martes, 3 de enero de 2012

08/01/2012 - El Bautismo del Señor (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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8 de enero de 2012

El Bautismo del Señor (B)



EVANGELIO

Tú eres mi Hijo amado, el predilecto.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 7-11

En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias.

Yo os bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo». Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizará el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto».


Palabra de Dios

HOMILIA

2011-2012 -
8 de enero de 2012

EL ESPÍRITU DE JESÚS
 


Jesús apareció en Galilea cuando el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa. Llevaban mucho tiempo sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban "cerrados". Una especie de muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era capaz de escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por su Espíritu.

Lo más duro era esa sensación de que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los problemas de Israel. ¿Por qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente muchos recordaban la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios: "Ojalá rasgaras el cielo y bajases".

Los primeros que escucharon el evangelio de Marcos tuvieron que quedar sorprendidos. Según su relato, al salir de las aguas del Jordán, después de ser bautizado, Jesús «vio rasgarse el cielo» y experimentó que «el Espíritu de Dios bajaba sobre él». Por fin era posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret.

Ese Espíritu que desciende sobre él es el aliento de Dios que crea la vida, la fuerza que renueva y cura a los vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la vida, a curarla y hacerla más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por Jesús con su Espíritu.
Sin ese Espíritu todo se apaga en el cristianismo. La confianza en Dios desaparece. La fe se debilita. Jesús queda reducido a un personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra muerta. El amor se enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa más.
Sin el Espíritu de Jesús, la libertad se ahoga, la alegría se apaga, la celebración se convierte en costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el Espíritu la misión se olvida, la esperanza muere, los miedos crecen, el seguimiento a Jesús termina en mediocridad religiosa.
Nuestro mayor problema es el olvido de Jesús y el descuido de su Espíritu. Es un error pretender lograr con organización, trabajo, devociones o estrategias diversas lo que solo puede nacer del Espíritu. Hemos de volver a la raíz, recuperar el Evangelio en toda su frescura y verdad, bautizarnos con el Espíritu de Jesús.
No nos hemos de engañar. Si no nos dejamos reavivar y recrear por ese Espíritu, los cristianos no tenemos nada importante que aportar a la sociedad actual tan vacía de interioridad, tan incapacitada para el amor solidario y tan necesitada de esperanza.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 -
11 de enero de 2009

ESCUCHAR LO QUE DICE EL ESPÍRITU

Los primeros cristianos vivían convencidos de que para seguir a Jesús es insuficiente un bautismo de agua o un rito parecido. Es necesario vivir empapados de su Espíritu Santo. Por eso en los evangelios se recogen de diversas maneras estas palabras del Bautista: «Yo os he bautizado con agua, pero él (Jesús) os bautizará con Espíritu Santo».
No es extraño que en los momentos de crisis recordaran de manera especial la necesidad de vivir guiados, sostenidos y fortalecidos por su Espíritu. El Apocalipsis, escrito en los momentos críticos que vive la Iglesia bajo el emperador Domiciano, repite una y otra vez a los cristianos: «El que tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias».
La mutación cultural sin precedentes que estamos viviendo, nos está pidiendo hoy a los cristianos una fidelidad sin precedentes al Espíritu de Jesús. Antes de pensar en estrategias y recetas automáticas ante la crisis, hemos de preguntarnos cómo estamos acogiendo hoy nosotros el Espíritu de Jesús.
En vez de lamentarnos una y otra vez de la secularización creciente, hemos de preguntarnos qué caminos nuevos anda buscando hoy Dios para encontrarse con los hombres y mujeres de nuestro tiempo; cómo hemos de renovar nuestra manera de pensar, de decir y de vivir la fe para que su Palabra pueda llegar hasta los interrogantes, las dudas y los miedos que brotan en su corazón.
Antes de elaborar proyectos pensados hasta sus últimos detalles, necesitamos transformar nuestra mirada, nuestra actitud y nuestra relación con el mundo de hoy. Necesitamos parecernos más a Jesús. Dejarnos trabajar por su Espíritu. Sólo Jesús puede darle a la Iglesia un rostro nuevo.
El Espíritu de Jesús sigue vivo y operante también hoy en el corazón de las personas, aunque nosotros ni nos preguntemos cómo se relaciona con quienes se han alejado definitivamente de la Iglesia. Ha llegado el momento de aprender a ser la «Iglesia de Jesús» para todos, y esto sólo él nos lo puede enseñar.
No hemos de hablar sólo en términos de crisis. Se están creando unas condiciones en las que lo esencial del evangelio puede resonar de manera nueva. Una Iglesia más frágil, débil y humilde puede hacer que el Espíritu de Jesús sea entendido y acogido con más verdad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
8 de enero de 2006

EL ESPÍRITU BUENO DE DIOS

Él os bautizará con Espíritu Santo.

Jesús no es un hombre vacío ni disperso interiormente. No actúa por aquellas aldeas de Galilea de manera arbitraria ni movido por diferentes intereses. Los evangelios dejan claro desde el principio que Jesús vive y actúa movido por «el Espíritu de Dios».
No quieren que se le confunda con cualquier «maestro de la ley», preocupado por introducir más orden en el comportamiento de Israel. No quiere que se le identifique con un profeta falso, dispuesto a buscar un equilibrio entre la religión del templo y el poder de Roma.
El evangelista Mateo quiere, además, que nadie lo equipare con el Bautista. Que nadie lo vea como un simple discípulo y colaborador de aquel gran profeta del desierto. Jesús es «el Hijo amado» de Dios. Sobre él «desciende» el Espíritu de Dios. Sólo él puede «bautizar» con Espíritu Santo.
Según toda la tradición bíblica, el «Espíritu de Dios» es el aliento de Dios que crea, envuelve y sostiene la vida entera. La fuerza que Dios posee para renovar y transformar a los vivientes. Su energía amorosa que busca siempre lo mejor para sus hijos e hijas.
Por eso, Jesús se siente enviado, no a condenar, destruir o maldecir, sino a curar, construir y bendecir. El Espíritu de Dios lo conduce a potenciar y mejorar la vida. Lleno de ese «Espíritu» bueno de Dios, se dedica a liberar de «espíritus malignos», que no hacen sino dañar, esclavizar y deshumanizar.
Las primeras generaciones cristianas tenían muy claro lo que había sido Jesús. Así resumían el recuerdo que dejó grabado en sus seguidores: «Ungido por Dios con el Espíritu Santo..., pasó la vida haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».
¿Qué «espíritu» nos anima hoy a los seguidores de Jesús? ¿Cuál es la «pasión» que mueve a la Iglesia? ¿Cuál es la «mística» que hace vivir y actuar a nuestras comunidades? ¿Qué estamos poniendo en el mundo? Si el Espíritu de Jesús está en nosotros, viviremos «curando» a tantos oprimidos, deprimidos, reprimidos y hasta suprimidos por el mal.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
12 de enero de 2003

IMAGEN SANA DE DIOS

Vio rasgarse el cielo.

Son bastantes los cristianos que no saben muy bien en qué Dios creen. Su idea de Dios no es unitaria. Se compone más bien de elementos diversos y heterogéneos. Junto a aspectos genuinos provenientes de Jesús hay otros regresivos que pertenecen a diferentes estados de la evolución religiosa de la humanidad. Junto a subrayados sublimes del amor de Dios hay miedos primitivos a caer en sus manos.
Se intenta conciliar de muchas maneras amor e ira de Dios, bondad insondable y justicia rigurosa, miedo y confianza, tribunal imparcial y gracia. No es fácil. En el corazón de no pocos sigue vigente una imagen confusa de Dios, que hace daño e impide vivir con gozo y confianza la relación con el Creador.
En la conciencia humana brota de manera bastante espontánea la imagen de un Dios patriarcal, contaminada por la proyección de nuestros deseos y miedos, nuestras ansias y decepciones. Un Dios omnipotente, preocupado permanentemente por su honor, dispuesto siempre a castigar, que sólo busca de los hombres reconocimiento y sumisión.
Esta imagen de Dios puede alejamos cada vez más de su presencia amistosa. Por lo general, las religiones van introduciendo entre Dios y los pobres humanos mucho culto, muchos ritos y prácticas. Pero su cercanía amorosa corre el riesgo de diluirse.
Jesús representa, para muchos investigadores, la primera imagen verdaderamente sana de Dios en la historia universal. Su idea de un Dios Padre y su modo de relacionarse con él están libres de falsos miedos y proyecciones. El cambio fundamental que introduce es éste: la actitud religiosa hacia un Dios patriarcal se funda en la convicción de que el hombre existe para Dios; la actitud de Jesús hacia su Padre se funda en la seguridad de que Dios existe para el hombre.
El evangelio de Marcos narra el bautismo de Jesús en el Jordán sugiriendo la nueva experiencia de Dios que Jesús vivirá y comunicará a lo largo de su vida. Según el relato, el «cielo se abre» pero no para descubrimos la ira de Dios que llega con su hacha amenazadora, como pensaba el Bautista, sino para que descienda el Espíritu de Dios, es decir su amor vivificador. Del cielo abierto sólo llega una voz: «Tú eres mi Hijo amado».
Es una pena que, a pesar de decimos seguidores de Jesús, volvamos tan fácilmente a imágenes regresivas del Antiguo Testamento abandonando su experiencia más genuina de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
9 de enero de 2000

EL CIELO ABIERTO

Vio rasgarse el cielo.

El Bautista representa como pocos el esfuerzo de los hombres y mujeres de todos los tiempos por purificarse, reorientar la existencia y comenzar una vida más digna. Este es su mensaje: «Hagamos penitencia, volvamos al buen camino, pongamos orden en nuestra vida». Esto es también lo que escuchamos más de una vez en el fondo de la conciencia: «Tengo que cambiar, voy a ser mejor, he de actuar de manera más digna».
Este deseo de purificación y ascesis es noble e indispensable, pero no basta. Todos conocernos la experiencia: nos esforzamos por corregir errores, cumplimos nuestro deber con responsabilidad, hacemos mejor las cosas, pero nada realmente nuevo se despierta en nosotros, nada apasionante nos nace de dentro; pronto, el paso del tiempo nos devuelve a la mediocridad de siempre. El mismo Bautista reconoce el límite de su esfuerzo: «Yo os bautizo sólo con agua...; alguien más fuerte os bautizará con Espíritu y fuego».
El bautismo de Jesús encierra un mensaje nuevo que supera radicalmente al Bautista. Los evangelistas han cuidado con verdadero arte la escena. El cielo, que permanecía cerrado e impenetrable, se abre para mostrar su secreto. Al abrirse, no descarga la ira divina que anunciaba el Bautista, sino que regala el amor de Dios, el Espíritu que se posa pacíficamente sobre Jesús. Del cielo se escucha una voz: «Tú eres mi Hijo amado».
El mensaje es claro: con Cristo, el cielo ha quedado abierto; de Dios sólo brota amor y paz; podemos vivir con confianza. A pesar de nuestros errores y mediocridad insoportable, también para nosotros «el cielo ha quedado abierto». Las palabras que escucha Jesús las podemos escuchar también nosotros: «Tú eres para mí un hijo amado, una hija amada». En adelante podemos afrontar la vida, no como una «historia sucia» que hemos de purificar constantemente, sino como el regalo de la «dignidad de hijos de Dios», que hemos de cuidar con gozo y agradecimiento.
Para quien vive de esta fe, la vida está llena de momentos de gracia: el nacimiento de un hijo, el contacto con una persona buena, la experiencia de un amor limpio ponen en nuestra vida una luz y un calor nuevos. De pronto nos parece ver «el cielo abierto». Algo nuevo comienza en nosotros; nos sentimos vivos; se despierta lo mejor que hay en nuestro corazón. Lo que tal vez habíamos soñado secretamente se nos regala ahora de forma inesperada: un inicio nuevo, una purificación diferente, un «bautismo de Espíritu y de fuego». Detrás de esas experiencias está Dios amándonos como a hijos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
12 de enero de 1997

BAUTIZAR AL HIJO

… a que Juan lo bautizara en el Jordán.

¿Bautizamos al hijo o lo dejamos sin bautizar? Esta es la pregunta que se hacen algunos padres jóvenes al nacer su hijo. ¿Cómo actuar cuando los padres han abandonado la práctica religiosa y viven su fe de manera débil y vacilante? ¿Qué decisión tomar cuando son divorciados, están casados civilmente o viven en «libre unión»? Conozco las dudas de no pocos. De ahí mi deseo de ofrecer algunos criterios básicos en esta fiesta del «Bautismo del Señor».
Lo primero que se ha de buscar siempre es el bien del niño. No se organiza el bautizo para cumplir una tradición social, para no dar un disgusto a los abuelos o con el fin de tener una ocasión para celebrar el nacimiento. Si los padres bautizan al hijo es para celebrar el amor salvador de Dios hacia esa pequeña criatura.
No es razón para privar al niño del bautismo el temor a condicionar su libertad para el futuro. El niño viene al mundo dependiendo de los demás en todo. No se le ha pedido permiso ni siquiera para nacer. No ha podido escoger a sus padres ni elegir su lengua materna o su entorno social o cultural. Al bautizarlo, los padres lo orientan hacia la religión cristiana y hacia Jesucristo. Pero será él mismo quien, como en todo lo demás, decidirá más tarde la trayectoria de su vida.
Todos los padres tienen derecho a pedir para sus hijos el bautismo cualquiera que sea su situación matrimonial o el grado de su fe actual. La condición de los padres no tiene por qué perjudicar al hijo. Pero si piden el bautismo, están pidiendo una celebración religiosa. Por eso han de hacerlo por motivos religiosos, por muy débiles que éstos puedan ser, y aunque no entiendan muy bien todo lo que piden para su hijo.
Por otra parte, al pedir el bautismo cristiano, están pidiendo para el niño la fe cristiana y esto exige que los padres se comprometan a educarlo cristianamente o, al menos, que no se opongan a la catequesis que el niño ha de recibir más adelante en la comunidad cristiana. De no ser así, el bautizo quedaría privado de sentido.
Dada la situación actual de no pocos padres, una postura responsable podría ser más o menos ésta: «Dios ama a nuestro hijo. Lo ama incluso más que nosotros mismos. Nuestra fe es hoy débil, no somos coherentes con todas las exigencias del cristianismo, pero deseamos para nuestro hijo lo mejor. Lo bautizamos porque queremos poner su vida bajo la acción salvadora de Jesucristo y de su Iglesia. Dios entiende nuestro gesto. Más tarde apoyaremos a nuestro hijo para que conozca a Jesús y su evangelio mejor que nosotros».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
9 de enero de 1994

¿DONDE ESTA LA BENDICION?

Tú eres mi Hijo amado.

Dice Henri Nouwen en uno de sus escritos que los hombres y mujeres de hoy, seres llenos de miedos e inseguridad, necesitan más que nunca ser bendecidos. Los niños necesitan la bendición de sus padres y éstos necesitan la bendición de sus hijos.
El escritor recuerda con emoción la primera vez que, en una sinagoga de Nueva York, fue testigo de la bendición de un hijo judío por sus padres: «Hijo, te pase lo que te pase en la vida, tengas éxito o no, llegues a ser importante o no, goces de salud o no, recuerda siempre cuánto te aman tu padre y tu madre.»
El hombre contemporáneo ignora lo que es la bendición y el sentido profundo que encierra. Los padres ya no bendicen a sus hijos. Las bendiciones litúrgicas han perdido su sabor original. Ya no se sabe lo que es la bendición nupcial. Se ha olvidado que «bendecir» (del latín benedicere) significa literalmente «hablar bien», decirle cosas buenas a alguien. Y, sobre todo, decirle nuestro amor y nuestro deseo de que sea feliz.
Y, sin embargo, las personas necesitan oír cosas buenas. Hay entre nosotros demasiada condena. Son muchos los que se sienten maldecidos, más que bendecidos. Bastantes se maldicen incluso a sí mismos. Se sienten malos, inútiles, sin valor alguno. Bajo una aparente arrogancia se esconde con frecuencia un ser inseguro que, en el fondo, no se aprecia a sí mismo.
El problema de muchos no es si aman o no aman, si creen en Dios o no creen. Su problema radica en que no se aman a sí mismos. Y no es fácil desbloquear ese estado de cosas. Amarse a sí mismo cuando uno sabe cómo es, puede ser de las cosas más difíciles.
Lo que muchos necesitan escuchar hoy en el fondo de su ser es una palabra de bendición. Saber que son amados, a pesar de su mediocridad y sus errores, a pesar de tanto egoísmo inconfesable. Pero, ¿dónde está la bendición? ¿Cómo puede estar uno seguro de que es amado?
Una de las mayores desgracias del cristianismo contemporáneo es haber olvidado, en buena parte, esta experiencia nuclear de la fe cristiana: «Yo soy amado, no porque soy bueno, santo y sin pecado, sino porque Dios es bueno y me ama de manera incondicional y gratuita en Jesucristo.» Soy amado por Dios ahora mismo, tal como soy, antes de que empiece a cambiar.
Los evangelistas narran que Jesús, al ser bautizado por Juan, escuchó la bendición de Dios: «Tú eres mi Hijo amado.» También a nosotros nos alcanza esa bendición de Dios sobre Cristo. Cada uno de nosotros puede escucharla en el fondo de su corazón: «Tú eres mi hijo amado.» Eso será también este año lo más importante. Cuando las cosas se te pongan difíciles y la vida te parezca un peso insoportable, recuerda siempre que eres amado con amor eterno.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
13 de enero de 1991

CANSANCIO

… con Espíritu Santo

No sabemos a veces ni cómo sobreviene, pero hay momentos en que el hombre se cansa de casi todo. Se cansa de las ocupaciones que llenan su vida y de las personas que le rodean. Se cansa de luchar, de vivir, de ser bueno.
No es fácil siempre precisar en qué consiste este cansancio y cuáles son sus raíces; por qué a los días de gozo y plenitud suceden esos días grises en que todo parece eclipsarse; por qué hay momentos en que todo se nos hace más duro y pesado.
Antes que nada, hemos de recordar que el cansancio es algo propio de la condición humana. El esfuerzo desgasta nuestro cuerpo y nuestro espíritu. No hay otra forma de vivir. Este cansancio lo hemos de aceptar como “compañero de nuestro camino”.
Pero hay otros cansancios negativos y destructores que tienen su raíz más honda en un estilo equivocado de vivir. Así, quien vive cogido por el activismo y la ocupación permanente, sin alimentarse nunca por dentro, tarde o temprano cae en un cansancio inevitable.
No hemos de olvidar, por otra parte, que la incoherencia interior, el engaño permanente o el vivir sin satisfacer las verdaderas aspiraciones del ser humano, llega a engendrar en la persona hastío y decepción.
El cansancio puede invadir entonces las zonas más profundas de nuestro ser vaciando nuestra vida de toda ilusión creadora, apagando el amor en la pareja o debilitando de raíz la misma fe religiosa.
¿Qué hacer para no dejarnos arrastrar por el desaliento y la pereza total? ¿Dónde encontrar fuerzas y recursos para liberarnos de ese cansancio que puede arruinar nuestra vida entera?
Es necesario, sin duda, adoptar una actitud de sano realismo y de paciencia para aceptar nuestras limitaciones y desgastes sin ceder al desaliento. Es importante también no caer en el aislamiento sino saber pedir una mano a quien nos puede aliviar y estimular de nuevo.
Pero, cuando el cansancio ha tocado nuestras raíces, es necesario antes que nada, una renovación de nuestro espíritu, una transformación interior.
Según el Bautista, lo propio de Cristo es precisamente su capacidad para “bautizar con Espíritu Santo” es decir, con ese Espíritu creador de Dios que puede despertar nuestras almas cansadas, liberarnos del pecado convertido en costumbre y comunicarnos nueva vitalidad.
Por eso, tal vez, la oración más apropiada en las horas bajas del cansancio sea esa invocación humilde y confiada: “Ven Espíritu Santo e infunde en mí la fuerza de tu amor”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
10 de enero de 1988

MEDIOCRIDAD ESPIRITUAL

El os bautizará con Espíritu Santo.

Son muchos los problemas que parecen preocupar a la Iglesia al acercarse al siglo XXI.
Si uno se asoma a la producción teológica y pastoral del momento o sigue de cerca cualquier revista de información eclesiástica, podría tener la impresión de que casi todo es problemático o preocupante.
Sin embargo, hace unos años, K Rahner se atrevía a señalar, por encima de otras cuestiones y problemas más secundarios, como primer problema y el más urgente, el de la “mediocridad espiritual”.
Según el gran teólogo alemán, el verdadero problema de la Iglesia contemporánea es ese “seguir tirando con una resignación y un tedio cada vez mayores por los carriles habituales de una mediocridad espiritual».
De poco sirve reforzar las instituciones, salvaguardar los ritos, custodiar la ortodoxia o imaginar nuevos proyectos evangelizadores, si falta en la vida de los creyentes una experiencia viva de Dios.
Si la Iglesia quiere ser fiel a sí misma y no asfixiarse en sus propios problemas, si quiere aportar algo original y salvador al hombre contemporáneo, tiene que redescubrir una y otra vez que sólo en Dios está su verdadera fuerza.
Sé lo peligroso que es hablar de Dios de cualquier manera. Sé que se ha abusado ya demasiado de esta palabra. Sé que todo puede ser una vez más mal entendido. Pero, a pesar de todo, hay que seguir recordando que la Iglesia se ha de ocupar ante todo y sobre todo de Dios.
La Iglesia habla mucho y se preocupa de muchas cosas importantes. Pero, ¿dónde y cuándo escucha a Dios? ¿Dónde y cuándo se coloca humilde y sinceramente ante su único Señor?
Los creyentes hablamos de Dios. Pero, ¿buscamos al que está detrás de esa palabra? ¿Hablamos alguna vez desde la propia experiencia? ¿Gozamos y padecemos la presencia de Dios en nuestras vidas?
Nos hemos acostumbrado a decir que creemos en Dios sin que nada “decisivo» suceda en nosotros. Incluso el “tener fe” parece dispensarles a algunos de buscar y anhelar el rostro de Dios.
Reconocer nuestra mediocridad espiritual no transforma nuestras vidas pero puede ayudarnos a vislumbrar hasta qué punto necesitamos “ser bautizados con Espíritu Santo “según la terminología del Bautista.
Tal vez ésa es la primera tarea de la Iglesia hoy. Redescubrir y acoger en sí misma la fuerza viva del Espíritu de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
13 de enero de 1985

PASAR DE DIOS

Os bautizará con Espíritu Santo.

A nuestra vida, para ser humana, le falta una dimensión esencial: la interioridad. Se nos obliga a vivir con rapidez, sin detenernos en nada ni en nadie, y la felicidad no tiene tiempo para penetrar hasta nuestra alma.
Pasamos rápidamente por todo y nos quedamos casi siempre en la superficie. Se nos está olvidando escuchar y mirar la vida con un poco de hondura y profundidad.
El silencio nos podría curar, pero ya no somos capaces de encontrarlo en medio de nuestras mil ocupaciones. Cada vez hay menos espacio para el espíritu en nuestra vida diaria. Por otra parte, ¿quién se atreve a ocuparse de cosas tan sospechosas como la vida interior, la meditación o la búsqueda de Dios?
Privados de vida interior, sobrevivimos cerrando los ojos, olvidando nuestra alma, revistiéndonos de capas y más capas de proyectos, ocupaciones, ilusiones y planes. Nos hemos adaptado ya y hasta hemos aprendido a vivir «como cosas en medio de cosas» (J. Onimus).
Pero, lo triste es observar que, con demasiada frecuencia, tampoco la religión es capaz de dar calor y vida interior a las personas. En un mundo que ha apostado por «lo exterior», Dios queda como un objeto demasiado lejano y, a decir verdad, de poco interés para la vida diaria.
Por ello, no es extraño ver que muchos hombres y mujeres «pasan de Dios», lo ignoran, no saben de qué se trata, han conseguido vivir sin tener necesidad de El. Quizás existe, pero lo cierto es que no les «sirve» para nada útil.
Los evangelistas presentan a Jesús como el que viene a «bautizar con Espíritu Santo», es decir, como alguien que puede limpiar nuestra existencia y sanarla con la fuerza del Espíritu. Y, quizás, la primera tarea de la Iglesia actual sea, precisamente, la de ofrecer ese «Bautismo de Espíritu Santo» al hombre de hoy.
Necesitamos ese Espíritu que nos enseñe a pasar de lo puramente exterior a lo que hay de más íntimo en el hombre, en el mundo y en la vida. Un Espíritu que nos enseñe a acoger a ese Dios que habita en el interior de nuestras vidas y en el centro de nuestra existencia.
No basta que el Evangelio sea predicado con palabras. Nuestros oídos están demasiado acostumbrados y no escuchan ya el mensaje de las palabras. Sólo nos puede convencer la experiencia real, viva, concreta de una alegría interior nueva y diferente.
Hombres y mujeres, convertidos en paquetes de nervios excitados, seres movidos por una agitación exterior y vacía, cansados ya de casi todo y sin apenas alegría interior alguna, ¿podemos hacer algo mejor que detener un poco nuestra vida, invocar humildemente a un Dios en el que todavía creemos y abrirnos confiadamente al Espíritu que puede transformar nuestra existencia?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
10 de enero de 1982

RENOVAR EL BAUTISMO

Llegó desde Nazaret a que Juan lo bautizara.

El bautismo en el Jordán es uno de los hechos mejor atestiguados en la vida de Jesús. Sin duda, Jesús ha querido solidarizarse con el movimiento de conversión suscitado en el pueblo por Juan el Bautista.
El episodio ha sido posteriormente reelaborado por los evangelistas, que convierten el acontecimiento en una presentación teológica de Jesús.
Los cielos, cerrados durante largo tiempo, vuelven a abrirse. El Espíritu de Yahvé interviene de nuevo en la historia. Se escucha de nuevo la palabra de Dios. El Hijo amado está ya entre los hombres. Llega la esperada salvación.
Nada nos impide pensar que en el origen de este relato teológico se encuentra, con toda probabilidad, la experiencia vivida por Jesús de sentirse habitado por el Espíritu de Dios y enviado a inaugurar el tiempo de salvación.
Más tarde, los cristianos conservarán esta práctica bautismal para significar su adhesión al evangelio, su apertura al Espíritu de Jesús, y su entrada en la comunidad creyente.
Naturalmente, el Bautismo era, normalmente, la culminación de todo un proceso de conversión, y venía a expresar, de manera viva, la aceptación consciente y responsable de la fe.
Hoy no es así. Nosotros hemos sido bautizados a los pocos días de nuestro nacimiento, sin posibilidad alguna de que el Bautismo fuera un gesto personal nacido de nuestra propia decisión.
Esta práctica del Bautismo de los niños se introdujo muy pronto en las comunidades cristianas y, sin duda, tiene un hondo significado en la familia creyente que desea ver a su hijo integrado en la comunidad cristiana.
Sin embargo, y por legítima que sea esta costumbre multisecular, es evidente que implica graves riesgos si no adoptamos una postura responsable.
El bautismo de los niños no puede ser entendido como culminación de un proceso de conversión. Tendrá sentido si se lo considera como el inicio de una vida que deberá ser ratificada más tarde. El nacimiento que está pidiendo un crecimiento ulterior en la fe.
El Bautismo que recibimos de niños está exigiendo de nosotros los adultos, una confirmación en la fe, una ratificación personal. Sin ella, nuestro Bautismo queda incompleto, como signo vacío de su contenido total, como llamada sin eco ni respuesta verdadera.

José Antonio Pagola

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