El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
5º domingo Tiempo ordinario (A)
EVANGELIO
Vosotros
sois la luz del mundo.
+
Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 13-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si
la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la
pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede
ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla
debajo del candelero, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos
los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para
que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el
cielo. »
Palabra de Dios.
HOMILIA
2016-2017 -
Fecha
SALIR A
LAS PERIFERIAS
Jesús da a conocer con dos
imágenes audaces y sorprendentes lo que piensa y espera de sus seguidores. No
han de vivir pensando siempre en sus propios intereses, su prestigio o su
poder. Aunque son un grupo pequeño en medio del vasto Imperio de Roma, han de
ser la “sal” que necesita la tierra y la “luz” que le hace falta al mundo.
“Vosotros sois la sal de la
tierra”. Las gentes sencillas de Galilea captan espontáneamente el lenguaje de
Jesús. Todo el mundo sabe que la sal sirve, sobre todo, para dar sabor a la
comida y para preservar los alimentos de la corrupción. Del mismo modo, los
discípulos de Jesús han de contribuir a que las gentes saboreen la vida sin
caer en la corrupción.
“Vosotros sois la luz del mundo”.
Sin la luz del sol, el mundo se queda a oscuras y no podemos orientarnos ni
disfrutar de la vida en medio de las tinieblas. Los discípulos de Jesús pueden
aportar la luz que necesitamos para orientarnos, ahondar en el sentido último
de la existencia y caminar con esperanza.
Las dos metáforas coinciden en
algo muy importante. Si permanece aislada en un recipiente, la sal no sirve
para nada. Solo cuando entra en contacto con los alimentos y se disuelve con la
comida, puede dar sabor a lo que comemos. Lo mismo sucede con la luz. Si
permanece encerrada y oculta, no puede alumbrar a nadie. Solo cuando está en
medio de las tinieblas puede iluminar y orientar. Una Iglesia aislada del mundo
no puede ser ni sal ni luz.
El Papa Francisco ha visto que la
Iglesia vive hoy encerrada en sí misma, paralizada por los miedos, y demasiado
alejada de los problemas y sufrimientos como para dar sabor a la vida moderna y
para ofrecerle la luz genuina del Evangelio. Su reacción ha sido inmediata:
“Hemos de salir hacia las periferias”.
El Papa insiste una y otra vez:
“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que
una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las propias
seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termina
clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”.
La llamada de Francisco está
dirigida a todos los cristianos: “No podemos quedarnos tranquilos en espera
pasiva en nuestros templos”. “El Evangelios nos invita siempre a correr el
riesgo del encuentro con el rostro del otro”. El Papa quiere introducir en la
Iglesia lo que él llama “la cultura del encuentro”. Está convencido de que “lo
que necesita hoy la iglesia es capacidad de curar heridas y dar calor a los
corazones”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 –
9 de febrero de 2014
SALIR A
LAS PERIFERIAS
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 – JESÚS ES PARA TODOS
6 de febrero de 2011
SAL Y LUZ
Si los discípulos viven las
bienaventuranzas, su vida tendrá una proyección social. Es Jesús mismo quien se
lo dice empleando dos metáforas inolvidables. Aunque parecen un grupo
insignificante en medio de aquel poderoso imperio controlado por Roma, serán «sal de la tierra» y «luz del
mundo».
¿No es una pretensión ridícula? Jesús
les explica cómo será posible. La sal no parece gran cosa, pero comienza a
producir sus efectos, precisamente, cuando se mezcla con los alimentos y parece
que ha desaparecido. Lo mismo sucede cuando se enciende una luz: sólo puede
iluminar cuando la ponemos en medio de las tinieblas.
Jesús no está pensando en una
Iglesia separada del mundo, escondida tras sus ritos y doctrinas, encerrada en
sí misma y en sus problemas. Jesús quiere introducir en la historia humana un
grupo de seguidores, capaces de transformar la vida viviendo las
bienaventuranzas.
Todos sabemos para qué sirve la
sal. Por una parte, no deja que los alimentos se corrompan. Por otra, les da
sabor y permite que los podamos saborear mejor. Los alimentos son buenos, pero
se pueden corromper; tienen sabor, pero nos pueden resultar insípidos. Es
necesaria la sal.
El mundo no es malo, pero lo
podemos echar a perder. La vida tiene sabor, pero nos puede resultar insulsa y
desabrida. Una Iglesia que vive las bienaventuranzas contribuye a que la sociedad
no se corrompa y deshumanice más. Unos discípulos de Jesús que viven su
evangelio ayudan a descubrir el verdadero sentido de la vida.
Hay un problema y Jesús se lo
advierte a sus seguidores. Si la sal se
vuelve sosa, ya no sirve para nada. Si los discípulos pierden su identidad
evangélica, ya no producen los efectos queridos por Jesús. El cristianismo se
echa a perder. La Iglesia queda anulada. Los cristianos están de sobra en la
sociedad.
Lo mismo sucede con la luz. Todos
sabemos que sirve para dar claridad. Los discípulos iluminan el sentido más
hondo de la vida, si la gente puede ver en ellos «las obras» de las bienaventuranzas. Por eso, no han de
esconderse. Tampoco han de actuar para ser vistos. Con su vida han de aportar
claridad para que en la sociedad se pueda descubrir el verdadero rostro del
Padre del cielo.
No nos está permitido servirnos
de la Iglesia para satisfacer nuestros gustos y preferencias. Jesús la ha
querido para ser sal y luz. Evangelizar no es combatir la secularización moderna
con estrategias mundanas. Menos aún hacer de la Iglesia una
"contra-sociedad". Sólo una Iglesia que vive el Evangelio puede
responder al deseo original de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 -
SI LA SAL
SE VUELVE SOSA
Sois la
sal de la tierra.
Pocos escritos pueden sacudir hoy
el corazón de los creyentes con tanta fuerza como el pequeño libro de Paul
Evdokimov, El amor loco de Dios. Con
fe ardiente y palabras de fuego, el teólogo de San Petersburgo, pone al
descubierto nuestro cristianismo rutinario y satisfecho.
Así ve P. Evdokimov el momento
actual: «Los cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el
evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido neutralizante. Se
amortigua todo lo que impresiona, supera o invierte. Convertida así en algo
inofensivo, esta religión aplanada, prudente y razonable, el hombre no puede
sino vomitarla». ¿De dónde procede este cristianismo inoperante y amortiguado?
Las críticas del teólogo ortodoxo
no se detienen en cuestiones secundarias, sino que apuntan a lo esencial. La
Iglesia aparece a sus ojos, no como «un organismo vivo de la presencia real de
Cristo», sino como una organización estática y «un lugar de autonutrición». Los
cristianos no tienen sentido de la misión, y la fe cristiana «ha perdido
extrañamente su cualidad de fermento». El evangelio vivido por los cristianos
de hoy «no encuentra más que la total indiferencia».
Según Evdokimov, los cristianos
han perdido contacto con el Dios vivo de Jesucristo y se pierden en disquisiciones
doctrinales. Se confunde la verdad de Dios con las fórmulas dogmáticas que, en
realidad, sólo son «iconos» que invitan a abrimos al Misterio santo de Dios. El
cristianismo se desplaza hacia lo exterior y periférico, cuando Dios habita en
lo profundo.
Se busca entonces un cristianismo
rebajado y cómodo. Como decía Marcel More, «los cristianos han encontrado la
manera de sentarse, no sabemos cómo, de forma confortable en la cruz». Se
olvida que el cristianismo «no es una doctrina, sino una vida, una encamación».
Y cuando en la Iglesia ya no brilla la vida de Jesús, apenas se constata
diferencia alguna con el mundo. La Iglesia «se convierte en espejo fiel del
mundo» al que ella reconoce como «came de su carne».
Muchos reaccionarán, sin duda,
poniendo matices y reparos a una denuncia tan contundente, pero es difícil no
reconocer el fondo de verdad hacia el que apunta Evdokimov: en la Iglesia falta
santidad, fe viva, contacto con Dios. Faltan santos que escandalicen porque
encaman «el amor loco de Dios», faltan testigos vivos del evangelio de
Jesucristo.
Las páginas ardientes del teólogo
ruso no hacen sino recordar las de Jesús: «Vosotros
sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
6 de febrero de 2005
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
10 de febrero de 2002
SIN LA
CONCIENCIA TRANQUILA
Si la sal
se vuelve sosa.
No hace falta ser experto en
economía mundial para saber que, cada año que pasa, hay más pobres que son cada
vez más pobres. En la actualidad se produce en el mundo un diez por ciento más
de los alimentos que necesitamos para vivir y, sin embargo, mueren de hambre
35.000 niños cada día y otros tantos adultos desnutridos. Es decir, la economía
mundial está hoy organizada por las naciones progresistas de tal manera que,
cada veinticuatro horas, produce unos 70.000 muertos. Jamás ha habido una
guerra que se haya acercado, ni de lejos, a tal crueldad.
Las preguntas que nos podemos
hacer son graves; ¿puede tener futuro un mundo así?, ¿puede vivir tranquila la
Iglesia de Jesús en medio de una «organización» mundial que produce tanta
muerte y tanto sufrimiento? Si la Iglesia dice que representa en el mundo a
Jesús y su evangelio, ¿cómo tiene que reaccionar?, ¿qué tiene que hacer?, ¿qué
está haciendo?
En la Iglesia ha habido y hay
muchas personas, grupos e instituciones que viven entregados a luchar por la
vida y dignidad de los pobres; nunca les agradeceremos lo suficiente el
testimonio que nos dan a todos. En la Iglesia hay un magisterio social valiente
y progresista, que defiende los derechos y la dignidad de los pobres, reclama
reformas profundas y audaces, y denuncia los atropellos contra los países más
débiles e indefensos.
Todo esto es así y, sin embargo,
no podemos vivir con la conciencia tranquila. Los pobres fueron para Jesús los
preferidos, los más importantes, los primeros, ¿qué son para nosotros hoy?
¿Influyen algo en nuestra manera de entender a Dios, de interpretar el
Evangelio, de configurar nuestra vida cristiana? Todos los domingos, millones
de cristianos se reúnen en el mundo entero para celebrar la cena del Señor,
¿por qué esa eucaristía no desencadena una solidaridad más audaz hacia el mundo
pobre?
Sería un error olvidar la grave
advertencia de Jesús a sus discípulos: «Vosotros
sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente» ¿Nos puede
suceder hoy algo de esto?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
7 de febrero de 1999
¿DÓNDE
ESTÁ LA SAL?
Vosotros
sois la sal de la tierra.
Con una pincelada no exenta de
cierto humor, Jesús tuvo la «ocurrencia» de definir a sus seguidores con un
rasgo al que los cristianos hemos prestado probablemente poca atención. Jesús
ve a sus discípulos como hombres y mujeres que deben ser «sal de la tierra».
Gentes que pongan sal en la vida. «Vosotros
sois la sal de la tierra. Pero, si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?»
Los especialistas han ahondado en
los diversos aspectos del simbolismo religioso de la sal, muy extendido en el
mundo antiguo. La sal aparece como imagen de lo que purifica, lo que da sabor,
lo que conserva y da vida a los alimentos que sostienen al hombre.
Probablemente las gentes sencillas que escuchaban a Jesús captaban en toda su
frescura el simbolismo encerrado en la sal, y entendían que el Evangelio puede
poner en la vida del hombre un sabor y una «gracia» desconocidas.
Harvey Cox ha dicho que el hombre
occidental «ha ganado todo el mundo y ha
perdido su alma. Ha comprado la prosperidad al precio de un vertiginoso
empobrecimiento de sus elementos vitales». El tedio, el aburrimiento, el
sinsentido de la vida parecen amenazar a muchos.
Las raíces de este fenómeno son,
sin duda, complejas. Parece que la sociedad industrial nos ha hecho más
laboriosos, metódicos y organizados, pero también menos festivos, lúdicos e
imaginativos. Los análisis de los observadores nos hablan de que el talante
festivo, la ternura, la fantasía, la creatividad, el gozo del juego y del
compartir «se hallan en estado lamentable».
Y aunque en estos momentos somos
testigos de un renacer de estos valores, parece como que los hombres buscamos
angustiosa y obsesivamente pasarlo bien, sin que encontremos una verdadera
fuente de vida en nosotros mismos. Quizá hemos caído en «una anemia de vida interior», que nos impide experimentar y vivir
la vida de cada momento de una manera más intensa, gozosa y fecunda.
¿Dónde está la sal de los
creyentes? ¿Dónde hay creyentes capaces de contagiar su entusiasmo a los demás?
¿No se nos ha vuelto sosa la fe? Necesitamos redescubrir que la fe es sal que
se puede saborear y nos puede hacer vivir de una manera nueva todo: la
convivencia y la soledad, la alegría y la tristeza, el trabajo y la fiesta.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
4 de febrero de 1996
SAL SOSA
Si la sal
se vuelve sosa...
Pocos escritos pueden sacudir hoy
el corazón de los creyentes con tanta fuerza como el pequeño libro de Paul Evdokimov, «El amor loco de Dios» (Ed. Narcea, 1990). Con fe ardiente y
palabras de fuego, el teólogo de San Petersburgo, pone al descubierto nuestro cristianismo
rutinario y satisfecho.
Así ve P Evdokimov el momento actual: «Los cristianos han hecho todo lo
posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un
líquido neutralizante. Todo lo que impresiona, supera e invierte se amortigua.
Convertida en algo inofensivo, la religión está aplanada, prudente y razonable,
el hombre la vomita.» ¿De dónde procede este cristianismo inoperante y
amortiguado?
Las críticas del teólogo ortodoxo
no se detienen en cuestiones secundarias, sino que apuntan a lo esencial. La
Iglesia aparece a sus ojos, no como «un organismo vivo de la presencia real de
Cristo», sino como una organización estática y «un lugar de autonutrición». Los
cristianos no tienen sentido de la misión, y la fe cristiana «ha perdido
extrañamente su cualidad de fermento». El evangelio vivido por los cristianos
de hoy «no encuentra más que la total indiferencia».
Según Evdokimov, los cristianos han perdido contacto con el Dios vivo de
Jesucristo y se pierden en disquisiciones doctrinales. Se confunde la verdad de
Dios con las fórmulas dogmáticas que, en realidad, sólo son «iconos» que nos
invitan a abrirnos al Misterio santo de Dios. El cristianismo se desplaza hacia
lo exterior y periférico cuando Dios habita en lo profundo.
Se busca entonces un cristianismo
rebajado y cómodo. Como decía Marcel Moré, «los cristianos han encontrado la
manera de sentarse, no sabemos cómo, de forma confortable en la cruz». Se
olvida que el cristianismo «no es una doctrina, sino una vida, una encarnación».
Y cuando en la Iglesia ya no brilla la vida de Dios, apenas se constata
diferencia alguna con el mundo. La Iglesia «se convierte en espejo fiel del
mundo» al que ella reconoce como «carne de su carne».
Muchos reaccionarán, sin duda,
poniendo matices y reparos a una denuncia tan contundente, pero es difícil no
reconocer el fondo de verdad hacia el que apunta Evdokimov: en la Iglesia falta santidad, fe viva, contacto con
Dios. Faltan santos que escandalicen porque encarnan «el amor loco de Dios»,
faltan testigos vivos del evangelio de Jesucristo.
Las páginas ardientes del teólogo
ruso no hacen sino recordar las de Jesús: «Vosotros
sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
7 de febrero de 1993
LA VIDA
COMO RAPIÑA
Vosotros
sois la sal de la tierra.
Un día sí y otro también, saltan
a los medios de comunicación nuevos casos de corrupción y fraudes escandalosos.
No son hechos que han brotado de pronto entre nosotros, sino el resultado
lamentable de una contradicción que ha acompañado la gestación de la moderna
sociedad democrática desde sus orígenes.
Por una parte, la filosofía
democrática proclama y postula libertad e igualdad para todos. Pero, por otra,
un pragmatismo económico salvaje, orientado hacia el logro del máximo
beneficio, segrega en el interior de esa misma sociedad democrática desigualdad
y explotación de los más débiles.
Este es el principal caldo de
cultivo de la corrupción actual. Como decía recientemente el escritor italiano Claudio Magris, «vivimos la vida como
una rapiña». Seguimos defendiendo los valores democráticos de libertad,
igualdad y solidaridad para todos, pero lo que importa es ganar dinero como
sea. El «todo vale» con tal de obtener beneficios, va corrompiendo las
conductas, viciando las instituciones y vaciando de contenido nuestras solemnes
proclamas.
Se confunde el progreso con el
bienestar creciente de los afortunados. La actividad económica, sustentada por
un espíritu de lucro salvaje, termina por olvidar que su meta es elevar el
nivel humano de todos los ciudadanos. Los políticos, por su parte, parecen
ignorar que esos desarraigados que producen «inseguridad ciudadana» no son
fruto de una situación heredada, sino algo que estamos generando ahora mismo
dentro de nuestro sistema.
Todo se sacrifica al «dios>’
del interés económico: el derecho de todo hombre al trabajo y a una vida digna,
la transparencia y honestidad en la función pública, la verdad de la
información, el nivel cultural y educativo de la TV.
¿Hay alguna «sal» capaz de
preservarnos de tanta corrupción? Se pide investigación y aplicación rigurosa
de la justicia. Se piensa en nuevas medidas sociales y políticas. Pero se echa
en falta un nuevo tipo de personas capaces de sanear esta sociedad
introduciendo en ella honestidad. Hombres y mujeres que no se dejen corromper
ni por la ambición del dinero ni por el atractivo del éxito fácil.
«Vosotros
sois la sal de la tierra», estas palabras dirigidas por Jesús a los
que creen en El, tienen contenidos muy concretos hoy. Son un llamamiento a
mantenernos libres frente a la idolatría del dinero, y frente al «progreso»
cuando éste esclaviza, corrompe y produce marginación. Una llamada a
desarrollar la solidaridad responsable frente a tantos corporativismos
interesados. Una invitación a introducir misericordia en una sociedad
despiadada que parece reprimir cada vez más «la civilización del corazón».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
4 de febrero de 1990
EL CORAJE
DE NO SER PERFECTOS
Si la sal se vuelve sosa.
Los seres humanos tendemos a
aparecer ante los demás como más inteligentes, más buenos, más nobles de lo que
realmente somos. Nos pasamos la vida tratando de ocultar nuestros defectos para
aparentar ante los demás y ante nosotros mismos una perfección que no poseemos.
Los psicólogos dicen que esta
tendencia se debe, sobre todo, al deseo de afirmarnos ante nosotros mismos y
ante los otros para defendernos así de su posible superioridad.
Nos falta la verdad de «las
buenas obras» y llenamos nuestra vida de palabrería y de toda clase de
disquisiciones.
No somos capaces de dar al hijo
un ejemplo de vida digna, y nos pasamos los días adoctrinándolo y exigiéndole
lo que nosotros no vivimos.
No somos coherentes con nuestra
fe cristiana, y tratamos de justificarnos criticando a quienes han abandonado
la práctica religiosa. No somos testigos del evangelio, y nos dedicamos a
predicarlo a otros.
Tal vez, hayamos de comenzar por
reconocer pacientemente nuestras limitaciones e incoherencias, para poder
presentar a los demás sólo la verdad de nuestra vida.
Si tenemos el coraje de aceptar
nuestra mediocridad, nos abriremos más fácilmente a la acción de ese Dios que
puede transformar todavía nuestra vida.
Jesús habla del peligro de que
«la sal se vuelva sosa». San Juan de la Cruz lo dice de otra manera:
«Dios os libre que se comience a envanecer la sal, que aunque más parezca que
hace algo por fuera, en substancia no será nada, cuando está cierto que las
buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios».
Para ser «sal de la tierra», lo
importante no es el activismo, la agitación, el protagonismo superficial, sino
«las buenas obras» que nacen del amor a ese Dios que actúa en nosotros.
Con qué atención deberíamos
escuchar hoy en el interior de la Iglesia estas palabras del mismo Juan de
la Cruz: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos y piensan ceñir el
mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a
la Iglesia y mucho más agradarían a Dios... si gastasen siquiera la mitad de
ese tiempo en estarse con Dios en oración».
De lo contrario, según el místico
doctor, «todo es martillear y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a
veces daño». En medio de tanta actividad y agitación, ¿dónde están nuestras
«buenas obras»? Jesús decía a sus
discípulos: «Alumbre vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas
obras y den gloria al Padre.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
8 de febrero de 1987
EL DIA DE
LA ASAMBLEA
Sois la
luz del mundo.
El domingo es el día de la
asamblea cristiana. No es posible vivir toda la hondura del domingo cristiano
de manera privada e individual y encerrados en grupos particulares. Es el día
de la comunidad.
Durante la semana vivimos
dispersados cada uno en sus trabajos, ocupaciones y problemas. Pero el domingo
lo dejamos todo para encontrarnos, reunirnos y formar juntos la Iglesia que celebra
a Jesucristo.
En su apología nos describe ya San Justino con todo detalle las
reuniones cristianas que se celebraban a mediados del siglo II: “El día que se
llamaba del sol todos los que viven en las ciudades y los campos se reúnen en
un mismo lugar». Esta asamblea dominical es lo que permite a la Iglesia hacerse
visible semana tras semana en medio de la sociedad.
Naturalmente, no todos pensamos
de la misma manera ni compartimos las mismas ideas o posiciones políticas, pero
el domingo nos reunimos todos juntos porque, por encima de cualquier
diferencia, todos hemos recibido un mismo bautismo y compartimos una misma fe.
Congregados alrededor de un mismo
altar, recitamos juntos el credo, invocamos al mismo Padre, nos alimentamos del
mismo pan y nos damos el abrazo de paz.
A lo largo de la semana
escuchamos muchas voces diferentes y muchas palabras. Informaciones de toda
clase, opiniones, propagandas e imágenes invaden nuestra vida. El domingo, por
fin, nos detenemos para escuchar ese Evangelio que puede alimentarnos durante
la semana siguiente.
Por eso estas reuniones
dominicales no deberían ser un conglomerado de cristianos que vienen cada uno a
cumplir sus deberes religiosos, sino una verdadera asamblea creyente donde
semanalmente la comunidad se renueva y crece.
Más de uno dirá que la comunidad
parroquial a la que pertenece no le ayuda a crecer en la fe o que aquella
celebración no responde a sus necesidades religiosas. Pero sería una
equivocación pretender escoger a los miembros de la comunidad cristiana como se
escoge a los amigos o se seleccionan las relaciones.
En esas reuniones cristianas, por
muy pobres y modestas que sean, se cumple la promesa de Jesús: “Donde están
reunidos dos o tres en mi nombre, allí estoy en medio de ellos».
Si al escuchar la mañana del
domingo la llamada de las campanas que nos invitan a la reunión cristiana, a la
oración y la alegría, la dejáramos resonar en nuestro interior, el domingo
tendría para nosotros otro color.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
5 de febrero de 1984
DAR SABOR
A LA VIDA
Vosotros
sois la sal de la tierra...
Quizás una de las tareas más
urgentes de la Iglesia de hoy sea el conseguir que la fe llegue a los hombres
como «buena noticia».
Con frecuencia, entendemos la
evangelización como una tarea casi exclusivamente doctrinal. Evangelizar sería
llevar la doctrina de Jesucristo a aquellos que todavía no la conocen o la
conocen insuficientemente.
Entonces nos preocupamos de
asegurar la enseñanza religiosa y la propagación del cristianismo frente a
otras ideologías y corrientes de opinión. Buscamos hombres y mujeres bien
formados, que conozcan perfectamente el mensaje cristiano y lo transmitan de
manera correcta. Tratamos de mejorar nuestras técnicas y organización pastoral.
Naturalmente, todo esto es muy
importante, pues la evangelizan implica el anunciar el mensaje de Jesucristo.
Pero no es esto lo único ni lo más decisivo.
Evangelizar no significa
solamente anunciar verbalmente una doctrina, sino hacer presente en la vida de
un pueblo, la fuerza humanizadora, liberadora y salvadora que se encierra en el
acontecimiento y la persona de Jesucristo.
Entendida así la evangelización,
lo más importante no es contar con medios poderosos y eficaces de propaganda
religiosa sino saber actuar con el estilo liberador de Jesús y poner una
energía salvadora entre los hombres.
Lo decisivo no es tener hombres y
mujeres bien formados doctrinalmente sino poder ofrecer testigos vivientes del
evangelio. Creyentes en cuya vida se pueda ver la fuerza humanizadora y
salvadora que encierra el evangelio cuando es acogido con convicción y de
manera responsable.
Los cristianos hemos confundido
demasiado ligeramente la evangelización con el hecho de querer que se acepte
socialmente «nuestro cristianismo».
Por eso, las palabras de Jesús
que nos urgen a ser «sal de la tierra» y «luz del mundo» nos obligan a hacernos
preguntas muy graves.
¿Somos los creyentes una «buena
noticia» para alguien? Lo que se vive en nuestras comunidades cristianas, lo que
se observa entre los creyentes, ¿es «buena noticia» para la gente de hoy? ¿Para
quiénes?
¿ Ponemos los cristianos en la
actual sociedad algo que dé sabor a la vida, algo que purifique, sane y libere
a los hombres de la descomposición espiritual, de la violencia enquistada en
nuestro pueblo, del egoísmo brutal e insolidario?
¿Vivimos algo que pueda iluminar
a las gentes en estos tiempos de incertidumbre y ofrecer una esperanza y un
horizonte nuevo a quien busca salvación?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
8 de febrero de 1981
SAL DE LA
TIERRA
Vosotros
sois la sal de la tierra.
Con una pincelada no exenta de
cierto humor, Jesús tuvo la «ocurrencia» de definir a sus seguidores con un
rasgo al que los cristianos hemos prestado probablemente poca atención.
Jesús ve a sus discípulos como
hombres y mujeres que deben ser «sal de la tierra». Gentes que pongan sal en la
vida. «Vosotros sois la sal de la tierra.
Pero, si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?».
Los especialistas han ahondado en
los diversos aspectos del simbolismo religioso de la sal, muy extendido en el
mundo antiguo. La sal aparece como imagen de lo que purifica, lo que da sabor,
lo que conserva y da vida a los alimentos que sostienen al hombre.
Probablemente las gentes
sencillas que escuchaban a Jesús captaban en toda su frescura el simbolismo
encerrado en la sal, y entendían que el evangelio puede poner en la vida del
hombre un sabor y una «gracia» desconocidas.
Harvey
Cox ha dicho que el hombre occidental «ha ganado todo el mundo y ha
perdido su alma. Ha comprado la prosperidad al precio de un vertiginoso
empobrecimiento de sus elementos vitales». El tedio, el aburrimiento, el sin
sentido de la vida parecen amenazar a muchos.
Las raíces de este fenómeno son,
sin duda, complejas. Parece que la sociedad industrial nos ha hecho más
laboriosos, metódicos y organizados, pero también menos festivos, lúdicos e
imaginativos.
Los análisis de los observadores
nos hablan de que el talante festivo, la ternura, la fantasía, la creatividad,
el gozo del juego y del compartir «se hallan en estado lamentable».
Y aunque en estos momentos somos
testigos de un renacer de estos valores, parece como que los hombres buscamos
angustiosa y obsesivamente pasarlo bien, sin que encontremos una verdadera
fuente de vida en nosotros mismos.
Quizá hemos caído en una anemia de vida interior, que nos
impide experimentar y vivir la vida de cada momento de una manera más intensa,
rica, gozosa y fecunda.
¿Dónde está la sal de los creyentes?
¿Dónde hay creyentes capaces de contagiar su entusiasmo a los demás? ¿No se nos
ha vuelto sosa la fe?
Quizás una de nuestras primeras
tareas sea la de volver a «salar nuestra fe» demasiado sosa, al calor del
evangelio, la oración intensa y el clima de la comunidad fraterna.
Necesitamos redescubrir que la fe
es sal que se puede saborear y nos puede hacer vivir de una manera nueva todo:
la vida y la muerte, la convivencia y la soledad, la alegría y la tristeza, el
trabajo y la fiesta.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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