lunes, 25 de febrero de 2019

03-03-2019 - 8º domingo Tiempo ordinario (C)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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8º domingo Tiempo ordinario (C)



EVANGELIO

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 6,39-45

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «,Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2018-2019 -
3 de marzo de 2019

DETENERNOS

Nuestros pueblos y ciudades ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. No Es fácil liberarnos del ruido permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.

Ni siquiera en el propio hogar, invadido por la televisión y escenario de múltiples tensiones, es fácil encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para encontrarnos con nosotros mismos o para descansar gozosamente ante Dios.

Pues bien, precisamente en estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares de silencio, recogimiento y oración, los creyentes mantenemos con frecuencia cerrados nuestros templos e iglesias durante buena parte del día..

Se nos ha olvidado lo que es detenernos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberarnos por unos momentos de nuestras tensiones y dejarnos penetrar por el silencio y la calma de un recinto sagrado. Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir que, con frecuencia, basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y la paz.

Cuánto necesitamos los hombres y mujeres de hoy encontrar ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda nuestra energía interior.

Acostumbrados al ruido y a la agitación, no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que sólo alimenta y enriquece de verdad aquello que somos capaces de escuchar en lo más hondo de nuestro ser.

Sin ese silencio interior, no se puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde dentro como seres humanos y como creyentes. Según Jesús, la persona “saca el bien de la bondad que atesora en su corazón”. El bien no brota de nosotros espontáneamente. Hemos de cultivarlo y hacerlo crecer en el fondo del corazón. Muchas personas comenzarían a transformar su vida si acertaran a detenerse para escuchar todo lo bueno que Dios suscita en el silencio de su corazón.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
Fecha

DETENERSE

De la bondad que atesora en su corazón.

Nuestros pueblos y ciudades ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. Es difícil liberarse del ruido permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.

Ni siquiera en el propio hogar, escenario de múltiples tensiones e invadido por la televisión, es fácil encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para descansar gozosamente ante Dios.

Pues bien, paradójicamente, en estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares de silencio, recogimiento y oración, los creyentes hemos abandonado nuestras iglesias y templos, y sólo acudimos a ellos en las eucaristías del domingo.

Se nos ha olvidado lo que es detenemos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberamos por unos momentos de nuestras tensiones y dejamos penetrar por el silencio y la calma de un recinto sagrado. Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir que, con frecuencia, basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y la paz.

Cuánto necesitamos los hombres y mujeres de hoy ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda nuestra energía interior.

Acostumbrados al ruido y a las palabras, no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que sólo alimenta y enriquece de verdad a la persona aquello que es capaz de escuchar en lo más hondo de su ser.

Sin ese silencio interior, no se puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde dentro como hombres y como creyentes. Según Jesús, el hombre «saca el bien de la bondad que atesora en su corazón». El bien no brota de nosotros espontáneamente. Lo hemos de cultivar y hacer crecer en el fondo del corazón. Muchas personas comenzarían a transformar su vida si acertaran a detenerse para escuchar todo lo bueno que Dios suscita en el silencio de su alma.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
25 de febrero de 2001

MENTIRA

¿Acaso puede un ciego guiar a otros ciegos?

La veracidad ha sido siempre una preocupación importante en la educación. Lo hemos conocido desde niños. Nuestros padres y educadores podían «entender» todas nuestras travesuras, pero nos pedían ser sinceros. Nos querían hacer ver que «decir la verdad» es algo muy importante.

Tenían razón. La verdad es uno de los pilares sobre los que se asienta la conciencia moral y la convivencia. Sin verdad no es posible vivir con dignidad. Sin verdad no es posible una convivencia justa. El ser humano se siente traicionado en una de sus exigencias fundamentales.

Siempre he tenido la sensación de que se condena con fuerza toda clase de atropellos y abusos, pero no siempre se denuncia con la misma energía la mentira con que se intenta enmascararlos. Y, sin embargo, las injusticias se alimentan siempre a sí mismas con la mentira. Sólo falseando la realidad es posible llevar a cabo una guerra injusta como la de Irak.

Sucede muchas veces. Los grupos de poder ponen en marcha múltiples mecanismos para influir en la opinión pública y llevar a la sociedad hacia una determinada posición. Pero, con frecuencia, lo hacen ocultando la verdad y desfigurando los datos, de manera que las gentes llegan a vivir con una visión falseada de la realidad.

Las consecuencias son muy graves. Cuando se oculta la verdad, existe el riesgo de que vayan desapareciendo los contornos del «bien» y del «mal». Ya no se puede distinguir con claridad lo «justo» de lo «injusto». La mentira no deja ver las injusticias. Somos como «ciegos» que tratan de guiar a otros «ciegos».

Cuando, estos días, sigo la información que se nos proporciona sobre la guerra o escucho las declaraciones de los protagonistas, me vienen a la mente esas certeras palabras de Jesús: «Quien obra mal detesta la luz y no se acerca a la luz, para que no delate sus acciones» (Jn 3, 20).

Frente a tantos falseamientos interesados, siempre hay personas que tienen la mirada limpia y ven la realidad tal como es. Son los que están atentos al sufrimiento de los inocentes. Ellos ponen verdad en medio de tanta mentira. Ponen luz en medio de tanto oscurecimiento.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
Fecha

DESDE DENTRO

De la bondad que atesora en su corazón, saca el bien.

«En vuestro interior está el germen de lo auténtico.» Así se podría formular una de las líneas de fuerza del mensaje de Jesús. En medio de la sociedad judía, supeditada a las leyes de lo puro y lo impuro, lo sacro y lo profano, Jesús introduce un principio revolucionario para aquellas mentes: «Nada que entre de fuera hace impuro al hombre; lo que sale de dentro es lo que le hace impuro

El pensamiento de Jesús es claro: el hombre auténtico se construye desde dentro. Es la conciencia la que ha de orientar y dirigir la vida de la persona. Lo decisivo es el «corazón», ese lugar secreto e íntimo de nuestra libertad donde no nos podemos engañar a nosotros mismos. Según ese «despertador de conciencias» que es Jesús, ahí se juega lo mejor y lo peor de nuestra existencia.

Las consecuencias son palpables. Las leyes nunca han de reemplazar la voz de la conciencia. Jesús no viene a abolir la Ley, pero sí a superarla y desbordarla desde el «corazón». No se trata de vivir cínicamente al margen de la ley, pero sí de humanizar las leyes viviendo del espíritu hacia el que apuntan cuando son rectas. Vivir honestamente el amor a Dios y al hermano puede llevar a una «ilegalidad» más humana que la que propugnan ciertas leyes.

Lo mismo sucede con los ritos. Jesús siente un santo horror hacia lo que es falso, teatral o postizo. Una de las frases bíblicas más citadas por Jesús es ésta del profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está frjos de mí. El culto que me dan está vacío.» Lo que Dios quiere es amor y no cánticos y sacrificios. Lo mismo pasa con las costumbres, tradiciones, modas y prácticas sociales o religiosas. Lo importante, según Jesús, es la limpieza del corazón, el «aseo interior».

El mensaje de Jesús tiene hoy tal vez más actualidad que nunca en una sociedad donde se vive una vida programada desde fuera y donde los individuos son víctimas de toda clase de modas y consignas. Es necesario «interiorizar la vida» para hacernos más humanos. Podemos adornar al hombre con cultura e información; podemos hacer crecer su poder con ciencia y técnica. Si su interior no es más limpio y su corazón no es capaz de amar más, su futuro no será más humano. «El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
26 de febrero de 1995

LA IMPORTANCIA DE LAS PERSONAS

Cada árbol se conoce por su fruto.

El clima de violencia no es fruto de la casualidad ni resultado de fuerzas impersonales y anónimas. Detrás del terrorismo hay personas concretas que mueven los hilos desde la clandestinidad. En cada momento histórico hay personas que deciden las estrategias a seguir. Si pasan los años y no avanzamos hacia la paz es en definitiva por nuestra torpeza, nuestra pasividad o nuestra falta de audacia para abordar los conflictos.

No me parece superfluo en este contexto recordar la advertencia evangélica: «No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. » Es así. En una sociedad dañada por una violencia ya vieja, necesitamos hombres y mujeres de conciencia lúcida y sana, que nos ayuden a avanzar con realismo hacia la paz. No bastan las estrategias. Es importante el talante y la actitud de las personas.

Quien tiene su corazón lleno de fanatismo y resentimiento, no puede sembrar paz a su alrededor; la persona que alimenta en su interior odio y ánimo de venganza, poco puede aportar para construir una sociedad más reconciliada. Sólo quien vive en paz consigo mismo y con los demás, puede abrir caminos de pacificación; sólo quien alimenta una actitud interior de respeto y tolerancia, puede favorecer un clima de diálogo y búsqueda de mutuo entendimiento.

Lo mismo sucede con la verdad. Quien busca ciegamente sus intereses, sin escuchar la verdad de su conciencia, no aportará luz ni objetividad a los conflictos; el que no busca la verdad en su propio corazón, fácilmente cae en visiones apasionadas. Por el contrario, el hombre de «corazón sincero» aporta y exige verdad en los enfrentamientos; pide que la verdad sea buscada y respetada por todos como camino ineludible hacia la paz.

Por otra parte, sólo hombres libres podrán liberar a nuestra sociedad de la violencia. Personas con libertad para autocriticarse y para criticar al propio grupo. Son ellas las que pueden abrir caminos nuevos, sin encerrarse en posiciones inexorables, defendidas de forma ciega y apasionada, que hacen imposible cualquier paso hacia la paz.

Necesitamos hombres y mujeres con libertad y coraje para sacar a este pueblo de una violencia estancada y absurda. Personas que, por encima de engañosos maximalismos, busquen el bien real y posible de este pueblo, y sean capaces de encontrar caminos de diálogo honesto, intentando ahora mismo niveles mínimos de acuerdo y entendimiento.

Con el corazón lleno de odio, mutuas condenas, intolerancia y dogmatismo, se pueden hacer muchas cosas. Todo menos aportar verdadera paz a nuestra convivencia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
1 de marzo de 1992

ARBOLES SANOS

No hay árbol sano que dé fruto dañado.

La advertencia de Jesús es fácil de entender. «No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto. No se cosechan higos en las zarzas, ni se vendimian racimos en los espinos

En una sociedad dañada por tantas injusticias y abusos, donde crecen las «zarzas» de los intereses y las mutuas rivalidades, y donde brotan tantos ((espinos>) de odios, discordia y agresividad, son necesarias personas sanas que den otra clase de frutos. ¿Qué podemos hacer cada uno para sanar un poco la convivencia social tan dañada entre nosotros?

Tal vez hemos de empezar por no hacerle a nadie la vida más difícil de lo que ya es. Esforzarnos por vivir de tal manera que, al menos junto a nosotros, la vida sea más humana y llevadera. No envenenar el ambiente con nuestro pesimismo, nuestra amargura y agresividad. Crear en nuestro entorno unas relaciones diferentes hechas de confianza, bondad y cordialidad.

Son necesarias también personas que sepan acoger. Cuando escuchamos y acogemos a alguien, lo estamos liberando de la soledad y le estamos infundiendo nuevas fuerzas para vivir. Por muy difícil y dolorosa que sea la situación en que se encuentra, si la persona descubre que no está sola y tiene a alguien a quien acudir, nacerá de nuevo en ella la esperanza. Qué gran tarea puede ser hoy ofrecer refugio, acogida y respiro a tantas personas maltratadas por la vida.

Hemos de desarrollar también mucho más la capacidad de comprensión. Que las personas sepan que, hagan lo que hagan y por muy graves que sean sus errores, en mí encontrarán siempre a alguien que las comprenderá. Tal vez hemos de empezar por no despreciar a nadie ni siquiera interiormente. No condenar ni juzgar precipitadamente y sin compasión alguna. La mayoría de nuestros juicios y condenas de las personas sólo muestran nuestra poca calidad humana.

Es también importante poner fuerza interior en el que sufre. Nuestro problema no es tener problemas, sino no tener fuerza para enfrentarnos a ellos. Junto a nosotros hay personas que sufren inseguridad, soledad, fracaso, enfermedad, incomprensión... No necesitan sólo recetas para resolver su crisis. Necesitan a alguien que comparta su sufrimiento y ponga en sus vidas la fuerza interior que las sostenga.

El perdón puede ser otra fuente de esperanza en nuestra sociedad. Las personas que no guardan rencor ni alimentan de manera insana el odio o la venganza, sino que saben perdonar desde dentro, siembran esperanza en el mundo. Junto a esas personas siempre crecerá la vida.

No se trata de cerrar los ojos al mal y a la injusticia del ser humano. Se trata sencillamente de escuchar la consigna de san Pablo: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.» La manera más sana de luchar contra el mal en una sociedad tan dañada en algunos valores humanos es hacer el bien «sin devolver a nadie mal por mal...; en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres» (Rm 12, 17-18).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
28 de mayo de 1989

DETENERSE

De la bondad que atesora en su corazón.

Nuestros pueblos y ciudades ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y paz para encontrarse consigo mismo y con Dios.

Es difícil liberarse del ruido permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.

Ni siquiera en el propio hogar, escenario de múltiples tensiones e invadido por la televisión, es fácil encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para descansar gozosamente ante Dios.

Pues bien, paradójicamente, en estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares de silencio, recogimiento y oración, los creyentes hemos abandonado nuestras iglesias y templos y sólo acudimos a ellos masivamente en las eucaristías del domingo.

Se nos ha olvidado lo que es detenernos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberarnos por unos momentos de nuestras tensiones y dejarnos penetrar por el silencio y la calma de un recinto sagrado.

Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir que, con frecuencia, basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y la paz.

Cuánto necesitamos los hombres y mujeres de hoy ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda nuestra energía interior.

Acostumbrados al ruido y a las palabras, no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que sólo alimenta y enriquece de verdad al hombre aquello que es capaz de escuchar en lo más hondo de su ser.

Sin ese silencio interior, no se puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde dentro como hombres y como creyentes.

Según Jesús, el hombre “saca el bien de la bondad que atesora en su corazón”. El bien no brota de nosotros espontáneamente. Lo hemos de cultivar y hacer crecer en el fondo del corazón.

Muchas personas comenzarían a transformar su vida si acertaran a detenerse para escuchar todo lo bueno que Dios suscita en el silencio de su alma.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
Fecha

LA CEGUERA DE LA CIENCIA

¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?

Muchos de nosotros hemos sido educados en un clima de optimismo y fe ciega en la eficacia de la ciencia. A lo largo de los años, ha ido penetrando en nosotros la convicción de que la ciencia nos irá rescatando poco a poco de la ignorancia, y la tecnología nos irá liberando de las necesidades y miserias que nos impiden alcanzar hoy la felicidad.

La ciencia sería la gran esperanza para el hombre. Por el contrario, la religión no es sino un estorbo para el progreso humano, un obstáculo para el desarrollo de la humanidad.

Sin duda, la religión habría cumplido un papel importante y útil en la época precientífica, cuando aquel hombre primitivo e ignorante necesitaba sentirse protegido por los dioses frente a las fuerzas desconocidas del cosmos.

Pero, en la medida en que la ciencia nos vaya liberando de la ignorancia y de la miseria, la religión irá desapareciendo al quedar privada de verdadera utilidad. Así sienten bastantes.

Sin embargo, ya no se respira hoy en los ambientes científicos el optimismo de comienzos de siglo. Cada vez se ve con más claridad que el progreso científico no debe confundirse con el desarrollo y crecimiento del hombre. La ciencia nos puede ofrecer soluciones técnicas para los diversos problemas, pero no podemos esperar de ella la solución del hombre como problema.

La razón es bastante clara. La ciencia es ciega. Carece de dirección. El progreso científico depende de la orientación que le imprima el mismo hombre que la guía.

De hecho, el progreso ha desarrollado el produccionismo, el consumismo artificial, la desigualdad cada vez mayor entre los privilegiados y los marginados.

¿No necesita este progreso científico una dirección desde la fe en un Dios salvador del hombre? ¿No está pidiendo todo este desarrollo una orientación moral y religiosa que lo encauce hacia la construcción de una humanidad más justa, más fraterna y más libre?

Según el ejemplo gráfico de Jesús, cuando un ciego guía a otro ciego, corren el riesgo de caer los dos en el hoyo. Nosotros hemos caído ya en la espiral del crecimiento por el crecimiento, el desarrollo por el desarrollo, sin saber exactamente hacia dónde vamos.

Quizás la fe, lejos de desaparecer se haga más necesaria que nunca para guiar a una humanidad necesitada de luz y sentido.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
Fecha

ANTES DE CAER EN EL HOYO

¿No caerán los dos en el hoyo?

Según informes del Banco Mundial, se puede prever que a finales de siglo 600 millones de hombres y mujeres vivirán aún en la «pobreza absoluta».

Esto significa que una minoría se beneficiará de los progresos inimaginables de la técnica, la informática y los microordenadores, mientras la inmensa mayoría de la humanidad seguirá hundida en la miseria sin poder resolver ¡os problemas más elementales de alimentación y subsistencia.

La situación puede llegar a ser insostenible. «Rodeada por todas partes por la masa de hambrientos y desheredados, la minoría tendrá que encerrarse en sus fortalezas para estar al abrigo de las tentativas terroristas de los desesperados. La seguridad vendrá a ser su obsesión» (V. Cosmao).

Hay un peligro en esta carrera del progreso tecnológico, si los bienes y el bienestar producidos quedan reservados a unos pocos, para desdicha de muchos. La historia se irá deshumanizando. La violencia, los enfrentamientos y la guerra se harán inevitables.

¿Quién puede dirigir las historia de la humanidad hacia una solución? En los últimos años, dos sistemas económicos dominan el panorama internacional: el capitalista en sus diversas modalidades y grados de libre mercado, y el sistema socialista en sus diferentes concreciones de planificación estatal.

Durante años hemos asistido a la confrontación de ambos. Los dos sistemas han mostrado sus límites, sus graves lagunas y su necesidad de ser profundamente corregidos.

Hoy la situación va cambiando. Los observadores más lúcidos nos dicen que «las contradicciones norte-sur sustituyen progresivamente a las contradicciones este-oeste». Hoy el verdadero problema es la relación entre los pueblos ricos y los pueblos pobres.

Ni los países capitalistas ni los socialistas pueden pretender dirigir la historia de la humanidad, olvidando a lo pueblos pobres. Serían guías ciegos que pretenderían guiar a otros ciegos para caer todos en el hoyo.

Se hace necesaria una conversión a escala internacional. Una orientación nueva de la vida internacional al servicio de los pueblos más desheredados.

Pero esta reestructuración no se hará sin una transformación de nuestras estructuras mentales y sin una conversión de nuestros corazones.

Los cambios profundos de la humanidad se dan lentamente, a partir de minorías convencidas que van poco a poco imponiendo su visión y su actitud al conjunto de la sociedad.

¿No tenemos aquí una gran misión los cristianos extendidos por tantos pueblos del primer y del tercer mundo? ¿No estamos llamados a crear una atmósfera nueva en occidente, autolimitando nuestra carrera hacia el bienestar, resistiéndonos al ideal de tener siempre más, promoviendo una mayor sensibilidad hacia el tercer mundo?

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


lunes, 18 de febrero de 2019

24-02-2019 - 7º domingo Tiempo ordinario (C)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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7º domingo Tiempo ordinario (C)



EVANGELIO

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 6,27-38

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

- A los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.

Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.

Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen.

Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo.

¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada: tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.

Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2018-2019 –
24 de febrero de 2019

SIN ESPERAR NADA

¿Por qué tanta gente vive secretamente insatisfecha? ¿Por qué tantos hombres y mujeres encuentran la vida monótona, trivial, insípida? ¿Por qué se aburren en medio de su bienestar? ¿Qué les falta para encontrar de nuevo la alegría de vivir?

Quizás, la existencia de muchos cambiaría y adquiriría otro color y otra vida sencillamente si aprendieran a amar gratis a alguien. Lo quiera o no, el ser humano está llamado a amar desinteresadamente; y, si no lo hace, en su vida se abre un vacío que nada ni nadie puede llenar. No es una ingenuidad escuchar las palabras de Jesús: «Haced el bien... sin esperar nada». Puede ser el secreto de la vida. Lo que puede devolvernos la alegría de vivir.

Es fácil terminar sin amar a nadie de manera verdaderamente gratuita. No hago daño a nadie. No me meto en los problemas de los demás. Respeto los derechos de los otros. Vivo mi vida. Ya tengo bastante con preocuparme de mí y de mis cosas.

Pero eso, ¿es vida? ¿Vivir despreocupado de todos, reducido a mi trabajo, mi profesión o mi oficio, impermeable a los problemas de los demás, ajeno a los sufrimientos de la gente, me encierro en mi «campana de cristal”?

Vivimos en una sociedad en donde es difícil aprender a amar gratuitamente. Casi siempre preguntamos: ¿Para qué sirve? ¿Es útil? ¿Qué gano con esto? Todo lo calculamos y lo medimos. Nos hemos hecho a la idea de que todo se obtiene «comprando»: alimentos, vestido, vivienda, transporte, diversión…. Y así corremos el riesgo de convertir todas nuestras relaciones en puro intercambio de servicios.

Pero, el amor, la amistad, la acogida, la solidaridad, la cercanía, la confianza, la lucha por el débil, la esperanza, la alegría interior... no se obtienen con dinero. Son algo gratuito, que se ofrece sin esperar nada a cambio, si no es el crecimiento y la vida del otro.

Los primeros cristianos, al hablar del amor utilizaban la palabra ágape, precisamente para subrayar más esta dimensión de gratuidad, en contraposición al amor entendido sólo como eros y que tenía para muchos una resonancia de interés y egoísmo.

Entre nosotros hay personas que sólo pueden recibir un amor gratuito, pues apenas tienen nada que poder devolver a quien se les quiera acercar. Personas solas, maltratadas por la vida, incomprendidas por casi todos, empobrecidas por la sociedad, sin apenas salida en la vida.

Aquel gran profeta que fue Hélder Câmara nos recuerda la invitación de Jesús con estas palabras: «Para liberarte de ti mismo lanza un puente más allá del abismo que tu egoísmo ha creado. Intenta ver más allá de ti mismo. Intenta escuchar a algún otro, y, sobre todo, prueba a esforzarte por amar en vez de amarte a ti solo».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
22 de febrero de 2004

SIN ESPERAR NADA

Haced el bien... sin esperar nada.

¿Por qué tanta gente vive secretamente insatisfecha? ¿Por qué tantos hombres y mujeres encuentran la vida monótona, trivial, insípida? ¿Por qué se aburren en medio de su bienestar? ¿Qué les falta para encontrar de nuevo la alegría de vivir?

Quizás, la existencia de muchos cambiaría y adquiriría otro color y otra vida, sencillamente si aprendieran a amar gratis a alguien. Lo quiera o no, el ser humano está llamado a amar desinteresadamente; y, si no lo hace, en su vida se abre un vacío que nada ni nadie puede llenar. No es una ingenuidad escuchar las palabras de Jesús: «Haced el bien... sin esperar nada». Puede ser el secreto de la vida. Lo que puede devolvernos la alegría de vivir.

Es fácil terminar sin amar a nadie de manera verdaderamente gratuita. No hago daño a nadie. No me meto en los problemas de los demás. Respeto los derechos de los otros. Vivo mi vida.

Pero eso, ¿es vida? Despreocupado de todos, reducido a mi trabajo, mi profesión o mi oficio, impermeable a los problemas de los demás, ajeno a los sufrimientos de la gente, me encierro en mi «campana de cristal». ¿Para qué? ¿Para encontrar mi felicidad?

Vivimos en una sociedad donde es difícil aprender a amar gratuitamente. En casi todo nos preguntamos: ¿Para qué sirve? ¿Es útil? ¿Qué gano con esto? Todo lo calculamos y lo medimos. Nos hemos hecho a la idea de que todo se obtiene «pagando»: alimentos, vestido, vivienda, transporte, diversión. Y así corremos el riesgo de convertir todas nuestras relaciones en puro intercambio de servicios.

Pero, el amor, la amistad, la acogida, la solidaridad, la cercanía, la intimidad, la lucha por el débil, la esperanza, la alegría interior.., no se obtienen con dinero. Son algo gratuito que se ofrece sin esperar nada a cambio, si no es el crecimiento y la vida del otro.

Los primeros cristianos, al hablar del amor utilizaban la palabra ágape, precisamente para subrayar más esta dimensión de gratuidad, en contraposición al amor entendido sólo como eros y que podía tener para muchos una resonancia de interés y egoísmo.

Hay muchos hombres y mujeres entre nosotros que sólo pueden recibir un amor gratuito, pues no tienen apenas nada para poder devolver a quien se les quiera acercar. Personas solas, maltratadas por la vida, incomprendidas por casi todos, empobrecidas por la sociedad, sin apenas salida alguna en la vida.

Helder Cámara nos recuerda la invitación de Jesús con estas palabras: «Para liberarte de ti mismo, lanza un puente más allá del abismo de la sociedad que tu egoísmo ha creado. Intenta ver más allá de ti mismo. Intenta escuchar a algún otro, y, sobre todo, prueba a esforzarte por amar en vez de amarte a ti sólo».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
18 de febrero de 2001

¿QUÉ ES PERDONAR?

Amad a vuestros enemigos.

El mensaje de Jesús es claro y rotundo: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian». ¿Que podemos hacer con estas palabras?, ¿suprimirlas del Evangelio?, ¿tachar las como algo absurdo e imposible?, ¿dar rienda suelta a nuestra irritación? Tal vez, hemos de empezar por conocer mejor el proceso del perdón.

Es importante, en primer lugar, entender y aceptar los sentimientos de cólera, rebelión o agresividad que nacen en nosotros. Es normal. Estamos heridos. Para no hacernos todavía más daño, necesitamos recuperar en lo posible la paz y la fuerza interior que nos ayuden a reaccionar de manera sana.
La primera decisión del que perdona es no vengarse. No es fácil. La venganza es la respuesta casi instintiva que nos nace de dentro cuando nos han herido o humillado. Buscamos compensar nuestro sufrimiento haciendo sufrir al que nos ha hecho daño. Para perdonar es importante no gastar energías en imaginar nuestra revancha.

Es decisivo, sobretodo, no alimentar nuestro resentimiento. No permitir que la hostilidad y el odio se instalen para siempre en nuestro corazón. Tenemos derecho a que se nos haga justicia: el que perdona no renuncia a sus derechos. Lo importante es irnos curando del daño que nos han hecho.

Perdonar puede exigir tiempo. El perdón no consiste en un acto de la voluntad que lo arregla rápidamente todo. Por lo general, el perdón es el final de un proceso en el que intervienen también la sensibilidad, la comprensión, la lucidez y, en el caso del creyente, la fe en un Dios de cuyo perdón vivimos todos.

Para perdonar es necesario a veces compartir con alguien nuestros sentimientos, recuerdos y reacciones. Perdonar no quiere decir olvidar el daño que nos han hecho, pero sí recordarlo de otra manera menos dañosa para el ofensor y para uno mismo. El que llega a perdonar se vuelve a sentir mejor. Es capaz de desear el bien a todos incluso a quienes lo habían herido.

Quien va entendiendo así el perdón, comprende que el mensaje de Jesús, lejos de ser algo imposible e irritante, es el camino más acertado para ir curando las relaciones humanas. siempre amenazadas por nuestras injusticias y conflictos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
22 de febrero de 1998

NO MANIPULAR EL PERDÓN

Amad a vuestros enemigos.

«Dime cómo hablas del perdón, y te diré qué objetivo persigues.» Es lo que he sentido al analizar mucho de lo que se ha dicho y escrito entre nosotros sobre el perdón estos últimos años. Muchas voces se han hecho oír no para perdonar, sino para reclamar a las víctimas el perdón o para exigir a los agresores que lo pidan; para precisar las condiciones en que tal vez sería posible concederlo, o para declararlo inútil y hasta dañoso mientras no haya arrepentimiento previo. No es difícil advertir bajo tanta palabra interesada una instrumentalización que vacía de contenido el concepto genuino del perdón cristiano.

Este perdón brota siempre de una experiencia religiosa. El cristiano perdona porque se siente perdonado por Dios. Toda otra motivación es secundaria. Perdona quien sabe que vive del perdón de Dios. Ésa es la fuente última. «Perdonaos mutuamente como Dios os ha perdonado en Cristo» (Ef 4, 32). Olvidar esto es hablar de otra cosa muy diferente del perdón evangélico.

Por eso, el perdón cristiano no es un acto de justicia. No se le puede reclamar ni exigir a nadie como un deber social. Jurídicamente, el perdón no existe. El código penal ignora el verbo «perdonar». El gesto sorprendente y muchas veces heroico del perdón nace de un amor incondicional y gratuito. No depende de condiciones previas. No exige nada, no reclama nada. Si se perdona es por puro amor. Hablar de requisitos para perdonar es introducir el planteamiento de otra cosa.

En el Evangelio se invita simbólicamente a perdonar «hasta setenta veces siete» (Mt 1 8, 22), a perdonar incluso al agresor que no muestra arrepentimiento alguno, desde la actitud del mismo Cristo que en el momento en que está siendo crucificado grita a Dios: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Le 23, 34).

Nadie se ha de engañar. Perdonar no es fácil. Es mejor confesarlo así. Todo menos manipular el discurso del perdón para exigir a otros responsabilidades o para defender cada uno nuestra propia posición. Hace unos años Juan Pablo II invitaba a «custodiar la autenticidad del perdón», algo que sólo es posible «custodiando su fuente, esto es, la misericordia del mismo Dios, revelada en Jesucristo» (Dives in misericordia, 14).

No es posible escuchar la llamada de Jesús: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen», si uno no conoce la experiencia de ser perdonado por Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
19 de febrero de 1995

NADA HAY MAS IMPORTANTE

Haced el bien a los que os odian.

Para muchas personas, el perdón es una palabra sin apenas contenido real. La consideran un valor con el que se identifican interiormente, pero nunca han pedido perdón ni lo han concedido. No han tenido ocasión de experimentar personalmente la dificultad que encierra ni tampoco la riqueza que entraña el acto de perdonar.

Sin embargo, el clima social que se ha generado entre nosotros, con enfrentamientos callejeros, insultos, amenazas y agresiones, al mismo tiempo que abre heridas y despierta sentimientos de odio y rechazo mutuo, está exigiendo, a mi juicio, un planteamiento realista del perdón.

Las posturas ante el perdón son diferentes. Muchos lo rechazan como algo inoportuno e inútil. En algunos sectores se escucha que hay que «endurecer» la dinámica de la lucha, «hacer sufrir» a todos, «presionar» con violencia a la sociedad entera; desde esta perspectiva, el perdón sólo sirve para «debilitar» o «frenar» la lucha; hay que llamar al pueblo a todo menos al perdón. En otros sectores, se dice que es necesario «mano dura», «cortar por lo sano», «devolver con la misma moneda»; el perdón sería, entonces, un «estorbo para actuar con eficacia.

Otros lo consideran, más bien, como una actitud sublime y hasta heroica, que está bien reconocer, pero que en estos momentos es mejor dejar a un lado como algo imposible. Ya hablaremos de perdón, amnistía y reconciliación cuando se den las condiciones adecuadas. Por ahora es más realista y práctico alimentar la agresividad y el odio mutuo.

Hay, además, quienes se erigen en jueces supremos que dictaminan lo que se podría tal vez perdonar y lo que resulta «imperdonable». Ellos son los que deciden cuándo, cómo y en qué circunstancias se puede conceder el perdón. Por otra parte, si se perdona, será para recordar siempre al otro que ha sido perdonado; el perdón se convierte así en lo que el filósofo francés, Olivier Abel, llama «eternización del resentimiento»

Sé que no es fácil hablar del perdón en una situación como la nuestra. ¿Cómo perdonar a quien no se considera culpable ni se arrepiente de nada?, ¿a quién perdonar cuando uno se siente herido por un colectivo?, ¿qué significa perdonar cuando, al mismo tiempo, es necesario exigir en justicia la sanción que restaure el orden social? Cuestiones graves todas ellas, que muestran el carácter complejo del perdón cuando se plantea con rigor y realismo.

Sin embargo, hay algo que para mí está claro. Nada hay más importante que ser humano. Y estoy convencido de que el hombre es más humano cuando perdona que cuando odia. Es más sano y noble cuando cultiva el respeto a la dignidad del otro que cuando alimenta en su corazón el rencor y el ánimo de venganza.

Entre nosotros se está olvidando que lo primero es ser humanos. Inmenso error. Un pueblo camina hacia su decadencia cuando las ideologías y los objetivos políticos son usados contra el hombre. Mientras tanto, el mensaje de Jesús sigue siendo un reto: «Haced el bien a los que os odian.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
23 de febrero de 1992

AMOR AL ENEMIGO

Amad a vuestros enemigos.

«A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian.» ¿Qué podemos hacer los creyentes de hoy ante estas palabras de Jesús? ¿Suprimirlas del evangelio? ¿Borrarlas del fondo de nuestra conciencia? ¿Dejarlas para tiempos mejores?

No cambia mucho en las diferentes culturas la postura básica de los hombres ante el «enemigo», es decir, ante alguien de quien sólo se pueden esperar daños y peligros.

El ateniense Lisias (s. y antes de Cristo) expresa la concepción vigente en la antigüedad griega con una fórmula que sería bien acogida en nuestros tiempos: «Considero como norma establecida que uno tiene que procurar hacer daño a sus enemigos y ponerse al servicio de sus amigos

Por eso hemos de destacar todavía más la importancia revolucionaria que se encierra en el mandato evangélico del amor al enemigo, considerado por los exégetas como el exponente más diáfano del mensaje cristiano.

Cuando Jesús habla del amor al enemigo no está pensando en un sentimiento de afecto y cariño hacia él (philia), menos todavía en una entrega apasionada (eros), sino en una apertura radicalmente humana, de interés positivo por la persona del enemigo (ágape).

Este es el pensamiento de Jesús. El hombre es humano cuando el amor está en la base de toda su actuación. Y ni siquiera la relación con los enemigos debe ser una excepción. Quien es humano hasta el final, descubre y respeta la dignidad humana del enemigo por muy desfigurada que se nos pueda presentar. Y no adopta ante él una postura excluyente de maldición, sino una actitud positiva de interés real por su bien.

Quien quiera ser cristiano y actuar como tal en el contexto de violencia generado entre nosotros ha de vivir todo este conflicto sin renunciar a amar, cualquiera que sea su posición política o ideológica.

Y es precisamente este amor universal, que alcanza a todos y busca realmente el bien de todos sin exclusiones, la aportación más positiva y humana que puede introducir el ciudadano o el político cuya actuación quiera inspirarse en la fe cristiana.

Este amor cristiano al enemigo parece casi imposible en el clima de indignada crispación que provoca la violencia terrorista. Sólo recordar las palabras evangélicas puede resultar irritante para algunos. Y, sin embargo, es necesario hacerlo si queremos vernos libres de la deshumanización que generan el odio y la venganza.

Hay dos cosas que los cristianos podemos y debemos recordar hoy en medio de esta sociedad, aun a precio de ser rechazados. Amar al delincuente injusto y violento no significa en absoluto dar por buena su actuación injusta y violenta. Por otra parte, condenar de manera tajante la injusticia y crueldad de la violencia terrorista no debe llevar necesariamente al odio hacia quienes la instigan o llevan a cabo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
Fecha

ASUNTO DE AMOR

Haced el bien y prestad sin esperar nada.

Ser cristiano no es un asunto de voluntad ni de aceptar una determinada concepción de la vida, sino fundamentalmente es un asunto de amor.

El cristiano es un hombre que descubre que es amado de manera insondable y radical y siente que el único modo de responder a ese amor es vivir amando.

Naturalmente, todo esto puede parecer a más de uno ingenuas elucubraciones que no conducen a ninguna parte. Pero lo cierto es que sin amor la vida se vacía de sentido.

Cuando uno no se siente amado, aunque tenga de todo, en realidad no tiene nada pues el vacío de amor no se puede llenar con cosas ni personas.

Por otra parte, cuando uno no sabe amar y deja sin resolver el problema del amor, puede cubrir su vacío con mil caretas pero, en el fondo, no está haciendo sino ocultar su fracaso como ser humano.

Unos se esconden detrás del dinero. Otros tras el poder. Crece en ellos la necesidad de acaparar y tener seguridad, pero no saben disfrutar de lo mejor que tiene la existencia, que es la amistad y el amor.

En realidad, cuando uno no sabe amar, corre el riesgo de irse haciendo indiferente o cínico, cauto o desconfiado, agresivo o explotador. Poco a poco se habitúa a vivir dominando a los más débiles y concentrando todos sus esfuerzos en aparentar, sobresalir y triunfar.

En nuestra sociedad nacen y se desarrollan ideologías que siempre encierran algo de verdad. Se conciben planes y proyectos que podrían hacernos avanzar hacia una convivencia más humana.

Pero el hombre contemporáneo no se atreve a afrontar con decisión el cambio que realmente necesita: dejar de vivir encerrado egoístamente en sí mismo, dejar de girar interesadamente en torno a su propio “yo”.

Y seguimos tratando de construir una sociedad más solidaria con hombres y mujeres radicalmente egoístas. Nos esforzamos por lograr una sociedad más socialista con personas viciadas por el espíritu capitalista.

Pero no es posible “progreso revolucionario” alguno mientras en una sociedad se piense que hombre de éxito es aquel que logra acumular en menos tiempo la mayor cantidad de dinero o poder y que es un imbécil quien vive dando desinteresadamente su vida por los demás.

Hay otra manera de ver las cosas. La de aquel Jesús que valor6 por encima de todo la capacidad de amar y la libertad interior de quien sabe incluso amar al enemigo y “hacer el bien sin esperar nada”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
Fecha

EL PERDON DE UN PUEBLO

Perdonad y seréis perdonados.

Es doloroso para un creyente escuchar las consignas que se gritan entre nosotros tratando de arrancar a nuestro pueblo su capacidad de perdonar.

De muchas maneras se quiere presentar el perdón como una actitud indigna, propia de quienes no aman de verdad al pueblo, una virtud propia de débiles, una resignación cobarde de aquellos que no se atreven a luchar por su libertad.

Sin embargo, no se hará la paz en nuestro pueblo si, por encima de apasionamientos y enfrentamientos viscerales, no cultivamos una actitud de perdón.

Sin el perdón mutuo, nunca podremos liberarnos del pasado ni nos abriremos paso hacia un futuro que hemos de construir entre todos. En algún momento hemos de olvidar de manera consciente y generosa las injusticias pasadas para iniciar un diálogo nuevo.

Una lucha animada sólo por la voluntad absoluta de lograr los propios objetivos políticos, sin sensibilidad alguna hacia el perdón y mutua comprensión, degenera siempre en venganza destructiva y odio irreconciliable. Por este camino, jamás se logrará entre nosotros una paz firme y estable.

Hemos olvidado la importancia que puede tener el perdón para el avance de la historia de un pueblo. Sin embargo, el perdón liquida los obstáculos que nos llegan del pasado. Despierta nuevas energías para seguir luchando. Reconstruye y humaniza a todos porque ennoblece a quien perdona y a quien es perdonado.

Los creyentes hemos de descubrir y reivindicar entre nosotros la fuerza social y política del perdón. Sin una experiencia colectiva de perdón, la sociedad queda mutilada en algo importante.

Las palabras de Jesús: «No condenéis y no seréis condenados, perdonad y seréis perdonados», no han de ser sólo una invitación a adoptar personalmente una postura de perdón. Nos tienen que urgir, además, a cultivar un clima social de perdón, absolutamente necesario para avanzar hacia la paz.

Nuestra actitud de perdón nace de la experiencia gozosa de sentirnos perdonados por Dios. Experiencia que nos ha de ayudar, a pesar de todas las reacciones en contra, a defender el perdón, por amor precisamente a ese pueblo al que queremos ver luchar por sus derechos por otros medios que no sean los de la venganza.

La capacidad de perdonar con generosidad puede ser, para un pueblo, más importante y mas liberador que la capacidad de recordar con espíritu vengativo las injusticias del pasado.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
Fecha

SIN ESPERAR NADA

Haced el bien... sin esperar nada.

¿Por qué tanta gente vive secretamente insatisfecha? ¿Por qué tantos hombres y mujeres encuentran la vida monótona, trivial, insípida? ¿Por qué se aburren en medio de su bienestar? ¿Qué les falta para encontrar de nuevo la alegría de vivir?

Quizás la existencia de muchos cambiaría y adquiriría otro color y otra vida, sencillamente si aprendieran a amar gratis a alguien.

Lo quiera o no, el hombre está llamado a amar desinteresadamente. Y si no lo hace, en su vida se abre un vacío que nada ni nadie puede llenar.

No es una ingenuidad escuchar las palabras de Jesús: «Haced el bien... sin esperar nada». Puede ser el secreto de la vida. Lo que puede devolvernos la alegría de vivir.

Es fácil terminar sin amar a nadie de manera verdaderamente gratuita. No hago daño a nadie. No me meto en los problemas de los demás. Respeto los derechos de los otros. Vivo mi vida.

Pero eso, ¿es vida? Despreocupado de todos, reducido a mi trabajo, mi profesión o mi oficio, impermeable a los problemas de los demás, ajeno a los sufrimientos de la gente, me encierro en mi «campana de cristal». ¿Para qué? ¿Para encontrar mi felicidad?

Vivimos en una sociedad en donde es difícil aprender a amar gratuitamente. En casi todo nos preguntamos: ¿Para qué sirve? ¿Es útil? ¿Qué gano con esto? Todo lo calculamos y lo medimos.

Nos hemos hecho a la idea de que todo se obtiene «pagando»: alimentos, vestido, vivienda, transporte, diversión. Y así corremos el riesgo de convertir todas nuestras relaciones en puro intercambio de servicios.

Pero, el amor, la amistad, la acogida, la solidaridad, la cercanía, la intimidad, la lucha por el débil, la esperanza, la alegría interior... no se obtienen con dinero. Son algo gratuito, que se ofrece sin esperar nada a cambio, si no es el crecimiento y la vida del otro.

Los primeros cristianos, al hablar del amor utilizaban la palabra ágape, precisamente para subrayar más esta dimensión de gratuidad, en contraposición al amor entendido sólo como eros y que podía tener para muchos una resonancia de interés y egoísmo.

Hay muchos hombres y mujeres entre nosotros que sólo pueden recibir un amor gratuito, pues no tienen apenas nada que poder devolver a quien se les quiera acercar. Hombres solos, maltratados por la vida, incomprendidos por casi todos, empobrecidos por la sociedad, sin apenas salida alguna en la vida.

Helder Cámara nos recuerda la invitación de Jesús con estas palabras: «Para librarte de ti mismo, lanza un puente más allá del abismo de la sociedad que tu egoísmo ha creado. Intenta ver más allá de ti mismo. Intenta escuchar a algún otro, y, sobre todo, prueba a esforzarte por amar en vez de amarte a ti sólo».

José Antonio Pagola



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