El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
2º domingo Tiempo ordinario (A)
EVANGELIO
Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo.
+
Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 29-34
En aquel tiempo; al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: -«Éste
es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo
dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque
existía antes que yo." Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con
agua, para que sea manifestado a Israel.»
Y Juan dio testimonio diciendo:
-«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se
posó sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:
"Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es
el que ha de bautizar con Espíritu Santo. "
Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»
Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»
Palabra de Dios.
HOMILIA
2016-2017 -
15 de enero de 2017
CON EL
FUEGO DEL ESPÍRITU
Las primeras comunidades
cristianas se preocuparon de diferenciar bien el bautismo de Juan que sumergía
a las gentes en las aguas del Jordán y el bautismo de Jesús que comunicaba su
Espíritu para limpiar, renovar y transformar el corazón de sus seguidores. Sin
ese Espíritu de Jesús, la Iglesia se apaga y se extingue.
Sólo el Espíritu de Jesús puede
poner más verdad en el cristianismo actual. Solo su Espíritu nos puede conducir
a recuperar nuestra verdadera identidad, abandonando caminos que nos desvían
una y otra vez del Evangelio. Solo ese Espíritu nos puede dar luz y fuerza para
emprender la renovación que necesita hoy la Iglesia.
El Papa Francisco sabe muy bien
que el mayor obstáculo para poner en marcha una nueva etapa evangelizadora es
la mediocridad espiritual. Lo dice de manera rotunda. Desea alentar con todas
sus fuerzas una etapa “más ardiente, alegre, generosa, audaz, llena de amor
hasta el fin, y de vida contagiosa”. Pero todo será insuficiente, “si no arde
en los corazones el fuego del Espíritu”.
Por eso busca para la Iglesia de
hoy “evangelizadores con Espíritu” que se abran sin miedo a su acción y
encuentren en ese Espíritu Santo de Jesús “la fuerza para anunciar la verdad
del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a
contracorriente”.
La renovación que el Papa quiere
impulsar en el cristianismo actual no es posible “cuando la falta de una
espiritualidad profunda se traduce en pesimismo, fatalismo y desconfianza”, o
cuando nos lleva a pensar que “nada puede cambiar” y por tanto “es inútil
esforzarse”, o cuando bajamos los brazos definitivamente, “dominados por un
descontento crónico o por una acedia que seca el alma”.
Francisco nos advierte que “a
veces perdemos el entusiasmo al olvidar que el Evangelio responde a las
necesidades más profundas de las personas”. Sin embargo no es así. El Papa
expresa con fuerza su convicción: “no es lo mismo haber conocido a Jesús que no
conocerlo, no es lo mismo caminar con él que caminar a tientas, no es lo mismo
poder escucharlo que ignorar su Palabra... no es lo mismo tratar de construir
el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia razón”.
Todo esto lo hemos de descubrir
por experiencia personal en Jesús. De lo contrario, a quien no lo descubre,
“pronto le falta fuerza y pasión; y una persona que no está convencida, entusiasmada,
segura, enamorada, no convence a nadie”. ¿No estará aquí uno de los principales
obstáculos para impulsar la renovación querida por el Papa Francisco?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 -
19 de enero de 2014
CON EL
FUEGO DEL ESPÍRITU
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 – JESÚS ES PARA TODOS.
16 de enero de 2011
Hambre de
espiritualidad
Las primeras generaciones
cristianas sabían muy bien que "bautizarse" significa literalmente
sumergirse en el agua, bañarse o limpiarse. Por eso, diferenciaban muy bien el
"bautismo de agua" que impartía el Bautista en las aguas del Jordán y
el "bautismo de Espíritu Santo" que reciben de Jesús. El bautismo
de Jesús no es un baño corporal que se recibe sumergiéndose en el agua,
sino un baño interior en el que nos dejamos empapar y penetrar por su Espíritu,
que se convierte dentro de nosotros en un manantial de vida nueva e
inconfundible.
Por eso, los primeros cristianos
bautizaban invocando el nombre de Jesús sobre cada bautizado. Pablo de Tarso
dice que los cristianos están bautizados en "Cristo" y, por eso,
han de sentirse llamados a "vivir en Cristo", animados por su
Espíritu, interiorizando su experiencia de Dios y sus actitudes más profundas.
No es difícil observar en la
sociedad moderna signos que manifiestan un hambre profunda de espiritualidad.
Está creciendo el número de personas que buscan algo que les dé fuerza interior
para afrontar la vida de manera diferente. Es difícil vivir una vida que no apunta
hacia meta alguna. No basta tampoco pasarlo bien. La existencia termina
haciéndose insoportable cuando todo se reduce a pragmatismo y frivolidad.
Otros sienten necesidad de paz
interior y de seguridad para hacer frente a sentimientos de miedo y de incertidumbre
que nacen en su interior. Hay quienes se sienten mal por dentro:
heridos, maltratados por la vida, desvalidos, necesitados de sanación interior.
Son cada vez más los que buscan
algo que no es técnica, ni ciencia, ni ideología religiosa. Quieren
sentirse de manera diferente en la vida. Necesitan experimentar una especie de
"salvación"; entrar en contacto con el Misterio que intuyen en su
interior.
Nos inquieta mucho que bastantes
padres no bauticen ya a sus hijos. Lo que nos ha de preocupar es que muchos y
muchas se marchan de nuestra Iglesia sin haber oído hablar del "bautismo
del Espíritu" y sin haber podido experimentar a Jesús como fuente interior
de vida.
Es un error que en el interior
mismo de la Iglesia se esté fomentando, con frecuencia, una espiritualidad que
tiende a marginar a Jesús como algo irrelevante y de poca importancia. Los
seguidores de Jesús no podemos vivir una espiritualidad seria, lúcida y
responsable si no está inspirada por su Espíritu. Nada más importante podemos
hoy ofrecer a las personas que una ayuda a encontrarse interiormente con Jesús,
nuestro Maestro y Señor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 – RECREADOS POR JESÚS
20 de enero de 2008
DEJARNOS
BAUTIZAR POR EL ESPÍRITU
El que ha
de bautizar con Espíritu.
Los evangelistas se esfuerzan por
diferenciar bien el bautismo de Jesús del bautismo de Juan. No hay que
confundirlos. El bautismo de Jesús no consiste en sumergir a sus seguidores en
las aguas de un río. Jesús sumerge a los suyos en el Espíritu Santo.
El evangelio de Juan lo dice de
manera clara. Jesús posee la plenitud del Espíritu de Dios y, por eso, puede
comunicar a los suyos de esa plenitud. La gran novedad de Jesús consiste en que
Jesús es «el Hijo de Dios» que puede «bautizar con Espíritu Santo».
Este bautismo de Jesús no es un
baño externo, parecido al que algunos han podido conocer tal vez en las aguas
del Jordán. Es un «baño interior». La metáfora sugiere que Jesús comunica su
Espíritu para penetrar, empapar y transformar el corazón de la persona.
El Espíritu Santo es considerado
por los evangelistas como «Espíritu de vida». Por eso, dejamos bautizar por
Jesús significa acoger su Espíritu como fuente de vida nueva. Su Espíritu puede potenciar en nosotros una relación
más vital con él. Nos puede llevar a un nuevo nivel de existencia cristiana, a
una nueva etapa de cristianismo más fiel a Jesús.
El Espíritu de Jesús es «Espíritu
de verdad». Dejamos bautizar por él es poner verdad en nuestro cristianismo. No
dejamos engañar por falsas seguridades. Recuperar una y otra vez nuestra
identidad irrenunciable de seguidores de Jesús. Abandonar caminos que nos
desvían del evangelio.
El Espíritu de Jesús es «Espíritu
de amor», capaz de liberamos de la cobardía y del egoísmo de vivir pensando
sólo en nuestros intereses y nuestro bienestar. Dejamos bautizar por él es
abrirnos al amor solidario, gratuito y compasivo.
El Espíritu de Jesús es «Espíritu
de conversión» a Dios. Dejamos bautizar por Jesús significa dejamos transformar
lentamente por él. Aprender a vivir con sus criterios, sus actitudes, su
corazón y su sensibilidad hacia todo lo que deshumaniza a los hijos e hijas de
Dios.
El Espíritu de Jesús es «Espíritu
de renovación». Dejarnos bautizar por él es dejamos atraer por su novedad
creadora. El puede despertar lo mejor que hay en la Iglesia y darle un «corazón
nuevo», con mayor capacidad de ser fiel al evangelio.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
16 de enero de 2005
LO
PRIMERO
El que ha
de bautizar con Espíritu Santo.
En algunos ambientes cristianos
del siglo primero tuvieron mucho interés en no ser confundidos con los
seguidores del Bautista. La diferencia, según ellos, era abismal. Los
«bautistas» vivían de un rito externo que no transformaba a las personas: un
bautismo de agua. Los «cristianos», por el contrario, se dejaban transformar
internamente por el Espíritu de Jesús.
Olvidar esto es mortal para la
Iglesia. El movimiento de Jesús no se sostiene ni desarrolla con doctrinas,
normas o ritos vividos desde el exterior. Es el mismo Jesús quien ha de
«bautizar» o empapar a sus seguidores con su Espíritu. Y es este Espíritu el
que los ha de animar, impulsar y transformar. Sin este «bautismo del Espíritu»
no hay cristianismo.
No lo hemos de olvidar. La fe que
hay en la Iglesia no está en los documentos del magisterio ni en los libros de
los teólogos. La única fe real es la que el Espíritu de Jesús activa en los
corazones y las mentes de sus seguidores. Esos cristianos sencillos y honestos,
de intuición evangélica y corazón compasivo, son los que de verdad «reproducen»
a Jesús e introducen su Espíritu en el mundo. Ellos son lo mejor que tenemos en
la Iglesia.
Desgraciadamente, hay otros
muchos que no conocen por experiencia esa fuerza del Espíritu de Jesús. Viven
una «religión de segunda mano». No conocen ni aman a Jesús. Sencillamente,
creen lo que dicen otros. Su fe
consiste en creer lo que dice la Iglesia, lo que enseña la jerarquía o lo que
escriben los entendidos, aunque ellos no experimenten en su corazón nada de lo
que vivió Jesús. Como es natural, con el paso de los años, su adhesión al
cristianismo se va disolviendo.
Lo primero que necesitan hoy los
cristianos no son catecismos que definan correctamente la doctrina cristiana ni
exhortaciones que precisen con rigor las normas morales. Sólo con eso no se
transforman las personas. Hay algo previo y más decisivo: narrar en las
comunidades la figura de Jesús, ayudar a los creyentes a ponerse en contacto
directo con el evangelio, enseñar a conocer y amar a Jesús, aprender juntos a
vivir con su estilo de vida y su espíritu. Recuperar el «bautismo del
Espíritu», ¿no es ésta la primera tarea en la Iglesia?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
20 de enero de 2002
VIVIR
CONTRA LA MUERTE
Ése es el
que ha de bautizar con Espíritu Santo.
La gente no quiere oír hablar de
espiritualidad porque no sabe lo que encierra esta palabra; ignora que
significa más que religiosidad y que no se identifica con lo que
tradicionalmente se entiende por piedad. «Espiritualidad» quiere decir vivir
una «relación vital» con el Espíritu de Dios, y esto sólo es posible cuando se
le experimenta a Dios como «fuente de vida» (fons vitae) en cada experiencia
humana.
Como ha expuesto J. Moltmann,
vivir en contacto con el Espíritu de Dios «no conduce a una espiritualidad que
prescinda de los sentidos, vuelta hacia dentro, enemiga del cuerpo, apartada
del mundo, sino a una nueva vitalidad del amor a la vida». Frente a lo muerto,
lo petrificado o lo insensible, el Espíritu despierta siempre el amor a la
vida. Por eso, vivir «espiritualmente» es «vivir contra la muerte», afirmar la
vida a pesar de la debilidad, el miedo, la enfermedad o la culpa. Quien vive
abierto al Espíritu de Dios vibra con todo lo que hace crecer la vida y se
rebela contra lo que hace daño y la mata.
Este amor a la vida genera una
alegría diferente, enseña a «vivir sin armas», de manera amistosa y abierta, en
paz con todos, dándonos vida unos a otros, acompañándonos en la tarea de
hacemos la vida más digna y dichosa. A esta energía vital que el Espíritu
infunde en la persona J. Moltmann se atreve a llamar «energía erotizante» pues
hace vivir de manera gozosa, atractiva y seductora.
Esta experiencia espiritual
dilata el corazón: comenzamos a sentir que nuestras expectativas y anhelos más
hondos se mezclan con las promesas de Dios; nuestra vida finita y limitada se
abre a lo infinito; estamos acertando en lo esencial. Entonces descubrimos
también que «santificar la vida» no es moralizarla sino vivirla desde el Espíritu
Santo, es decir, verla y amarla como Dios la ve y la ama: buena, digna y bella,
abierta a la felicidad eterna. Ésta es, según el Bautista, la gran misión de
Cristo: «bautizarnos con Espíritu Santo», enseñarnos a vivir en contacto con el
Espíritu. Sólo esto nos puede liberar de una manera triste y raquítica de
entender y vivir la fe en Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
17 de enero de 1999
EXACTAMENTE
AL REVES
El que
quita el pecado del inundo.
Son bastantes las personas que
llevan en el fondo de su alma la caricatura de un Dios desfigurado que tiene
muy poco que ver con el verdadero rostro del Dios que se nos ha revelado en
Jesús.
Dios sigue siendo para ellos el
tirano que impone su voluntad caprichosa, nos complica la vida con toda clase
de prohibiciones y nos impide ser todo lo felices que nuestro corazón anhela.
Todavía no han comprendido que Dios no es un dictador, celoso de la felicidad
del hombre, controlador implacable de nuestros pecados, sino una mano tendida
con ternura, empeñada en «quitar el pecado del mundo».
Son bastantes los que necesitan
liberarse de un grave malentendido. Las cosas no son malas porque Dios ha
querido que sean pecado. Es, exactamente, al revés. Precisamente porque son
malas y destruyen nuestra felicidad, son pecado que Dios quiere quitar del
corazón del mundo.
A los hombres se nos olvida, con
frecuencia, que, al pecar, no somos sólo culpables, sino también víctimas.
Cuando pecamos, nos hacemos daño a nosotros mismos, nos preparamos una trampa
trágica, pues agudizamos la tristeza de nuestra vida, cuando precisamente
creíamos hacerla más feliz.
No olvidemos la experiencia
amarga del pecado. Pecar es renunciar a ser humanos, dar la espalda a la
verdad, llenar nuestra vida de oscuridad. Pecar es matar la esperanza, apagar
nuestra alegría interior, dar muerte a la vida. Pecar es aislamos de los demás,
hundirnos en la soledad. Pecar es contaminar la vida, hacer un mundo injusto e
inhumano, destruir la fiesta y la fraternidad.
Por eso, cuando Juan nos presenta
a Jesús como «el que quita el pecado del mundo», no está pensando en una acción
moralizante, una especie de «saneamiento de costumbres». Está anunciándonos que
Dios está de nuestro lado frente al mal. Que Dios nos ofrece la posibilidad de
liberamos de nuestra tristeza, infelicidad e injusticia. Que Dios nos ofrece su
amor, su apoyo, su alegría, para liberamos del mal.
El cristianismo sólo puede ser
vivido sin ser traicionado, cuando se experimenta a Jesucristo como liberación
gozosa que cambia nuestra existencia, perdón que nos purifica del pecado,
respiro ancho que renueva nuestro vivir diario.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
14 de enero de 1996
SIN
ARRIESGAR
Juan dio
testimonio.
Es bien sabido que el término
«mártir», en su sentido etimológico original, significa «testigo». Y eso son,
antes que nada, los misioneros: testigos del amor de Dios en los lugares donde
su presencia es más necesaria, junto a los desheredados, los desnutridos, los
refugiados o los leprosos.
Esto implica casi siempre no
pocos riesgos, incluso para la propia vida. No son infrecuentes las
enfermedades características de esos países, los accidentes o los conflictos
bélicos. Los misioneros lo saben. Y, llegado el momento, los asumen con la
misma sencillez que aquellas pobres gentes acostumbradas a «sufrir la vida».
Pero se está produciendo,
últimamente, un hecho escalofriante en países como Rwanda, Zaire (actual
Congo), Argelia y zonas de Latinoamérica. Según las estadísticas de los últimos
veinte años, están siendo asesinados a razón de dos misioneros por mes. En 1996
fueron 46 los misioneros y misioneras muertos violentamente. En los primeros
meses de 1997 van ya más de 18. ¿A qué se debe esta escalada sangrienta’?
Aunque las circunstancias
concretas varían, las causas, en el fondo, son casi siempre las mismas. Los
misioneros y misioneras son testigos «incómodos» de injusticias y abusos
inconfesables. Han tenido que salir en defensa de poblaciones inocentes
masacradas sin piedad. Se han visto en la obligación de reiterar sus
llamamientos a la reconciliación y la paz. No se han desentendido del
sufrimiento de los indefensos.
Acostumbrados a cierta literatura
que nos ha presentado a los antiguos mártires cristianos como sacrificados por
confesar la verdadera religión, tal vez no sabemos valorar como es debido el
martirio de estos hombres y mujeres que, en medio de complejos conflictos de
carácter político o étnico, arriesgan su vida e incluso la pierden por defender
al débil. Sin embargo, su martirio se inspira en el de Jesús, condenado y
crucificado por defender la causa del hombre.
Estos hombres y mujeres «no han
sido martirizados por ser cristianos, sino por ser cristianos hasta las últimas
consecuencias» (M. Unciti). Si su
cristianismo no hubiera pasado de «rezar e ir a misa los domingos», si se
hubiera limitado a «no hacer mal a nadie», todavía estarían con vida. Sin
embargo, un día decidieron vivir su fe hasta el fondo. Por eso, su martirio es
una «sacudida» para quienes, instalados en «un egoísmo vividor que sabe
comportarse decentemente» (K. Rahner),
pretendemos ser cristianos sin arriesgar absolutamente nada.
El testimonio de Juan el Bautista
no se limita a señalar a Jesús como «el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Un día llegará a dar su
vida por denunciar el pecado de Herodes.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
17 de enero de 1993
DIOSES
PARA NO CREER
Este es
el Hijo de Dios.
Sabemos que las gentes que
conocieron a Jesús quedaron impresionadas porque enseñaba con una autoridad
nueva. Pero, tal vez, más de uno se pregunte: «¿qué puede enseñarnos Jesús a
los hombres de este siglo? ¿Qué nos puede decir que ya no sepamos?
Sin duda, lo primero que Jesús
enseña es a creer en el Dios verdadero. De ordinario, los hombres nos ponemos
ante Dios con la misma actitud de egoísmo, engaño y autodefensa con que nos
ponemos ante los demás. No acabamos de fiarnos de El. Nos tememos que venga a
estorbar nuestros planes, deseos y ambiciones. Y, así, sin apenas darnos
cuenta, nos vamos construyendo esos falsos dioses que el teólogo catalán Josep
Vives llama ((dioses para no creer».
Está, en primer lugar, «el Dios
tapagujeros». Son muchos los que acuden a El, como si Dios tuviera que emplear
todo su poder en favorecerles a ellos y en arreglar el mundo según sus gustos.
Luego se quejan de que Dios no hace tal o cual cosa, no remedia los problemas
como ellos entienden que debiera hacer. Jesús nos enseña, por el contrario, que
Dios no está ahí para complacer nuestros gustos o suplir nuestra falta de
responsabilidad, sino justamente para hacernos más responsables ante nuestra
propia vida.
Entonces se puede pensar
fácilmente en un «Dios apático», un Dios lejano y frío, insensible a nuestras
penas y necesidades. Jesús nos revela, por el contrario, a un Dios cercano,
enemigo de todo lo que esclaviza y hace sufrir al hombre, interesado en
conducir la historia y la conducta de los hombres hacia el bien y la felicidad
de todos.
Otros siguen creyendo en un «Dios
sádico», convencidos de que a Dios le agrada más el sacrificio y sufrimiento de
los hombres que su vida gozosa y feliz. Incluso piensan que Dios sólo ha
quedado satisfecho gracias a la sangre de su Hijo, cuando todo el Nuevo
Testamento nos está diciendo que Dios nos perdona y nos ama de manera
absolutamente gratuita, y la muerte de Jesús es precisamente el testimonio más
evidente de que Dios nos sigue amando, incluso aunque los hombres crucifiquemos
al Hijo que más quiere.
Otros se imaginan a un «Dios
interesado». Estamos tan acostumbrados a que entre nosotros casi nada se dé
gratuitamente, que no podemos pensar que Dios sea absoluta gratuidad. Sin
embargo, Jesús nos revela que Dios es amor gratuito, puro gozo de dar. Que Dios
nos ama porque sí, porque ser Dios es precisamente amar, darse, comunicarse,
dar la felicidad total al ser humano.
Está también «el Dios policía,
juez y verdugo» que nos acecha por todas partes para pillarnos en pecado y
descargar sobre nosotros el peso implacable de su Ley, «el Dios del orden y la
seguridad», que defiende los intereses de aquellos a los que les va bien...
Verdaderamente los hombres somos capaces de imaginar cualquier cosa de Dios.
Estoy convencido de que muchos
que se dicen hoy ateos o increyentes volverían a hacer un sitio a Dios en sus
vidas si alguien les ayudara a intuir y conocer al Dios verdadero que se nos
revela en Jesucristo. Jesús no es un teólogo, ni siquiera un profeta más. Como
dice el Bautista, «éste es el Hijo de
Dios». Puede hablarnos de El.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
14 de enero de 1990
TESTIGOS
Juan dio testimonio.
Hay un proverbio judío que
expresa bien la importancia que tiene el testimonio de los creyentes: «Si no
dais testimonio de mí, dice el Señor, yo no existo».
Lo mismo se puede decir hoy del
testimonio de los cristianos. Si ellos no saben ser testigos, el Dios de
Jesucristo permanece oculto e inaccesible a la sociedad.
La única razón de ser de una
comunidad cristiana es dar testimonio de Jesucristo. Actualizar hoy en la
sociedad el misterio del amor salvador de Dios manifestado en Cristo. La
Iglesia no tiene otra justificación.
En su último libro «Un Dios
para hoy» (Ed. Herder 1988), M. Neusch
nos ha recordado que este testimonio de los creyentes se ha de dar hoy en
un contexto sociológico en el que Dios sufre un proceso condenatorio.
En la sociedad actual se está
llevando a cabo, de muchas maneras, un juicio sobre Dios y, con frecuencia, los
testigos que hablan contra El reciben más audiencia que los que se pronuncian a
su favor.
Hemos de recordar que, en este
contencioso sobre Dios, no todo lo que viven los creyentes testimonia a su
favor ni todo de la misma manera. La Iglesia puede atraer hacia Dios, pero
puede también alejar de El.
Lo verdaderamente importante no
es el número de testigos, pues la verdad no se decide por el criterio de las
cifras. Lo decisivo no es tampoco el mensaje verbal que se pronuncia, aunque
hemos de seguir hablando de Dios.
Lo que ha de crecer no es tanto
el número de bautizados, sino su fe y su amor. Lo que ha de cambiar no es tanto
el mensaje verbal de la Iglesia cuanto la vida de las comunidades cristianas.
Difícilmente ayudará hoy la
Iglesia a creer en Dios desarrollando info rmación
religiosa y doctrinal, si no es, al mismo tiempo, en sí misma, manifestación
del amor salvador de Dios.
Dios no se impone en una sociedad
por la autoridad de los argumentos, sino por la verdad que emana de la vida de
aquellos creyentes que saben amar de manera efectiva e incondicional.
No hemos de olvidar que «el único
testimonio creíble es el de un amor efectivo a los hombres, pues sólo el amor
puede testimoniar del Dios Amor» (M. Neusch) .
Tal vez una de las tragedias del
mundo actual tan radicalizado en muchos aspectos, es el no contar hoy con
experiencias de «fe radical» y de «testigos vivos» de Dios.
La figura del Bautista, verdadero
testigo de Jesucristo, nos obliga a hacernos una pregunta: Mi vida, ¿ayuda a
alguien a creer en Dios o más bien aleja de El?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
18 de enero de 1987
EL
BAUTISMO DEL ESPIRITU
He
contemplado al Espíritu.
El novelista Julien Green describe una asamblea de cristianos con estas
penetrantes palabras: “Todo el mundo creía, pero nadie gritaba de asombro, de
felicidad o de espanto».
Los cristianos de hoy no somos
conscientes de la profunda contradicción que se da en el interior de nuestra
vida cuando la apatía y la indiferencia apagan en nosotros el fuego del
Espíritu.
Parecemos hombres y mujeres que,
por decirlo con palabras del Bautista, han sido «bautizados con agua» pero a
los que falta todavía ser bautizados con Espíritu Santo y fuego».
Cristianos que viven repitiendo
lo que, tal vez, aprendieron hace aflos en algún libro o lo que escuchan hoy a
los predicadores, pero que carecen de su propia experiencia de Dios.
Personas que se han ido
desarrollando en otros aspectos de la vida pero que han quedado atrofiados
interiormente, frustrados en su “desarrollo espiritual». Gentes buenas que
siguen cumpliendo con fidelidad admirable sus prácticas religiosas pero que no
conocen al Dios vivo que alegra la existencia y desata las fuerzas para vivir.
Lo que falta en nuestras
comunidades y parroquias no es tanto la repetición del mensaje evangélico o el
servicio sacramental cuanto la experiencia de encuentro con ese Dios vivo.
Por lo general, es poco e
insuficiente lo que se hace entre nosotros para enseñar a los creyentes a
adentrarse en su interior y descubrir la presencia del Espíritu en cada uno de
nosotros y en el interior de la vida. Escasos los esfuerzos por aprender
prácticamente caminos de oración y silencio que nos acerquen a Dios como fuente
de vida.
Seguimos escuchando y repitiendo
las palabras de Cristo como «desde el exterior” pero no nos preocupamos apenas
de escuchar su voz interior, esa voz amistosa y estimulante, que ilumina,
conforta y hace crecer en nosotros la vida.
Hablamos de Dios con conceptos y
palabras admirables, pero nos ayudamos poco a presentir a Dios con emoción y asombro,
como esa Realidad en la que nos sentimos vivos y seguros porque nos sentimos
amados sin fin y de manera incondicional.
Para gustar a ese Dios no bastan
las palabras ni los ritos. No bastan los conceptos ni los discursos teológicos.
Es necesaria la experiencia personal. Que cada uno se acerque a la Fuente y
beba.
No deberíamos olvidar los
cristianos aquella observación que hace Tony
de Mello con su habitual encanto: Jamás se ha emborrachado nadie a base de
pensar intelectualmente en la palabra «vino». Así de sencillo. Para gustar y
saborear a Dios, no basta teorizar sobre él. Es necesario beber del Espíritu.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
15 de enero de 1984
UN GRAVE
MALENTENDIDO
El que
quita el pecado.
Son bastantes los cristianos que
llevan en el fondo de su alma la caricatura de un Dios desfigurado que tiene
muy poco que ver con el verdadero rostro del Dios que se nos ha revelado en
Jesús.
Dios sigue siendo para ellos el
tirano que impone su voluntad caprichosa, nos complica la vida con toda clase
de prohibiciones y nos impide ser todo lo felices que nuestro corazón anhela.
Todavía no han comprendido que
Dios no es un dictador, celoso de la felicidad del hombre, controlador
implacable de nuestros pecados, sino una mano tendida con ternura, empeñada en
«quitar el pecado del mundo».
Son bastantes los cristianos que
necesitan liberarse de un grave malentendido. Las cosas no son malas porque
Dios ha querido que sean pecado. Es, exactamente, al revés. Precisamente porque
son malas y destruyen nuestra felicidad, son pecado que Dios quiere quitar del
corazón del mundo.
A los hombres se nos olvida, con
frecuencia, que, al pecar, no somos sólo culpables sino también víctimas.
Cuando pecamos, nos hacemos daño
a nosotros mismos, nos preparamos una trampa trágica pues agudizamos la
tristeza de nuestra vida, cuando, precisamente, creíamos hacerla más feliz.
No olvidemos la experiencia
amarga del pecado. Pecar es renunciar a ser humanos, dar la espalda a la
verdad, llenar nuestra vida de oscuridad. Pecar es matar la esperanza, apagar
nuestra alegría interior, dar muerte a la vida. Pecar es aislarnos de los
demás, hundirnos en la soledad, negar el afecto y la comprensión. Pecar es
contaminar la vida, hacer un mundo injusto e inhumano, destruir la fiesta y la
fraternidad.
Por eso, cuando Juan nos presenta
a Jesús como «el que quita el pecado del mundo», no está pensando en una acción
moralizante, una especie de «saneamiento de las costumbres».
Está anunciándonos que Dios está
de nuestro lado frente al mal. Que Dios nos ofrece la posibilidad de liberarnos
de nuestra tristeza, infelicidad e injusticia. Que, en Jesús, Dios nos ofrece
su amor, su apoyo, su alegría, para liberarnos del mal.
El cristianismo sólo puede ser
vivido sin ser traicionado, cuando se experimenta a Jesucristo como liberación
gozosa que cambia nuestra existencia, perdón que nos purifica de nuestro
pecado, respiro ancho que renueva nuestro vivir diario.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
18 de enero de 1981
QUITAR EL
PECADO
El que
quita el pecado del mundo.
Los cristianos hemos olvidado con
frecuencia algo que es nuclear en el evangelio. El pecado no es solamente algo
que puede ser perdonado sino algo que debe
ser quitado y arrancado de la humanidad.
Jesús se presenta como alguien
que «quita el pecado del mundo». Alguien que no solamente ofrece el perdón,
sino también la posibilidad de ir quitando el pecado, la injusticia y el mal
que se apodera de los hombres.
La conclusión es evidente. Creer
en Jesús no consiste sólo en abrirse al perdón de Dios. Seguir a Jesús es
comprometerse en su lucha y su esfuerzo por quitar el pecado que domina a los
hombres con todas sus consecuencias.
Quizás tengamos que comenzar por
no banalizar el pecado y tomar conciencia más clara de que el pecado es algo
que afecta a lo más profundo del hombre para irlo deshumanizando tanto
individual como socialmente.
No se trata de una mera violación
de una ley. Ni tan sólo de una «ofensa» a Dios. En todo el mensaje de Jesús, el
pecado aparece sobre todo como rechazo del reino de Dios. Pecar es no aceptar a
Dios como Padre y, en consecuencia, no aceptar la fraternidad y la justicia que
Dios quiere ver implantada entre los hombres.
Si escuchamos el mensaje de Jesús
sin preocupaciones casuísticas, observaremos que el pecado consiste
fundamentalmente en la auto- afirmación del hombre que se encierra en su propio
poder, para asegurarse contra Dios y oprimir al hermano.
Somos pecadores en la medida en
que nos cerramos a Dios como Padre, como gracia y como futuro último y absoluto
de nuestra existencia. Y en la medida en que nos servimos de nuestro pequeño
poder físico, intelectual, económico, sexual, político, etc. no para abrirnos y
servir al hermano, sino para oprimirlo, dominarlo y lograr nuestra felicidad a
sus expensas.
Este pecado está presente en el
corazón de cada hombre y en el interior de las instituciones, estructuras y
mecanismos que funcionan en nuestra economía, nuestra política y nuestra
convivencia social.
Si no se rompe el imperialismo
del egoísmo, el hombre seguirá en una situación de cautiverio y alienación que
no tiene futuro.
Toda reforma o revolución que no
toque ni transforme para nada esta estructura egoísta y pecadora del hombre,
podrá ser un logro altamente estimable, pero no abre verdadero horizonte de
liberación.
José Antonio Pagola
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