lunes, 17 de septiembre de 2012

23/09/2012 - 25º domingo Tiempo ordinario (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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23 de septiembre de 2012

25º domingo Tiempo ordinario (B)



EVANGELIO

El Hijo del hombre va a ser entregado... El que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 9,30-37

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará». Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
23 de septiembre de 2012


¿POR QUÉ LO OLVIDAMOS?

Camino de Jerusalén, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos sobre el final que le espera. Insiste una vez más en que será entregado a los hombres y estos lo matarán, pero Dios lo resucitará. Marcos dice que "no le entendieron y les daba miedo preguntarle". En estas palabras se adivina la pobreza de los cristianos de todos los tiempos. No entendemos a Jesús y nos da miedo ahondar en su mensaje.
Al llegar a Cafarnaún, Jesús les pregunta: "¿De qué discutíais por el camino?". Los discípulos se callan. Están avergonzados. Marcos nos dice que, por el camino, habían discutido quién era el más importante. Ciertamente, es vergonzoso ver al Crucificado acompañado de cerca por un grupo de discípulos llenos de estúpidas ambiciones. ¿De qué discutimos hoy en la Iglesia mientras decimos seguir a Jesús?
Una vez en casa, Jesús se dispone a darles una enseñanza. La necesitan. Estas son sus primeras palabras: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". En el grupo que sigue a Jesús, el que quiera sobresalir y ser más que los demás, se ha de poner el último, detrás de todos; así podrá ver qué es lo que necesitan y podrá ser servidor de todos.
La verdadera grandeza consiste en servir. Para Jesús, el primero no es el que ocupa un cargo de importancia, sino quien vive sirviendo y ayudando a los demás. Los primeros en la Iglesia no son los jerarcas sino esas personas sencillas que viven ayudando a quienes encuentran en su camino. No lo hemos de olvidar.
Para Jesús, su Iglesia debería ser un espacio donde todos piensan en los demás. Una comunidad donde estamos atentos a quien nos puede necesitar. No es sueño de Jesús. Para él es tan importante que les va a poner un ejemplo gráfico.
Antes que nada, acerca un niño y lo pone en medio de todos para que fijen su atención en él. En el centro de la Iglesia apostólica ha de estar siempre ese niño, símbolo de las personas débiles y desvalidas, los necesitados de apoyo, defensa y acogida. No han de estar fuera, junto a la puerta. Han de ocupar el centro de nuestra atención.
Luego, Jesús abraza al niño. Quiere que los discípulos lo recuerden siempre así. Identificado con los débiles. Mientras tanto les dice: "El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí...acoge al que me ha enviado".
La enseñanza de Jesús es clara: el camino para acoger a Dios es acoger a su Hijo Jesús presente en los pequeños, los indefensos, los pobres y desvalidos. ¿Por qué lo olvidamos tanto? 

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
20 de septiembre de 2009

DOS ACTITUDES MUY DE JESÚS

Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos.

El grupo de Jesús atraviesa Galilea camino de Jerusalén. Lo hacen de manera reservada, sin que nadie se entere. Jesús quiere dedicarse enteramente a instruir  a sus discípulos. Es muy importante lo que quiere grabar en sus corazones: su camino no es un camino de gloria, éxito y poder. Es lo contrario: conduce a la crucifixión y al rechazo, aunque terminará en resurrección.
A los discípulos no les entra en la cabeza lo que les dice Jesús. Les da miedo hasta preguntarle. No quieren pensar en la crucifixión. No entra en sus planes ni expectativas. Mientras Jesús les habla de entrega y de cruz, ellos hablan de sus ambiciones: ¿quién será el más importante en el grupo? ¿Quién ocupará el puesto más elevado? ¿Quién recibirá más honores?
Jesús «se sienta». Quiere enseñarles algo que nunca han de olvidar. Llama a los Doce, los que están más estrechamente asociados a su misión y los invita a que se acerquen, pues los ve muy distanciados de él. Para seguir sus pasos y parecerse a él han de aprender dos actitudes fundamentales.
Primera actitud: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y servidor de todos». El discípulo de Jesús ha de renunciar a ambiciones, rangos, honores y vanidades. En su grupo nadie ha de pretender estar sobre los demás. Al contrario, ha de ocupar el  último lugar, ponerse al nivel de quienes no tienen poder ni ostentan rango alguno. Y, desde ahí, ser como Jesús: «servidor de todos».
La segunda actitud es tan importante que Jesús la ilustra con un gesto simbólico entrañable. Pone a un niño en medio de los Doce, en el centro del grupo, para que aquellos hombres ambiciosos se olviden de honores y grandezas, y pongan sus ojos en los pequeños, los débiles, los más necesitados de defensa y cuidado.
Luego, lo abraza y les dice: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí». Quien acoge a un "pequeño" está acogiendo al más "grande", a Jesús. Y quien acoge a Jesús está acogiendo al Padre que lo ha enviado. Un Iglesia que acoge a los pequeños e indefensos está enseñando a acoger a Dios. Una Iglesia que mira hacia los grandes y se asocia con los poderosos de la tierra está pervirtiendo la Buena Noticia de Dios anunciada por Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
24 de septiembre de 2006

¿DE QUÉ DISCUTIMOS NOSOTROS?

¿De qué discutíais por el camino?

Según el relato de Marcos, hasta por tres veces insiste Jesús, camino de Jerusalén, en el destino que le espera. Su entrega al proyecto de Dios no terminará en el éxito triunfal que imaginan sus discípulos. Al final habrá «resurrección», pero, aunque parezca increíble, Jesús «será crucificado». Sus seguidores lo deben saber.
Los discípulos no le entienden. Les da miedo hasta preguntarle. Ellos siguen pensando que Jesús les aportará gloria, poder y prestigio. No piensan en otra cosa. Al llegar a su casa de Cafarnaúm, Jesús les hace una sola pregunta: « ¿De qué discutíais por el camino?», ¿de qué han hablado a sus espaldas en esa conversación en la que Jesús ha estado ausente?
Los discípulos guardan silencio. Les da vergüenza decirle la verdad. Mientras Jesús les habla de entrega y fidelidad, ellos están pensando en quién será el más importante. No creen en la igualdad y la fraternidad que busca Jesús. En realidad, lo que les mueve es la ambición y la vanidad: ser superiores a los demás.
De espaldas a Jesús y sin que su Espíritu esté muy presente, ¿no seguimos discutiendo de cosas parecidas?: ¿tiene que renunciar la Iglesia a privilegios multiseculares o ha de buscar «poder social»?, ¿a qué congregaciones y movimientos hay que dar importancia y cuáles hay que dejar de lado?, ¿qué teólogos merecen el honor de ser considerados «ortodoxos» y quiénes han de ser silenciados como marginales?, ¿sólo los varones han de acceder al rango del sacerdocio o también las mujeres?
Ante el silencio de sus discípulos, Jesús se sienta y los llama. Tiene gran interés en ser escuchado. Lo que va a decir no debe ser olvidado: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». En su movimiento no hay que mirar tanto a los que ocupan los primeros puestos y tienen nombre, títulos y honores. Importantes son los que, sin pensar mucho en su nombre, prestigio o tranquilidad personal, se dedican sin ambiciones y con total libertad a servir, colaborar y contribuir al proyecto de Jesús. No lo hemos de olvidar: lo importante no es quedar bien sino hacer el bien.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
21 de septiembre de 2003

EL ARTE DE EDUCAR

El que acoge a un niño...

Hay quienes afirman que la tragedia más grave de la sociedad contemporánea es la crisis de la relación educativa. Los padres cuidan a sus hijos y los maestros enseñan a sus alumnos, pero en no pocos hogares y colegios se ha perdido «el espíritu de la educación».
Y, sin embargo, si una sociedad no sabe educar a las nuevas generaciones no conseguirá ser más humana, por muchos que sean sus avances tecnológicos y sus logros económicos. Para el crecimiento humano, los educadores son más importantes y decisivos que los políticos, los técnicos o los economistas.
Educar no es instruir, adoctrinar, mandar, obligar, imponer o manipular. Educar es el arte de acercarse al niño, con respeto y amor, para ayudarle a que se despliegue en él una vida verdaderamente humana.
La educación está siempre al servicio de la vida. Verdadero educador es el que sabe despertar toda la riqueza y las posibilidades que hay en el niño. El que sabe estimular y hacer crecer en él, no sólo sus aptitudes físicas y mentales, también lo mejor de su mundo interior y el sentido gozoso y responsable de la vida. La célebre educadora M Danielou decía que «el niño más humilde tiene derecho a una cierta iniciación a la vida interior y a la reflexión personal».
Cuando en las instituciones educativas se ahoga «el gusto por la vida», y los enseñantes se limitan a transmitir de manera disciplinada el conjunto de materias que a cada uno se le han asignado (asignaturas), allí se pierde «el espíritu de la educación».
Por otra parte, la relación educativa exige verdad. Se equivocan los educadores que para ganarse el respeto y la admiración de sus alumnos se presentan como dioses. Lo que los niños necesitan es encontrarse con personas reales, sencillas, cercanas y profundamente buenas.
Asimismo, el verdadero educador respeta al niño, no lo humilla, no destruye su autoestima. Una de las maneras más sencillas y nefastas de bloquear su crecimiento es repetirle constantemente: «no hay quien te aguante», «eres un desastre», «serás un desgraciado el día de mañana».
En la relación educativa hay además un clima de alegría, pues la alegría es siempre «signo de creación» y, por ello, uno de los principales estímulos del acto educativo. Así escribía Simone Weil: «La inteligencia no puede ser estimulada sino por la alegría. Para que haya deseo tiene que haber placer y alegría. La alegría de aprender es tan necesaria para los estudios como la respiración para los corredores».
Hace unos días se han abierto los colegios y centros de enseñanza. Miles de niños han vuelto de nuevo a sus maestros y enseñantes. ¿Quién tendrá la suerte de encontrarse con un verdadero educador o educadora? ¿Quién los acogerá con el respeto y la solicitud de aquél que un día en Cafamaum abrazó a uno de ellos diciendo: «Quien acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí?»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
24 de septiembre de 2000

ACOGER AL NIÑO

El que acoge a un niño... me acoge a mí.

Las primeras víctimas del deterioro y de los errores de una sociedad son casi siempre los más débiles y desamparados: los niños. Esos seres que dependen totalmente del cuidado de sus padres o de la ayuda de los adultos. Basta abrir los ojos y observar lo que sucede entre nosotros.
La crisis de la familia y la inestabilidad de la pareja están provocando en algunos hijos efectos difíciles de medir en toda su hondura. Niños poco queridos, privados del cariño y la atención de sus padres, de mirada triste y ánimo crispado, que se defienden como pueden de la dureza de la vida sin saber dónde encontrar refugio seguro.
El bienestar material maquilla a veces la situación ocultando de manera sutil la «soledad» del niño. Ahí están esos hijos, repletos de cosas, que reciben de sus padres todo lo que les apetece, pero que no encuentran en ellos la atención, el cariño y la acogida que necesitan para abrirse a la vida con seguridad y gozo.
Y ¿los educadores? No lo tienen fácil. Piezas de un sistema de enseñanza que, por lo general, fomenta más la transmisión de datos que el acompañamiento humano, tienen el riesgo de convertirse en «procesadores de información» más que en «maestros de vida». Por otra parte, muchos de ellos han de enfrentarse cada mañana a alumnos desmotivados e indolentes sabiendo que apenas encontrarán en sus padres colaboración para su tarea.
No se trata de culpabilizar a nadie. Es toda la sociedad la que ha de tomar conciencia de que un pueblo progresa cuando sabe acoger, cuidar y educar bien a las nuevas generaciones. Es un error planificar el futuro y descuidar la educación integral de niños y jóvenes. Es necesario apoyar más a la familia, valorar a los educadores, saber que la tarea más importante para el futuro es mejorar la calidad humana de quienes serán sus protagonistas.
«El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí». Estas palabras de Jesús, recogidas en diversas tradiciones evangélicas, son una llamada a la responsabilidad. En las primeras comunidades cristianas no se protege al niño por razones jurídicas o legales. La razón es más honda. Los creyentes han de sentirse responsables ante el mismo Cristo de acoger a esos niños que, sin el cuidado y la ayuda de los adultos, no podrán abrirse a una vida digna y dichosa. La vida que Dios quiere para ellos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
21 de septiembre de 1997

EDUCACIÓN INTEGRAL

El que acoge a un niño... me acoge a mí.

El comienzo de un nuevo año escolar ha provocado una vez más comentarios y análisis de algunos aspectos de la reforma en el sistema de la enseñanza. Sin embargo, sigue faltando entre nosotros un debate de fondo que estudie el proyecto de hombre que queremos y analice el futuro que se está gestando en nuestras escuelas y universidades.
Este debate es más necesario que nunca. Se ha publicado recientemente en Bruselas un estudio de La Table Ronde des Industriels Européens donde se propone un nuevo modelo de enseñanza «inspirado por los valores de adaptación a las necesidades de la empresa y por la fe en la tecnología moderna, especialmente los multimedia». Según este estudio, la idea clave que debería inspirar la enseñanza es la «competitividad». Los autores se lamentan de que el mundo de la enseñanza no percibe la necesidad de esta competitividad con la misma agudeza que el mundo económico.
El libro no es sino un exponente más de algo que están denunciando ya los sociólogos y pedagogos más lúcidos (R. Petrella, J.P Laurent). Poco a poco, todo va quedando subordinado al desarrollo tecnológico; se cultiva «lo instrumental» y se olvidan los fines; todo se piensa en función de los ordenadores, las redes terminales, los precios y los mercados. ¿Qué va a ser de estos jóvenes perfectamente conformados a unos patrones técnicos, pero mutilados con frecuencia en sus aspiraciones más hondas de verdad, belleza, amor o justicia?
Es un inmenso error que la sociedad no cuide con más rigor la educación integral de los jóvenes y que apenas se cultiven aspectos y valores tales como la importancia de cada ser humano, la interioridad, el respeto a los derechos de todos, el papel de la conciencia, la solidaridad, la libertad ante la tecnocracia, lo simbólico de la existencia, la responsabilidad ética, el disfrute de la sexualidad, la capacidad de compasión, el rigor intelectual, el conocimiento de uno mismo.
Señalaré todavía algo, a mi juicio, más preocupante. La educación puede modelar inteligencias humildes, abiertas al misterio, capaces de búsqueda interior. Sin embargo, configurada desde claves tecnológicas y utilitaristas, puede formar inteligencias cerradas, autosuficientes, impermeables al misterio más hondo de la existencia.
Los padres y educadores cristianos han de ser más que nunca conscientes de su responsabilidad. Es mucho lo que se puede hacer día a día con los niños y los jóvenes si se sabe acogerlos y acompañarlos desde el espíritu de Cristo y las claves del evangelio. El P. Kolvenbach decía a los rectores de universidades europeas: «Estoy convencido de que sería difícil encontrar en la vida una profesión al servicio de la sociedad futura más elevada que la educación integral de la juventud.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
18 de septiembre de 1994

LO COTIDIANO

Quien quiera ser el primero.

Terminadas las vacaciones, unos y otros vamos volviendo a nuestro trabajo y ocupaciones habituales. Y es fácil que más de uno sienta estos días esa insatisfacción profunda que nace en el ser humano al experimentar, de forma más o menos consciente, la enorme distancia entre la sed de felicidad eterna que hay en nosotros y la monotonía de nuestro vivir diario.
No es fácil vivir con hondura lo cotidiano. Es un arte que se ha de aprender cada día. El conocido poeta austriaco R.M Rilke nos advierte sabiamente con estas palabras: «Si tu vida de cada día te parece pobre, no la acuses; acúsate más bien a ti mismo de no ser lo bastante fuerte para descubrir su riqueza.»
Tal vez, lo primero es aprender a mirar la vida como un don que se nos hace cada mañana. Es un regalo admirable poder hacer los gestos más elementales de la vida: ver, escuchar, reír, caminar, comer, dormir; solo cuando enfermamos, empezamos a apreciar el don maravilloso de la existencia. Por otra parte, la vida de cada día está llena de pequeñas sorpresas y experiencias gozosas. Quien sabe acogerla de manera humilde y agradecida, llega a conocer el placer de sentirse vivo.
Es necesario, además, un proyecto de vida que dé sentido y orientación positiva a todos nuestros trabajos y ocupaciones. Cada una de las jornadas, tomada aisladamente, es insignificante; el sentido de la existencia solo se desvela cuando se puede apreciar el espíritu que anima al individuo a lo largo de los días. Es ahí donde va apareciendo la alegría real de la persona, su fe, su fidelidad, su capacidad de amar.
Desde esta perspectiva cobra un significado especial la actividad diaria. Nuestra verdadera grandeza no se manifiesta en los ideales sublimes que proclamamos o en las grandes palabras con que llenamos nuestra boca, sino en el servicio sencillo y generoso a los demás. Nos lo recuerdan las palabras de Jesús: «Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos.»
Cuando el trabajo no degenera en activismo para convertirse en huída de nosotros mismos o búsqueda de falsa seguridad, sino que es desgaste generoso animado interiormente por el amor, la vida cotidiana no es monotonía y aburrimiento, sino alabanza al Creador. Hace ya bastantes años, en un conocido estudio sobre la teología de la vida cotidiana, K Rahner escribía así: «La realidad sencilla de cada día, vivida con sinceridad, esconde dentro de sí el milagro eterno y el misterio callado que llamamos Dios.»
No se trata de idealizar lo cotidiano. Todos conocemos por experiencia lo que es el cansancio, la decepción, el peso de algunas jornadas o la mediocridad de nuestra conducta. Pero no hemos de olvidar que es esta vida de cada día la que nos prepara y conduce a la vida eterna.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
22 de septiembre de 1991

EDUCAR

El que acoge a un niño...

Hay quienes afirman que la tragedia más grave de la sociedad contemporánea es la crisis de la relación educativa. Los padres cuidan a sus hijos y los maestros enseñan a sus alumnos, pero en no pocos hogares y colegios se ha perdido “el espíritu de la educación”.
Y, sin embargo, si una sociedad no sabe educar a las nuevas generaciones no conseguirá ser más humana, por muchos que sean sus avances tecnológicos y sus logros económicos. Para el crecimiento humano, los educadores son más importantes y decisivos que los políticos, los técnicos o los economistas.
Educar no es instruir, adoctrinar, mandar, obligar, imponer o manipular. Educar es el arte de acercarse al niño, con respeto y amor, para ayudarle a que se despliegue en él una vida verdaderamente humana.
La educación está siempre al servicio de la vida. Verdadero educador es el que sabe despertar toda la riqueza y las posibilidades que hay en el niño. El que sabe estimular y hacer crecer en él, no sólo sus aptitudes físicas y mentales, también lo mejor de su mundo interior y el sentido gozoso y responsable de la vida. La célebre educadora M. Danielou decía que “el niño más humilde tiene derecho a una cierta iniciación a la vida interior y a la reflexión personal”.
Cuando en las instituciones educativas se ahoga “el gusto por la vida”, y los enseñantes se limitan a transmitir de manera disciplinada el conjunto de materias que a cada uno se le han asignado (asignaturas), allí se pierde “el espíritu de la educación.
Por otra parte, la relación educativa exige verdad. Se equivocan los educadores que para ganarse el respeto y la admiración de sus alumnos se presentan como dioses. Dice G. Mateu que “fingir virtudes que no tenemos, aparentar ciencias que desconocemos, expresar opiniones en las que no creemos, puede ser el principio de una educación marcada por el cinismo y la superficialidad”. Lo que los niños necesitan es encontrarse con personas reales, sencillas, cercanas y profundamente buenas.
Asimismo, el verdadero educador respeta al niño, no lo humilla, no destruye su autoestima. Una de las maneras más sencillas y nefastas de bloquear su crecimiento es repetirle constantemente: “no hay quien te aguante”, “eres un desastre”, “serás un desgraciado el día de mañana”.
En la relación educativa hay además un clima de alegría, pues la alegría es siempre “signo de creación” y, por ello, uno de los principales estímulos del acto educativo. Así escribía Simone Weil: “La inteligencia no puede ser estimulada sino por la alegría. Para que haya deseo tiene que haber placer y alegría. La alegría de aprender es tan necesaria para los estudios como la respiración para los corredores”.
Hace unos días se han abierto los colegios y centros de enseñanza. Miles de niños han vuelto de nuevo a sus maestros y enseñantes. ¿Quién tendrá la suerte de encontrarse con un verdadero educador o educadora? ¿Quién los acogerá con el respeto y la solicitud de aquél que un día en Cafarnaum abrazó a uno de ellos diciendo: “Quien acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí”?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
18 de septiembre de 1988

INGENUIDAD

Acercando a un niño...

La actitud ante los niños sigue siendo uno de los rasgos más desconcertantes de Jesús. Para él, el niño es el símbolo de lo que debería ser toda actividad existencial verdadera.
No admira Jesús a los hombres maduros, emprendedores, activos o eficaces. Su mirada se vuelve hacia esos pequeños cuya sencillez y simplicidad parecen cautivarlo.
Pocas cosas nos pueden resultar más retrógradas e inútiles en estos tiempos en que la organización y la complejidad de la vida van creciendo de manera acelerada.
La evolución y la marcha general de la humanidad parecen empujarnos sin piedad en una dirección que nos aleja cada día más de todo lo que pueda ser ingenuidad, simplicidad y transparencia.
Sería, sin duda, una estupidez condenar la inteligencia crítica y el desarrollo tecnológico que nos están permitiendo penetrar mejor en los secretos de la naturaleza y organizar de manera más inteligente la vida.
Pero hay algo que comienza a turbar la conciencia del hombre contemporáneo y a ponerlo en estado de alerta.
Esta sociedad está “tecnificando» nuestro espíritu. El sistema comienza a tratarnos a todos como piezas de un gran mecanismo. Nos ajusta, nos funcionaliza y, con frecuencia, lamina nuestra alma vaciándonos de vida y verdad humana.
Compleja y sofisticada, esta sociedad comienza a mostrársenos profundamente indigente cuando se trata de ahondar en el misterio del corazón humano y en sus aspiraciones más íntimas.
Almacenamos datos y conocimientos, pero sentimos que algo esencial se nos escapa. Adquirimos “verdades técnicas» siempre nuevas, pero no nos sentimos poseídos por la verdad.
Comenzamos a intuir que la verdad que nos puede salvar no brotará sin más del desarrollo sin fin de nuestra racionalidad crítica. No será resultado de un proceso meramente tecnológico.
La verdad, según Jesús, aparece como gracia en el corazón de aquellos que saben ahondar en la vida con humildad, transparencia y simplicidad.
«Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reinado de Dios». No son los inteligentes ni los más activos ni los más poderosos, los que más profundamente penetran en la realidad de la existencia, sino aquellos que la viven con «la transparencia del niño».
Transparencia y simplicidad que hoy nos parecen absolutamente impensables, pero que el hombre necesita recuperar para escapar de la asfixia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
22 de septiembre de 1985

EN DEFENSA DE LOS NIÑOS

Quien acoge a un niño... me acoge a mí.

Se ha dicho que la labor que se hace en las escuelas es más importante y decisiva para el futuro de una sociedad que el trabajo que se realiza en las oficinas, las fábricas y los despachos de los políticos.
Ciertamente, no es nada fácil el arte de educar. Las ciencias de la pedagogía nos hablan hoy de muchos factores que hacen ardua y compleja esta tarea. Pero, quizás, la primera dificultad sea la de encontrarnos realmente con el niño.
No es fácil para un hombre o una mujer integrados en una sociedad como la nuestra acercarse a los niños de verdad. Su mirada y sus gestos espontáneos nos desarman. No les podemos hablar de nuestras ganancias y nuestras cuentas corrientes. No entienden nuestros cálculos y nuestras hipocresías.
Para acercarnos a ellos, tendríamos que volver a apreciar las cosas sencillas de la vida, aprender de nuevo a ser felices sin poseer muchas cosas, amar con entusiasmo la vida y todo lo vivo.
Por eso, es más fácil tratar al niño como una pequeña computadora a la que alimentamos de datos que acercarnos a él para abrirle los ojos y el corazón a todo lo bueno, lo bello, lo grande. Es más cómodo sobrecargarlo de actividades escolares y extraescolares que acompañarlo en el descubrimiento admirado de la vida.
Sólo hombres y mujeres, libres de codicia y de odios, que no crean sólo en el dinero o en la fuerza, pueden hacer con los niños algo más que trasmitirles una información científica.
Sólo hombres y mujeres respetuosos que saben escuchar las preguntas importantes del niño para presentarle con humildad las propias convicciones, pueden ayudarle a crecer como persona. Sólo educadores que saben intuir la soledad de tantos niños para ofrecerles su acogida cariñosa y firme, pueden despertar en ellos el amor verdadero a la vida.
Como decía Saint-Exupéry, y tal vez hoy más que nunca, «los niños deben tener mucha paciencia con los adultos» pues no encuentran en nosotros la comprensión, el respeto, la amistad y acogida que buscan.
Aunque la sociedad no sepa, tal vez, valorar y agradecer debidamente la tarea callada de tantos educadores y educadoras que desgastan su vida, sus fuerzas y sus nervios junto a los niños, ellos han de saber que su labor, cuando es realizada responsablemente, es una de las más grandes para la construcción de un pueblo.
Y los que lo hacen desde una actitud cristiana, han de recordar que «quien acoge a un niño en nombre de Jesús, le acoge a él».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
19 de septiembre de 1982

LOS IMPORTANTES

Quien quiera ser el primero, que sea servidor de todos.

Ciertamente nuestros criterios no coinciden con los de Jesús. ¿A quién de nosotros se le hubiera ocurrido hoy pensar que los hombres y mujeres más importantes son aquéllos que parecen los «últimos» porque viven al servicio de los demás?
Para nosotros, importante es el hombre de prestigio, seguro de sí mismo, que ha alcanzado el éxito en algún campo de la vida, que ha logrado sobresalir sobre los demás y ser aplaudido por las gentes.
Esas personas cuyo rostro podemos ver constantemente en la TV. Líderes políticos, «premios Nobel», cantantes de moda, atletas excepcionales... ¿Quién puede haber más importante que ellos?
Según el criterio de Jesús, miles y miles de hombres y mujeres anónimos, de rostro desconocido, a quienes nadie hará homenaje alguno, pero que se desviven en el servicio sencillo y desinteresado a los demás.
Hombres y mujeres que no viven para su éxito y egoísmo personal. Gentes que no actúan sólo para arrancarle a la vida todas las satisfacciones posibles para sí mismo, sino que se preocupan de la felicidad de los otros.
Ciertamente hay una grandeza en la vida de estas personas que no aciertan a ser felices sin la felicidad de los demás. Su vida es un misterio de entrega y desinterés. Saben vivir más allá de sus propios intereses. Sin hacer cálculos. Sin medir mucho los riesgos.
Hombres y mujeres que saben poner su vida a disposición de otros. No se imponen ni existen para sí mismos. Actúan movidos por su bondad. Una ternura grande envuelve su trabajo, su quehacer diario, sus relaciones, su convivencia.
No viven sólo para trabajar ni para disfrutar. Su vida no se reduce simplemente a cumplir sus obligaciones profesionales y ejecutar diligentemente sus tareas.
En su vida se encierra algo más. Viven de manera creativa. Cada persona que encuentran en su camino, cada dolor que perciben a su alrededor, cada problema que surge junto a ellos, es una llamada que les invita a actuar, servir y ayudar.
Pueden parecer los «últimos», pero su vida es verdaderamente grande. Todos sabemos que una vida de amor y servicio desinteresado merece la pena, aunque no nos atrevamos a vivirla.
Quizás tengamos que orar humildemente como lo hacia el P. Teilhard de Chardin: «Señor, responderé a tu inspiración profunda que me ordena existir, teniendo cuidado de nunca ahogar ni desviar ni desperdiciar mi fuerza de amar y hacer».

José Antonio Pagola

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