lunes, 13 de febrero de 2017

19-02-2017 - 7º domingo Tiempo ordinario (A)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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7º domingo Tiempo ordinario (A)


EVANGELIO

Amad a vuestros enemigos.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 38-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente." Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2016-2017 -
19 de febrero de 2017

UNA LLAMADA ESCANDALOSA

La llamada al amor es siempre seductora. Seguramente, muchos acogían con agrado la llamada de Jesús a amar a Dios y al prójimo. Era la mejor síntesis de la Ley. Pero lo que no podían imaginar es que un día les hablara de amar a los enemigos.
Sin embargo, Jesús lo hizo. Sin respaldo alguno de la tradición bíblica, distanciándose de los salmos de venganza que alimentaban la oración de su pueblo, enfrentándose al clima general de odio que se respiraba en su entorno, proclamó con claridad absoluta su llamada: “Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os calumnian”.
Su lenguaje es escandaloso y sorprendente, pero totalmente coherente con su experiencia de Dios. El Padre no es violento: ama incluso a sus enemigos, no busca la destrucción de nadie. Su grandeza no consiste en vengarse sino en amar incondicionalmente a todos. Quien se sienta hijo de ese Dios, no introducirá en el mundo odio ni destrucción de nadie.
El amor al enemigo no es una enseñanza secundaria de Jesús, dirigida a personas llamadas a una perfección heroica. Su llamada quiere introducir en la historia una actitud nueva ante el enemigo porque quiere eliminar en el mundo el odio y la violencia destructora. Quien se parezca a Dios no alimentará el odio contra nadie, buscará el bien de todos incluso de sus enemigos.
Cuando Jesús habla del amor al enemigo, no está pidiendo que alimentemos en nosotros sentimientos de afecto, simpatía o cariño hacia quien nos hace mal. El enemigo sigue siendo alguien del que podemos esperar daño, y difícilmente pueden cambiar los sentimientos de nuestro corazón.
Amar al enemigo significa, antes que nada, no hacerle mal, no buscar ni desear hacerle daño. No hemos de extrañarnos si no sentimos amor alguno hacia él. Es natural que nos sintamos heridos o humillados. Nos hemos de preocupar cuando seguimos alimentando el odio y la sed de venganza.
Pero no se trata solo de no hacerle mal. Podemos dar más pasos hasta estar incluso dispuestos a hacerle el bien si lo encontramos necesitado. No hemos de olvidar que somos más humanos cuando perdonamos que cuando nos vengamos alegrándonos de su desgracia.
El perdón sincero al enemigo no es fácil. En algunas circunstancias a la persona se le puede hacer en aquel momento prácticamente imposible liberarse del rechazo, el odio o la sed de venganza. No hemos de juzgar a nadie desde fuera. Solo Dios nos comprende y perdona de manera incondicional, incluso cuando no somos capaces de perdonar.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2013-2014 –
23 de febrero de 2014

UNA LLAMADA ESCANDALOSA

(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 – JESÚS ES PARA TODOS
20 de febrero de 2011

AMAR A QUIEN NOS HACE DAÑO

La llamada a amar es seductora. Seguramente, muchos escuchaban con agrado la invitación de Jesús a vivir en una actitud abierta de amistad y generosidad hacia todos. Lo que menos se podían esperar era oírle hablar de amor a los enemigos.
Sólo un loco les podía decir con aquella convicción algo tan absurdo e impensable: «Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen, perdonad setenta veces siete... » ¿Sabe Jesús lo que está diciendo? ¿Es eso lo que quiere Dios?
Los oyentes le escuchaban escandalizados. ¿Se olvida Jesús de que su pueblo vive sometido a Roma? ¿Ha olvidado los estragos cometidos por sus legiones? ¿No conoce la explotación de los campesinos de Galilea, indefensos ante los abusos de los poderosos terratenientes? ¿Cómo puede hablar de perdón a los enemigos, si todo les está invitando al odio y la venganza?
Jesús no les habla arbitrariamente. Su invitación nace de su experiencia de Dios. El Padre de todos no es violento sino compasivo. No busca la venganza ni conoce el odio. Su amor es incondicional hacia todos: «El hace salir su sol sobre buenos y malos, manda la lluvia a justos e injustos». No discrimina a nadie. No ama sólo a quienes le son fieles. Su amor está abierto a todos.
Este Dios que no excluye a nadie de su amor nos ha de atraer a vivir como él. Esta es en síntesis la llamada de Jesús. "Pareceos a Dios. No seáis enemigos de nadie, ni siquiera de quienes son vuestros enemigos. Amadlos para que seáis dignos de vuestro Padre del cielo".
 Jesús no está pensando en que los queramos con el afecto y el cariño que sentimos hacia nuestros seres más queridos. Amar al enemigo es, sencillamente, no vengarnos, no hacerle daño, no desearle el mal. Pensar, más bien, en lo que puede ser bueno para él. Tratarlo como quisiéramos que nos trataran a nosotros.
¿Es posible amar al enemigo? Jesús no está imponiendo una ley universal. Está invitando a sus seguidores a parecernos a Dios para ir haciendo desaparecer el odio y la enemistad entre sus hijos. Sólo quien vive tratando de identificarse con Jesús llega a amar a quienes le quieren mal.
Atraídos por él, aprendemos a no alimentar el odio contra nadie, a superar el resentimiento, a hacer el bien a todos. Jesús nos invita a «rezar por los que nos persiguen», seguramente, para ir transformando poco a poco nuestro corazón. Amar a quien nos hace daño no es fácil, pero es lo que mejor nos identifica con aquel que murió rezando por quienes lo estaban crucificando: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 – RECREADOS POR JESÚS

LA NO-VIOLENCIA

(Ver homilía del 21 de febrero de 1999)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS

Título

(no existe).

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO

NO SOMOS INOCENTES

Vuestro Padre...
hace salir su sol sobre malos y buenos.

« Qué sabéis de salvación vosotros, los que nunca habéis pecado? » Con estas palabras fustigaba Bernanos a determinados católicos de su tiempo un cristianismo de carácter fariseo que se cree limpio e inmaculado, sin necesidad alguna de salvación.
A raíz de los brutales atentados de Madrid hemos podido escuchar condenas terribles del terrorismo y silencio casi total sobre nuestra posible complicidad en su gestación. Al parecer, lo que sucede en el mundo es «una historia de buenos y malos». Nosotros, naturalmente, somos los buenos. Los cristianos somos más humanos que los musulmanes; los pueblos desarrollados, más justos que los que viven rozando la miseria. No es verdad.
El terrorismo es, sin duda, un crimen execrable y sin justificación alguna. Pero es también un síntoma. No se produce porque un odio diabólico se ha apoderado de pronto de unos desalmados. Nace de la desesperación y del fanatismo, del miedo y del odio a los poderosos de la tierra, de la impotencia ante los que quieren dominar a sus pueblos. Todo se mezcla de manera irracional. Pero tampoco nosotros somos inocentes.
Hemos convertido el mundo en un «holocausto global». Cada año mueren de hambre 35 millones y queremos que nadie nos moleste. Seguimos desarrollando nuestro afán de supremacía y poder para asegurar nuestro propio bienestar y pretendemos que en el mundo haya paz. Nosotros no necesitamos organizar «actos terroristas» para sembrar hambre y muerte en diferentes pueblos de la tierra.
Ante la tragedia del 11 -M hemos podido oír gritos magníficos de solidaridad: «todos somos madrileños»; «todos íbamos en ese tren». Pero es insuficiente si no ensanchamos este grito aún más: «todos somos iraquíes, palestinos o ruandeses»; «todos veníamos en esa patera». Tomar en serio ese grito nos exigiría reconocer nuestro pecado y cambiar.
Nuestra actitud sería diferente si viviéramos como hijos de un Padre bueno que «hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR

LA NO-VIOLENCIA

Amad a vuestros enemigos.

Los cristianos no sabemos a veces captar algo que M. Gandhi descubrió con gozo al leer el Evangelio: la profunda convicción de Jesús de que sólo la no-violencia puede salvar a la humanidad. Después de su encuentro con el Evangelio, Gandhi escribía estas palabras: «Leyendo toda la historia de esta vida.., me parece que el cristianismo está todavía por realizar... Mientras no hayamos arrancado de raíz la violencia de la civilización, Cristo no ha nacido todavía.»
La vida entera de Jesús ha sido, desde el principio hasta el fin, una llamada a resolver los problemas de las humanidad por caminos no violentos. La violencia tiende siempre a destruir. Pretende solucionar los problemas de la convivencia arrasando al que considera enemigo, pero no hace sino poner en marcha una reacción en cadena que no tiene fin.
Jesús nos llama a «hacer violencia a la violencia». El verdadero enemigo del hombre hacia el que tenemos que dirigir nuestra agresividad no es el otro, sino nuestro propio «yo» egoísta, capaz de destruir a quien se nos oponga.
Es una equivocación creer que el mal se puede detener con el mal y la injusticia con la injusticia. El respeto total a cada hombre y a cada mujer, tal como lo entiende Jesús, está pidiendo un esfuerzo constante por suprimir la mutua violencia y promover el diálogo y la búsqueda común de una convivencia siempre más justa y fraterna.
Los cristianos hemos de preguntarnos por qué no hemos sabido todavía extraer del Evangelio todas las consecuencias de la «no-violencia» de Jesús, y por qué no le hemos dado el papel central que ha de ocupar en la vida y la predicación de las Iglesias.
No basta denunciar el terrorismo. No es suficiente sobrecogernos y mostrar repulsa cada vez que se atenta contra la vida. Día a día hemos de construir entre todos otro clima suprimiendo de raíz «el ojo por ojo y diente por diente» y cultivando una actitud reconciliadora difícil pero posible. Las palabras de Jesús nos interpelan y nos sostienen: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
18 de febrero de 1996

VIOLENCIA VIRTUAL

No hagáis frente al que os agravia.

No siempre damos la debida importancia a ese mundo complejo de noticias, crónicas, editoriales, artículos de opinión, comunicados y entrevistas, que constantemente es generado por el terrorismo o la violencia. Sin embargo, esa «realidad virtual» sostenida por los medios es la «atmósfera envolvente» que orienta, en buena parte, la opinión de la sociedad y favorece o dificulta los procesos de pacificación.
Nadie vive la realidad total de la violencia «en directo». Tampoco los políticos ni los terroristas. La vivimos a través del «impacto virtual», condicionados por una determinada orientación y selección de las noticias, afectados por la dramaticidad y el sensacionalismo que caracteriza casi siempre a los medios, esforzándonos por conocer la realidad a través de la distorsión o ambigüedad de lenguajes contradictorios.
He pasado casi dos meses fuera del País Vasco y, al volver a leer la prensa y escuchar la radio, he tenido más de una vez la sensación de que necesitamos una verdadera catarsis para vivir de forma más sana una violencia estancada ya hace tiempo entre nosotros. A estas alturas, el problema no es ya sólo el terrorismo, sino nuestro modo poco sano de abordarlo.
De ahí la necesidad de introducir un aire nuevo en el mundo mediático. Somos muchos los que estamos cansados de ese lenguaje reiterativo, vacío de esperanza, transmisor de falsos tópicos y esquemas estereotipados, generador de sectarismos y «cainismos» que no conducen a ninguna parte. Necesitamos una palabra diferente, que contribuya a desmontar prejuicios y acercar posiciones, un discurso constructivo que ayude a descubrir lo que sería bueno para todos.
Es una insensatez seguir alimentando tanta polémica. La dinámica de la polémica es lo más contrario al espíritu del diálogo. «En la polémica —escribe Congar— no se acepta nada del otro; se defienden las propias posiciones sin admitir revisión o replanteamiento alguno.» Por eso, la polémica es estéril; no busca la paz; sólo intenta vencer al contrario, reducirlo, dominarlo. Es el diálogo el que hace avanzar hacia la paz porque exige renunciar a dogmatismos excluyentes y revisar la propia postura para buscar juntos el bien de todos.
El evangelio es una llamada constante a adoptar una actitud nueva, dialogante, constructiva, reconciliadora. Entre nosotros es necesario gritar una y otra vez las palabras revolucionarias de Jesús: «Sabéis que está mandado: Ojo por ojo, diente por diente. Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia... Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
21 de febrero de 1993

AMOR AL ENEMIGO

Amad a vuestros enemigos

«Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen.» ¿Qué podemos hacer los creyentes de hoy ante estas palabras de Jesús? ¿Suprimirlas del Evangelio? ¿Borrarlas del fondo de nuestra conciencia? ¿Dejarlas para tiempos mejores?
No cambia mucho, en las diferentes culturas, la postura básica de los hombres ante el «enemigo», es decir, ante alguien de quien sólo se han de esperar daños y peligros.
El ateniense Lisias (s. V antes de Cristo) expresa la concepción vigente en la antigüedad griega con una fórmula que sería bien acogida en nuestros tiempos: «Considero como norma establecida que uno tiene que procurar hacer daño a sus enemigos y ponerse al servicio de sus amigos.»
Por eso, hemos de destacar todavía más la importancia revolucionaria que se encierra en el mandato evangélico del amor al enemigo, considerado por los especialistas como el exponente más diáfano del mensaje cristiano.
Cuando Jesús habla del amor al enemigo no está pensando en un sentimiento de afecto y cariño hacia él (philia), menos todavía en una entrega apasionada (eros), sino en una apertura radicalmente humana, de interés positivo, por la persona del enemigo (agapè).
Este es el pensamiento de Jesús. El hombre es humano cuando el amor está en la base de toda su actuación. Y ni siquiera la relación con los enemigos debe ser una excepción. Quien es humano hasta el final, descubre y respeta la dignidad humana del enemigo por muy desfigurada que se nos pueda presentar. Y no adopta ante él una postura excluyente de maldición, sino una actitud positiva de interés real por su bien.
Quien quiera ser cristiano y actuar como tal en el contexto de violencia generado entre nosotros ha de vivir todo este conflicto sin renunciar a amar, cualquiera que sea su posición política o ideológica.
Y es precisamente este amor universal que alcanza a todos y busca realmente el bien de todos, sin exclusiones, la aportación más positiva y humana que puede introducir el ciudadano o el político cuya actuación quiera inspirarse en la fe cristiana.
Este amor cristiano al enemigo parece casi imposible en el clima de indignada crispación que provoca la violencia terrorista. Sólo recordar las palabras evangélicas puede resultar irritante para algunos. Y, sin embargo, es necesario hacerlo si queremos vemos libres de la deshumanización que generan el odio y la venganza.
Hay dos cosas que los cristianos podemos y debemos recordar hoy en medio de esta sociedad, aun a precio de ser rechazados. Amar al delincuente injusto y violento no significa en absoluto dar por buena su actuación injusta y violenta. Por otra parte, condenar de manera tajante la injusticia y crueldad de la violencia terrorista no debe llevar necesariamente al odio hacia quienes la instigan o llevan a cabo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
18 de febrero de 1990

CORDIALIDAD

Si saludáis
sólo a vuestros hermanos...

No es la manifestación sensible de los sentimientos el mejor criterio para verificar el amor cristiano, sino el comportamiento solícito por el bien del otro. Por lo general, un servicio humilde al necesitado encierra, casi siempre, más amor que muchas palabras efusivas.
Pero se ha insistido a veces de tal manera en el esfuerzo de la voluntad que hemos llegado a privar a la caridad de su contenido afectivo.
Y, sin embargo, el amor cristiano que nace de lo profundo de la persona inspira y orienta también los sentimientos, y se traduce en afecto cordial.
Amar al prójimo exige hacerle bien, pero significa también aceptarlo, respetarlo, descubrir lo que hay en él de amable, hacerle sentir nuestra acogida y amor.
La caridad cristiana induce a la persona a adoptar una actitud cordial de simpatía, solicitud y afecto, superando posturas de antipatía, indiferencia o rechazo.
Naturalmente, nuestro modo personal de amar viene condicionado por la sensibilidad, la riqueza afectiva o la capacidad de comunicación de cada uno. Pero el amor cristiano promueve la cordialidad, el afecto sincero y la amistad entre las personas.
Esta cordialidad no es mera cortesía exterior exigida por la buena educación ni simpatía espontánea que nace al contacto con las personas agradables, sino la actitud sincera y purificada de quien se deja vivificar por el amor cristiano.
Tal vez no subrayamos hoy suficientemente la importancia que tiene el cultivo de esta cordialidad en el seno de la familia, en el ámbito del trabajo y en todas nuestras relaciones.
La cordialidad ayuda a las personas a sentirse mejor, suaviza las tensiones y conflictos, acerca posturas, fortalece la amistad, hace crecer la fraternidad.
La cordialidad ayuda a liberarse de sentimientos de egoísmo y rechazo, pues se opone directamente a nuestra tendencia a dominar, manipular o hacer sufrir al prójimo. Quienes saben acoger y comunicar afecto de manera sana y generosa crean en su entorno un mundo más humano y habitable.
Jesús insiste en desplegar esta cordialidad, no sólo ante el amigo o la persona agradable, sino incluso ante quien nos rechaza. Recordemos unas palabras suyas que nos revelan su estilo de ser: «Si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
22 de febrero de 1987

AGRESIVIDAD DESTRUCTORA

No hagáis frente al que os agravia...

Las protestas estudiantiles están provocando honda preocupación en sectores amplios de la sociedad. Los motivos de alarma son diversos. Sin duda, no es el menor el comprobar con qué facilidad puede extenderse entre nosotros la agresividad y la violencia.
La sicología moderna nos ha enseñado a valorar positivamente la agresividad del hombre como una energía orientada a promover su crecimiento y desarrollo integral. Sin ella, la humanidad no habría sido capaz de acometer las grandes empresas que le han llevado a progresar a lo largo de los siglos.
Sin embargo, una y otra vez, somos testigos de cómo esta agresividad cambia de orientación y se convierte en ataque ciego e ímpetu destructor. ¿Por qué?
Sería una ingenuidad condenar la agresividad sin ahondar en las raíces que provocan su desorientación destructora. Hemos de preguntarnos más bien cuáles pueden ser las causas que desencadenan su estallido violento en nuestros días.
Sin duda, las reivindicaciones concretas de los estudiantes encierran graves problemas en el mundo de la enseñanza que requieren una atención urgente. Pero su protesta, llena de violencia e ira, es probablemente signo de un malestar más profundo.
Cuando las personas no reciben el amor que necesitan ni la acogida suficiente que les ayude a enfrentarse a la vida, es fácil la explosión de ira y odio.
Cuando alguien se siente excluido de la sociedad y sin futuro, su frustración puede descargarse en violencia y destrucción.
Cuando las personas se sienten infravaloradas, inseguras y sin identidad, no es difícil que busquen su afirmación participando de alguna manera en acciones agresivas aunque sean realizadas por otros.
¿Es tan extraña la agresividad destructora de estos jóvenes a veces tan indigentes de verdadero amor, tan necesitados de seguridad, tan faltos de porvenir?
También aquí hemos de escuchar las palabras de Jesús invitándonos a no reaccionar ante el agresor con nueva agresividad. El “ojo por ojo y diente por diente” no erradica el mal. Es necesario superar el mal con el bien.
Estos jóvenes están pidiendo de la sociedad una acogida más solícita, una atención más efectiva, una preocupación más real.
Autoridades públicas, responsables políticos, educadores y padres hemos de preguntarnos si estamos escuchando su llamada.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
19 de febrero de 1984

«GUERRA SUCIA»

Amad a vuestros enemigos.

Dentro de la espiral incontenible de violencia que nos asola, ha hecho ya su aparición brutal la llamada «guerra sucia», nueva versión de la vieja ley del «ojo por ojo y diente por diente».
Se trata, una vez más, de disuadir al agresor haciéndole sufrir el mismo daño que él causa y con la misma violencia e inhumanidad pie él mismo practica.
Se piensa así que el mejor método para disuadir a los terroristas de ETA a desistir de su acción violenta es hacerles sufrir en su propia carne el mismo horror que ellos provocan en sus víctimas.
Hemos llegado a tal estado de exasperación que no son pocos lo que, aun reprobando en voz alta estas acciones, las aprueban secretamente en su corazón como remedio eficaz para ahuyentar de nosotros, una vez por todas, la sombra siniestra del terrorismo.
La violencia se está apoderando hasta tal punto de nuestros corazones y de nuestra convivencia, que tiene que ser uno demasiado «ingenuo» para atreverse a recordar entre nosotros aquella llamada original de Jesús: «Amad a ¡os enemigos».
¿No es esto algo antinatural, que contradice las leyes más elementales de la sensatez y la eficacia frente a quienes ponen en peligro nuestra seguridad y siembran de sangre nuestro instinto, violentarnos a nosotros mismos y forzar en nuestro interior una actitud de simpatía y unos sentimientos de amor no menos violentos?
Ciertamente, Jesús no plantea así las cosas. Lo primero es transformar la relación «amigo-enemigo», descubriendo en el otro al hombre, al hermano.
El otro no es sólo «enemigo». Es un ser humano, alguien que tiene seres queridos, alguien que ama y es amado, que sufre y que goza, alguien que tiene el mismo hambre de felicidad que todos nosotros. Alguien que salió de manos del Padre para disfrutar un día de la vida plena.
El «enemigo» empieza a ser muy diverso de lo que nosotros vemos en él, cuando lo contemplamos sencillamente como hombre.
«Amar al enemigo» no es introducirlo en el círculo íntimo de nuestras amistades. Pero sí, aceptarlo como hombre y como hermano, que no ha perdido ci derecho a ser tratado con justicia y humanidad.
Las «guerras sucias» pueden parecer eficaces para crear «un equilibrio de terror», pero ensucian aún más nuestra convivencia y la degradan, buscando una vez más, la solución de nuestros problemas por el camino inhumano de la sangre y la violencia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
22 de febrero de 1981

INCLUSO A LOS ENEMIGOS

Yo os digo: amad a vuestros enemigos.

Es innegable que vivimos en una situación realmente paradójica. «Mientras más aumenta la sensibilidad ante los derechos pisoteados o injusticias violentas, más crece el sentimiento de tener que recurrir a una violencia brutal o despiadada para llevar a cabo los profundos cambios que se anhelan» (Documento de los Provinciales de la Compañía).
No parece haber otro camino para resolver ¡os problemas que el recurso a la violencia. No es extraño que las palabras de Jesús resuenen en nuestra sociedad como un grito ingenuo además de discordante: «Amad a vuestros enemigos, haced ei bien a los que os aborrecen».
Y sin embargo, quizás es la palabra que más necesitamos escuchar todos en estos momentos en que, sumidos en la perplejidad, no sabemos qué hacer en concreto para ir arrancando del mundo la violencia.
Alguien ha dicho que «los problemas que sólo pueden resolverse con violencia, deben ser planteados de nuevo» (F. Hacker). Y es precisamente aquí donde tiene mucho que aportar también hoy el evangelio de Jesús, no para ofrecernos soluciones técnicas a nuestros conflictos, pero sí para descubrirnos en qué actitud debemos abordarlos.
Hay una convicción profunda en Jesús. Al mal no se le puede vencer a base de fuerza, odio y violencia. Al mal se le vence sólo con el bien. Como decía M. Luther King, «el último defecto de la violencia es que describe una espiral descendente que destruye todo lo que engendra. En vez de disminuir el mal, lo aumenta».
Jesús no se detiene a precisar si, en alguna circunstancia con- creta, la violencia puede ser legítima. Más bien nos invita a trabajar y luchar para que no lo sea nunca. Por eso es importante buscar siempre caminos que nos lleven hacia la fraternidad y no hacia el fratricidio.
Amar a los enemigos no significa tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal. Lo que Jesús ha visto con claridad es que no se lucha contra el mal cuando se destruye a las personas. Hay que combatir el mal sin buscar la destrucción del adversario.
Pero no olvidemos algo importante. Esta llamada a renunciar al odio y a la violencia debe dirigirse no tanto a los débiles que no tienen apenas ningún poder ni acceso a la violencia destructora, sino sobre todo a quienes manejan el poder, el dinero o las armas, y pueden por ello acrecentar la violencia de manera decisiva.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


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