lunes, 3 de febrero de 2014

09/02/2014 - 5º domingo Tiempo ordinario (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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9 de febrero de 2014

5º domingo Tiempo ordinario (A)


EVANGELIO

Vosotros sois la luz del mundo.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del candelero, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. »

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 –
9 de febrero de 2014

SALIR A LAS PERIFERIAS

Jesús da a conocer con dos imágenes audaces y sorprendentes lo que piensa y espera de sus seguidores. No han de vivir pensando siempre en sus propios intereses, su prestigio o su poder. Aunque son un grupo pequeño en medio del vasto Imperio de Roma, han de ser la “sal” que necesita la tierra y la “luz” que le hace falta al mundo.
“Vosotros sois la sal de la tierra”. Las gentes sencillas de Galilea captan espontáneamente el lenguaje de Jesús. Todo el mundo sabe que la sal sirve, sobre todo, para dar sabor a la comida y para preservar los alimentos de la corrupción. Del mismo modo, los discípulos de Jesús han de contribuir a que las gentes saboreen la vida sin caer en la corrupción.
“Vosotros sois la luz del mundo”. Sin la luz del sol, el mundo se queda a oscuras y no podemos orientarnos ni disfrutar de la vida en medio de las tinieblas. Los discípulos de Jesús pueden aportar la luz que necesitamos para orientarnos, ahondar en el sentido último de la existencia y caminar con esperanza.
Las dos metáforas coinciden en algo muy importante. Si permanece aislada en un recipiente, la sal no sirve para nada. Solo cuando entra en contacto con los alimentos y se disuelve con la comida, puede dar sabor a lo que comemos. Lo mismo sucede con la luz. Si permanece encerrada y oculta, no puede alumbrar a nadie. Solo cuando está en medio de las tinieblas puede iluminar y orientar. Una Iglesia aislada del mundo no puede ser ni sal ni luz.
El Papa Francisco ha visto que la Iglesia vive hoy encerrada en sí misma, paralizada por los miedos, y demasiado alejada de los problemas y sufrimientos como para dar sabor a la vida moderna y para ofrecerle la luz genuina del Evangelio. Su reacción ha sido inmediata: “Hemos de salir hacia las periferias”.
El Papa insiste una y otra vez: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termina clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”.
La llamada de Francisco está dirigida a todos los cristianos: “No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos”. “El Evangelios nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro”. El Papa quiere introducir en la Iglesia lo que él llama “la cultura del encuentro”. Está convencido de que “lo que necesita hoy la iglesia es capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
6 de febrero de 2011

SAL Y LUZ

Si los discípulos viven las bienaventuranzas, su vida tendrá una proyección social. Es Jesús mismo quien se lo dice empleando dos metáforas inolvidables. Aunque parecen un grupo insignificante en medio de aquel poderoso imperio controlado por Roma, serán «sal de la tierra» y «luz del mundo».
¿No es una pretensión ridícula? Jesús les explica cómo será posible. La sal no parece gran cosa, pero comienza a producir sus efectos, precisamente, cuando se mezcla con los alimentos y parece que ha desaparecido. Lo mismo sucede cuando se enciende una luz: sólo puede iluminar cuando la ponemos en medio de las tinieblas.
Jesús no está pensando en una Iglesia separada del mundo, escondida tras sus ritos y doctrinas, encerrada en sí misma y en sus problemas. Jesús quiere introducir en la historia humana un grupo de seguidores, capaces de transformar la vida viviendo las bienaventuranzas.
Todos sabemos para qué sirve la sal. Por una parte, no deja que los alimentos se corrompan. Por otra, les da sabor y permite que los podamos saborear mejor. Los alimentos son buenos, pero se pueden corromper; tienen sabor, pero nos pueden resultar insípidos. Es necesaria la sal.
El mundo no es malo, pero lo podemos echar a perder. La vida tiene sabor, pero nos puede resultar insulsa y desabrida. Una Iglesia que vive las bienaventuranzas contribuye a que la sociedad no se corrompa y deshumanice más. Unos discípulos de Jesús que viven su evangelio ayudan a descubrir el verdadero sentido de la vida.
Hay un problema y Jesús se lo advierte a sus seguidores. Si la sal se vuelve sosa, ya no sirve para nada. Si los discípulos pierden su identidad evangélica, ya no producen los efectos queridos por Jesús. El cristianismo se echa a perder. La Iglesia queda anulada. Los cristianos están de sobra en la sociedad.
Lo mismo sucede con la luz. Todos sabemos que sirve para dar claridad. Los discípulos iluminan el sentido más hondo de la vida, si la gente puede ver en ellos «las obras» de las bienaventuranzas. Por eso, no han de esconderse. Tampoco han de actuar para ser vistos. Con su vida han de aportar claridad para que en la sociedad se pueda descubrir el verdadero rostro del Padre del cielo.
No nos está permitido servirnos de la Iglesia para satisfacer nuestros gustos y preferencias. Jesús la ha querido para ser sal y luz. Evangelizar no es combatir la secularización moderna con estrategias mundanas. Menos aún hacer de la Iglesia una "contra-sociedad". Sólo una Iglesia que vive el Evangelio puede responder al deseo original de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 -

SI LA SAL SE VUELVE SOSA

Sois la sal de la tierra.

Pocos escritos pueden sacudir hoy el corazón de los creyentes con tanta fuerza como el pequeño libro de Paul Evdokimov, El amor loco de Dios. Con fe ardiente y palabras de fuego, el teólogo de San Petersburgo, pone al descubierto nuestro cristianismo rutinario y satisfecho.
Así ve P. Evdokimov el momento actual: «Los cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido neutralizante. Se amortigua todo lo que impresiona, supera o invierte. Convertida así en algo inofensivo, esta religión aplanada, prudente y razonable, el hombre no puede sino vomitarla». ¿De dónde procede este cristianismo inoperante y amortiguado?
Las críticas del teólogo ortodoxo no se detienen en cuestiones secundarias, sino que apuntan a lo esencial. La Iglesia aparece a sus ojos, no como «un organismo vivo de la presencia real de Cristo», sino como una organización estática y «un lugar de autonutrición». Los cristianos no tienen sentido de la misión, y la fe cristiana «ha perdido extrañamente su cualidad de fermento». El evangelio vivido por los cristianos de hoy «no encuentra más que la total indiferencia».
Según Evdokimov, los cristianos han perdido contacto con el Dios vivo de Jesucristo y se pierden en disquisiciones doctrinales. Se confunde la verdad de Dios con las fórmulas dogmáticas que, en realidad, sólo son «iconos» que invitan a abrimos al Misterio santo de Dios. El cristianismo se desplaza hacia lo exterior y periférico, cuando Dios habita en lo profundo.
Se busca entonces un cristianismo rebajado y cómodo. Como decía Marcel More, «los cristianos han encontrado la manera de sentarse, no sabemos cómo, de forma confortable en la cruz». Se olvida que el cristianismo «no es una doctrina, sino una vida, una encamación». Y cuando en la Iglesia ya no brilla la vida de Jesús, apenas se constata diferencia alguna con el mundo. La Iglesia «se convierte en espejo fiel del mundo» al que ella reconoce como «came de su carne».
Muchos reaccionarán, sin duda, poniendo matices y reparos a una denuncia tan contundente, pero es difícil no reconocer el fondo de verdad hacia el que apunta Evdokimov: en la Iglesia falta santidad, fe viva, contacto con Dios. Faltan santos que escandalicen porque encaman «el amor loco de Dios», faltan testigos vivos del evangelio de Jesucristo.
Las páginas ardientes del teólogo ruso no hacen sino recordar las de Jesús: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
6 de febrero de 2005

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
10 de febrero de 2002

SIN LA CONCIENCIA TRANQUILA

Si la sal se vuelve sosa.

No hace falta ser experto en economía mundial para saber que, cada año que pasa, hay más pobres que son cada vez más pobres. En la actualidad se produce en el mundo un diez por ciento más de los alimentos que necesitamos para vivir y, sin embargo, mueren de hambre 35.000 niños cada día y otros tantos adultos desnutridos. Es decir, la economía mundial está hoy organizada por las naciones progresistas de tal manera que, cada veinticuatro horas, produce unos 70.000 muertos. Jamás ha habido una guerra que se haya acercado, ni de lejos, a tal crueldad.
Las preguntas que nos podemos hacer son graves; ¿puede tener futuro un mundo así?, ¿puede vivir tranquila la Iglesia de Jesús en medio de una «organización» mundial que produce tanta muerte y tanto sufrimiento? Si la Iglesia dice que representa en el mundo a Jesús y su evangelio, ¿cómo tiene que reaccionar?, ¿qué tiene que hacer?, ¿qué está haciendo?
En la Iglesia ha habido y hay muchas personas, grupos e instituciones que viven entregados a luchar por la vida y dignidad de los pobres; nunca les agradeceremos lo suficiente el testimonio que nos dan a todos. En la Iglesia hay un magisterio social valiente y progresista, que defiende los derechos y la dignidad de los pobres, reclama reformas profundas y audaces, y denuncia los atropellos contra los países más débiles e indefensos.
Todo esto es así y, sin embargo, no podemos vivir con la conciencia tranquila. Los pobres fueron para Jesús los preferidos, los más importantes, los primeros, ¿qué son para nosotros hoy? ¿Influyen algo en nuestra manera de entender a Dios, de interpretar el Evangelio, de configurar nuestra vida cristiana? Todos los domingos, millones de cristianos se reúnen en el mundo entero para celebrar la cena del Señor, ¿por qué esa eucaristía no desencadena una solidaridad más audaz hacia el mundo pobre?
Sería un error olvidar la grave advertencia de Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente» ¿Nos puede suceder hoy algo de esto?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
7 de febrero de 1999

¿DÓNDE ESTÁ LA SAL?

Vosotros sois la sal de la tierra.

Con una pincelada no exenta de cierto humor, Jesús tuvo la «ocurrencia» de definir a sus seguidores con un rasgo al que los cristianos hemos prestado probablemente poca atención. Jesús ve a sus discípulos como hombres y mujeres que deben ser «sal de la tierra». Gentes que pongan sal en la vida. «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero, si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?»
Los especialistas han ahondado en los diversos aspectos del simbolismo religioso de la sal, muy extendido en el mundo antiguo. La sal aparece como imagen de lo que purifica, lo que da sabor, lo que conserva y da vida a los alimentos que sostienen al hombre. Probablemente las gentes sencillas que escuchaban a Jesús captaban en toda su frescura el simbolismo encerrado en la sal, y entendían que el Evangelio puede poner en la vida del hombre un sabor y una «gracia» desconocidas.
Harvey Cox ha dicho que el hombre occidental «ha ganado todo el mundo y ha perdido su alma. Ha comprado la prosperidad al precio de un vertiginoso empobrecimiento de sus elementos vitales». El tedio, el aburrimiento, el sinsentido de la vida parecen amenazar a muchos.
Las raíces de este fenómeno son, sin duda, complejas. Parece que la sociedad industrial nos ha hecho más laboriosos, metódicos y organizados, pero también menos festivos, lúdicos e imaginativos. Los análisis de los observadores nos hablan de que el talante festivo, la ternura, la fantasía, la creatividad, el gozo del juego y del compartir «se hallan en estado lamentable».
Y aunque en estos momentos somos testigos de un renacer de estos valores, parece como que los hombres buscamos angustiosa y obsesivamente pasarlo bien, sin que encontremos una verdadera fuente de vida en nosotros mismos. Quizá hemos caído en «una anemia de vida interior», que nos impide experimentar y vivir la vida de cada momento de una manera más intensa, gozosa y fecunda.
¿Dónde está la sal de los creyentes? ¿Dónde hay creyentes capaces de contagiar su entusiasmo a los demás? ¿No se nos ha vuelto sosa la fe? Necesitamos redescubrir que la fe es sal que se puede saborear y nos puede hacer vivir de una manera nueva todo: la convivencia y la soledad, la alegría y la tristeza, el trabajo y la fiesta.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
4 de febrero de 1996

SAL SOSA

Si la sal se vuelve sosa...

Pocos escritos pueden sacudir hoy el corazón de los creyentes con tanta fuerza como el pequeño libro de Paul Evdokimov, «El amor loco de Dios» (Ed. Narcea, 1990). Con fe ardiente y palabras de fuego, el teólogo de San Petersburgo, pone al descubierto nuestro cristianismo rutinario y satisfecho.
Así ve P Evdokimov el momento actual: «Los cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido neutralizante. Todo lo que impresiona, supera e invierte se amortigua. Convertida en algo inofensivo, la religión está aplanada, prudente y razonable, el hombre la vomita.» ¿De dónde procede este cristianismo inoperante y amortiguado?
Las críticas del teólogo ortodoxo no se detienen en cuestiones secundarias, sino que apuntan a lo esencial. La Iglesia aparece a sus ojos, no como «un organismo vivo de la presencia real de Cristo», sino como una organización estática y «un lugar de autonutrición». Los cristianos no tienen sentido de la misión, y la fe cristiana «ha perdido extrañamente su cualidad de fermento». El evangelio vivido por los cristianos de hoy «no encuentra más que la total indiferencia».
Según Evdokimov, los cristianos han perdido contacto con el Dios vivo de Jesucristo y se pierden en disquisiciones doctrinales. Se confunde la verdad de Dios con las fórmulas dogmáticas que, en realidad, sólo son «iconos» que nos invitan a abrirnos al Misterio santo de Dios. El cristianismo se desplaza hacia lo exterior y periférico cuando Dios habita en lo profundo.
Se busca entonces un cristianismo rebajado y cómodo. Como decía Marcel Moré, «los cristianos han encontrado la manera de sentarse, no sabemos cómo, de forma confortable en la cruz». Se olvida que el cristianismo «no es una doctrina, sino una vida, una encarnación». Y cuando en la Iglesia ya no brilla la vida de Dios, apenas se constata diferencia alguna con el mundo. La Iglesia «se convierte en espejo fiel del mundo» al que ella reconoce como «carne de su carne».
Muchos reaccionarán, sin duda, poniendo matices y reparos a una denuncia tan contundente, pero es difícil no reconocer el fondo de verdad hacia el que apunta Evdokimov: en la Iglesia falta santidad, fe viva, contacto con Dios. Faltan santos que escandalicen porque encarnan «el amor loco de Dios», faltan testigos vivos del evangelio de Jesucristo.
Las páginas ardientes del teólogo ruso no hacen sino recordar las de Jesús: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
7 de febrero de 1993

LA VIDA COMO RAPIÑA

Vosotros sois la sal de la tierra.

Un día sí y otro también, saltan a los medios de comunicación nuevos casos de corrupción y fraudes escandalosos. No son hechos que han brotado de pronto entre nosotros, sino el resultado lamentable de una contradicción que ha acompañado la gestación de la moderna sociedad democrática desde sus orígenes.
Por una parte, la filosofía democrática proclama y postula libertad e igualdad para todos. Pero, por otra, un pragmatismo económico salvaje, orientado hacia el logro del máximo beneficio, segrega en el interior de esa misma sociedad democrática desigualdad y explotación de los más débiles.
Este es el principal caldo de cultivo de la corrupción actual. Como decía recientemente el escritor italiano Claudio Magris, «vivimos la vida como una rapiña». Seguimos defendiendo los valores democráticos de libertad, igualdad y solidaridad para todos, pero lo que importa es ganar dinero como sea. El «todo vale» con tal de obtener beneficios, va corrompiendo las conductas, viciando las instituciones y vaciando de contenido nuestras solemnes proclamas.
Se confunde el progreso con el bienestar creciente de los afortunados. La actividad económica, sustentada por un espíritu de lucro salvaje, termina por olvidar que su meta es elevar el nivel humano de todos los ciudadanos. Los políticos, por su parte, parecen ignorar que esos desarraigados que producen «inseguridad ciudadana» no son fruto de una situación heredada, sino algo que estamos generando ahora mismo dentro de nuestro sistema.
Todo se sacrifica al «dios>’ del interés económico: el derecho de todo hombre al trabajo y a una vida digna, la transparencia y honestidad en la función pública, la verdad de la información, el nivel cultural y educativo de la TV.
¿Hay alguna «sal» capaz de preservarnos de tanta corrupción? Se pide investigación y aplicación rigurosa de la justicia. Se piensa en nuevas medidas sociales y políticas. Pero se echa en falta un nuevo tipo de personas capaces de sanear esta sociedad introduciendo en ella honestidad. Hombres y mujeres que no se dejen corromper ni por la ambición del dinero ni por el atractivo del éxito fácil.
«Vosotros sois la sal de la tierra», estas palabras dirigidas por Jesús a los que creen en El, tienen contenidos muy concretos hoy. Son un llamamiento a mantenernos libres frente a la idolatría del dinero, y frente al «progreso» cuando éste esclaviza, corrompe y produce marginación. Una llamada a desarrollar la solidaridad responsable frente a tantos corporativismos interesados. Una invitación a introducir misericordia en una sociedad despiadada que parece reprimir cada vez más «la civilización del corazón».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
4 de febrero de 1990

EL CORAJE DE NO SER PERFECTOS

Si la sal se vuelve sosa.

Los seres humanos tendemos a aparecer ante los demás como más inteligentes, más buenos, más nobles de lo que realmente somos. Nos pasamos la vida tratando de ocultar nuestros defectos para aparentar ante los demás y ante nosotros mismos una perfección que no poseemos.
Los psicólogos dicen que esta tendencia se debe, sobre todo, al deseo de afirmarnos ante nosotros mismos y ante los otros para defendernos así de su posible superioridad.
Nos falta la verdad de «las buenas obras» y llenamos nuestra vida de palabrería y de toda clase de disquisiciones.
No somos capaces de dar al hijo un ejemplo de vida digna, y nos pasamos los días adoctrinándolo y exigiéndole lo que nosotros no vivimos.
No somos coherentes con nuestra fe cristiana, y tratamos de justificarnos criticando a quienes han abandonado la práctica religiosa. No somos testigos del evangelio, y nos dedicamos a predicarlo a otros.
Tal vez, hayamos de comenzar por reconocer pacientemente nuestras limitaciones e incoherencias, para poder presentar a los demás sólo la verdad de nuestra vida.
Si tenemos el coraje de aceptar nuestra mediocridad, nos abriremos más fácilmente a la acción de ese Dios que puede transformar todavía nuestra vida.
Jesús habla del peligro de que «la sal se vuelva sosa». San Juan de la Cruz lo dice de otra manera: «Dios os libre que se comience a envanecer la sal, que aunque más parezca que hace algo por fuera, en substancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios».
Para ser «sal de la tierra», lo importante no es el activismo, la agitación, el protagonismo superficial, sino «las buenas obras» que nacen del amor a ese Dios que actúa en nosotros.
Con qué atención deberíamos escuchar hoy en el interior de la Iglesia estas palabras del mismo Juan de la Cruz: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos y piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios... si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración».
De lo contrario, según el místico doctor, «todo es martillear y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño». En medio de tanta actividad y agitación, ¿dónde están nuestras «buenas obras»?  Jesús decía a sus discípulos: «Alumbre vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria al Padre.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
8 de febrero de 1987

EL DIA DE LA ASAMBLEA

Sois la luz del mundo.

El domingo es ci día de la asamblea cristiana. No es posible vivir toda la hondura del domingo cristiano de manera privada e individual i encerrados en grupos particulares. Es el día de la comunidad.
Durante la semana vivimos dispersados cada uno en sus trabajos, ocupaciones y problemas. Pero el domingo lo dejamos todo para encontrarnos, reunirnos y formar juntos la Iglesia que celebra a Jesucristo.
En su apología nos describe ya San Justino con todo detalle las reuniones cristianas que se celebraban a mediados del siglo II: “El día que se llamaba del sol todos los que viven en las ciudades y los campos se reúnen en un mismo lugar». Esta asamblea dominical es lo que permite a la Iglesia hacerse visible semana tras semana en medio de la sociedad.
Naturalmente, no todos pensamos de la misma manera ni compartimos las mismas ideas o posiciones políticas, pero el domingo nos reunimos todos juntos porque, por encima de cualquier diferencia, todos hemos recibido un mismo bautismo y compartimos una misma fe.
Congregados alrededor de un mismo altar, recitamos juntos el credo, invocamos ai mismo Padre, nos alimentamos del mismo pan y nos damos el abrazo de paz.
A lo largo de ¡a semana escuchamos muchas voces diferentes y muchas palabras. Informaciones de toda clase, opiniones, propagandas e imágenes invaden nuestra vida. El domingo, por fin, nos detenemos para escuchar ese Evangelio que puede alimentarnos durante la semana siguiente.
Por eso estas reuniones dominicales no deberían ser un conglomerado de cristianos que vienen cada uno a cumplir sus deberes religiosos, sino una verdadera asamblea creyente donde semanalmente la comunidad se renueva y crece.
Más de uno dirá que la comunidad parroquial a la que pertenece no le ayuda a crecer en la fe o que aquella celebración no responde a sus necesidades religiosas. Pero sería una equivocación pretender escoger a los miembros de la comunidad cristiana como se escoge a los amigos o se seleccionan las relaciones.
En esas reuniones cristianas, por muy pobres y modestas que sean, se cumple la promesa de Jesús: “Donde están reunidos dos o tres en mi nombre, allí estoy en medio de ellos».
Si al escuchar la mañana del domingo la llamada de las campanas que nos invitan a la reunión cristiana, a la oración y la alegría, la dejáramos resonar en nuestro interior, el domingo tendría para nosotros otro color.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
5 de febrero de 1984

DAR SABOR A LA VIDA

Vosotros sois la sal de la tierra...

Quizás una de las tareas más urgentes de la Iglesia de hoy sea el conseguir que la fe llegue a los hombres como «buena noticia».
Con frecuencia, entendemos la evangelización como una tarea casi c1usivamente doctrinal. Evangelizar sería llevar la doctrina de Jesucristo a aquellos que todavía no la conocen o la conocen insuficientemente.
Entonces nos preocupamos de asegurar la enseñanza religiosa y la propagación del cristianismo frente a otras ideologías y corrientes de opinión. Buscamos hombres y mujeres bien formados, que conozcan perfectamente el mensaje cristiano y lo transmitan de manera correcta. Tratamos de mejorar nuestras técnicas y organización pastoral.
Naturalmente, todo esto es muy importante, pues la evangelizan implica el anunciar el mensaje de Jesucristo. Pero no es esto lo único ni lo más decisivo.
Evangelizar no significa solamente anunciar verbalmente una doctrina, sino hacer presente en la vida de un pueblo, la fuerza humanizadora, liberadora y salvadora que se encierra en el acontecimiento y la persona de Jesucristo.
Entendida así la evangelización, lo más importante no es contar con medios poderosos y eficaces de propaganda religiosa sino saber actuar con el estilo liberador de Jesús y poner una energía salvadora entre los hombres.
Lo decisivo no es tener hombres y mujeres bien formados doctrinalmente sino poder ofrecer testigos vivientes del evangelio. Creyentes en cuya vida se pueda ver la fuerza humanizadora y salvadora que encierra el evangelio cuando es acogido con convicción y de manera responsable.
Los cristianos hemos confundido demasiado ligeramente la evangelización con el hecho de querer que se acepte socialmente «nuestro cristianismo».
Por eso, las palabras de Jesús que nos urgen a ser «sal de la tierra» y «luz del mundo» nos obligan a hacernos preguntas muy graves.
¿Somos ios creyentes una «buena noticia» para alguien? Lo que se vive en nuestras comunidades cristianas, lo que se observa entre los creyentes, ¿es «buena noticia» para la gente de hoy? ¿Para quiénes?
¿ Ponemos los cristianos en la actual sociedad algo que dé sabor a la vida, algo que purifique, sane y libere a los hombres de la descomposición espiritual, de la violencia enquistada en nuestro pueblo, del egoísmo brutal e insolidario?
¿Vivimos algo que pueda iluminar a las gentes en estos tiempos de incertidumbre y ofrecer una esperanza y un horizonte nuevo a quien busca salvación?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
8 de febrero de 1981

SAL DE LA TIERRA

Vosotros sois la sal de la tierra.

Con una pincelada no exenta de cierto humor, Jesús tuvo la «ocurrencia» de definir a sus seguidores con un rasgo al que los cristianos hemos prestado probablemente poca atención.
Jesús ve a sus discípulos como hombres y mujeres que deben ser «sal de la tierra». Gentes que pongan sal en la vida. «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero, si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?».
Los especialistas han ahondado en los diversos aspectos del simbolismo religioso de la sal, muy extendido en el mundo antiguo. La sal aparece como imagen de lo que purifica, lo que da sabor, lo que conserva y da vida a los alimentos que sostienen al hombre.
Probablemente las gentes sencillas que escuchaban a Jesús captaban en toda su frescura el simbolismo encerrado en la sal, y entendían que el evangelio puede poner en la vida del hombre un sabor y una «gracia» desconocidas.
Harvey Cox ha dicho que el hombre occidental «ha ganado todo el mundo y ha perdido su alma. Ha comprado la prosperidad al precio de un vertiginoso empobrecimiento de sus elementos vitales». El tedio, el aburrimiento, el sin sentido de la vida parecen amenazar a muchos.
Las raíces de este fenómeno son, sin duda, complejas. Parece que la sociedad industrial nos ha hecho más laboriosos, metódicos y organizados, pero también menos festivos, lúdicos e imaginativos.
Los análisis de los observadores nos hablan de que el talante festivo, la ternura, la fantasía, la creatividad, el gozo del juego y del compartir «se hallan en estado lamentable».
Y aunque en estos momentos somos testigos de un renacer de estos valores, parece como que los hombres buscamos angustiosa y obsesivamente pasarlo bien, sin que encontremos una verdadera fuente de vida en nosotros mismos.
Quizá hemos caído en una anemia de vida interior, que nos impide experimentar y vivir la vida de cada momento de una manera más intensa, rica, gozosa y fecunda.
¿Dónde está la sal de los creyentes? ¿Dónde hay creyentes capaces de contagiar su entusiasmo a los demás? ¿No se nos ha vuelto sosa la fe?
Quizás una de nuestras primeras tareas sea la de volver a «salar nuestra fe» demasiado sosa, al calor del evangelio, la oración intensa y el clima de la comunidad fraterna.
Necesitamos redescubrir que la fe es sal que se puede saborear y nos puede hacer vivir de una manera nueva todo: la vida y la muerte, la convivencia y la soledad, la alegría y la tristeza, el trabajo y la fiesta.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

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