El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
3º domingo de Adviento (C)
EVANGELIO
¿Qué hacemos nosotros?
+ Lectura del santo evangelio según san
Lucas 3,10-18
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
- ¿Entonces, qué hacemos?
Él contestó:
- El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el
que tenga comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
- Maestro, ¿qué hacemos nosotros?
Él les contestó:
- No exijáis más de lo establecido.
Unos militares le preguntaron:
- ¿Qué hacemos nosotros?
Él les contestó:
- No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la
paga.
El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan
el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
- Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no
merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu
Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su
trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el
Evangelio.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2018-2019 -
16 de diciembre de 2018
¿QUÉ
PODEMOS HACER?
(Ver homilía del ciclo C -
2012-2013)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2015-2016 -
13 de diciembre de 2015
REPARTIR
CON EL QUE NO TIENE
(Ver homilía del ciclo C -
2009-2010)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
16 de diciembre de 2012
¿QUÉ
PODEMOS HACER?
La predicación del Bautista
sacudió la conciencia de muchos. Aquel profeta del desierto les estaba diciendo
en voz alta lo que ellos sentían en su corazón: era necesario cambiar, volver a
Dios, prepararse para acoger al Mesías. Algunos se acercaron a él con esta
pregunta: ¿Qué podemos hacer?
El Bautista tiene las ideas muy
claras. No les propone añadir a su vida nuevas prácticas religiosas. No les
pide que se queden en el desierto haciendo penitencia. No les habla de nuevos
preceptos. Al Mesías hay que acogerlo mirando atentamente a los necesitados.
No se pierde en teorías sublimes
ni en motivaciones profundas. De manera directa, en el más puro estilo
profético, lo resume todo en una fórmula genial: "El que tenga dos
túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, que haga lo
mismo". Y nosotros, ¿qué podemos hacer para acoger a Cristo en medio de
esta sociedad en crisis?
Antes que nada, esforzarnos mucho
más en conocer lo que está pasando: la falta de información es la primera causa
de nuestra pasividad. Por otra parte, no tolerar la mentira o el encubrimiento
de la verdad. Tenemos que conocer, en toda su crudeza, el sufrimiento que se
está generando de manera injusta entre nosotros.
No basta vivir a golpes de
generosidad. Podemos dar pasos hacia una vida más sobria. Atrevernos a hacer la
experiencia de "empobrecernos" poco a poco, recortando nuestro actual
nivel de bienestar para compartir con los más necesitados tantas cosas que
tenemos y no necesitamos para vivir.
Podemos estar especialmente
atentos a quienes han caído en situaciones graves de exclusión social:
desahuciados, privados de la debida atención sanitaria, sin ingresos ni recurso
social alguno... Hemos de salir instintivamente en defensa de los que se están
hundiendo en la impotencia y la falta de motivación para enfrentarse a su
futuro.
Desde las comunidades cristianas
podemos desarrollar iniciativas diversas para estar cerca de los casos más
sangrantes de desamparo social: conocimiento concreto de situaciones,
movilización de personas para no dejar solo a nadie, aportación de recursos
materiales, gestión de posibles ayudas...
Para muchos son tiempos
difíciles. A todos se nos va a ofrecer la oportunidad de humanizar nuestro
consumismo alocado, hacernos más sensibles al sufrimiento de las víctimas,
crecer en solidaridad práctica, contribuir a denunciar la falta de compasión en
la gestión de la crisis... Será nuestra manera de acoger con más verdad a
Cristo en nuestras vidas.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 -
13 de diciembre de 2009
REPARTIR
CON EL QUE NO TIENE
¿Qué
hacemos?
La Palabra del Bautista desde el
desierto tocó el corazón de las gentes. Su llamada a la conversión y al inicio
de una vida más fiel a Dios despertó en muchos de ellos una pregunta concreta: ¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que
brota siempre en nosotros cuando escuchamos una llamada radical y no
sabemos cómo concretar nuestra
respuesta.
El Bautista no les propone ritos
religiosos ni tampoco normas ni preceptos. No se trata propiamente de hacer
cosas ni de asumir deberes, sino de ser de otra manera, vivir de forma más
humana, desplegar algo que está ya en nuestro corazón: el deseo de una vida más
justa, digna y fraterna.
Lo más decisivo y realista es
abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de los que
sufren. El Bautista sabe resumirles su respuesta con una fórmula genial por su
simplicidad y verdad: «El que tenga dos
túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo
mismo». Así de simple y claro.
¿Qué podemos decir ante estas
palabras quienes vivimos en un mundo donde más de un tercio de la humanidad
vive en la miseria luchando cada día por sobrevivir, mientras nosotros seguimos
llenando nuestros armarios con toda clase de túnicas y tenemos nuestros
frigoríficos repletos de comida?
Y ¿qué podemos decir los
cristianos ante esta llamada tan sencilla y tan humana? ¿No hemos de empezar a
abrir los ojos de nuestro corazón para tomar conciencia más viva de esa
insensibilidad y esclavitud que nos mantiene sometidos a un bienestar que nos
impide ser más humanos?
Mientras nosotros seguimos
preocupados, y con razón, de muchos aspectos del momento actual del
cristianismo, no nos damos cuenta de que vivimos "cautivos de una religión burguesa". El cristianismo, tal
como nosotros lo vivimos, no parece tener fuerza para transformar la sociedad
del bienestar. Al contrario, es ésta la que está desvirtuando lo mejor de la
religión de Jesús, vaciando nuestro seguimiento a Cristo de valores tan
genuinos como la solidaridad, la defensa de los pobres, la compasión y la
justicia.
Por eso, hemos de valorar y
agradecer mucho más el esfuerzo de tantas personas que se rebelan contra este "cautiverio", comprometiéndose
en gestos concretos de solidaridad y cultivando un estilo de vida más sencillo,
austero y humano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
17 de diciembre de 2006
¿QUÉ
PODEMOS HACER?
¿Entonces
qué hacemos?
Juan el Bautista proclamaba en
voz alta lo que sentían muchos en aquel momento: hay que cambiar; no se puede
seguir así; hemos de volver a Dios. Entendían su llamada a la conversión. Según el evangelista Lucas,
algunos se sintieron cuestionados y se acercaron al Bautista con una pregunta
decisiva: ¿qué podemos hacer?
Por muchas protestas, llamadas y
discursos de carácter político o religioso que se escuchen en una sociedad, las
cosas sólo empiezan a cambiar, cuando hay personas que se atreven a enfrentarse
a su propia verdad, dispuestas a transformar su vida: ¿qué podemos hacer?
El Bautista tiene las ideas muy
claras. No les invita a venir al desierto a vivir una vida ascética de
penitencia, como él. Tampoco les anima a peregrinar a Jerusalén para recibir al
Mesías en el templo. La mejor manera de preparar el camino a Dios es, sencillamente,
hacer una sociedad más solidaria y fraterna. y menos injusta y violenta.
Juan no habla a las víctimas,
sino a los responsables de aquel estado de cosas. Se dirige a los que tienen
«dos túnicas» y pueden comer; a los que se enriquecen de manera injusta a costa
de otros; a los que abusan de su poder y de su fuerza.
Su mensaje es claro: No os
aprovechéis de nadie, no abuséis de los débiles, no viváis a costa de otros, no
penséis sólo en vuestro bienestar: El que
tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene, y el que tenga comida, haga lo
mismo. Así de simple. Así de claro.
Aquí se termina nuestra
palabrería. Aquí se desvela la verdad de nuestra vida. Aquí queda al
descubierto la mentira de no pocas formas de vivir la religión. ¿Por dónde
podemos empezar a cambiar la sociedad? ¿Qué podemos hacer para abrir caminos a
Dios en el mundo? Muchas cosas, pero nada tan eficaz y realista como compartir
lo que tenemos con los necesitados.
¿Alguien se puede imaginar una
forma más disparatada de celebrar la «venida de Dios al mundo» que unas fiestas
en las que algunos de sus hijos se dedican a comer, beber y disfrutar
frívolamente de su bienestar, mientras la mayoría anda buscando algo que comer?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
14 de diciembre de 2003
¿QUÉ
PODEMOS HACER?
¿Qué
hacemos nosotros?
Los medios de comunicación social
nos informan cada vez con más rapidez y precisión de toda la realidad que
acontece entre nosotros. Conocemos cada vez mejor las injusticias, miserias y
abusos que se cometen diariamente en nuestra sociedad.
Esta información crea fácilmente
en nosotros un cierto sentimiento de solidaridad con tantos hombres y mujeres,
víctimas de una sociedad egoísta e injusta. Incluso puede provocamos un
sentimiento de vaga culpabilidad. Pero, al mismo tiempo, acrecienta nuestra
sensación de impotencia.
Nuestras posibilidades de
actuación son muy exiguas. Todos conocemos más miseria e injusticia de la que
podemos remediar con nuestras fuerzas. Por eso es difícil evitar una pregunta
en el fondo de nuestro corazón ante la visión de una sociedad deshumanizada:
«,Qué podemos hacer?».
Juan el Bautista nos ofrece una
respuesta terrible en medio de su simplicidad. Una respuesta decisiva, que nos
pone a cada uno frente a nuestra propia verdad. «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el
que tenga comida, haga lo mismo».
No es fácil escuchar estas
palabras sin sentir un cierto malestar. Se necesita valor para acogerlas. Se
necesita tiempo para dejamos penetrar por ellas. Son palabras que hacen sufrir.
Aquí se termina nuestra falsa
«buena voluntad». Aquí se revela el fondo de nuestro corazón. Aquí se diluye
nuestro sentimentalismo religioso. ¿Qué podemos hacer? Sencillamente, compartir
lo que tenemos con los que lo necesitan. Así de simple. Así de claro.
Muchas de nuestra discusiones y
controversias sociales y políticas, muchas de nuestras protestas y gritos, que
con frecuencia nos dispensan de nuestra actuación personal, quedan reducidas,
de pronto, a una pregunta muy sencilla. ¿Nos atreveremos a compartir lo nuestro
con los necesitados?
Casi inconscientemente, todos
creemos que nuestra sociedad será más justa y humana cuando cambien los demás y
cuando se transformen las estructuras sociales y políticas que nos impiden ser
más humanos.
Y, sin embargo, las sencillas
palabras del Bautista nos obligan a pensar que la raíz de las injusticias está
también en nuestro corazón. Las estructuras reflejan demasiado bien el espíritu
que nos anima a cada uno. Reproducen con mucha fidelidad la ambición, el
egoísmo y la sed de poseer que hay en cada uno de nosotros.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
17 de diciembre de 2000
ASÍ DE
CLARO
El que
tenga dos túnicas que las reparta...
El amor no es una ideología
ligada a algunos movimientos religiosos. El amor es la energía que da verdadera
vida a una sociedad. En toda civilización hay fuerzas que generan vida, verdad
y justicia, y fuerzas que desencadenan muerte, mentira e indignidad. No es
siempre fácil detectarlo, pero en la raíz de todo impulso de vida está siempre
el amor.
Por eso, cuando en una sociedad
se ahoga el amor, se está ahogando al mismo tiempo la dinámica que lleva al
crecimiento humano y a la expansión de la vida. De ahí la importancia de cuidar
socialmente el amor y de luchar contra todo aquello que puede destruirlo.
Una forma de matar de raíz el
amor es la manipulación de las
personas. En la sociedad actual se proclaman en voz alta los derechos de la
persona, pero luego los individuos son sacrificados al rendimiento, la utilidad
o el desarrollo del bienestar. Se produce entonces lo que H. Marcuse llamaba «la eutanasia de la libertad». Cada vez hay más
personas que viven una no-libertad
«confortable, cómoda, razonable, democrática». Se vive bien, pero sin conocer
la verdadera libertad ni el amor.
Otro riesgo para el amor es el funcionalismo. En la sociedad de la
eficacia lo importante no son las personas, sino la función que ejercen. El
individuo queda fácilmente reducido a una pieza del engranaje: en el trabajo es
un empleado, en el consumo un cliente, en la política un voto, en el hospital
un número de cama... En una sociedad así las cosas funcionan, pero las
relaciones entre las personas mueren.
Otro modo frecuente de ahogar el
amor es la indiferencia. El
funcionamiento actual de la sociedad concentra a los individuos en sus propios
intereses. Los demás son una «abstracción impersonal». Se publican estudios y
estadísticas tras los cuales se oculta el sufrimiento de personas concretas.
Apenas se siente nadie responsable. De ello se ha de ocupar el Estado, la
Administración, la Sociedad.
¿Qué podemos hacer cada uno?
Frente a tantas formas de desamor, el Bautista sugiere una postura clara: «El que tenga dos túnicas, que se las
reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». ¿Qué
podemos hacer? Sencillamente compartir más lo que tenemos con aquellos que
viven en necesidad. Así de simple. Así de claro.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
14 de diciembre de 1997
¿QUÉ
DEBEMOS HACER?
El que
tenga dos túnicas que las reparta.
A pesar de toda la información
que ofrecen los medios de comunicación, se nos hace muy difícil caer en la
cuenta de que vivimos en una especie de «isla de la abundancia», en medio de un
mundo donde más de un tercio de la Humanidad vive en la miseria. Sin embargo,
basta volar unas horas en cualquier dirección para encontrarnos con el hambre y
la destrucción.
Esta situación sólo tiene un
nombre: injusticia. Y sólo admite una explicación: inconsciencia. ¿Cómo nos
podemos sentir humanos cuando, a pocos kilómetros de nosotros (qué son, en
definitiva, seis mil kilómetros?), hay seres humanos que no tienen casa ni
terreno alguno para vivir; hombres y mujeres que pasan el día buscando algo que
comer; niños que no podrán ya superar la desnutrición?
Nuestra primera reacción suele
ser casi siempre la misma: «Pero nosotros, ¿qué podemos hacer ante tanta
miseria?» Mientras nos hacemos preguntas de este género, nos sentimos más o
menos tranquilos. Y vienen las justificaciones de siempre: no es fácil
instaurar un orden internacional más justo; hay que respetar la autonomía de
cada país; es difícil asegurar cauces eficaces para distribuir alimentos; más
aún, movilizar a un país para que salga de la miseria.
Pero todo eso se viene abajo
cuando escuchamos una respuesta directa, clara y práctica, como la que reciben
del Bautista quienes le preguntan qué deben hacer para «preparar el camino al Señor». El profeta del desierto les responde
con genial simplicidad: «El que tenga dos
túnicas, que dé una a quien no tenga ninguna; y el que tiene para comer que
haga lo mismo.»
Aquí se terminan todas nuestras
teorías y justificaciones ¿Qué podemos hacer? Sencillamente, no acaparar más de
lo que necesitamos mientras haya pueblos que lo necesitan para vivir. No seguir
desarrollando sin límites nuestro bienestar olvidando a quienes mueren de
hambre. El verdadero progreso no consiste en que una minoría alcance un bienestar
material cada vez mayor, sino en que la humanidad entera viva con más dignidad
y menos sufrimiento.
Hace tres años, estaba yo por
estas fechas en Butare (Ruanda) dando un curso de cristología a misioneras
españolas. Una mañana llegó una religiosa navarra diciendo que, al salir de su
casa, habían encontrado a un niño muriendo de hambre. Pudieron comprobar que no
tenía ninguna enfermedad grave, sólo desnutrición. Era uno más de tantos
huérfanos ruandeses que luchaba cada día por sobrevivir. Recuerdo que sólo
pensé una cosa, lo que sigo pensando hoy: ¿Podemos los cristianos de Occidente
acoger cantando al Niño de Belén mientras cerramos nuestro corazón a estos
niños del Tercer Mundo?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
11 de diciembre de 1994
UN MINUTO
DE SILENCIO
El que
tenga dos túnicas que las reparta...
«Un minuto de silencio para las cien mil personas que hoy han
muerto de hambre», así comenzaban sus asambleas los promotores del 0,7 por cien,
acampados en medio de nuestras ciudades para arrancar a la sociedad algo muy
pequeño para una crueldad tan grande.
Su reivindicación es vieja.
Proviene de la misma ONU y consiste en reservar el 0,7 por cien del Producto
Interior Bruto para el desarrollo de los pueblos más necesitados de la Tierra.
Los acampados lograron prácticamente el apoyo unánime de la población. Los
partidos, por su parte, han respaldado la reivindicación introduciendo
diferentes plazos a la hora de asumir el compromiso. ¿Cuándo se hará realidad?
Los políticos se apresuran a
advertirnos que esta medida puede repercutir negativamente en nuestro nivel de
vida. Es así. Si seguimos desarrollando un consumismo alocado y no nos
detenemos en la creación constante de «nuevas necesidades» es impensable una
política solidaria eficaz con los desheredados de la Tierra.
Pero la reivindicación del 0,7
por cien transciende la pura discusión sobre las partidas del Presupuesto
General del Estado y de las Autonomías. Porque no se trata sólo de «dar
dinero», sino de empezar a redistribuir de manera más justa los beneficios que
los Países ricos obtenemos de las desiguales relaciones económicas y
comerciales con los Países pobres.
Por otra parte, para crear entre
nosotros esta «nueva conciencia», no basta exigir de la Administración el 0,7
por cien para el Tercer Mundo. ¿Por qué no extender esta misma medida a otros
ámbitos de la vida familiar y social? ¿Es una ingenuidad reservas el 0,7 por
cien de nuestro salario, de nuestros gastos de fin de semana o de nuestras
vacaciones? ¿Es una extravagancia dedicar el 0,7 por cien de nuestro tiempo al
servicio gratuito de algún necesitado?
Ha comenzado la «locura
navideña». Se ha dado ya la salida. Hay que correr a los grandes almacenes,
comprar regalos, cargarse de paquetes. No ha de faltas tampoco el besugo o las
angulas, ni el champán para brindar la entrada en el nuevo año. ¿Quién se
acuerda del 0,7 por cien?
Más de una vez, abrumados por las
noticias de hambre y miseria que nos llegan del Tercer Mundo, nos habremos
hecho una pregunta casi inevitable: «Qué podemos hacer cada uno de nosotros?»
La respuesta de Juan el Bautista es rotunda: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que
tenga comida, que haga lo mismo ».
Aquí terminan todos nuestros
hermosos discursos. Cada uno ha de enfrentarse a su propia verdad. ¿Qué podemos
hacer? Sencillamente, compartir lo que tenemos con aquellos que lo necesitan.
Así de simple. Así de claro. Necesitaremos probablemente más de un minuto de
silencio para entenderlo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
15 de diciembre de 1991
SOLIDARIDAD
El que
tenga dos túnicas que las reparta...
Los grandes medios de
comunicación, que tanto airean y ridiculizan algunos discursos del Papa, han silenciado
de manera injusta e interesada la encíclica «Sollicitudo
rei socialis», sin duda, su mejor y más moderno documento social.
En ella Juan Pablo II propone la solidaridad como el camino necesario hacia
la paz y el desarrollo de los pueblos. Una solidaridad que exige «la superación
de la política de bloques», «la renuncia a toda forma de imperialismo
económico, militar o político», «la reforma del sistema internacional de
comercio», «la reforma del sistema monetario y financiero mundial».
La pregunta surge en nosotros de
manera espontánea: ¿Qué puedo hacer yo ante problemas mundiales que desbordan
totalmente mis posibilidades? ¿Cómo puedo colaborar yo a que también entre los
pueblos de la tierra se cumpla la invitación del Bautista: «El que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no tiene; y el
que tenga comida, haga lo mismo»?
Antes que nada, hemos de tomar
conciencia de que, detrás de esa política insolidaria y competitiva que rige
hoy el mundo, hay una forma de vivir, de satisfacer las necesidades y de
desarrollar egoístamente nuestros propios intereses, que estamos alimentando
entre todos. No hemos de olvidar que la actuación de los dirigentes políticos
suele reflejar casi siempre a los pueblos a los que sirven, y responde, de
alguna manera, a los deseos y aspiraciones de sus ciudadanos. Por eso, son
bastantes las preguntas que podemos hacernos todos y cada uno de nosotros.
¿Queremos seguir satisfaciendo
nuestras necesidades y desarrollando nuestro bienestar en un proceso que no
tiene fin, sin preguntarnos nunca a costa de quién lo estamos haciendo?
¿Estamos dispuestos a comprar más
caros los artículos importados de los países más pobres para remunerar de
manera más justa a los que los producen?
¿Estamos dispuestos a pagar
impuestos más elevados para que los poderes públicos puedan desarrollar una
política más eficaz al servicio de los más necesitados?
¿Estamos dispuestos a vivir de
manera más austera, no para tener más y ahorrar en previsión de que puedan
llegar tiempos peores, sino para que pueda avanzarse hacia un nuevo orden
internacional más solidario?
¿Estamos dispuestos a sostener
con nuestro dinero y nuestra participación activa aquellas instituciones e
iniciativas que cooperan hoy de diversas manera en favor de los pueblos más
oprimidos de la tierra?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
11 de diciembre de 1988
ANTE UNA
VIOLENCIA ESTANCADA
Entonces,
¿qué hacemos?
Al referirse a la violencia en el
País Vasco, son bastantes los que siguen hablando de “la espiral de la
violencia” utilizando la conocida expresión que Helder Cámara empleara por vez
primera en su famoso libro.
Sin embargo, entre nosotros ya no
se puede hablar propiamente de una “espiral de la violencia”. La del País Vasco
es hoy una violencia inmóvil, que no cambia ni hace cambiar nada. Una violencia
atascada tal como se refleja en la monotonía de los comunicados que tratan de
justificarla y en las condenas de los que la rechazan.
Vivimos estancados en una serie
de acciones y reacciones que mantienen un trágico equilibrio de sangre y
destrucción.
No será fácil salir de una
violencia que puede seguir pudriéndose todavía entre nosotros durante muchos
años. Las posiciones parecen irreconciliables. Los dogmatismos políticos inflexibles.
La violencia ha abierto durante estos años heridas que no será fácil curar.
Sin duda, son los políticos los
que han de buscar los caminos concretos que nos puedan ir acercando a una
pacificación y las soluciones técnicas para normalizar la convivencia
socio-política. Pero ¿no hay en la sociedad vasca una excesiva inhibición? ¿no
estamos dejando el problema demasiado exclusivamente en manos de los políticos?
Entonces, la pregunta que surge
espontáneamente en los que no tenemos una responsabilidad política es semejante
a la que le hacía a Juan el Bautista aquel pueblo llamado por el profeta a la
conversión profunda y al cambio social: “Nosotros
¿qué podemos hacer?”.
Tal vez, la primera tarea de
todos sea el urgir al diálogo. Exigir a nuestros partidos políticos que entren
por las vías del diálogo sin más tardanza. Crear entre todos —individuos,
grupos, organismos, instituciones— un clima social del que pueda surgir un
diálogo eficaz y operativo.
Como decía recientemente nuestro
obispo, don José María Setién en su
Carta Pastoral de Adviento: cuando se renuncia al diálogo, “se dejan las
cuestiones y los problemas sin resolver o se induce a buscar soluciones de
violencia o de poder”.
Si no se busca una salida
no-violenta a esta situación, el problema seguirá enquistado en nuestro pueblo
y la violencia y la represión seguirán segando vidas, mientras todos seguimos
lamentándonos inútilmente.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
15 de diciembre de 1985
INTENTAR
EL CAMBIO
Entonces,
¿qué hacemos?
Es aleccionadora la actitud de
las multitudes que escuchan al Bautista. Son hombres y mujeres que se atreven a
enfrentarse a su propia verdad y están dispuestos a transformar sus vidas. Así
responden al profeta: «¿ Entonces, qué debemos hacer ?».
Asistimos hoy a un fenómeno
bastante generalizado. Se escuchan llamadas al cambio y a la conversión, pero
nadie se da por aludido. Todos seguimos caminando tranquilos, sin cuestionarnos
nuestra propia conducta.
Naturalmente, la conversión es
imposible cuando se la da ya por supuesta. Se diría que el catolicismo ha
venido a ser, con frecuencia, una teoría vacía de exigencia práctica. Una
religión cultural, incapaz de provocar una transformación y reorientación nueva
de nuestra existencia.
Son bastantes los que se
preocupan de las «fórmulas de fe» del catecismo, pero no se plantean nunca la
necesidad de una ruptura y una nueva dirección de su vida concreta.
Siempre resulta más fácil «creer»
las verdades recogidas en el Astete que esforzarnos por escuchar las exigencias
de conversión que se nos gritan desde el evangelio.
Por eso es bueno también hoy
escuchar la voz lúcida de quienes cuestionan ciertos fenómenos de fervor
religioso que parecen conmover hoy a las multitudes, sin lograr una conversión
real a la solidaridad y la fraternidad.
Un hombre tan equilibrado como K. Rahner, hablando de las masas que
aclaman al actual Papa, piensa que conviene preguntar a todas esas personas:
«Rezáis cuando estáis solos?, ¿lleváis vuestra cruz en la vida real?, ¿pensáis
en los pobres de nuestro entorno y en el Tercer Mundo?» (País, 5-12-82).
Sin duda, son preguntas que
debemos hacernos todos los que hemos aclamado con entusiasmo al Santo Padre.
¿Qué sentido podría tener aclamar a Juan el Bautista y no escuchar sus
palabras: «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y
el que tenga comida, haga lo mismo»?
Y ¿qué sentido puede tener
aplaudir enfervorizadamente a Juan Pablo II y no oir sus repetidos gritos:
«Pensad en los más pobres. Pensad en los que no tienen lo suficiente...
Distribuid vuestros bienes con ellos... Dadles parte de forma programada y
sistemática... Mirad un poco alrededor... ¿ No sentís remordimiento de
conciencia a causa de vuestra riqueza y abundancia?» (Discurso en Río de
Janeiro 2-7-80).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
12 de diciembre de 1982
¿QUE
PODEMOS HACER?
¿Qué
hacemos nosotros?
Los medios de comunicación social
nos informan cada vez con más rapidez y precisión de toda la realidad que
acontece entre nosotros. Conocemos cada vez mejor las injusticias, las miserias
y los abusos que se cometen diariamente en nuestra sociedad.
Esta información crea fácilmente
en nosotros un cierto sentimiento de solidaridad con tantos hombres y mujeres,
víctimas de una sociedad egoísta e injusta. Incluso puede provocarnos un
sentimiento de vaga culpabilidad. Pero, al mismo tiempo, acrecienta nuestra
sensación de impotencia.
Nuestras posibilidades de
actuación son muy exiguas. Todos conocemos más miseria e injusticia de la que
podemos remediar con nuestras fuerzas. Por eso es difícil evitar una pregunta
en el fondo de nuestro corazón ante la visión de una sociedad deshumanizada: «¿Qué
podemos hacer?».
Juan el Bautista nos ofrece una
respuesta terrible en medio de su simplicidad. Una respuesta decisiva, que nos
pone a cada uno frente a nuestra propia verdad. «El que tenga dos túnicas, que
se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
No es fácil escuchar estas
palabras sin sentir un cierto malestar. Se necesita valor para acogerlas. Se
necesita tiempo para dejarnos penetrar por ellas. Son palabras que hacen
sufrir.
Aquí se termina nuestra falsa
«buena voluntad». Aquí se revela el fondo de nuestro corazón. Aquí se diluye
nuestro sentimentalismo religioso. ¿Qué podemos hacer? Sencillamente, compartir
lo que tenemos con los que lo necesitan. Así de simple. Así de claro.
Muchas de nuestra discusiones y
controversias sociales y políticas, muchas de nuestras protestas y gritos, que
con frecuencia nos dispensan de nuestra actuación personal, quedan reducidas,
de pronto, a una pregunta muy sencilla: ¿Nos atreveremos a compartir lo nuestro
con los necesitados?
Casi inconscientemente, todos
creemos que nuestra sociedad será más justa y humana cuando cambien los demás y
cuando se transformen las estructuras sociales y políticas que nos impiden ser
más humanos.
Y, sin embargo, las sencillas
palabras del Bautista nos obligan a pensar que la raíz de las injusticias está
también en nuestro corazón. Las estructuras reflejan demasiado bien el espíritu
que nos anima a cada uno. Y reproducen con mucha fidelidad la ambición, el
egoísmo y la sed de poseer que hay en cada uno de nosotros.
José Antonio Pagola
Para
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