lunes, 24 de mayo de 2010

30/05/2010 - La Santísima Trinidad (C)

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30 de mayo de 2010

La Santísima Trinidad(C)

EVANGELIO

San Juan 16,12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.

HOMILIA

30 de mayo de 2010

ABRIRNOS AL MISTERIO DE DIOS

A lo largo de los siglos, los teólogos han realizado un gran esfuerzo por acercarse al misterio de Dios formulando con diferentes construcciones conceptuales las relaciones que vinculan y diferencian a las personas divinas en el seno de la Trinidad. Esfuerzo, sin duda, legítimo, nacido del amor y el deseo de Dios.
Jesús, sin embargo, no sigue ese camino. Desde su propia experiencia de Dios, invita a sus seguidores a relacionarse de manera confiada con Dios Padre, a seguir fielmente sus pasos de Hijo de Dios encarnado, y a dejarnos guiar y alentar por el Espíritu Santo. Nos enseña así a abrirnos al misterio santo de Dios.
Antes que nada, Jesús invita a sus seguidores a vivir como hijos e hijas de un Dios cercano, bueno y entrañable, al que todos podemos invocar como Padre querido. Lo que caracteriza a este Padre no es su poder y su fuerza, sino su bondad y su compasión infinita. Nadie está solo. Todos tenemos un Dios Padre que nos comprende, nos quiere y nos perdona como nadie.
Jesús nos descubre que este Padre tiene un proyecto nacido de su corazón: construir con todos sus hijos e hijas un mundo más humano y fraterno, más justo y solidario. Jesús lo llama "reino de Dios" e invita a todos a entrar en ese proyecto del Padre buscando una vida más justa y digna para todos empezando por sus hijos más pobres, indefensos y necesitados.
Al mismo tiempo, Jesús invita a sus seguidores a que confíen también en él: "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí". Él es el Hijo de Dios, imagen viva de su Padre. Sus palabras y sus gestos nos descubren cómo nos quiere el Padre de todos. Por eso, invita a todos a seguirlo. El nos enseñará a vivir con confianza y docilidad al servicio del proyecto del Padre.
Con su grupo de seguidores, Jesús quiere formar una familia nueva donde todos busquen "cumplir la voluntad del Padre". Ésta es la herencia que quiere dejar en la tierra: un movimiento de hermanos y hermanas al servicio de los más pequeños y desvalidos. Esa familia será símbolo y germen del nuevo mundo querido por el Padre.
Para esto necesitan acoger al Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús: "Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y así seréis mis testigos". Éste Espíritu es el amor de Dios, el aliento que comparten el Padre y su Hijo Jesús, la fuerza, el impulso y la energía vital que hará de los seguidores de Jesús sus testigos y colaboradores al servicio del gran proyecto de la Trinidad santa.

José Antonio Pagola

HOMILIA

3 de junio de 2007

VIVIR A DIOS DESDE JESÚS

Todo lo que tiene el Padre es mío

Los teólogos han escrito estudios profundos sobre la vida insondable de las personas divinas en el seno de la Trinidad. Jesús, por el contrario, no se ocupa de ofrecer este tipo de doctrina sobre Dios. Para él, Dios es una experiencia: se siente Hijo querido de un Padre bueno que se está introduciendo en el mundo para humanizar la vida con su Espíritu.
Para Jesús, Dios no es un Padre sin más. Él descubre en ese Padre unos rasgos que no siempre recuerdan los teólogos. En su corazón ocupan un lugar privilegiado los más pequeños e indefensos, los olvidados por la sociedad y las religiones: los que nada bueno pueden esperar ya de la vida.
Este Padre no es propiedad de los buenos. «Hace salir su sol sobre buenos y malos». A todos bendice, a todos ama. Para todos busca una vida más digna y dichosa. Por eso se ocupa de manera especial por quienes viven «perdidos». A nadie olvida, a nadie abandona. Nadie camina por la vida sin su protección.
Tampoco Jesús es el Hijo de Dios sin más. Es Hijo querido de ese Padre, pero, al mismo tiempo, nuestro amigo y hermano. Es el gran regalo de Dios a la humanidad. Siguiendo sus pasos, nos atrevemos a vivir con confianza plena en Dios. Imitando su vida, aprendemos a ser compasivos como el Padre del cielo. Unidos a él, trabajamos por construir ese mundo más justo y humano que quiere Dios.
Por último, desde Jesús experimentamos que el Espíritu Santo no es algo irreal e ilusorio. Es sencillamente el amor de Dios que está en nosotros y entre nosotros alentando siempre nuestra vida, atrayéndonos siempre hacia el bien. Ese Espíritu nos está invitando a vivir como Jesús que, «ungido» por su fuerza, pasó toda su vida haciendo el bien y luchando contra el mal.
Es bueno culminar nuestras plegarias diciendo «Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo» para adorar con fe el misterio de Dios. Y es bueno santiguarnos en el nombre de la Trinidad para comprometernos a vivir en el nombre del Padre, siguiendo fielmente a Jesús, su Hijo, y dejándonos guiar por su Espíritu.

José Antonio Pagola

HOMILIA

6 de junio de 2004

Miniatura de Dios

Todo lo que tiene el Padre es mío

A lo largo de veinte siglos de cristianismo, grandes teólogos han escrito estudios profundos sobre la Trinidad, tratando de pensar conceptualmente el misterio de Dios. Sin embargo, ellos mismos dicen que, para saber de Dios, lo importante no es «discurrir» mucho, sino «saber» algo del amor.
La razón es sencilla. La teología cristiana viene a decir, en definitiva, que Dios es Amor. No es una realidad fría e impersonal, un ser triste, solitario y narcisista. No hemos de imaginarlo como poder impenetrable, encerrado en sí mismo. En su ser más íntimo, Dios es amor, vida compartida, amistad gozosa, diálogo, entrega mutua, abrazo, comunión de personas.
Lo grande es que nosotros estamos hechos a imagen de ese Dios. El ser humano es una especie de «miniatura» de Dios. Es fácil intuirlo. Siempre que sentimos necesidad de amar y ser amados, siempre que sabemos acoger y buscamos ser acogidos, cuando disfrutamos compartiendo una amistad que nos hace crecer, cuando sabemos dar y recibir vida, estamos saboreando el «amor trinitario» de Dios. Ese amor que brota en nosotros proviene de él.
Por eso, el mejor camino para aproximarnos al misterio de Dios no son los libros que hablan de él, sino las experiencias amorosas que se nos regalan en la vida. Cuando dos jóvenes se besan, cuando dos enamorados se entregan mutuamente, cuando dos esposos hacen brotar de su amor una nueva vida, están viviendo experiencias que, incluso cuando son torpes e imperfectas, apuntan hacia Dios.
Quien no sabe nada de dar y recibir amor, quien no sabe compartir ni dialogar, quien solo se escucha a sí mismo, quien se cierra a toda amistad, quien busca su propio interés, quien sólo sabe ganar dinero, competir y triunfar, ¿qué puede saber de Dios?
El amor trinitario de Dios no es un amor excluyente, un «amor egoísta» entre tres. Es amor que se difunde y regala a todas las criaturas. Por eso, quien vive el amor desde Dios, aprende a amar a quienes no le pueden corresponder, sabe dar sin apenas recibir, puede incluso «enamorarse» de los más pobres y pequeños, puede entregar su vida a construir un mundo más amable y digno de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

Año 1998

SÓLO AMOR

El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena

La palabra “Dios” proviene del sánscrito “Dyau”, y significa “día”. En griego se convierte en “Theos”, que viene a ser “la luz”, “lo brillante”. En el origen del término “Dios” subyace, por tanto, la idea de la luz que da vida y permite ver. Dios es el que fundamenta la vida y da el sentido último a todo.
El cristianismo introduce un lenguaje insólito y revolucionario al hablar de un Dios Trinidad. En la base de esta nueva terminología hay una nueva concepción: “Dios es amor” Esa divinidad que sustenta la vida y da sentido a la realidad es amor y sólo amor. Al confesar a un Dios trinitario estamos tocando el corazón mismo de la fe cristiana. Todo lo demás es consecuencia. Cuando se olvida o se deforma esta fe en un Dios-Amor, se está vaciando a la religión cristiana de su esencia.
El amor no es una actividad más de Dios, sino que toda su actividad consiste en amar. Si crea, crea por amor; si salva, salva por amor; si juzga, juzga con amor. Todo su ser y su actuar es amor. Dios no tiene amor, sino que es Amor. En nuestro lenguaje, siempre limitado, hemos de decir que “Dios ni sabe ni quiere ni puede hacer otra cosa sino amar” (Torres Queiruga). De Dios sólo nos llega amor. Podemos dudar de todo, pero nunca de esto: hacia mí Dios sólo puede sentir amor.
Sin embargo, después de veinte siglos, los cristianos nos resistimos a creerlo y, sobre todo, a sacar las consecuencias. Confesamos que Dios es amor, pero luego proyectamos sobre Él nuestros fantasmas; deformamos y recortamos su amor con nuestra visión egoísta de todo; lo oscurecemos con nuestros miedos. No nos atrevemos a creer que Dios es amor sin restricciones, amor incondicional e indestructible. Nos resulta como “increíble”, algo demasiado hermoso para ser cierto.
Según no pocos teólogos (recordar el estudio de H.U. von Balthasar, Sólo el amor es digno de fe, Ed. Sígueme, Salamanca 1994), una de las tareas más urgentes del cristianismo actual es afirmar sin límites ni temor alguno el amor de Dios con sus “iras, venganzas y castigos”. No hemos de consentir que se sigua alimentando la idea de un Dios menos humano que cualquiera de nosotros.
La confesión en un Dios trinitaria nos ha de llevar a creer de manera práctica en un Dios-Amor. Hemos sido creados por amor, estamos amasados de amor, destinados a amarnos y a amar profundamente la vida. Nada hay más importante y decisivo. Nuestro quehacer esencial es “permanecer en el amor” (Jn 15,10).

José Antonio Pagola

HOMILIA

Año 1986

DIOS NO SE ABURRE

y os comunicará ...

Son bastantes los que, llamándose cristianos, tienen una idea absolutamente triste y aburrida de Dios. Para ellos, Dios sería un ser nebuloso, gris, «sin rostro». Algo impersonal, frío e indiferente.
Y si se les dice que Dios es Trinidad, esto, lejos de dar un color nuevo a su fe, lo complica todo aún más, situando a Dios en el terreno de lo enrevesado, embrollado e ininteligible.
No pueden sospechar todo lo que la teología cristiana ha querido sugerir acerca de Dios, al balbucir desde Jesús una imagen trinitaria de la divinidad.
Según la fe cristiana, Dios no es un ser solitario, condenado a estar cerrado sobre sí mismo, sin alguien con quien comunicarse. Un ser inerte, que se pertenece sólo a sí mismo, autosatisfaciéndose aburridamente por toda la eternidad.
Dios es comunión interpersonal, comunicación gozosa de vida. Dinamismo de amor que circula entre un Padre y un Hijo que se entregan sin agotarse, en plenitud de infinita ternura.
Pero este amor no es la relación que existe entre dos que se exprimen y absorben estérilmente el uno al otro, perdiendo su vida y su gozo en una posesión exclusiva y un egoísmo compartido.
Es un amor que requiere la presencia del Tercero. Amor fecundo que tiene su fruto gozoso en el Espíritu en quien el Padre y el Hijo se encuentran, se reconocen y gozan el uno para el otro.
Es fácil que más de un cristiano se «escandalice» un poco ante la descripción de la vida trinitaria que hace el Maestro Eckart:
«Hablando en hipérbole, cuando el Padre le ríe al Hijo, y el Hijo le responde riendo al Padre, esa risa causa placer, ese placer causa gozo, ese gozo engendra amor, y ese amor da origen a las personas de la Trinidad, una de las cuales es el Espíritu Santo».
Y sin embargo, este lenguaje «hiperbólico» apunta, sin duda, a la realidad más profunda de Dios, único ser capaz de gozar y reír en plenitud, pues la risa y el gozo verdadero brotan de la plenitud del amor y de la comunicación.
Este Dios no es alguien lejano de nosotros. Está en las raíces mismas de la vida y de nuestro ser. «En él vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos 17, 28).
En el corazón mismo de la creación entera está el amor, el gozo, la sonrisa acogedora de Dios. En medio de nuestro vivir diario, a veces tan apagado y aburrido, otras tan agitado e inquieto, tenemos que aprender a escuchar con más fe el latido profundo de la vida y de nuestro corazón.
Quizás descubramos que en lo más hondo de las tristezas puede haber un gozo sereno, en lo más profundo de nuestros miedos una paz desconocida, en lo más oculto de nuestra soledad, la acogida de Alguien que nos acompaña con sonrisa silenciosa.

José Antonio Pagola

HOMILIA

Año 1983

DIOS NO ES SOLEDAD

Todo lo que tiene el Padre …

Creer en Dios no es simplemente imaginar una Potencia admirable y lejana de la que depende todo. Ni elaborar intelectualmente un gran ídolo que explique lo que nos parece inexplicable.
Para el cristiano, creer en Dios es aprender con Jesús y desde Jesús a vivir ante la Realidad última que nos sostiene, nos acoge y nos espera. Descubrir con gozo que no estamos solos. Que hay Alguien que nos defiende de irnos perdiendo sin remedio. Alguien que nos posibilita el llegar a ser ése precisamente que aspiramos poder ser desde lo más profundo de nuestro ser y en cuyo empeño fracasamos constantemente.
Pero, ¿cuál es el rostro de ese Dios, origen y destino último de todo nuestro ser? ¿Cómo dar contenido vivo a ese nombre de «Dios» que hemos escuchado desde nuestra niñez?
Los cristianos creemos que todos los caminos que recorren apasionadamente los hombres en su búsqueda de Dios pasan por uno: Jesucristo. Y es desde Jesucristo desde donde descubrimos que Dios es trinidad.
Dios, en su realidad más profunda, es una vida de comunidad. La comunión de tres personas que comparten la vida en plenitud.
Dios no es un ser solitario, vacío, frío, impenetrable, impersonal. Dios es vida compartida, amor comunitario, comunión de personas. Dios, en lo más íntimo de su ser, es apertura, diálogo, entrega mutua, donación recíproca, amor a otro. Dios es pluralismo en la unidad.
Creer en la Trinidad es creer que el origen, el modelo y el destino último de toda vida es el amor compartido en comunidad. Estamos hechos a imagen y semejanza de este Dios. Y no descansaremos hasta que podamos disfrutar ese amor compartido y encontrarnos todos en esa sociedad en la que cada uno pueda encontrar su personalidad y felicidad plena precisamente en la entrega y solidaridad total con el otro.
Por eso, celebrar a la Trinidad no es pretender penetrar en la inmensidad de Dios y mucho menos resolverla con el «triángulo» divino. Celebramos a la Trinidad cuando descubrimos con gozo que la fuente de nuestra vida es un Dios Comunidad y cuando, por tanto, nos sentimos llamados desde lo más radical de nuestro ser a buscar nuestra verdadera felicidad en el compartir y en la solidaridad.
Celebramos a la Trinidad siempre que los hombres nos esforzamos, mucho o poco, por construir una sociedad en la que las personas vayamos aprendiendo a convivir, compartir y dialogar.

José Antonio Pagola

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