El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
El Bautismo del Señor (A)
EVANGELIO
Apenas se bautizó Jesús, vio que el Espíritu de Dios
se posaba sobre él.
+
Lectura del santo evangelio según san Mateo 3, 13-17
En aquel tiempo,
fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.
Pero Juan intentaba
disuadirlo, diciéndole:
-«Soy yo el que
necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?»
Jesús le contestó:
-«Déjalo ahora.
Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. »
Entonces Juan se lo
permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que
el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz
del cielo que decía-
-«Éste es mi Hijo,
el amado, mi predilecto.»
Palabra de Dios
HOMILIA
2016-2017 -
Fecha
UNA NUEVA
ETAPA
Antes de narrar su actividad
profética, los evangelistas nos hablan de una experiencia que va a transformar
radicalmente la vida de Jesús. Después de ser bautizado por Juan, Jesús se
siente el Hijo querido de Dios, habitado plenamente por su Espíritu. Alentado
por ese Espíritu, Jesús se pone en marcha para anunciar a todos, con su vida y
su mensaje, la Buena Noticia de un Dios amigo y salvador del ser humano.
No es extraño que, al invitarnos
a vivir en los próximos años “una nueva etapa evangelizadora”, el Papa nos
recuerde que la Iglesia necesita más que nunca “evangelizadores con Espíritu”.
Sabe muy bien que solo el Espíritu de Jesús nos puede infundir fuerza para
poner en marcha la conversión radical que necesita la Iglesia. ¿Por qué caminos?
Esta renovación de la Iglesia
solo puede nacer de la novedad del Evangelio. El Papa quiere que la gente de
hoy escuche el mismo mensaje que Jesús proclamaba por los caminos de Galilea,
no otro diferente. Hemos de “volver a la fuente y recuperar la frescura
original del Evangelio”. Solo de esta manera, “podremos romper esquemas
aburridos en los que pretendemos encerrar a Jesucristo”.
El Papa está pensando en una
renovación radical, “que no puede dejar las cosas como están; ya no sirve una
simple administración”. Por eso, nos pide “abandonar el cómodo criterio
pastoral del siempre se ha hecho así” e insiste una y otra vez: “Invito a todos
a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las
estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias
comunidades”.
Francisco busca una Iglesia en la
que solo nos preocupe comunicar la Buena Noticia de Jesús al mundo actual. “Más
que el temor a no equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en
las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven
jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras
afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: Dadles
vosotros de comer”.
El Papa quiere que construyamos
“una Iglesia con las puertas abiertas”, pues la alegría del Evangelio es para
todos y no se debe excluir a nadie. ¡Qué alegría poder escuchar de sus labios
una visión de Iglesia que recupera el Espíritu más genuino de Jesús rompiendo
actitudes muy arraigadas durante siglos! “A menudo nos comportamos como
controladores de la gracia y no como facilitadotes. Pero la Iglesia no es una
aduana, es la casa del Padre donde hay lugar para cada uno con su vida a
cuestas”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 -
12 de enero de 2014.
UNA NUEVA
ETAPA
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 – JESÚS ES PARA TODOS.
9 de enero de 2011
¿ESTAMOS
APAGANDO EL ESPÍRITU?
Aunque el relato evangélico habla
de la inmersión de Jesús en el Jordán, lo decisivo no es este bautismo de agua
que recibe de manos del Bautista, sino la acogida del Espíritu que el Padre
envía sobre él.
Según la mentalidad bíblica, este
Espíritu hace vivir a Jesús desde el aliento vital de Dios, lleno de su amor y
su fuerza creadora, entregado a liberar, transformar y potenciar la vida. Por
eso, los primeros seguidores de Jesús lo recordaban como un Profeta que, "ungido por Dios con el Espíritu
Santo..., pasó la vida haciendo el bien". Este es el Espíritu que ha
de alentar a quienes siguen sus pasos.
La crisis religiosa de nuestros
días se está extendiendo con tal radicalidad que la indiferencia está afectando
ya a los mismos creyentes. Los indicios son cada vez más inquietantes. Hay
analistas que denuncian el "ateísmo interior" que está diluyendo la
fe de algunos que se dicen cristianos.
La Iglesia no es un "espacio
inmunizado". Hay practicantes que de hecho no cuentan con Dios. Pueden
pasar tranquilamente sin él. Dios no estimula su vida ni inspira su
comportamiento. Viven una religión vacía de comunicación con Dios. En la
práctica, Dios no existe para ellos. Sin advertirlo, se están instalando en la
"cultura de la ausencia de Dios".
¿Vamos a permanecer pasivos ante
esta extinción progresiva de la verdadera fe incluso dentro de nuestros hogares
y comunidades? ¿No nos estamos haciendo cada vez más indiferentes a la
indiferencia religiosa que parece invadirlo todo? ¿No ha llegado el momento de
reaccionar?
Tal vez, lo primero es tomar
conciencia de que somos nosotros mismos los que podemos estar apagando el
Espíritu dentro de la Iglesia con nuestra ceguera y pasividad. Movidos por el
instinto de conservación, corremos el riesgo de dedicarnos a conservar el
pasado quizás porque nos resulta más cómodo que vivir en permanente conversión,
abiertos a la creatividad del Espíritu.
Seguramente, hemos de cuidar más
nuestro modo de relacionarnos con Dios, evitando formas superficiales y vacías,
vividas sólo desde lo exterior, y que pueden ser formas de huir de su Misterio
santo más que caminos para situarnos ante él en espíritu y en verdad.
Parece más necesario que nunca
promover esa "participación plena,
consciente y activa en las celebraciones litúrgicas", que el concilio
Vaticano II urge "con deseo
ardiente", pues considera que es "la
fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu
verdaderamente cristiano". Revitalizar la celebración es reavivar la
fe.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 – RECREADOS POR JESÚS
13 de enero de 2008
EL
ESPÍRITU BUENO DE DIOS
El
Espíritu de Dios… se posaba sobre él.
Jesús no es un hombre vacío ni
disperso interiormente. No actúa por aquellas aldeas de Galilea de manera
arbitraria ni movido por diferentes intereses. Los evangelios dejan claro desde
el principio que Jesús vive y actúa movido por «el Espíritu de Dios».
No quieren que se le confunda con
cualquier «maestro de la ley», preocupado por introducir más orden en el
comportamiento de Israel. No quiere que se le identifique con un profeta falso,
dispuesto a buscar un equilibrio entre la religión del templo y el poder de
Roma.
El evangelista Mateo quiere,
además, que nadie lo equipare con el Bautista. Que nadie lo vea como un simple
discípulo y colaborador de aquel gran profeta del desierto. Jesús es «el
Hijo amado» de Dios. Sobre él «desciende» el Espíritu de Dios. Sólo
él puede «bautizar» con Espíritu Santo y con fuego.
Según toda la tradición bíblica,
el «Espíritu de Dios» es el aliento de Dios que crea, envuelve y
sostiene la vida entera. La fuerza que Dios posee para renovar y transformar a
los vivientes. Su energía amorosa que busca siempre lo mejor para sus hijos e
hijas.
Por eso, Jesús se siente enviado,
no a condenar, destruir o maldecir, sino a curar, construir y bendecir. El
Espíritu de Dios lo conduce a potenciar y mejorar la vida. Lleno de ese «Espíritu»
bueno de Dios, se dedica a liberar de «espíritus malignos», que no hacen
sino dañar, esclavizar y deshumanizar.
Las primeras generaciones
cristianas tenían muy claro lo que había sido Jesús. Así resumían el recuerdo
que dejó grabado en sus seguidores: «Ungido por Dios con el Espíritu
Santo…, pasó la vida haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el
diablo, porque Dios estaba con él».
¿Qué «espíritu» nos anima hoy a
los seguidores de Jesús? ¿Cuál es la «pasión» que mueve a la Iglesia? ¿Cuál es
la «mística» que hace vivir y actuar a nuestras comunidades? ¿Qué estamos
poniendo en el mundo? Si el Espíritu de Jesús está en nosotros, viviremos «curando»
a tantos oprimidos, deprimidos, reprimidos y hasta suprimidos por el mal.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
9 de enero de 2005
UN BAUTISMO NUEVO
Él os bautizará con Espíritu Santo.
El
Bautista habla de manera muy clara: «Yo
os bautizo con agua», pero esto sólo no basta. Hay que acoger en nuestra
vida a otro «más fuerte», lleno de
Espíritu de Dios: «El os bautizará con
espíritu santo y fuego».
Son
bastantes los «cristianos» que se han quedado en la religión del Bautista. Han
sido bautizados con «agua», pero no conocen el bautismo del «espíritu». Tal
vez, lo primero que necesitamos todos es dejamos transformar por el Espíritu
que cambió totalmente a Jesús. ¿Cómo es su vida después de recibir el Espíritu
de Dios?
Jesús
se aleja del Bautista y comienza a vivir desde un horizonte nuevo. No hay que
vivir preparándonos para el juicio inminente de Dios. Es el momento de acoger a
un Dios Padre que busca hacer de la humanidad una familia más justa y fraterna.
Quien no vive desde esta perspectiva, no conoce todavía qué es ser cristiano.
Movido
por esta convicción, Jesús deja el desierto y marcha a Galilea a vivir de cerca
los problemas y sufrimientos de las gentes. Es ahí, en medio de la vida, donde
se le tiene que sentir a Dios como «algo
bueno»: un Padre que atrae a todos a buscar juntos una vida más humana.
Quien no le siente así a Dios, no sabe cómo vivía Jesús.
Jesús
abandona también el lenguaje amenazador del Bautista y comienza a contar
parábolas que jamás se le hubieran ocurrido a Juan. El mundo debe saber lo
bueno que es este Dios que busca y acoge siempre a sus hijos perdidos porque
sólo quiere salvar, no condenar. Quien no habla este lenguaje de Jesús, no
anuncia su buena noticia.
Jesús
deja la vida austera del desierto y se dedica a hacer «gestos de bondad» que el
Bautista nunca había hecho. Cura enfermos, defiende a los pobres, toca a los
leprosos, acoge a su mesa a pecadores y prostitutas, abraza a niños de la
calle. La gente tiene que sentir la bondad de Dios en su propia carne. Quien
habla de un Dios bueno y no hace los gestos de bondad que hacía Jesús
desacredita su mensaje.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
13 de enero de 2002
EXPERIENCIA
SANA
Tú eres
mi Hijo querido.
Hanna Wolf, teóloga y
psicoterapeuta alemana, afirma en uno de sus trabajos sobre Jesús que él ha
sido la primera persona en la historia que ha vivido y comunicado una
experiencia sana de Dios, sin proyectar sobre la divinidad los miedos,
fantasmas y ambiciones de los seres humanos.
Las fuentes cristianas hablan de
una experiencia inicial en la que Jesús escucha del cielo estas palabras: «Tú
eres mi Hijo querido». El relato es una elaboración posterior, pero apunta a
una realidad fácil de constatar.
Jesús le vive y le siente a Dios
como padre. Hay un dato que sorprende a los exegetas. Aunque Jesús habla
constantemente del «reino de Dios» como símbolo central de su mensaje, nunca le
invoca a Dios como rey o señor, sino como «padre» (abbá). No hay duda alguna.
Jesús no se presentaba ante Dios como un súbdito ante el emperador Tiberio o
como un reo ante el tribunal de Antipas. Se confía al misterio de Dios como un
hijo querido. Ésa es la primera actitud cristiana ante Dios.
Esta experiencia de Dios como
padre querido no le encierra a Jesús en una piedad individualista y excluyente.
Ese Padre es el Dios de todos los pueblos, el Padre cariñoso de todas sus
criaturas. Jesús lo llamaba «Padre del cielo» porque no está ligado a un lugar
sagrado, ni pertenece a un pueblo o una raza concreta. No cabe en ninguna religión.
Es Dios de todos, incluso de quienes lo olvidan. «El hace salir el sol sobre
buenos y malos». Desde este horizonte amplio le vivía Jesús a Dios.
Tampoco se encierra Jesús en una
experiencia egocéntrica de Dios. No le busca para tranquilizar sus miedos,
compensar sus vacíos o desarrollar sus fantasías religiosas. Lo único que busca
es que la justicia, la misericordia y la bondad de ese Padre se contagie a
todos, y la humanidad pueda conocer una vida más digna y más propia de hijos e
hijas de Dios.
No lo hemos de olvidar. El Dios
que nos muestra Jesús no está interesado, en primer término, en qué pensamos de
él o cómo le experimentamos sino en cómo nos comportamos con los que sufren.
Vivimos realmente como hijos de Dios cuando reaccionamos como hermanos ante
quienes no pueden disfrutar de una vida digna.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
10 de enero de 1999
CON ESPÍRITU Y FUEGO
El Espíritu de Dios bajaba.
Según
el evangelio de Mateo, Jesús viene a bautizar no con agua como hace el
Bautista, sino con «Espíritu Santo y
fuego» (3, 11). Por eso, en un momento crucial de su vida, Jesús proclama
con fuerza: «Yo he venido a traer fuego a
la tierra y cuánto desearía que hubiera ya prendido» (Le 12, 49).
El
fuego es en la tradición bíblica uno de los grandes símbolos de la presencia
del Dios vivo. El fuego representa para los hebreos la «santidad incandescente»
de Dios, atractiva y terrible al mismo tiempo. Dios es fuego que atrae,
calienta, ilumina y regenera, y es también fuego que quema, devora, transforma
y purifica. En la grandiosa escena del monte Horeb, Moisés se siente atraído
por la zarza que arde sin ser devorada por el fuego, pero la voz de lo alto le
recuerda que no puede acercarse a Dios sin descalzar sus pies y purificarse.
Olivier Clement ha subrayado la importancia de esta
simbología básica en esta «época
nocturna» de materialismo, escepticismo y frívolos sincretismos religiosos.
Es urgente, según el afamado teólogo ortodoxo, encender en el corazón del hombre
moderno el deseo y la pasión por el Dios vivo. Es la tarea primera y decisiva.
La
iglesia sigue bautizando con agua a los niños presentados por padres de fe
vacilante o casi apagada. Pero lo que se necesita es un «bautismo de Espíritu Santo y de fuego» que recuerde a todos que el
primer gemido de ese niño recién nacido y el último suspiro cuando esté
agonizando no hacen sino gritar la necesidad que tiene todo ser humano de Dios.
La
primera tarea es despertar el deseo de Dios, desbloquearlo y hacerlo crecer.
Purificar caricaturas indignas de la divinidad y hacer resplandecer su
verdadero rostro encarnado en Cristo. Purificar una cierta religión que no cesa
de proyectar sobre Dios las obsesiones individuales y colectivas de los hombres
para manipularlo como a un ídolo, y devolver a la celebración su contenido de
alabanza y acción de gracias a Aquel en quien «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 28).
Termina
el tiempo litúrgico de la
Navidad. Todo vuelve a ser como siempre. Pero hay algo que
debe quedar grabado a fuego en nuestro corazón: Jamás hemos de sentirnos solos,
excluidos o perdidos; nunca hemos de hundirnos en la vergüenza o la
desesperación. Encarnado en ese Niño de Belén, Dios nos espera siempre en el
silencio de su amor infinito. Podemos acercamos a El sin temor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
7 de enero de 1996
DESPERTAR EL ESPÍRITU
El Espíritu de Dios bajaba.
«Ni siquiera hemos oído hablar de que
haya un Espíritu Santo.» Esta
fue la respuesta que recibió san Pablo cuando preguntó a los de Éfeso si habían
recibido el Espíritu al ser bautizados. No sé qué responderían hoy los
bautizados, pero lo cierto es que para bastantes el Espíritu Santo no tiene
interés alguno. Sin embargo, «vivir del Espíritu Santo de Dios» constituía para
las primeras generaciones cristianas su mayor originalidad. El mismo Bautista
había bautizado sólo «con agua». Es
Jesús quien bautiza a sus seguidores «con
Espíritu Santo».
Siguiendo
el plan trazado por Juan Pablo II como preparación para el Jubileo del año dos
mil, después de haber meditado sobre Jesucristo, Hijo de Dios encarnado (1997)
y antes de invocar al Dios, Padre de todos los hombres (1999), la Iglesia católica ha
dedicado el año 1998 a
acoger con fe al Espíritu Santo de Dios. ¿Qué puede haber más importante para la Iglesia que ayudar al
hombre moderno a despertar el Espíritu de Dios en el fondo de su conciencia? ¿Y
qué puede ser más decisivo hoy para el ser humano que recuperar su alma?
Es
el Espíritu Santo de Dios, vivo entre los creyentes, el que mantiene en la Tierra «el fuego de Jesús»,
su defensa del pobre, su amor apasionado a los desvalidos, su lucha por un
mundo más humano, su confianza absoluta en un Dios amigo de los hombres. Sin
ese Espíritu no hay Iglesia ni evangelio ni religión alguna. Sin el Espíritu de
Dios, todo se apaga y se desfigura.
Pero,
además, es ese Espíritu de Dios, presente en todo ser humano, el que permite
mirar con esperanza al futuro de la humanidad. ¿Cómo responder si no a las
preguntas más inquietantes de nuestro tiempo?, ¿qué les espera a las nuevas
generaciones?, ¿se contentarán con una vida reducida a mercantilismo,
organización técnica e imposición del más fuerte?, ¿dejará de existir el amor,
la poesía, la apertura al Misterio?, ¿nunca se amarán de verdad los diferentes
pueblos de la Tierra ?,
¿nunca escucharán los hombres esa aspiración que llevan dentro de sí, de ser
buenos unos con otros?
Es
el Espíritu de Dios quien puede «salvar» a este hombre de nuestros días, con
tanto poder para conseguir los logros más sorprendentes, pero tan incapaz de
hacerse a sí mismo más humano. Ese Espíritu, acogido de forma responsable en el
interior de las conciencias, puede liberarnos de la violencia absurda y
estéril, de los partidismos ciegos, de la cerrazón ideológica que no conduce a
ninguna parte; puede reconstruir nuestro mundo interior y liberarnos de ese
«vacío» que crece en muchas personas tanto más quizá cuanto más desbordante
resulta la vida exterior.
Acoger
el Espíritu de Dios puede parecer una empresa casi imposible. Sin embargo, no
es tan difícil dar los primeros pasos. Por ejemplo, escuchar sinceramente los
deseos de bondad, generosidad y nobleza que brotan del corazón de todo hombre,
y encontrar algún espacio para dirigirnos a Dios sin mentirnos a nosotros
mismos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
10 de enero de 1993
EXPERIENCIA PERSONAL
El Espíritu de Dios bajaba...
El
encuentro con Juan el Bautista fue para Jesús una experiencia que dio un giro a
su vida. Después del bautismo del Jordán, Jesús no vuelve ya a su trabajo de
Nazaret; tampoco se adhiere al movimiento del Bautista. Su vida se centra ahora
en un único objetivo: gritar a todos la Buena Noticia de un
Dios que quiere salvar al hombre.
Pero
lo que transforma la trayectoria de Jesús no son las palabras que escucha de
labios del Bautista, ni el rito purificador del bautismo. Jesús vive algo más
profundo. Se siente inundado por el Espíritu del Padre. Se reconoce a sí mismo
como Hijo de Dios. Su vida no será en adelante sino reflejar y anunciar ese
amor insondable de un Dios Padre.
Esta
experiencia de Jesús encierra también un significado para nosotros. La fe es un
itinerario personal que cada uno hemos de recorrer. Es muy importante, sin
duda, lo que hemos escuchado desde niños a nuestros padres y educadores. Es
importante lo que escuchamos a sacerdotes y predicadores. Pero, al final,
siempre hemos de hacernos una pregunta: ¿En quién creo yo? ¿Creo en Dios o creo
en aquellos que me hablan acerca de El?
No
hemos de olvidar que la fe es siempre una experiencia personal que no puede ser
reemplazada por la obediencia ciega a lo que nos dicen otros. Desde fuera nos
pueden orientar hacia la fe, pero soy yo mismo quien debo abrirme de manera
confiada a Dios.
Por
eso, la fe no consiste tampoco en aceptar, sin más, un determinado conjunto de
fórmulas. Ser creyente no depende primordialmente del contenido doctrinal que
se recoge en un catecismo. Todo eso es muy importante, sin duda, para
configurar nuestra visión cristiana de la existencia. Pero, antes que eso y
dando sentido a todo, está ese dinamismo interior que, desde dentro, nos lleva
a amar, confiar y esperar siempre en el Dios revelado en Jesucristo.
La
fe no es tampoco un capital que recibimos en el bautismo y del que luego
podemos disponer tranquilamente. No es algo adquirido en propiedad para
siempre. Ser creyente es vivir permanentemente a la escucha del Dios de
Jesucristo, aprendiendo a vivir día a día de manera más plena y liberada.
Esta
fe no está hecha sólo de certezas. A lo largo de la vida, el creyente ha de
aceptar también vivir muchas veces en la oscuridad. Como decía aquel gran
teólogo que fue Romano Guardini, «fe
es tener suficiente luz como para soportar las oscuridades». La fe está hecha,
sobre todo, de fidelidad. El verdadero creyente sabe creer en la oscuridad lo
que ha visto en momentos de luz. Siempre sigue buscando a ese Dios que está más
allá de todas nuestras fórmulas claras u oscuras. El P de Lubac escribía que «las ideas que nosotros nos hacemos de Dios
son como las olas del mar sobre las cuales el nadador se apoya para
superarlas». Lo decisivo es la fidelidad al Dios que se nos va manifestando en
su Hijo Jesucristo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
7 de enero de 1990
SENTIRSE
BIEN
El Espíritu de Dios bajaba...
Hace unos días hemos comenzado un
año nuevo. Naturalmente el nuevo calendario no cambia las cosas. Los problemas
y sufrimientos siguen ahí. ¿Qué tendré que hacer yo para sentirme bien?
A veces pensamos que lo decisivo
es que cambien las cosas a nuestro alrededor. Esperamos que nos sucedan cosas
buenas, que las personas nos traten mejor, que todo nos vaya bien y responda a nuestros
deseos.
Pero, con el pasar de los años,
es imposible tanta ingenuidad. Una pregunta comienza entonces a despertarse en
nosotros: Para sentirme mejor, ¿tiene que suceder algo fuera de mí o justamente
dentro de mí mismo?
Por eso, al comenzar el año, son
bastantes las personas que se proponen vivir de manera más sana y ordenada,
cuidar más su cuerpo, estar más en contacto con la naturaleza.
Otras han descubierto que es su
vida interior la que está descuidada y maltrecha. Y con esfuerzo admirable se
ejercitan en técnicas de interiorización y meditación, buscando paz y sosiego
interior.
Pero llega fácilmente un momento
en que la persona siente que su yo más profundo pide algo más. Al parecer, el
ser humano no puede crecer de manera plena y armoniosa si faltan dos
experiencias fundamentales.
La primera de ellas es el
amor. Parece un tópico decir que la gente está enferma por falta de amor y
que lo que muchos necesitan urgentemente es sentirse amados, pero realmente es
así. La segunda es el sentido. No hay vida humana completa, a menos que
la persona encuentre una motivación y una razón honda para vivir.
La fe cristiana no es ninguna
receta para encontrar felicidad. Ser creyente no hace desaparecer de nuestra
vida los conflictos, contradicciones y sufrimientos propios del ser humano.
Pero en el núcleo de la fe cristiana hay una experiencia básica que
puede dar un sentido nuevo a todo: Yo soy amado, no porque soy bueno, santo y
sin pecado, sino porque estoy habitado y sostenido por un Dios santo que es
amor insondable y gratuito.
Contra lo que algunos puedan
pensar, ser cristiano no es creer que Dios existe, sino que Dios me ama y me
ama incondicionalmente, tal como soy y antes de que cambie.
Esta es la experiencia
fundamental del Espíritu. El «bautismo del Espíritu» que nos recuerda el relato
evangélico y que tanto necesitamos los creyentes de hoy. «El amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido
dado» (Rm 5,5).
Si no conocemos esta experiencia,
desconocemos lo decisivo. Si la perdemos, lo perdemos todo. El sentido, la
esperanza, la vida entera del creyente nace y se sostiene en la seguridad
inquebrantable de saberse amado.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
11 de enero de 1987
EL TEDIO DEL DOMINGO
Cumplamos lo que Dios quiere.
Son
pocos los que, en la sociedad actual, recuerdan el origen y la dimensión
religiosa del domingo. Vaciado de todo contenido sagrado, el domingo se ha
convertido sencillamente en una ruptura del ritmo de trabajo para poder
descansar, disfrutar y divertirse.
Pero,
aunque pueda parecer extraño, diferentes estudios señalan que el domingo no es
precisamente un día agradable y gozoso para muchas personas.
Reducido
a una dimensión puramente profana, el domingo ha venido a ser un tiempo en el
que socialmente se impone una especie de obligación de sentirse alegre y feliz.
Pero
esto no es nada fácil cuando uno no conoce la alegría interior. Por eso, son
bastantes los que, precisamente el domingo, libres ya de las actividades y
obligaciones cotidianas, se ven enfrentados todavía con más crudeza a su propio
vacío, soledad o aburrimiento.
Las
tardes de domingo son tardes duras y difíciles para aquéllos a quienes la vida
ha decepcionado o para quienes, al encontrarse consigo mismos, sólo encuentran
su propio vacío e insatisfacción.
Cuántos
hombres y mujeres experimentan hoy en su propia alma aquellas sabias palabras
de B. Pascal: “He dicho con
frecuencia que toda la desgracia de los seres humanos procede de una sola cosa,
que es no saber permanecer en paz en una habitación. Así transcurre toda la
vida. Se busca el descanso, luchando contra algunos obstáculos y, cuando se han
superado, el descanso se vuelve insoportable por el tedio que engendra».
La
salida no es sencilla. No basta divertirnos buscando sensaciones siempre más
intensas o estimulantes, siempre más fuertes. Aunque lo queramos ignorar, el
vacío y la insatisfacción están siempre ahí. Al final, todo es aburrido para
quien lleva el aburrimiento en su propio interior.
Es
fácil vaciar de sentido religioso el domingo y la vida entera, pero, ¿no se
empobrece y entristece el ser mismo del hombre cuando olvida a ese Dios del que
ha nacido y en quien encontrará su último descanso?
Tal
vez una de las tareas más urgentes y más descuidadas en la Iglesia sea ésta de
recuperar el contenido del domingo cristiano en toda su hondura.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
8 de enero de 1984
Se abrió el cielo.
Con
la muerte de los últimos profetas, se había extendido en el judaísmo tardío el
convencimiento general de que el pecado de Israel había alejado el Espíritu de
Dios de los suyos.
Dios
se calla y el pueblo sufre su silencio. Los cielos permanecen cerrados e
impenetrables. Los hombres caminan tristes a través de una tierra sin horizontes.
La
escena del Bautismo de Jesús narrada por los evangelios cristianos significa
una noticia revolucionaria para los primeros creyentes. El cielo se abre. El
Espíritu de Dios desciende de nuevo sobre los hombres. La vida no es algo
cerrado. Se nos abre con Jesús un horizonte infinito.
Las
navidades han quedado ya atrás. Muchos no habrán traspasado la corteza
artificial de estas fiestas ni habrán gustado el misterio que las hizo nacer.
No habrán descubierto la gran noticia: El
cielo se ha abierto. Dios está con nosotros.
Pero
ésta es la gran verdad que no se termina con estas fiestas. Oculto para unos,
desconocido para muchos, Dios está con nosotros. No el dios frío de la razón,
no el dios distante del puro misterio, sino un Dios hecho carne, hermano y
amigo.
Esta
solidaridad de Dios con los hombres pone el cimiento más profundo que podemos
concebir a la solidaridad y fraternidad entre los hombres, y la esperanza más
viva que puede alimentar la tierra.
Por
eso, las luces y estrellas de nuestra navidad no hacen sino iluminar con más
fuerza la contradicción en que vivimos tantos cristianos, encerrados en nuestro
propio egoísmo, demasiado alejados de un Dios Padre y demasiado extraños a los
que no viven para nuestros intereses.
Es
fácil cantar villancicos en un hogar caliente y después de una buena cena, a un
Jesús de barro. Es más difícil vivir compartiendo lo que uno es y tiene con ese
Jesús de carne que son los desheredados de la tierra.
Sin
embargo, es así como se celebra la navidad día a día. No despertando una
euforia pasajera en unas copas de champán, sino alimentando nuestra alegría
interior y nuestra esperanza en la cercanía de un Dios que está presente en
nuestro vivir diario. No disfrutando alocadamente y sin límite alguno de los
excesos de esta sociedad consumista, sino aprendiendo a compartir con sencillez
los gozos y sufrimientos de la gente.
Celebramos
la navidad día a día siempre que dejamos «nacer» a Dios en nuestra vida y
«bautizamos» nuestro vivir diario con el Espíritu que animó a Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
11 de enero de 1981
ESCUCHAR LA PROPIA VOCACIÓN
Y vino una voz del cielo.
Los
relatos evangélicos no se detienen demasiado en la descripción del bautismo de
Jesús. Dan más importancia a la experiencia vivida por él en aquella hora, y
que es determinante para su actuación futura.
Jesús
no volverá ya a su casa de Nazaret. Tampoco se quedará entre los discípulos del
Bautista. Animado por el Espíritu comenzará una vida nueva, totalmente
entregado al servicio de su misión evangelizadora.
Podemos
decir que la hora del bautismo ha sido para Jesús el momento privilegiado en el
que ha experimentado su vocación profética, ha sido consciente de vivir poseído
por el Espíritu del Padre, y ha escuchado la llamada a anunciar un mensaje de
salvación a los hombres.
Escuchar
la vocación no es un asunto de un grupo de hombres y mujeres, llamados a vivir
de manera especial una misión privilegiada.
Tarde
o temprano todos nos tenemos que preguntar cuál es la razón última de nuestro
vivir diario y para qué comenzamos un nuevo día cada amanecer.
No
se trata de descubrir grandes cosas. Sencillamente, saber que nuestra pequeña
vida puede tener un sentido para los demás. Y que nuestro vivir diario puede
ser vida para alguien.
No
se trata tampoco de escuchar un día una llamada definitiva. El sentido de la
vida hay que descubrirlo a lo largo de los días, mañana tras mañana.
En
toda vocación hay algo de incierto. Siempre se nos pide una actitud de
búsqueda, disponibilidad y apertura.
Solamente
en la medida en que un hombre va respondiendo con fidelidad a su misión, va
descubriendo, precisamente desde esa respuesta, todo el horizonte de exigencias
y promesas que se encierra en toda tarea humana vivida con fidelidad.
Vivimos
con frecuencia un ritmo de vida, trabajo y ocupaciones, que nos aturde, distrae
y deshumaniza. Hacemos muchas cosas a lo largo de los días, pero, ¿sabemos
exactamente por qué y para qué? Nos movemos constantemente de un lado para
otro, pero, ¿sabemos hacia dónde caminar?
Escuchamos
muchas voces, gritos y llamadas, pero, ¿somos capaces de escuchar la voz del
Espíritu que nos invita a vivir con fidelidad nuestra misión de cada día?
José Antonio Pagola
HOMILIA
El cielo
abierto
Tú eres mi hijo querido.
EL Bautista representa como pocos
el esfuerzo de los hombres y mujeres de todos los tiempos por purificarse,
reorientar la existencia y comenzar una vida más digna. Este es su mensaje:
«Hagamos penitencia, volvamos al buen camino, pongamos orden en nuestra vida».
Esto es también lo que escuchamos más de una vez en el fondo de la conciencia:
«Tengo que cambiar, voy a ser mejor, he de actuar de manera más digna».
Este deseo de purificación y
ascesis es noble e indispensable, pero no basta. Todos conocemos la
experiencia: nos esforzamos por corregir errores, cumplimos nuestro deber con
responsabilidad, hacemos mejor las cosas, pero nada realmente nuevo se
despierta en nosotros, nada apasionante nos nace de dentro; pronto, el paso del
tiempo nos devuelve a la mediocridad de siempre. El mismo Bautista reconoce el
límite de su esfuerzo: «Yo os bautizo sólo con agua...; alguien más fuerte
os bautizará con espíritu y fuego». El bautismo de Jesús encierra una
mensaje nuevo que supera radicalmente al Bautista. Los evangelistas han cuidado
con verdadero arte la escena. El cielo, que permanecía cerrado e impenetrable,
se abre para mostrar su secreto.
Al abrirse, no descarga la ira
divina que anunciaba el Bautista sino que regala el amor de Dios, el Espíritu
que se posa pacíficamente sobre Jesús. Del cielo se escucha una voz: «Este es
mi Hijo amado». El mensaje es claro: con Cristo, el cielo ha quedado abierto;
de Dios sólo brota amor y paz; podemos vivir con confianza. A pesar de nuestros
errores y mediocridad insoportable, también para nosotros «el cielo ha quedado
abierto».
Las palabras que escucha Jesús
las podemos escuchar también nosotros: «Tú eres para mí un hijo amado, una
hija amada». En adelante podemos afrontar la vida, no como una «historia sucia»
que hemos de purificar constantemente, sino como el regalo de la «dignidad de
Dios», que hemos de cuidar con gozo y agradecimiento. Para quien vive de esta
fe, la vida está llena de momentos de gracia; el nacimiento de un hijo, el
contacto con una persona buena, la experiencia de un amor limpio ponen en
nuestra vida una luz y un calor nuevos. De pronto nos parece ver «el cielo
abierto». Algo nuevo comienza en nosotros; nos sentimos vivos; se despierta lo
mejor que hay en nuestro corazón. Lo que tal vez habíamos soñado secretamente
se nos regala ahora de forma inesperada; un inicio nuevo, una purificación
diferente, un «bautismo de espíritu y de fuego». Detrás de esas
experiencias, está Dios amándonos como a hijos.
José Antonio Pagola
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