lunes, 25 de febrero de 2013

03/03/2013 - 3º domingo de Cuaresma (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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3 de marzo de 2013

3º domingo de Cuaresma (C)



EVANGELIO

Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 13,1-9

En aquella ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó:
- ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola:
Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador:
- Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?
Pero el viñador contestó:
- Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
3 de marzo de 2013


ANTES QUE SEA TARDE

Había pasado ya bastante tiempo desde que Jesús se había presentado en su pueblo de Nazaret como Profeta, enviado por el Espíritu de Dios para anunciar a los pobres la Buena Noticia. Sigue repitiendo incansable su mensaje: Dios está ya cerca, abriéndose camino para hacer un mundo más humano para todos.
Pero es realista. Jesús sabe bien que Dios no puede cambiar el mundo sin que nosotros cambiemos. Por eso se esfuerza en despertar en la gente la conversión: "Convertíos y creed en esta Buena Noticia". Ese empeño de Dios en hacer un mundo más humano será posible si respondemos acogiendo su proyecto.
Va pasando el tiempo y Jesús ve que la gente no reacciona a su llamada como sería su deseo. Son muchos los que vienen a escucharlo, pero no acaban de abrirse al "Reino de Dios". Jesús va a insistir. Es urgente cambiar antes que sea tarde.
En cierta ocasión cuenta una pequeña parábola. Un propietario de un terreno tiene plantada una higuera en medio de su viña. Año tras año, viene a buscar fruto en ella y no lo encuentra. Su decisión parece la más sensata: la higuera no da fruto y está ocupando inútilmente un terreno, lo más razonable es cortarla.
Pero el encargado de la viña reacciona de manera inesperada. ¿Por qué no dejarla todavía? Él conoce aquella higuera, la ha visto crecer, la ha cuidado, no la quiere ver morir. Él mismo le dedicará más tiempo y más cuidados, a ver si da fruto.
El relato se interrumpe bruscamente. La parábola queda abierta. El dueño de la viña y su encargado desaparecen de escena. Es la higuera la que decidirá su suerte final. Mientras tanto, recibirá más cuidados que nunca de ese viñador que nos hace pensar en Jesús, "el que ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido".
Lo que necesitamos hoy en la Iglesia no es solo introducir pequeñas reformas, promover el "aggiornamento" o cuidar la adaptación a nuestros tiempos. Necesitamos una conversión a nivel más profundo, un "corazón nuevo", una respuesta responsable y decidida a la llamada de Jesús a entrar en la dinámica del Reino de Dios.
Hemos de reaccionar antes que sea tarde. Jesús está vivo en medio de nosotros. Como el encargado de la viña, él cuida de nuestras comunidades cristianas, cada vez más frágiles y vulnerables. Él nos alimenta con su Evangelio, nos sostiene con su Espíritu.
 Hemos de mirar el futuro con esperanza, al mismo tiempo que vamos creando ese clima nuevo de conversión y renovación que necesitamos tanto y que los decretos del Concilio Vaticano no han podido hasta hora consolidar en la Iglesia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
7 de marzo de 2010

¿DÓNDE ESTAMOS NOSOTROS?

Unos desconocidos le comunican a Jesús la noticia de la horrible matanza de unos galileos en el recinto sagrado del templo. El autor ha sido, una vez más, Pilato. Lo que más los horroriza es que la sangre de aquellos hombres se haya mezclado con la sangre de los animales que estaban ofreciendo a Dios.
No sabemos por qué acuden a Jesús. ¿Desean que se solidarice con las víctimas? ¿Quieren que les explique qué horrendo pecado han podido cometer para merecer una muerte tan ignominiosa? Y si no han pecado, ¿por qué Dios ha permitido aquella muerte sacrílega en su propio templo?
Jesús responde recordando otro acontecimiento dramático ocurrido en Jerusalén: la muerte de dieciocho personas aplastadas  por la caída de un torreón de la muralla cercana a la piscina de Siloé. Pues bien, de ambos sucesos hace Jesús la misma afirmación: las víctimas no eran más pecadores que los demás. Y termina su intervención con la misma advertencia: «si no os convertís, todos pereceréis».
La respuesta de Jesús hace pensar. Antes que nada, rechaza la creencia tradicional de que las desgracias son un castigo de Dios. Jesús no piensa en un Dios "justiciero" que va castigando a sus hijos e hijas repartiendo aquí o allá enfermedades, accidentes o desgracias, como respuesta a sus pecados.
Después, cambia la perspectiva del planteamiento. No se detiene en elucubraciones teóricas sobre el origen último de las desgracias, hablando de la culpa de las víctimas o de la voluntad de Dios. Vuelve su mirada hacia los presentes y los enfrenta consigo mismos: han de escuchar en estos acontecimientos la llamada de Dios a la conversión y al cambio de vida.
Todavía vivimos estremecidos por el trágico terremoto de Haití. ¿Cómo leer esta tragedia desde la actitud de Jesús? Ciertamente, lo primero no es preguntarnos dónde está Dios, sino dónde estamos nosotros. La pregunta que puede encaminarnos hacia una conversión no es "¿por qué permite Dios esta horrible desgracia?", sino "¿cómo consentimos nosotros que tantos seres humanos vivan en la miseria, tan indefensos ante la fuerza de la naturaleza?".
Al Dios crucificado no lo encontraremos pidiéndole cuentas a una divinidad lejana, sino identificándonos con las víctimas. No lo descubriremos protestando de su indiferencia o negando su existencia, sino colaborando de mil formas por mitigar el dolor en Haití y en el mundo entero. Entonces, tal vez, intuiremos entre luces y sombras que Dios está en las víctimas, defendiendo su dignidad eterna, y en los que luchan contra el mal, alentando su combate.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
11 de marzo de 2007

¿PARA QUÉ UNA HIGUERA SIN HIGOS?

¿Para qué va a ocupar terreno en balde?

Jesús se esforzaba de muchas maneras por despertar en la gente la conversión a Dios. Era su verdadera pasión: ha llegado el momento de buscar el reino de Dios y su justicia, la hora de dedicarse a construir una vida más justa y humana, tal como la quiere él.
Según el evangelio de Lucas, Jesús pronunció en cierta ocasión una pequeña parábola sobre una higuera estéril. Quería desbloquear la actitud decepcionante de quienes le escuchaban, sin responder prácticamente a su llamada. El relato es breve y claro.
Un propietario tiene plantada en medio de su viña una higuera. Durante mucho tiempo ha venido a buscar fruto en ella. Sin embargo, año tras año, la higuera viene defraudando las esperanzas que ha depositado en ella. Allí sigue, estéril, en medio de la viña.
El dueño toma la decisión más sensata. La higuera no produce fruto y está absorbiendo inútilmente las fuerzas del terreno. Lo más razonable es cortarla. ¿Para qué va a ocupar un terreno en balde?
Contra toda sensatez, el viñador propone hacer todo lo posible para salvarla. Cavará la tierra alrededor de la higuera para que pueda contar con la humedad necesaria, y le echará estiércol para que se alimente. Sostenida por el amor, la confianza y la solicitud de su cuidador, la higuera queda invitada a dar fruto. ¿Sabrá responder?
El relato de Jesús es una parábola abierta, contada para provocar nuestra reacción. ¿Para qué una higuera sin higos? ¿Para qué una vida estéril y sin creatividad? ¿Para qué un cristianismo sin seguimiento práctico a Cristo? ¿Para qué una Iglesia sin dedicación al reino de Dios?
La pregunta de Jesús es inquietante. ¿Para qué una religión que no cambia nuestros corazones? ¿Para qué un culto sin conversión y una práctica que nos tranquiliza y confirma en nuestro bienestar? ¿Para qué preocuparnos tanto de ocupar un lugar importante en la sociedad, si no introducimos fuerza transformadora con nuestras vidas? ¿Para qué hablar de las «raíces cristianas» de Europa, si no es posible ver los «frutos cristianos» de los seguidores de Jesús?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
14 de marzo de 2004

VIDA ESTÉRIL

¿Para qué va a ocupar terreno en balde?

Es el riesgo más grave que nos amenaza a todos: terminar viviendo una vida estéril. Sin darnos cuenta, vamos reduciendo la vida a lo que nos parece importante: ganar dinero, estar informados, comprar cosas y saber divertirnos. Pasados unos años, nos podemos encontrar viviendo sin más horizonte ni proyectos.
Es lo más fácil. Poco a poco, vamos sustituyendo los valores que podrían alentar la vida por pequeños intereses que nos ayudan a «ir tirando». Tal vez, no es mucho, pero nos basta con «sobrevivir» sin más aspiraciones. Lo importante es «sentirse bien» y «mantenerse joven».
No nos sentimos tan mal en esta cultura que los expertos llaman «cultura de la intranscendencia». Confundimos lo valioso con lo útil, lo bueno con lo que nos apetece, la felicidad con el bienestar. Ya sabemos que eso no es todo, pero tratamos de convencernos de que nos basta.
Sin embargo, no es fácil vivir así, repitiéndonos una y otra vez, alimentándonos siempre de lo mismo, sin creatividad ni compromiso alguno, con esa sensación extraña de estancamiento, incapaces de hacemos cargo del propio sufrimiento y del ajeno de forma constructiva.
La razón última de esa insatisfacción es profunda. Vivir de manera estéril significa no entrar en el proceso creador de Dios, permanecer como espectadores pasivos, no entender nada de lo que es el misterio de la vida, negar en nosotros lo que nos hace más semejantes al Creador: el amor compasivo y la entrega generosa.
Jesús compara la vida estéril de una persona con una «higuera que no da fruto». ¿Para qué va a ocupar un terreno en balde? La pregunta de Jesús es inquietante. ¿Qué sentido tiene vivir ocupando un lugar en el conjunto de la creación si nuestra vida no contribuye a construir un mundo mejor? ¿Qué significa pasar por esta vida sin hacerla un poco más humana?
Criar un hijo, construir una familia, cuidar a los padres ancianos, cultivar la amistad o acompañar de cerca a una persona necesitada... no es «desaprovechar la vida», sino vivirla desde su raíz más plena.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
18 de marzo de 2001

CAUTIVOS DE UNA RELIGIÓN BURGUESA

A ver si da fruto.

Hace unos años Juan Bautista Metz publicó un pequeño libro que causó verdadero impacto entre los católicos alemanes. Según el prestigioso teólogo, en la Europa actual no es la religión la que transforma a la sociedad burguesa. Es, más bien, ésta la que va rebajando y desvirtuando lo mejor de la religión cristiana (Más allá de la religión burguesa, Sígueme, Salamanca 1982).
No le faltaba razón. Día a día vamos interiorizando actitudes burguesas como la seguridad, el bienestar, la autonomía, el rendimiento o el éxito, que oscurecen y disuelven actitudes genuinamente cristianas como la conversión a Dios, la compasión, la defensa de los pobres, el amor desinteresado o la disposición al sufrimiento.
Qué fácil es vivir una religión que no cambia los corazones, un culto sin conversión, una práctica religiosa que nos tranquiliza y confirma en nuestro pequeño bienestar, mientras seguimos desoyendo las llamadas de Dios. ¿Cómo es nuestro cristianismo? ¿Nos convertimos o nos limitamos a creer en la conversión? ¿Nos compadecemos de los que sufren o nos limitamos a creer en la compasión? ¿Amamos de manera desinteresada o nos limitarnos a vivir un amor privado y excluyente, que renuncia a la justicia universal y nos enejen-a en nuestro pequeño mundo?
¿Cómo puede ver Dios un «cristianismo estéril»? La parábola de Jesús nos habla de un señor que busca inútilmente los frutos de una higuera que no le da higos. La higuera es estéril. No hace sino «ocupar un terreno en balde». El señor, sin embargo, no la corta ni destruye. Al contrario, la cuida todavía mejor, y sigue esperando que un día dé frutos. Así es la paciencia de Dios. Después de veinte siglos de historia, sigue esperando un cristianismo más vigoroso y fecundo.
Tres actitudes nos pueden ayudar a irnos liberando del «cautiverio de una religión burguesa». En primer lugar, una mirada limpia para ver la realidad sin prejuicios ni intereses; las injusticias se alimentan a sí mismas mediante la mentira. Después, una empatía compasiva que nos lleve a defender a las víctimas y a solidarizarnos siempre con su sufrimiento. Por último, sencillez de vida para crear un estilo de vida alternativo a los códigos vigentes en la sociedad burguesa.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
15 de marzo de 1998

LA ORIENTACIÓN DE FONDO

A ver si da fruto.

El objetivo de la Iglesia no es preservar el pasado. Siempre será necesario volver a las fuentes para mantener vivo el fuego del Evangelio, pero su objeto no es conservar lo que está desapareciendo porque ya no responde a los interrogantes y desafíos del momento actual. La Iglesia no ha de convertirse en monumento de lo que fue. Alimentar el recuerdo y la nostalgia del pasado sólo conduciría a una pasividad y pesimismo poco acordes con el tono que ha de inspirar a la comunidad de Cristo.
El objetivo de la Iglesia no es tampoco sobrevivir. Sería indigno de su ser más profundo. Hacer de la supervivencia el propósito o la orientación subliminal del quehacer eclesial nos llevaría a la resignación y la inercia, nunca a la audacia y la creatividad. «Resignarse» puede parecer una virtud santa y necesaria hoy, pero puede también encerrar no poca comodidad y cobardía. Lo más sencillo sería cerrar los ojos y no hacer nada. Sin embargo, hay mucho que hacer. Nada menos que esto: escuchar y responder a la acción del Espíritu en estos momentos.
Propiamente, tampoco ha de ser el primer propósito configurar el futuro tratando de imaginar cómo habrá de ser la Iglesia en una época que nosotros no conoceremos. Nadie tiene una receta para el futuro. Sólo sabemos que el futuro se está gestando en el presente. Esta generación de cristianos está decidiendo en buena parte el porvenir de la fe entre nosotros. No hemos de caer en la impaciencia y el nerviosismo estéril buscando «hacer algo» como sea, de forma apresurada y sin discernimiento. Lo que seamos ahora mismo los creyentes de hoy será, de alguna manera, lo que se transmitirá a las siguientes generaciones.
Lo que se le pide a la Iglesia de hoy es que sea lo que dice ser: la Iglesia de Jesucristo. Por decirlo con palabras del evangelio de Juan, lo decisivo es «permanecer» en Cristo y «dar fruto» ahora mismo, sin dejarnos coger por la nostalgia del pasado ni por la incertidumbre del futuro. No es el instinto de conservación sino el Espíritu del Resucitado el que ha de guiamos. No hay excusas para no vivir la fe de manera viva ahora mismo, sin esperar a que las circunstancias cambien. Es necesario reflexionar, buscar nuevos caminos, aprender formas nuevas de anunciar a Cristo, pero todo ello ha de nacer de una santidad nueva.
La parábola de «la higuera estéril», dirigida por Jesús a Israel, se convierte hoy en una clara advertencia para la Iglesia actual. No hay que perderse en lamentaciones estériles. Lo decisivo es enraizar nuestra vida en Cristo y despertar la creatividad y los frutos del Espíritu.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
19 de marzo de 1995

¿QUIEN DECIDE MI VIDA?

A ver si da fruto.

La pregunta es compleja y ha sido objeto de vivas discusiones en el campo de la sicología. No hace falta seguir las teorías de Watson o Skinner sobre «la vida fabricada desde fuera», para observar la enorme repercusión que el entorno social tiene en cada uno de nosotros.
La vida de no pocos viene decidida, en buena parte, desde el mercado. La sociedad de consumo se preocupa de saber no quiénes somos, sino qué vamos a consumir y de qué dinero vamos a disponer. Todo está convenientemente organizado para hacer de cada uno de nosotros un buen consumidor.
La publicidad, por su parte, me dicta por qué cosas me tengo que interesar y hacia dónde he de dirigir mis pasos. La moda decide cómo he de vestir y qué aspecto he de presentar. La cultura me indica cómo he de pensar y qué he de sentir. Además, mi trabajo y mi rol social me hacen vivir en función de unos determinados intereses.
Por eso, todo aquel que quiera ser él mismo ha de preguntarse alguna vez: «Quién decide mi vida? ¿A quién o a qué le estoy dando poder para programar mi existencia diaria?» En el fondo de estos interrogantes subyace otra cuestión más radical: «Qué quiero ser yo? ¿Qué busco?»
A nadie se le escapa que son preguntas importantes en las que nos jugamos todo. Sin embargo, raras veces aparecen en la vida de las personas. De ordinario, andamos «ocupados» con preguntas, a nuestro parecer, más prácticas e interesantes, buscando en cada momento qué nos resultará más útil o más agradable.
El riesgo de empobrecer nuestra vida es, entonces, muy grande. O nos dejamos manejar desde fuera como marionetas, o nos guiamos por algo tan postmoderno como el «me apetece» y «me gusta» ¿No es éste el modo de «funcionar» de bastantes?
Desde una perspectiva creyente, la vida es un don y una tarea. El gran regalo que hemos recibido todos y la gran tarea que tenemos por delante: ese «¿qué voy a hacer con mi vida?» que decía X. Zubiri. Es como si Dios, Creador y Padre, nos dijera a cada uno: «Hijo mío, tú estás sostenido por mi gracia y mi bendición. Tienes todo lo necesario para vivir tu aventura personal y ser tú mismo. ¿Por qué no vives como hijo mío?».
La parábola narrada por Jesús, del hombre que planta una higuera y viene año tras año a buscar fruto, es imagen de la «paciencia» de Dios que sigue esperando ver más fruto en nuestra vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
22 de marzo de 1992

NO MALGASTAR LA VIDA

A ver si da fruto...

La vida moderna ha traído consigo un aumento notable del número de muertes repentinas. Hombres jóvenes fulminados por el infarto o la crisis cerebral. Vidas destrozadas en cualquier carretera. Accidentes laborales y tragedias de todo tipo.
Son noticias que a veces aparecen en primera página. Pero, casi diariamente las podemos encontrar en los espacios de «noticias breves» o en las páginas de sucesos. Ya sólo nos afectan cuando se trata de un familiar, un amigo o alguien conocido.
Todos sabemos que nuestra vida es limitada y que siempre está amenazada por la enfermedad, el accidente o la desgracia. Pero la muerte repentina nos hace ver con más claridad la fragilidad de nuestra existencia.
Sin embargo, el hombre contemporáneo se resiste a reflexionar. La muerte ya no es misterio ni destino. No ayuda a comprender la vida. Hay que tomarla como un accidente inevitable, triste y desagradable que es necesario olvidar cuanto antes.
Los mismos predicadores apenas hablan de ella. Se ha abusado tanto en otras épocas infundiendo el temor a la muerte repentina y urgiendo la conversión bajo la amenaza del juicio imprevisto de Dios, que nadie quiere caer en una trampa tan poco digna.
Sin embargo, es una equivocación considerar la muerte como algo irrelevante y cerrar los ojos a una realidad que pertenece a la misma vida: la existencia de cada persona puede quedar truncada en cualquier momento.
Es más sana la postura de Jesús que, ante el asesinato de unos galileos a manos de Pilato o ante el accidente mortal de dieciocho habitantes de Jerusalén aplastados por el derrumbamiento de una torre cercana a la piscina de Siloé, se esfuerza por hacer reflexionar a sus contemporáneos. La posibilidad de que de nuestra vida acabe en cualquier momento nos ha de hacer pensar qué estamos haciendo con ella.
La parábola de la higuera estéril es una llamada de alerta a quienes viven de manera infecunda y mediocre. ¿Cómo es posible que una persona que recibe la vida como un regalo lleno de posibilidades vaya pasando los días malgastándola inútilmente?
Según Jesús, es una grave equivocación vivir de manera estéril y perezosa, dejando siempre para más tarde esa decisión personal que sabemos daría un rumbo nuevo, más creativo y fecundo a nuestra existencia.
He podido leer estos días un conjunto de pensamientos breves atribuidos a Madre Teresa de Calcuta. Tal vez puedan ayudar a alguien a decidirse por una manera nueva de vivir:
«La vida es una oportunidad, aprovéchala. La vida es belleza, admírala. La vida es un reto, afróntalo. La vida es un deber, cúmplelo. La vida es un juego, juégalo. La vida es preciosa, cuídala. La vida es amor, gózalo. La vida es un misterio, desvélalo. La vida es tristeza, supérala. La vida es un combate, acéptalo. La vida es una tragedia, domínala. La vida es una aventura, arrástrala. La vida es felicidad, merécela. La vida es la vida, defiéndela.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
26 de febrero de 1989

EL SI CONFIADO A DIOS

Si no os convertís...

Estos días estoy oyendo hablar de Dios a bastantes personas que han leído la Carta Pastoral de los Obispos. A varios les he escuchado la misma pregunta: ¿Es posible realmente vivir una relación viva y concreta con ese Dios en nuestros días o es una “utopía” más, algo de lo que hablamos sabiendo que nuestras vidas seguirán como siempre?
Ciertamente, Dios no puede acercarse a nosotros como Alguien vivo y concreto mientras nosotros no queramos abrirnos sinceramente a El. Y acoger a Dios quiere decir dejar que Dios diga algo a nuestra vida. Dejarle a Dios ser Dios en nuestro vivir diario.
Esta actitud no es algo sencillo. Confiarse a Dios es algo radical, absoluto, incondicional, que no puede brotar de cualquier manera en nosotros a partir de razones, argumentos y pruebas. Cuando el hombre se confía a Dios está arriesgando mucho más que todo lo que esas razones y pruebas parecen apoyar.
Ese SI confiado a Dios descansa en último término en una decisión vital que tiene lugar en nosotros a un nivel más profundo que todas las pruebas racionales o coacciones de carácter intelectual.
Es una decisión de confianza radical en la vida y en Aquel que la fundamenta y la sostiene. Pese a toda la incertidumbre e inseguridad que nos rodea, pese a nuestro desvalimiento y fragilidad, nace en nosotros una radical confianza en el sentido último del mundo y de la vida y en el misterio santo de Aquel que lo alienta todo.
Lo que sucede es que en las cosas más insignificantes y triviales, las personas podemos tener una gran seguridad. Es fácil estar seguro de que dos y dos son cuatro. Pero cuanto más profundo es el misterio en el que queremos ahondar, tanto más debemos abrirnos a él, prepararnos interiormente, acoger con toda nuestra persona, escuchar toda llamada por humilde que nos pueda parecer.
Creer en Dios exige una conversión, una actitud abierta y confiada al misterio. La advertencia de Jesús es clara: “Si no os convertís, todos pereceréis”.
No es indiferente decir sí o decir no a Dios. Cada uno de nosotros elegimos el sentido último que queremos dar a nuestra existencia. Y también vale aquí aquello de que quien no elige ya está eligiendo. Ha elegido no elegir. Probablemente la elección más desacertada y cobarde.
La fe del creyente descansa en una confianza total en Dios. Su oración última es la del salmista: “En Ti, Señor, confié, no me veré defraudado para siempre”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
2 de marzo de 1986

NO BASTA CRITICAR

Si no os convertís, todos pereceréis.

No basta criticar. No basta indignarse y deplorar los males, atribuyendo siempre y exclusivamente a otros su responsabilidad.
Nadie puede situarse en una «zona neutral» de inocencia. De muchas maneras, todos somos culpables. Y es necesario que todos sepamos reconocer nuestra propia responsabilidad en los conflictos y la injusticia que afecta a nuestra sociedad.
Sin duda, la crítica es necesaria si queremos construir una convivencia más humana. Pero la crítica se convierte en verdadero engaño cuando termina siendo un tranquilizante cómodo que nos impide descubrir nuestra propia implicación en las injusticias y nuestra despreocupación por los problemas de los demás.
Jesús nos invita a no pasarnos la vida denunciando culpabilidades ajenas. Una actitud de conversión exige además la valentía de reconocer con sinceridad el propio pecado y comprometerse en la renovación de la propia vida.
Hemos de convencernos de que necesitamos reconstruir entre todos una civilización que se asiente en cimientos nuevos. Se hace urgente un cambio de dirección.
Hay que abandonar presupuestos que hemos estado considerando válidos e intangibles y dar a nuestra convivencia una nueva orientación.
Tenemos que aprender a vivir una vida diferente, no de acuerdo a las reglas de juego que hemos impuesto en nuestra sociedad egoísta, sino de acuerdo a valores nuevos y escuchando las aspiraciones más profundas del ser humano.
Desde el «impasse» a que ha llegado nuestra sociedad del bienestar, hemos de escuchar el grito de alerta de Jesús: «Si no os convertís, todos pereceréis».
Nos salvaremos, si llegamos a ser no más poderosos sino más solidarios. Creceremos, no siendo cada vez más grandes sino estando cada vez más cerca de los pequeños. Seremos felices, no teniendo cada vez más, sino compartiendo cada vez mejor.
No nos salvaremos si continuamos gritando cada uno nuestras propias reivindicaciones y olvidando las necesidades de los demás.
No seremos más cuerdos si no aprendemos a vivir más en desacuerdo con el sistema de vida utilitarista, hedonista e insolidario que nos hemos organizado.
Nos salvaremos si desoímos más el ruido de los «slogans» y nos atrevemos a escuchar con más fidelidad el susurro del evangelio de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
6 de marzo de 1983

BUSCANDO AL CULPABLE

¿Pensáis que eran más culpables?

Los análisis que explican el origen de la injusticia y la opresión en nuestra sociedad no nos dan la última respuesta al problema del mal en el hombre.
Los diversos estudios de carácter sociológico y sicológico que tratan de descubrir las causas históricas de los males concretos que esclavizan al hombre moderno son absolutamente necesarios para buscar soluciones eficaces a nuestra sociedad actual. Pero, no terminan de explicar el enigma de un hombre que no logra la convivencia gozosa y liberadora que anda buscando.
Hay muchas preguntas que no tienen fácil respuesta. ¿Por qué los hombres, en la medida en que tienen fuerza, tienden a oprimir a otros? ¿Por qué los que poseen bienes no buscan, en general, compartirlos con los necesitados? ¿Por qué el hombre situado en una posición de privilegio y poder no busca eficazmente la igualdad fundamental de todos?
No parece una ingenuidad el escuchar la invitación de Jesús a descubrir con ms lucidez, detrás de los acontecimientos y actuaciones humanas, la fuerza del pecado como una realidad que nos deshumaniza individual y colectivamente.
El pecado, no como un rasgo genérico de nuestra condición humana, sino como un egoísmo concreto que crece en el corazón de cada hombre y toma cuerpo en las instituciones injustas y en los mecanismos y estructuras de opresión que, con frecuencia, encauzan la actividad económica y política.
Sin duda, la humanización de nuestra convivencia exige una serie de conquistas de orden político y socio-económico: una distribución más equitativa de lo que se produce, una participación mayor de los ciudadanos en la gestión pública, un control más eficaz del servicio público...
Pero, sería una equivocación pensar que el futuro más humano de nuestra sociedad se construirá sólo con la puesta en marcha de unos determinados proyectos políticos.
No nacerá un «hombre nuevo» entre nosotros, si cada uno no somos conscientes de nuestro propio pecado y nos comprometemos es un esfuerzo de renovación personal.
Ha crecido de manera notable nuestra capacidad crítica frente a las estructuras, la institución y la culpabilidad de los demás. Pero, corremos el riesgo de quedarnos ciegos ante nuestra propia culpa.
Tratamos de buscar al culpable y lo encontramos casi siempre en los demás. Pero, todos sabemos que nuestra sociedad no cambiará por el hecho de que cada uno apunte acusadoramente al vecino.
El enemigo de una sociedad más justa no es sólo el otro, sino yo mismo, con mi egoísmo, mi irresponsabilidad, mi absentismo cómodo, mi despreocupación por los problemas ajenos.

José Antonio Pagola

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