lunes, 2 de febrero de 2015

08/02/2015 - 5º domingo Tiempo ordinario (B)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción". 
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.

¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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5º domingo Tiempo ordinario (B)


EVANGELIO

Curó a muchos enfermos de diversos males

Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 29-39

En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:
- «Todo el mundo te busca.»
Él les respondió:
- «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2014-2015 –
8 de febrero de 2015

Y allí se puso a orar.

RETIRARSE A ORAR

En medio de su intensa actividad de profeta itinerante, Jesús cuidó siempre su comunicación con Dios en el silencio y la soledad. Los evangelios han conservado el recuerdo de una costumbre suya que causó honda impresión: Jesús solía retirarse de noche a orar.
El episodio que narra Marcos nos ayuda a conocer lo que significaba la oración para Jesús. La víspera había sido una jornada dura. Jesús «había curado a muchos enfermos». El éxito había sido muy grande. Cafarnaúm estaba conmocionada: «La población entera se agolpaba» en torno a Jesús. Todo el mundo hablaba de él.
Esa misma noche, «de madrugada», entre las tres y las seis de la mañana, Jesús se levanta y, sin avisar a sus discípulos, se retira al descampado. «Allí se puso a orar». Necesita estar a solas con su Padre. No quiere dejarse aturdir por el éxito. Sólo busca la voluntad del Padre: conocer bien el camino que ha de recorrer.
Sorprendidos por su ausencia, Simón y sus compañeros corren a buscarlo. No dudan en interrumpir su diálogo con Dios. Sólo quieren retenerlo: «Todo el mundo te busca». Pero Jesús no se deja programar desde fuera. Sólo piensa en el proyecto de su Padre. Nada ni nadie lo apartará de su camino.
No tiene ningún interés en quedarse a disfrutar de su éxito en Cafarnaúm. No cederá ante el entusiasmo popular. Hay aldeas que todavía no han escuchado la Buena Noticia de Dios: «Vamos… para predicar también allí».
Uno de los rasgos más positivos en el cristianismo contemporáneo es ver cómo se va despertando la necesidad de cuidar más la comunicación con Dios, el silencio y la meditación. Los cristianos más lúcidos y responsables quieren arrastrar a la Iglesia de hoy a vivir de manera más contemplativa.
Es urgente. Los cristianos, por lo general, ya no sabemos estar a solas con el Padre. Los teólogos, predicadores y catequistas hablamos mucho de Dios, pero hablamos poco con él. La costumbre de Jesús se olvidó hace mucho tiempo. En las parroquias se hacen muchas reuniones de trabajo, pero no sabemos retirarnos para descansar en la presencia de Dios y llenarnos de su paz.
Cada vez somos menos para hacer más cosas. Nuestro riesgo es caer en el activismo, el desgaste y el vacío interior. Sin embargo, nuestro problema no es tener muchos problemas, sino tener la fuerza espiritual necesaria para enfrentarnos a ellos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2011-2012 -
5 de febrero de 2012

A LA PUERTA DE NUESTRA CASA

En la sinagoga de Cafarnaún Jesús ha liberado por la mañana a un hombre poseído por un espíritu maligno. Ahora se nos dice que sale de la «sinagoga» y marcha a «la casa» de Simón y Andrés. La indicación es importante pues, en el evangelio de Marcos, lo que sucede en esa casa encierra siempre alguna enseñanza para las comunidades cristianas.
Jesús pasa de la sinagoga, lugar oficial de la religión judía, a la casa, lugar donde se vive la vida cotidiana junto a los seres más queridos. En esa casa se va a ir gestando la nueva familia de Jesús. Las comunidades cristianas han de recordar que no son un lugar religioso donde se vive de la Ley, sino un hogar donde se aprende a vivir de manera nueva en torno a Jesús.
Al entrar en la casa, los discípulos le hablan de la suegra de Simón. No puede salir a acogerlos pues está postrada en cama con fiebre. Jesús no necesita más. De nuevo va a romper el sábado por segunda vez el mismo día. Para él lo importante es la vida sana de las personas, no las observancias religiosas. El relato describe con todo detalle los gestos de Jesús con la mujer enferma.  
«Se acercó». Es lo primero que hace siempre: acercarse a los que sufren, mirar de cerca su rostro y compartir su sufrimiento. Luego, «la cogió de la mano»: toca a la enferma, no teme las reglas de pureza que lo prohíben; quiere que la mujer sienta su fuerza curadora. Por fin, «la levantó», la puso de pie, le devolvió la dignidad.
Así está siempre Jesús en medio de los suyos: como una mano tendida que nos levanta, como un amigo cercano que nos infunde vida. Jesús solo sabe servir, no ser servido. Por eso la mujer curada por él se pone a «servir» a todos. Lo ha aprendido de Jesús. Sus seguidores han de vivir acogiéndose y cuidándose unos a otros.
Pero sería un error pensar que la comunidad cristiana es una familia que piensa solo en sus propios miembros y vive de espaldas al sufrimiento de los demás. El relato dice que, ese mismo día, «al ponerse el sol», cuando ha terminado el sábado, le llevan a Jesús toda clase de enfermos y poseídos por algún mal.
Los cristianos hemos de grabar bien la escena. Al llegar la oscuridad de la noche, la población entera con sus enfermos «se agolpa a la puerta». Los ojos y las esperanzas de los que sufren buscan la puerta de esa casa donde está Jesús. La Iglesia solo atrae de verdad cuando la gente que sufre puede descubrir dentro de ella a Jesús curando la vida y aliviando el sufrimiento. A la puerta de nuestras comunidades hay mucha gente sufriendo. No lo olvidemos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
8 de febrero de 2009

RETIRARSE A ORAR

(Ver homilía del 8 de febrero de 2015)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
5 de febrero de 2006

UN CORAZÓN QUE VE

Curó a muchos enfermos de diversos males.

Los evangelios van relatando con cierto detalle episodios y actuaciones concretas de Jesús. Pero, con frecuencia, ofrecen «resúmenes» o «sumarios» donde se describe el perfil de su estilo de vivir: lo que más grabado quedó en el recuerdo de sus seguidores.
En la comunidad donde se escribió el evangelio de Marcos se recordaban sobre todo estos rasgos: Jesús era un hombre muy atento al dolor de la gente. Incapaz de pasar de largo si veía a alguien sufriendo. Lo suyo no era sólo predicar. Lo dejaba todo, incluso la oración, para responder a las necesidades y dolencias de las personas. Por eso le buscaban tanto los enfermos y desvalidos.
He leído con alegría el primer escrito del Papa a toda la Iglesia pues, junto a otros aciertos, ha sabido exponer de manera certera lo que él llama el «programa del cristiano», que se desprende del «programa de Jesús». Según su espléndida expresión, el cristiano ha de ser, como Jesús, «un corazón que ve. Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia».
El Papa mira el mundo con mucho realismo. Reconoce que son muy grandes los progresos en el campo de la ciencia y de la técnica. Pero, a pesar de todo, «vemos cada día lo mucho que se sufre en el mundo a causa de tantas formas de miseria material y espiritual».
Quien vive con un corazón que ve, sabe «captar las necesidades de los demás en lo más profundo de su ser para hacerlas suyas». No basta que haya «organizaciones encargadas» de prestar ayuda. Si yo aprendo a mirar al otro como miraba Jesús, descubriré que «puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita».
El Papa no está pensando en «sentimientos piadosos». Lo importante es «no desentenderse» del que sufre. La caridad cristiana «es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos, los prisioneros visitados».
Es necesaria una atención profesional bien organizada. El Papa la considera requisito fundamental, pero «los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
9 de febrero de 2003

ALIVIAR

Curó a muchos enfermos.

La enfermedad es una de las experiencias más duras del ser humano. No sólo padece el enfermo que siente su vida amenazada y sufre sin saber por qué, para qué y hasta cuándo. Sufre también su familia, los seres queridos y los que le atienden.
De poco sirven las palabras y explicaciones. ¿Qué hacer cuando ya la ciencia no puede detener lo inevitable? ¿Cómo afrontar de manera humana el deterioro? ¿Cómo estar junto al familiar o el amigo gravemente enfermo?
Lo primero es acercarse. Al que sufre no se le puede ayudar desde lejos. Hay que estar cerca. Sin prisas, con discreción y respeto total. Ayudarle a luchar contra el dolor. Darle fuerza para que colabore con los que tratan de curarlo.
Esto exige acompañarlo en las diversas etapas de la enfermedad y en los diferentes estados de ánimo. Ofrecerle lo que necesita en cada momento. No incomodarnos ante su irritabilidad. Tener paciencia. Permanecer junto a él.
Es importante escuchar. Que el enfermo pueda contar y compartir lo que lleva dentro: las esperanzas frustradas, sus quejas y miedos, su angustia ante el futuro. Es un respiro para el enfermo poder desahogarse con alguien de confianza. No siempre es fácil escuchar. Requiere ponerse en el lugar del que sufre y estar atento a lo que nos dice con sus palabras y, sobre todo, con sus silencios, gestos y miradas.
La verdadera escucha exige acoger y comprender las reacciones del enfermo. La incomprensión hiere profundamente a quien está sufriendo y se queja. «Animo», resignación»... son palabras inútiles cuando hay dolor. De nada sirven consejos, razones o explicaciones doctas. Sólo la comprensión de quien acompaña con cariño y respeto alivia.
La persona puede adoptar ante la enfermedad actitudes sanas y positivas o puede dejarse destruir por sentimientos estériles y negativos. Muchas veces necesitará ayuda para mantener una actitud positiva, para confiar y colaborar con los que le atienden, para no encerrarse solo en sus problemas, para tener paciencia consigo mismo o para ser agradecido.
El enfermo puede necesitar también reconciliarse consigo mismo, curar las heridas del pasado, dar un sentido más hondo a su dolor, purificar su relación con Dios. El creyente puede ayudarle a orar, a vivir con paz interior, a creer en el perdón y confiar en su amor salvador.
El evangelista nos dice que las gentes llevaban sus enfermos y poseídos hasta Jesús. El sabía acogerlos con cariño, despertar su confianza en Dios, perdonar su pecado, aliviar su dolor y sanar su enfermedad. Su actuación ante el sufrimiento humano siempre será para los cristianos el ejemplo a seguir en el trato a los enfermos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
6 de febrero de 2000

MANO TENDIDA

… la cogió de la mano y la levantó.

La exégesis moderna ha tomado conciencia de que toda la actuación de Jesús está sostenida por la «gestualidad». No basta, por ello, analizar sus palabras. Es necesario, además, estudiar el hondo contenido de sus gestos. Recomiendo el estudio divulgativo de un biblista y un pedagogo, F. Armelliní-G. Moretti, Tenía rostro y palabras de hombre. Un retrato de Jesús (Ed. Paulinas, Madrid 1998).
Las manos son de gran importancia en el gesto humano. Pueden construir o destruir, curar o herir, acariciar o golpear, acoger o rechazar. Las manos pueden reflejar el ser de la persona. De ahí que los exégetas estudien con atención las manos de Jesús en las que tanto insisten los evangelistas.
Jesús toca a los discípulos caídos por tierra para devolverles la confianza: «Levantaos, no temáis» (Mt 17, 6-7). Cuando Pedro comienza a hundirse, le tiende su mano, lo agarra y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?» (Mt 14, 31). Jesús es, muchas veces, mano que levanta, infunde fuerza y pone en pie a la persona.
Los evangelistas destacan, sobre todo, los gestos de Jesús con los enfermos. Son significativos los matices expresados por los diferentes verbos. A veces, Jesús agarra al enfermo para arrancarlo del mal. Otras veces, impone sus manos en un gesto de bendición que transmite su fuerza curadora. Con frecuencia, extiende su mano para tocarlo en un gesto de cercanía, apoyo y compasión. Jesús es mano cercana que acoge a los impuros, los envuelve con su bendición y los protege de la exclusión.
Desde estas claves hemos de leer también el relato de Cafarnaúm (Mc 1, 31). Jesús entra en la habitación de una mujer enferma, se acerca a ella, la coge de la mano y la levanta en un gesto de cercanía y de apoyo que le transmite nueva fuerza. Jesucristo es para los cristianos «la mano que Dios tiende» a todo ser humano necesitado de fuerza, apoyo, compañía y protección. Ésa es la experiencia del creyente a lo largo de su vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
9 de febrero de 1997

RELIGIÓN TERAPÉUTICA

Curó a muchos enfermos.

La teología contemporánea trata de recuperar poco a poco una dimensión del cristianismo que, aun siendo esencial, se había ido perdiendo en buena parte a lo largo de los siglos. A diferencia de otras religiones, «el cristianismo es una religión terapéutica» (E. Biser).
En el origen de la tradición cristiana nada aparece con tanta claridad como la figura de Jesús curando enfermos. Es el signo que él mismo presenta como garantía de su misión: «Los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen... » Por otra parte, nada indica mejor el sentido de la fe cristiana que esas palabras tantas veces repetidas por Jesús: «Tu fe te ha sanado.» No es extraño que Cristo haya sido invocado en la Iglesia antigua con esta hermosa plegaria: «Ayúdanos, oh Cristo, Tú eres nuestro único Médico.»
Es fácil resumir lo sucedido posteriormente. Por una parte, el cristianismo se preocupó cada vez más de justificarse frente a objeciones y ataques, utilizando la teología para exponer el contenido de la fe de manera doctrinal; poco a poco se terminó pensando que lo importante era «creer verdades reveladas». Por otra parte, la curación fue pasando enteramente a manos de una medicina cada vez más capacitada para curar el organismo humano.
No se trata ahora de que la fe recupere el terreno cedido a la medicina científica echando mano de la oración o de otras prácticas para curar enfermedades. La religión no es un remedio terapéutico más. La perspectiva ha de ser otra. La medicina moderna ha convertido al enfermo en un «caso clínico» para poder aplicarle con eficacia su técnica e instrumental científico. Pero el ser humano es mucho más que un «caso clínico».
Asegurada la curación de buena parte de las enfermedades graves, el mal se cuela por la puerta trasera y vuelve a entrar en el ser humano bajo forma de sinsentido, depresión, soledad o vacío interior. No basta curar algunas enfermedades para vivir de manera sana.
Algunos teólogos apuntan dos hechos que pueden abrir un horizonte nuevo para la fe en el próximo milenio. Por una parte, se está desmoronando por sí sola una religión sustentada por la angustia y el miedo a Dios; es tal vez uno de los signos más esperanzadores que se está produciendo secretamente en la conciencia humana (E. Biser). Por otra parte, se abre así el camino hacia una forma renovada de creer y de «experimentar a Dios como fuerza sanadora y auxiliadora» (J. Gnilka). Tal vez, en próximos siglos sólo creerán quienes experimenten que Dios les hace bien, los que comprueben que la fe es el mejor estímulo y la mayor fuerza para vivir con sentido y esperanza.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
6 de febrero de 1994

ALIVIAR

Curó a muchos enfermos.

La enfermedad es una de las experiencias más duras del ser humano. No solo padece el enfermo que siente su vida amenazada y sufre sin saber por qué, para qué y hasta cuándo. Sufre también su familia, los seres queridos y los que le atienden.
De poco sirven las palabras y explicaciones. ¿Qué hacer cuando ya la ciencia no puede detener lo inevitable? ¿Cómo afrontar de manera humana el deterioro? ¿Cómo estar junto al familiar o el amigo gravemente enfermo?
Lo primer es acercarse. Al que sufre no se le puede ayudar desde lejos. Hay que estar cerca. Sin prisas, con discreción y respeto total. Ayudarle a luchar contra el dolor. Darle fuerza para que colabore con los que tratan de curarlo.
Esto exige acompañarlo en las diversas etapas de la enfermedad y en los diferentes estados de ánimo. Ofrecerle lo que necesita en cada momento. No incomodamos ante su irritabilidad. Tener paciencia. Permanecer junto a él.
Es importante escuchar. Que el enfermo pueda contar y compartir lo que lleva dentro. Las esperanzas frustradas, sus quejas y miedos, su angustia ante el futuro. Es un respiro para el enfermo poder desahogarse con alguien de confianza. No siempre es fácil escuchar. Requiere ponerse en el lugar del que sufre y estar atento a lo que nos dice con sus palabras y, sobre todo, con sus silencios, gestos y miradas.
La verdadera escucha exige acoger y comprender las reacciones del enfermo. La incomprensión hiere profundamente a quien está sufriendo y se queja. «Animo», resignación»... son palabras inútiles cuando hay dolor. De nada sirven consejos, razones o explicaciones doctas. Solo la comprensión de quien acompaña con cariño y respeto alivia.
La persona puede adoptar ante la enfermedad actitudes sanas y positivas o puede dejarse destruir por sentimientos estériles y negativos. Muchas veces necesitará ayuda para mantener una actitud positiva, para confiar y colaborar con los que le atienden, para no encerrarse solo en sus problemas, para tener paciencia consigo mismo o para ser agradecido.
El enfermo puede necesitar también reconciliarse consigo mismo, curar las heridas del pasado, dar un sentido más hondo a su dolor, purificar su relación con Dios. El creyente puede ayudarle a orar, a vivir con paz interior, a creer en el perdón y confiar en su amor salvador.
El evangelista Marcos nos dice que las gentes llevaban sus enfermos y poseídos hasta Jesús. El sabía acogerlos con cariño, despertar su confianza en Dios, perdonar su pecado, aliviar su dolor y sanar su enfermedad. Su actuación ante el sufrimiento humano siempre será para los cristianos el ejemplo a seguir en el trato a los enfermos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
10 de febrero de 1991

UNA SALUD MAS HUMANA

Curó a muchos enfermos.

Desde que la Organización Mundial de la Salud la definió en 1946 como “un estado de perfecto bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad”, el concepto de salud ha sido debatido y enriquecido desde múltiples perspectivas.
Antes que nada, hemos de recordar que la salud es mucho más que la ausencia de enfermedad. No basta eliminar en un individuo los trastornos físicos o los desequilibrios síquicos para que se pueda decir que es sano. La salud es todo “un modo de vivir orientado hacia el crecimiento integral, libre y responsable de la persona”.
Desde esta perspectiva, podemos afirmar que alguien está sano en la medida en que es capaz de orientar sus energías físicas, su fuerza mental y su potencial sicológico y espiritual hacia el crecimiento positivo de su persona.
Por eso, los expertos hablan de posturas sanas en medio de la enfermedad y de posturas enfermizas en la ausencia de la misma. Si una persona vive sin objetivo ni proyecto vital alguno, sin dar sentido a su vida, replegado estérilmente sobre su propio yo, aunque no se le pueda detectar ninguna enfermedad médica, su modo de vivir no es humanamente sano.
Por el contrario, cuando un hombre atrapado por la enfermedad incurable sabe asumir positivamente su deterioro y, desde su estado médicamente precario, es capaz de seguir abierto a los valores auténticamente humanos, de él se puede decir que vive su enfermedad de manera sana.
Por eso, cuidar la salud no es sólo velar por el buen funcionamiento del cuerpo o cuidar el desarrollo armonioso del propio organismo, sino vivir desplegando de manera responsable todas las virtualidades positivas del ser humano.
Algunos necesitarán, tal vez, vivir de manera más sobria y moderada, siguiendo un ritmo más saludable de trabajo y descanso, cuidando mejor el cuerpo o haciendo el ejercicio físico adecuado.
Otros pueden necesitar comprometerse en un trabajo personal que les ayude a ir pasando del resentimiento al amor, del aislamiento a la comunicación, del aburrimiento a la creatividad, del propio rechazo a la sana autoestima.
Otros necesitarán cuidar mejor su espíritu; recuperar esa relación sana con Dios que, quizás, ha quedado atrofiada y reprimida en su interior; liberarse de heridas y culpabilidades malsanas del pasado; dar un sentido más profundo a su vida.
El cristiano, como cualquier otro hombre o mujer, ha de escuchar hoy una llamada a cuidar su propia salud de manera integral y plena, pero ha de saber que en su fe cristiana puede encontrar precisamente fuerzas, estímulos y orientaciones que le ayudarán a desplegar aquello que le hará crecer como persona de manera sana.
El relato evangélico nos recuerda con insistencia el carácter sanador de Jesús que “curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
7 de febrero de 1988

JUNTO A LOS ENFERMOS

Curó a muchos enfermos.

El evangelista Marcos tiene particular interés en señalar que existe una especie de incompatibilidad entre Jesús y la enfermedad. Donde Jesús aparece, la enfermedad se retira y el enfermo recobra salud y vida.
La enfermedad sigue siendo también hoy una de las situaciones más perturbadoras para el hombre. Nada nos revela mejor nuestra impotencia, que sentirnos enfermos y experimentar que no podemos liberarnos de nuestra precariedad.
No es fácil decir qué es enfermar. La ciencia médica se niega cada vez más a establecer fronteras precisas entre el enfermo y el sano. Han caído los esquemas simples de otros tiempos. Hoy se nos habla de fases alternas, descompensaciones, bloqueos y regresiones de la energía vital.
Por eso, tampoco la curación es un proceso sencillo. No se trata solamente de recomponer el funcionamiento biológico del organismo. Curar significa liberar a la persona de todo aquello que bloquea su salud, estimular en ella las energías que le ayuden a crecer, devolverla a la vida.
Aquí se encierra, sin duda, uno de los problemas más graves de la medicina moderna. La intervención técnica y farmacológica es necesaria. Puede hacer prodigios. Pero resulta parcial y limitada si se reduce a resolver un problema puramente fisiológico.
Para curar a hombres y mujeres enfermos hoy de tantos males, no basta una medicina técnica que afronta la enfermedad pero no se acerca a curar integralmente a la persona enferma.
¿No es un grave error someter al enfermo a las técnicas más sofisticadas y aislarlo al mismo tiempo de aquellas personas amigas que podrían ayudarle a rehacerse desde sus raíces?
Junto al cuidado técnico, muchos enfermos necesitan cerca a alguien que les ayude a recuperar de nuevo el gusto por la vida, liberándose de tensiones y fijaciones que la bloquean y aprendiendo a relacionarse de manera más sana consigo mismos y con los demás.
Tal vez éste sea el mayor reto al que se enfrentan hoy los profesionales de la salud: ¿Cómo “humanizar» el servicio técnico al enfermo, convirtiendo cada vez más “la medicina de órganos» en “medicina de toda la persona”?
No es sólo un problema de técnica sanitaria sino de personas. No hemos de olvidar que realmente cura aquel que vive de manera sana; despierta gusto por la vida aquel que se siente vivo por dentro. La salud es algo que se contagia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
10 de febrero de 1985

CANSANCIO

se marchó al descampado.

Jesús no se ha dejado destruir por el activismo. No se ha «vaciado» en la actividad agotadora de cada jornada. Rodeado de gentes que se agolpan sobre él, incluso, después de anochecer, sabe encontrar tiempo para reavivar su espíritu.
Según la información de Marcos, Jesús tenía esta costumbre: se levantaba de madrugada, se retiraba a un lugar solitario y, allí, se entregaba a la oración.
Cuando, al amanecer, los discípulos lo llaman de nuevo, Jesús se levanta con nuevas fuerzas, dispuesto a continuar su servicio generoso e incondicional a las gentes de Galilea.
El cansancio es algo con lo que tiene que contar todo hombre o mujer que se esfuerza por cumplir su tarea diaria con entrega y responsabilidad.
Un día las fuerzas se desgastan y el agobio se apodera de nosotros. Quedan atrás la euforia y vitalidad de otros tiempos. Ahora sólo sentimos la falta de aliento, la impotencia, el hastío.
Las raíces del cansancio pueden ser muy diversas. Las ocupaciones nos dispersan, la actividad constante nos desgasta, la mediocridad misma de nuestra vida y nuestro trabajo nos aburre.
Perdemos energías en las mil contrariedades y roces de cada día y no sabemos cómo ni dónde reparar nuestras fuerzas. Nos yacíamos quizás generosamente a lo largo del día, pero no cuidamos el alimento de nuestro espíritu.
¿Qué hacer cuando la alegría interior se nos escapa y sentimos el alma cansada y sin aliento?
Quizás, lo primero sea aceptar con paciencia el cansancio como «compañero de nuestro camino». Pero, al mismo tiempo, recordar que la soledad y el silencio pueden sanar de nuevo nuestras raíces.
Hay una oración callada, humilde y confiada que puede devolver- nos el aliento y la vida en las horas bajas del cansancio y el agobio.
Todos necesitamos, de alguna manera, saber retirarnos a «un lugar solitario» para enraizar de nuevo nuestra vida en lo esencial.
Necesitamos más silencio y soledad para reconocer con paz «las pequeñas cosas» que hemos agrandado indebidamente hasta agobiarnos, y para recordar las cosas realmente grandes e importantes que hemos descuidado día tras día.
Esa oración no es huida cobarde de los problemas. Es renacimiento, reencuentro y renovación del espíritu. Es sentirse vivo de nuevo y dispuesto para el servicio.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
7 de febrero de 1982

PASION POR LA VIDA

Curó a muchos enfermos de diversos males.

Donde está Jesús crece la vida. Esto es lo que descubre con gozo quien recorre las páginas entrañables del evangelista Marcos, y se encuentra con ese Jesús que cura a los enfermos, acoge a los desvalidos, sana a los enajenados y perdona a ios pecadores.
Donde está Jesús hay amor a la vida, interés por el hombre, pasión por la liberación de todo mal. No deberíamos olvidar nunca que la imagen primera que nos ofrecen los relatos evangélicos es la de un Jesús curador. Un hombre que difunde vida y restaura lo que está enfermo.
Por eso encontramos siempre a su alrededor la miseria de la humanidad: posesos, enfermos, paralíticos, leprosos, ciegos, sordos. Hombres a los que falta vida. «Los que están a oscuras», como diría B. Brecht.
Ciertamente, los milagros de Jesús no han solucionado prácticamente nada en la historia dolorosa de los hombres. Su presencia salvadora no ha resuelto los problemas. Hay que seguir luchando contra el mal.
Pero nos han descubierto algo decisivo y esperanzador. Dios es amigo de la vida, y ama apasionadamente la felicidad, la salud, el gozo y la plenitud de los hombres.
Inquieta ver con qué facilidad nos hemos acostumbrado a la muerte: la muerte de la naturaleza destruida por la polución industrial, la muerte en las carreteras, la muerte por la violencia, la muerte de los intoxicados por un aceite criminal, la muerte de los que no llegan a nacer, la muerte de las almas.
Es desalentador observar con qué indiferencia escuchamos cifras aterradoras que nos hablan de la miseria del tercer mundo, y con qué pasividad contemplamos la violencia callada, pero eficaz y constante, de estructuras injustas que hunden a los débiles en la marginación.
Por todas partes se gritan reivindicaciones insolidarias. Cada uno reivindica para sí. Los dolores y sufrimientos ajenos nos preocupan poco. Cada uno parece interesarse sólo por su problema, su convenio colectivo, su bienestar y seguridad personal.
La apatía se va apoderando de muchos. Corremos el riesgo de hacernos cada vez ms incapaces de amar la vida y vibrar con el que no puede vivir feliz.
Los creyentes no debemos olvidar que el amor cristiano es siempre interés por la vida, búsqueda apasionada de felicidad para el hermano. El amor cristiano es la actitud que nace en aquél que ha descubierto que Dios ama tan apasionadamente nuestra vida que ha sido capaz de sufrir nuestra muerte.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


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