lunes, 28 de abril de 2014

04/05/2014 - 3º domingo de Pascua (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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4 de mayo de 2014

3º domingo de Pascua (A)


EVANGELIO

Lo reconocieron al partir el pan.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 13-35

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
-«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:
-«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»
El les preguntó:
-«¿Qué?»
Ellos le contestaron:
-«Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo:
¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? »
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo:
-«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron:
-«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
-«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
4 de mayo de 2014

ACOGER LA FUERZA DEL EVANGELIO

Dos discípulos de Jesús se van alejando de Jerusalén. Caminan tristes y desolados. En su corazón se ha apagado la esperanza que habían puesto en Jesús, cuando lo han visto morir en la cruz. Sin embargo, continúan pensando en él. No lo pueden olvidar. ¿Habrá sido todo una ilusión?
Mientras conversan y discuten de todo lo vivido, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen. Aquel Jesús en el que tanto habían confiado y al que habían amado tal vez con pasión, les parece ahora un caminante extraño.
Jesús se une a su conversación. Los caminantes lo escuchan primero sorprendidos, pero poco a poco algo se va despertando en su corazón. No saben exactamente qué. Más tarde dirán: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?”
Los caminantes se sienten atraídos por las palabras de Jesús. Llega un momento en que necesitan su compañía. No quieren dejarlo marchar: “Quédate con nosotros”. Durante la cena, se les abrirán los ojos y lo reconocerán. Este es el primer mensaje del relato: Cuando acogemos a Jesús como compañero de camino, sus palabras pueden despertar en nosotros la esperanza perdida.
Durante estos años, muchas personas han perdido su confianza en Jesús. Poco a poco, se les ha convertido en un personaje extraño e irreconocible. Todo lo que saben de él es lo que pueden reconstruir, de manera parcial y fragmentaria, a partir de lo que han escuchado a predicadores y catequistas.
Sin duda, la homilía de los domingos cumple una tarea insustituible, pero resulta claramente insuficiente para que las personas de hoy puedan entrar en contacto directo y vivo con el Evangelio. Tal como se lleva a cabo, ante un pueblo que ha de permanecer mudo, sin exponer sus inquietudes, interrogantes y problemas, es difícil que logre regenerar la fe vacilante de tantas personas que buscan, a veces sin saberlo, encontrarse con Jesús.
¿No ha llegado el momento de instaurar, fuera del contexto de la liturgia dominical, un espacio nuevo y diferente para escuchar juntos el Evangelio de Jesús? ¿Por qué no reunirnos laicos y presbíteros, mujeres y hombres, cristianos convencidos y personas que se interesan por la fe, a escuchar, compartir, dialogar y acoger el Evangelio de Jesús?
Hemos de dar al Evangelio la oportunidad de entrar con toda su fuerza transformadora en contacto directo e inmediato con los problemas, crisis, miedos y esperanzas de la gente de hoy. Pronto será demasiado tarde para recuperar entre nosotros la frescura original del Evangelio.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
8 de mayo de 2011

RECORDAR MÁS A JESÚS

El relato de los discípulos de Emaús nos describe la experiencia vivida por dos seguidores de Jesús mientras caminan desde Jerusalén hacia la pequeña aldea de Emaús, a ocho kilómetros de distancia de la capital. El narrador lo hace con tal maestría que nos ayuda a reavivar también hoy nuestra fe en Cristo resucitado.
Dos discípulos de Jesús se alejan de Jerusalén abandonando el grupo de seguidores que se ha ido formando en torno a él. Muerto Jesús, el grupo se va deshaciendo. Sin él, no tiene sentido seguir reunidos. El sueño se ha desvanecido. Al morir Jesús, muere también la esperanza que había despertado en sus corazones. ¿No está sucediendo algo de esto en nuestras comunidades? ¿No estamos dejando morir la fe en Jesús?
Sin embargo, estos discípulos siguen hablando de Jesús. No lo pueden olvidar. Comentan lo sucedido. Tratan de buscarle algún sentido a lo que han vivido junto a él. «Mientras conversan, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos». Es el primer gesto del Resucitado. Los discípulos no son capaces de reconocerlo, pero Jesús ya está presente caminando junto a ellos, ¿No camina hoy Jesús veladamente junto a tantos creyentes que abandonan la Iglesia pero lo siguen recordando?
La intención del narrador es clara: Jesús se acerca cuando los discípulos lo recuerdan y hablan de él. Se hace presente allí donde se comenta su evangelio, donde hay interés por su mensaje, donde se conversa sobre su estilo de vida y su proyecto. ¿No está Jesús tan ausente entre nosotros porque hablamos poco de él?
Jesús está interesado en conversar con ellos: «¿Qué conversación es ésa que traéis mientras vais de camino?» No se impone revelándoles su identidad. Les pide que sigan contando su experiencia. Conversando con él, irán descubriendo su ceguera. Se les abrirán los ojos cuando, guiados por su palabra, hagan un recorrido interior. Es así. Si en la Iglesia hablamos más de Jesús y conversamos más con él, nuestra fe revivirá.
Los discípulos le hablan de sus expectativas y decepciones; Jesús les ayuda a ahondar en la identidad del Mesías crucificado. El corazón de los discípulos comienza a arder; sienten necesidad de que aquel "desconocido" se quede con ellos. Al celebrar la cena eucarística, se les abren los ojos y lo reconocen: ¡Jesús está con ellos!
Los cristianos hemos de recordar más a Jesús: citar sus palabras, comentar su estilo de vida, ahondar en su proyecto. Hemos de abrir más los ojos de nuestra fe y descubrirlo lleno de vida en nuestras eucaristías. Nadie ha de estar más presente. Jesús camina junto a nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús
6 de abril de 2008

DOS EXPERIENCIAS CLAVE

Se puso a caminar con ellos.

Al pasar los años, en las comunidades cristianas se fue planteando espontáneamente un problema muy real. Pedro, María Magdalena y los demás discípulos habían vivido unas experiencias muy «especiales» de encuentro con Jesús vivo después de su muerte. Unas experiencias que a ellos los llevaron a «creer» en Jesús resucitado. Pero los que se acercaron más tarde al grupo de seguidores, ¿cómo podían despertar y alimentar esa misma fe?
Éste es también hoy nuestro problema. Nosotros no hemos vivido el encuentro con el resucitado que vivieron los primeros discípulos. ¿Con qué experiencias podemos contar nosotros? Esto es lo que plantea el relato de los discípulos de Emaús.
Los dos caminan hacia sus casas, tristes y desolados. Su fe en Jesús se ha apagado. Ya no esperan nada de él. Todo ha sido una ilusión. Jesús que los sigue sin hacerse notar, los alcanza y camina con ellos. Lucas expone así la situación: «Jesús se puso a caminar con ellos, pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo». ¿Qué pueden hacer para poder reconocer su presencia viva junto a ellos?
Lo importante es que estos discípulos no olvidan a Jesús; «conversan y discuten» sobre él; recuerdan sus «palabras» y sus «hechos» de gran profeta; dejan que aquel desconocido les vaya explicando todo lo ocurrido. Sus ojos no se abren enseguida, pero «su corazón comienza a arder».
Es lo primero que necesitamos en nuestras comunidades: recordar a Jesús, ahondar en su mensaje y en su actuación, meditar en su crucifixión... Si, en algún momento, Jesús nos conmueve, sus palabras nos llegan muy dentro y nuestro corazón comienza a arder, es señal de que nuestra fe se está despertando.
No basta. Según Lucas es necesaria la experiencia de la cena eucarística. Aunque todavía no saben quién es, los dos caminantes sienten necesidad de Jesús. Les hace bien su compañía. No quieren que los deje: «Quédate con nosotros». Lucas lo subraya con gozo: «Jesús entró para quedarse con ellos». En la cena se les abren los ojos.
Estas son las dos experiencias clave: sentir que nuestro corazón arde al actualizar su mensaje, su actuación y su vida entera; sentir que, al celebrar la eucaristía, su persona nos alimenta, nos fortalece y nos consuela. Así crece en la Iglesia la fe en el Resucitado.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
10 de abril de 2005

TODO O NADA

Se puso a caminar con ellos.

Camino de Emaús dos discípulos marchan con aire entristecido. No tienen mcta ni objetivo. Su esperanza se ha apagado. Jesús ha desaparecido de sus vidas. Hablan y discuten sobre él, pero, cuando se les acerca lleno de vida, sus ojos «no son capaces de reconocerlo».
Jesús los había imaginado de otra manera, al enviarlos de dos en dos: llenos de vida, contagiando paz en cada casa, aliviando el sufrimiento, curando la vida y anunciando a todos que Dios está cerca y se preocupa de nosotros.
Aparentemente, estos discípulos tienen todo lo necesario para mantener viva la fe, pero algo ha muerto dentro de ellos. Conocen las escrituras sagradas: no les sirve de nada. Han escuchado el evangelio en Galilea: todo les parece ahora una ilusión del pasado. Ha llegado hasta ellos el anuncio de que Jesús está vivo: cosas de mujeres, ¿quién puede creer en algo semejante? Estos discípulos tienen todo y no tienen nada. Les falta lo único que puede hacer «arder» su corazón: el contacto personal con Jesús vivo.
¿No será éste nuestro problema? ¿Por qué tanta frustración y desencanto entre nosotros? ¿Por qué tanta indiferencia y rutina? Se predica una y otra vez la doctrina cristiana; se escriben excelentes encíclicas y cartas pastorales; se publican estudios eruditos sobre Jesús. No faltan palabras y celebraciones. Nos falta, tal vez, una experiencia más viva de alguien que no puede ser sustituido por nada ni por nadie: Jesucristo, el Viviente.
No basta celebrar misas ni leer textos bíblicos de cualquier manera. El relato de Emaús habla de dos experiencias básicas. Los discípulos no leen un texto, escuchan la voz inconfundible de Jesús que hace arder su corazón. No celebran una liturgia, se sientan como amigos a la misma mesa y descubren juntos que es el mismo Jesús quien los alimenta.
¿Para qué seguir haciendo cosas de una manera que no nos transforma? ¿No necesitamos, antes que nada, un contacto más real con Jesús? ¿Una nueva simplicidad? ¿Una fe diferente? ¿No necesitamos aprender a vivirlo todo con más verdad y desde una dimensión nueva? Si Jesús desaparece de nuestro corazón, todo lo demás es inútil.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
14 de abril de 2002

CADA DOMINGO

Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan.

La eucaristía no es sólo el centro de la liturgia cristiana. Es, además y por eso mismo, la experiencia que, vivida domingo tras domingo, puede alimentar las grandes actitudes que configuran la vida de un cristiano. El que come y bebe en esa cena, alimenta su vida de discípulo fiel de Cristo.
En primer lugar, la eucaristía es acción de gracias a Dios por la vida y por la salvación que nos ofrece en su Hijo Jesucristo. Las palabras de acción de gracias, la estructura de todo el conjunto, el tono de toda la celebración contribuyen a vivir una experiencia intensa de alabanza y agradecimiento a Dios que no debe reducirse a ese momento cultual. La vida cotidiana de un cristiano ha de estar marcada por la acción de gracias.
La eucaristía es, además, comunión con Cristo resucitado. Jesús no es una figura del pasado, alguien cada vez más lejano en el tiempo, sino el Señor de todos los tiempos que permanece vivo entre los suyos. No somos seguidores de un gran líder del pasado. La eucaristía nos enseña a vivir en comunión con un Cristo actual, acogiendo realmente hoy su espíritu y fuerza renovadora.
La eucaristía es también escucha de las palabras de Jesús que son «espíritu y vida». Para un discípulo de Cristo, el evangelio no es un mero testamento literario o un texto fundacional. En la eucaristía nos reunimos para escuchar la palabra viva de Jesús que ilumina nuestra experiencia humana de hoy. Esa acción dominical nos invita a no vivir como ciegos, sin evangelio ni luz alguna. El cristiano vive alimentado po la Palabra de Jesús.
La eucaristía es un acto comunitario por excelencia. Todos los domingos, los cristianos dejan sus hogares, se reúnen en una iglesia y forman comunidad visible de seguidores de Jesús. Todas las oraciones de la eucaristía se dicen en plural: invocamos, pedimos perdón, ofrecemos, damos gracias... siempre juntos. Los textos dicen que somos «familia», «pueblo» «Iglesia». No se nos debería olvidar. Los cristianos no somos individuos aislados que, cada uno por su cuenta, tratan de vivir el evangelio. Formamos una comunidad que quiere ser en el mundo testimonio e invitación a vivir de manera fraterna y solidaria.
La cena de Jesús resucitado con sus discípulos en la aldea de Emaus es una invitación a reavivar nuestras eucaristías dominicales.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
18 de abril de 1999

RECUPERAR LA ESPERANZA

Se puso a caminar con ellos.

Los relatos pascuales nos descubren diversos caminos para encontramos con el Resucitado. El relato de Emaús es, quizás, el más significativo y, sin duda, el más extraordinario.
La situación de los discípulos está bien descrita desde el comienzo, y refleja un estado de ánimo en el que se pueden encontrar los cristianos una y otra vez. Los discípulos poseen aparentemente todos los elementos necesarios para creer. Conocen los escritos del Antiguo Testamento, el mensaje de Jesús, su actuación y su muerte en la cruz. Han escuchado también el mensaje de la resurrección. Las mujeres les han comunicado su experiencia y les han confesado que «está vivo». Todo es inútil. Ellos siguen su camino envueltos en tristeza y desaliento. Todas las esperanzas puestas en Jesús se han desvanecido con el fracaso de la cruz.
El evangelista nos va a revelar dos caminos para recuperar la esperanza y la fe viva en el Resucitado. El primero es la escucha de la palabra de Jesús. Aquellos hombres siguen, a pesar de todo, pensando en Jesús, hablando de Él, preguntando por El. Y es precisamente entonces, cuando el Resucitado se hace presente en su caminar. Allí donde unos hombres y mujeres recuerdan a Jesús y se preguntan por el significado de su mensaje y su persona, allí está El, aunque sean incapaces de reconocer su presencia y su compañía.
No esperemos grandes prodigios. Si alguna vez, al escuchar el Evangelio de Jesús y recordar sus palabras, hemos sentido «arder nuestro corazón», no olvidemos que El camina junto a nosotros.
Pero el evangelista nos recuerda una segunda experiencia. Es el gesto de la Eucaristía. Los discípulos retienen al caminante desconocido para cenar juntos en la aldea de Emaús. El gesto es sencillo pero entrañable. Unos caminantes cansados del viaje se sientan a compartir la misma mesa. Se aceptan como amigos y descansan juntos de las fatigas de un largo caminar. Es entonces cuando a los discípulos se les van a «abrir sus ojos» para descubrir a Jesús como alguien que alimenta sus vidas, los sostiene en el cansancio y los fortalece para el camino.
Si alguna vez, por pequeña que sea nuestra experiencia, al celebrar la Eucaristía, nos sentimos fortalecidos en nuestro camino y alentados para continuar nuestro vivir diario, no olvidemos que El es nuestro «pan de vida».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
21 de abril de 1996

SIN HERENCIA RELIGIOSA

Se les abrieron los ojos y lo reconocieron.

Se ha dicho que «vivimos en la cultura de la experiencia como contrapuesta a la cultura de la obediencia» (Gallagher). Es así. La gente, sobre todo joven, sólo confía en lo que puede experimentar o vivir personalmente. Si hoy a bastantes les cuesta creer es sencillamente porque nunca han tenido una experiencia personal un poco viva de Dios.
Es significativo lo que está sucediendo en los jóvenes. Muchos de ellos están creciendo en medio de un «vacío religioso» desolador. James Mc Auley ha descrito de forma magistral la situación de los que él llama «la generación de los desheredados». Jóvenes que se han quedado «sin herencia religiosa» pues apenas han recibido, ni de la familia ni de la sociedad, experiencia religiosa alguna. Su única herencia es la confusión, la desconfianza ante la religión y, sobre todo, la indiferencia. Según el profesor australiano, muchos de ellos «ya no niegan ni dudan; simplemente, no tienen ni idea».
Este tipo de increencia no es fruto de una decisión personal. Es más bien el estado al que se llega cuando a la persona le falta una mínima experiencia religiosa y, al mismo tiempo, está recibiendo del ambiente una serie de mensajes sociales que le presentan lo religioso como algo trivial y sin importancia para el ser humano.
No es verdad que los jóvenes estén abandonando la fe. Lo que sucede es que en muchos de ellos la fe difícilmente puede brotar. ¿Cómo puede llegar a creer un joven que en casa sólo ha conocido silencio e indiferencia religiosa, que en la televiSión no ve sino burla y críticas a una religión ridícula, y que en la Iglesia sólo llega a captar los aspectos externos de una institución que le resulta extraña y anticuada?
Lo primero que necesitan estos jóvenes no es doctrina. Nadie los va a convencer con palabras de algo que no pueden experimentar ni vivir con gozo. Lo que necesitan es que alguien les ayude a descubrir a un Dios Amigo en lo hondo de su corazón. Lo importante no es tratar de imponerles unas obligaciones religiosas que no pueden «entender», sino ayudarles a comunicarse con Cristo. Esta es la gran responsabilidad de la Iglesia: ofrecer al hombre y la mujer de hoy la posibilidad de vivir una experiencia de encuentro gozoso con Dios. Todo lo demás viene después.
No se puede creer en Dios cuando falta la comunicación con él. No se puede seguir a Cristo cuando no hay contacto con él. El relato de Emaús nos sugiere un doble camino a seguir para despertar la fe cristiana. En primer lugar, una escucha viva de las Escrituras que haga «arder el corazón». Luego, una celebración de la Cena del Señor donde se pueda «reconocerlo». La fe de los jóvenes sólo se despertará si alguien les ayuda a vivir estas experiencias.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
25 de abril de 1993

A UN AGNOSTICO BEATO

Mientras conversaban y discutían,
Jesús en persona se acercó.

Amigo Andrés Aberasturi, he leído de un tirón tu libro «Dios y yo». Tengo que reconocer que el largo subtítulo, « Crónica sentimental de una relación codificada» ya me lo advertía. Pero, ¿qué quieres?, yo me había hecho la ilusión de asomarme a tu relación personal con Dios. Lo de sus codificadores me interesaba menos. Quería conocer el eco que el misterio de Dios podía encontrar en un hombre en el que percibo lucidez y ternura.
No has abierto en mi fe herida alguna. No te preocupes. Llega un momento en el que creer o no creer en Dios no depende tanto de lo que otros te puedan decir, sino de tu propia búsqueda. A estas alturas, ya sabemos que, puestos a «codificar» o «descodificar» a Dios, todos somos bastante «chapuzas».
Lo que sí me sorprende es que no recuerdes en tu libro a Jesús de Nazaret. ¿Nadie te habló de El? ¿No ha dejado en ti ningún rastro? Que la imagen de Dios que te ofrecían tus educadores te desengañara profundamente es lamentable, pero resulta secundario. Es más importante saber si te decepciona la imagen de Dios anunciada y desvelada por Jesús.
Por eso, siento como un «vacío» grande en tus recuerdos. A mi juicio, falta precisamente lo decisivo, el verdadero «codificador» de Dios. Ese Jesús que revela el rostro de un Dios Padre, preocupado sólo por el bien y la felicidad del ser humano, un Dios Amigo del hombre, «bueno incluso con los desagradecidos y perversos» (Lc 6, 36).
Como puedes imaginar, me alegra que hayas abandonado la representación de Dios «como un triángulo con un gran ojo en el centro» y que rechaces el «catastrofismo» de las oraciones de cierta época. También otros lo hemos hecho hace tiempo. Sólo me pregunto si has dejado de invocar para siempre a Dios, o si te resulta catastrófica la oración del «Padre nuestro» enseñada por Jesús.
Comprendo muy bien tus recuerdos sobre el pecado, el sexo, el juicio de Dios y tantas cosas manipuladas por una «utilización del miedo» indigna, como muy bien dices, de un mensaje acerca de Dios. Sólo me apena que no haya quedado en el fondo de tu conciencia la imagen de ese Dios de «la parábola del hijo pródigo», la moral del «buen samaritano» o el mensaje de las bienaventuranzas.
Andrés, no te quiero ocultar mi curiosidad. ¿Qué fue de aquel niño que hacía tantas preguntas sobre Dios? ¿Sigue hoy buscando su rostro? Al final de tu libro te declaras «agnóstico beato». Y lo dices muy de verdad. De manera humilde, humana.
Sin embargo, es esto precisamente lo que a mí me resulta más difícil de comprender. Porque el agnóstico busca a Dios y, al no encontrar razones para creer en El, suspende el juicio. Su búsqueda termina en frustración o, al menos, en impotencia para responder. «No sé si hay Dios. Yo no encuentro razones ni para creer ni para no creer». Andrés, ¿es esto lo que te hace beato y feliz? Un abrazo grande.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
29 de abril de 1990

LA TENTACIÓN DE LA HUIDA

Se les abrieron los ojos.

No son pocos los que miran hoy a la Iglesia con pesimismo y desencanto. No es la que ellos desearían. Una Iglesia viva y dinámica, fiel a Jesucristo, comprometida realmente en construir una sociedad más humana.
La ven inmóvil y desfasada, excesivamente ocupada en defender una moral obsoleta que ya a pocos interesa, haciendo penosos esfuerzos por recuperar una credibilidad que parece encontrarse «bajo mínimos».
La perciben como una institución que está ahí casi siempre para acusar y condenar, pocas veces para ayudar e infundir esperanza en el
corazón humano.
La sienten con frecuencia triste y aburrida y, de alguna manera, intuyen con G. Bernanos que «lo contrario de un pueblo cristiano es un pueblo triste».
La tentación fácil es el abandono y la huida. Algunos hace tiempo que lo hicieron, incluso de manera ostentosa. Hoy afirman casi con orgullo creer en Dios, pero no en la Iglesia.
Otros, tal vez, se van distanciando de ella poco a poco, «de puntillas y sin hacer ruido». Sin advertirlo apenas nadie, se va apagando en su corazón el afecto y la adhesión de otros tiempos.
Ciertamente, sería una equivocación alimentar en estos momentos un optimismo superficial e ingenuo, pensando que llegarán tiempos mejores. Más grave aún sería cerrar los ojos e ignorar la mediocridad y el pecado de la Iglesia.
Pero nuestro mayor pecado sería «huir hacia Emaús», abandonar la comunidad y dispersarnos cada uno por su camino, movidos sólo por la decepción y el desencanto.
Hemos de aprender «la lección de Emaús». La solución no está en abandonar la Iglesia, sino en rehacer nuestra vinculación con algún grupo cristiano, comunidad, movimiento o parroquia donde poder compartir y reavivar nuestra esperanza.
Donde unos hombres y mujeres caminan preguntándose por Jesús y ahondando en su mensaje, allí se hace presente el Resucitado. Es fácil que un día, al escuchar el evangelio, sientan de nuevo «arder su corazón».
Donde unos creyentes se encuentran para celebrar juntos la eucaristía, allí está el Resucitado alimentando sus vidas. Es fácil que un día «se abran sus ojos» y lo vean.
Por muy muerta que aparezca ante nuestros ojos, en la Iglesia habita el Resucitado. Por eso, también aquí tienen sentido los versos de A. Machado: «Creí mi hogar apagado, revolví las cenizas..., me quemé la mano».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
3 de mayo de 1987

NO CAMINAMOS SOLOS

Se puso a caminar con ellos.

Una de nuestras equivocaciones más graves es imaginar a Dios como un ser absolutamente distante, que dirige nuestra vida desde una lejanía infinita y no acertar a percibir nunca su presencia cercana y amistosa en el interior mismo de nuestra vida cotidiana.
Por otra parte, vivimos de manera tan apresurada y “ocupados» por tantas cosas que apenas nos queda tiempo ni espacio para detenernos a escuchar nuestro propio corazón.
La vida que llevamos no nos permite ser nosotros mismos. Volcados hacia ei exterior y consumidos por el trajín de cada día, se va atrofiando poco a poco nuestra “capacidad de Dios».
Y sin embargo, Dios está ahí, en el centro mismo de nuestras experiencias más íntimas. Cercano a cada persona de una manera única y singular que sólo se da así para esa persona concreta.
Para percibir su presencia, no hemos de pensar solamente en esos instantes en que Dios se nos manifiesta de manera penetrante, con certeza gozosa y sin claroscuros, llenando de vida nuestro ser entero.
Dios nos acompaña, nos llama y nos cerca de mil maneras, incluso cuando nuestros ojos, como los de los discípulos de Emaús, no son capaces de reconocerlo.
Cuando experimentamos la pequeñez de nuestro corazón y nos avergonzamos de nuestra mediocridad, nuestra falta de amor y nuestra incapacidad para vivir intensamente cada momento, Dios está ahí recordándonos que estamos llamados a una vida más grande y más plena.
Cuando experimentamos en nosotros esa tristeza que penetra en nuestra vida sin causa razonable, el aburrimiento y la monotonía de cada día, el descontento de nosotros mismos, en esa insatisfacción interior está Dios como anhelo de una felicidad y vida infinitas.
El está en nuestras desilusiones y deseos abortados, en nuestras limitaciones y nuestro cansancio, en las amarguras y los roces de la vida ordinaria. Si sabemos ahondar en cada una de estas experiencias y escuchar con sinceridad el fondo de nuestro corazón, Dios nos saldrá al encuentro.
Y no puede ser de otra manera pues él nos acompaña siempre. Por eso, también el hombre poco religioso y frío puede encontrar el camino de vuelta hacia Dios si sabe ahondar en sus experiencias de insatisfacción, desorientación y cansancio.
Lo más importante es seguir preguntando por él. Buscar su rostro y su verdad. «Buscar a Dios tal vez con el último resto de nuestras fuerzas, tal vez en medio de la desesperación y el miedo, a veces en la angustia y el desaliento» (L. Boros). Descubriremos como los de Emaús que alguien camina junto a nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
6 de mayo de 1984

¿QUE HA SIDO DE LA ALEGRIA?

¿No ardía nuestro corazón...

Los relatos pascuales nos hablan sin excepción de la alegría irreprimible que inunda el corazón de los creyentes al encontrarse con el resucitado.
Los discípulos de Emaús en «el viaje de vuelta de la desesperanza» sienten que su corazón arde y se ilumina con la presencia y compañía del Señor.
¿Dónde está hoy esa alegría pascual? ¿Qué ha sido de ella en esta Iglesia, a veces tan cansada y temerosa, como sociedad que hubiera dado ya lo mejor de sí misma y, exhausta de fuerzas, tratara de buscar apoyos diversos fuera de Aquel que la puede llenar de vigor y alegría nueva?
¿Dónde está la alegría pascual en esa Iglesia, con frecuencia, tan seña, tan poco dada a la sonrisa, con tan poco humor para reconocer sus propios errores y limitaciones, tan ocupada en girar una y otra vez en torno a sus propios problemas, buscando su propia defensa más que la de la humanidad entera?
¿Dónde está el gozo pascual en esos cristianos que siguen «practicando la religión» tristes y aburridos, sin haber descubierto con emoción lo que es celebrar la vida cristiana?
Se diría que los cristianos no somos capaces de vivir la «alegría cristiana», y a la larga, ni siquiera de aparentarla.
Porque esta alegría que se respira junto al resucitado no es el optimismo ingenuo de quien no tiene problemas. No es tampoco la satisfacción que produce el haber saciado nuestros deseos o el placer que se obtiene del confort, la comodidad y la posesión.
Esta alegría es fruto de una presencia del Señor en el fondo del alma y en medio de la vida. Una presencia que llena de paz, disipa el temor, dilata nuestras fuerzas, nos hace aceptar con serenidad nuestras limitaciones, nos hace vivir ante la presencia del Dios de la vida.
Esta alegría no se da sin amor y oración. Es alegría que se experimenta como «nuevo comienzo» y resurrección. Es fruto del encuentro sincero y agradecido con el Señor que pide calladamente albergue y acogida. J.M. Velasco llega a decir que «tan central es esta experiencia para la vida cristiana que puede decirse sin exageración que ser cristiano es haber hecho esta experiencia y desgranarla en vivencias, actitudes, palabras y acciones a lo largo de la vida».
Esta alegría no se vive de espaldas al sufrimiento del mundo. Al contrario, sólo es posible cuando uno ha percibido que este mundo de muerte, tan triste, maltrecho y sombrío, es aceptado con amor y ternura infinitas por ese Dios que ha resucitado a Jesús de la muerte.
¿ No ha de ser hoy una de las tareas más importantes de la Iglesia redescubrir esta alegría en su propio corazón que es Cristo resucitado e irradiarla y difundirla en la sociedad?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
3 de mayo de 1981

COMPAÑERO DE VIAJE

Se puso a caminar con ellos.

Los relatos pascuales más que insistir en el carácter prodigioso de las «apariciones» del Resucitado, nos descubren diversos caminos para encontrarnos con él.
El relato de Emaús es, quizás, el más significativo y, sin duda, el más extraordinario.
La situación de los discípulos está bien descrita desde el comienzo, y refleja un estado de ánimo en el que se pueden encontrar los cristianos una y otra vez.
Los discípulos poseen aparentemente todos los elementos necesarios para creer. Conocen los escritos del Antiguo Testamento, el mensaje de Jesús, su actuación y su muerte en la cruz. Han escuchado también el mensaje de la resurrección. Las mujeres les han comunicado su experiencia y les han confesado que «está vivo».
Todo es inútil. Los de Emaús siguen su camino envueltos en tristeza y desaliento. Todas las esperanzas puestas en Jesús se han desvanecido con el fracaso de la cruz.
El evangelista nos va a revelar dos caminos para recuperar la esperanza y la fe viva en el resucitado.
El primer camino es la escucha de la palabra de Jesús. Aquellos hombres, a pesar de todo, siguen pensando en Jesús, hablando de él, preguntando por él. Y es, precisamente entonces, cuando el resucitado se hace presente en su caminar.
Allí donde tinos hombres y mujeres recuerdan a Jesús y se preguntan por el significado de su mensaje y su persona, allí esta él, aunque seamos incapaces de reconocer su presencia y su compañía.
No esperemos grandes prodigios. Si alguna vez, al escuchar el evangelio de Jesús y recordar sus palabras, hemos sentido «arder nuestro corazón», no olvidemos que él camina junto a nosotros.
Pero el evangelista nos recuerda una segunda experiencia. Es el gesto de la Eucaristía. Los discípulos retienen al caminante desconocido para cenar juntos en la aldea de Emaús.
El gesto es sencillo pero entrañable. Unos caminantes, cansados del viaje, que se sientan a compartir la misma mesa. Unos hombres que se aceptan como amigos y descansan juntos de las fatigas de un largo caminar.
Es entonces cuando los discípulos van a «abrir sus ojos» para descubrir a Jesús como alguien que alimenta sus vidas, les sostiene en el cansancio y los fortalece para el camino.
Si alguna vez, por pequeña que sea nuestra experiencia, al celebrar la Eucaristía, nos sentimos fortalecidos en nuestro camino y alentados para continuar nuestro vivir diario, no olvidemos que él es nuestro «pan de vida».

José Antonio Pagola



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