lunes, 28 de mayo de 2012

03/06/2012 - La Santísima Trinidad (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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Nuevas Charlas de Jose Antonio Pagola

El próximo día 30 de mayo de 2012 en el Aula Magna del Seminario Diocesano de VitoriaJose Antonio Pagola dará dos charlas una a las 12.00 horas y otra a las 20.00 horas, con el título "Liberar la fuerza del Evangelio",
dentro de las jornadas "Palabra y Misión", organizadas por el Servicio Diocesano de Animación Bíblica de la Pastoral y la Facultad de Teología de Vitoria, que se celebrarán los días 20,30 y 31 de mayo. (Mas información)
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3 de junio de 2012

La Santísima Trinidad (B)


EVANGELIO

Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
- «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
3 de junio de 2012

EL MEJOR AMIGO

En el núcleo de la fe cristiana en un Dios trinitario hay una afirmación esencial. Dios no es un ser tenebroso e impenetrable, encerrado egoístamente en sí mismo. Dios es Amor y solo Amor. Los cristianos creemos que en el misterio último de la realidad, dando sentido y consistencia a todo, no hay sino Amor.
Jesús no ha escrito ningún tratado acerca de Dios. En ningún momento lo encontramos exponiendo a los campesinos de Galilea doctrina sobre él. Para Jesús, Dios no es un concepto, una bella teoría, una definición sublime. Dios es el mejor Amigo del ser humano.
Los investigadores no dudan de un dato que recogen los evangelios. La gente que escuchaba a Jesús hablar de Dios y le veía actuar en su nombre, experimentaba a Dios como una Buena Noticia. Lo que Jesús dice de Dios les resulta algo nuevo y bueno. La experiencia que comunica y contagia les parece la mejor noticia que pueden escuchar de Dios. ¿Por qué?
Tal vez lo primero que captan es que Dios es de todos, no solo de los que se sienten dignos para presentarse ante él en el templo. Dios no está atado a un lugar sagrado. No pertenece a una religión. No es propiedad de los piadosos que peregrinan a Jerusalén. Según Jesús, "hace salir su sol sobre buenos y malos". Dios no excluye ni discrimina a nadie. Jesús invita a todos a confiar en él: "Cuando oréis decid: ¡Padre!".
Con Jesús van descubriendo que Dios no es solo de los que se acercan a él cargados de méritos. Antes que a ellos, escucha a quienes le piden compasión porque se sienten pecadores sin remedio. Según Jesús, Dios anda siempre buscando a los que viven perdidos. Por eso se siente tan amigo de pecadores. Por eso les dice que él "ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido".
También se dan cuenta de que Dios no es solo de los sabios y entendidos. Jesús le da gracias al Padre porque le gusta revelar a los pequeños cosas que les quedan ocultas a los ilustrados. Dios tiene menos problemas para entenderse con el pueblo sencillo que con los doctos que creen saberlo todo.
Pero fue, sin duda, la vida de Jesús, dedicado en nombre de Dios a aliviar el sufrimiento de los enfermos, liberar a  poseídos por espíritus malignos, rescatar a leprosos de la marginación, ofrecer el perdón a pecadores y prostitutas..., lo que les convenció que Jesús experimentaba a Dios como el mejor Amigo del ser humano, que solo busca nuestro bien y solo se opone a lo que nos hace daño. Los seguidores de Jesús nunca pusieron en duda que el Dios encarnado y revelado en Jesús es Amor y solo Amor hacia todos.

 José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
7 de junio de 2009

LO ESENCIAL DEL CREDO

… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

A lo largo de los siglos, los teólogos cristianos han elaborado profundos estudios sobre la Trinidad. Sin embargo, bastantes cristianos de nuestros días no logran captar qué tienen que ver con su vida esas admirables doctrinas.
Al parecer, hoy necesitamos oír hablar de Dios con palabras humildes y sencillas, que toquen nuestro pobre corazón, confuso y desalentado, y reconforten nuestra fe vacilante. Necesitamos, tal vez, recuperar lo esencial de nuestro credo para aprender a vivirlo con alegría nueva.
«Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra». No estamos solos ante nuestros problemas y conflictos. No vivimos olvidados Dios es nuestro «Padre» querido. Así lo llamaba Jesús y así lo llamamos nosotros. Él es el origen y la meta de nuestra vida. Nos ha creado a todos sólo por amor, y nos espera a todos con corazón de Padre al final de nuestra peregrinación por este mundo.
Su nombre es hoy olvidado y negado por muchos. Nuestros hijos se van alejando de él, y los creyentes no sabemos contagiarles nuestra fe, pero Dios nos sigue mirando a todos con amor. Aunque vivamos llenos de dudas, no hemos de perder la fe en un Dios Creador y Padre pues habríamos perdido nuestra última esperanza.
«Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor». Es el gran regalo que Dios ha hecho al mundo. Él nos ha contado cómo es el Padre. Para nosotros, Jesús nunca será un hombre más. Mirándolo a él, vemos al Padre: en sus gestos captamos su ternura y comprensión. En él podemos sentir a Dios humano, cercano, amigo.
Este Jesús, el Hijo amado de Dios, nos ha animado a construir una vida más fraterna y dichosa para todos. Es lo que más quiere el Padre. Nos ha indicado, además, el camino a seguir: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Si olvidamos a Jesús, ¿quién ocupará su vacío?, ¿quién nos podrá ofrecer su luz y su esperanza?
«Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». Este misterio de Dios no es algo lejano. Está presente en el fondo de cada uno de nosotros. Lo podemos captar como Espíritu que alienta nuestras vidas, como Amor que nos lleva hacia los que sufren. Este Espíritu es lo mejor que hay dentro de nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
11 de junio de 2006

SÓLO AMOR

… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

¿Es necesario creer en la Trinidad, ¿se puede?, ¿sirve para algo?, ¿no es una construcción intelectual innecesaria?, ¿cambia en algo nuestra fe en Dios y nuestra vida cristiana si no creemos en el Dios trinitario? Hace dos siglos Kant escribía estas palabras: «Desde el punto de vista práctico, la doctrina de la Trinidad es perfectamente inútil».
Nada más lejos de la realidad. La fe en la Trinidad cambia no sólo nuestra manera de mirar a Dios sino también nuestra manera de entender la vida. Confesar la Trinidad de Dios es creer que Dios es un misterio de comunión y de amor. Dios no es un ser frío, cerrado e impenetrable, inmóvil e indiferente. Dios es un foco de amor insondable. Su intimidad misteriosa es sólo amor y comunicación. Consecuencia: en el fondo último de la realidad dando sentido y existencia a todo no hay sino Amor. Todo lo existente viene del Amor.
El Padre es Amor originario, la fuente de todo amor. Él empieza el amor: «Sólo él empieza a amar sin motivos, es más, es él quien desde siempre ha empezado a amar» (E. Jüngel). El Padre ama desde siempre y para siempre, sin ser obligado ni motivado desde fuera. Es el «eterno Amante». Ama y seguirá amando siempre. Nunca retirará su amor y fidelidad. De él sólo brota amor. Consecuencia: creados a su imagen, estamos hechos para amar. Sólo amando acertamos a vivir plenamente.
El ser del Hijo consiste en recibir el amor del Padre. Él es el «Amado eternamente» antes de la creación del mundo. El Hijo es el Amor que acoge, la respuesta eterna al amor del Padre. El misterio de Dios consiste pues en dar y en recibir amor. En Dios, dejarse amar no es menos que amar. ¡Recibir amor es también divino! Consecuencia: creados a imagen de Dios, estamos hechos no sólo para amar sino para ser amados.
El Espíritu Santo es la comunión del Padre y del Hijo. Él es el Amor eterno entre el Padre amante y el Hijo amado, el que revela que el amor divino no es cerrazón o posesión celosa del Padre ni acaparamiento egoísta del Hijo. El amor verdadero es siempre apertura, don, comunicación hasta sus criaturas. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5, 5). Consecuencia: creados a imagen de ese Dios, estamos hechos para amarnos mutuamente sin acaparar y sin encerrarnos en amores ficticios y egoístas.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
15 de junio de 2003

LA FIESTA DE DIOS

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

¿Cómo se comunicaba Jesús con Dios?, ¿qué sentimientos despertaba en su corazón?, ¿cómo le experimentaba día a día? Una cuidadosa investigación lleva a una doble conclusión: Jesús le sentía a Dios como Padre, y lo vivía todo impulsado por su Espíritu.
Jesús se sentía «hijo querido» de Dios. Siempre que se comunica con él, lo llama Padre. No le sale otra palabra. Para él, Dios no es el «Santo» del que hablan todos, sino el «Compasivo». No habita en el Templo acogiendo sólo a los de corazón limpio y manos inocentes. Jesús lo ve llenando la creación entera, sin excluir a nadie de su amor compasivo. Cada mañana disfruta porque Dios hace salir su sol sobre buenos y malos.
Ese Padre tiene un gran proyecto en su corazón: hacer de la tierra una casa habitable. Jesús no duda. Dios no descansará hasta ver a sus hijos e hijas disfrutando juntos de una fiesta final. Nadie lo podrá impedir: ni la crueldad de la muerte ni la injusticia de los hombres. Como nadie puede impedir que llegue la primavera y lo llene todo de vida.
Jesús vive lleno de Dios, y movido por su Espíritu, sólo se dedica a una cosa: hacer un mundo más humano para todos. Todos han de conocer la Buena Noticia, sobre todo los que menos se lo esperan: los pecadores y los despreciados. Dios no da a nadie por perdido. A todos busca, a todos llama. No vive controlando a sus hijos, sino abriendo a cada uno caminos hacia una vida más humana. Quien escucha hasta el fondo su propio corazón, le está escuchando a él.
Ese Espíritu le empuja a Jesús hacia los que más sufren. Es normal, pues ve grabados en el corazón de Dios los nombres de los más solos y desgraciados. Los que para nosotros no son nadie, ésos son precisamente los predilectos de Dios. Jesús sabía que a ese Dios no le entienden los grandes sino los pequeños. Su amor lo descubren quienes le buscan porque no tienen a nadie que enjugue sus lágrimas.
La mejor manera de creer en el Dios trinitario no es tratar de entender las explicaciones de los teólogos, sino seguir los pasos de Jesús que vivió como Hijo querido de un Dios Padre y que, movido por su Espíritu, se dedicó a hacer un mundo más amable para todos. Es bueno recordarlo hoy que celebramos la fiesta de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
18 de junio de 2000

TERNURA

.... en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

El misterio de Dios supera infinitamente lo que la mente humana puede captar. Pero Dios ha creado nuestro corazón con un deseo infinito de buscarle de tal manera que no encontrará descanso más que en Él., Nuestro corazón, con su deseo insaciable de amar y ser amado, nos abre un resquicio para intuir el misterio inefable de Dios.
En el delicioso relato de «El Principito», A. de Saint Exupéry hace esta admirable afirmación: «Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos». Es una forma bella de exponer la intuición de los teólogos medievales:
«Ubi amor, ibi est oculus»: «donde reina el amor, allí hay ojos que saben ver». San Agustín lo había dicho de un modo más directo: «Si ves el amor, ves la Trinidad».
Cuando el cristianismo habla de la Trinidad quiere decir que Dios, en su misterio más íntimo, es amor compartido. Dios no es una idea oscura y abstracta; no es una energía oculta, una fuerza peligrosa; no es un ser solitario y sin rostro, apagado e indiferente; no es una sustancia fría e impenetrable. Dios es Ternura desbordante de amor.
Ese Dios trinitario es fuente y cumbre de toda ternura. La ternura inscrita en el ser humano tiene su origen y su meta en la Ternura que constituye el misterio de Dios. Por eso, la ternura no es un sentimiento más; es signo de madurez y vitalidad interior; brota en un corazón libre, capaz de ofrecer y de recibir amor, un corazón «parecido» al de Dios.
La ternura es la «huella» más clara de Dios en la creación; lo mejor que ha desarrollado la historia humana; lo que mide el grado de humanidad de una persona. Esta ternura se opone a dos actitudes muy difundidas en nuestra cultura: la «dureza de corazón» entendida como barrera, como muro, como apatía e indiferencia ante el otro; el «repliegue sobre uno mismo», el egocentrismo, la ausencia de solicitud y cuidado del otro.
El mundo se encuentra ante una grave alternativa entre una «cultura de la ternura» y, por tanto, del amor y de la vida, o una «cultura del egoísmo», y por tanto, de la indiferencia, la violencia y la muerte. Quienes creen en la Trinidad saben qué han de promover.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
25 de mayo de 1997

MISTERIO

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Lo sepa o no, el ser humano está siempre remitido a un Misterio sagrado que lo constituye y orienta desde el fondo de su existencia. Este Misterio es lo más originario y fundamental de nuestro ser, pero, por ello mismo, lo más oculto y desapercibido. Nos habla con más claridad cuando guardamos silencio, y se nos hace más presente cuando, desde la experiencia de nuestros propios límites, captamos su ausencia. A este Misterio los creyentes llamamos Dios.
Es posible que alguno no caiga nunca en cuenta de su presencia, pero él constituye lo más íntimo en nosotros y, a la vez, lo más trascendente. El hombre o la mujer que acoge su propia existencia con amor y responsabilidad absoluta, el que busca y espera con confianza la plenitud de la vida, se está encontrando con Dios, cualquiera que sea el nombre que le dé. En realidad, su verdadero nombre sólo es pronunciado con verdad cuando enmudecemos ante su Misterio.
Es difícil captar, bajo el trajín de la vida diaria, las experiencias más profundas de nuestra existencia, pero todos sabe mos que nadie es dueño de su propia vida: todos venimos de lo desconocido y nos encaminamos hacia lo desconocido. Lo queramos o no, hemos de tomar postura ante el Misterio que nos envuelve. Podemos cerrar los ojos a lo esencial de la existencia y encerrarnos en nuestra propia finitud o podemos abrirnos confiadamente al Misterio que intuimos en el fondo de todo. A esto último los creyentes llamamos creer en Dios.
Quien se abre así a Dios puede experimentar, en su historia más íntima, que ese Misterio silencioso y lejano es, al mismo tiempo, amor cercano. Ese amor de Dios es la salvación del ser humano y el verdadero sentido de todo cuanto existe. A este amor de Dios intuido de alguna manera en lo hondo de nuestra existencia llamamos los cristianos gracia.
Esta gracia es ofrecida a todos como luz y como promesa de vida eterna. Actúa en cada hombre y en cada mujer desde el fondo de su ser, aun antes de que asuma una religión o entre en una iglesia. Toda persona puede acoger ese amor salvador de Dios siempre que viva responsablemente el amor, escuche fielmente la voz de su conciencia y confíe en el Misterio de Dios a pesar de todas la tinieblas y oscuridades. Esta confianza fundamental en Dios podemos compartirla quienes nunca pronunciarán el nombre de la Trinidad y quienes bajo este nombre adoramos y agradecemos su Amor eterno.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
29 de mayo de 1994

¿VACIO MENTAL O ENCUENTRO CON DIOS?

… en el nombre del Padre, y del Ho, y del Espíritu Santo...

Está creciendo el número de personas, creyentes o no, que buscan en la meditación una especie de terapia eficaz contra el «stress» o el desequilibrio interior provocados por el ritmo agitado de la vida moderna. Basta leer los anuncios de los periódicos para comprobar la oferta de los diferentes centros, gurús o yoguis.
Por otra parte, el contacto cada vez más frecuente con las religiones orientales y sus métodos de meditación está llevando a no pocos cristianos a incorporar técnicas como el zen o el yoga, desconocidas entre nosotros hasta hace unos años.
Todo ello puede ser enormemente positivo y enriquecedor para los cristianos de Occidente si sabemos reavivar la originalidad de la meditación cristiana sin desfigurarla ni sustituirla con elementos extraños. De ahí la necesidad de algunos criterios claros.
Antes que nada, hemos de recordar que la meditación cristiana es diálogo personal, íntimo y profundo entre el hombre y Dios. Una meditación que desembocara solo en un estado de quietud o en «una inmersión en el abismo indeterminado de la divinidad» no es todavía encuentro gozoso con el Dios trinitario. La meditación cristiana es alabanza e invocación confiada al Padre, escucha fiel del Hijo, transformación gozosa en el Espíritu Santo.
Por otra parte, las diversas técnicas pueden ser una preparación óptima para la contemplación cristiana, conduciendo a la persona de la agitación y dispersión al recogimiento y silencio interior, necesarios para el encuentro personal con Dios. Pero las técnicas no «producen» automáticamente la «experiencia de Dios», que siempre es un acontecimiento de gracia. Por eso, no hay que confundir nunca las sensaciones de quietud y distensión que generan ciertos ejercicios síquico-físicos con la comunicación espiritual con Dios.
Asimismo, el «vacío mental» que se logra a través de ciertas técnicas no tiene en sí mismo valor religioso cristiano si no lleva a la persona a «llenarse» de la riqueza del Dios trinitario, misterio de amor insondable, que suscita en el orante la adoración, la acción de gracias y la invocación confiada.
Por último, no hemos de olvidar que la meditación cristiana conduce a la purificación de la persona, liberándola, sobre todo, de ese egoísmo desordenado que la lleva a acaparar las cosas y las personas para someterlas a su propio yo como a su destino último. Una «experiencia de Dios» que no transforma moralmente a la persona, es un engaño. El Dios cristiano siempre remite al orante a la práctica del amor al prójimo.
La fiesta de la Trinidad es una invitación a la acogida gozosa del misterio gratuito de Dios. San Cirilo de Jerusalén decía que «la Trinidad se revela a quien ¡a acoge como gracia y no a quien la manipula como una presa del entendimiento».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
26 de mayo de 1991

RECUPERAR UN SIMBOLO

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Los gestos simbólicos pueden ayudarnos a vivir la existencia con más hondura, pero, repetidos de manera distraída, pueden convertirse en algo mecánico y rutinario, vacío de todo significado vital.
Así sucede con frecuencia con esa cruz que los cristianos hemos aprendido desde niños a trazar sobre nosotros mismos y que resume toda nuestra fe sobre el misterio de Dios y sobre el espíritu que ha de animar nuestra vida entera.
Esa cruz es "la señal del cristiano" que ilumina nuestro caminar diario. Ella nos recuerda a un Dios cercano, entregado por nosotros. Esa cruz nos da esperanza. Nos enseña el camino. Nos asegura la victoria final en Cristo resucitado.
Pero ese gesto tiene un significado más hondo. Al hacer la cruz con nuestra mano, desde la frente hasta el pecho y desde el hombro izquierdo hasta el derecho, consagramos nuestra frente, boca y pecho, expresando así el deseo de acoger el misterio de Dios Trinidad en nosotros y la trayectoria que queremos dar a nuestra vida.
Esto es lo que queremos: que los pensamientos que elabora nuestra mente, las palabras que pronuncia nuestra boca, los sentimientos y deseos que nacen de nuestro pecho, sean los de un hombre o mujer que viva "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
El gesto nos anima así a superar la dispersión de nuestra vida unificando todas nuestras actividades para vivir desde una confianza total en el Padre, siguiendo fielmente al Hijo encarnado en Jesús, dejándonos impulsar por la acción del Espíritu en nosotros.
Al mismo tiempo, este gesto realizado conscientemente en medio de una sociedad que va vaciando la vida de su grandeza y misterio, nos invita a vivir adorando el misterio trinitario de Dios, origen, fundamento y meta última de toda la creación, y dándole gracias por el don misterioso de la vida.
El creyente vive envuelto por este símbolo tan expresivo. Lo hacemos al comenzar la Eucaristía y al recibir la bendición final, al iniciar y terminar una oración, al bendecir la mesa, al empezar el día y al acostarnos. Si lo hiciéramos de manera consciente, podría ser un mensaje de alegría y salvación en medio de nuestra vida.
En esta fiesta de la Trinidad hemos de recordar que el misterio de la Trinidad no es un asunto para la reflexión exclusiva de los teólogos o la experiencia de los místicos. También un humilde creyente, alejado incluso de la práctica religiosa, puede elevar su corazón hasta Dios y santiguarse despacio en el nombre de la Trinidad, agradeciendo arrepentido su perdón y alabando gozoso su amor insondable.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
29 de mayo de 1988

TRINIDAD

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Desgraciadamente, la Trinidad no representa nada realmente decisivo en la vida de muchos cristianos.
Su fe gira en torno a dos polos: Por una parte, un Dios lejano, más o menos indefinido, al que se teme o invoca en las situaciones límite. Y por otra, ese Jesús más o menos conocido del que hablan los evangelios.
Si por un imposible, la Trinidad fuera eliminada un día de la doctrina cristiana, nada cambiaría en su corazón ni en su vida.
La Trinidad les resulta una idea extraña y abstrusa. Una especie de «teorema religioso” para entretenimiento de teólogos desocupados pero sin incidencia alguna en la vida práctica.
Sin embargo, es el Dios trinitario cuya imagen llevamos impresa en nuestro propio ser, quien fundamenta la estructura más profunda del hombre.
Dios es Padre, es don, comunicación, fuente de vida. Dios es Hijo, es acogida, respuesta agradecida y amorosa. Dios es Espíritu, es intercambio de vida, comunión y diálogo de amor.
Dar. Acoger. Intercambiar vida y amor. Esa es la necesidad más profunda que se encierra en el ser humano.
Siempre que amamos con ternura y hacemos nacer la vida a nuestro alrededor, siempre que somos amados con respeto y acogemos en nosotros ese amor o amistad, siempre que compartimos e intercambiamos vida, estamos saboreando el amor trinitario del que brota nuestro verdadero ser.
Lo sepa o no, el hombre, para ser plenamente humano, necesita amar, ser amado y compartir amorosamente la vida.
Por ello, quien viva sólo para sí, en actitud narcisista, en la pura contemplación de sí mismo, no llegará nunca a ser humano. Como tampoco lo será el autosuficiente que crea bastarse a sí mismo y no necesitar de nadie para vivir.
Pero las consecuencias son todavía más graves. Cuando marginamos a alguien excluyéndolo de nuestra amistad o solidaridad o arrinconándolo en la soledad o el desprecio, lo estamos deshumanizando.
Cuando vivimos en actitud paternalista o de manera dominante y machista, estamos impidiendo que crezca a nuestro alrededor una vida verdaderamente humana.
Confesar la Trinidad como fuente última de nuestro ser exige vivir de manera trinitaria, generando y acogiendo vida, en una actitud de intercambio amoroso y creador.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
2 de junio de 1985

DIOS ES HUMILDE

en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

En otros tiempos, «Dios» fue una palabra llena de sentido para muchos hombres y mujeres. Hoy son cada vez más los que se avergüenzan de hablar de Dios de manera seria. Para muchos, Dios trae malos recuerdos. No interesa pensar en él. Es mejor «pasar» de Dios.
¿Cuál es la raíz profunda de este «ateísmo mediocre» que sigue creciendo en el corazón de tantos que, incluso, se llaman cristianos? Quizás, muchos de ellos han experimentado a Dios como alguien prepotente, tirano poderoso ante el que tenemos que defender nuestra libertad, rival invencible que nos roba la espontaneidad y la felicidad.
Sin darse cuenta, siguiendo la invitación de F. Nietzsche, están matando en su corazón a este Dios indeseado porque están secretamente convencidos de que ¿s un ser prepotente que nos estropea la vida avasallando nuestra libertad.
No saben que ese Dios tirano y dominador contra el que inconscientemente se rebelan, es un fantasma que no existe en la realidad.
La clave para recuperar de nuevo la fe en el verdadero Dios sería, para muchos, descubrir que Dios es amigo humilde y respetuoso. Dios no es un ídolo satisfecho de sí mismo y de su poder. No es un tirano narcisista que se goza y se complace en su omnipotencia.
Dios no grita, no se impone, no coacciona. Dios no se exhibe. No se ofrece en espectáculo. Son muchos los que se quejan de que Dios es demasiado invisible y no interviene espectacularmente en nuestras vidas, ni siquiera para reaccionar ante tantas injusticias. No han descubierto todavía que Dios es invisible porque es discreto y respeta hasta el final la libertad de los hombres.
La fiesta de la Trinidad nos vuelve a recordar algo que olvidamos una y otra vez. Dios sólo es Amor y su gloria y su poder consiste sólo en amar. Para nosotros, la gloria siempre es algo ambiguo y nos sugiere renombre, éxito por encima de todo, triunfo sobre los demás, poder que puede con los otros... La gloria de Dios es otra cosa.
Dios sólo es amor y, precisamente por eso, no puede sino amar. Dios no puede manipular, humillar, abusar, destruir. Dios sólo puede acercarse a nosotros para que nosotros podamos ser nosotros mismos. «La gloria de Dios consiste en que el hombre esté lleno de vida» como dice S. Ireneo.
Muchos hombres y mujeres cambiarían su actitud ante Dios si descubrieran que su idea de Dios es una «degradación lamentable» y si aprendieran a creer en un Dios humilde y respetuoso, amigo de la vida y la felicidad de los hombres, un Dios que no sabe ni puede hacer otra cosa que querernos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
6 de junio de 1982

DIOS

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Alguien ha dicho que «la humanidad sufre hoy la más terrible de todas las experiencias: la lejanía de Dios» (L. Boros). Lo cierto es que para muchos contemporáneos, Dios es algo lejano y vago, algo que se confunde casi con lo ilusorio e irreal.
De hecho, son bastantes los que casi insensiblemente, van pasando poco a poco de una fe débil y superficial a un ateísmo también débil y superficial, sin detenerse con sinceridad ante la realidad de quien es origen y destino último de nuestro ser.
¿Cómo dar de nuevo un contenido vivo a ese nombre de «Dios» cuando uno lo ha ido vaciando de vida, con una fe banal y una existencia mediocre? ¿Cómo aprender de nuevo a vivir con gozo ante Dios?
Quizás el gesto primero y más espontáneo del hombre actual al sentirse interpelado por Dios, sea la retirada, la huída cobarde y silenciosa. ¿Cómo ponerse de nuevo en camino hacia El?
Probablemente hemos de redescubrir, antes que nada, que Dios en su realidad más profunda es trinidad. Es decir, que Dios no es algo frío e impersonal, un ser solitario e inerte, sino vida compartida, amor comunitario, amistad gozosa, ternura vida en plenitud.
Dios no es alguien que nos ciega con su poder divino. Dios es amor que nos acoge, amistad que nos envuelve, ternura que nos busca por todos los caminos de nuestra existencia.
Por eso la presencia de Dios en el mundo es humilde y discreta, como lo es siempre la presencia de la ternura y el amor verdadero.
Sólo quien sabe de amor sabe de Dios. Sólo quien es capaz de vivir incondicionalmente la amistad, de irradiar amor y bondad en esta sociedad egoísta, de poner un poco de justicia y ternura en la construcción de este mundo, puede encontrar a Dios.
Es el amor vivido incondicionalmente el que purifica nuestras falsas imágenes de Dios, y nos coloca en la verdad y la humildad necesarias para acercarnos al Dios trinitario.
Ireneo de Lyon escribió una frase que se ha hecho famosa aunque no es fácil de traducir: «gloria Dei, vivens homo». Y viene a decir esto: el hombre que más honra a Dios es aquél que está más lleno de vida. Ciertamente, el hombre que da más gloria a la Trinidad es aquél que con más fuerza y más pureza vive el amor y la ternura.
Nuestra sociedad no necesita «defensores triunfalistas» que nos hagan la propaganda de Dios, sino testigos humildes que con su vida nos hagan percibir el amor y la amistad de Dios por los hombres.

José Antonio Pagola

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