lunes, 28 de octubre de 2013

03/11/2013 - 31º domingo Tiempo ordinario (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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3 de noviembre de 2013

31º domingo Tiempo ordinario (C)


EVANGELIO

El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 19,1-10

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.
Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
- Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
Él bajó enseguida, y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
- Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor:
- Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.
Jesús le contestó:
- Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
3 de noviembre de 2013

PARA JESÚS NO HAY CASOS PERDIDOS

Jesús alerta con frecuencia sobre el riesgo de quedar atrapados por la atracción irresistible del dinero. El deseo insaciable de bienestar material puede echar a perder la vida de una persona. No hace falta ser muy rico. Quien vive esclavo del dinero termina encerrado en sí mismo. Los demás no cuentan. Según Jesús, “donde esté vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.
Esta visión del peligro deshumanizador del dinero no es un recurso del Profeta indignado de Galilea. Diferentes estudios analizan el poder del dinero como una fuerza ligada a pulsiones profundas de autoprotección, búsqueda de seguridad y miedo a la caducidad de nuestra existencia.
Sin embargo, para Jesús, la atracción del dinero no es una especie de enfermedad incurable. Es posible liberarse de su esclavitud y empezar una vida más sana. El rico no es “un caso perdido”. Es muy esclarecedor el relato de Lucas sobre el encuentro de Jesús con un hombre rico de Jericó.
Al atravesar la ciudad, Jesús se encuentra con una escena curiosa. Un hombre de pequeña estatura ha subido a una higuera para poder verlo de cerca. No es desconocido. Se trata de un rico, poderoso “jefe de recaudadores”. Para la gente de Jericó, un ser despreciable, un recaudador corrupto y sin escrúpulos como casi todos. Para los sectores religiosos, “un pecador” sin conversión posible, excluido de toda salvación.
Sin embargo, Jesús le hace una propuesta sorprendente: “Zaqueo, baja en seguida porque tengo que alojarme en tu casa”. Jesús quiere ser acogido en su casa de pecador, en el mundo de dinero y de poder de este hombre despreciado por todos. Zaqueo bajó en seguida y lo recibió con alegría. No tiene miedo de dejar entrar en su vida al Defensor de los pobres.
Lucas no explica lo que sucedió en aquella casa. Sólo dice que el contacto con Jesús transforma radicalmente al rico Zaqueo. Su compromiso es firme. En adelante pensará en los pobres: compartirá con ellos sus bienes. Recordará también a las víctimas de las que ha abusado: les devolverá con creces lo robado. Jesús ha introducido en su vida justicia y amor solidario.
El relato concluye con unas palabras admirables de Jesús: “Hoy ha entrado la salvación en esta casa. También este es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. También los ricos se pueden convertir. Con Jesús todo es posible. No lo hemos de olvidar nadie. El ha venido para buscar y salvar lo que nosotros podemos estar echando a perder. Para Jesús no hay casos perdidos.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
31 de octubre de 2010

¿PUEDO CAMBIAR?

A buscar y salvar lo perdido.

Lucas narra el episodio de Zaqueo para que sus lectores descubran mejor lo que pueden esperar de Jesús: el Señor al que invocan y siguen en las comunidades cristianas «ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». No lo han de olvidar.
Al mismo tiempo, su relato de la actuación de Zaqueo ayuda a responder a la pregunta que no pocos llevan en su interior: ¿Todavía puedo cambiar? ¿No es ya demasiado tarde para rehacer una vida que, en buena parte, la he echado a perder? ¿Qué pasos puedo dar?
Zaqueo viene descrito con dos rasgos que definen con precisión su vida. Es «jefe de publicanos» y es «rico». En Jericó todos saben que es un pecador. Un hombre que no sirve a Dios sino al dinero. Su vida, como tantas otras, es poco humana.
Sin embargo, Zaqueo «busca ver a Jesús». No es mera curiosidad. Quiere saber quién es, qué se encierra en este Profeta que tanto atrae a la gente. No es tarea fácil para un hombre instalado en su mundo. Pero éste deseo de Jesús va a cambiar su vida.
El hombre tendrá que superar diferentes obstáculos. Es «bajo de estatura», sobre todo porque su vida no está motivada por ideales muy nobles. La gente es otro impedimento: tendrá que superar prejuicios sociales que le hacen difícil el encuentro personal y responsable con Jesús.
Pero Zaqueo prosigue su búsqueda con sencillez y sinceridad. Corre para adelantarse a la muchedumbre, y se sube a un árbol como un niño. No piensa en su dignidad de hombre importante. Sólo quiere encontrar el momento y el lugar adecuado para entrar en contacto con Jesús. Lo quiere ver.
Es entonces cuando descubre que también Jesús le está buscando a él pues llega hasta aquel lugar, lo busca con la mirada y le dice: "El encuentro será hoy mismo en tu casa de pecador". Zaqueo se baja y lo recibe en su casa lleno de alegría. Hay momentos decisivos en los que Jesús pasa por nuestra vida porque quiere salvar lo que nosotros estamos echando a perder. No los hemos de dejar escapar.
Lucas no describe el encuentro. Sólo habla de la transformación de Zaqueo. Cambia su manera de mirar la vida: ya no piensa sólo en su dinero sino en el sufrimiento de los demás. Cambia su estilo de vida: hará justicia a los que ha explotado y compartirá sus bienes con los pobres.
Tarde o temprano, todos corremos el riesgo de "instalarnos" en la vida renunciando a cualquier aspiración de vivir con más calidad humana. Los creyentes hemos de saber que un encuentro más auténtico con Jesús puede hacer nuestra vida más humana y, sobre todo, más solidaria.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
4 de noviembre de 2007

JESÚS AMA A LOS RICOS

Hoy mismo tengo que alojarme en tu casa.

El encuentro de Jesús con el rico Zaqueo es un relato conocido. La escena ha sido muy trabajada por Lucas, preocupado tal vez por la dificultad que encontraban algunas familias ricas para integrarse en las primeras comunidades cristianas.
Zaqueo es un rico bien conocido en Jericó. Pequeño de estatura, pero poderoso jefe de los recaudadores que controlan el paso de mercancías en una importante encrucijada de caminos. No es un hombre querido. La gente lo considera un pecador, excluido del pueblo creyente. Vive explotando a los demás. No es hijo de Abraham.
Sin embargo, este hombre quiere ver quién es Jesús. Ha oído hablar de él, pero no lo conoce. No le importa hacer el ridículo actuando de manera poco acorde con su dignidad: como un chiquillo más, corre para tomar la delantera a todos y se sube a un sicómoro. Solo busca ver a Jesús. Probablemente, ni él mismo sabe que está buscando paz, verdad, un sentido diferente para su vida.
Al llegar Jesús a aquel punto, levanta los ojos y ve a Zaqueo. El relato sugiere un intercambio de miradas entre el profeta defensor de los pobres y aquel rico explotador. Jesús lo llama por su nombre: Zaqueo, baja en seguida. No hay que perder más tiempo. Hoy mismo tengo que alojarme en tu casa y estar contigo. Jesús quiere entrar en el mundo de este rico.
Zaqueo le abre la puerta de su casa con alegría. Le deja entrar en su mundo de dinero y poder mientras en Jericó todos critican a Jesús por haber entrado en casa de un pecador.
Al contacto con Jesús, Zaqueo cambia. Empieza a pensar en los pobres: compartirá con ellos sus bienes. Se acuerda de los que son víctimas de sus negocios: les devolverá con creces lo que les ha robado. Deja que Jesús introduzca en su vida verdad, justicia y compasión. Zaqueo se siente otro. Con Jesús todo es posible.
Jesús se alegra porque la salvación ha llegado también a esta casa poderosa y rica. A esto ha venido él: a buscar y salvar lo que estaba perdido. Jesús es sincero: la vida de quienes son esclavos del dinero son vidas perdidas, vidas sin verdad, sin justicia y sin compasión hacia los que sufren. Pero Jesús ama a los ricos. No quiere que ninguno de ellos eche a perder su vida. Todo rico que le deje entrar en su mundo, experimentará su fuerza salvadora.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
31 de octubre de 2004

ACOGER

Zaqueo... hoy tengo que alojarme en tu casa.

No se puede comunicar de cualquier manera la Buena Noticia de Dios. Jesús lo hacía con un estilo inconfundible. La escena de Jericó es un claro ejemplo. En la ciudad vive Zaqueo, un hombre al que todos juzgan sin piedad: es un pecador. Para Jesús es sencillamente una persona que anda «perdida». Precisamente por eso lo busca con su mirada, le llama por su nombre y le ofrece su amistad personal: comerá en su casa, le escuchará, podrán dialogar. Acogido, respetado y comprendido por Jesús, aquel hombre decide reorientar su vida.
La actuación de Jesús es sorprendente. Nadie veía en él al representante de la Ley, sino al profeta compasivo que acogía a todos con el amor entrañable del mismo Dios. No parecía preocupado por la moral sino por el sufrimiento concreto de cada persona. No se le veía obsesionado por defender su doctrina, sino atento a quien no acertaba a vivir de manera sana.
No caminaba por Galilea en actitud de conquista. No imponía ni presionaba. Se ofrecía, invitaba, proponía un camino de vida sana. Sabía que la semilla podía caer en terreno hostil y su mensaje ser rechazado. No se sentía agraviado. Seguía sembrando con la misma actitud de Dios que envía la lluvia y hace salir su sol sobre todos sus hijos: buenos y malos.
En ciertos sectores de la Iglesia se está viviendo con nerviosismo y hasta crispación la pérdida de poder y espacio social. Sin embargo, no es una desdicha que hemos de lamentar, sino una gracia que nos puede reconducir al Evangelio.
Ya no podremos ser una Iglesia poderosa, segura y autoritaria, que pretende «secretamente» imponerse a todos. Seremos una Iglesia más sencilla, vulnerable y débil. No tendremos que preocupamos de defender nuestro prestigio y poder. Seremos más humanos y sintonizaremos mejor con los que sufren. Estaremos en mejores condiciones para comunicar el Evangelio.
Cada vez será más inútil endurecer nuestra predicación e intensificar nuestros lamentos y condenas. Tendremos que aprender de Jesús a conjugar tres verbos decisivos: acoger escuchar y acompañar. Descubriremos que el Evangelio lo comunican los creyentes en cuya vida resplandece el amor compasivo de Dios. Sin esto, todo lo demás es inútil.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
4 de noviembre de 2001

FUERZA PARA VIVIR



Su posición de autoridad en medio de una sociedad de cristiandad ha conducido a la Iglesia, de manera más o menos consciente, a proponer la fe en Dios como un deber encuadrado en un sistema de leyes y prohibiciones.
Todavía hoy no pocos practicantes entienden y viven su religión como una «obligación». Esta percepción sesgada de la fe ha contribuido a generar un tipo de cristiano sin creatividad ni pasión, que «cumple con sus deberes religiosos» pero no siente deseo de Dios. A ellos se refería Simone Weil en su penetrante observación: «Donde falta el deseo de encontrarse con Dios, allí no hay creyentes, sino pobres caricaturas de personas que se dirigen a Dios por miedo o por interés».
Por otra parte, si se escucha hasta el fondo el desafecto y la alergia que sienten algunos hacia lo religioso, no es difícil observar que no es a Dios a quien rechazan, sino una idea agobiante de la religión, que parece recortar la libertad y ahogar el deseo natural que hay en nosotros de vivir plenamente. Es difícil que el hombre o la mujer de hoy acepte una fe propuesta como un «imperativo» que priva del gusto de vivir.
Lamentablemente se olvida que Dios, antes que nada, es el «Amigo de la vida», el que desea y busca siempre una vida más digna y dichosa para todo ser humano y para la creación entera. Se olvida que Dios no es controlador de un catálogo de prohibiciones y preceptos, sino fuente y estímulo de vida más coherente y sana, más gratificante y unificada.
Los Obispos de Francia vienen subrayando desde hace unos años que «el Evangelio de Cristo es esperado hoy de manera nueva: como una fuerza para vivir». Es así. El Evangelio es, antes que nada, «una fuerza para vivir» y sólo será escuchado por personas que andan buscando razones para vivir, para amar la vida y para disfrutarla de manera sensata y responsable.
En el relato evangélico, Jesús se define en casa de Zaqueo como alguien «que ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». No lo deberíamos olvidar. El Dios cristiano es un Dios que busca reavivar y reconstruir lo que nosotros podemos estropear y echar a perder. Dios no es carga pesada, sino vigor y estímulo para vivir con acierto.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
1 de noviembre de 1998

SALVAR LO QUE SE PIERDE

Salvar lo que estaba perdido.

Es conocido el ensayo de G. Lipovetsky sobre los cambios que se han producido en los códigos de moralidad durante la segunda mitad de este siglo. El título no puede ser más clarificador: «El crepúsculo del deber» (Ed. Anagrama, Barcelona 1994). Audaz y discutible como casi todos sus trabajos, su análisis arroja, sin embargo, no poca luz sobre esta época que el pensador francés no duda en calificar de «postmoral».
Según Lipovetsky la civilización del bienestar ha enterrado la moral del deber. Hemos engendrado una cultura en que la felicidad predomina sobre el mandato moral, la búsqueda del placer desbanca a la disciplina personal, la seducción difumina el sentido de la obligación, el deseo lejos de ser controlado, es exacerbado y disculpado.
El «deber» sólo puede ser expresado en tono menor. Lo que está vigente es la «tentación» en forma de spots y mensajes eufóricos y sensualistas. Los principios y la dignidad moral ceden ante la excitación del disfrute y la fiebre por la autonomía individual. La virtud no está «de moda». «¿Qué representa, de verdad, en nuestras sociedades la celebración de la virtud —se pregunta el pensador francés— comparada con el reclamo de la comodidad y de las vacaciones?»
No interesan los criterios de comportamiento moral. Lo que se difunde masivamente son consejos dietéticos y estéticos, información turística y gastronómica, recomendaciones psicológicas, incentivos eróticos. Se habla de derechos, pero no de deberes. En todas partes se apela a la ética, pero rara vez se llama al sacrificio que puede exigir. La abnegación o la grandeza de la propia superación han quedado ahogadas por el clima de hedonismo generalizado.
Todo esto no es el discurso amargado de un clérigo asustado ante «la ola de inmoralidad». Es el análisis ponderado de un ensayista, bestseller hoy en Europa y poco sospechoso de devaneos espirituales. Lipovetsky reacciona hablando de la importancia de promover un «liberalismo pragmático» y unos «comportamientos razonables». Entiendo sus planteamientos, pero creo que no le va a ser fácil a la Humanidad ser feliz sin moral.
El relato evangélico de Lucas nos muestra el recorrido que hace Zaqueo desde un comportamiento inmoral dedicado al abuso, la explotación y el propio bienestar, a una vida nueva sustentada en la justicia, la solidaridad y el bien. La presencia de Cristo sólo tiene un objetivo: «buscar y salvar lo que estaba perdido».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
5 de noviembre de 1995

ECHARSE A PERDER

A buscar y salvar lo que estaba perdido.

Una de las enfermedades más graves de nuestro tiempo es, sin duda, la pérdida de sentido. Ese «vacío existencial» del que habla V. Frankl y que padecen no pocas personas, incapaces de dar un sentido global a su existencia.
Esta incapacidad para dar sentido a la vida hace que la persona se sienta mal. Quien no encuentra razones para vivir, no puede ser feliz. Esa falta de sentido es fuente de descontento y malestar. La razón es sencilla pero profunda: lo que más anhela el ser humano no es placer, éxito o poder, sino sentido.
Explicando este hecho, no siempre percibido por el hombre de la calle, el mismo V. Frankl, en su conocido estudio «El hombre doliente», hace una afirmación altamente clarificadora: «Lo que el ser humano quiere realmente no es la felicidad en sí, sino un fundamento para ser feliz. Una vez sentado este fundamento, la felicidad o el placer surgen espontáneamente. » Al que vive sin sentido le falta precisamente «el fundamento de la felicidad».
No es fácil precisar en qué puede consistir exactamente «el sentido de la vida». Sin duda, lo primero que necesita el individuo es captar el objetivo último de su vida; saber hacia dónde camina. La persona que puede orientar su vivir diario, sus esfuerzos y proyectos hacia una meta, aprende a vivir con personalidad. Tiene razones para vivir.
Pero esto no basta. La persona necesita, además conocer cuál es la tarea que ha de realizar en la vida. No se puede ser feliz de cualquier manera. Hay que acertar en lo importante; saber qué se ha de hacer para vivir con acierto. La persona que tiene esa referencia ética, aprende a vivir con responsabilidad. Puede ir respondiendo de forma humana a las diversas situaciones y conflictos de la existencia.
El ser humano aspira, además, a encontrar una solución última a su fmitud. Quiere saber si puede confiar en algo o en alguien que responda a ese anhelo de felicidad y vida eterna que anida en el corazón del hombre. La persona animada por esta confianza puede enfrentarse con esperanza a los problemas de la vida y al misterio de la muerte.
Son muchas las personas que viven hoy cogidas por mil cosas, pero sin cuidar en sus vidas «lo importante». Se interesan por todo lo que puede satisfacer su sed inmediata de felicidad, pero nunca se ocupan de lo esencial. Pueden terminar echándose a perder y arruinando su vida.
La fe cristiana no es una receta de felicidad barata ni dispensa
a la persona de los conflictos y sufrimientos de la existencia, pero
ofrece la posibilidad de encontrar sentido último a la vida. Y esto
es fundamento indispensable para vivir de forma sana, responsable
y esperanzada. Quien se encuentra con Cristo experimenta la
verdad de esas palabras que Jesús dirige a Zaqueo, después de
haber salvado su desquiciada vida: «El Hijo del Hombre ha venido
a buscar y salvar lo que estaba perdido. »

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
1 de noviembre de 1992

LOS NUEVOS POBRES

Le restituiré cuatro veces más.

Siempre se han visto mendigos y vagabundos en nuestros pueblos. Gentes desarraigadas que no quieren someterse a la convivencia social ordinaria. Hombres sin entorno familiar, maltratados de diversas maneras por la vida.
Pero hoy en día estamos asistiendo a un fenómeno totalmente diferente y paradójico. En una sociedad cada vez más rica están aumentando de manera notable «los nuevos pobres», como consecuencia, precisamente, del proceso de enriquecimiento de los demás.
El desarrollo tecnológico va descolgando aquí y allí a quienes no tienen sitio en la nueva sociedad. Obreros, en otro tiempo cualificados, pasan a ser trabajadores eventuales, después simples parados, más tarde quedan condenados al paro perpetuo.
La primera reacción del parado es casi siempre de desconcierto. Amigos y conocidos conservan su empleo, ganan cada vez más dinero y trabajan menos. Todo parece irles bien. Pero, desgraciadamente, uno ha perdido el tren.
Comienza entonces una nueva lucha por la vida. Hay que buscar «algo». Encontrar de nuevo sitio en esta sociedad. Muchos no lo lograrán. Al contrario, comenzarán a rodar por una trágica pendiente hacia una pobreza en la que jamás habían pensado.
Son «los nuevos pobres» de nuestros días. Así los definían en 1984 los ministros europeos: «Se considera pobres a los individuos, familias y grupos de personas cuyos recursos (materiales, culturales y sociales) son tan escasos que están excluidos de los modos de vida mínima aceptables en el Estado miembro en que viven.»
Mientras tanto, la sociedad empieza a reaccionar ante ellos como ante los pobres de siempre. Son una preocupación molesta para la clase política, pero apenas son tenidos en cuenta a la hora de tomar medidas socio-económicas.
Se elaboran planes de asistencia social para que puedan sobrevivir. Y todos quedamos bastante tranquilos, aunque esas vidas sigan deteriorándose, sin proyecto alguno.
En realidad, nos preocupamos de ellos, sobre todo, cuando crean problemas, perturban la seguridad ciudadana y cometen delitos. Es entonces cuando tomamos medidas para defendernos de ellos. Siempre se ha actuado así con los pobres.
Pero, ¿podemos seguir cerrando los ojos ante esta realidad? ¿No está creciendo nuestro nivel de vida precisamente a costa de estos hombres y mujeres que quedan descolgados? ¿No hemos de pensar en nuevos cauces sociales que permitan compartir de manera más justa el bienestar?
Y cada uno de nosotros, ¿no tenemos que restituir algo que no nos pertenece? La actitud del rico Zaqueo sigue siendo ejemplar: «Si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
5 de noviembre de 1989

ENFERMEDAD DEL DINERO

Restituiré.

Cada vez es más fácil observar entre nosotros síntomas de lo que algunos llaman ya “la enfermedad del dinero”.
Poco a poco las noticias económicas han saltado al primer plano de los medios de comunicación. Todos hemos tenido que aprender más o menos lo que es una fusión bancaria o una OPA.
Por algún tiempo, artistas, cantantes y demás ídolos de costumbre han dejado paso en las páginas de las revistas y periódicos a los famosos de la banca y el dinero, los hombres que manejan miles de millones.
No es que antes no hubiera grandes fortunas. Lo nuevo es que estas personas salen ahora de la sombra y atraen las miradas y los deseos de muchas gentes.
De alguna manera, la figura del hombre poderoso económicamente, agresivo, el que sabe ganar dinero con facilidad, sea como sea, se ha convertido para bastantes en una especie de modelo social.
Por otra parte, desde hace unos años han ido proliferando los juegos de azar, las loterías y sorteos de una manera increíble. Bingos, bono-loto, quinielas se han convertido en centro de atención obsesiva de muchos. Durante el último año, los españoles han gastado en este tipo de juegos la cantidad fabulosa de tres billones cien mil millones de pesetas.
La Televisión, por su parte, nos va ofreciendo actualmente más de un concurso diario a través de sus diversas cadenas. En alguno de ellos basta acertar “el precio justo” para hacerse con cantidades importantes de dinero.
Se diría que, precisamente en estos momentos de crisis, se nos invita de mil maneras a despertar aún más en nosotros ese “afán de ganancia exclusiva” que Juan Pablo II denuncia en el hombre actual (Sollicitudo rei socialis, n. 37).
Porque todo esto está sucediendo en un momento en el que, por mucho que se hable de recuperación económica, el paro sigue siendo problema acuciante para muchos. Incluso la mayoría de los que encuentran trabajo, viven con la inseguridad del contrato temporal.
El dinero es bueno cuando el hombre lo gana honradamente con su trabajo y le sirve de base para vivir, construir un hogar y cultivar una vida cada vez más digna.
Pero, un cristiano no se puede permitir cualquier nivel de vida. Hay una manera de ganar dinero, de gastarlo y derrocharlo que es esencialmente injusta porque ignora y olvida a los más necesitados.
El camino a seguir es el de Zaqueo. Aquel hombre toma conciencia de que su nivel de vida es injusto y toma una decisión que lo salva como ser humano: compartir sus bienes con aquellos pobres a cuya costa está viviendo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
2 de noviembre de 1986

BAJOS DE ESTATURA

Porque era bajo de estatura.

Pocos serán hoy los que discutan teóricamente la afirmación de S. Freud que considera que la persona que no ha superada la fase «anal-erótica» y continúa preocupada exclusivamente por «tener» y «poseer», es neurótica.
Sin embargo, son innumerables los que dirigen sus principales energías a tener, acumular y ostentar. A esto se reduce su vida. A tener un nombre, una posición social, una buena imagen, un hogar confortable, una cuenta corriente envidiable, un bienestar seguro.
Empujados por su obsesión de «poseer», tienden a extender su necesidad de propiedad a todos los ámbitos de la vida. «Tienen» unos conocimientos, «poseen» buenas relaciones, «adquieren» nuevas amistades, «logran» éxitos y hasta se sienten «dueños» de su esposa y sus hijos.
Si fueran dos o tres, serían considerados como personas enfermas e inmaduras, pero al ser mayoría, su conducta se nos presenta, sorprendentemente, como normal y hasta envidiable.
Y sin embargo, son hombres y mujeres que viven desconectados de la vida. Dependen siempre de lo que tienen. Su identidad y seguridad personal se sostienen en algo exterior a ellos mismos, que les puede ser arrebatado.
Es normal que en sus vidas crezca la desconfianza, la dureza y la agresividad, y estén ausentes la ternura, la solidaridad y la verdadera amistad.
Pasan los años y nada cambia ni se transforma dentro de ellos. Pueden tener momentos de euforia, éxito y excitación, pero, difícilmente conocerán la alegría que acompaña y resplandece en quien vive creciendo desde dentro, desarrollando día a día su capacidad de dar, compartir y convivir.
¿Cómo recuperar la auténtica alegría de vivir? ¿Cómo salvar estas vidas que aparecen ya «perdidas»?
Es aleccionadora la actuación de Zaqueo, un hombre con una posición social en Jericó, rico propietario, jefe de publicanos, pero «bajo de estatura» en todo su vivir.
Zaqueo sabe reaccionar y dar un giro nuevo a su vida. Busca algo diferente. Siente la necesidad de encontrarse con Jesús, acoge su mensaje y toma la única decisión que le puede salvar.
Renunciar a una vida dominada por el afán de poseer, acumular y explotar, para descubrir la alegría del dar, ayudar y compartir. Esta es la experiencia de quien acierta a encontrarse con ese Jesús que ha venido a «salvar lo que estaba perdido».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
30 de octubre de 1983

LA SALVACION DEL RICO

La mitad de los bienes, Señor, se la doy a los pobres.

Son bastantes los cristianos de posición acomodada que se sienten molestos por esta «moda» que ha entrado en la Iglesia, de hablar tanto de los pobres.
No entienden que el evangelio pueda ser buena noticia sólo para ellos. Y por lo tanto, sólo pueda ser escuchado por los ricos como amenaza para sus intereses y como interpelación de su riqueza.
Les parece que todo esto no es sino demagogia barata, ideologización ilegítima del evangelio y, en definitiva, «hacer política de izquierdas».
Porque vamos a ver: ¿no se acercaba Jesús a todos por igual?, ¿no acogía a pobres y a ricos con el mismo amor?, ¿no ofreció a todos la salvación?
Ciertamente, Jesús se acerca a todos ofreciendo la salvación. Pero no de la misma manera. Y en concreto, a los ricos se les acerca para «salvarlos», antes que nada, de sus riquezas.
En Jericó Jesús se hace hospedar en casa de un hombre rico. El hombre lo recibe con alegría. Es un honor para él acoger al Maestro de Nazaret.
Al encontrarse con Jesús y escuchar su mensaje, el rico va a cambiar. Descubre que lo importante no es acaparar sino compartir, y decide dar la mitad de sus bienes a los pobres. Descubre que tiene que hacer justicia a los que ha robado y se compromete a restituir con creces. Sólo entonces, Jesús proclama: «Hoy ha sido la salvación de esta casa».
Al rico no se le ofrece otro camino de salvación sino el de compartir lo que posee con los pobres que lo necesitan. Es la única «inversión cristianamente rentable» que puede hacer con sus bienes.
La razón es sencilla. Los ricos sólo pueden existir gracias a los pobres. Sólo pueden enriquecerse a costa de los pobres. La miseria es consecuencia de la riqueza de otros.
No sirve decir ingenuamente que hay una «igualdad de oportunidades» en nuestra sociedad y que el éxito es para los que se lo ganan. Sabemos que esto no es verdad.
No se dará una mayor fraternidad entre nosotros si los ricos no cambian de actitud y aceptan la reducción de sus bienes en beneficio de los empobrecidos por la actual mecánica de nuestra sociedad.
Este es el camino de salvación que se les ofrece a los ricos. «Ellos sólo pueden recibir ayuda cuando reconocen su propia pobreza y están dispuestos a entrar en la comunidad de los pobres, especialmente, de aquéllos que ellos han reducido a la miseria por la violencia» (J. Moltmann).

José Antonio Pagola


domingo, 27 de octubre de 2013

02/11/2013 - Conmemoración de todos los difuntos (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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2 de noviembre de 2013

Conmemoración de todos los difuntos (C)


EVANGELIO

Yo soy el camino, y la verdad, y la vida.

Lectura del santo evangelio según san Juan 14,1-6

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.
Tomás le dice:
- Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?
Jesús le responde:
- Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2007-2008 -
2008ko azaroaren 2a.

LLORAR Y REZAR

Podemos ignorarla. No hablar de ella. Vivir intensamente cada día y olvidarnos de todo lo demás. Pero no lo podemos evitar. Tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrebatándonos a nuestros seres más queridos.
¿Cómo reaccionar ante ese accidente que se nos lleva para siempre a nuestro hijo? ¿Qué actitud adoptar ante la agonía del esposo que nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y personas queridas?
La muerte es como una puerta que traspasa cada persona a solas. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio. ¿Cómo vivir esa experiencia de impotencia, desconcierto y pena inmensa?
No es fácil. Durante estos años hemos ido cambiando mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más vulnerables. Más escépticos, pero también más necesitados. Sabemos mejor que nunca que no podemos darnos a nosotros mismos todo lo que en el fondo anhela el ser humano.
Por eso quiero recordar, precisamente en esta sociedad, unas palabras de Jesús que sólo pueden resonar en nosotros, si somos capaces de abrirnos con humildad al misterio último que nos envuelve a todos: «No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios. Creed también en mí».
Creo que casi todos, creyentes, poco creyentes, menos creyentes o malos creyentes, podemos hacer dos cosas ante la muerte: llorar y rezar. Cada uno y cada una, desde su pequeña fe. Una fe convencida o una fe vacilante y casi apagada. Nosotros tenemos muchos problemas con nuestra fe, pero Dios no tiene problema alguno para entender nuestra impotencia y conocer lo que hay en el fondo de nuestro corazón.
Cuando tomo parte en un funeral, suelo pensar que, seguramente, los que nos reunimos allí, convocados por la muerte de un ser querido, podemos decirle así:
«Estamos aquí porque te seguimos queriendo, pero ahora no sabemos qué hacer por ti. Nuestra fe es pequeña y débil. Te confiamos al misterio de la Bondad de Dios. Él es para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Sé feliz. Dios te quiere como nosotros no hemos sabido quererte. Te dejamos  en sus manos».

José Antonio Pagola

HOMILIA

NO A LA MUERTE.

Yo soy la resurrección y la vida

Lo que nosotros llamamos muerte, no es sino terminar de morir. El último instante en que se apaga la vida biológica. En realidad, tardamos en morir veinte, cuarenta o setenta y cinco años. Desde que nacemos estamos ya muriendo. La muerte no es algo que nos llega desde fuera, al final de nuestra vida. La muerte comienza cuando nacemos.
Nos vamos muriendo segundo a segundo y minuto a minuto, gastando de manera irreversible la energía vital que poseemos. Los hombres somos mortales no porque al término de nuestra vida hay un final, sino porque constantemente nuestra vida se va vaciando, se va desgastando y va «muriendo».
Pero la muerte no es problema sólo del individuo humano. La muerte está presente dentro de toda vida, envolviendo con sus brazos poderosos a todo viviente. Se puede afirmar que todo lo que vive está ya camino de la muerte.
Los animales que corren, vuelan y se agitan por la tierra entera, la vegetación multicolor que cubre nuestro planeta, la vida que se puede encerrar en el universo entero, camina hacia la muerte.
Pero hay que decir todavía algo más. Lo que construyen los vivientes, sus organizaciones, sus grandes sistemas, sus revoluciones, logros y conquistas están abocados también a morir un día.
Y sin embargo, desde el fondo de la vida, de toda vida, nace una protesta. Ningún viviente quiere morir. Y esta protesta se convierte en el hombre en un grito consciente de angustia y de impotencia que refleja y resume el deseo profundo de toda la creación.
Los cristianos creemos que este anhelo por la vida ha sido escuchado por Dios. Jesucristo muerto por los hombres, pero resucitado por Dios, es el signo y la garantía de que Dios ha recogido nuestro grito y quiere encaminarlo todo hacia la plenitud de la vida.
Por eso dentro de esta vida mortal, el creyente es un hombre que afirma la vida y rechaza la muerte. Defiende y promueve todo lo que conduce a la vida, y condena y lucha contra todo lo que nos lleva a la destrucción y la muerte.
Dios ha dicho no a la muerte. La actitud cristiana de defensa de la vida en todos los frentes (aborto eutanasia muertes violentas, opresión destructora...) nace de esa fe en un Dios «amigo de la vida» que en Jesucristo resucitado nos descubre su voluntad de liberarnos definitivamente de la muerte.

José Antonio Pagola

HOMILIA

EN LAS MANOS DE DIOS

En la casa de mi Padre hay muchas moradas.

El hombre contemporáneo no sabe qué hacer con la muerte. Lo único que se le ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso y volver de nuevo al vértigo de la vida.
Pero, tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante la agonía de ese esposo que nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y personas queridas?
La muerte es una puerta que traspasa cada hombre o mujer en solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en e1 misterio insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él?
La liturgia cristiana nos revela cuál es la actitud de los creyentes ante la muerte de nuestros amigos y hermanos.
La Iglesia no se limita a asistir pasivamente al hecho de la muerte ni tan sólo a consolar a los que quedamos aquí llorando a nuestros seres queridos. Su reacción espontánea es de solidaridad fraterna hacia el difunto.
La comunidad cristiana rodea al que muere, pide por él y le acompaña con su amor y su plegaria en ese misterioso encuentro con Dios.
Ni una palabra de desolación o de rebelión, de vacío o duda. En el centro de toda la liturgia por los difuntos, sólo una oración de confianza: «En tus manos, Padre de bondad, encomendamos el alma de nuestro hermano”.
Es como si dijéramos a ese ser querido que se nos ha muerto: «Te seguimos queriendo, pero tú te vas y tu partida nos entristece. Sin embargo, sabemos que te dejamos en mejores manos. Esas manos de Dios son un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer ahora. Dios te quiere como nosotros no hemos sabido quererte. En El te dejamos confiados”.
Esta confianza que llena el corazón de los-creyentes de paz y esperanza ante la muerte de nuestros seres queridos no es un sentimiento arbitrario, sino que nace de nuestra fe en Jesucristo resucitado: «Recuerda a tu hijo a quien has llamado de este mundo a tu presencia. Concédele que así como ha compartido ya la muerte de Jesucristo, comparta también con él la gloria de la resurrección”.
Todo esto puede parecer inaceptable a muchos que se acercarán hoy al cementerio a depositar unas flores y recordar experiencias vividas aquí con sus seres queridos. Como decía K Rahner, hay cosas que sólo podemos vivir “si tenemos un corazón sabio y humilde y nos acostumbramos a ver lo que está sustraído a la mirada del superficial y del impaciente”.

José Antonio Pagola
HOMILIA

Yo soy la resurrección y la vida

Lo que nosotros llamamos muerte, no es sino terminar de morir. El último instante en que se apaga la vida biológica. En realidad, tardamos en morir veinte, cuarenta o setenta y cinco años. Desde que nacemos estamos ya muriendo. La muerte no es algo que nos llega desde fuera, al final de nuestra vida. La muerte comienza cuando nacemos.
Nos vamos muriendo segundo a segundo y minuto a minuto, gastando de manera irreversible la energía vital que poseemos. Los hombres somos mortales no porque al término de nuestra vida hay un final, sino porque constantemente nuestra vida se va vaciando, se va desgastando y va «muriendo».
Pero la muerte no es problema sólo del individuo humano. La muerte está presente dentro de toda vida, envolviendo con sus brazos poderosos a todo viviente. Se puede afirmar que todo lo que vive está ya camino de la muerte.
Los animales que corren, vuelan y se agitan por la tierra entera, la vegetación multicolor que cubre nuestro planeta, la vida que se puede encerrar en el universo entero, camina hacia la muerte.
Pero hay que decir todavía algo más. Lo que construyen los vivientes, sus organizaciones, sus grandes sistemas, sus revoluciones, logros y conquistas están abocados también a morir un día.
Y sin embargo, desde el fondo de la vida, de toda vida, nace una protesta. Ningún viviente quiere morir. Y esta protesta se convierte en el hombre en un grito consciente de angustia y de impotencia que refleja y resume el deseo profundo de toda la creación.
Los cristianos creemos que este anhelo por la vida ha sido escuchado por Dios. Jesucristo muerto por los hombres, pero resucitado por Dios, es el signo y la garantía de que Dios ha recogido nuestro grito y quiere encaminarlo todo hacia la plenitud de la vida.
Por eso dentro de esta vida mortal, el creyente es un hombre que afirma la vida y rechaza la muerte. Defiende y promueve todo lo que conduce a la vida, y condena y lucha contra todo lo que nos lleva a la destrucción y la muerte.
Dios ha dicho no a la muerte. La actitud cristiana de defensa de la vida en todos los frentes (aborto, eutanasia, muertes violentas, opresión destructora... ) nace de esa fe en un Dios «amigo de la vida» que en Jesucristo resucitado nos descubre su voluntad de liberarnos definitivamente de la muerte.

José Antonio Pagola


sábado, 26 de octubre de 2013

01/11/2013 - Todos los Santos (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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1 de noviembre de 2013

Todos los Santos (C)


EVANGELIO

Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
"Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
“Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
“Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
“Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
“Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
“Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
“Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
“Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
“Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.
Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo."

Palabra de Dios.

HOMILIA

MAL PROGRAMADOS

Todos experimentamos que la vida está sembrada de problemas y conflictos que en cualquier momento nos pueden hacer sufrir. Pero, a pesar de todo, podemos decir que la «felicidad interior» es uno de los mejores indicadores para saber si una persona está acertando en el difícil arte de vivir. Se podría incluso afirmar que la verdadera felicidad no es sino la vida misma cuando está siendo vivida con acierto y plenitud.
Nuestro problema consiste en que la sociedad actual nos programa para buscar la felicidad por caminos equivocados que casi inevitablemente nos conducirán a vivir de manera desdichada.
Una de las instrucciones erróneas dice así: «Si no tienes éxito, no vales». Para conseguir la aprobación de los demás e, incluso, la propia estima hay que triunfar.
La persona así programada difícilmente será dichosa. Necesitará tener éxito en todas sus pequeñas o grandes empresas. Cuando fracase en algo, sufrirá de manera indebida. Fácilmente crecerá su agresividad contra la sociedad y contra la misma vida.
Esa persona quedará, en gran parte, incapacitada para descubrir que ella vale por sí misma, por lo que es, aun antes de que se le añadan éxitos o logros personales.
La segunda equivocación es ésta: «Si quieres tener éxito, has de valer más que los demás». Hay que ser siempre más que los otros, sobresalir, dominar.
La persona así programada está llamada a sufrir. Vivirá siempre envidiando a los que han logrado más éxito, los que tienen mejor nivel de vida, los de posición más brillante.
En su corazón crecerá fácilmente la insatisfacción, la envidia oculta, el resentimiento. No sabrá disfrutar de lo que es y de lo que tiene. Vivirá siempre mirando de reojo a los demás. Así, difícilmente se puede ser feliz.
Otra consigna equivocada: «Si no respondes a las expectativas, no puedes ser feliz». Has de responder a lo que espera de ti la sociedad, ajustarte a los esquemas. Si no entras por donde van todos, puedes perderte.
La persona así programada se estropea casi inevitablemente. Termina por no conocerse a sí misma ni vivir su propia vida. Sólo busca lo que buscan todos, aunque no sepa exactamente por qué ni para qué.
Las Bienaventuranzas nos invitan a preguntarnos si tenemos la vida bien planteada o no, y nos urgen a eliminar programaciones equivocadas. ¿Qué sucedería en mi vida si yo acertara a vivir con un corazón más sencillo, sin tanto afán de posesión, con más limpieza interior, más atento a los que sufren, con una confianza grande en un Dios que me ama de manera incondicional? Por ahí va el programa de vida que nos trazan las Bienaventuranzas de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

LA FELICIDAD NO SE COMPRA

Nadie sabemos dar una respuesta demasiado clara cuando se nos pregunta por la felicidad. ¿Qué es de verdad la felicidad? ¿En qué consiste realmente? ¿Cómo alcanzarla? ¿Por qué caminos?
Ciertamente no es fácil acertar a ser feliz. No se logra la felicidad de cualquier manera. No basta conseguir lo que uno andaba buscando. No es suficiente satisfacer los deseos. Cuando uno ha conseguido lo que quería, descubre que está de nuevo buscando ser feliz.
También es claro que la felicidad no se puede comprar. No se la puede adquirir en ninguna planta de ningún gran almacén, como tampoco la alegría, la amistad o la ternura. Con dinero sólo podemos comprar apariencia de felicidad.
Por eso, hay tantas personas tristes en nuestras calles. La felicidad ha sido sustituida por el placer, la comodidad y el bienestar. Pero nadie sabe cómo devolverle al hombre de hoy el gozo, la libertad, la experiencia de plenitud.
Nosotros tenemos nuestras «bienaventuranzas». Suenan así: Dichosos los que tienen una buena cuenta corriente, los que se pueden comprar el último modelo, los que siempre triunfan, a costa de lo que sea, los que son aplaudidos, los que disfrutan de la vida sin escrúpulos, los que se desentienden de los problemas...
Jesús ha puesto nuestra «felicidad» cabeza abajo. Ha dado un vuelco total a nuestra manera de entender la vida y nos ha descubierto que estamos corriendo «en dirección contraria».
Hay otro camino verdadero para ser feliz, que a nosotros nos parece falso e increíble. La verdadera felicidad es algo que uno se la encuentra de paso, como fruto de un seguimiento sencillo y fiel a Jesús.
¿En qué creer? ¿En las bienaventuranzas de Jesús o en los reclamos de felicidad de nuestra sociedad?
Tenemos que elegir entre estos dos caminos. O bien, tratar de asegurar nuestra pequeña felicidad y sufrir lo menos posible, sin amar, sin tener piedad de nadie, sin compartir... O bien, amar... buscar la justicia, estar cerca del que sufre y aceptar el sufrimiento que sea necesario, creyendo en una felicidad más profunda.
Uno se va haciendo creyente cuando va descubriendo prácticamente que el hombre es más feliz cuando ama, incluso sufriendo, que cuando no ama y por lo tanto no sufre por ello.
Es una equivocación pensar que el cristiano está llamado a vivir fastidiándose más que los demás, de manera más infeliz que los otros. Ser cristiano, por el contrario, es buscar la verdadera felicidad por el camino señalado por Jesús. Una felicidad que comienza aquí, aunque alcanza su plenitud en el encuentro final con Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

CREER EN EL CIELO

Alegraos y regocijaos...

En esta fiesta cristiana de Todos los Santos, quiero decir cómo entiendo y trato de vivir algunos rasgos de mi fe en la vida eterna. Quienes conocen y siguen a Jesucristo me entenderán.
Creer en el cielo es para mí resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es sólo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús, intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón da la humanidad.
Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que sólo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver a los que vienen en las pateras llegar a su verdadera patria.
Creer en el cielo es para mí acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: Entra para siempre en el gozo de tu Señor.
No me resigno a que Dios sea para siempre un «Dios oculto», del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No me puedo hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No me resigno a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. Quiero que un día los últimos sean los primeros y que las prostitutas nos precedan. Quiero conocer a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron amando en el anonimato y sin esperar nada.
Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el Apocalipsis pone en boca de Dios: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida». ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.

José Antonio Pagola

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