lunes, 7 de agosto de 2017

13-08-2017 - 19º domingo Tiempo ordinario (A)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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19º domingo Tiempo ordinario (A)


EVANGELIO

Mándame ir hacia ti andando sobre el agua.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 14, 22-33

Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo.
Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida:
-«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»
Pedro le contestó:
-«Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.»
Él le dijo:
-«Ven.»
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
-«Señor, sálvame.»
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
-«¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?»
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo:
-«Realmente eres Hijo de Dios.»

Palabra del Señor.

HOMILIA

2016-2017 -
13 de agosto de 2017

EN MEDIO DE LA CRISIS

No es difícil ver en la barca de los discípulos de Jesús, sacudida por las olas y desbordada por el fuerte viento en contra, la figura de la Iglesia actual, amenazada desde fuera por toda clase de fuerzas adversas y tentada desde dentro por el miedo y la poca fe. ¿Cómo leer este relato evangélico desde la crisis en la que la Iglesia parece hoy naufragar?
Según el evangelista, “Jesús se acerca a la barca caminando sobre el agua”. Los discípulos no son capaces de reconocerlo en medio de la tormenta y la oscuridad de la noche. Les parece un “fantasma”. El miedo los tiene aterrorizados. Lo único real es aquella fuerte tempestad.
Este es nuestro primer problema. Estamos viviendo la crisis de la Iglesia contagiándonos unos a otros desaliento, miedo y falta de fe. No somos capaces de ver que Jesús se nos está acercando precisamente desde esta fuerte crisis. Nos sentimos más solos e indefensos que nunca.
Jesús les dice tres palabras: “Ánimo. Soy yo. No temáis”. Solo Jesús les puede hablar así. Pero sus oídos solo oyen el estruendo de las olas y la fuerza del viento. Este es también nuestro error. Si no escuchamos la invitación de Jesús a poner en él nuestra confianza incondicional, ¿a quién acudiremos?
Pedro siente un impulso interior y sostenido por la llamada de Jesús, salta de la barca y “se dirige hacia Jesús andando sobre las aguas”. Así hemos de aprender hoy a caminar hacia Jesús en medio de la crisis: apoyándonos, no en el poder, el prestigio y las seguridades del pasado, sino en el deseo de encontrarnos con Jesús en medio de la oscuridad y las incertidumbres de estos tiempos.
No es fácil. También nosotros podemos vacilar y hundirnos como Pedro. Pero lo mismo que él, podemos experimentar que Jesús extiende su mano y nos salva mientras nos dice: “Hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?”.
¿Por qué dudamos tanto? ¿Por qué no estamos aprendiendo apenas nada nuevo de la crisis? ¿Por qué seguimos buscando falsas seguridades para “sobrevivir” dentro de nuestras comunidades, sin aprender a caminar con fe renovada hacia Jesús en el interior mismo de la sociedad secularizada de nuestros días?
Esta crisis no es el final de la fe cristiana. Es la purificación que necesitamos para liberarnos de intereses mundanos, triunfalismos engañosos y deformaciones que nos han ido alejando de Jesús a lo largo de los siglos. Él está actuando en esta crisis. Él nos está conduciendo hacia una Iglesia más evangélica. Reavivemos nuestra confianza en Jesús. No tengamos miedo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2013-2014 -
10 de agosto de 2014

EN MEDIO DE LA CRISIS

(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
7 de agosto de 2011

Miedo a Jesús

Mateo ha recogido el recuerdo de una tempestad vivida por los discípulos en el mar de Galilea para invitar a sus lectores a escuchar, en medio de las crisis y conflictos que se viven en las comunidades cristianas, la llamada apremiante de Jesús a confiar en él. El relato describe de manera gráfica la situación. La barca está literalmente «atormentada por las olas», en medio de una noche cerrada y muy lejos de tierra. Lo peor es ese «viento contrario» que les impide avanzar. Hay algo, sin embargo, más grave: los discípulos están solos; no está Jesús en la barca.
Cuando se les acerca caminando sobre las aguas, los discípulos no lo reconocen y, aterrados, comienzan a gritar llenos de miedo. El evangelista tiene buen cuidado en señalar que su miedo no está provocado por la tempestad, sino por su incapacidad para descubrir la presencia de Jesús en medio de aquella noche horrible.
La Iglesia puede atravesar situaciones muy críticas y oscuras a lo largo de la historia, pero su verdadero drama comienza cuando su corazón es incapaz de reconocer la presencia salvadora de Jesús en medio de la crisis, y de escuchar su grito: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
La reacción de Pedro es admirable: «Si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». La crisis es el momento privilegiado para hacer la experiencia de la fuerza salvadora de Jesús. El tiempo privilegiado para sustentar la fe no sobre tradiciones humanas, apoyos sociales o devociones piadosas, sino sobre la adhesión vital a Jesús, el Hijo de Dios.
El narrador resume la respuesta de Jesús en una sola palabra: «Ven». No se habla aquí de la llamada a ser discípulos de Jesús. Es una llamada diferente y original, que hemos de escuchar todos en tiempos de tempestad: el sucesor de Pedro y los que estamos en la barca, zarandeados por las olas. La llamada a «caminar hacia Jesús», sin asustarnos por «el viento contrario», sino dejándonos guiar por su Espíritu favorable.
El verdadero problema de la Iglesia no es la secularización progresiva de la sociedad moderna, ni el final de la "sociedad de cristiandad" en la que se ha sustentado durante siglos, sino nuestro miedo secreto a fundamentar la fe sólo en la verdad de Jesucristo.
No nos atrevemos a escuchar los signos de estos tiempos a la luz del Evangelio, pues no estamos dispuestos a escuchar ninguna llamada a renovar nuestra manera de entender y de vivir nuestro seguimiento a Jesús. Sin embargo, también hoy es él nuestra única esperanza. Donde comienza el miedo a Jesús termina nuestra fe.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús
10 de agosto de 2008

A LA IGLESIA LE HA ENTRADO MIEDO

No tengáis miedo.

Seguramente, aprovechando los momentos difíciles de sus idas y venidas por el lago de Galilea, Jesús educaba a sus discípulos para enfrentarse a tempestades futuras más peligrosas. Mateo «trabaja» ahora uno de estos episodios para ayudar a las comunidades cristianas a liberarse de sus «miedos» y de su «poca fe».
Los discípulos están solos. Esta vez no los acompaña Jesús. Su barca está «muy lejos de tierra», a mucha distancia de él, y un «viento contrario» les impide volver. Solos en medio de la tempestad, ¿qué pueden hacer sin Jesús?
La situación de la barca es desesperada. Mateo habla de las tinieblas de la «noche», la «fuerza del viento» y el peligro de «hundirse en las aguas». Con este lenguaje bíblico, conocido por sus lectores, va describiendo la situación de aquellas comunidades cristianas, amenazadas desde fuera por el rechazo y la hostilidad, y tentadas desde dentro por el miedo y la poca fe. ¿No es ésta nuestra situación hoy?
Entre las tres y las seis de la madrugada, «se les acerca Jesús andando sobre el agua», pero los discípulos son incapaces de reconocerlo. El miedo les hace ver en él «un fantasma». Los miedos son el mayor obstáculo para conocer, amar y seguir a Jesús como «Hijo de Dios» que nos acompaña y salva en la crisis.
Jesús les dice las tres palabras que necesitan escuchar: «Animo, soy yo, no tengáis miedo». Quiere trasmitirles su fuerza, su seguridad y su confianza absoluta en el Padre. Pedro es el primero en reaccionar. Su actuación es, como casi siempre, modelo de entrega confiada y ejemplo de miedo y poca fe. Camina seguro sobre las aguas, luego «le entra miedo»; va confiado hacia Jesús, luego olvida su Palabra, siente la fuerza del viento y comienza a «hundirse».
En la Iglesia de Jesús ha entrado el miedo y no sabemos cómo liberarnos de él. Tenemos miedo al desprestigio, la pérdida de poder y el rechazo de la sociedad. Nos tenemos miedo unos a otros: la jerarquía endurece su lenguaje, los teólogos perdemos libertad, los pastores prefieren no correr riesgos, los fieles miran con temor el futuro. En el fondo de estos miedos hay miedo a Jesús, poca fe en él, resistencia a seguir sus pasos. El mismo nos ayuda a descubrirlo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué dudáis tanto?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
7 de agosto de 2005

EN MEDIO DE LA CRISIS

Ánimo, soy yo, no tengáis miedo.

No eran tiempos fáciles para la joven comunidad judeocristiana donde Mateo escribía su evangelio. Se había enfriado el entusiasmo de los primeros tiempos. Las tensiones con los judíos eran fuertes. Algunos encontraban el rechazo dentro de su propia familia. ¿Se hundiría la fe de aquellos creyentes?
Recogiendo un relato que encontró en Marcos y diversas tradiciones orales que corrían entre los cristianos, Mateo escribió una bella catequesis con un sólo objetivo: ayudar a los seguidores de Jesús a reafirmarse en su fe. Lo hizo con tal fuerza que todavía hoy nos puede reavivar por dentro.
No siempre es fácil creer. Según el relato, es «noche» cerrada, la barca de los discípulos se encuentra «muy lejos de tierra» en medio del mar de Galilea, «sacudida por las olas» y con «el viento en contra». Así estaba la comunidad cristiana de Antioquia. Sus lectores le entendían, pues conocían el lenguaje de los salmos: las aguas, la noche, la tempestad eran símbolos de la inseguridad, el miedo y la incertidumbre.
En esas condiciones no es fácil la adhesión a Jesús. Su figura se desvanece en medio de la crisis ¿No será todo un engaño? ¿No será Jesús una ilusión muy bella, pero sin consistencia alguna en la realidad? Así lo veían sus discípulos en medio del lago: como un fantasma caminando sobre el agua.
En esos momentos podemos oír dentro de nosotros la voz callada de Jesús: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Escuchando desde dentro esta palabra podemos vivir también hoy la experiencia de Pedro: caminar hacia Jesús andando no sobre tierra firme sino sobre el agua, apoyándonos no en argumentos seguros sino en la debilidad de nuestra fe.
En cualquier momento nos podemos hundir si nos fijamos sólo en la «fuerza del viento» y olvidamos la presencia de Jesús. Si sabemos gritar como Pedro: «Señor, sálvame», podremos vivir una experiencia difícil de explicar a nadie. Sin saber cómo ni por qué, percibiremos a Jesús como una «mano tendida» que sostiene nuestra fe. Es en las crisis cuando aprendemos de verdad a creer en Dios y en Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
11 de agosto de 2002

ANTES DE HUNDIRNOS

Señor sálvame.

Es sorprendente la actualidad que cobra en estos tiempos de crisis religiosa el relato de la tempestad en el lago de Galilea. Mateo describe con rasgos certeros la situación: los discípulos de Jesús se encuentran solos «lejos de tierra firme», en medio de la inseguridad del mar; la barca está «sacudida por las olas», desbordada por las fuerzas adversas; «el viento es contrario», todo se vuelve en contra; es «noche cerrada», las tinieblas impiden ver el horizonte.
Así viven no pocos creyentes el momento actual. Ya no hay seguridad ni certezas religiosas; todo se ha vuelto oscuro y dudoso. La religión está sometida a toda clase de acusaciones y sospechas. Se habla del cristianismo como una «religión terminal» que pertenece al pasado; se dice que estamos entrando en una «era poscristiana» (E. Poulat). En algunos nace el interrogante: ¿no será la religión un sueño irreal, un mito ingenuo llamado a desaparecer? Este es el grito de los discípulos al atisbar a Jesús en medio de la tempestad: «Es un fantasma».
La reacción de Jesús es inmediata: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Animado por estas palabras, Pedro hace a Jesús una petición inaudita: «Señor si eres tú, mándame ir a ti andando sobre el agua». No sabe si Jesús es un fantasma o alguien real, pero quiere comprobar que se puede caminar hacia él caminando, no sobre tierra firme sino sobre el agua, no apoyándose en argumentos seguros sino en la debilidad de la fe.
Así vive el creyente su adhesión a Cristo en momentos de crisis y oscuridad. No sabemos si Cristo es un fantasma o alguien vivo y real, resucitado por el Padre para nuestra salvación. No tenemos argumentos científicos para comprobarlo, pero sabemos por experiencia que se puede caminar por la vida sostenidos por la fe en él y en su Palabra.
No es fácil vivir de esta fe desnuda. El relato evangélico nos dice que Pedro «sintió la fuerza del viento», «le entró miedo» y «empezó a hundirse». Es un proceso muy conocido: fijamos sólo en la fuerza del mal, dejamos paralizar por el miedo y hundimos en la desesperanza.
Pedro reacciona y, antes de hundirse del todo grita: «Señor sálvame». La fe es muchas veces un grito, una invocación, una llamada a Dios: «Señor sálvame». Sin saber ni cómo ni por qué, es posible entonces percibir a Cristo como una mano tendida que sostiene nuestra fe y nos salva, al tiempo que nos dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudas?»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
8 de agosto de 1999

SOBRE EL AGUA

Echó a andar sobre el agua.

Son muchos los creyentes que estos últimos años se han sentido a la intemperie y como desamparados en medio de una crisis y confusión general. Los pilares en los que tradicionalmente se apoyaba su fe se han visto sacudidos violentamente desde sus raíces. La autoridad de la Iglesia, la infalibilidad del Papa, el magisterio de los Obispos, ya no pueden sostenerlos en sus convicciones religiosas. Un lenguaje nuevo y desconcertante ha llegado hasta sus oídos creando un malestar y una confusión antes desconocidos. La «falta de acuerdo» en los mismos sacerdotes y hasta en los Obispos les ha sumido en el desconcierto.
Con mayor o menor sinceridad, son bastantes los que se preguntan: ¿Qué debemos creer? ¿A quién debemos escuchar? ¿Qué dogma hay que aceptar? ¿Qué moral hay que seguir? Y son muchos los que, al no poder responder a estas preguntas con la certeza de otros tiempos, tienen la sensación de estar «perdiendo la fe».
Sin embargo, no debemos confundir nunca la fe con la mera afirmación teórica de unas verdades o principios. Ciertamente, la fe implica una visión de la vida y una peculiar concepción del hombre, su tarea y su destino último. Pero ser creyente es algo más profundo y radical. Y consiste, antes que nada, en una apertura confiada a Jesucristo como sentido último de toda nuestra vida, criterio definitivo de nuestro amor a los hermanos, y esperanza última de nuestro futuro.
Por eso, se puede ser verdadero creyente y no ser capaz de formular con certeza determinados aspectos de la concepción cristiana de la vida. Y se puede también afirmar con seguridad absoluta los diversos dogmas cristianos y no vivir entregados a Dios en actitud de fe.
Mateo nos ha descrito la verdadera fe al presentar a Pedro que «caminaba sobre el agua» acercándose a Jesús. Eso es creer. Caminar sobre el agua y no sobre tierra firme. Apoyar nuestra existencia en Dios y no en nuestras propias razones, argumentos y definiciones. Vivir sostenidos no por nuestra seguridad, sino por nuestra confianza en él.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
11 de agosto de 1996

ORACIÓN DEL QUE DUDA

Señor, sálvame.

Dios está en el fondo de todo ser humano. Lo expresaba de forma espléndida el gran teólogo suizo H. von Balthasar: «El hombre es un ser con un misterio en su corazón que es mayor que él mismo.» Si es así, ¿por qué no lo captamos?, ¿por qué Dios se nos escapa y nos parece a veces tan lejano y desconocido? La mística francesa, Madeleine Deibrel, mujer seglar por cierto, se dirigía a Dios de esta forma tan curiosa: «Señor, si Tú estás en todas partes, ¿cómo es que yo me las arreglo para estar en otro sitio?» Dicho de otra manera, ¿por qué no se produce el encuentro?
Algunos rechazan de entrada la presencia de Dios en su vida. No sienten necesidad de nadie para resolver su existencia. Se bastan a sí mismos. No necesitan ninguna otra luz ni esperanza. Tienen bastante con lo que ellos se pueden proporcionar a sí mismos. Desde esta postura de autosuficiencia no es posible encontrarse con Dios.
Otros lo dejan todo muy pronto. Intuyen que Dios les puede traer complicaciones, y ellos quieren tranquilidad. Nada de replantearse la vida. Es mejor olvidar estas cosas e instalarse en la indiferencia. No parece la postura más valiosa, pero probablemente es hoy la más frecuente.
El creyente vive una experiencia diferente. Sabe que el ser humano no se basta a sí mismo. Al mismo tiempo, siente de diversas formas el anhelo de infinito. En su corazón brota la confianza. Es otra manera de plantearse todo: en lugar de teorizar se pone a escuchar, en vez de caminar solo por la vida se deja acompañar por una presencia misteriosa, en vez de desesperar se abre confiadamente al amor de Dios.
Esta experiencia es personal. No se vive «de oídas» ni se conoce por procurador. No basta creer lo que otros dicen. Cada uno ha de encontrar su camino hacia Dios. El teólogo J. Martín Velasco recuerda en un estudio las palabras del personaje de una novela de E. Wiesel: «Cada hombre tiene una plegaria que le pertenece, igual que tiene un alma que le pertenece. Del mismo modo que a un hombre le es difícil encontrar su alma, también le es difícil encontrar su plegaria. La mayoría de la gente vive con almas y recita oraciones que no son las suyas; hoy, Michael, has encontrado tu oración.»
Es justamente lo que necesitamos. Encontrar cada uno nuestro camino hacia Dios, encontrar nuestra propia oración. Pero, ¿cómo hacerlo cuando uno está lleno de dudas y no tiene tiempo ni fuerzas para buscar a Dios? Muchas veces he pensado que para muchas personas que no aciertan a creer, la mejor oración tal vez sean esas palabras cargadas de sinceridad que Pedro dirige a Jesús cuando comienza a hundirse en el mar de Tiberíades: «Señor, sálvame

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
8 de agosto de 1993

MIEDOS

¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!

El miedo y la ansiedad son fenómenos universales. Tarde o temprano, todos nos vemos asaltados por miedos más o menos precisos y experimentamos en algún grado la ansiedad. Somos seres frágiles y en cualquier momento nos sentimos amenazados.
Las gentes suelen poner en marcha diversas estrategias para combatir el miedo. La huída es probablemente el medio más utilizado; ante el peligro real o imaginario, la persona se esfuerza por evitar la situación que le produce ansiedad. Otras veces se emplea la táctica de la distracción: olvidar el problema, tratar de centrar la atención en otros aspectos de la vida.
Los profesionales de la salud, por su parte, se esfuerzan por liberar a las personas de los miedos poco sanos con diferentes terapias y «medicamentos», para que el individuo se sienta mejor y más aliviado frente a sus angustias.
Sin duda, todo este esfuerzo terapéutico es necesario, aunque a veces no proporciona sino un alivio temporal, y no llega a combatir la raíz de la ansiedad sino sus efectos. Pero, junto a estas terapias, es necesario aprender a vivir de forma más consistente y mejor enraizada. Y es ahí donde la fe, sin que sea necesario instrumentalizarla, puede convertirse en fuente inestimable de vida sana y liberada.
Por ejemplo, para sentirme bien, no es necesario que todos me aprecien y me amen, o que todos los que me rodean me aprueben en casi todo lo que hago. Puedo vivir en paz y sin temor aunque no cuente con el amor de los demás. Si soy creyente, sé que cuento siempre con el aprecio y el amor de Dios.
Tampoco tengo que hacerlo todo con absoluta perfección para estar contento conmigo mismo. Dios me entiende y me comprende. Me acepta tal como soy, con mis esfuerzos y mis limitaciones. No tengo por qué vivir atemorizado por mi pasado. El perdón de Dios me anima a renovarme mirando hacia adelante.
El origen principal de mis miedos e infelicidad está, sobre todo, en mí mismo, no en el exterior. El mundo y las personas son como son, aunque yo desearía que fueran de otra manera. Tengo que colaborar para que el mundo cambie y sea mejor, pero, sobre todo, tengo que cambiar yo. Dios que está en mí y es fuente de vida puede ser mi mejor fuerza y estímulo.
Desde esta confianza escucha el cristiano las palabras llenas de afecto que Jesús dirige a sus discípulos: «¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!» Los creyentes, como todos los humanos, son frágiles. Cualquier cosa puede turbar su paz. Su seguridad y firmeza última provienen de ese Dios que se nos ha acercado en Jesucristo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
12 de agosto de 1990

DUDAS DE FE

¿Por qué has dudado?

Hace todavía unos años, los cristianos hablaban de la incredulidad como de un asunto propio de ateos y descreídos, algo que merodeaba a nuestro alrededor, pero que a nosotros no nos rozaba de cerca.
Hoy no nos sentimos tan inmunizados. La increencia ya no es algo que afecta sólo a «los otros», sino una cuestión que el creyente se ha de plantear sobre su propia fe.
Antes que nada, hemos de recordar que la fe nunca es algo seguro, de lo que podemos disponer a capricho como de una posesión privada inamovible. La fe es un don de Dios que hemos de acoger y cuidar con fidelidad. Por eso, el peligro de perder la fe no viene tanto del exterior cuanto de nuestra actitud personal ante Dios.
Bastantes personas suelen hablar de sus «dudas de fe». Por lo general, se trata en realidad de dificultades para comprender de manera coherente y razonable ciertas ideas y concepciones sobre Dios y el misterio cristiano.
Estas «dudas de fe» no son tan peligrosas para el cristiano que vive una actitud de confianza amorosa hacia Dios. Como decía el cardenal H. Newman «diez dificultades no hacen una duda».
Para hablar de la fe, en la cultura hebrea se utiliza un término muy expresivo: «aman». De ahí proviene la palabra «amén». Este verbo significa «apoyarse», «asentarse», «poner la confianza» en alguien más sólido que nosotros.
En eso consiste precisamente lo más nuclear de la fe. Creer es vivir apoyándonos en Dios. Esperar confiadamente en El, en una actitud de entrega absoluta y de confianza y fidelidad inquebrantables.
Esta es la experiencia que han vivido siempre los grandes creyentes en medio de sus crisis. San Pablo lo expresa de manera muy gráfica: «Yo sé de quién me he fiado» (2 Tm 1,12).
Esta es también la actitud de Pedro que, al comenzar a hundirse, grita desde lo más hondo: «Señor, sálvame», y siente la mano de Jesús que lo agarra y le dice: «¿Por qué has dudado?».
Las dudas pueden ser una ocasión propicia para purificar más nuestra fe enraizándola de manera más viva y real en el mismo Dios. Es el momento de apoyarnos con más firmeza en El y orar con más verdad que nunca.
Cuando uno es «cristiano de nacimiento» siempre llega un momento en el que nos hemos de preguntar si creemos realmente en Dios o simplemente seguimos creyendo en aquéllos que nos han hablado de él desde que éramos niños.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
9 de agosto de 1987

MIEDO

Le entró miedo.

En contra de lo que a veces pensamos, no es malo el miedo que se despierta en nosotros cuando detectamos una situación de peligro o inseguridad.
En realidad es la señal de alarma que nos pone en guardia ante aquello que puede, de alguna manera, destruirnos.
Por eso no es superfluo estar atentos a los temores que se están desencadenando hoy en la conciencia del hombre moderno. Hace un año, Le Nouvel Observateur en una encuesta realizada en Francia sobre la angustia, hablaba de tres grandes miedos colectivos.
El hombre occidental, bombardeado por infinidad de información que no llega a asumir, teme hoy la guerra atómica, los accidentes nucleares, la contaminación, la inseguridad ciudadana... Son temores que pueden reducirse al miedo a la violencia.
El segundo de los miedos nace de la inestabilidad laboral y el paro creciente. La crisis está provocando una competitividad laboral, unas rivalidades y una insolidaridad ciudadana que degenera en angustia y ansiedad de muchos ante su porvenir.
Finalmente se destaca el miedo a la soledad, el aislamiento y la marginación, sobre todo, en los grandes núcleos urbanos.
Si descendemos luego al piano de los temores concretos que agobian a los individuos, se puede observar que muchos de los miedos provienen de un modo de vivir absurdo y vacío de sentido.
Puede ser significativo el caso de aquel hombre de cuarenta años, casado y con tres hijos que se presentaba así ante su sicólogo: «Mi problema es que tengo miedo al infarto, miedo a suicidarme y miedo a enloquecer».
Tal vez, estos miedos de los hombres y mujeres de hoy nos están gritando que el hombre se pierde cuando pierde su centro y que la vida humana queda destruida cuando se destruye toda salida hacia la transcendencia.
Ciertamente, cuando un creyente, acosado por el miedo, grita como Pedro: “Señor, sálvame”, ese grito no hace desaparecer sus miedos y angustias. Todo puede seguir igual. Su fe no le dispensa de buscar soluciones a cada problema.
Sin embargo, todo cambia si en el fondo de su corazón se despierta la confianza en Dios.
Lo más importante, lo más decisivo de nuestro ser está a salvo. Dios es una puerta abierta que nadie puede cerrar. «La fidelidad y la benignidad de Dios están por encima de todo, por encima incluso de toda fatalidad y toda culpa. Todo puede recibir un nuevo sentido» (L. Boros).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
12 de agosto de 1984

LAS DUDAS DEL CREYENTE

¿Por qué has dudado?

No es fácil responder con sinceridad a esa pregunta que Jesús hace a Pedro en el momento mismo en que lo salva de las aguas: ¿Por qué has dudado?».
A veces las más hondas convicciones se nos desvanecen y los ojos del alma se nos turban sin saber exactamente por qué. Principios aceptados hasta entonces como inconmovibles comienzan a tambalearse. Y se despierta en nosotros la tentación de abandonarlo todo sin reconstruir nada nuevo.
Otras veces, el misterio de Dios se nos hace agobiante y abrumador. La última palabra sobre mi vida se me escapa y es duro abandonarse al misterio. Mi razón sigue buscando insatisfecha una luz clara y- apodíctica que no encuentra ni podrá jamás encontrar.
No pocas veces, la superficialidad y ligereza de nuestra vida cotidiana y el culto secreto a tantos ídolos nos sumergen en largas crisis de indiferencia y escepticismo interior, con la sensación de haber perdido realmente a Dios.
Con frecuencia, nuestro propio pecado quebranta nuestra fe, pues ésta decae y se debilita cuando negamos a Dios el derecho a ser luz y principio de acción en nuestra vida.
Si somos sinceros, hemos de confesar que hay una distancia enorme entre el creyente que profesamos ser y el creyente que somos en realidad.
¿Qué hacer al constatar en nosotros una fe a veces tan frágil y vacilante?
Lo primero es no desesperar ni asustarse al descubrir en nosotros dudas y vacilaciones. La búsqueda de Dios se vive casi siempre en la inseguridad, la oscuridad y el riesgo. A Dios se le busca «a tientas». Y no hemos de olvidar que muchas veces «la fe genuina sólo puede aparecer como duda superada» (L. Boros).
Lo importante es aceptar el misterio de Dios con el corazón abierto. Nuestra fe depende de la verdad de nuestra relación con Dios. Y no hay que esperar a que nuestros interrogantes y dudas se encuentren resueltos, para vivir en verdad ante ese Dios.
Por eso, lo importante es saber gritar como Pedro: «Señor, sálvame». Saber levantar hacia Dios nuestras manos vacías, no sólo como gesto de súplica sino también de entrega confiada de quien se sabe pequeño, ignorante y necesitado de salvación.
No olvidemos que la fe es «caminar sobre agua», pero con la posibilidad de encontrar siempre esa mano que nos salva del hundimiento total.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
9 de agosto de 1981

CAMINAR SOBRE EL AGUA

Echó a andar sobre el agua.

Son muchos los creyentes que estos últimos años se han sentido a la intemperie y cuya fe se ha visto como desamparada en medio de una crisis y confusión general.
Los pilares en los que tradicionalmente se apoyaba su fe se han visto sacudidos violentamente desde sus raíces. La autoridad de la Iglesia, la infalibilidad del Papa, el magisterio de los Obispos, ya no pueden sostenerlos en sus convicciones religiosas.
Un lenguaje nuevo y desconcertante ha llegado hasta sus oídos, creando un malestar y una confusión antes desconocidos.
La «falta de acuerdo» en los mismos sacerdotes y hasta en los Obispos les ha sumido en el desconcierto y hasta en el escepticismo religioso.
Con mayor o menor sinceridad, son bastantes los que se preguntan: ¿Qué debemos creer? ¿A quién debemos escuchar? ¿Qué dogmas hay que aceptar? ¿Qué moral hay que seguir?
Y son muchos ¡os que, al no poder responder a estas preguntas con la certeza de otros tiempos, tienen la sensación de estar «perdiendo la fe».
Sin embargo, no debemos confundir nunca la fe con la mera afirmación teórica de unas verdades o unos principios.
Ciertamente, la fe implica una visión de la vida y una peculiar concepción del hombre, su tarea y su destino último. Pero, ser creyente es algo más profundo y radical. Y consiste, antes que nada, en una apertura confiada a Jesucristo como sentido último de toda nuestra vida, criterio definitivo de nuestro amor a los hermanos y esperanza última de nuestro futuro.
Por eso, se puede ser auténtico creyente y no ser capaz de formular con certeza determinados aspectos de la concepción cristiana de la vida. Y se puede también afirmar con seguridad absoluta los diversos dogmas cristianos y no vivir entregados a Dios en actitud de fe.
Sería una equivocación confundir la firmeza de nuestro creer con la mayor o menor seguridad de unas fórmulas dogmáticas, y querer apoyar nuestra fe en la seguridad de unas definiciones de la autoridad religiosa.
Mateo nos ha descrito la verdadera fe al presentar a Pedro que «caminaba sobre el agua» acercándose a Jesús. Así es siempre nuestra fe. Caminar sobre el agua y no sobre tierra firme. Apoyar nuestra existencia en Dios y no en nuestras propias razones, argumentos y definiciones.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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