martes, 30 de marzo de 2010

03/04/2010 - Domingo de Resurrección – Vigilia (C)

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Para ver el Domingo de Pascua (04-04-2010)

3 de abril de 2010

Domingo de Resurrección – Vigilia (C)

Lucas 24, 1 – 12

Evangelio

El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando las aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y, entrando, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No esta aquí. Ha resucitado. Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea: "El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar.""
Recordaron sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los once y a los demás.
María Magdalena, Juana y María, la de Santiago, y sus compañeras contaban esto a los apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron.
Pedro se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose, vio sólo las vendas por el suelo. Y se volvió admirándose de lo sucedido.

Homilia

7 de abril de 2007

NO ESTÁ ENTRE LOS MUERTOS

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado». Según Lucas, éste es el mensaje que escuchan las mujeres en el sepulcro de Jesús. Sin duda, el mensaje que hemos de escuchar también hoy sus seguidores. ¿Por qué buscamos a Jesús en el mundo de la muerte? ¿Por qué cometemos siempre el mismo error?
¿Por qué buscamos a Jesús en tradiciones muertas, en fórmulas anacrónicas o en citas gastadas? ¿Cómo nos encontraremos con él, si no alimentamos el contacto vivo con su persona, si no captamos bien su intención de fondo y nos identificamos con su proyecto de una vida más digna y justa para todos?
¿Cómo nos encontraremos con «el que vive», ahogando entre nosotros la vida, apagando la creatividad, alimentando el pasado, autocensurando nuestra fuerza evangelizadora, suprimiendo la alegría entre los seguidores de Jesús?
¿Cómo vamos a acoger su saludo de «Paz a vosotros», si vivimos descalificándonos unos a otros? ¿Cómo vamos a sentir la alegría del resucitado, si estamos introduciendo miedo en la Iglesia? Y, ¿cómo nos vamos a liberar de tantos miedos, si nuestro miedo principal es encontrarnos con el Jesús vivo y concreto que nos transmiten los evangelios?
¿Cómo contagiaremos fe en Jesús vivo, si no sentimos nunca «arder nuestro corazón», como los discípulos de Emaús? ¿Cómo le seguiremos de cerca, si hemos olvidado la experiencia de reconocerlo vivo en medio de nosotros, cuando nos reunimos en su nombre?
¿Dónde lo vamos a encontrar hoy, en este mundo injusto e insensible al sufrimiento ajeno, si no lo queremos ver en los pequeños, los humillados y crucificados? ¿Dónde vamos a escuchar su llamada, si nos tapamos los oídos para no oír los gritos de los que sufren cerca o lejos de nosotros?
Cuando María Magdalena y sus compañeras contaron a los apóstoles el mensaje que habían escuchado en el sepulcro, ellos «no las creyeron». Éste es también hoy nuestro riesgo: no escuchar a quienes siguen a un Jesús vivo.


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