lunes, 4 de junio de 2018

10-06-2018 - 10º domingo Tiempo ordinario (B)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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10º domingo Tiempo ordinario (B)



EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Marcos 3,20-35

En aquel tiempo, Jesús fue a casa con sus discípulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales.

También los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».

El los invitó a acercarse y les puso estas parábolas: «Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre». Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.

Llegaron su madre y sus hermanos y desde fuera lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: «Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan».

Les contestó: «Quiénes son mi madre y mis hermanos?». Y, paseando la mirada por el corro, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2017-2018 – 
10 de agosto de 2018

¿QUÉ ES LO MÁS SANO?

(Ver homilía del ciclo B - 2002-2003)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO

LA FUERZA SANADORA DEL ESPÍRITU

El que blasfeme contra el Espíritu Santo.

El hombre contemporáneo se está acostumbrando a vivir sin responder a la cuestión más vital de su vida: por qué y para qué vivir. Lo grave es que, cuando la persona pierde todo contacto con su propia interioridad y misterio, la vida cae en la trivialidad y el sinsentido.

Se vive entonces de impresiones, en la superficie de las cosas y de los acontecimientos, desarrollando sólo la apariencia de la vida. Probablemente, esta banalización de la vida es la raíz más importante de la increencia de no pocos.

Cuando el ser humano vive sin interioridad, pierde el respeto por la vida, por las personas y las cosas. Pero, sobre todo, se incapacita para «escuchar» el misterio que se encierra en lo más hondo de la existencia.

El hombre de hoy se resiste a la profundidad. No está dispuesto a cuidar su vida interior. Pero comienza a sentirse insatisfecho: intuye que necesita algo que la vida de cada día no le proporciona. En esa insatisfacción puede estar el comienzo de su salvación.

El gran teólogo Paul Tillich decía que sólo el Espíritu nos puede ayudar a descubrir de nuevo «el camino de lo profundo». Por el contrario, pecar contra ese Espíritu Santo sería «cargar con nuestro pecado para siempre».

El Espíritu puede despertar en nosotros el deseo de luchar por algo más noble y mejor que lo trivial de cada día. Puede darnos la audacia necesaria para iniciar un trabajo interior en nosotros.

El Espíritu puede hacer brotar una alegría diferente en nuestro corazón; puede vivificar nuestra vida envejecida; puede encender en nosotros el amor incluso hacia aquellos por los que no sentimos hoy el menor interés.

El Espíritu es «una fuerza que actúa en nosotros y que no es nuestra». Es el mismo Dios inspirando y transformando nuestras vidas. Nadie puede decir que no está habitado por ese Espíritu. Lo importante es no apagarlo, avivar su fuego, hacer que arda purificando y renovando nuestra vida. Tal vez, hemos de comenzar por invocar a Dios con el salmista: «No apartes de mí tu Espíritu».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR

¿QUÉ ES LO MÁS SANO?

Decían que no estaba en sus cabales.

La cultura moderna exalta el valor de la salud física y mental, y dedica toda clase de esfuerzos para prevenir y combatir las enfermedades. Pero, al mismo tiempo, estamos construyendo entre todos una sociedad donde no es fácil vivir de modo sano.

Nunca ha estado la vida tan amenazada por el desequilibrio ecológico, la contaminación, el estrés o la depresión. Por otra parte, venimos fomentando un estilo de vida donde la falta de sentido, la carencia de valores, un cierto tipo de consumismo, la trivialización del sexo, la incomunicación y tantas otras frustraciones impiden a las personas crecer de manera sana.

Ya S. Freud en su obra El Malestar en la cultura, consideró la posibilidad de que una sociedad esté enferma en su conjunto y pueda padecer neurosis colectivas de las que, tal vez, pocos individuos son conscientes. Puede incluso suceder que, dentro de una sociedad enferma, se considere precisamente enfermos a aquellos que están más sanos.

Algo de esto sucede con Jesús de quien sus familiares piensan que «no está en sus cabales», mientras los letrados y las clases intelectuales de Jerusalén consideran que «tiene dentro a Belzebú».

En cualquier caso, hemos de afirmar que una sociedad es sana en la medida en que favorece el desarrollo sano de la persona. Cuando, por el contrario, las conduce a su vaciamiento interior, la fragmentación, la cosificación o disolución como seres humanos, hemos de decir que esa sociedad es, al menos en parte, patógena.

Por eso, hemos de ser lo suficientemente lúcidos como para preguntamos si no estamos cayendo en neurosis colectivas y conductas poco sanas, sin apenas ser conscientes de ello.

¿Qué es más sano, dejarse arrastrar por una vida de confort, comodidad y exceso, que aletarga el espíritu y disminuye la creatividad de la persona, o vivir de modo sobrio y moderado, sin caer en «la patología de la abundancia»?

¿Qué es más sano, seguir funcionando como «objetos» que giran por la vida sin sentido, reduciéndola a un «sistema de deseos y satisfacciones», o construir la existencia día a día dándole un sentido último desde la fe? No olvidemos que Carl. G. Jung se atrevió a considerar la neurosis como «el sufrimiento del alma que no ha encontrado su sentido».

¿Qué es más sano, llenar la vida de cosas, productos de moda, vestidos, bebidas, revistas y televisión, o cuidar las necesidades más hondas y entrañables del ser humano en la relación de la pareja, en el hogar y en la convivencia social?

¿Qué es más sano, reprimir la dimensión religiosa vaciando de trascendencia nuestra vida, o vivir desde una actitud de confianza en ese Dios «amigo de la vida», que sólo quiere y busca la plenitud del ser humano?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR

NO SÓLO PARA ELEGIDOS

El que cumple la voluntad de Dios.

Para no pocos cristianos, Dios se preocupa de verdad sólo de la salvación de algunos elegidos. Ya en los tiempos bíblicos, Dios escogió al pueblo de Israel y, dejando de lado a los demás, sólo se ocupó de los israelitas. Hoy Dios sigue la misma línea: sólo garantiza con seguridad la salvación de quienes están en la Iglesia católica, «olvidando» prácticamente a los que están fuera, es decir, a la inmensa mayoría de hombres y mujeres que han vivido, viven y vivirán en la Tierra.

Sin embargo, nada más lejos de la realidad de Dios que este extraño «favoritismo». ¿Cómo es posible mantener ni por un instante la imagen cruel de un Dios que, habiendo engendrado a tantos hijos e hijas a lo largo de los tiempos, los deja luego prácticamente abandonados para «dedicarse» a sus elegidos’?

No piensan así ni el Concilio Vaticano II ni la teología contemporánea. Donde hay un hombre o una mujer, allí está Dios suscitando su salvación, esté dentro o fuera de la Iglesia. A todos crea Dios por amor; a todos sostiene y acompaña con amor; para todos busca la dicha eterna. No ha habido nunca en ningún rincón del mundo un ser humano que no haya nacido, vivido y muerto amparado, acogido y bendecido por el amor grande de Dios.

No hemos de empequeñecer a Dios viviendo la fe desde un «particularismo provinciano». La Iglesia es lugar de salvación, pero no el único. Dios tiene sus caminos para encontrarse con cada ser humano y esos caminos no pasan necesariamente por la Iglesia. Hemos de recuperar el sentido profundo y originario del término «católico» (de «kath ‘olon»), es decir la apertura a lo total, lo universal. Ser católico es alabar, celebrar y dar gracias a Dios por la salvación universal que ofrece a todos, dentro y fuera de la Iglesia.

Jesús lo vive todo desde ese horizonte amplio donde caben todos. Según el relato de Marcos, cuando le hablan de su madre y sus hermanos, Jesús responde ensanchando su mirada hacia todos los que viven fielmente ante Dios: «Todo el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
8 de junio de 1997

EL DEFENSOR

El que blasfeme contra el Espíritu.

No son pocas las personas que se sienten extraviadas e indefensas ante los ataques que sufren desde fuera y ante el vacío que las invade desde dentro. La sociedad moderna tiene tal poder sobre los individuos que termina por someter a la mayoría apartándolos de lo esencial e impidiéndoles cultivar lo mejor de sí mismos. Atrapado por lo inmediato de cada día, el hombre de la ciudad moderna vive demasiado agitado, demasiado aturdido por fuera y demasiado solo por dentro como para poder detenerse a meditar sobre su vida e intentar la aventura de ser persona.

La publicidad masiva, la psicología consumista, los modelos de vida y las modas dominantes imponen su dictadura sobre las costumbres y las conciencias enmascarando su tiranía con promesas de bienestar. Casi todo arrastra y empuja a vivir según un ideal que está ya asumido e interiorizado socialmente: trabajar para ganar dinero, tener dinero para adquirir cosas, tener cosas para «vivir mejor» y «ser alguien». Para muchos, no parece haber más metas ni objetivos.

No es fácil romper con algo tan «natural y normal» como esta forma de entender y de vivir la vida; se necesita una buena dosis de lucidez y coraje para ser diferente. Las personas terminan casi siempre renunciando a vivir algo más original, noble o profundo. Sin proyecto de vida y sin más ideales, los individuos se dejan llevar por las experiencias de cada día y se conforman con «vivir bien» y «sentirse seguros». Eso es todo.

Para reaccionar ante esta situación e iniciar un proceso personal de liberación, el ser humano necesita adentrarse en su propio misterio, escuchar su vocación más honda, desvelar la parcialidad y mentira de este estilo de vida y descubrir otros caminos para ser más persona. Necesita esa «fuente de luz y de vida» que, a juicio del célebre psiquiatra y escritor Ronald Laing, ha perdido el hombre moderno.

El evangelio de Juan llama al Espíritu Santo con el término de Defensor (Paráclito), el que ayuda siempre y en cualquier circunstancia, el que da seguridad y libertad interior, el «Espíritu de la verdad», que mantiene vivo en el creyente el espíritu, el mensaje y el estilo de vida del mismo Cristo. Si Jesús alerta severamente sobre «la blasfemia contra el Espíritu Santo» es porque este pecado consiste precisamente en cerrarse a la acción de Dios en nosotros quedándonos desamparados, sin nadie que nos defienda del error y del mal.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
5 de junio de 1994

FORMAS DE CREER

El que cumple la voluntad de Dios...

La fe no es una reacción automática, sino una decisión personal que ha de madurar cada individuo. Por eso, cada creyente ha de hacer su propio recorrido. No hay dos formas iguales de vivir ante el misterio de Dios.

Hay personas intuitivas que no necesitan reflexionar mucho ni detenerse en análisis complejos para captar lo esencial de la fe; saben que todos caminamos en medio de tinieblas y vislumbran que lo importante es confiar en Dios. Otros, por el contrario, necesitan razonarlo todo, discutirlo, comprobar la racionabilidad del acto de fe. Solo entonces se abrirán al misterio de Dios.

Hay también personas muy espontáneas y vitalistas, que reaccionan con prontitud ante un mensaje esperanzador; escuchan el evangelio y rápidamente se despierta en su corazón una respuesta confiada. Otros, sin embargo, necesitan madurar más lentamente sus decisiones; escuchan el mensaje cristiano, pero han de ahondar despacio en su contenido y sus exigencias antes de asumirlo como principio inspirador de sus vidas.

Hay gentes pesimistas que subrayan siempre los aspectos negativos de las cosas. Su fe estará probablemente teñida de pesimismo: «Se está perdiendo la religión», «la Iglesia no reacciona», «por qué permite Dios tanto pecado e inmoralidad?» Hay también personas optimistas que tienden a ver lo positivo de la vida, y viven su fe con tono confiado: «Esta crisis purificará al cristianismo», «el Espíritu de Dios sigue actuando también hoy», «el futuro está en manos de Dios».

Hay personas de estilo más contemplativo, con gran capacidad de «vida interior». No les resulta tan dificil hacer silencio, escuchar a Dios en el fondo de su ser y abrirse a la acción del Espíritu. Pero hay también personas de temperamento más bien activo. Para éstas, la fe es, sobre todo, compromiso práctico, amor concreto al hermano, lucha por un mundo más humano.

Hay gente de mentalidad conservadora, que tiende a vivir la fe como una larga tradición recibida de sus padres y que ellos han de transmitir, a su vez, a los hijos; les preocupa, sobre todo, conservar fielmente las costumbres y guardar las tradiciones y creencias religiosas. Otros, por el contrario, tienen la mirada puesta en el futuro. Para ellos, la fe debería ser un principio renovador, una fuente permanente de creatividad y de búsqueda de caminos nuevos para la acción de Dios.

El temperamento y la trayectoria de cada uno condicionan, por tanto, el modo de creer de la persona. Cada uno tiene su estilo de creer. En cualquier caso, Jesús le da importancia decisiva a una cosa: Es necesario «hacer la voluntad de Dios». Esta búsqueda realista de la voluntad de Dios caracteriza siempre al verdadero creyente.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
9 de junio de 1991

¿QUE ES LO MÁS SANO?

Decían que no estaba en sus cabales.

La cultura moderna exalta el valor de la salud física y mental, y dedica toda clase de esfuerzos para prevenir y combatir las enfermedades. Pero, al mismo tiempo, estamos construyendo entre todos una sociedad donde no es fácil vivir de modo sano.

Nunca ha estado la vida tan amenazada por el desequilibrio ecológico, la contaminación, el estrés o la depresión. Por otra parte, venimos fomentando un estilo de vida donde la falta de sentido, la carencia de valores, un cierto tipo de consumismo, la trivialización del sexo, la incomunicación y tantas otras frustraciones impiden a las personas crecer de manera sana.

Ya S. Freud en su obra “Malestar en la cultura” consideró la posibilidad de que una sociedad esté enferma en su conjunto y pueda padecer neurosis colectivas de las que, tal vez, pocos individuos son conscientes. Puede incluso suceder que, dentro de una sociedad enferma, se considere precisamente enfermos a aquellos que están más sanos.

Algo de esto sucede con Jesús de quien sus familiares piensan que “no está en sus cabales “, mientras los letrados y las clases intelectuales de Jerusalén consideran que “tiene dentro a Belzebú “.

En cualquier caso, hemos de afirmar que una sociedad es sana en la medida en que favorece el desarrollo sano de la persona. Cuando, por el contrario, la conduce a su fragmentación, cosificación o disolución como ser humano, hemos de decir que esa sociedad es, al menos en parte, patógena.

Por eso, hemos de ser lo suficientemente lúcidos como para preguntarnos si no estamos cayendo en neurosis colectivas y conductas poco sanas, sin apenas ser conscientes de ello.

¿Qué es más sano, dejarse arrastrar por una vida de confort, comodidad y exceso, que aletarga el espíritu y disminuye la creatividad de la persona, o vivir de modo sobrio y moderado, sin caer en “la patología de la abundancia”?

¿Qué es más sano, seguir funcionando como “objetos” que giran por la vida sin sentido, reduciéndola a un “sistema de deseos y satisfacciones”, o construir la existencia día a día dándole un sentido último desde la fe? No olvidemos que C. G. Jung se atrevió a considerar la neurosis como “el sufrimiento del alma que no ha encontrado su sentido”.

¿Qué es más sano, llenar la vida de cosas, productos de moda, vestidos, bebidas, revistas y televisión, o cuidar las necesidades más hondas y entrañables del ser humano en la relación de la pareja, en el hogar y en la convivencia social?

¿Qué es más sano, reprimir la dimensión religiosa vaciando de transcendencia nuestra vida, o vivir desde una actitud de confianza en ese Dios “amigo de la vida”, que sólo quiere y busca la plenitud del ser humano?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
5 de junio de 1988

CONTRA LA BANALIZACION

Contra el Espíritu Santo.

El hombre contemporáneo se está acostumbrando a vivir sin profundidad y sin respuesta a la cuestión más vital de su vida: por qué y para qué vive.

Lo grave es que, cuando la persona pierde toda referencia a su propia profundidad y al misterio que se encierra en el ser humano, la vida cae en la trivialidad y la banalización.

Se vive entonces de impresiones, en la superficie de las cosas y de las personas. Cogidos por lo efímero y transitorio. Desarrollando sólo la apariencia de la vida.

Probablemente, esta banalización de la vida es la raíz más importante de la increencia de muchos hombres y mujeres.

Cuando el ser humano vive sin interioridad, pierde el respeto por la vida, por las personas y las cosas. Pero, sobre todo, se incapacita para “escuchar” el misterio que se encierra en el trasfondo de la existencia.

El hombre de hoy se resiste a la profundidad. No está dispuesto a revisar y transformar su vida interior. Pero comienza a sentirse insatisfecho. Intuye que necesita algo que la vida de cada día no le proporciona. En esa insatisfacción puede estar el comienzo de su salvación.

El gran teólogo P. Tillich decía que sólo el Espíritu nos puede ayudar a descubrir de nuevo «el camino de lo profundo”. Por el contrario, pecar contra ese Espíritu Santo sería «cargar con nuestro pecado para siempre”.

El Espíritu puede despertar en nosotros el deseo de luchar por algo más noble y mejor que lo trivial de cada día. Puede darnos la audacia necesaria para iniciar un trabajo interior en nosotros.

El Espíritu puede hacer brotar una alegría diferente en medio de la rutina ordinaria. Puede vivificar nuestra vida envejecida. Puede encender en nosotros el amor incluso hacia aquellos por los que no sentimos hoy el menor interés.

El Espíritu es «una fuerza que actúa en nosotros y que no es nuestra”. Es el mismo Dios en cuanto que actúa en nosotros inspirando y transformando nuestras vidas.

Nadie puede decir que no está habitado por ese Espíritu. Lo importante es no apagarlo, dejarlo crecer, avivar su fuego, hacer que arda purificando y renovando nuestra vida.

Tal vez, la oración primera del hombre contemporáneo, consciente de su riesgo de banalización, tenga que ser la del viejo salmista: “No apartes de mí tu Espíritu”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
9 de junio de 1985

¿QUIEN ES EL NEUROTICO?

decían que no estaba en sus cabales.

Todos damos por supuesto que una persona es normal y sana cuando cumple correctamente con el papel social que le toca desempeñar. Cuando hace lo que de él se espera y sabe adaptarse y actuar según la escala de valores y las pautas que están de moda en la sociedad.

Por el contrario, la persona que no se adapta a esos esquemas y actúa de manera distinta, corre el riesgo de ser considerada como anormal, neurótica, sospechosa.

Este es el caso de Jesús. Su actuación libre provoca rápidamente el rechazo social. Sus familiares lo consideran como desequilibrado y excéntrico. Las clases cultas fariseas sospechan que está irremediablemente poseído por el mal.

El problema está en saber quién es el que está verdaderamente desequilibrado y poseído por el mal y quién es el verdaderamente sano que sabe crecer como hombre.

En su estudio «El miedo a la libertad», E. Fromm nos ha hecho ver que, cuando una sociedad está neurotizada y mutila la personalidad de sus miembros, la única forma de mantenerse sanos es la ruptura con los esquemas sociales vigentes, aún a costa de ser considerados como neuróticos por el resto de la sociedad.

No es fácil ser diferente y mantener la propia libertad en medio de una sociedad enferma. La mayoría se conforma con adaptarse, «vivir bien», sentirse seguros. Como diría M. de Unamuno «tienen horror a la responsabilidad».

Cuántos hombres y mujeres valorados socialmente por su eficiencia y su capacidad de moverse con agilidad en esta «sociedad de intereses» son triste caricatura de lo que un ser humano está llamado a ser.

Gentes que han renunciado a sus propias convicciones y no saben ya lo que es ser fiel a un proyecto humano de vida. Personas que se limitan a interpretar un papel, respetar un guión, «hacer el personaje». Hombres y mujeres que viven sin vivir, con una libertad atrofiada. «Gente que se reconoce en sus mercancías; encuentra su alma en su automóvil, en su aparato de alta fidelidad, su casa, su equipo de cocina» (H. Marcuse).

Los creyentes olvidamos con frecuencia que la fe en Jesucristo puede darnos libertad interna y fuerza para salvarnos de tantas presiones e imperativos sociales que atrofian nuestro crecimiento como personas verdaderamente libres y sanas.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR

PECADO IMPERDONABLE

El que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás.

En el evangelio se habla de un pecado imperdonable. Es el pecado «contra el Espíritu Santo». En concreto, el pecado de los escribas que, lejos de acoger la salvación que se les ofrece en Jesús, la rechazan viendo en l una acción satánica.

Pero, entendámoslo bien. No se trata de que la capacidad de perdón de Dios se agota en un determinado momento ante la maldad tan grande del hombre. Es que «el pecado contra el Espíritu» consiste precisamente en rechazar el perdón y la salvación que se nos está ofreciendo.

Más en concreto, «pecar contra el Espíritu» es no sentirse necesitado de salvación alguna. No aceptar a ningún salvador. No ponerse por tanto en camino de salvación.

Puede ocurrir que un hombre no se sienta pecador. Que, tras los múltiples males que le afligen bajo forma de carencias, contradicciones, rupturas, deseos, infidelidades, no sea capaz de descubrir un mal radical del que necesita ser salvado.

Y, naturalmente, quien no se reconoce pecador se cierra al ofrecimiento del perdón y a la conversión que le llevaría a liberarse de su pecado.

Pero, incluso, puede suceder que uno rechace la conversión justificando su actitud, distorsionando la misma manifestación de Dios y manipulado interesadamente la llamada que se le hace.

Este «pecado contra el Espíritu» no es no sé qué pecado horrible que cometen quizás algunos hombres obstinados que se resisten en su soberbia a la llamada de Dios.

Sencillamente puede ser el pecado de todos nosotros que nos resistimos a la acción del Espíritu que llama a nuestra Iglesia a la conversión al evangelio.

Hace unos años se habló del «espíritu» del Concilio Vaticano II. No se puede sospechar que fuera un espíritu de acomodación fácil o moda ligera. Era una llamada a la conversión evangélica.

¿No estamos ya neutralizando la fuerza espiritual del Concilio? ¿No estamos haciendo ya la «contrarreforma» antes de que se haya iniciado la verdadera reforma? ¿No se advierte en la Iglesia demasiada poca confianza en la fuerza del Espíritu tanto a nivel institucional como en cada uno de nosotros?

¿Qué ha podido ocurrir para que, a los veinte años de su celebración, acudamos a la letra del Vaticano II, no con aquel espíritu de libertad y conversión que lo animaba, sino precisamente para reducir al mínimo la transformación exigida por el concilio?

Indudablemente, ha habido abusos, ligerezas, cierta superficialidad. Pero, ¿es razón suficiente para cerrarnos a la llamada del Espíritu que animó a aquella Iglesia conciliar?

¿No debemos escuchar una vez más las palabras de Pablo: «No apaguéis el Espíritu»?

José Antonio Pagola



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