sábado, 19 de mayo de 2012

20/05/2012 - 7º domingo de Pascua - LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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20 de mayo de 2012

7º domingo de Pascua - LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (B)


EVANGELIO

Subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 16, 15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo:
«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
17 ó 20 de mayo de 2012

NUEVO COMIENZO

Los evangelistas describen con diferentes lenguajes la misión que Jesús confía a sus seguidores. Según Mateo, han de "hacer discípulos" que aprendan a vivir como él les ha enseñado. Según Lucas, han de ser "testigos" de lo que han vivido junto él. Marcos lo resume todo diciendo que han de "proclamar el Evangelio a toda la creación". Quienes se acercan hoy a una comunidad cristiana no se encuentran directamente con el Evangelio. Lo que perciben es el funcionamiento de una religión envejecida, con graves signos de crisis. No pueden identificar con claridad en el interior de esa religión la Buena Noticia proveniente del impacto provocado por Jesús hace veinte siglos. Por otra parte, muchos cristianos no conocen directamente el Evangelio. Todo lo que saben de Jesús y su mensaje es lo que pueden reconstruir de manera parcial y fragmentaria escuchando a catequistas y predicadores. Viven su religión privados del contacto personal con el Evangelio. ¿Cómo podrán proclamarlo si no lo conocen en sus propias comunidades? El Concilio Vaticano II ha recordado algo demasiado olvidado en estos momentos: "El Evangelio es, en todos los tiempos, el principio de toda su vida para la Iglesia". Ha llegado el momento de entender y configurar la comunidad cristiana como un lugar donde lo primero es acoger el Evangelio de Jesús. Nada puede regenerar el tejido en crisis de nuestras comunidades como la fuerza del Evangelio. Solo la experiencia directa e inmediata del Evangelio puede revitalizar a la Iglesia. Dentro de unos años, cuando la crisis nos obligue a centrarnos solo en lo esencial, veremos con claridad que nada es más importante hoy para los cristianos que reunirnos a leer, escuchar y compartir juntos los relatos evangélicos. Lo primero es creer en la fuerza regeneradora del Evangelio. Los relatos evangélicos enseñan a vivir la fe, no por obligación sino por atracción. Hacen vivir la vida cristiana, no como deber sino como irradiación y contagio. Es posible introducir ya en las parroquias una dinámica nueva. Reunidos en pequeños grupos, en contacto con el Evangelio, iremos recuperando nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesús. Hemos de volver al Evangelio como nuevo comienzo. Ya no sirve cualquier programa o estrategia pastoral. Dentro de unos años, escuchar juntos el Evangelio de Jesús no será una actividad más entre otras, sino la matriz desde la que comenzará la regeneración de la fe cristiana en las pequeñas comunidades dispersas en medio de una sociedad secularizada.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
21 ó 24 de mayo de 2009

CONFIANZA Y RESPONSABILIDAD

Proclamad el Evangelio a toda la creación.

Al evangelio original de Marcos se le añadió en algún momento un apéndice donde se recoge este mandato final de Jesús: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación». El Evangelio no ha de quedar en el interior del pequeño grupo de sus discípulos. Han de salir y desplazarse para alcanzar al «mundo entero» y llevar la Buena Noticia a todas las gentes, a «toda la creación».
Sin duda, estas palabras eran escuchadas con entusiasmo cuando los cristianos estaban en plena expansión y sus comunidades se multiplicaban por todo el Imperio, pero ¿cómo escucharlas hoy cuando nos vemos impotentes para retener a quienes abandonan nuestras iglesias porque no sienten ya necesidad de nuestra religión?
Lo primero es vivir desde la confianza absoluta en la acción de Dios. Nos lo ha enseñado Jesús. Dios sigue trabajando con amor infinito el corazón y la conciencia de todos sus hijos e hijas, aunque nosotros los consideremos «ovejas perdidas». Dios no está bloqueado por ninguna crisis.
No está esperando a que desde la Iglesia pongamos en marcha nuestros planes de restauración o nuestros proyectos de innovación. Él sigue actuando en la Iglesia y fuera de la Iglesia. Nadie vive abandonado por Dios, aunque no haya oído nunca hablar del Evangelio de Jesús.
Pero todo esto no nos dispensa de nuestra responsabilidad. Hemos de empezar a hacernos nuevas preguntas: ¿Por qué caminos anda buscando Dios a los hombres y mujeres de la cultura moderna? ¿Cómo quiere hacer presente al hombre y a la mujer de nuestros días la Buena Noticia de Jesús?
Hemos de preguntarnos todavía algo más: ¿Qué llamadas nos está haciendo Dios para transformar nuestra forma tradicional de pensar, expresar, celebrar y encarnar la fe cristiana de manera que propiciemos la acción de Dios en el interior de la cultura moderna? ¿No corremos el riesgo de convertirnos, con nuestra inercia e inmovilismo, en freno y obstáculo cultural para que el Evangelio se encarne en la sociedad contemporánea?
Nadie sabe cómo será la fe cristiana en el mundo nuevo que está emergiendo, pero, difícilmente será «clonación» del pasado. El Evangelio tiene fuerza para inaugurar un cristianismo nuevo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
25 ó 28 de mayo de 2006

LA MEJOR NOTICIA

Proclamad la Buena Noticia.

Hacia el año 9 a.C., los pueblos griegos de la provincia romana de Asia tomaron la decisión de cambiar el calendario. En adelante la historia de la Humanidad no se contaría a partir de la fundación de Roma, sino a partir del nacimiento de Augusto. La razón era de peso. Él había sido «Buena Noticia» (euangelion) para todos, pues había traído la paz introduciendo en el mundo un orden nuevo. Augusto era el gran «bienhechor» y «salvador».
Los cristianos comenzaron a proclamar un mensaje muy diferente: «La Buena Noticia no es Augusto sino Jesús». Por eso, el evangelista Marcos tituló así su evangelio: «Buena Noticia de Jesús, el Mesías, Hijo de Dios». Y por eso, en su evangelio, el mandato final del resucitado es éste: «Id al mundo entero y proclamad la Buena Noticia a toda la creación».
«Buena noticia» es algo que, en medio de tantas experiencias malas, trae a la vida de la gente una esperanza nueva. Las «buenas noticias» aportan luz, despiertan la alegría, dan un sentido nuevo a todo, animan a vivir de manera más abierta y fraterna. Todo esto y más es Jesús, pero ¿cómo proclamarlo hoy como Buena Noticia?
Podemos explicar doctrinas sublimes acerca de Jesús: en él está la «salvación» de la humanidad, la «redención» del mundo, la «liberación» definitiva de nuestra esclavitud, la «divinización» del ser humano. Todo esto es cierto, pero no basta. No es lo mismo exponer verdades cuyo contenido es teóricamente bueno para el mundo, que hacer que la gente pueda experimentarle a Jesús como algo «nuevo» y «bueno» en su propia vida.
No es dificil entender por qué la gente le sentía a Jesús como «Buena Noticia». Todo lo que él decía les hacía bien: les quitaba el miedo a Dios, les hacía sentir su misericordia, les ayudaba a vivir comprendidos y perdonados. Toda su manera de ser era algo bueno para todos: era compasivo y cercano, acogía a los más olvidados, abrazaba a los más pequeños, bendecía a los enfermos, se fijaba en los últimos. Toda su actuación introducía en la vida de las personas algo bueno: salud, perdón, verdad, fuerza interior, esperanza. ¡Era una suerte encontrarse con él!

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
29 de mayo ó 1 de junio de 2003

CONFIAR

Ascendió al cielo.

La Iglesia tiene ya veinte siglos. Atrás quedan dos mil años de fidelidad y también de no pocas infidelidades. El futuro parece sombrío. Se habla de signos de decadencia en su seno: cansancio, envejecimiento, falta de audacia, resignación. Crece el deseo de algo nuevo y diferente, pero también la impotencia para generar una verdadera renovación.
No es extraño que crezcan las expectativas en torno al nuevo Papa. Unos desean firmeza y seguridad, otros piden reformas profundas, bastantes sueñan con alguna «sorpresa», algo que movilice de nuevo a la Iglesia. ¿Qué podemos esperar?
El evangelista Mateo culmina su escrito poniendo en labios de Jesús una promesa destinada a alimentar para siempre la fe de sus seguidores: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Jesús seguirá vivo en medio del mundo. Su movimiento no se extinguirá. Siempre habrá creyentes que actualicen su vida y su mensaje.
Esta fe nos lleva a confiar en la Iglesia: con retrasos y resistencias tal vez, con errores y debilidades, siempre seguirá buscando ser fiel al evangelio. Nos lleva también a confiar en el mundo y en el ser humano: por caminos no siempre claros ni fáciles el reino de Dios seguirá creciendo.
Hoy hay más hambre y violencia en el mundo, pero hay también más conciencia para hacerlo más humano. Hay muchos que no creen en la religión, pero creen en una vida más justa y digna para todos, que es, en definitiva, el gran deseo de Dios.
Esta confianza puede darle otro tono a nuestra manera de mirar el mundo y de vivir las cosas grandes y pequeñas. Al mismo tiempo, puede ayudamos a vivir estos tiempos con paciencia y paz, sin caer en el fatalismo y sin desesperar del evangelio.
Hemos de sanear nuestras vidas eliminando aquello que nos vacía de esperanza. Cuando nos dejamos dominar por el desencanto, el pesimismo o la resignación, nos incapacitamos para transformar el mundo y renovar la Iglesia. Marcuse decía que «la esperanza sólo se la merecen los que caminan». Yo diría que la esperanza cristiana sólo la conocen los que caminan tras los pasos de Jesús. Son ellos quienes pueden «proclamar el Evangelio a toda la creación».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
1 ó 4 de junio de 2000

PREGUSTAR EL CIELO

Ascendió al cielo.

El cielo no se puede describir pero lo podemos pregustar. No lo podemos alcanzar con nuestra mente pero es imposible no desearlo. Si hablamos del cielo no es para satisfacer nuestra curiosidad sino para reavivar nuestra alegría y nuestra atracción por Dios. Si lo recordamos es para no olvidar el anhelo último que llevamos en el corazón.
Ir al cielo no es llegar a un lugar sino entrar para siempre en el Misterio del amor de Dios. Por fin, Dios ya no será alguien oculto e inaccesible. Aunque nos parezca increíble, podremos conocer, tocar, gustar y disfrutar de su ser más íntimo, de su verdad más honda, de su bondad y belleza infinitas. Dios nos enamorará para siempre.
Pero esta comunión con Dios no será una experiencia individual y solitaria de cada uno con su Dios. Nadie va al Padre si no es por medio de Cristo. «En él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Sólo conociendo y disfrutando del misterio encerrado en este hombre único e incomparable, penetraremos en el misterio insondable de Dios. Cristo será nuestro «cielo». Viéndole a él «veremos» a Dios.
Pero no será Cristo el único mediador de nuestra felicidad eterna. Encendidos por el amor de Dios, todos y cada uno de nosotros nos convertiremos a nuestra manera en «cielo» para los demás. Desde nuestra limitación y finitud, tocaremos el Misterio infinito de Dios saboreándolo en sus criaturas. Gozaremos de su amor insondable gustándolo en el amor humano. El gozo de Dios se nos regalará encarnado en el placer humano.
El teólogo húngaro L. Boros trata de sugerir esta experiencia indescriptible: «Sentiremos el calor, experimentaremos el esplendor, la vitalidad, la riqueza desbordante de la persona que hoy amamos, con la que disfrutamos y por la que agradecemos a Dios. Todo su ser, la hondura de su alma, la grandeza de su corazón, la creatividad, la amplitud, la excitación de su reacción amorosa nos serán regalados».
Qué plenitud alcanzará en Dios la ternura, la comunión y el gozo del amor y la amistad que hemos conocido aquí. Con qué intensidad nos amaremos entonces quienes nos amamos ya tanto en la tierra. Pocas experiencias nos permiten pregustar mejor el destino último al que somos atraídos por Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
8 ó 11 de mayo de 1997

EL HUECO

Ascendió al cielo.

El animal sólo capta en su entorno aquello que puede ser significativo para su instinto. Todo lo demás no existe para él. No mira a derecha ni izquierda. Sólo le interesa lo que enciende y atrae su tendencia instintiva. Los animales viven en un mundo cerrado.
El ser humano es muy distinto. Va buscando siempre respuesta concreta a sus necesidades, pero nunca queda satisfecho del todo. El mundo entero es incapaz de dar respuesta definitiva a lo que anda buscando. Siempre anhela «algo más». Nunca encuentra satisfacción duradera en sus propias creaciones. Su destino parece exceder todo lo que ha conquistado hasta ahora y lo que en el futuro pueda conquistar.
Así lo han visto filósofos y antropólogos. El deseo humano no conoce límites ni fronteras, vive bajo la presión de un «exceso de vitalidad» (M. Scheler), tiende hacia «lo insospechado» (A. Gehlen), está «transido de infinitud» (W Pannenberg), lleva en el corazón de su existencia una «apertura infinita» (H. Plessner). Está estructurado de tal manera que en cada deseo y estremecimiento busca algo que responda a su anhelo de felicidad eterna.
Durante este siglo hemos asistido a una fuerte crítica a la idea cristiana del «cielo»: no hay nada que esperar de Dios; todas nuestras esperanzas hemos de ponerlas en el hombre. No hay cielo, hemos de contentarnos con lo que nos pueda dar la tierra. Ha sido, sin embargo, un filósofo ateo, el alemán Ernst Bloch, quien ha planteado de nuevo la cuestión del cielo desde su raíz: ¿Qué hacemos con el «hueco» que deja la eliminación de la hipótesis de un Dios Salvador?
Hoy la actitud de los filósofos hacia la esperanza religiosa está cambiando (G. Váttimo, J. Derrida, E. Levinas, J. Haber- mas). Eugenio Trías acaba de publicar un estudio con el significativo título La razón fronteriza (Destino, Barcelona, 1999). Una vez más, el filósofo catalán nos recuerda que la razón siempre se topa con un «límite» más allá del cual nada puede conocer ni decir. Por eso, frente a una «razón sacralizada» por la Ilustración, que se ha atrevido a negar todo lo que ella no puede verificar, Trías aboga por una «razón fronteriza», abierta al misterio, que permite al espíritu humano remontarse de su propio cerco para buscar el encuentro con lo trascendente.
Según la fe cristiana, cuando la razón se encuentra con la frontera del misterio, el espíritu humano es invitado a creer en el «Dios escondido» que le promete saciar su hambre de felicidad eterna. Esperar el cielo no es sino escuchar esa promesa. A ello se nos invita en esta fiesta de la Ascensión del Señor.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
12 ó 15 de mayo de 1994

LA CASA DEL PADRE

Ascendió al cielo.

El hombre actual ya no sabe morir de forma religiosa, como en otros tiempos, con la confianza puesta en Dios, pero todavía no ha descubierto una actitud nueva para enfrentarse a la muerte. Los intentos que se hacen por desdramatizarla como un «hecho natural» que hemos de asumir sin problemas, no parecen suscitar mucho entusiasmo.
Son conocidos los versos del poeta portugués Fernando Pessoa: «Aunque yo haya muerto, la primavera llegará, las flores florecerán como siempre, y los árboles reverdecerán como en años anteriores. La realidad no tiene necesidad de mí. Y yo siento una alegría inmensa al pensar que mi muerte es del todo insignificante.» El poeta parece sentir una alegría grande porque el mundo sigue y «la realidad no siente necesidad de él», pero su poesía, ¿es una poesía alegre?
Ciertamente, podemos pensar que, en el fondo, no somos tan importantes. ¿Por qué vamos a pretender la inmortalidad? La muerte es parte de la vida y deberíamos aceptarla como un proceso biológico natural. Un día yo no estaré, y todo seguirá como siempre. Así escribía hace unos años Erns Jünger: «Pronto sucederá que nadie sabrá ni hablará de ti o de mi. Otros vivirán en estos lugares, y nadie nos echará en falta.»
Todo esto puede ser así. Pero, entonces, ¿por qué el ser humano no se acostumbra a algo tan «natural»? ¿Por qué no ha aprendido, después de miles y miles de años, a no sentir tristeza ante la muerte? Hay algo que no se puede olvidar. La muerte no es solo una extinción biológica. En la muerte se produce una «separación» irrevocable y definitiva, incluso entre las personas más entrañablemente unidas por el amor o la amistad. Cuando alguien muere, lo perdemos para siempre. Nos quedamos sin él, y él sin nosotros.
El cristianismo no niega la muerte ni la extinción biológica de cada vida. Pero en el núcleo de la esperanza cristiana permanece firme una convicción: la muerte no puede producir la separación entre Dios y sus amigos. La amistad con Dios es una amistad eterna. Quien muere en amistad con Dios, no queda separado de él, pues su amor es más fuerte que la muerte.
Por eso, la liturgia cristiana habla de «la casa del Padre». La muerte destruye «la tienda» que habitamos ahora. Pero el amor de Dios construye «la casa eterna» en que habitaremos para siempre. Es ese amor de Dios Padre el que nos unirá de nuevo a quienes el poder de la muerte nos separa y destruye. La fiesta de la Ascensión es una invitación a recordar «la casa del Padre» y a escuchar con fe las palabras de Jesús: «En la casa de mi Padre hay lugar para todos... Ahora yo me voy a prepararos ese lugar» (Jn 14, 2).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
9 ó 12 de mayo de 1991

PEDAGOGÍA DE LA ASCENSIÓN

Ascendió al cielo.

Es tan poca la atención que la teología contemporánea presta a la Ascensión de Cristo, que su hondo significado pasa casi desapercibido, no sólo para los cristianos despreocupados sino, incluso, para aquellos que se esfuerzan por ser fieles a Jesucristo.
Sin embargo, la Ascensión nos ofrece la clave para entender la dinámica del cristianismo después de Cristo y la pedagogía para vivir la fe de manera responsable y adulta.
Para entender el significado de la Ascensión, hemos de recordar el diálogo entre Jesús y sus discípulos: "Yo me voy al Padre y vosotros estáis tristes... Sin embargo, os conviene que yo me vaya para que recibáis el Espíritu Santo", es decir, "ya no me podréis retener en vuestra experiencia inmediata, pero conviene que yo me vaya para que seáis adultos y caminéis por vosotros mismos bajo la acción del Espíritu".
La tristeza y preocupación de los discípulos tiene una explicación. Desean seguridad: tener siempre junto a ellos a Cristo para que les resuelva los problemas o, al menos, les indique el camino seguro para encontrar la solución. Es la tentación de vivir la fe de manera protegida, infantil e irresponsable.
La respuesta de Jesús cobra particular importancia en estos tiempos en que parece crecer en ciertos sectores de la Iglesia la tentación del inmovilismo, el miedo a la creatividad, la nostalgia por "reproducir un determinado cristianismo", la "regresión al seno materno".
La pedagogía de Cristo consiste en ausentarse para que pueda crecer la libertad de sus seguidores. Sólo les dejará la impronta de su Espíritu. Así es siempre la auténtica pedagogía: el padre o el educador han de retirarse en un determinado momento y dejar sólo su inspiración para no ahogar la creatividad, sino permitir el crecimiento responsable y adulto.
Siempre es tentador vivir de manera infantil la religión, sin mediación alguna de la propia conciencia, buscando en la letra del evangelio soluciones "prefabricadas" para nuestros tiempos o pretendiendo que la autoridad religiosa nos dicte sin ambigüedad y con precisión absoluta la doctrina que hemos de creer y las normas morales que hemos de cumplir.
Este fideísmo infantil o fundamentalismo religioso en el que la persona no ejercita su propia libertad, engendra, tarde o temprano, ateísmo pues llega un momento en el que el hombre, para ser responsable y adulto, siente la necesidad de eliminar al Dios de esa religión.
La Ascensión nos recuerda que vivimos "el tiempo del Espíritu", tiempo de creatividad y crecimiento responsable, ya que el Espíritu no nos da nunca recetas concretas para los problemas. Sin embargo, cuando lo acogemos, nos hace capaces de ir buscando caminos nuevos al evangelio de Cristo.
Este evangelio no se impone desde la autoridad o la presión, sino haciéndolo pasar por las conciencias y el corazón antes que por las leyes y las instituciones. La Ascensión nos invita a vivir bajo "la pedagogía del Espíritu", el único que nos hace fieles al evangelio de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
12 ó 15 de mayo de 1988

EL PORVENIR DEL MUNDO

Ascendió al cielo.

Acabo de leer una obra apasionante. Su editor la presenta como una recopilación de “escritos místicos de los físicos más famosos del mundo”.
He de confesar que he quedado sorprendido por la profunda humildad de estos eminentes científicos, padres de la física moderna, ante el misterio último del mundo.
Todos ellos suscribirían las palabras de Max Planck, fundador de la física cuántica: “La ciencia es incapaz de resolver el misterio último de la naturaleza y ello se debe, en último término, a que nosotros mismos formamos parte de la naturaleza y por tanto, del misterio que estamos intentando resolver”.
Pero me ha sorprendido todavía más el comprobar que científicos como Heisenberg, Schrödinger, Einstein, Planck, Pauli, Eddington, de maneras diferentes y sin atenerse a unos esquemas religiosos concretos, han llegado sin embargo a una concepción trascendente del mundo que sobrepasa los límites de la física.
Los protagonistas más preclaros de la física moderna confiesan una y otra vez que el hombre no puede conocer ni dominar con la ciencia el origen, el sentido ni el destino último de su existencia.
Hemos de abrirnos a otras luces. Heisenberg nos dice que, si no queremos movernos sólo en la superficie, no hemos de eliminar de la existencia «esas profundidades en que habita la verdad”.
Einstein, por su parte, está convencido de que, ante el misterio último del cosmos, hemos de adoptar una actitud de “humildad mental” que, a su modo de ver, «es una actitud religiosa en el más alto sentido de la palabra”.
Sería una ingenuidad que el creyente cristiano se colocara en una postura de secreta arrogancia y superioridad sobre los demás hombres. También él es un ser pequeño y frágil que busca a tientas abrirse a la verdadera luz.
Tal vez la fiesta de la Ascensión que hoy celebramos nos podría enseñar a caminar por la existencia con más “sabiduría”.
K. Rahner la llamaba “la fiesta del porvenir del mundo” porque nos anuncia el futuro que le espera a la creación, el destino último hacia el que se encamina la vida.
Pero la denominaba también “la fiesta de la fe en cuanto tal” pu nos invita a vivir del futuro, creyendo desde ahora en esa vida que nos queda escondida hasta el final en Cristo resucitado.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
16 ó 19 de mayo de 1985

RECUPERAR EL HORIZONTE

Ascendió al cielo...

Según el magnífico estudio «La esperanza olvidada» del pensador francés J. Ellul, uno de los rasgos que mejor caracterizan al hombre moderno es la pérdida de horizonte.
El hombre actual parece vivir en «un mundo cerrado», sin proyección ni futuro, sin apertura ni horizonte.
Nunca los seres humanos habíamos logrado un nivel tan elevado de bienestar, libertad, cultura, larga vida, tiempo libre, comunicaciones, intercambios, posibilidades de disfrute y diversión. Y, sin embargo, son pocos los que piensan que nos estamos acercando «al paraíso en la tierra».
Han pasado los tiempos en que grandes sectores de la humanidad vivían ilusionados en construir un futuro mejor. Los hombres parecen cansados. No encuentran motivos para luchar por una sociedad mejor y se defienden como pueden del desencanto y la desesperanza.
Son cada vez menos los que creen realmente en las promesas y soluciones de los partidos políticos. Un sentimiento de impotencia y desengaño parece atravesar el alma de las sociedades occidentales.
Las nuevas generaciones están aprendiendo a vivir sin futuro, actuar sin proyectos, organizarse sólo el presente. Y cada vez son más los que viven sin un mañana.
Hay que vivir el momento presente intensamente. No hay mañana. Unos corren al trabajo y se precipitan en una actividad intensa y deshumanizadora. Otros se refugian en la compra y adquisición de cosas siempre nuevas. Muchos se distraen con sus programas preferidos de TV... Pero son pocos los que, al salir de ese cerco, aciertan a abrir un futuro de esperanza a sus vidas.
Y, sin embargo, el hombre no puede vivir sin esperanza. Como decía Clemente de Alejandría, «somos viajeros» que siguen buscando algo que todavía no poseemos. Nuestra vida es siempre «expectación». Y cuando la esperanza se apaga en nosotros, nos detenemos, ya no crecemos, nos anulamos, nos destruimos. Sin esperanza dejamos de ser hombres.
Sólo quien tiene fe en un futuro mejor puede vivir intensamente el presente. Sólo quien conoce el destino camina con firmeza a pesar de todos los obstáculos. Quizás éste sea el mensaje más importante de la fiesta de la Ascensión para una sociedad como la nuestra.
Para quien no espera nada al final, los logros, los gozos, los éxitos de la vida son tristes porque se acaban. Para quien cree que esta vida está secretamente abierta a la VIDA DEFINITIVA, los logros, los trabajos los sufrimientos y gozos son anhelo, anuncio, búsqueda de la Felicidad final.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
20 ó 23 de mayo de 1982

MIRANDO AL CIELO

Ascendió al cielo.

Un viejo relato de la Ascensión recogido en los Hechos de los Apóstoles termina con un episodio muy significativo. Los discípulos quedan con la mirada fija en el cielo donde ha desaparecido el Señor. Entonces se presentan dos varones vestidos de blanco que les dicen: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?».
Probablemente, el relato trata de corregir la actitud equivocada de algunos creyentes. No es el momento de permanecer pasivos mirando al cielo, sino de comprometerse activamente n la construcción del reino de Dios, con la esperanza puesta en el Señor que un día volverá.
A los cristianos se nos ha acusado muchas veces, y con razón, de estar demasiado atentos al cielo futuro, y poco comprometidos en la tierra presente.
Hoy quizás las cosas han cambiado. No sabría decir si acertamos a comprometernos más responsablemente en la construcción de un mundo más humano. Pero, ciertamente, son bastantes los cristianos que han dejado de mirar al cielo.
Las consecuencias pueden ser graves. Olvidar el cielo no conduce automáticamente a preocuparse con mayor responsabilidad de la tierra. Ignorar al Dios que nos espera y nos acompaña hacia la meta final, no da una mayor eficacia a nuestra acción social y politica. No recordar nunca la felicidad a la que estamos llamados, no acrecienta nuestra fuerza para el compromiso diario.
Por otra parte, obsesionados por el logro inmediato de bienestar, atraídos por pequeñas y variadas esperanzas, atrapados en la rueda del trabajo y el consumo, quizás necesitamos que alguien nos grite: «Creyentes, ¿qué hacéis en la tierra sin mirar nunca al cielo?».
Los hombres hemos acortado demasiado el horizonte de nuestra vida. Nos contentamos con esperanzas demasiado pequeñas. Se diría que hemos perdido el anhelo de lo infinito.
No se trata de elevar nuestra mirada hacia un cielo salido de las manos del Creador como un acto de «magia divina», sino de descubrir que Dios es Alguien que está llevando a su plenitud todo el deseo de vida y felicidad que se encierra en la creación y en la historia de los hombres.
Creer en el cielo es recordar que los hombres no podemos dar- nos todo lo que andamos buscando. Y, al mismo tiempo, creer que nuestros esfuerzos de crecimiento y búsqueda de una tierra más humana no se perderán en el vacío. Porque al final de la vida no nos encontraremos sólo con los logros de nuestro trabajo sino con el regalo del amor de Dios.

José Antonio Pagola

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