El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
La Sagrada Familia: Jesús, María y Jose (C)
EVANGELIO
Los padres de Jesús
lo encuentran en medio de los maestros.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 2,41-52
Los padres de Jesús solían ir
cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
Cuando Jesús cumplió doce años,
subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero
el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Éstos, creyendo que estaba en la
caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y
conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.
A los tres días, lo encontraron
en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles
preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las
respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos,
y le dijo su madre:
- Hijo, ¿por qué nos has tratado
así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.
Él les contestó:
- ¿Por qué me buscabais? ¿No
sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?
Pero ellos no comprendieron lo
que quería decir.
Él bajó con ellos a Nazaret y
siguió bajo su autoridad.
Su madre conservaba todo esto en
su corazón.
Y Jesús iba creciendo en
sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2018-2019 -
30 de diciembre de 2018
UNA
FAMILIA DIFERENTE
(Ver homilía del ciclo C - 2012-2013)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2015-2016 -
27 de diciembre de 2015
¿QUÉ
FAMILIA?
(Ver homilía del ciclo C -
2009-2010)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
30 de diciembre de 2012
UNA
FAMILIA DIFERENTE
Entre los católicos se defiende
casi instintivamente el valor de la familia, pero no siempre nos detenemos a
reflexionar el contenido concreto de un proyecto familiar, entendido y vivido
desde el Evangelio. ¿Cómo sería una familia inspirada en Jesús?
La familia, según él, tiene su
origen en el misterio del Creador, que atrae a la mujer y al varón a ser
"una sola carne", compartiendo su vida en una entrega mutua, animada
por un amor libre y gratuito. Esto es lo primero y decisivo. Esta experiencia
amorosa de los padres puede engendrar una familia sana.
Siguiendo la llamada profunda de
su amor, los padres se convierten en fuente de vida nueva. Es su tarea más
apasionante. La que puede dar una hondura y un horizonte nuevo a su amor. La
que puede consolidar para siempre su obra creadora en el mundo.
Los hijos son un regalo y una
responsabilidad. Un reto difícil y una satisfacción incomparable. La actuación
de Jesús, defendiendo siempre a los pequeños y abrazando y bendiciendo a los
niños, sugiere la actitud básica: cuidar la vida frágil de quienes comienzan la
andadura por este mundo. Nadie les podrá ofrecer nada mejor.
Una familia cristiana trata de
vivir una experiencia original en medio de la sociedad actual, indiferente y
agnóstica: construir su hogar desde Jesús. "Donde dos o tres se reúnen en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Es Jesús quien alienta, sostiene
y orienta la vida sana de la familia cristiana.
El hogar se convierte entonces en
un espacio privilegiado para vivir las experiencias más básicas de la fe cristiana:
la confianza en un Dios bueno, amigo del ser humano; la atracción por el estilo
de vida de Jesús; el descubrimiento del proyecto de Dios, de construir un mundo
más digno, justo y amable para todos. La lectura del Evangelio en familia es
una experiencia decisiva.
En un hogar donde se vive a Jesús
con fe sencilla, pero con pasión grande, crece una familia acogedora, sensible
al sufrimiento de los más necesitados, donde se aprende a compartir y a
comprometerse por un mundo más humano. Una familia que no se encierra solo en
sus intereses sino que vive abierta a la familia humana.
Muchos padres viven hoy
desbordados por diferentes problemas, y demasiado solos para enfrentarse a su
tarea. ¿No podrían recibir una ayuda más concreta y eficaz desde las
comunidades cristianas? A muchos padres creyentes les haría mucho bien
encontrarse, compartir sus inquietudes y apoyarse mutuamente. No es evangélico
exigirles tareas heroicas y desentendernos luego de sus luchas y desvelos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
27 de diciembre de 2009
¿QUÉ
FAMILIA?
Su madre
guardaba todo en su corazón.
Hoy es el Día de la familia
cristiana. Una fiesta establecida recientemente para que los cristianos
celebremos y ahondemos en lo que puede ser un proyecto familiar entendido y
vivido desde el espíritu de Jesús.
No basta defender de manera
abstracta el valor de la familia. Tampoco es suficiente imaginar la vida
familiar según el modelo de la familia de Nazaret, idealizada desde nuestra
concepción de la familia tradicional. Seguir a Jesús puede exigir a veces
cuestionar y transformar esquemas y costumbres muy arraigados en nosotros.
La familia no es para Jesús algo
absoluto e intocable. Más aún. Lo decisivo no es la familia de sangre, sino esa
gran familia que hemos de ir construyendo los humanos escuchando el deseo del único Padre de todos.
Incluso sus padres lo tendrán que aprender, no sin problemas y conflictos.
Según el relato de Lucas, los
padres de Jesús lo buscan acongojados, al descubrir que los ha abandonado sin
preocuparse de ellos. ¿Cómo puede actuar así? Su madre se lo reprocha en cuanto
lo encuentra: «Hijo, ¿por qué nos has
tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados». Jesús los
sorprende con una respuesta inesperada: «
¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que
yo debía estar en la casa de mi Padre?».
Sus padres «no le comprendieron ». Solo ahondando en sus palabras y en su
comportamiento de cara a su familia, descubrirán progresivamente que, para
Jesús, lo primero es la familia humana: una sociedad más fraterna, justa y
solidaria, tal como la quiere Dios.
No podemos celebrar
responsablemente la fiesta de hoy sin escuchar el reto de nuestra fe.
·
¿Cómo son nuestras familias? ¿Viven comprometidas en una sociedad
mejor y más humana, o encerradas exclusivamente en sus propios intereses?
¿Educan para la solidaridad, la búsqueda de paz, la sensibilidad hacia los
necesitados, la compasión, o enseñan a vivir para el bienestar insaciable, el
máximo lucro y el olvido de los demás?
·
¿Qué está sucediendo en nuestros hogares? ¿Se cuida la fe, se
recuerda a Jesucristo, se aprende a rezar, o sólo se transmite indiferencia,
incredulidad y vacío de Dios?. ¿Se educa
para vivir desde una conciencia moral responsable, sana, coherente con la fe
cristiana, o se favorece un estilo de vida superficial, sin metas ni ideales, sin
criterios ni sentido último?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
31 de diciembre de 2006
NIÑOS
POCO QUERIDOS
Tu padre
y yo te buscábamos angustiados.
Casi siempre se considera que la
infancia es la época más feliz de la vida. Al menos, eso es lo que los adultos
imaginamos. Pero, ¿es realmente así?
Es cierto que el niño parece con
frecuencia feliz por su gran capacidad de disfrutar de casi todo con asombro.
Ese mundo de juegos y ensueño que lleva dentro, esa fantasía que envuelve su
vida le permiten moverse, reaccionar, pasar rápidamente del llanto a la risa.
Pero son muchos los niños que
sufren, precisamente porque los adultos no sabemos acercamos a ellos y cuidar
mejor su felicidad.
Al niño se le mima, se le
manipula, se le golpea y se le besa. Se le obliga a comer y se le manda callar.
No se le escucha; se le amenaza, se le intenta programar para que diga y haga
lo que queremos los mayores. Frecuentemente, se le agobia con libros, estudios
y deberes. Se le restringe su tiempo de juego y fantasía. Se ahoga su
creatividad y se le pide comportarse como adulto.
Y luego están los niños
maltratados con el peor de los abandonos que es el tenerlos cerca y no
atenderlos ni cuidarlos. Los niños que no reciben besos como premio, pero sí
bofetones como castigo. Los que viven defendiéndose como pueden en medio de esa
tragedia que es una pareja mal avenida. Los niños no amados, que son una carga
para sus padres.
Y esos niños atropellados por las
tremendas agresiones de los adultos. Y los niños que piden limosna por las
calles, envueltos en roña y cubiertos de costras y sabañones. Niños mal
alimentados. Con poca comida y menos cariño.
En esta festividad de la Sagrada
Familia en que recordamos a María y José defendiendo a su pequeño del atropello
y la violencia, yo quiero rendir mi homenaje a esos padres de paciencia casi
infinita, que saben estar cerca de sus hijos. Padres que al llegar a su casa,
dejan que sus hijos se les cuelguen del cuello. Madres que saben «perder
tiempo» jugando con su niño o su niña. Esos hombres y mujeres a los que apenas
nadie valora, pero que son grandes porque saben respetar, cuidar y hacer
felices a sus hijos.
Aunque no lo sepan, están
contribuyendo a hacer un mundo mas humano porque a un niño feliz siempre le
será más fácil ser un día un hombre bueno.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
28 de diciembre de 2003
Título
(No publicada)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
31 de diciembre de 2000
CERCANO Y
ENTRAÑABLE
María
conservaba todo esto en su corazón.
Los hombres terminamos por
acostumbrarnos a casi todo. Decía Ch.
Peguy que «hay algo peor que tener un
alma perversa, y es tener un alma acostumbrada». Por eso no nos puede extrañar
demasiado que la celebración de la Navidad, envuelta en superficialidad y
consumismo alocado, apenas diga ya nada nuevo y gozoso a tantos hombres y
mujeres de «alma acostumbrada». Ya no nos sorprende ni conmueve un Dios que se
nos ofrece como niño.
Lo dice A. Saint-Exupéry en el prólogo de su delicioso «Principito»: «Todas las personas mayores han sido niños antes. Pero
pocas lo recuerdan». Se nos olvida lo que es ser niños. Y se nos olvida que
la primera mirada de Dios al acercarse al mundo ha sido una mirada de niño.
Pero ésa es justamente la noticia
de la Navidad. Dios es y sigue siendo, misterio, pero ahora sabemos que no es
un ser tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos ofrece cercano
y entrañable desde la ternura y la transparencia de un niño.
Y éste es el mensaje de la
Navidad. Para salir al encuentro de ese Dios, hay que cambiar el corazón,
hacerse niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia, abrirse confiados a
la gracia y al perdón.
A pesar de nuestra aterradora
superficialidad, de nuestros escepticismos y desencantos, y, sobre todo, de
nuestro inconfesable egoísmo y mezquindad de «adultos», siempre hay en nuestro
corazón un rincón en el que todavía no hemos dejado de ser niños.
Atrevámonos siquiera una vez a
mirarnos con sencillez y sin reservas. Hagamos un poco de silencio a nuestro
alrededor. Apaguemos el televisor. Olvidemos nuestras prisas, nerviosismos,
compras y compromisos. Escuchemos dentro de nosotros ese «corazón de niño» que
no se ha cerrado todavía a la posibilidad de una vida más sincera y más
confiada en Dios.
Es posible que escuchemos una
llamada a renacer a una fe nueva. Una fe que no anquilosa, sino que rejuvenece;
que no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre; que no recela, sino
confía; que no entristece, sino ilumina; que no teme, sino ama.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
28 de diciembre de 1997
NIÑOS
POCO QUERIDOS
Se
levantó y cogió al niño y a su madre.
Casi siempre se considera que la
infancia es la época más feliz de la vida. Al menos, eso es lo que los adultos
imaginamos. Pero, ¿es realmente así?
Es cierto que el niño parece con
frecuencia feliz por su gran capacidad de disfrutar de casi todo con asombro.
Ese mundo de juegos y ensueño que lleva dentro, esa fantasía que envuelve su
vida le permiten moverse, reaccionar, pasar rápidamente del llanto a la risa.
Pero son muchos los niños que
sufren, precisamente porque los adultos no sabemos acercarnos a ellos y cuidar
mejor su felicidad.
Al niño se le mima, se le
manipula, se le golpea y se le besa. Se le obliga a comer y se le manda callar.
No se le escucha; se le amenaza, se le intenta programar para que diga y haga
lo que queremos los mayores. Frecuentemente, se le agobia con libros, estudios
y deberes. Se le restringe su tiempo de juego y fantasía. Se ahoga su
creatividad y se le pide comportarse corno adulto.
Y luego están los niños
maltratados con el peor de los abandonos que es el tenerlos cerca y no
atenderlos ni cuidarlos. Los niños que no reciben besos como premio, pero sí
bofetones como castigo. Los que viven defendiéndose como pueden en medio de esa
tragedia que es una pareja mal avenida. Los niños no amados, que son una carga
para sus padres.
Y esos niños atropellados por las
tremendas agresiones de los adultos. Y los niños que piden limosna por las
calles, envueltos en roña y cubiertos de costras y sabañones. Niños mal
alimentados. Con poca comida y menos cariño.
En esta festividad de la Sagrada
Familia en que recordamos a María y José defendiendo a su pequeño del atropello
y la violencia, yo quiero rendir mi homenaje a esos padres de paciencia casi
infinita, que saben estar cerca de sus hijos. Padres que al llegar a su casa,
dejan que sus hijos se les cuelguen del cuello. Madres que saben «perder
tiempo» jugando con su niño. Esos hombres y mujeres a los que apenas nadie
valora, pero que son grandes porque saben respetar, cuidar y hacer felices a
sus hijos.
Aunque no lo sepan, están
contribuyendo a hacer un mundo más humano porque a un niño feliz siempre le
será más fácil ser un día un hombre bueno.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
30 de diciembre de 1994
EN
FAMILIA
Bajó con
ellos a Nazaret.
Estudios recientes lo afirman. No
hay ningún grupo ni ámbito social mejor dotado que la familia para ofrecer al
hijo una experiencia positiva en la que arraiguen los valores y la vivencia
religiosa. En lo religioso, nadie deja huellas tan profundas como la familia.
La razón de fondo es sencilla. La
familia puede ofrecer al niño «experiencia religiosa», pero en un clima de
afecto y confianza que cualquier otro grupo difícilmente puede asegurar. En el
hogar, el niño puede captar conductas, valores, símbolos y experiencias
religiosas, pero no de cualquier manera, sino con afecto.
Todos los estudios apuntan hacia
la misma dirección: la fe depende, en buena parte, de que la persona haya
tenido desde la infancia una experiencia religiosa positiva. El individuo
vuelve, casi siempre, a aquello que ha vivido en sus primeros años con
satisfacción, seguridad y sentido gratificante. Por el contrario, si falta esta
experiencia religiosa en el hogar, será difícil despertarla más adelante en
otros ámbitos como la parroquia o el centro educativo.
Por eso, es una gracia para el
hijo poder ver a sus padres rezando. Si los ve orar de verdad, quedarse en
silencio, cerrar los ojos, desgranar las cuentas del rosario o leer despacio el
evangelio, el niño capta la importancia de esos momentos, percibe «la presencia»
de Dios como algo bueno, aprende un lenguaje religioso y unos signos que quedan
grabados en él, interioriza unas actitudes y se va despertando en su conciencia
el sentido de Dios. Nada puede sustituir esa experiencia primera.
Cada familia creyente ha de encontrar
su estilo concreto de orar en casa. Es más fácil estar junto al hijo pequeño,
acompañándolo en su oración y enseñándole a dar gracias a Dios al final del
día, a pedirle perdón, a invocarlo con confianza. Con los adolescentes y
jóvenes será más importante preparar una oración sencilla en días señalados:
cumpleaños de algún miembro de la familia, aniversario de la boda de los
padres, antes de salir de vacaciones, al comenzar el curso, en la enfermedad
grave de alguno, en la Nochebuena.
Son muchas las costumbres
religiosas que se han perdido en el hogar. No es cuestión de restaurar el
pasado. Difícilmente se rezará hoy el rosario de manera habitual en nuestros
hogares invadidos por la TV. Hemos de encontrar nuevas formas, sencillas y
convincentes, de vivir la fe en el hogar. He aquí una costumbre fácil de
introducir en la familia de hoy. Al final del día, cuando se va a apagar el
televisor y todos se disponen a descansar, la familia puede reunirse en la
sala. Sólo unos momentos breves para dar gracias a Dios por el día, rezar
juntos el «Padre nuestro» y desearse
un buen descanso. ¿Es tan difícil?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
29 de diciembre de 1991
VIVIR
AMISTOSAMENTE
Tu padre
y yo te buscábamos angustiados.
Son muchas las personas que no
conocen la felicidad ni la alegría de la amistad. No se debe a que carezcan de
amigos o amigas. Lo que sucede es que no saben vivir amistosamente.
Son hombres y mujeres que sólo
buscan su propio interés y bienestar. Jamás han pensado hacer con su vida algo
que merezca la pena para los demás. Sólo se dedican a «sentirse bien». Todo lo
demás es perder el tiempo.
Se creen muy «humanos». Al sexo
practicado sin compromiso alguno lo llaman «amor». La relación interesada es «amistad».
En realidad viven sin vincularse a fondo con nadie, atrapados por un
individualismo atroz. En todo momento buscan lo que les apetece. No conocen
otros ideales. Nada es bueno ni malo, todo depende de si sirve o no a los
propios intereses. No hay más convicciones ni fidelidades.
En estas vidas puede haber
bienestar, pero no dicha. Estas personas pueden conocer el placer, pero no la
alegría interior. Pueden experimentarlo absolutamente todo menos la apertura
amistosa hacia los demás. Sólo saben vivir alrededor de sí mismos. Para ser más
humanos necesitarían aprender a vivir amistosamente.
La verdadera amistad significa
relación desinteresada, afecto, atención al otro, dedicación. Algo que va más
allá de las «amistades de negocios» o de los contactos eróticos de puro
pasatiempo.
Al afecto y la atención al otro
se une la fidelidad. Uno puede confiar en el amigo, pues el verdadero amigo
sigue siéndolo incluso en la desgracia y en la culpa. El amigo ofrece seguridad
y acogida. Vive haciendo más humana y llevadera la vida de los demás. Es
precisamente así como se siente a gusto con los otros.
Se ha dicho que una de las tareas
pendientes del hombre moderno es aprender esta amistad, purificada de falsos
romanticismos y tejida de cuidado, atención y servicio afectuoso al otro. Una
amistad que debería estar en la raíz de la convivencia familiar y de la pareja,
y que debería dar contenido más humano a todas las relaciones sociales.
Celebramos hoy la fiesta
cristiana de la familia de Nazaret. Históricamente poco sabemos de la vida
familiar de María, José y Jesús. En aquel hogar convivieron Jesús, el hombre en
el que se encarnaba la amistad de Dios a todo ser humano, y María y José,
aquellos esposos que supieron acogerlo como hijo con fe y amor. Esa familia
sigue siendo para los creyentes estímulo y modelo de una vida familiar
enraizada en el amor y la amistad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
30 de diciembre de 1988
UN DIOS
SORPRENDENTE
El niño
Jesús se quedó en Jerusalén.
Estamos celebrando estos días la
encarnación de Dios en un niño pequeño y frágil, como todo ser mortal que se
asoma a esta existencia nuestra.
Naturalmente, vivimos tan
distraídos con nuestros problemas diarios y tan acaparados por las mil cosas de
cada día que apenas nadie presta atención a este Dios ni se interesa por
acercarse al misterio que en El se encierra.
Ni siquiera a los cristianos les
sorprende ya hablar de un Dios Niño y apenas nadie sospecha que ese Dios nacido
en Belén significa una verdadera “revolución religiosa”.
Los hombres han buscado siempre a
Dios en lo sublime y poderoso. En todas las religiones la divinidad aparece
aureolada de poder omnipotente. La fenomenología religiosa nos enseña que la
nota suprema y específica de lo sagrado es el poder (G. van Leuw).
Sin embargo, este Dios Niño se
nos presenta impotente y débil y sólo así está junto a nosotros y nos salva. En
el rostro tierno e indefenso de este Niño, descubrimos asombrados que Dios no
es el poderío y la fuerza que nosotros sospechamos, sino un misterio de amor
sin intrigas, de ternura sin mentira, de entrega sin cálculos.
La omnipotencia de Dios está en
el extremo opuesto de ese poderío oscuro que atribuimos nosotros a Dios de
manera primitiva, proyectando falsamente en El nuestros deseos de poder. La
omnipotencia de Dios es algo radicalmente distinto pues es la omnipotencia de
quien sólo es amor y no puede sino amar. Dios no puede manipular, humillar,
abusar. Es amor y sólo puede amar.
Basta un poder muy pequeño para
atacar, destruir y dañar. Pero se necesita un poder grande para acoger,
respetar, perdonar. La potencia de Dios se revela en la debilidad. Dios es
grande y no necesita defenderse de los hombres. Es fuerte y no necesita exhibir
su fuerza. Es sublime y no necesita exaltar su poder.
Recordar todo esto no es algo
superfluo pues la idea de un Dios de poder suele ir unida a un determinado modo
de entender y vivir la religión. Siempre que las iglesias han malentendido la
omnipotencia de Dios exaltando falsamente su poder, han fomentado el fanatismo,
la intolerancia, la represión moral y el terror religioso.
Sólo cuando descubrimos el
verdadero rostro de Dios que se nos revela no en el poderío sino en el amor
humilde y respetuoso a los hombres, podemos despertar en el corazón de las
gentes una fe gozosa, confiada, agradecida a ese Dios que, para alegría
nuestra, sólo es amor y gracia.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
29 de diciembre de 1985
ANTE EL
MISTERIO DEL NIÑO
María
conservaba todo esto en su corazón.
Los hombres terminamos por
acostumbrarnos a casi todo. Con frecuencia, la costumbre y la rutina van
vaciando de vida nuestra existencia. Decía Ch.
Peguy que «hay algo peor que tener un alma perversa, y es tener un alma
acostumbrada».
Por eso no nos puede extrañar
demasiado que la celebración de la Navidad, envuelta en superficialidad y
consumismo alocado, apenas diga ya nada nuevo ni gozoso a tantos hombres y
mujeres de «alma acostumbrada».
Estamos acostumbrados a escuchar
que «Dios ha nacido en un portal de Belén». Ya no nos sorprende ni conmueve un
Dios que se nos ofrece como niño.
Lo dice A. Saint-Exupéry en el prólogo de su delicioso «Principito»: «Todas
las personas mayores han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan». Se nos
olvida lo que es ser niños. Y se nos olvida que la primera mirada de Dios al
acercarse al mundo ha sido una mirada de niño.
Pero ésa es justamente la noticia
de la Navidad. Dios es y sigue siendo misterio. Pero ahora sabemos que no es un
ser tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos ofrece cercano,
indefenso, entrañable desde la ternura y la transparencia de un niño.
Y éste es el mensaje de la
Navidad. Hay que salir al encuentro de ese Dios, hay que cambiar el corazón,
hacerse niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia del corazón, abrirse
confiados a la gracia y el perdón.
A pesar de nuestra aterradora
superficialidad, nuestros escepticismos y desencantos, y, sobre todo, nuestro
inconfesable egoísmo y mezquindad de «adultos», siempre hay en nuestro corazón
un rincón íntimo en el que todavía no hemos dejado de ser niños.
Atrevámonos siquiera una vez a
mirarnos con sencillez y sin reservas. Hagamos un poco de silencio a nuestro
alrededor. Apaguemos el televisor. Olvidemos nuestras prisas, nerviosismos,
compras y compromisos.
Escuchemos dentro de nosotros ese
«corazón de niño» que no se ha cerrado todavía a la posibilidad de una vida más
sincera, bondadosa y confiada en Dios.
Es posible que comencemos a ver
nuestra vida de otra manera. «No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es
invisible a los ojos» (A. Saint-Exupéry).
Y, sobre todo, es posible que
escuchemos una llamada a renacer a una fe nueva. Una fe que no anquilosa sino
que rejuvenece; que no nos encierra en nosotros mismos sino que nos abre; que
no separa sino que une; que no recela sino confía; que no entristece sino
ilumina; que no teme sino que ama.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
26 de diciembre de 1982
¿FELICIDAD
EN FAMILIA?
Bajó con
ellos a Nazaret.
Sin duda, es siempre tentador
para toda familia encerrarse en su propia felicidad. Tratar de construir un
«hogar feliz», de espaldas a la infelicidad de otras familias o de otros
hombres y mujeres, privados incluso de hogar.
Entonces, se vive el amor «de
puertas para dentro». Se estrecha la solidaridad a los límites de la familia. Y
la «gratuidad» queda reducida al mundo privado de los intereses familiares. El
amor no supera los lazos de sangre.
Naturalmente, esto sólo es
posible en una postura de evasión y desentendiéndose de los problemas y
sufrimientos ajenos.
Nos mantenemos al margen, sin
hacernos responsables de los problemas de los demás y sin interferirnos nunca
en sus alegrías ni en sus penas. «Cada uno en su casa y Dios en la de todos».
Con frecuencia, el deseo sincero
de muchos cristianos de imitar en el propio hogar a la sagrada familia de
Nazaret ha ido acompañado de este ideal de lograr una armonía y felicidad
familiar.
Y esto es bueno. Sin duda, es
necesario también hoy estimular y promover la autoridad y responsabilidad de
los padres, la obediencia de los hijos y la solidaridad familiar, valores sin
los cuales fracasará la familia.
Pero sería una equivocación creer
que es esto lo único que h familia cristiana tiene que escuchar en el evangelio
de Jesús.
El amor cristiano no conoce límites
ni puede quedar restringido egoístamente en las fronteras del propio hogar.
Según el evangelio, «el discípulo debe orientar su solidaridad no hacia los
miembros, del círculo familiar, sino hacia los desgraciados de la tierras (J. M. Castillo).
Nos lo ha recordado recientemente
Juan Pablo II con palabras que
deberían tener un eco especial en los hogares cristianos en estos momentos de
grave crisis económica: «Vosotras, familias que podéis disfrutar del bienestar,
no os cerréis dentro de vuestra felicidad; abríos a los otros para repartir lo
que os sobra y a otros les falta».
El hogar cristiano debe estar
abierto no sólo para acoger a los necesitados sino también para que sus
miembros salgan a responsabilizarse y comprometerse en el esfuerzo por una
sociedad mejor.
Una familia atenta a los dolores
de la humanidad, dispuesta a compartir con los necesitados y comprometida en
la. medida de sus posibilidades en la lucha por mejorar la convivencia social,
podrá sufrir por ello repercusiones dolorosas en el interior del mismo hogar,
pero está caminando hacia la verdadera felicidad cristiana.
José Antonio Pagola
Para
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