sentido último a su vida. Quien se toma en serio el evangelio y sigue de cerca a Cristo, cree en sus palabras: «El que permanece en mí y yo en él ése da fruto abundante.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
28 de abril de 1991

DOGMAS PROGRESISTAS

Si permanecéis en mí.

Alguien tendrá que estudiar un día con rigor qué significa ser progresista, pues pocos términos son utilizados hoy de manera más ligera y equívoca. El progresismo se ha convertido en una especie de “mito” dentro del cual cabe todo, con tal de que uno defienda lo último que va imponiendo la moda social.
Progresar significa “avanzar hacia adelante”, pero ¿en qué dirección? ¿Es progresista destruir los valores sobre los que se fundamenta la dignidad humana? ¿Es un progreso caminar hacia un estilo de vida egoísta e insolidario, tan viejo como la humanidad misma?
No hemos de olvidar que se puede caminar hacia atrás y cambiar a peor. Y entonces, lo más progresista no es sintonizar con los retrocesos de la sociedad, sino “permanecer” fiel a lo que hace progresar al hombre en dignidad y convivencia justa y solidaria.
Desde aquí hemos de entender la invitación de Jesús a “permanecer” en él y a que sus palabras “permanezcan” en nosotros. En su última Carta Pastoral, los Obispos vascos nos recordaban algunas convicciones inquebrantables que no hemos de abandonar si queremos permanecer en la verdad. Resumo brevemente las más importantes.
No es verdad que la ciencia haya probado que la fe en Dios esté ya superada y condenada, por tanto, a desaparecer inexorablemente. La ciencia es impotente para afirmar o negar la existencia de Dios. Decir lo contrario es una mentira que ninguna persona progresista debería utilizar para engañar a nadie.
No es cierto que hay que eliminar a Dios para liberar al hombre y devolverle su dignidad perdida. Al contrario, quien vive una relación sana con Dios descubre en la fe la energía más estimulante para crecer como hombre libre y liberador. Quien diga otra cosa, no sabe de qué habla o está simplemente condenando “caricaturas” de fe.
Es un engaño destruir, en base a una supuesta modernidad, valores éticos imprescindibles para salvar al hombre. Al contrario, corremos el riesgo de sacrificar al hombre en aras de un progreso superficial y falso que va minando las bases que sostienen la dignidad del ser humano. No querer advertirlo es cerrar los ojos a la verdad.
Es una grave mutilación de la persona fijarle como objetivo único de su vida el disfrute del máximo placer en cada momento o situación. El placer es necesario y positivo, pero no ha de ocupar el primer puesto. El amor y la solidaridad exigen, muchas veces, diferir el placer o, incluso, renunciar a él. Quien no lo reconoce así, no conoce todavía el secreto último de la existencia.
Es una gravísima equivocación valorar al hombre por lo que tiene y no por lo que es. El afán de poseer siempre más y más, termina por esclavizar y degradar a la persona. El ser humano es más grande que todas las cosas y vale por lo que es, no por lo que gana y posee. Quien no lo entiende así, equivoca su trayectoria en la vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
1 de mayo de 1988

UNO DE MAYO

Ese da fruto abundante.

El uno de Mayo es una fecha cargada de historia, de luchas y de esperanza en un mundo más justo y más humano. Sin embargo, los grandes valores que representa (justicia social, dignidad humana, solidaridad obrera) parecen diluirse de día en día.
Las nuevas tecnologías y la disminución progresiva de mano de obra van quitando fuerza y protagonismo a la clase obrera tradicional, verdadero motor de la revolución social promovida por la izquierda.
Por otra parte, la crisis económica ha introducido en el mundo obrero una profunda división entre parados y obreros en activo, sin que el sentido de clase haya logrado mantener una solidaridad básica.
Los sindicatos obreros se enfrentan entre sí movidos por intereses contrapuestos. Los diferentes sectores luchan por sus reivindicaciones sectoriales y sus intereses corporativos aunque su logro dañe necesariamente a otro sector.
Cada uno busca su propio interés cada vez con menos pudor. No están los tiempos para planteamientos idealistas de solidaridad. Lo importante es “sobrevivir» y no perder el puesto de trabajo o el nivel salarial.
Una sola consigna parece mover todo el mundo socio-económico y también a la clase obrera: “Sálvese quien pueda”.
Por eso, apenas extraña ya a nadie que la crisis económica esté siendo afrontada por un Gobierno socialista desde soluciones liberales que permiten la imposición del más fuerte y el aumento dramático de las desigualdades.
Hace unos años se despertó la esperanza de muchos al oír consignas de “cambio» y de “ética» nueva en la vida socio-política.
Hoy estas palabras han desaparecido de escena sustituidas por otras más pragmáticas como “modernización», “sociedad progresista», “homologación con los países de la Comunidad europea», que ciertamente no prometen una ética más justa, digna y solidaria.
Pero, ¿en qué queda convertido el uno de Mayo si pierde su mística de solidaridad y su lucha por una sociedad más justa y digna para todos los trabajadores?
El uno de Mayo es hoy, antes que nada, una llamada a reconstruir la solidaridad y a recuperar la esperanza en una ética de mayor justicia e igualdad social.
Los creyentes no podemos sentirnos ajenos a esta tarea. La fe no es un sentimiento inoperante sino un estímulo para luchar por cambios humanizadores. Esta es la promesa de Jesús: “El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
5 de mayo de 1985

VIDAS ESTERILES

Sin mí no podéis nada...

Los hombres somos un deseo intenso de vida y cumplimiento. Hay dentro de nosotros algo que quiere vivir, vivir intensamente y vivir para siempre. Más aún, los hombres nacemos para hacer crecer la vida.
Sin embargo, la vida no cambia fácilmente. La injusticia, el sufrimiento, la mentira y el mal nos siguen dominando. Parece que todos los esfuerzos de los hombres por mejorar el mundo terminan tarde o temprano en el fracaso.
Movimientos que se dicen comprometidos en luchar por la libertad terminan provocando iguales o mayores esclavitudes. Hombres y mujeres que buscan la justicia terminan generando nuevas e interminables injusticias.
¿Quién de nosotros, incluso el más noble y generoso, no ha tenido un día la impresión de que todos sus proyectos, esfuerzos y trabajos no servían para nada?
¿Será la vida algo que no conduce a nada? ¿Un esfuerzo vacío y sin sentido? ¿Una «pasión inútil» como decía J.P. Sartre?
Los creyentes hemos de volver a recordar que la fe es «fuente de vida». Creer no es afirmar que debe existir Algo último en alguna parte. Creer es descubrir a Alguien que nos «hace vivir» superando nuestra impotencia, nuestros errores y nuestro pecado.
Una de las mayores tragedias de los cristianos es la de «practicar la religión» sin ningún contacto con el Viviente. Y sin embargo, uno empieza a descubrir la verdad de la fe cristiana cuando acierta a vivir en contacto personal con el Resucitado. Sólo entonces se descubre que Dios no es una amenaza o un desconocido, sino Alguien vivo que pone nueva fuerza y nueva alegría en nuestras vidas.
Con frecuencia, nuestro problema no es vivir envueltos en problemas y conflictos constantes. Nuestro problema más profundo es no tener fuerza interior para enfrentarnos a los problemas diarios de la vida.
La experiencia diaria nos ha de hacer pensar a los cristianos la verdad de las palabras de Jesús: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada».
¿ No está precisamente ahí la raíz más profunda de tantas vidas estériles y tristes de hombres y mujeres que nos llamamos creyentes?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
9 de mayo de 1982

FE ESTERIL

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.

La imagen es realmente expresiva. Todo sarmiento que está vivo tiene que producir fruto. Y si no lo hace es porque no responde a la vida que la vid puede comunicar. No circula por él la savia de la vid.
Así es también nuestra fe. Vive, crece y da frutos, cuando vivimos abiertos a la comunicación con Cristo. Si esta relación vital se interrumpe, hemos cortado la fuente de nuestra fe.
Entonces la fe se seca. Ya no es capaz de animar nuestra vida. Se convierte en confesión verbal, vacía de contenido y experiencia viva. Triste caricatura de lo que los primeros creyentes vivieron al encontrarse con el resucitado.
Digámoslo sinceramente. Esa ausencia de dinamismo cristiano, esa capacidad para seguir creciendo en amor y fraternidad con todos, esa inhibición y pasividad por luchar arriesgadamente por la justicia entre los hombres, ese inmovilismo y falta de creatividad evangélica para descubrir las nuevas exigencias del Espíritu, ¿no están delatando una falta de comunicación viva con Cristo resucitado?
Por paradójico que pueda parecer, una soledad interior se agazapa en el corazón de más de un cristiano. Cogido en una red de relaciones, actividades, ocupaciones y problemas, puede sentirse más solo que nunca en su interior, incapaz de comunicarse vitalmente con ese Cristo en quien dice creer.
Quizás la derrota más grave del hombre occidental sea su incapacidad de vida interior. El hombre contemporáneo parece vivir siempre huyendo. Siempre de espaldas a sí mismo. Sin saber qué hacer con su vacío interior.
Se diría que el alma de muchos hombres y mujeres es un desierto. Son muchos los afectados por esta epidemia de soledad y vacío interior. Lo advertía ya P. Claudel: «Nunca los hombres han sido tan solidarios, ni han estado tan solos».
Este aislamiento interior de ese Cristo que es fuente de vida, conduce poco a poco- un «ateísmo práctico». De poco sirve seguir confesando fórmulas, si uno no conoce la comunicación cálida, gozosa, revitalizadora con el resucitado.
Esa comunicación de quien sabe disfrutar del diálogo silencioso con él, alimentarse diariamente de su palabra, recordarlo con gozo en medio de la agitación y el trabajo cotidiano, descansar en él en los momentos de agobio.

José Antonio Pagola

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