El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
4º domingo Tiempo ordinario (A)
EVANGELIO
Dichosos los pobres en el espíritu
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Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 1-12a
En aquel tiempo, al
ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus
discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
«Dichosos los
pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que
lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los
sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que
tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que
trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos.
Dichosos vosotros
cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.
Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Palabra de Dios
HOMILIA
2016-2017 -
29 de enero de 2017
UNA
IGLESIA MÁS EVANGÉLICA
Al formular las bienaventuranzas,
Mateo, a diferencia de Lucas, se preocupa de trazar los rasgos que han de
caracterizar a los seguidores de Jesús. De ahí la importancia que tienen para
nosotros en estos tiempos en que la Iglesia ha de ir encontrando su propio
estilo de vida en medio de una sociedad secularizada.
No es posible proponer la Buena
Noticia de Jesús de cualquier forma. El Evangelio solo se difunde desde
actitudes evangélicas. Las bienaventuranzas nos indican el espíritu que ha de
inspirar la actuación de la Iglesia mientras peregrina hacia el Padre. Las
hemos de escuchar en actitud de conversión personal y comunitaria. Solo así hemos
de caminar hacia el futuro.
Dichosa la Iglesia «pobre de
espíritu» y de corazón sencillo, que actúa sin prepotencia ni arrogancia, sin
riquezas ni esplendor, sostenida por la autoridad humilde de Jesús. De ella es
el reino de Dios.
Dichosa la Iglesia que «llora»
con los que lloran y sufre al ser despojada de privilegios y poder, pues podrá
compartir mejor la suerte de los perdedores y también el destino de Jesús. Un
día será consolada por Dios.
Dichosa la Iglesia que renuncia a
imponerse por la fuerza, la coacción o el sometimiento, practicando siempre la
mansedumbre de su Maestro y Señor. Heredará un día la tierra prometida.
Dichosa la Iglesia que tiene
«hambre y sed de justicia» dentro de sí misma y para el mundo entero, pues
buscará su propia conversión y trabajará por una vida más justa y digna para
todos, empezando por los últimos. Su anhelo será saciado por Dios.
Dichosa la Iglesia compasiva que
renuncia al rigorismo y prefiere la misericordia antes que los sacrificios,
pues acogerá a los pecadores y no les ocultará la Buena Noticia de Jesús. Ella
alcanzará de Dios misericordia.
Dichosa la Iglesia de «corazón
limpio» y conducta transparente, que no encubre sus pecados ni promueve el
secretismo o la ambigüedad, pues caminará en la verdad de Jesús. Un día verá a
Dios.
Dichosa la Iglesia que «trabaja
por la paz» y lucha contra las guerras, que aúna los corazones y siembra
concordia, pues contagiará la paz de Jesús que el mundo no puede dar. Ella será
hija de Dios.
Dichosa la Iglesia que sufre
hostilidad y persecución a causa de la justicia sin rehuir el martirio, pues
sabrá llorar con las víctimas y conocerá la cruz de Jesús. De ella es el reino
de Dios.
La sociedad actual necesita
conocer comunidades cristianas marcadas por este espíritu de las bienaventuranzas.
Solo una Iglesia evangélica tiene autoridad y credibilidad para mostrar el
rostro de Jesús a los hombres y mujeres de hoy.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 -
2 de febrero de 2.014
UNA
IGLESIA MÁS EVANGÉLICA
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 – JESÚS ES PARA TODOS
30 de enero de 2011
UNA
IGLESIA MÁS EVANGÉLICA
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 – RECREADOS POR JESÚS
3 de febrero de 2008
ESCUCHAR
DE CERCA
Se
acercaron sus discípulos...
Cuando Jesús sube a la montaña y
se sienta para anunciar las bienaventuranzas, hay un gentío en aquel entorno,
pero sólo «los discípulos se acercan» a él para escuchar mejor su mensaje. ¿Qué
escuchamos hoy los discípulos de Jesús si nos acercamos a Jesús?
Dichosos «los pobres de
espíritu», los que saben vivir con poco, confiando siempre en Dios. Dichosa una
Iglesia con alma de pobre porque tendrá menos problemas, estará más atenta a
los necesitados y vivirá el evangelio con más libertad. De ella es el reino de
los cielos.
Dichosos «los sufridos» que
vacían su corazón de resentimiento y agresividad. Dichosa una Iglesia llena de
mansedumbre. Será un regalo para este mundo lleno de violencia. Ella heredará la
tierra prometida.
Dichosos «los que lloran» porque
padecen injustamente sufrimientos y marginación. Con ellos se puede crear un
mundo mejor y más digno. Dichosa la Iglesia que sufre por ser fiel a Jesús. Un
día será consolada por Dios.
Dichosos «los que tienen hambre y
sed de justicia», los que no han perdido el deseo de ser más justos ni el afán
de hacer un mundo más digno. Dichosa la Iglesia que busca con pasión el reino
de Dios y su justicia. En ella alentará lo mejor del espíritu humano. Un día su
anhelo será saciado.
Dichosos «los misericordiosos»
que actúan, trabajan y viven movidos por la compasión. Son los que, en la
tierra, más se parecen al Padre del cielo. Dichosa la Iglesia a la que Dios le
arranca el corazón de piedra y le da un corazón de carne. Ella alcanzará
misericordia.
Dichosos «los que trabajan por la
paz» con paciencia y fe, buscando el bien para todos. Dichosa la Iglesia que
introduce en el mundo paz y no discordia, reconciliación y no enfrentamiento.
Ella será «Hija de Dios».
Dichosos los que, «perseguidos a
causa de la justicia», responden con mansedumbre a las injusticias y ofensas.
Ellos nos ayudan a vencer el mal con el bien. Dichosa la Iglesia perseguida por
seguir a Jesús. De ella es el Reino de los cielos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
30 de enero de 2005
FELIZ
Dichosos
los pobres en el espíritu.
No es difícil dibujar el perfil
de una persona feliz en la sociedad que conoció Jesús. Se trataría de un varón
adulto y de buena salud, casado con una mujer honesta y fecunda, con hijos
varones y unas tierras ricas, observante de la religión y respetado en su
pueblo ¿Qué más se podía pedir?
Ciertamente, no era éste el ideal
que animaba a Jesús. Sin esposa ni hijos, sin tierras ni bienes, recorriendo
Galilea como un vagabundo, su vida no respondía a ningún tipo de felicidad
convencional. Su manera de vivir era provocativa. Si era feliz, lo era de
manera contracultural, a contrapelo de lo establecido.
En realidad, no pensaba mucho en
su felicidad. Su vida giraba más bien en tomo a un proyecto que le entusiasmaba
y le hacía vivir intensamente. Lo llamaba «reino de Dios». Al parecer, era
feliz cuando podía hacer felices a otros. Se sentía bien devolviendo a la gente
la salud y la dignidad que se les había arrebatado injustamente.
No buscaba que se cumplieran sus
expectativas. Vivía creando nuevas condiciones de felicidad para todos. No
sabía ser feliz sin incluir a los otros. A todos proponía criterios nuevos, más
libres y personales, para hacer un mundo más digno y dichoso.
Creía en un «Dios feliz», el Dios
creador que mira a todas sus criaturas con amor entrañable, el Dios amigo de la
vida y no de la muerte, más atento al sufrimiento de las gentes que a sus
pecados.
Desde la fe en ese Dios rompía
todos los esquemas religiosos y sociales. No predicaba: «felices los justos y
piadosos porque recibirán el premio de Dios». No decía «felices los ricos y
poderosos porque cuentan con su bendición». Su grito era desconcertante para
todos: «felices los pobres porque Dios
será su felicidad».
La invitación de Jesús viene a
decir así: «No busquéis la felicidad en la satisfacción de vuestros intereses
ni en la práctica gratificante de vuestra religión. Sed felices trabajando de
manera fiel y paciente por un mundo más feliz para todos».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
3 de febrero de 2002
DICHOSAS
Dichosos
los pobres.
Probablemente, Jesús sólo
pronunció tres bienaventuranzas: las que declaran dichosos a los pobres, a los
hambrientos y los afligidos. Las demás fueron añadidas más tarde extendiendo a
otras áreas su mensaje y dándoles un contenido más moral. ¿Será excesivo
atrevimiento hacer hoy algo semejante ante la violencia doméstica?
Dichosas vosotras que sufrís en
silencio la amenaza constante de vuestros esposos, sin que nadie sospeche
vuestra angustia, vuestro miedo, insomnios y depresión. Aunque os cueste
creerlo, Dios no se olvida de vosotras.
Ay de nosotros los varones, que
no tenemos inteligencia ni corazón para reconocer el sufrimiento que generamos
en la mujer desde nuestras posiciones machistas y dominantes. Dios confundirá
un día nuestra ceguera y prepotencia.
Dichosas vosotras que vivís
aterrorizadas por los insultos, golpes y agresiones de vuestra pareja, sin saber
cómo defenderos a vosotras mismas y a vuestros hijos e hijas de su acoso y
violencia diaria. Dios está sufriendo con vosotras.
Ay de nosotros que seleccionamos
las víctimas que merecen nuestra atención e interés, y olvidamos a las mujeres
que sufren el «terrorismo doméstico», dejando sin protección a quienes más lo
necesitan. Dios desprecia nuestra indiferencia e hipocresía.
Dichosas vosotras que os sentís
ridiculizadas y humilladas por vuestra pareja ante vuestros propios hijos y
ante amigos y conocidos, hasta ver destruida vuestra personalidad. Dios es el
primer defensor de vuestra dignidad.
Ay de nosotros, los creyentes,
que vivimos tranquilos pidiendo a Dios por el bienestar de nuestras familias,
sin recordar en nuestras eucaristías a las víctimas de esta tragedia doméstica.
¿Cómo va a escuchar Dios nuestra plegaria?
Dichosas vosotras que vivís en la
impotencia, la inseguridad y el desprecio, sometidas al servilismo o
perversamente culpabilizadas por vuestra pareja. Tenéis un lugar especial en el
corazón de Dios.
Ay de nosotros, los
eclesiásticos, que lo ignoramos casi todo de la violencia doméstica y no
gritamos a los varones la necesidad urgente de conversión. ¿Quién reconocerá en
nuestra predicación al Dios de Jesús?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
31 de enero de 1999
CONTENIDO
INAGOTABLE
Dichosos...
Quien se acerca una y otra vez a
las bienaventuranzas de Jesús advierte que su contenido es inagotable. Siempre
tienen resonancias nuevas. Siempre encontramos en ellas una luz diferente para
el momento que estamos viviendo. Así «resuenan» hoy en mí las palabras de
Jesús.
Felices los pobres de espíritu,
los que saben vivir con poco. Tendrán menos problemas, estarán más atentos a
los necesitados y vivirán con más libertad. El día en que lo entendamos,
seremos más humanos.
Felices los mansos, los que
vacían su corazón de violencia y agresividad. Son un regalo para este pueblo.
Cuando todos lo hagamos, podremos convivir en verdadera paz.
Felices los que lloran al ver
sufrir a otros. Son gente buena. Con ellos se puede construir un mundo más
fraterno y solidario.
Felices los que tienen hambre y
sed de justicia, los que no han perdido el deseo de ser más justos ni el afán
de hacer una sociedad más justa. En ellos alienta lo mejor del espíritu humano.
Felices los misericordiosos, los
que saben perdonar en lo hondo de su corazón. Sólo Dios conoce su lucha
interior y su grandeza. Son ellos los que mejor nos pueden acercar hacia la
reconciliación.
Felices los que mantienen su
corazón limpio de odios, engaños e intereses ambiguos. Se puede confiar en
ellos para construir el futuro.
Felices los que trabajan por la
paz con paciencia y con fe. Sin desalentarse ante los obstáculos y
dificultades, y buscando siempre el bien de todos. Los necesitamos para
reconstruir la convivencia.
Felices los que son perseguidos
por actuar con justicia, y responden con mansedumbre a las injurias y ofensas.
Ellos nos ayudan a vencer el mal con el bien.
Felices los que son insultados,
perseguidos y calumniados por seguir fielmente la trayectoria de Jesús. Su
sufrimiento no se perderá inútilmente.
Deformaríamos sin embargo el
sentido de estas bienaventuranzas si no añadiéramos algo que se subraya en cada
una de ellas. Con bellas expresiones Jesús pone ante nuestros ojos a Dios como
garante último de la dicha humana. Quienes vivan inspirándose en este programa
de vida, un día «serán consolados»,
«quedarán saciados de justicia», «alcanzarán misericordia», «verán a Dios»
y disfrutarán eternamente en su Reino.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
28 de enero de 1996
VIVIR
BIEN
Dichosos...
A menudo se piensa que la fe, en
todo caso, es algo que tiene que ver con la salvación eterna del ser humano,
pero no con la felicidad concreta de cada día, que es lo que ahora mismo nos
interesa. Más aún. Hay quienes sospechan que sin Dios y sin religión seríamos
más dichosos. Por eso es saludable recordar algunas convicciones cristianas que
han podido quedar olvidadas o encubiertas por una presentación desacertada o
insuficiente de la fe. He aquí algunas.
• Dios nos ha creado sólo por
amor, no para su propio provecho o pensando en su interés, sino buscando
nuestra dicha. A Dios lo único que le interesa es nuestro bien.
• Dios quiere nuestra felicidad,
no sólo a partir de la muerte, en eso que llamamos «vida eterna», sino ahora
mismo, en esta vida. Por eso está presente en nuestra existencia potenciando
nuestro bien, nunca nuestro daño.
• Dios respeta las leyes de la
naturaleza y la libertad del ser humano. No fuerza ni la libertad humana ni la
creación. Pero está junto a los hombres apoyando su lucha por una vida más
humana y atrayendo su libertad hacia el bien. Por eso, en cada momento contamos
con la gracia de Dios para ser lo más dichosos posible.
• La moral no consiste en cumplir
unas leyes impuestas arbitrariamente por Dios. Si él quiere que escuchemos las
exigencias morales que llevamos dentro del corazón por el hecho de ser humanos
es porque su cumplimiento es bueno para nosotros. Dios no prohíbe lo que es
bueno para la humanidad ni obliga a lo que puede ser dañoso. Sólo quiere
nuestro bien.
• Convertirse a Dios no significa
decidirse por una vida más infeliz y fastidiosa, sino orientar la propia
libertad hacia una existencia más humana, más sana y, en definitiva, más
dichosa, aunque ello exija sacrificios y renuncia. Ser feliz siempre tiene sus
exigencias.
• Ser cristiano es aprender a
«vivir bien» siguiendo el camino apuntado por Jesucristo, y las
bienaventuranzas son el núcleo más significativo y «escandaloso» de ese camino.
Hacia la felicidad se camina con corazón sencillo y transparente, con hambre y
sed de justicia, trabajando por la paz con entrañas de misericordia, soportando
el peso del camino con mansedumbre. Este camino diseñado en las
bienaventuranzas lleva a conocer ya en esta tierra la felicidad vivida y
experimentada por el mismo Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
31 de enero de 1993
LA
SEDUCCION DEL DINERO
Dichosos
los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos.
porque de ellos es el Reino de los cielos.
Los datos son trágicos. Más de un
millón de familias españolas no cuentan con ningún miembro que pueda
sostenerlas con su trabajo; el paro y otros factores de la vida moderna han
elevado ya el número de pobres por encima de los ocho millones. Y, sin embargo,
Solchaga podía decir en 1987 que
«España es el país donde uno se puede hacer rico en menos tiempo».
Estos últimos años se está
produciendo entre nosotros un fenómeno que comienza a preocupar a no pocos. La
crisis económica, con sus consecuencias de paro y empobrecimiento de algunas
familias, provocó en un comienzo en la conciencia ciudadana preocupación por
los parados y reacciones de solidaridad. Sin embargo, la generalización de la
crisis ha ido poco a poco narcotizando esa «mala conciencia» inicial. Cada uno
busca hoy su propia seguridad económica. Crece la obsesión por el dinero. Se
busca sin pudor alguno el máximo lucro. José
María Cuevas, presidente de los empresarios españoles, decía recientemente:
«En los últimos doce años, la visión crítica del dinero ha sufrido un cambio
radical. Actualmente, no sólo no está mal visto tener dinero o intentar
conseguirlo, sino que algunos de los poseedores de grandes entidades han pasado
a formar parte del protagonismo social más relevante.»
Esta «seducción del dinero»,
precisamente en momentos de crisis, no es un fenómeno que se pueda detectar
exclusivamente entre quienes cuentan con recursos económicos más abundantes. El
«negocio sucio», la búsqueda de dinero fácil o el consumismo alocado se han ido
extendiendo en todos los niveles sociales.
El sociólogo, Francisco Andrés Orizo, concluye: «Hemos
cambiado todos. Ahora, dinero equivale a éxito. Ya no hay otras formas de
triunfar socialmente. Vivimos tiempos de hedonismo y consumo.» Por su parte, el
catedrático de Derecho, Alejandro Nieto,
añade: «Para ser un país pobre, como al parecer somos, el lujo es ostentoso y
el nivel de consumo elevadísimo... En España se gasta, a partir de las nueve de
la noche, más que en otros países de Europa durante las 24 horas del día. Esto
parece el reino de Jauja, donde el ocio es dilatado y no hay otra ocupación que
la de gastar y consumir.»
El fenómeno es grave no sólo por
la insolidaridad que encierra. La obsesión por el dinero empobrece a las
personas. Los grandes valores de la vida se van oscureciendo. La cultura pasa a
segundo término. La fe se debilita. Se busca lo más fácil y placentero, lo que
se puede conseguir al instante con sólo mostrar la tarjeta de crédito. La
persona quiere «dominar el mundo», pero se ve cada vez más perdida ante los
grandes interrogantes de la existencia.
Las Bienaventuranzas siguen
rompiendo nuestros esquemas. El dinero podrá abrir otras puertas, pero no abre
las puertas de nuestro corazón. Para ser humano con todos, para comunicarse con
Dios, para vivir con un corazón amplio, es necesario abandonar la obsesión del
dinero como meta de la vida. «Dichosos
los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de Dios.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
28 de enero de 1990
MAL
PROGRAMADOS
Dichosos...
Todos experimentamos que la vida
está sembrada de problemas y conflictos que en cualquier momento nos pueden
hacer sufrir. Pero, a pesar de todo, podemos decir que la «felicidad interior»
es uno de los mejores indicadores para saber si una persona está acertando en
el difícil arte de vivir. Se podría incluso afirmar que la verdadera felicidad
no es sino la vida misma cuando está siendo vivida con acierto y plenitud.
Nuestro problema consiste en que
la sociedad actual nos programa para buscar la felicidad por caminos
equivocados que casi inevitablemente nos conducirán a vivir de manera
desdichada.
Una de las instrucciones erróneas
dice así: «Si no tienes éxito, no vales». Para conseguir la aprobación
de los demás e, incluso, la propia estima hay que triunfar.
La persona así programada
difícilmente será dichosa. Necesitará tener éxito en todas sus pequeñas o
grandes empresas. Cuando fracase en algo, sufrirá de manera indebida.
Fácilmente crecerá su agresividad contra la sociedad y contra la misma vida.
Esa persona quedará, en gran
parte, incapacitada para descubrir que ella vale por sí misma, por lo que es,
aun antes de que se le añadan éxitos o logros personales.
La segunda equivocación es ésta: «Si
quieres tener éxito, has de valer más que los demás». Hay que ser siempre
más que los otros, sobresalir, dominar.
La persona así programada está
llamada a sufrir. Vivirá siempre envidiando a los que han logrado más éxito,
los que tienen mejor nivel de vida, los de posición más brillante.
En su corazón crecerá fácilmente
la insatisfacción, la envidia oculta, el resentimiento. No sabrá disfrutar de
lo que es y de lo que tiene. Vivirá siempre mirando de reojo a los demás. Así,
difícilmente se puede ser feliz.
Otra consigna equivocada: «Si
no respondes a las expectativas, no puedes ser feliz». Has de responder a
lo que espera de ti la sociedad, ajustarte a los esquemas. Si no entras por
donde van todos, puedes perderte.
La persona así programada se
estropea casi inevitablemente. Termina por no conocerse a sí misma ni vivir su
propia vida. Sólo busca lo que buscan todos, aunque no sepa exactamente por qué
ni para qué.
Las Bienaventuranzas nos invitan
a preguntarnos si tenemos la vida bien planteada o no, y nos urgen a eliminar
programaciones equivocadas. ¿Qué sucedería en mi vida si yo acertara a vivir
con un corazón más sencillo, sin tanto afán de posesión, con más limpieza
interior, más atento a los que sufren, con una confianza grande en un Dios que
me ama de manera incondicional? Por ahí va el programa de vida que nos trazan
las Bienaventuranzas de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
1 de febrero de 1987
EL DIA DE
LA ALEGRIA
Dichosos
Desde su origen, el domingo ha
sido para los cristianos el día de la alegría. Día en el que ha de crecer
nuestra esperanza. Así exhorta ya la Didascalia
de los Apóstoles en e1 siglo II: “Estad siempre alegres el domingo, pues
quien se aflige el día del domingo comete pecado».
Esta alegría dominical no es sólo
fiesta externa, sino gozo interior profundo de quien ha descubierto en Cristo
el sentido de la existencia y la salvación.
No se trata simplemente de
obedecer a una ley que nos prohíbe trabajar ese día para permitir así a nuestro
organismo recuperar las fuerzas que necesita.
El descanso dominical significa y
nos recuerda el fin último de nuestra vida. No hemos nacido para trabajar
eternamente sino para disfrutar. No estamos hechos para sufrir sino para gozar.
El fin último de todo lo que hacemos es entrar un día en el descanso gozoso de
Dios.
El domingo pregustamos ya la
fiesta final, el domingo eterno. Llegará un día en que siempre será domingo. Ya
no habrá trabajos ni problemas, no habrá lágrimas ni sufrimientos. Sólo gozo,
disfrute, acción de gracias, descanso y felicidad en Dios.
Por eso el domingo no es un
descanso vacío en el que nos encerramos todavía más sobre nosotros mismos y
nuestro propio aburrimiento. Es un descanso que nos permite volvernos hacia
Dios, encontrarnos con el resucitado, celebrar la vida final.
El domingo nos permite tener
tiempo para lo importante. Tiempo para meditar, para descansar, para dialogar.
Tiempo para Dios, tiempo para la amistad y la celebración.
Son bastantes los observadores
que nos están advirtiendo del riesgo que corre el hombre contemporáneo de
empobrecerse y asfixiarse espiritualmente al perder el sentido hondo de la
fiesta.
La celebración de la fiesta está
siendo sustituida en gran parte por el espectáculo, las competiciones
deportivas, el cine, la televisión o los viajes turísticos.
No acertamos a trascender el
mundo de lo cotidiano y dilatar festivamente nuestro corazón hacia el trasfondo
último de todo. No sabemos captar y celebrar la bondad originaria de la vida.
No nos atrevemos a creer en nuestro destino de felicidad eterna.
Para recuperar la fiesta
dominical no basta aprender a divertirse o relajarse. Necesitamos recuperar la
actitud religiosa, la apertura al Creador, la fe en nuestra resurrección.
Sólo entonces sabremos celebrar
el domingo de otra manera y salir de casa a saborear la vida con mayor hondura,
a encontrar a los amigos con más sosiego, a disfrutar la naturaleza con más
intensidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
29 de enero de 1984
LA
FELICIDAD NO SE COMPRA
Dichosos...
Nadie sabemos dar una respuesta
demasiado clara cuando se nos pregunta por la felicidad. ¿Qué es de verdad la
felicidad? ¿En qué consiste realmente? ¿Cómo alcanzarla? ¿Por qué caminos?
Ciertamente no es fácil acertar a
ser feliz. No se logra la felicidad de cualquier manera. No basta conseguir lo
que uno andaba buscando. No es suficiente satisfacer los deseos. Cuando uno ha
conseguido k que quería, descubre que está de nuevo buscando ser feliz.
También es claro que la felicidad
no se puede comprar. No se la puede adquirir en ninguna planta del «Corte
Inglés» como tampoco la alegría, la amistad o la ternura. Con dinero sólo
podemos comprar apariencia de felicidad.
Por eso, hay tantas personas
tristes en nuestras calles. La felicidad ha sido sustituida por el placer, la
comodidad y el bienestar. Pero nadie sabe cómo devolverle al hombre de hoy el
gozo, la libertad, la apariencia de plenitud.
Nosotros tenemos nuestras
«bienaventuranzas». Suenan así: Dichosos los que tienen una buena cuenta
corriente, los que se pueden comprar el último modelo, los que siempre
triunfan, a costa de lo que sea, los que son aplaudidos, los que disfrutan de
la vida sin escrúpulos, los que se desentienden de los problemas...
Jesús ha puesto nuestra
«felicidad» cabeza abajo. Ha dado un vuelco total a nuestra manera de entender
la vida y nos ha descubierto que estamos corriendo «en dirección contraria».
Hay otro camino verdadero para
ser feliz, que a nosotros nos parece falso e increíble. La verdadera felicidad
es algo que uno se la encuentra de paso, como fruto de un seguimiento sencillo
y fiel a Jesús.
¿En qué creer? ¿En las
bienaventuranzas de Jesús o en los reclamos de felicidad de nuestra sociedad?
Tenemos que elegir entre estos
dos caminos, O bien, tratar de asegurar nuestra pequeña felicidad y sufrir lo
menos posible, sin amar, sin tener piedad de nadie, sin compartir... O bien,
amar... buscar la justicia, estar cerca del que sufre y aceptar el sufrimiento
que sea necesario, creyendo en una felicidad más profunda.
Uno se va haciendo creyente
cuando va descubriendo prácticamente que el hombre es más feliz cuando ama,
incluso sufriendo, que cuando no ama y por lo tanto no sufre por ello.
Es una equivocación pensar que el
cristiano está llamado a vivir fastidiándose más que los demás, de manera más
infeliz que los otros. Ser cristiano, por el contrario, es buscar la verdadera
felicidad por el camino señalado por Jesús. Una felicidad que comienza aquí,
aunque alcanza su plenitud en el encuentro final con Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
1 de febrero de 1981
APATIA
Felices
los que lloran.
Si algo aparece claro en las
bienaventuranzas es que Dios es el Dios de los pobres, los oprimidos, los que
lloran y sufren.
Dios no es insensible al
sufrimiento de los hombres. Dios no es apático. Dios «sufre donde sufre el amor» (J. Moltmann). Por eso, el futuro
proyectado y querido por Dios pertenece a esos hombres que sufren porque apenas
hay un lugar para ellos ni en la sociedad ni en el corazón de los hermanos.
Son bastantes los pensadores que
creen observar un aumento creciente de la apatía en la sociedad moderna. Parece
estar creciendo la incapacidad de hombre para percibir el sufrimiento ajeno.
Apatía significa «no-sufrir»,
incapacidad para sufrir. Es la actitud del hombre ciego que ya no percibe el
dolor. El embotamiento de quien permanece insensible ante el sufrimiento.
De mil maneras vamos evitando la
relación y el contacto con los que sufren. Levantamos muros que nos separan de
la experiencia y la realidad del sufrimiento ajeno.
Uno intenta mantenerse lo más
lejos posible del dolor, sin ser tocado ni afectado por el sufrimiento de los
demás. Se preocupa sólo de sus asuntos, vive «asépticamente» en su mundo
privado, después de colocar el correspondiente «Not disturb».
Y la organización de la vida
moderna parece ayudar a encubrir la miseria y soledad de las gentes, y a
ocultar el sufrimiento hondo de las personas.
Raramente experimentamos de forma
sensible e inmediata el sufrimiento y la muerte de los otros. No es frecuente
encontrarse de cerca con el rostro perdido de un hombre marginado. No tocamos
la soledad y la desesperación del que vive junto a nosotros.
Hemos reducido los problemas
humanos a números y datos. Contemplamos el sufrimiento ajeno de forma
indirecta, a través de la pantalla televisiva. Corremos cada uno a nuestras
ocupaciones sin tiempo para detenernos ante quien sufre.
En medio de esta apatía social, se hace todavía más
significativa la fe cristiana en un «Dios amigo de los pobres», un Dios
crucifi. cado, que ha querido sufrir junto a los abandonados de este mundo.
«Podemos cambiar las condiciones
sociales bajo las cuales sufren los hombres... Podemos hacer retroceder y
suprimir incluso el sufrimiento, que aún hoy se produce para provecho de unos
pocos. Pero, en todos esos caminos tropezamos con fronteras que no se dejan
traspasar. No sólo la muerte... También el embrutecimiento y falta de sensibilidad.
El único medio de traspasar estas fronteras consiste en compartir el dolor con los que sufren, no dejarlos solos y hacer más
fuerte su grito» (D. Sölle).
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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