El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
Natividad del Señor (C)
EVANGELIO
Misa de medianoche.
Hoy
os ha nacido un Salvador.
+
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,1-14
En aquellos días, salió un decreto del
emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero.
Éste fue el primer censo que se hizo siendo
Quirinio gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su
ciudad.
También José, que era de la casa y familia de
David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se
llama Belén, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y
mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían
sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que
pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.
Y un ángel del Señor se les presentó: la
gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor.
El ángel les dijo:
- No temáis, os traigo la buena noticia, la
gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un
Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño
envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión
del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
- Gloria a Dios en el cielo y en la tierra
paz a los hombres que Dios ama.
Palabra de Dios.
Misa de la aurora.
Los
pastores encontraron a María y a José, y al niño.
+
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,15-20
Cuando los ángeles los dejaron y subieron al
cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vamos derechos a Belén, a ver
eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor." Fueron corriendo y
encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo,
contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se
admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas
cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y
alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Palabra de Dios.
Misa del día.
La
Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.
+
Lectura del santo evangelio según san Juan 1,1-18
En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a
Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
y la tiniebla no la recibió.
[Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz,
sino testigo de la luz.]
sino testigo de la luz.]
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino,
y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
[Juan da testimonio de él y grita diciendo:
- Éste es de quien dije: «El que viene detrás
de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido,
gracia tras gracia, porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la
verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás.
El Hijo único, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer.]
Palabra de Dios.
HOMILIA
2018-2019 –
25 de diciembre de 2018
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
ANTE EL
MISTERIO DEL NIÑO
Los hombres terminamos por
acostumbrarnos a casi todo. Con frecuencia, la costumbre y la rutina van
vaciando de vida nuestra existencia. Decía Charles Péguy que “hay algo peor que
tener un alma perversa, y es tener un alma acostumbrada a casi todo”. Por eso
no nos puede extrañar demasiado que la celebración de la Navidad, envuelta en
superficialidad y consumismo alocado, apenas diga ya nada nuevo ni gozoso a
tantos hombres y mujeres de “alma acostumbrada”.
Estamos acostumbrados a escuchar
que “Dios ha nacido en un portal de Belén”. Ya no nos sorprende ni conmueve un
Dios que se ofrece como niño. Lo dice Antoine de Saint Exupéry en el prólogo de
su delicioso Principito: “Todas las
personas mayores han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan”. Se nos olvida
lo que es ser niños. Y se nos olvida que la primera mirada de Dios al acercarse
al mundo ha sido una mirada de niño.
Pero esa es justamente la gran
noticia de la Navidad. Dios es y sigue siendo Misterio. Pero ahora sabemos que
no es un ser tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos ofrece
cercano, indefenso, entrañable, desde la ternura y la transparencia de un niño.
Y este es el mensaje de la
Navidad. Hay que salir al encuentro de ese Dios, hay que cambiar el corazón,
hacernos niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia del corazón,
abrirnos confiadamente a la gracia y el perdón.
A pesar de nuestra aterradora superficialidad,
nuestros escepticismos y desencantos, y, sobre todo, nuestro inconfesable
egoísmo y mezquindad de “adultos”, siempre hay en nuestro corazón un rincón
íntimo en el que todavía nos hemos dejado de ser niños.
Atrevámonos siquiera una vez a mirarnos
con sencillez y sin reservas. Hagamos un poco de silencio a nuestro alrededor.
Apaguemos el televisor. Olvidemos nuestras prisas, nerviosismos, compras y
compromisos.
Escuchemos dentro de nosotros ese
“corazón de niño” que no se ha cerrado todavía a la posibilidad de una vida más
sincera, bondadosa y confiada en Dios. Es posible que comencemos a ver nuestra
vida de otra manera. “No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es
invisible a los ojos” (Antoine de Saint-Exupéry).
Y, sobre todo, es posible que
escuchemos una llamada a renacer a una fe nueva. Una fe que no anquilosa, sino
que rejuvenece; que no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre; que
no separa, sino que une; que no recela, sino que confía; que no entristece,
sino que ilumina; que no teme, sino que ama.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2015-2016 -
25 de diciembre de 2015
Jn 1,1-18
(Misa del día)
LA
NOSTALGIA DE LA NAVIDAD
(Ver homilía del 25/12/2009)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2014-2015 -
25 de diciembre de 2014
Jn 1,1-18
(Misa del día)
EL ROSTRO
HUMANO DE DIOS
El cuarto evangelio comienza con
un prólogo muy especial. Es una especie de himno que, desde los primeros
siglos, ayudó decisivamente a los cristianos a ahondar en el misterio encerrado
en Jesús. Si lo escuchamos con fe sencilla, también hoy nos puede ayudar a
creer en Jesús de manera más profunda. Solo nos detenemos en algunas
afirmaciones centrales.
«La Palabra de Dios se ha hecho
carne». Dios no es mudo. No ha permanecido callado, encerrado para siempre en
su Misterio. Dios se nos ha querido comunicar. Ha querido hablarnos, decirnos
su amor, explicarnos su proyecto. Jesús es sencillamente el Proyecto de Dios
hecho carne.
Dios no se nos ha comunicado por
medio de conceptos y doctrinas sublimes que solo pueden entender los doctos. Su
Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús, para que lo puedan
entender hasta los más sencillos, los que saben conmoverse ante la bondad, el
amor y la verdad que se encierra en su vida.
Esta Palabra de Dios «ha acampado
entre nosotros». Han desaparecido las distancias. Dios se ha hecho «carne».
Habita entre nosotros. Para encontrarnos con él, no tenemos que salir fuera del
mundo, sino acercarnos a Jesús. Para conocerlo, no hay que estudiar teología,
sino sintonizar con Jesús, comulgar con él.
«A Dios nadie lo ha visto jamás».
Los profetas, los sacerdotes, los maestros de la ley hablaban mucho de Dios,
pero ninguno había visto su rostro. Lo mismo sucede hoy entre nosotros: en la
Iglesia hablamos mucho de Dios, pero nadie lo hemos visto. Solo Jesús, «el Hijo
de Dios, que está en el seno del Padre es quien lo ha dado a conocer».
No lo hemos de olvidar. Solo
Jesús nos ha contado cómo es Dios. Solo él es la fuente para acercarnos a su
Misterio. ¡Cuántas ideas raquíticas y poco humanas de Dios hemos de desaprender
y olvidar para dejarnos atraer y seducir por ese Dios que se nos revela en
Jesús!
Cómo cambia todo cuando uno capta
por fin que Jesús es el rostro humano de Dios. Todo se hace más simple y más
claro. Ahora sabemos cómo nos mira Dios cuando sufrimos, cómo nos busca cuando
nos perdemos, cómo nos entiende y perdona cuando lo negamos. En él se nos
revela «la gracia y la verdad» de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
25 de diciembre de 2009
Jn 1,1-18
(Misa del día)
LA
NOSTALGIA DE LA NAVIDAD
La luz
brilla en las tinieblas.
La Navidad es una fiesta llena de
nostalgia. Se canta la paz, pero no sabemos construirla. Nos deseamos
felicidad, pero cada vez parece más difícil ser feliz. Nos compramos mutuamente
regalos, pero lo que necesitamos es ternura y afecto. Cantamos a un niño Dios,
pero en nuestros corazones se apaga la fe. La vida no es como quisiéramos, pero
no sabemos hacerla mejor.
No es solo un sentimiento de
Navidad. La vida entera está transida de nostalgia. Nada llena enteramente
nuestros deseos. No hay riqueza que pueda proporcionar paz total. No hay amor
que responda plenamente a los deseos más hondos. No hay profesión que pueda
satisfacer del todo nuestras aspiraciones. No es posible ser amados por todos.
La nostalgia puede tener efectos
muy positivos. Nos permite descubrir que nuestros deseos van más allá de lo que
hoy podemos poseer o disfrutar. Nos ayuda a mantener abierto el horizonte de
nuestra existencia a algo más grande y pleno que todo lo que conocemos.
Al mismo tiempo, nos enseña a no
pedir a la vida lo que no nos pueda dar, a no esperar de las relaciones lo que
no nos pueden proporcionar. La nostalgia no nos deja vivir encadenados solo a
este mundo.
Es fácil vivir ahogando el deseo
de infinito que late en nuestro ser. Nos encerramos en una coraza que nos hace
insensibles a lo que puede haber más allá de lo que vemos y tocamos. La fiesta
de la Navidad, vivida desde la nostalgia, crea un clima diferente: estos días
se capta mejor la necesidad de hogar y seguridad. A poco que uno entre en
contacto con su corazón, intuye que el misterio de Dios es nuestro destino
último.
Si uno es creyente, la fe le
invita estos días a descubrir ese misterio, no en un país extraño e
inaccesible, sino en un niño recién nacido. Así de simple y de increíble. Hemos
de acercarnos a Dios como nos acercamos a un niño: de manera suave y sin
ruidos; sin discursos solemnes, con palabras sencillas nacidas del corazón. Nos
encontramos con Dios cuando le abrimos lo mejor que hay en nosotros.
A pesar del tono frívolo y
superficial que se crea en nuestra sociedad, la Navidad puede acercar a Dios.
Al menos, si la vivimos con fe sencilla y corazón limpio.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
25 de diciembre de 2006
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
EL
CORAZÓN DE LA NAVIDAD
Os ha
nacido hoy el Salvador.
Poco a poco lo vamos
consiguiendo. Ya hemos logrado celebrar unas fiestas entrañables, sin conocer
exactamente su razón de ser. Nos felicitamos unos a otros y no sabemos por qué.
Se anuncia la Navidad y se oculta su motivo. Muchos no recuerdan ya dónde está
el corazón de estas fiestas. ¿Por qué no escuchar el primer pregón de Navidad? Lo compuso el evangelista Lucas hacia el
año ochenta.
Según el relato, es noche
cerrada. De pronto, una claridad
envuelve con su resplandor a unos pastores. El evangelista dice que es la gloria del Señor. La imagen es
grandiosa: la noche queda iluminada. Sin embargo, los pastores se llenan de temor. No tienen miedo a las
tinieblas sino a la luz. Por eso, el anuncio empieza con estas palabras: No temáis.
No nos hemos de extrañar.
Preferimos vivir en tinieblas. Nos da miedo la luz de Dios. No queremos vivir
en la verdad. Quien no ponga estos días más luz y verdad en su vida, no
celebrará la Navidad.
El mensajero continúa: Os traigo la Buena Noticia, la gran alegría
para todo el pueblo. La alegría de Navidad no es una más entre otras. No
hay que confundirla con cualquier bienestar, satisfacción o disfrute. Es una
alegría grande, inconfundible, que
viene de la Buena Noticia de Jesús.
Por eso, es para todo el pueblo y ha
de llegar, sobre todo a los que sufren y viven tristes.
Si ya Jesús no es una «buena
noticia» para nosotros; si su evangelio no nos dice nada; si no conocemos la
alegría que sólo nos puede llegar de Dios; si reducimos estas fiestas a
disfrutar cada uno de su bienestar o a alimentar un gozo religioso egoísta,
celebraremos cualquier cosa menos la Navidad.
La única razón para celebrarla es
ésta: Os ha nacido hoy el Salvador.
Ese niño no les ha nacido a María y José. No es suyo. Es de todos. Es el Salvador del mundo. El único en el
que podemos poner nuestra última esperanza. Este mundo que conocemos no es la
verdad absoluta. Jesucristo es la esperanza de que la injusticia que hoy lo
envuelve todo no prevalezca para siempre.
Sin esta esperanza, no hay
Navidad. Despertaremos nuestros mejores sentimientos, disfrutaremos del hogar y
la amistad, nos regalaremos momentos de felicidad. Todo eso es bueno. Muy
bueno. Todavía no es Navidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
25 de diciembre de 2003
Jn 1,1-18
(Misa del día)
LA
NOSTALGIA DE LA NAVIDAD
La luz
brilla en las tinieblas.
La Navidad es una fiesta llena de
nostalgia. Se canta la paz, pero no sabemos construirla. Nos deseamos
felicidad, pero cada vez parece más difícil ser feliz. Nos compramos mutuamente
regalos, pero lo que necesitamos es ternura y afecto. Cantamos a un niño Dios,
pero en nuestros corazones se apaga la fe. La vida no es como quisiéramos, pero
no sabemos hacerla mejor.
No es sólo un sentimiento de
Navidad. La vida entera está transida de nostalgia. Nada llena enteramente
nuestros deseos. No hay riqueza que pueda proporcionar paz total. No hay amor
que responda plenamente a los deseos más hondos. No hay profesión que pueda
satisfacer del todo nuestras aspiraciones. No es posible ser amados por todos.
La nostalgia puede tener efectos
muy positivos. Nos permite descubrir que nuestros deseos van más allá de lo que
hoy podemos poseer o disfrutar. Nos ayuda a mantener abierto el horizonte de
nuestra existencia a algo más grande y pleno que todo lo que conocemos. Al
mismo tiempo, nos enseña a no pedir a la vida lo que no nos pueda dar, a no
esperar de las relaciones lo que no nos pueden proporcionar. La nostalgia no
nos deja vivir encadenados sólo a este mundo.
Es fácil vivir ahogando el deseo
de infinito que late en nuestro ser. Nos encerramos en una coraza que nos hace
insensibles a lo que puede haber más allá de lo que vemos y tocamos. La fiesta
de la Navidad, vivida desde la nostalgia, crea un clima diferente: estos días
se capta mejor la necesidad de hogar y seguridad. A poco que uno entre en contacto
con su corazón, intuye que el misterio de Dios es nuestro destino último.
Si uno es creyente, la fe le
invita estos días a descubrir ese misterio, no en un país extraño e
inaccesible, sino en un niño recién nacido. Así de simple y de increíble. Hemos
de acercarnos a Dios como nos acercamos a un niño: de manera suave y sin
ruidos; sin discursos solemnes, con palabras sencillas nacidas del corazón. Nos
encontramos con Dios cuando le abrimos lo mejor que hay en nosotros.
A pesar del tono frívolo y
superficial que se crea en nuestra sociedad, la Navidad puede acercar a Dios.
Al menos, si la vivimos con fe sencilla y corazón limpio.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
25 de diciembre de 2000
Jn 1,1-18
(Misa del día)
NAVIDAD DIFERENTE
La luz
brilla en las tinieblas.
Es cierto que la Navidad es una
fiesta muy estropeada en nuestros días. Sin embargo, también hoy es posible
vivir su verdadero contenido. Para ello es necesario —eso sí— reaccionar ante
tanta frivolidad y atreverse a vivir estos días de manera diferente.
Lo primero es recuperar el origen
auténtico de estas fiestas. Disfruta, descansa, celebra..., pero recuerda lo
que festejamos: Dios no es ese ser distante y temible que a veces te imaginas.
El verdadero Dios nos muestra su rostro en ese niño débil y vulnerable que sólo
irradia paz y ternura. Alégrate y mucho estos días porque Dios es más cercano,
más bueno y más entrañable que todas las imágenes tristes que tienes de él.
Probablemente estás ya enviando tus
felicitaciones navideñas a los familiares, amigos y conocidos de siempre. Es
bueno que quieras la felicidad de los que te rodean, pero puedes felicitar
también a personas que no recibirán felicitación alguna o a alguien que este
año vivirá una Navidad triste, pues recordará al ser querido ausente o perdido
no hace mucho.
Las Navidades son días de buenos
deseos e intercambio de regalos. Ten algún detalle con tus seres queridos, pero
recuerda también a quienes estos días sentirán con más crudeza su soledad, su
vejez, su enfermedad o su miseria. ¿Por qué este año no te sales de tu círculo
de familiares y amigos y tienes un detalle con quienes realmente lo necesitan?
Es obligado estos días cuidar más
el encuentro familiar y el clima hogareño de estas fiestas. No lo hagas por
cumplimiento. Estrecha los lazos con los tuyos y busca el acercamiento y la
reconciliación con aquellos de quienes te has distanciado.
Pronto comenzaremos el año con la
mentira de siempre: «Año Nuevo, vida nueva». No es fácil renovar y cambiar
nuestra trayectoria. Pero estrenas un año nuevo y siempre es posible el deseo
de algo mejor. ¿Por qué no concretas estos días algo que puedes cambiar o
mejorar este año?
Si tienes ya cierta edad, no te
resultará fácil disfrutar del contenido entrañable de estas fiestas. Sólo lo
conocerás si despiertas al niño que hay escondido en algún rincón de tu
corazón. No te reprimas, acércate al portal de Belén y rézale al Niño Dios. No
estás tan distanciado como parece.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
25 de diciembre de 1997
Jn 1,1-18
(Misa del día)
NIÑOS
Vino al
mundo.
Hay llamadas que nos trabajan
durante la Navidad, más allá incluso de nuestras convicciones religiosas
personales. Como señala el teólogo y psicoterapeuta E. Drewermann, «entre los europeos, en ningún día del año nuestro deseo
de paz y de protección es tan grande como en la víspera de Navidad».
En la raíz de todo está la imagen
de un Dios que entra en nuestra vida haciéndose niño, es decir, un ser frágil e
macaba- do que todavía no sabe decir ni hacer nada aparentemente valioso. Este
hecho central de la fe cristiana ha convertido a la Navidad en símbolo y
llamada a despertar en nosotros al «niño» que somos y al que apenas dejamos
nacer.
Ser adultos: ésa ha sido la
consigna. Y todos, de alguna manera, nos esforzamos por exhibir resultados,
eficacia, certezas indiscutibles. Nos exigimos demasiado unos a otros:
perfección, habilidad, inteligencia, rendimiento. Apenas comenzamos a crecer,
aprendemos a tememos unos a otros más que a amar, que es lo único para lo que
hemos nacido.
Queremos ser adultos libres, y
terminamos esclavos de mil leves que. sin estar escritas en ninguna parte, son
sagradas. No sabemos querernos, pero hemos de cuidar al máximo cómo vestirnos,
cómo hablar y presentarnos ante los otros, cómo actuar «correctamente» según lo
establecido, cómo dar buena imagen. Ahogamos la vida, y luego aprendemos a
considerar como normal el vivir atados al deber diario, realizado sin amor ni
ilusión alguna.
En el prólogo de su delicioso «Principito», A. Saint-Exupery dice que «todas las personas han sido antes niños,
pero pocas lo recuerdan». La Navidad nos invita a despertar lo que queda en
nosotros de ese «niño» que fuimos, capaces de admirar, acoger y amar de manera
espontánea y con gozo el regalo de la vida diaria.
Siempre hay en nosotros un rincón
olvidado en el que todavía no hemos dejado de ser niños. Somos frágiles y lo
sabemos: necesitamos protección. No acertamos a vivir solos, y lo sabemos:
necesitamos querer a alguien y que alguien nos quiera. Cometemos errores, y lo
sabemos: necesitamos bendición. Este es el mensaje de la Navidad para todos:
sólo salva el amor encarnado en la fragilidad de nuestra existencia. El
creyente, por su parte, celebra estos días el fundamento y la raíz de esa
verdad: sólo salva un Dios que ama infinitamente al ser humano y se encarna
entre nosotros en ese Niño de Belén.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
25 de diciembre de 1994
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
LA VERDAD
DE UNAS FIESTAS
La luz
brilla en la tiniebla.
No lo puedo evitar. La Navidad
despierta en mí una sensación de malestar. Me disgusta la «presión consumista».
No me siento bien ante la «obligación» de felicitar y de recibir
felicitaciones. Algo se rebela dentro de mí. No quiero esa Navidad.
Pero no es mi intención hacer una
crítica fácil del carácter cada vez más superficial de estas fiestas. Disfruto
mucho felicitando a las personas amigas. Me gusta el descanso de estos días en
el hogar. Es un regalo vivir de cerca la ilusión de los niños. En el fondo de
esa «atmósfera» tan especial de la Navidad intuyo lo que los hombres y mujeres
anhelan: amor, convivencia pacífica, felicidad, cobijo, amistad. Lo estropeamos
de muchas maneras, pero no es difícil ver hacia dónde apunta el corazón humano.
La Navidad me sigue ayudando a
captar mejor la verdad última de la existencia. Es posible que todos «creamos»
más que cuanto decimos. Es fácil, sobre todo, que nuestro corazón ande buscando
la salvación de Dios más de lo que admitimos teóricamente.
Nuestra vida está dominada por el
Misterio. Nos atrae el bien; necesitamos felicidad total; estamos hechos para
amar y ser amados. Buscamos «salvación» y sabemos que no está en nosotros.
Podemos darle un nombre u otro. Llamarlo Dios o no llamarlo de ninguna manera.
Pero el ser humano anda buscando un Salvador.
Desde esta clave puede uno
aproximarse a la verdad de la Navidad cristiana. Al misterio, las religiones lo
llaman «Dios». A Dios, la fe cristiana le pone un nombre: Amor. Podemos
invocarlo con confianza. Dios acepta al ser humano, lo ama y lo salva.
Si, estos días, intuimos mejor la
verdad que se encierra en el misterio de la vida, y confiamos más en la
salvación última del ser humano, estamos «viviendo» la Navidad. Si, además, en
el fondo de nuestro corazón se despierta, aunque sea tímidamente, la confianza
en Dios y somos capaces de invocarlo: «Yo
confío en tu misericordia, mi corazón se alegra con tu salvación» (Salmo
13), estamos celebrando la Navidad cristiana.
Estas fiestas seguirán
«secuestradas» por nuestra superficialidad. Pasará la Navidad y todo seguirá
como antes. Pero la verdad decisiva está ahí: Dios nos ha aceptado tal como
somos, seres frágiles y mediocres. El conoce nuestra indigencia. Es nuestro
Salvador.
Esa es la verdadera razón de la
alegría navideña. Lo primero que se nos pide es vivir con alegría: «Os anuncio una gran alegría para todo el
pueblo: os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador que es el Cristo
Señor» (Lc 2, 11). Estar triste, incluso en Navidad, es fácil. La alegría,
por el contrario, exige esfuerzo. Y la auténtica, sólo puede brotar de la
confianza en Dios nuestro Salvador.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
25 de diciembre de 1991
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
EXPERIENCIAS
DE NAVIDAD
Vino al
mundo.
Todos los años la misma
sensación. Esa «atmósfera» especial hecha de villancicos, felicitaciones y
frases piadosas. Ese clima de regalos, compras y cenas abundantes. Esa
«obligación» de desearnos paz y felicidad.
¿Qué puede hacer uno en medio de
estas fiestas reducidas a algo tan convencional? ¿Participar resignadamente en
toda esa confusión disimulando los verdaderos sentimientos que lleva dentro?
¿Gritar la verdad de la Navidad cuando es entendida de manera cristiana?
A pesar de toda la frivolidad que
parece haberse apoderado de estas fechas, es posible todavía captar en las
fiestas navideñas algunas experiencias que permiten abrirnos a la verdad
esencial de la Navidad.
Para comenzar, hay algo fácil de
percibir en el sabor agridulce de estas fiestas. Detrás de tantos deseos de paz
y felicidad, y de tanta ilusión navideña, no podemos eludir una sensación: los
hombres hemos nacido para algo más. En el fondo, anhelamos una felicidad que no
podemos construir con nuestras propias manos. ¿Dónde encontrarla?
Hay personas que, precisamente en
estas fechas navideñas, sienten con más fuerza que nunca una realidad
innegable: estamos solos. Podemos crear un clima muy hogareño o multiplicar
cenas ruidosas, dentro de cada uno de nosotros hay siempre un mundo en el que
estamos solos y adonde no puede acompañarnos ni la persona más querida. Pero,
¿es la soledad nuestro último destino?
Hay algo más. Vivimos volcados en
lo inmediato, agarrándonos a lo que podemos tocar y comprobar, pero no podemos
sustraernos al misterio. En la alegría más íntima, en la angustia más oscura,
en el disfrute del amor más sublime, siempre hay un anhelo de algo más pleno y
total. ¿Qué buscamos? ¿Dónde está nuestra última verdad?
La Navidad nos recuerda que el
misterio domina nuestra existencia. En él se hunden nuestras raíces, hacia él
se dirigen nuestros anhelos más profundos. Misterio que no se desvanece por
mucho que crece la ciencia. Misterio que atrae y atemoriza, y al que los
creyentes damos un nombre: Dios.
El hombre que acepta su
existencia hasta el fondo está caminando hacia la fe. El que se abandona
silenciosamente al misterio último de la vida no está lejos de Dios. El que lo
invoca con confianza está ya abriéndose a él.
Lo propio del cristiano es que
acoge el Misterio tal como se le ofrece encarnado en Jesús. Descubre con gozo
que la vida no es vacío y soledad, que el misterio último de la existencia no
es rechazo sino amor, que Dios no es amenaza sino amistad.
Cuando algo de esto se produce y
sentimos a Dios como alguien cercano en el fondo de nuestro ser, encarnado en
nuestra propia existencia, amigo fiel que desde Cristo nos acompaña hacia la
salvación, en nosotros es Navidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
25 de diciembre de 1988
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
NOCHEBUENA
Os ha
nacido un Salvador.
Si nuestro corazón no ha quedado
insensibilizado del todo por las mil preocupaciones, problemas o intereses que
nos invaden día a día, es fácil que esta noche, al llegar al hogar, sintamos
una sensación diferente, difícil de definir. Esta noche es Nochebuena.
¿Cómo podríamos llamar a “eso”
que percibimos en nuestro interior? ¿Nostalgia? ¿Gozo? ¿Deseo de una inocencia
perdida? ¿Necesidad de paz? ¿Anhelo de felicidad imposible?
No. Los problemas no han
desaparecido. La paz sigue esta noche tan ausente de nuestro mundo como
siempre. Los sufrimientos y conflictos están ahí, dentro de nuestro hogar y
dentro de cada uno de nosotros.
Por eso se nos hace tan difícil
esta noche celebrar la Nochebuena. Tenemos buenos motivos para no tener mucha
confianza en ella.
Sin embargo, esta noche hay algo
que parece querer brotar en nosotros. ¿Es sólo la nostalgia de unos recuerdos
infantiles? ¿La evocación de unas costumbres religiosas que persisten en
nuestra conciencia?
Tal vez, si nos escuchamos con un
poco de atención, descubramos en nosotros la necesidad de una vida más gozosa, más
limpia, más humana.
Navidad significa “nacimiento”. Pero los cristianos no
celebramos solamente el nacimiento del Hijo de Dios en Belén. Esta noche cada
uno de nosotros nos sentimos llamados a renacer.
De poco sirve celebrar que Cristo
ha nacido hace dos mil años si nada nuevo nace hoy en nosotros. De poco sirve
que se haya cantado la paz en Belén si dentro de nosotros no se despierta hoy
el deseo de trabajar por la paz y la solidaridad entre los hombres.
Sobre todo, de poco me sirve a mí
que la ternura y el amor de Dios se hayan manifestado a los hombres si yo hoy
no soy capaz de escuchar, acoger y agradecer ese amor.
Tal vez lo primero que se me pide
esta noche es creer en algo que me resulta difícil creer: Yo puedo nacer de
nuevo. Mi vida puede ser mejor. El gozo puede brotar otra vez en el fondo de mi
ser.
Basta mirar con fe sencilla “el
misterio de Belén”. Dios es infinitamente mejor de lo que yo me creo. Más
amigo, más fiel, más comprensivo, más cercano. El puede transformar mi persona.
Puede salvar mi vida.
Esta noche puedo acoger sin miedo
ese gozo que se despierta dentro de mí. Esta noche puedo atreverme a cantar con
mis hijos pequeños esos ingenuos villancicos. Esta noche puedo mirar de manera
diferente a los ojos de mi esposa. Esta noche puedo rezarle a Dios desde el
fondo del corazón. Esta noche es Nochebuena.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
25 de diciembre de 1985
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
PAZ EN LA
TIERRA
Paz en la
tierra a los hombres que Dios ama.
La vida del hombre está llena de
conflictos, enfrentamientos violentos y mutua agresividad. Las relaciones entre
los pueblos están salpicadas de guerras. Encontramos conflictos en las familias
y grupos sociales. Lo detectamos en nuestra propia persona.
La falta de paz en el mundo es
como una maldición implacable que se ha apoderado de la humanidad y amenaza con
destruirla.
Ante los conflictos, los hombres
tanto individualmente como colectivamente, tienen que hacer una opción: escoger
el camino del diálogo, de la razón, del mutuo entendimiento o seguir los
caminos de la violencia.
El hombre ha escogido casi
siempre este segundo camino. Y a pesar de que todas las generaciones han ido
experimentando el poder destructivo y absurdo que se encierra en la violencia,
el hombre no ha sabido renunciar a ella.
Incluso, en nuestros días, en que
siente con horror la amenaza de una posible aniquilación total de la vida sobre
el planeta, parece que nada le puede detener en este camino de destrucción.
Desde estas tinieblas de
violencia hemos de escuchar los creyentes el mensaje de Navidad: «Paz en la
tierra a los hombres que ama el Señor». La paz firme, duradera y estable no se
impondrá por las armas sino con el amor. La salvación del mundo no está en manos
de las armas sino en manos de Dios.
Por eso nos atrevemos a celebrar
una vez más la Navidad, pese a la angustia, la falta de paz y las guerras que
siguen acosando al hombre y en vez de disminuir, siguen aumentando.
Navidad es una fiesta que no la hemos
inventado ni hecho los hombres, sino que nos ha sido regalada por el mismo
Dios. Este Niño es para nosotros el signo y la garantía de que Dios tiene la
última palabra en la historia del mundo.
Cuando sentimos que las tinieblas
del mal y la violencia crecen, los cristianos celebramos a este Niño como la
única esperanza verdadera del mundo. Creemos que en este pequeño se encierra la
fuerza salvadora de la humanidad.
Este día de Navidad se nos pide
confiarnos a Dios. Creer en la fuerza del amor. Descubrirla en lo pequeño y
humilde.
Cada uno de nosotros hemos de
sentirnos llamados a llenar nuestro corazón de amor, no de violencia, de
ternura, no de agresividad, de diálogo, no de guerra. Entonces podremos cantar
también este año: «Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres
que ama Dios».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
25 de diciembre de 1982
Jn 1,1-18
(Misa del día)
RENACER
Y la
Palabra se hizo carne.
La Navidad encierra un secreto
profundo que, desgraciadamente, se les escapa a muchos de los que hoy
celebrarán «algo», sin saber exactamente qué.
Muchos no pueden ni siquiera
sospechar que la Navidad nos ofrece la clave para descifrar el misterio último
de nuestra existencia.
Generación tras generación, los
hombres han gritado angustiados sus preguntas más hondas. ¿Por qué tenemos que
sufrir, si desde lo más íntimo de nuestro ser todo nos llama a la felicidad?
¿Por qué tanta humillación? ¿Por qué la muerte si hemos nacido para la vida?
Los hombres preguntaban. Y
preguntaban a Dios porque, de alguna manera, cuando estamos buscando el sentido
último de nuestro ser, estamos apuntando hacia él. Pero Dios parecía guardar un
silencio impenetrable.
Ahora, en la Navidad, Dios ha
hablado. Tenemos ya su respuesta. Pero Dios no nos ha hablado para decirnos
palabras hermosas acerca del sufrimiento, ni para ofrecernos disquisiciones
profundas sobre nuestra existencia.
Dios no nos ofrece palabras. No. «La Palabra de Dios se ha hecho carne».
Es decir, Dios más que darnos explicaciones, ha querido sufrir en nuestra
propia carne nuestros interrogantes, sufrimientos e impotencia.
Dios no da explicaciones sobre el
sufrimiento, sino que sufre con nosotros. No responde al porqué de tanto dolor
y humillación, sino que él mismo se humilla. Dios no responde con palabras al
misterio de nuestra existencia, sino que nace para vivir él mismo nuestra
aventura humana.
Ya no estamos perdidos en nuestra
inmensa soledad. Ya no estamos sumergidos en pura tiniebla. El está con
nosotros. Hay una luz. «Ya no estamos solitarios sino solidarios». (L. Boff). Dios comparte nuestra
existencia.
Ahora todo cambia. Dios mismo ha
entrado en nuestra vida. La creación está salvada. Es posible vivir con
esperanza. Merece la pena ser hombre. Dios mismo comparte nuestra vida y con él
podemos caminar hacia la plenitud.
Por eso, la Navidad es siempre
para los creyentes una llamada a renacer.
Una invitación a renacer a la alegría, la esperanza, la solidaridad, la
fraternidad y la confianza total en el Padre.
Recordemos esta mañana de Navidad
las palabras del poeta Angelus Silesius:
«Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón,
estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano».
José Antonio Pagola
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