lunes, 17 de mayo de 2010

23/05/2010 - Domingo de Pentecostés (C)

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23 de mayo de 2010

Domingo de Pentecostés(C)

EVANGELIO

San Juan 20,19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
- Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

HOMILIA

23 de mayo de 2010

INVOCACIÓN

Ven Espíritu Creador e infunde en nosotros la fuerza y el aliento de Jesús. Sin tu impulso y tu gracia, no acertaremos a creer en él; no nos atreveremos a seguir sus pasos; la Iglesia no se renovará; nuestra esperanza se apagará. ¡Ven y contágianos el aliento vital de Jesús!
Ven Espíritu Santo y recuérdanos las palabras buenas que decía Jesús. Sin tu luz y tu testimonio sobre él, iremos olvidando el rostro bueno de Dios; el Evangelio se convertirá en letra muerta; la Iglesia no podrá anunciar ninguna noticia buena. ¡Ven y enséñanos a escuchar sólo a Jesús!
Ven Espíritu de la Verdad y haznos caminar en la verdad de Jesús. Sin tu luz y tu guía, nunca nos liberaremos de nuestros errores y mentiras; nada nuevo y verdadero nacerá entre nosotros; seremos como ciegos que pretenden guiar a otros ciegos. ¡Ven y conviértenos en discípulos y testigos de Jesús!
Ven Espíritu del Padre y enséñanos a gritar a Dios "Abba" como lo hacía Jesús. Sin tu calor y tu alegría, viviremos como huérfanos que han perdido a su Padre; invocaremos a Dios con los labios, pero no con el corazón; nuestras plegarias serán palabras vacías. ¡Ven y enséñanos a orar con las palabras y el corazón de Jesús!
Ven Espíritu Bueno y conviértenos al proyecto del "reino de Dios" inaugurado por Jesús. Sin tu fuerza renovadora, nadie convertirá nuestro corazón cansado; no tendremos audacia para construir un mundo más humano, según los deseos de Dios; en tu Iglesia los últimos nunca serán los primeros; y nosotros seguiremos adormecidos en nuestra religión burguesa. ¡Ven y haznos colaboradores del proyecto de Jesús!
Ven Espíritu de Amor y enséñanos a amarnos unos a otros con el amor con que Jesús amaba. Sin tu presencia viva entre nosotros, la comunión de la Iglesia se resquebrajará; la jerarquía y el pueblo se irán distanciando siempre más; crecerán las divisiones, se apagará el diálogo y aumentará la intolerancia. ¡Ven y aviva en nuestro corazón y nuestras manos el amor fraterno que nos hace parecernos a Jesús!
Ven Espíritu Liberador y recuérdanos que para ser libres nos liberó Cristo y no para dejarnos oprimir de nuevo por la esclavitud. Sin tu fuerza y tu verdad, nuestro seguimiento gozoso a Jesús se convertirá en moral de esclavos; no conoceremos el amor que da vida, sino nuestros egoísmos que la matan; se apagará en nosotros la libertad que hace crecer a los hijos e hijas de Dios y seremos, una y otra vez, víctimas de miedos, cobardías y fanatismos. ¡Ven Espíritu Santo y contágianos la libertad de Jesús!

José Antonio Pagola

HOMILIA

27 de mayo de 2007

ALIENTO DE VIDA

Los hebreos se hacían una idea muy bella y real del misterio de la vida. Así describe la creación del hombre un viejo relato del siglo 9 antes de Cristo: «El Señor Dios modeló al hombre del barro de la tierra. Luego, soplo en su nariz aliento de vida. Y así el hombre se convirtió en un viviente».
Es lo que dice la experiencia. El ser humano es barro. En cualquier momento se puede desmoronar. ¿Cómo caminar con pies de barro? ¿Cómo mirar la vida con ojos de barro? ¿Cómo amar con corazón de barro? Sin embargo, este barro ¡vive! En su interior hay un aliento que le hace vivir. Es el Aliento de Dios. Su Espíritu vivificador.
Al final de su evangelio, Juan ha descrito una escena grandiosa. Es el momento culminante de Jesús resucitado. Según su relato, el nacimiento de la Iglesia es una «nueva creación». Al enviar a sus discípulos, Jesús «sopla su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo».
Sin el Espíritu de Jesús, la Iglesia es barro sin vida: una comunidad incapaz de introducir esperanza, consuelo y vida en el mundo. Puede pronunciar palabras sublimes sin comunicar «algo» de Dios a los corazones. Puede hablar con seguridad y firmeza sin afianzar la fe de las personas. ¿De dónde va a sacar esperanza si no es del aliento de Jesús? ¿Cómo va a defenderse de la muerte sin el Espíritu del resucitado?
Sin el Espíritu creador de Jesús, podemos terminar sin que nadie en la Iglesia crea en algo diferente. Todo debe ser como ha sido. No está permitido soñar en grandes novedades. Lo más seguro es una religión estática y controlada, que cambie lo menos posible. Lo que hemos recibido de otros tiempos es también lo mejor para los nuestros. Nuestras generaciones han de celebrar su fe vacilante con el lenguaje y los ritos de hace muchos siglos. Los caminos están marcados. No hay que preguntarse por qué.
¿Cómo no gritar con fuerza: ¡Ven, Espíritu Santo! Ven a tu Iglesia. Ven a liberarnos del miedo, la mediocridad y la falta de fe en tu fuerza creadora. No hemos de mirar a otros. Hemos de abrir cada uno nuestro propio corazón.

José Antonio Pagola

HOMILIA

HABLAR LENGUAS DIFERENTES

La palabra es, sin duda, uno de los rasgos más maravillosos que caracterizan al hombre. Los animales y las plantas no hablan.
Hablar es poder expresarnos y descubrir nuestra propia verdad. Poder comunicarnos con el otro, salir de nosotros mismos y encontrarnos con los demás. La palabra cuando es auténtica es diálogo, encuentro y comunión interpersonal.
Pero, la palabra y el lenguaje de los hombres pueden ser falseados y perder toda su profunda verdad. No es un «mito ingenuo» el episodio de Babel en el que la tradición bíblica supo plasmar tan vigorosamente la tragedia de los hombres condenados, al parecer, a no entenderse.
Cuántas veces los hombres se ven obligados a abandonar su empresa y renunciar a la construcción de una ciudad nueva, separados y divididos por su incapacidad de hablar un mismo lenguaje.
La incomunicación, la ruptura del diálogo, el mutuo rechazo y la incomprensión recíproca, no conduce nunca a construir y levantar nada verdaderamente humano.
Y uno se pregunta qué «nueva ciudad» se puede levantar entre nosotros si no logramos escucharnos los unos a los otros. Partidos que no se esfuerzan por comprender la postura y las razones en las que se funda el adversario. Líderes políticos preocupados de imponernos sus programas sin detenerse nunca a valorar respetuosamente lo que de positivo y justo se puede encontrar en sus oponentes. Masas de hombres y mujeres que gritan violentamente sus consignas con la única finalidad de tapar la del contrario.
¿Qué se puede construir cuando la voz de las metralletas sustituye al diálogo de los hombres, y cuando las amenazas y la violencia están logrando ya que las personas no se atrevan a manifestar sus propias convicciones?
Necesitamos un Espíritu nuevo que nos enseñe a dialogar como hermanos. Un Espíritu que nos ayude a entender el lenguaje del adversario. El Espíritu que nos descubra que todos somos hermanos y todos podemos gritar a Dios: «Padre».
El Espíritu que nos libere de la amenaza de convertir nuestro mundo en una nueva Babel, incapaz de construir un futuro de fraternidad. El Espíritu que nos libere del radicalismo, la intransigencia, el sectarismo que nos alejan cada vez más de toda colaboración eficaz.
¡Ojalá escuchemos entre nosotros aquellas palabras de Pablo a las primeras comunidades cristianas: «No apaguéis el Espíritu»! No apaguéis vuestra fe en el Padre de todos. No apaguéis vuestra esperanza en una sociedad más fraterna.

José Antonio Pagola

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