El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
2º domingo de Adviento (C)
EVANGELIO
Todos verán la
salvación de Dios.
Lectura del santo
evangelio según san Lucas 3,1-6
En el año quince del reinado del
emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey
de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio
virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de
Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del
Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como
está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
- Una voz grita en el desierto:
preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles,
desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se
iguale. Y todos verán la salvación de Dios.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2018-2019 -
9 de
diciembre de 2018
ABRIR
CAMINOS NUEVOS
(Ver homilía del ciclo C -
2012-2013)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2015-2016 -
6 de diciembre de 2015
EN EL
MARCO DEL DESIERTO
(Ver homilía del ciclo C -
2009-2010)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
9 de
diciembre de 2012
ABRIR
CAMINOS NUEVOS
Los primeros cristianos vieron en
la actuación del Bautista al profeta que preparó decisivamente el camino a
Jesús. Por eso, a lo largo de los siglos, el Bautista se ha convertido en una
llamada que nos sigue urgiendo a preparar caminos que nos permitan acoger a
Jesús entre nosotros.
Lucas ha resumido su mensaje con
este grito tomado del profeta Isaías: "Preparad el camino del Señor".
¿Cómo escuchar ese grito en la Iglesia de hoy?
¿Cómo abrir caminos para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo
podamos encontrarnos con él? ¿Cómo acogerlo en nuestras comunidades?
Lo primero es tomar conciencia de
que necesitamos un contacto mucho más vivo con su persona. No es posible
alimentarnos solo de doctrina religiosa. No es posible seguir a un Jesús
convertido en una sublime abstracción. Necesitamos sintonizar vitalmente con
él, dejarnos atraer por su estilo de vida, contagiarnos de su pasión por Dios y
por el ser humano.
En medio del "desierto
espiritual" de la sociedad moderna, hemos de entender y configurar la
comunidad cristiana como un lugar donde se acoge el Evangelio de Jesús. Vivir
la experiencia de reunirnos creyentes, menos creyentes, poco creyentes e
incluso no creyentes en torno al relato evangélico de Jesús. Darle a él la
oportunidad de que penetre con su fuerza humanizadora en nuestros problemas,
crisis, miedos y esperanzas.
No hemos de olvidarlo. En los
evangelios no aprendemos doctrina académica sobre Jesús, destinada
inevitablemente a envejecer a lo largo de los siglos. Aprendemos un estilo de
vivir realizable en todos los tiempos y en todas las culturas: el estilo de
vivir de Jesús. La doctrina no toca el corazón, no convierte ni enamora. Jesús
sí.
La experiencia directa e
inmediata con el relato evangélico nos hace nacer a una nueva fe, no por vía de
"adoctrinamiento" o de "aprendizaje teórico", sino por el
contacto vital con Jesús. Él nos enseña a vivir la fe no por obligación, sino
por atracción. Nos hace vivir la vida cristiana no como deber, sino como
contagio. En contacto con el Evangelio recuperamos nuestra verdadera identidad
de seguidores de Jesús.
Recorriendo los evangelios
experimentamos que la presencia invisible y silenciosa del Resucitado adquiere
rasgos humanos y recobra voz concreta. De pronto todo cambia: podemos vivir
acompañados por alguien que pone sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia.
El secreto de toda evangelización consiste en ponernos en contacto directo e
inmediato con Jesús. Sin él no es posible engendrar una fe nueva.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 -
6 de
diciembre de 2009
EN EL
MARCO DEL DESIERTO
Preparad
el camino al Señor.
Lucas tiene interés en precisar
con detalle los nombres de los personajes que controlan en aquel momento las
diferentes esferas del poder político y religioso. Ellos son quienes lo
planifican y dirigen todo. Sin embargo, el acontecimiento decisivo de
Jesucristo se prepara y acontece fuera de su ámbito de influencia y poder, sin
que ellos se enteren ni decidan nada.
Así aparece siempre lo esencial
en el mundo y en nuestras vidas. Así penetra en la historia humana la gracia y
la salvación de Dios. Lo esencial no está en manos de los poderosos. Lucas dice
escuetamente que «la Palabra de Dios vino
sobre Juan en el desierto», no en la Roma imperial ni en el recinto sagrado
del Templo de Jerusalén.
En ninguna parte se puede
escuchar mejor que en el desierto la llamada de Dios a cambiar el mundo. El
desierto es el territorio de la verdad. El lugar donde se vive de lo esencial.
No hay sitio para lo superfluo. No se puede vivir acumulando cosas sin
necesidad. No es posible el lujo ni la ostentación. Lo decisivo es buscar el
camino acertado para orientar la vida.
Por eso, algunos profetas
añoraban tanto el desierto, símbolo de una vida más sencilla y mejor enraizada
en lo esencial, una vida todavía sin distorsionar por tantas infidelidades a
Dios y tantas injusticias con el pueblo. En este marco del desierto, el
Bautista anuncia el símbolo grandioso del «Bautismo»,
punto de partida de conversión, purificación, perdón e inicio de vida nueva.
¿Cómo responder hoy a esta
llamada? El Bautista lo resume en una imagen tomada de Isaías: «Preparad el camino del Señor». Nuestras
vidas están sembradas de obstáculos y resistencias que impiden o dificultan la
llegada de Dios a nuestros corazones y comunidades, a nuestra Iglesia y a
nuestro mundo. Dios está siempre cerca. Somos nosotros los que hemos de abrir
caminos para acogerlo encarnado en Jesús.
Las imágenes de Isaías invitan a
compromisos muy básicos y fundamentales: cuidar mejor lo esencial sin
distraernos en lo secundario; rectificar lo que hemos ido deformando entre
todos; enderezar caminos torcidos; afrontar la verdad real de nuestras vidas
para recuperar un talante de conversión. Hemos de cuidar bien los bautizos de
nuestros niños, pero lo que necesitamos todos es un «bautismo de conversión».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
10 de
diciembre de 2006
DIOS
TIENE ALGO QUE DECIR
La
palabra de Dios vino sobre Juan en el desierto.
Hacia los años 28/29 de nuestra
era, apareció en la escena de Palestina un profeta de Dios, llamado Juan, que
recorría la comarca del Jordán predicando
un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Así describe el
hecho el evangelio de Lucas.
Aparentemente todo está en orden.
Desde su refugio en la isla de Capri, el emperador Tiberio gobierna las
naciones, sin necesidad de movilizar sus legiones. Imitando a su padre, Antipas
va construyendo su pequeño «reino». Desde Cesárea, el prefecto Pilato rige con
dureza la región de Judea.
En Jerusalén todo discurre con
relativa paz. José Caifás, sumo sacerdote desde el año 18, se entiende bien con
Pilato. Ambos logran mantener un difícil equilibrio que garantiza los intereses
del imperio y los del templo.
Pero, mientras todo «marcha
bien», ¿quién se acuerda de las familias que van perdiendo sus tierras en
Galilea?, ¿quién piensa en los indigentes que no encuentran sitio en el
imperio?, ¿adónde pueden acudir los pobres si desde el templo nadie los
defiende? Allí no reina Dios sino Tiberio, Antipas, Pilato y Caifás. No hay sitio
para nadie que se preocupe de los últimos.
Ante esta situación, Dios tiene
algo que decir. Su palabra no se escucha en la villa imperial de Capri. Nadie
la oye en el palacio herodiano de Tiberíades ni en la residencia del prefecto
romano de Cesarea. Tampoco se deja oír en el recinto sagrado del templo. La Palabra de Dios vino sobre Juan, en el
desierto.
Sólo en el desierto se puede
escuchar de verdad la llamada de Dios a cambiar
el mundo. En el desierto las personas se ven obligadas a vivir de lo esencial.
No hay sitio para lo superfluo. No es posible vivir acumulando cosas y más
cosas. Nadie vive de modas y apariencias. Se vive en la verdad básica de la
vida.
Ésta es nuestra tragedia.
Instalados en una sociedad que para nosotros «va bien», disfrutando de una
religión que da seguridad, nos vamos desviando de lo esencial. Nuestro
bienestar está «bloqueando» el camino a Dios. Para cambiar el mundo hemos de
cambiar nuestra vida: hacerla más responsable y solidaria, más generosa y
sensible a los que sufren.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
7 de
diciembre de 2003
LA VOZ
DEL DESIERTO
Preparadle
el camino al Señor.
No sabemos ni cuándo ni cómo fue.
Un día, un sacerdote rural llamado Juan abandonó sus obligaciones del templo,
se alejó de Jerusalén y se adentró en el desierto del Jordán buscando silencio
y soledad para escuchar a Dios.
No llegaban hasta allí las
intrigas de Pilato ni las maquinaciones de Antipas. No se oía el ruido del
templo ni los negocios de los terratenientes de Galilea. Según Isaías, el
«desierto» era el mejor lugar para abrirse a Dios e iniciar la conversión.
Según el profeta Oseas, es en el «desierto» donde Dios «habla al corazón». ¿Es
posible escuchar hoy a este Dios del «desierto»?
En el «desierto» sólo se vive de
lo esencial. No hay lugar para lo superfluo: se escucha la verdad de Dios mejor
que en los centros comerciales. Tampoco hay sitio para la complacencia y el
autoengaño: el «desierto» acerca casi siempre a Dios más que el templo.
Cuando la voz de Dios viene del
«desierto», no nos llega distorsionada por los intereses económicos, políticos
y religiosos que, casi siempre, lo enredan todo. Es una voz limpia y clara, que
habla a todos de lo esencial, no de nuestras disputas, intrigas y estrategias.
Casi siempre lo esencial consiste
en pocas cosas, sólo las necesarias. Así es el mensaje de Juan: «Poneos ante Dios y reconoced cada uno
vuestro pecado. Sospechad de vuestra inocencia. Id a la raíz». Cada uno
somos, de alguna manera, cómplices de las injusticias y egoísmos que hay entre
nosotros. Cada creyente, tenemos algo que ver con la infidelidad de la Iglesia
al Evangelio.
En el «desierto» lo decisivo es
cuidar la vida. Así proclama el Bautista: «Convertíos
a Dios. Lavaos de vuestra malicia y comenzad a reconstruir la vida de manera
diferente, tal como la quiere Él». Es nuestra primera responsabilidad. Si
yo no cambio, ¿qué estoy aportando a la transformación de la sociedad? Si yo no
me convierto al Evangelio, ¿cómo estoy contribuyendo a la conversión de la
Iglesia actual?
En medio de la agitación, el
ruido, la información y difusión constante de mensajes, ¿quién escuchará la «voz del desierto»?, ¿quién nos hablará
de lo esencial?, ¿quién abrirá camino a Dios en este mundo?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
10 de
diciembre de 2000
HACER
SITIO A DIOS
Preparad
el camino del Señor.
Juan grita mucho. Lo hace porque
ve al pueblo dormido y quiere despertarlo, lo ve apagado y quiere encender en
él la fe en un Dios Salvador. Su grito se concentra en una llamada: «Preparad el camino del Señor». ¿Cómo
abrirle caminos a Dios? ¿Cómo hacerle más sitio en nuestra vida?
Búsqueda personal. Para muchos,
Dios está hoy como oculto y encubierto por toda clase de prejuicios, dudas,
malos recuerdos de la infancia o experiencias religiosas negativas. ¿Cómo
descubrirlo? Lo importante no es pensar en la Iglesia, los curas, la misa o la
moral sexual. Lo primero es abrir el corazón y buscar al Dios vivo que se nos
revela en Jesucristo. Dios se deja encontrar por los que lo buscan.
Atención interior. Para abrirle un camino a Dios
es necesario descender al fondo de nuestro corazón. Quien no busca a Dios en su
interior es difícil que lo encuentre fuera. Dentro de nosotros encontraremos miedos,
preguntas, deseos, vacío... No importa. Dios está ahí. Él nos ha creado con un
corazón que no descansará si no es en él.
Con un corazón sincero. No ha de preocuparnos el pecado
o la mediocridad. Lo que más nos acerca al misterio de Dios es vivir en la
verdad, no engañarnos a nosotros mismos, reconocer nuestros errores. El
encuentro con Dios acontece cuando a uno le nace desde dentro esta oración: «Oh
Dios, ten compasión de mí, que soy pecador». Éste es el mejor camino para
recuperar la paz y la alegría interior.
En actitud confiada. Es el miedo el que cierra a no
pocos el camino hacia Dios. Tienen miedo a encontrarse con Él, sólo piensan en
su juicio y sus posibles castigos. No terminan de creerse que Dios sólo es amor
y que, incluso cuando juzga al ser humano, lo hace con amor infinito. Despertar
la confianza total en este amor puede ser comenzar a vivir de una manera nueva
y gozosa con Dios.
Caminos diferentes. Cada uno ha de hacer su propio
recorrido. Dios nos acompaña a todos. No abandona a nadie y menos cuando se
encuentra perdido. Lo importante es no perder el deseo humilde de Dios. Quien
sigue confiando, quien de alguna manera desea creer es ya «creyente» ante ese
Dios que conoce hasta el fondo el corazón de cada persona.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
7 de
diciembre de 1997
IR A LO
ESENCIAL
Preparad
el camino del Señor.
Hemos entrado ya en el tercer
milenio y, en las sociedades avanzadas de Europa, se vive un momento cultural
difuso que ha sido designado con el nombre de posmodernidad. No es fácil
precisar los contornos de esta cultura posmoderna, aunque podemos apuntar entre
sus rasgos más notables algunos que parecen dificultar la fe religiosa del
hombre contemporáneo.
Es, sin duda, una cultura de la
«intrascendencia», que ata a la persona al «aquí» y al «ahora» haciéndole vivir
sólo para lo inmediato, sin necesidad de abrirse al misterio de la
trascendencia. Dios va perdiendo interés y significado en la medida en que no
es reconocido como horizonte último de la existencia.
Es una cultura del
«divertimiento» que arranca a la persona de sí misma haciéndole vivir en el
olvido de las grandes cuestiones que lleva en su corazón el ser humano. En
contra de la máxima agustiniana, «No
salgas de ti mismo; en tu interior habita la verdad», el ideal de no pocos
parece ser vivir fuera de sí mismos. No es fácil así el encuentro con el «Dios
escondido» que habita en cada uno de nosotros.
Es también una cultura en la que
el «ser» es sustituido por el «tener». Son muchos los que terminan dividiendo
su vida en dos tiempos: el dedicado a trabajar y el consagrado a consumir. El
espíritu posesivo alimentado por la gran cantidad de objetos puestos a
disposición de nuestros deseos es entonces el principal obstáculo para el
encuentro con Dios.
No es extraño que la pregunta
aflore entre los estudiosos del hecho religioso: ¿Se puede ser cristiano en la
posmodernidad? (ver el excelente trabajo de J.
Martín Velasco, Ser cristiano en una cultura posmoderna (Ed. PPC, Madrid
1997)). Ciertamente, de poco sirve en este contexto cultural una religión donde
se reza sin comunicarse con Dios, se comulga sin comulgar con nadie, se asiste
a misa sin celebrar nada vital. Una religión donde hay de todo, pero donde
queda fuera precisamente Dios.
El evangelista Lucas recuerda en
su evangelio el grito del profeta Isaías: «Preparad
el camino del Señor.» Entre nosotros este grito tiene hoy una traducción:
«Id al corazón mismo de la fe, buscad lo esencial, acoged a Dios.» En una obra
reciente, el prestigioso teólogo ortodoxo Olivier
Clement afirma que, en definitiva, «la
fe consiste en saberse amado y responder al amor con amor». Sin duda, es lo
esencial para abrir en nuestras vidas el camino a Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
4 de
diciembre de 1994
DE OIDAS
Preparad
el camino del Señor.
Hay personas que, más que creer
en Dios, creen en aquellos que hablan de él. Sólo saben de Dios «de oídas». Les
falta experiencia personal. Asisten, tal vez, a celebraciones religiosas pero
nunca abren su corazón a Dios. Jamás se detienen a percibir su presencia en el
interior de su ser.
Es un fenómeno frecuente. Vivimos
girando en torno a nosotros mismos, pero fuera de nosotros. Trabajamos y
disfrutamos, amamos y sufrimos, vivimos y envejecemos, pero nuestra vida
transcurre sin misterio y sin horizonte último.
Incluso, los que nos decimos
creyentes, no sabemos muchas veces «estar ante Dios». Se nos hace difícil
reconocemos como seres frágiles, pero amados infinitamente por él. No sabemos
admirar su grandeza insondable ni gustar su presencia cercana. No sabemos
invocar ni alabar.
A todos se nos pueden aplicar las
palabras del Bautista: «En medio de
vosotros hay uno al que no conocéis. » ¿Qué sabemos nosotros de Dios fuera
de algunos viejos tópicos? ¿Qué sabemos de Cristo fuera de cuatro datos
superficiales?
Tal vez, ésta es nuestra peor
pobreza: ignorar lo que tenemos. Qué pena da ver discutir de Dios en ciertos
programas de televisión. Se habla «de oídas». Se debate lo que no se conoce.
Las personas se acaloran hablando del Papa y los anticonceptivos, pero a nadie
se le oye hablar en serio de ese Misterio que los creyentes llaman «Dios».
Para descubrir a Dios, no sirven
las discusiones sobre religión ni los argumentos de otros. Cada uno ha de hacer
su propio recorrido y vivir su propia experiencia. No basta criticar la
religión en sus aspectos más deformados. Es necesario buscar personalmente el
rostro de Dios. Abrirle caminos en nuestra propia vida. «Preparar el camino del Señor».
Cuando, durante años, se ha
vivido la religión como un deber o como un peso, sólo esta experiencia personal
puede desbloquear el camino hacia Dios: poder comprobar, aunque sólo sea de
forma germinal y humilde, que es bueno creer, que Dios hace bien.
El encuentro con este Dios no
siempre es fácil. Lo más genuino que puede hacer el ser humano es buscar. No
cerrar ninguna puerta; no desechar ninguna llamada. Seguir buscando, tal vez,
con el último resto de sus fuerzas y de su fe. Muchas veces, lo único que se le
puede ofrecer a Dios es nuestro deseo de encontrarlo.
Dios no se esconde de los que lo
buscan y preguntan así por él. Tarde o temprano, uno se encuentra con su
«visita» inconfundible. Entonces, todo cambia. Lo creíamos lejano y está cerca.
Lo sentíamos amenazador y es el mejor amigo. A la persona se le escapan las
mismas palabras que a Job: «Hasta ahora
hablaba de ti de oídas; ahora te han visto mis ojos.».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
8 de
diciembre de 1991
PREGUNTAS
Preparad
el camino del Señor.
Dentro de cada uno de nosotros
hay un mundo casi inexplorado que muchos hombres y mujeres no llegan siquiera a
sospechar. Viven sólo desde fuera. Ignoran lo que se oculta en el fondo de su
ser. No es el mundo de los sentimientos o los afectos. No es el campo de la
sicología o la psiquiatría. Es un país más profundo y misterioso. Se llama
interioridad.
De ese mundo nace la pregunta más
simple y elemental del ser humano: ¿Quién soy yo? Pero, antes de que hayamos
comenzado a contestar algo, las preguntas siguen brotando sin cesar: ¿De dónde
vengo? ¿Por qué estoy en la vida? ¿Para qué? ¿En qué terminará todo esto?
Son preguntas que ni el psicólogo
ni el psiquiatra pueden responder. Interrogantes que nos colocan inmediatamente
ante el misterio. De todo esto no sabemos nada. Lo único cierto es que
caminamos por la vida como a oscuras.
Mucha gente no tiene hoy tiempo
ni humor para hacerse estas preguntas. Bastante hace uno con vivir, buscarse un
trabajo, sacar adelante una familia y enfrentarse con un poco de ánimo a los
problemas de cada día.
Otros no quieren oír tales
interrogantes. Los llaman «cuestiones abstractas». En todo caso, serían para
esas cuatro personas extrañas dedicadas a elaborar disquisiciones metafísicas
que a nada conducen. Hay que ser más realistas y pragmáticos. Tener los pies en
el suelo. Además, estamos muy ocupados. Siempre tenemos algo que hacer. Hay que
trabajar, relacionarse con los amigos, ver el programa de la «tele»,
desplazarse de una parte a otra. No tenemos un minuto libre.
Y, ciertamente, para adentramos
en ese mundo de «las preguntas últimas» de la vida, se necesita una cierta
calma y silencio. La agitación, las prisas o el exceso de actividad impiden al
ser humano escucharse hacia adentro. Nos hace falta todos los días, como dice
bellamente P. Loidi, «un buen rato de
inactividad para adentramos descalzos en nuestro mundo interior».
No pocas personas se preguntan
qué podrían hacer para encontrase con Dios. Algunas me escriben pidiéndome
algún «buen libro» que pudiera despertar su fe. Sin duda, todo puede ayudar.
Pero no hemos de olvidar que hacia Dios se parte siempre desde dentro, no desde
fuera.
Tal vez, la mejor manera de
escuchar las palabras del Bautista y «preparar
los caminos del Señor» sea hacer silencio en nosotros, escuchar esas
preguntas sencillas pero profundas que brotan desde nuestro interior y estar
más atentos al misterio que nos envuelve y penetra por todas partes.
Recordemos la célebre invitación
de san Anselmo: «Ea, hombrecillo,
deja un momento tus ocupaciones habituales, entra un instante en ti mismo,
lejos de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes;
aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa
siquiera un momento en su presencia».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
4 de
diciembre de 1988
CURAS,
¿PARA QUE?
Preparad
el camino del Señor.
Con este título publicaba hace ya
quince años H. Küng un pequeño libro
sobre la tarea propia del sacerdote. Bastante gente se sigue preguntando hoy
para qué pueden servir los sacerdotes en una sociedad como la nuestra.
Lo que nuestra sociedad parece
necesitar es políticos hábiles que nos resuelvan los problemas de nuestra
convivencia socio-política. Economistas audaces que encuentren alguna soluci6n
a la grave crisis que nos envuelve. Hombres de empresa que levanten el país.
Pero, curas, ¿para qué?
En este Día del Seminario en que
se nos hace a todos una llamada a preocuparnos de los futuros sacerdotes de
nuestras comunidades cristianas, quisiera responder de alguna manera a esta
pregunta no desde una teología del ministerio sacerdotal sino desde la
experiencia modesta de bastantes sacerdotes.
Curas, ¿para qué? Para escuchar
los interrogantes, los miedos, insatisfacciones e incertidumbres de tantos
hombres y mujeres que abandonaron un día a un Dios en el que no podían creer y
acompañarles hoy en la búsqueda del verdadero rostro del Dios de Jesucristo.
Para sembrar un poco de esperanza
en tantas personas que viven sin horizonte, sin saber qué sentido dar a su
vida, llenos de cosas y con el alma vacía.
Para compartir las inquietudes de
los jóvenes, entender sus aspiraciones, comprender sus contradicciones y
acompañarlos en su soledad orientándolos hacia el mensaje de Cristo.
Para denunciar modestamente pero
con libertad y sin depender de las consignas de ningún partido, las mentiras,
injusticias, manipulaciones, violencias y superficialidad de nuestras vidas.
Para defender los derechos
humanos que todos defienden e, incluso, los que apenas defiende hoy nadie, como
el derecho a la vida interior y al silencio, el derecho a morir con sentido, el
derecho a ser aceptados con nuestras cobardías y pecados, el derecho de todo
hombre al amor y la solidaridad de todos, el derecho a buscar a Dios.
Para que en nuestro pueblo no se
oigan solamente los anuncios comerciales de la televisión, las consignas de los
políticos o las voces de los cantantes, sino que se pueda seguir escuchando el
mensaje liberador del evangelio.
Para que en medio de esta
sociedad sigan creciendo comunidades cristianas donde los hombres y mujeres de
nuestro tiempo puedan aprender qué es seguir hoy a Jesucristo y qué es
descubrir la salvación última del hombre.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
8 de
diciembre de 1985
PREPARAR
CAMINOS
Preparad
el camino.
¿Es pesimista pensar que en
nuestra sociedad la esperanza cristiana es un concepto poco menos que vacío de
significado práctico para muchos?
Sin duda, hay bastantes que, a
pesar de vivir en un mundo conmocionado por el desencanto, tienen «esperanza».
Esperan que los tiempos mejoren. Que el panorama social y político se
clarifique. Que la crisis económica se resuelva.
No se preguntan qué modelo de
sociedad y de hombre nuevo desean. Tampoco luchan en realidad por un mundo
mejor. Lo que ellos esperan es poder asegurar mejor sus intereses y poder
beneficiarse más de un crecimiento económico y de un nivel de vida cada vez más
elevado.
Siguen teniendo «muchas
esperanzas». Son tantas las cosas que quisieran conseguir en la vida. Pero,
naturalmente, son esperanzas que no van más allá de sus intereses individuales
ni del disfrute intenso de esta vida.
Si se les obliga a preguntarse
por una «esperanza última», muchos de ellos nos hablarán de que esperan «un
final feliz» para su existencia gracias al amor misericordioso de Dios.
Pero este «final feliz» no les
atrae ni mucho ni poco. Se contentarían con lo que viven. Están bien donde
están. No sienten demasiada necesidad de esa «salvación» de la que habla la
religión. No sospechan que ser creyente es ir caminando solidariamente hacia la
felicidad y liberación total en Dios.
Necesitamos redescubrir que ser
cristiano es orientar e impulsar nuestra vida actual hacia su plenitud final.
Escuchar una llamada a «preparar caminos»
que nos acerquen a los hombres al estilo de vida y convivencia promovido por
Jesús.
No se tiene verdadera esperanza
cuando no se vive colaborando de alguna manera a la gestación de ese hombre
nuevo.
Es fácil sentir la impotencia
ante la complejidad de la sociedad actual y lo poco que uno puede hacer. Pero
todos podemos ayudarnos algo a ser más humanos, crear un nuevo tipo de
solidaridad entre nosotros, transformar costumbres, humanizar comportamientos
ante los bienes y las personas, reaccionar de manera casi instintiva frente a
abusos, mentiras y manipulaciones.
Lo que debemos tener siempre
claro es que «la espera de una nueva tierra no debe amortiguar, sino más bien
avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de
la nueva familia humana» (Gaudium et Spes).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
5 de
diciembre de 1982
EL NUEVO
GRITO DEL DESIERTO
Una voz
grita en el desierto.
Al narrar el nacimiento de Jesús,
el evangelio va enumerando la imponente serie de personajes importantes de la
época. Hombres que ocupan los más altos poderes civiles, administrativos y
religiosos.
Sin embargo, es un hombre pobre
del desierto el único que escucha la palabra de Dios que debe oír todo el
pueblo. Un hombre que no pertenece a ninguna jerarquía y no posee poder, dinero
ni autoridad alguna.
Las gentes deberán escuchar la
llamada al cambio y a la transformación, no en la corte del emperador ni en los
círculos selectos de los gobernadores romanos o los sacerdotes judíos. Es al
hombre del desierto al que habrán de acudir.
Siempre es así. Es al pobre al
que hay que escuchar para poder oír en lo más hondo de nuestro ser una llamada
al cambio y a la salvación.
Cuando un hombre sincero es capaz
de aprender a mirar la vida desde la perspectiva del pobre y del indefenso, se
siente llamado a renovar su vida. Escuchar al hombre que nos grita desde el desierto
de su pobreza, es siempre escuchar una llamada a la conversión.
Quizás si aprendiéramos a ver la
vida desde la necesidad del pobre y acertáramos a compartir sus aspiraciones,
sus luchas y su hambre por vivir en una sociedad más humana, comenzaríamos a
entender la existencia de una manera cualitativamente distinta. ¿No será éste
el mejor camino para escuchar con nitidez la llamada a abrir nuevos caminos en
nuestra vida personal y en nuestra conducta social?
Un grito estridente y doloroso se
escucha hoy en nuestra sociedad contemporánea. Es la voz de los desclasados,
los indefensos, los atropellados, los ancianos, los humillados, los
manipulados, los desprovistos de toda defensa ante las injusticias de los más
poderosos.
Es una voz que nos urge a «socializar»
más nuestra vida y a empeñarnos en nuevos caminos que nos conduzcan a una
sociedad distinta, organizada no en función de los intereses de unos
privilegiados sino de las necesidades de los débiles e indefensos.
La salvación viene siempre de una
palabra de Dios. Y esta palabra se nos dirige incesantemente a los hombres
también hoy, aunque raramente encuentre a alguien que la escuche en su corazón.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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