El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
La Presentación del Señor (A)
EVANGELIO
Mis
ojos han visto a tu Salvador.
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Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 22-40
Cuando llegó el tiempo de la purificación,
según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo
al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito
varón será consagrado al Señor", y para entregar la oblación, como dice la
ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones."
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado
Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el
Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que
no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu,
fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él
lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
"Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los
pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel."
[Su padre y su madre estaban admirados por lo
que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:
"Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten;
será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos
corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma."
Había también una profetisa, Ana, hija de
Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había
vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se
apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.
Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos
los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía
la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba
creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo
acompañaba.]
Palabra de Dios.
HOMILIA
2013-2014 -
2 de febrero de 2014
FE
SENCILLA
El relato del nacimiento de Jesús
es desconcertante. Según Lucas, Jesús nace en un pueblo en el que no hay sitio
para acogerlo. Los pastores lo han tenido que buscar por todo Belén hasta que
lo han encontrado en un lugar apartado, recostado en un pesebre, sin más
testigos que sus padres.
Al parecer, Lucas siente
necesidad de construir un segundo relato en el que el niño sea rescatado del
anonimato para ser presentado públicamente. ¿Qué lugar más apropiado que el
Templo de Jerusalén para que Jesús sea acogido solemnemente como el Mesías
enviado por Dios a su pueblo?
Pero, de nuevo, el relato de
Lucas va a ser desconcertante. Cuando los padres se acercan al Templo con el
niño, no salen a su encuentro los sumos sacerdotes ni los demás dirigentes
religiosos. Dentro de unos años, ellos serán quienes lo entregarán para ser
crucificado. Jesús no encuentra acogida en esa religión segura de sí misma y
olvidada del sufrimiento de los pobres.
Tampoco vienen a recibirlo los
maestros de la Ley que predican sus “tradiciones humanas” en los atrios de
aquel Templo. Años más tarde, rechazarán a Jesús por curar enfermos rompiendo
la ley del sábado. Jesús no encuentra acogida en doctrinas y tradiciones
religiosas que no ayudan a vivir una vida más digna y más sana.
Quienes acogen a Jesús y lo
reconocen como Enviado de Dios son dos ancianos de fe sencilla y corazón
abierto que han vivido su larga vida esperando la salvación de Dios. Sus
nombres parecen sugerir que son personajes simbólicos. El anciano se llama
Simeón (“El Señor ha escuchado”), la anciana se llama Ana (“Regalo”). Ellos
representan a tanta gente de fe sencilla que, en todos los pueblos de todas los
tiempos, viven con su confianza puesta en Dios.
Los dos pertenecen a los
ambientes más sanos de Israel. Son conocidos como el “Grupo de los Pobres de
Yahvé”. Son gentes que no tienen nada, solo su fe en Dios. No piensan en su
fortuna ni en su bienestar. Solo esperan de Dios la “consolación” que necesita
su pueblo, la “liberación” que llevan buscando generación tras generación, la
“luz” que ilumine las tinieblas en que viven los pueblos de la tierra. Ahora
sienten que sus esperanzas se cumplen en Jesús.
Esta fe sencilla que espera de
Dios la salvación definitiva es la fe de la mayoría. Una fe poco cultivada, que
se concreta casi siempre en oraciones torpes y distraídas, que se formula en
expresiones poco ortodoxas, que se despierta sobre todo en momentos difíciles
de apuro. Una fe que Dios no tiene ningún problema en entender y acoger.
José Antonio Pagola
HOMILIA
BANDERA DISCUTIDA
«Será
como una bandera discutida.»
Simeón es un personaje
entrañable. Lo imaginamos casi siempre como un sacerdote anciano del Templo,
pero nada de esto se nos dice en el texto. Simeón es un hombre bueno del pueblo
que guarda en su corazón la esperanza de ver un día «el consuelo» que tanto
necesitan. «Impulsado por el Espíritu de Dios», sube al templo en el momento en
que están entrando María, José y su niño Jesús.
El encuentro es conmovedor.
Simeón reconoce en el niño que trae consigo aquella pareja pobre de judíos
piadosos al Salvador que lleva tantos años esperando. El hombre se siente
feliz. En un gesto atrevido y maternal, «toma al niño en sus brazos» con amor y
cariño grande. Bendice a Dios y bendice a los padres. Sin duda, el evangelista
lo presenta como modelo. Así hemos de acoger al Salvador.
Pero, de pronto, se dirige a
María y su rostro cambia. Sus palabras no presagian nada tranquilizador: «Una
espada te traspasara el alma». Este niño que tiene en sus brazos será una
«bandera discutida»: fuente de conflictos y enfrentamientos. Jesús hará que
«unos caigan y otros se levanten». Unos lo acogerán y su vida adquirirá una
dignidad nueva: su existencia se llenará de luz y de esperanza. Otros lo
rechazarán y su vida se echará a perder. El rechazo a Jesús será su ruina.
Al tomar postura ante Jesús,
«quedará clara la actitud de muchos corazones». El pondrá al descubierto lo que
hay en lo más profundo de las personas. La acogida de este niño pide un cambio
profundo. Jesús no viene a traer tranquilidad, sino a generar un proceso
doloroso y conflictivo de conversión radical.
Siempre es así. También hoy. Una
Iglesia que tome en serio su conversión a Jesucristo, no será nunca un espacio
de tranquilidad sino de conflicto. No es posible una relación más vital con
Jesús sin dar pasos hacia mayores niveles de verdad. Y esto es siempre doloroso
para todos.
Cuanto más nos acerquemos a
Jesús, mejor veremos nuestras incoherencias y desviaciones; lo que hay de
verdad o de mentira en nuestro cristianismo; lo que hay de pecado en nuestros
corazones y nuestras estructuras, en nuestras vidas y nuestras teologías.
José Antonio Pagola
HOMILIA
¡QUÉ
FAMILIA!
Se
volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
Hoy se habla mucho de la crisis
de la institución familiar. Ciertamente la crisis es grave. Pero no es lícito
ser catastrofistas. Aunque estamos siendo testigos de una verdadera revolución
en la conducta familiar, y muchos han predicado la muerte de diversas formas
tradicionales de familia, nadie anuncia hoy seriamente la desaparición de la
familia.
Al contrario, la historia parece
enseñarnos que en los tiempos difíciles se estrechan más los vínculos
familiares. La abundancia separa a los hombres. La crisis y la penuria los une.
Ante el presentimiento de que vamos a vivir tiempos difíciles, son bastantes
los que presagian un nuevo renacer de la familia.
Con frecuencia, el deseo sincero
de muchos cristianos de imitar a la sagrada familia de Nazaret ha favorecido el
ideal de una familia cimentada en la armonía y la felicidad del propio hogar.
Sin duda, es necesario también hoy promover la autoridad y responsabilidad de
los padres, la obediencia de los hijos, el diálogo y la solidaridad familiar.
Sin estos valores la familia fracasará.
Pero no cualquier familia
responde a las exigencias del reino de Dios planteadas por Jesús. Hay familias
abiertas al servicio de la sociedad, y familias egoístamente replegadas sobre
sí mismas. Familias autoritarias y familias de talante dialogal. Familias que
educan en el egoísmo y familias que enseñan solidaridad.
Concretamente, en el contexto de
la grave crisis económica que estamos padeciendo, la familia puede ser una
escuela de insolidaridad en la que el egoísmo familiar, se convierte en virtud
y criterio de actuación que configurará el comportamiento social de los hijos.
Y puede ser, por el contrario, un lugar en el que el hijo o la hija puede
recordar que todos tenemos un Padre común, y que el mundo no se acaba en las
paredes de la propia casa.
Por eso, no podemos celebrar
responsablemente la fiesta de la Sagrada Familia, sin escuchar el reto de
nuestra fe. ¿Serán nuestros hogares un lugar donde las nuevas generaciones
escucharán la llamada del evangelio a la fraternidad universal, la defensa de
los abandonados, y la búsqueda de una sociedad mas justa, o se convertirán en
la escuela más eficaz de insolidaridad, inhibición y pasividad egoísta ante los
problemas ajenos?
José Antonio Pagola
HOMILIA
SHALOM
Luz para
alumbrar a las naciones.
El evangelista que narra el
nacimiento de Jesús no sabía cómo transmitir su emoción ante lo sucedido en
aquella noche santa. Sólo pudo decir lo que él «escuchaba» en lo íntimo de su
corazón. Un canto entonado por ángeles, que venía a decir así: «A Dios gloria, alabanza y agradecimiento sin
fin. A los hombres paz y sólo paz».
Es correcto traducir el término
hebreo «shalom» por paz, como hacen
todas las biblias, pero es demasiado poco. «Shalom» es la experiencia dichosa
de la vida, el placer de vivir, el gozo total que Dios quiere para cada
criatura, para cada árbol y cada animal, para cada niño y para cada hombre y
mujer.
«Shalom» es lo que Dios quiere
que experimentemos en cada cosa y en cada situación. «Shalom» es salud y
bienestar, es casa segura y tierra fértil. Es gozar con la pareja, tener hijos,
dormir seguros. «Shalom» es alegría, gozo y armonía interior. «Shalom» es la
bendición de Dios: lo que Dios quiere desde siempre para la humanidad entera.
Lo único que explica el nacimiento de ese niño.
Las sociedades modernas no
despiertan necesidad de «shalom» ni anhelo de plenitud. Sólo producen
necesidades artificiales que se satisfacen adquiriendo cosas. Hasta en estos
días entrañables pretenden convencemos de que la falta de ternura y de calor se
puede llenar comprando artículos de regalo.
Me dicen que vivo en una sociedad
del bienestar, pero conozco a mucha gente que se defiende como puede entre la
depresión y la resignación. Me aseguran que pertenezco a una religión que es
portadora de una alegría universal y siento entre nosotros tristeza,
resentimiento y hasta crispación. Al parecer, ni los creyentes damos un voto de
confianza a Dios.
Y, entonces, ¿qué tengo que hacer
yo para vivir con corazón limpio estas fechas de Navidad? Tal vez, muy poco. No
escaparme de este mundo ni de esta Iglesia. No vivir de espaldas a los que
sufren. Participar en la vida de las personas. No ahogar en mí el placer de
vivir. No cansarme de hacer la vida más amable. Vivir dando gloria a Dios y
buscando «shalom» para todos. Felices vosotros y yo si, por lo menos,
despertamos en nosotros el deseo de vivir así.
José Antonio Pagola
HOMILIA
INDIFERENCIA
Luz para
alumbrar a las naciones.
La actitud más inhumana ante el
sufrimiento de tantos hombres y mujeres que mueren de hambre en el mundo es,
sin duda, la apatía e insensibilidad de quienes nos sentimos a salvo de tan
trágica situación. Gracias al desarrollo de los medios de comunicación hoy
sabemos más que nunca de la miseria, el hambre y las desgracias que asolan a
pueblos enteros de la tierra. Pero todo ello, lejos de estimular nuestra
solidaridad, nos acostumbra a veces a mirarlo todo con resignación y apatía.
Hemos aprendido a quedarnos
indiferentes ante las cifras y estadísticas que nos hablan de miseria y muerte.
Podemos calcular cuántos niños mueren de hambre cada minuto, sin que se
conmueva un ápice nuestra conciencia. Las imágenes más crueles y trágicas que
pueda servirnos la televisión quedan rápidamente borradas por el telefilme o el
concurso de turno.
Y, sin embargo, la muerte por
hambre es la más indigna e inmoral de todas las muertes porque es evitable y
sólo se produce por nuestra indiferencia y complicidad. Lo dicen los expertos:
sobran alimentos, falta solidaridad.
La indiferencia en los países
occidentales alcanza a veces rasgos escandalosos y provocativos. Estas mismas
navidades hemos podido ver anunciadas en la prensa donostiarra cenas de fin de
año a 115 euros el cubierto. A los pocos días se nos informaba que los indios
de Chiapas (México) viven durante todo el año con el equivalente aproximado a
85 euros. ¿Cómo se puede calificar este estado de cosas?
Mientras cien mil personas mueren
de hambre cada día, en nuestras sociedades ricas casi la mitad de la población
vive preocupada por problemas derivados de una alimentación excesiva. Sobre la
misma tierra en que caen cada día tantos hombres y mujeres vencidos por el
hambre, nosotros, bien alimentados, paseamos, corremos o hacemos «footing» para
bajar el exceso de peso.
Este es nuestro pecado y también
nuestra mayor vergüenza. En esta fiesta de la Sagrada Familia hay algo que los
creyentes no deberíamos olvidar. Según Jesús, la familia no puede quedar
reducida a quienes estamos unidos por lazos de sangre. Todos los humanos
formamos «la familia de Dios». No podemos celebrar satisfechos la Navidad
dentro de nuestro hogar mientras hay familias en el mundo que mueren de hambre.
José Antonio Pagola
HOMILIA
LAS
ABUELAS
Se
volvieron a Galilea.
La crisis de fe que se observa en
la sociedad repercute de diversas formas en la familia, verdadera «caja de
resonancia» de cuanto se produce en el entorno social. Algo ha cambiado durante
estos años en no pocos hogares: han desaparecido, en buena parte, los signos
religiosos, se han perdido costumbres cristianas, son pocas las familias que se
reúnen para rezar. En general lo que se transmite a los hijos no es fe, sino
indiferencia religiosa y silencio.
La situación concreta es, sin
embargo, más variada y compleja. Hay ciertamente familias donde los padres
adoptan una postura de rechazo a lo religioso e impiden que sus hijos sean
iniciados en la fe. No son muchos. En esos hogares lo religioso sólo aparece
para ser objeto de ataque o de burla.
Hay, por el contrario, hogares
donde se mantiene viva la identidad cristiana. La fe es un factor importante a
la hora de configurar el clima familiar. Se reza, se cuidan los valores
religiosos, y los padres se preocupan de la educación cristiana de los hijos.
Se trata de un grupo más numeroso de lo que a veces se piensa.
La situación más generalizada es
otra. No pocos padres se han alejado de la práctica religiosa y viven
instalados en la indiferencia. No rechazan la fe, pero tampoco les preocupa la
educación religiosa de sus hijos. No les parece algo importante para su futuro.
Bautizan a sus hijos, celebran su primera comunión, pero no les transmiten fe.
En estos hogares son las abuelas
las que están desempeñando muchas veces una labor de gran importancia dentro de
su aparente humildad. Calladamente y de la forma más natural, van enseñando al
nieto o a la nieta a rezar, lo llevan a la iglesia y, a su estilo y manera, le
van explicando las «cosas más fundamentales» sobre Dios y Jesús. Ni ellas
mismas se dan cuenta de que están despertando en el niño las primeras
experiencias religiosas.
Algunas van más lejos, y se
preocupan de comprarles una «Biblia para niños» o libros adecuados para
explicarles con detalle las parábolas de Jesús o el sentido de las fiestas
cristianas. No siempre es una labor solitaria. Cuentan muchas veces con la
«complicidad» del abuelo y el asentimiento agradecido de los padres que, en el
fondo, saben que todo eso es bueno para el hijo.
En esta fiesta de la Sagrada
Familia quiero alabar la actuación de estas mujeres. Tal vez un día, más de uno
recuerde agradecido a la «amona» que le habló de un Dios que nos ama sin fin o
le contó la parábola del hijo pródigo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
HACIA UNA
FAMILIA MÁS SANA
Se
volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
Entre no pocos padres se ha
extendido una sensación de pesimismo y desaliento. Es problemático lograr una
convivencia sana y gozosa en el hogar. Por todas partes se habla de crisis de
la familia y se apuntan toda clase de dificultades. Sin embargo, psicólogos y
pedagogos siguen recordando las grandes posibilidades de la familia. Eso sí.
Los padres han de cuidar algunos aspectos básicos.
Lo primero es que los padres se
quieran de verdad, y que los hijos puedan verlo. Saber y experimentar que los
padres se quieren es el mejor regalo para los hijos. La base para crear un
ámbito de confianza y seguridad donde los hijos pueden crecer de manera sana.
Los psicólogos insisten en que también hoy la persona vuelve, por lo general, a
aquellos valores, experiencias y actitudes que vivió con gozo y satisfacción en
los primeros años de su vida.
Naturalmente, es decisivo el
afecto de los padres hacia sus hijos: el cariño, la atención a cada uno, el
interés por sus cosas, la cercanía. Para un hijo, lo más importante es que el
padre y la madre le dediquen tiempo a él solo. Los lazos que se crean en ese
encuentro a solas son más decisivos que todas las discusiones que se tienen a
lo largo del día. El futuro de los hijos que se sienten queridos así por sus
padres es siempre más sano y positivo.
Es importante también crear en
casa un clima de comunicación. Esto exige eliminar lo que puede generar
desconfianza, agresividad o autoritarismo. Pide también momentos de encuentro,
un cierto control de la TV, salidas de toda la familia junta. Es cierto que la
vida moderna hace más difícil la convivencia en familia. Pero lo más importante
no es sacar más tiempo para estar juntos, sino que, cuando la familia esté
reunida, se puedan encontrar a gusto, en un clima de confianza y cercanía.
Difícilmente van a encontrar los hijos un clima semejante en la sociedad
actual.
Los padres han de cuidar también
la coherencia entre lo que piden a sus hijos y lo que viven ellos mismos. El
padre y la madre pueden cometer errores y tener momentos malos. El hijo sabe
que tampoco sus padres son perfectos. Lo importante es que pueda ver en ellos
un esfuerzo honesto por vivir según sus propias convicciones. Es esto lo que
convence y da autoridad a la palabra de los padres.
Unos padres creyentes,
preocupados por crear este clima en su hogar, pueden, al mismo tiempo, darle un
carácter cristiano. Es mucho lo que se puede hacer, desde ensayar una oración
en pareja y enseñar a rezar a los hijos pequeños, hasta cuidar los signos
religiosos en casa o compartir la fe en momentos señalados.
La fiesta litúrgica de la Sagrada
Familia puede ser, en estas fechas de Navidad, una buena ocasión para la
reflexión y la renovación del clima familiar.
José Antonio Pagola
HOMILIA
EL
CANSANCIO DE OCCIDENTE
Luz para
alumbrar a las naciones.
No es un libro más, sino el
título de una apasionante conversación entre dos importantes intelectuales que
se atreven a analizar el mundo occidental con absoluta libertad y penetrante
lucidez. Un libro que invita a la reflexión y al cambio (El cansancio de Occidente. Rafael Argullol y Eugenio Trías, Edic.
Destino, 1992).
Hay algo que se hace evidente a
medida que avanza el análisis de los dos autores. Occidente está profundamente
cansado. El mito del progreso se desmorona sin remedio. La vida humana se
empobrece. Cada vez son más palpables “los signos de agotamiento” de nuestro
pretendido mundo feliz.
La técnica ha introducido un modo
de ser y de pensar que sólo mira a la eficacia, el rendimiento y la
operatividad. No interesa nada que pueda hacer relación al destino o al sentido
de la vida, al misterio del cosmos, a lo sagrado. Todo queda descalificado por
el pragmatismo.
Sólo interesa el bienestar, el
éxito, la seguridad. El hombre contemporáneo se encoge de hombros ante
cualquier planteamiento más profundo sobre el hombre, el mundo, la divinidad.
“Para qué ocuparse de aquello que carece de respuestas claras, exactas?”
Poco a poco, Occidente se ha
convertido en “una suerte de máquina productiva” que va arrasando ideas,
valores culturales, poéticos y religiosos, demoliendo cualquier religación al
misterio. El resultado es un ciudadano “bárbaro-civilizado” que Argullol y Trías analizan, de manera
incisiva, para sacarnos de la ceguera.
Un ser “radicalmente irresponsable”,
incapaz de reflexionar por su cuenta, perfectamente adaptado a los patrones de
vida que se le imponen. Un hombre ignorante, de “sensibilidad embotada”, con
una tendencia creciente a trivializarlo todo. Capaz de acumular muchos, datos
de los medios de información, pero carente de verdadera formación.
Aparentemente, siempre en
incesante actividad, pero en realidad un “hombre pasivo” que participa
dócilmente en un plan de vida que él no ha trazado. Un “individuo-masa”,
productor, consumidor, automovilista, espectador televisivo, convertido en
“átomo-cápsula” que reproduce ese carácter incapsulado de su ser en su
vivienda, su célula familiar, su automóvil, su sector laboral.
El libro de Argullol y Trías no es amargo. Está inspirado por un motivo noble y
esperanzador: “Debemos atrevemos a replantear el propio rumbo seguido por la
civilización moderna”. Occidente está necesitado de la luz de una “nueva
evangelización”. Y éste es el gran reto para la Iglesia: acoger ella misma la
llamada de Cristo a la conversión, y urgir al hombre de hoy a cambiar de rumbo.
A la Iglesia se le piden hoy
muchas cosas. Pero ella ha de saber que también hoy su tarea primera y
fundamental es hacer presente en medio de la sociedad moderna a ese Cristo que,
según el cántico de Simeón, es “Salvador
de todos los pueblos” y “luz para
alumbrar a las naciones “.
José Antonio Pagola
HOMILIA
EL ARTE
DE ENVEJECER
Había en
Jerusalén un hombre llamado Simeón.
Nadie quiere envejecer. La vejez
evoca casi siempre en nosotros soledad, tristeza, esclerosis, aislamiento,
amnesia..., incapacidad para vivir intensamente.
¿No es posible ser un anciano
dichoso? Sin duda, depende de la familia, de los amigos, del ambiente, de la
salud, de las condiciones de jubilación. Pero, en buena parte, depende también
de cada hombre o mujer.
Hay gente mayor que se hunde en
la desconfianza, la rebelión o el pesimismo. Gente mayor amargada por el
egoísmo, que tiraniza a quienes les rodean. Pero hay también gente mayor que ha
descubierto la riqueza de esta edad.
El evangelista Lucas nos describe
la figura simpática de Simeón y Ana, dos ancianos que consumen sus últimos días
a la sombra del templo de Jerusalén dando gracias a Dios y ofreciendo su
sabiduría al pueblo.
Sin duda, envejecer no es un arte
fácil. Tal vez, lo primero sea saber aceptar humildemente la vida tal como es,
con su ritmo, sus posibilidades y sus limitaciones. Es gran sabiduría aceptar
serenamente y sin engaños el momento particular de la vida en que nos
encontramos.
Pero, ¿qué posibilidades puede
ofrecer una edad aparentemente tan triste y temida como la vejez?
En primer lugar, la vejez puede
ser la gran ocasión para recuperar la paz del corazón y reconciliarnos con
nosotros mismos. En la medida en que van disminuyendo otras actividades y
preocupaciones, puede ser más fácil descansar de tanta agitación y encontrarse
serenamente con uno mismo.
Para ello, es necesario confiar
en Dios. Mirar nuestra vida pasada con los ojos de ese Dios que comprende
nuestras equivocaciones, perdona nuestros pecados más oscuros y nos acepta como
somos. Dejar en sus manos nuestro futuro porque sólo El nos ama al fin.
Entonces, la vejez puede ser
tiempo para saborear la bondad de Dios, momento propicio para agradecer el
regalo de la vida, tal como ha sido, con sus horas hermosas y sus momentos
amargos.
Pero puede ser, además, el tiempo
de la sabiduría y de la verdad. Tiempo para relativizar con humor tantas cosas
que no tenían la importancia que les hemos dado a lo largo de la vida. Tiempo
para recordar a los jóvenes dónde está, al final, lo verdaderamente esencial.
Y, sobre todo, tiempo de oración
sencilla para convertir esas largas horas de silencio, soledad y, tal vez, de
sufrimiento, en maduración confiada para el encuentro final con Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
LA
FAMILIA NECESARIA
Entraban
sus padres con el Niño Jesús.
En poco tiempo estamos asistiendo
a un cambio profundo de la institución familiar entre nosotros.
La familia numerosa ha
desaparecido para ser sustituida por una «familia nuclear» formada por la
pareja y un número muy reducido de hijos.
La mujer ha salido del hogar para
realizar un trabajo profesional tan valorado como el de su esposo, abandonando
así su rol anterior de esposa y madre dedicada exclusivamente a las labores del
hogar.
Los divorcios y separaciones han
crecido notablemente. Esta inestabilidad matrimonial ha traído consigo el
aumento de hijos que crecen en un hogar en que vive solamente uno de los
progenitores.
¿Significa todo esto que la
familia está llamada a desaparecer? Los estudiosos de la familia apuntan hoy,
más bien, la posibilidad de que se extinga la familia tal como la hemos
conocido, pero ninguno de ellos anuncia la desaparición de la dimensión
familiar.
El hombre necesita el ámbito
familiar para abrirse a la vida y crecer dignamente. Por otra parte, estamos
viviendo momentos de grave crisis y la historia nos enseña que en los tiempos
difíciles se estrechan los vínculos familiares. La abundancia separa a los
hombres y la penuria los une.
Los problemas de la pareja y de
la familia no se van a resolver con la ley del divorcio ni con la
despenalización del aborto. Es una equivocación pensar que es un progreso
establecer una mayor liberalización del divorcio y del aborto.
Lo que necesitan y reclaman los
hombres y mujeres de esta sociedad no es poder divorciarse sino poder formar
una verdadera familia. Lo que nos tenemos que preguntar seriamente todos es
cuáles son las condiciones necesarias para formar un matrimonio duradero y una
familia estable, cálida y acogedora.
Los hombres y mujeres de nuestros
días están necesitados de experiencias fundamentales de amor y la familia es,
tal vez, el marco privilegiado para vivir una experiencia de amor amistoso,
gratuito y confiado.
Para los creyentes este amor es
precisamente experiencia privilegiada para expresar y vivir la gracia y el amor
de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
¿QUE
FAMILIA?
Se
volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
Recientemente, un escritor
canadiense resumía así la crisis de la familia contemporánea: «Cómo optar por
una descendencia en una sociedad aparentemente sin futuro, en una situación
social que parece sin salida? ¿Cómo proyectar una larga aventura de educación,
cuando se la concibe como una gota de agua en un mar de influencias
incontrolables? » (J. Grand’Maison).
Ciertamente, la crisis es grave.
Pero no es lícito ser catastrofistas. Aunque estamos siendo testigos de una
verdadera revolución en la conducta familiar, y muchos han predicado la muerte
de diversas formas tradicionales de familia, nadie anuncia hoy seriamente la
desaparición de la familia.
Al contrario, la historia parece
enseñarnos que en los tiempos difíciles se estrechan más los vínculos
familiares. La abundancia separa a los hombres. La crisis y la penuria los une.
Ante el presentimiento de que vamos a vivir tiempos difíciles, son bastantes
los que presagian un nuevo renacer de la familia.
Pero, ¿qué familia? Los católicos
hemos defendido, con frecuencia, la familia
en abstracto, sin detenernos demasiado a reflexionar cuál debe ser el contenido
de un proyecto familiar entendido y vivido desde la fe.
Pero, no cualquier familia
responde a las exigencias del evangelio. Hay familias abiertas al servicio de
la sociedad, y familias egoístamente replegadas sobre sí mismas. Familias
autoritarias y familias de talante dialogal. Familias que educan en el egoísmo
y familias que enseñan solidaridad.
Concretamente, en el contexto de
la grave crisis económica que estamos padeciendo, la familia puede ser una
escuela de insolidaridad en la que el egoísmo familiar, se convierte en virtud
y criterio de actuación que configurará el comportamiento social de los hijos.
Y puede ser, por el contrario, un
lugar en el que el hijo puede recordar que todos tenemos un Padre común, y que
el mundo no se acaba en las paredes de la propia casa.
Por eso, no podemos celebrar
responsablemente la fiesta de la Sagrada Familia, sin escuchar el reto de
nuestra fe. ¿Serán nuestros hogares un lugar donde las nuevas generaciones
podrán escuchar la llamada del evangelio a la fraternidad universal, la defensa
de los abandonados, y la búsqueda de una sociedad más justa, o se convertirán
en la escuela más eficaz de insolidaridad, inhibición y pasividad egoísta ante
los problemas ajenos?
José Antonio Pagola
Para
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