El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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7º Domingo de Pascua. - La Ascensión del Señor (C)
EVANGELIO
Mientras los bendecía, fue llevado hacia el
cielo.
+ Conclusión del santo evangelio según san Lucas 24,46-53
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Así estaba escrito: el Mesías padecerá,
resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la
conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por
Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha
prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza
de lo alto."
Después los
sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los
bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante
él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo
bendiciendo a Dios.
Palabra de
Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
8 de mayo de 2016
CRECIMIENTO
Y CREATIVIDAD
Los
evangelios nos ofrecen diversas claves para entender cómo comenzaron su
andadura histórica las primeras comunidades cristianas sin la presencia de
Jesús al frente de sus seguidores. Tal vez, no fue todo tan sencillo como a
veces lo imaginamos. ¿Cómo entendieron y vivieron su relación con él, una vez
desaparecido de la tierra?
Mateo no
dice una palabra de su ascensión al cielo. Termina su evangelio con una escena
de despedida en una montaña de Galilea en la que Jesús les hace esta solemne
promesa: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo». Los discípulos no han de sentir su ausencia. Jesús estará siempre con
ellos. Pero ¿cómo?
Lucas
ofrece una visión diferente. En la escena final de su evangelio, Jesús «se
separa de ellos subiendo hacia el cielo». Los discípulos tienen que aceptar con
todo realismo la separación: Jesús vive ya en el misterio de Dios. Pero sube al
Padre «bendiciendo» a los suyos. Sus seguidores comienzan su andadura
protegidos por aquella bendición con la que Jesús curaba a los enfermos,
perdonaba a los pecadores y acariciaba a los pequeños.
El
evangelista Juan pone en boca de Jesús unas palabras que proponen otra clave.
Al despedirse de los suyos, Jesús les dice: «Yo me voy al Padre y vosotros
estáis tristes... Sin embargo, os conviene que yo me vaya para que recibáis el
Espíritu Santo». La tristeza de los discípulos es explicable. Desean la
seguridad que les da tener a Jesús siempre junto a ellos. Es la tentación de
vivir de manera infantil bajo la protección del Maestro.
La
respuesta de Jesús muestra una sabia pedagogía. Su ausencia hará crecer la
madurez de sus seguidores. Les deja la impronta de su Espíritu. Será él quien,
en su ausencia, promoverá el crecimiento responsable y adulto de los suyos. Es
bueno recordarlo en unos tiempos en que parece crecer entre nosotros el miedo a
la creatividad, la tentación del inmovilismo o la nostalgia por un cristianismo
pensado para otros tiempos y otra cultura.
Los
cristianos hemos caído más de una vez a lo largo de la historia en la tentación
de vivir el seguimiento a Jesús de manera infantil. La fiesta de la Ascensión
del Señor nos recuerda que, terminada la presencia histórica de Jesús, vivimos
"el tiempo del Espíritu", tiempo de creatividad y de crecimiento
responsable. El Espíritu no proporciona a los seguidores de Jesús "recetas
eternas". Nos da luz y aliento para ir buscando caminos siempre nuevos
para reproducir hoy su actuación. Así nos conduce hacia la verdad completa de
Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
12 de mayo de 2013
LA
BENDICIÓN DE JESÚS
Son los
últimos momentos de Jesús con los suyos. Enseguida los dejará para entrar
definitivamente en el misterio del Padre. Ya no los podrá acompañar por los
caminos del mundo como lo ha hecho en Galilea. Su presencia no podrá ser
sustituida por nadie.
Jesús
solo piensa en que llegue a todos los pueblos el anuncio del perdón y la
misericordia de Dios. Que todos escuchen su llamada a la conversión. Nadie ha
de sentirse perdido. Nadie ha de vivir sin esperanza. Todos han de saber que
Dios comprende y ama a sus hijos e hijas sin fin. ¿Quién podrá anunciar esta
Buena Noticia?
Según el
relato de Lucas, Jesús no piensa en sacerdotes ni obispos. Tampoco en doctores
o teólogos. Quiere dejar en la tierra “testigos”. Esto es lo primero: “vosotros
sois testigos de estas cosas”. Serán los testigos de Jesús los que comunicarán
su experiencia de un Dios bueno y contagiarán su estilo de vida trabajando por
un mundo más humano.
Pero
Jesús conoce bien a sus discípulos. Son débiles y cobardes. ¿Dónde encontrarán
la audacia para ser testigos de alguien que ha sido crucificado por el
representante del Imperio y los dirigentes del Templo? Jesús los tranquiliza:
“Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido”. No les va a faltar la “fuerza de
lo alto”. El Espíritu de Dios los defenderá.
Para
expresar gráficamente el deseo de Jesús, el evangelista Lucas describe su
partida de este mundo de manera sorprendente: Jesús vuelve al Padre levantando
sus manos y bendiciendo a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús entra en el
misterio insondable de Dios y sobre el mundo desciende su bendición.
A los
cristianos se nos ha olvidado que somos portadores de la bendición de Jesús.
Nuestra primera tarea es ser testigos de la Bondad de Dios. Mantener viva la
esperanza. No rendirnos ante el mal. Este mundo que parece un “infierno
maldito” no está perdido. Dios lo mira con ternura y compasión.
También
hoy es posible buscar el bien, hacer el bien, difundir el bien. Es posible
trabajar por un mundo más humano y un estilo de vida más sano. Podemos ser más
solidarios y menos egoístas. Más austeros y menos esclavos del dinero. La misma
crisis económica nos puede empujar a buscar una sociedad menos corrupta.
En la
Iglesia de Jesús hemos olvidado que lo primero es promover una “pastoral de la
bondad”. Nos hemos de sentir testigos y profetas de ese Jesús que pasó su vida
sembrando gestos y palabras de bondad. Así despertó en las gentes de Galilea la
esperanza en un Dios Salvador. Jesús es una bendición y la gente lo tiene que
conocer.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
13 de mayo de 2010
CRECIMIENTO
Y CREATIVIDAD
(Ver
homilía del ciclo C - 2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
17 de mayo de 2007
EL ÚLTIMO
GESTO
Levantando las manos, los bendijo.
Jesús era
realista. Sabía que no podía transformar de un día para otro aquella sociedad
donde veía sufrir a tanta gente. No tenía poder político ni religioso para
provocar un cambio revolucionario. Sólo tenía su palabra, sus gestos y su fe
grande en el Dios de los que sufren.
Por eso
le gusta tanto hacer gestos de bondad. Abraza
a los niños de la calle para que no se sientan huérfanos. Toca a los leprosos para que no se vean excluidos de las aldeas. Acoge amistosamente a su mesa a
pecadores e indeseables para que no se sientan despreciados.
No son
gestos convencionales. Le salen desde su voluntad de hacer un mundo más amable
y solidario en el que las personas se ayuden y se cuiden mutuamente. No importa
que sean gestos pequeños. Dios tiene en cuenta hasta el vaso de agua que damos a quien tiene sed.
A Jesús
le gusta sobre todo bendecir. Bendice
a los pequeños y bendice sobre todo a los enfermos y desgraciados. Su gesto
está cargado de fe y de amor. Desea envolver a los que más sufren con la compasión,
la protección y la bendición de Dios.
No es
extraño que, al narrar la despedida de Jesús, Lucas la describa levantando sus
manos y bendiciendo a sus discípulos.
Es su último gesto. Jesús entra en el misterio insondable de Dios y sus
seguidores quedan envueltos en su bendición.
Hace ya
mucho tiempo que lo hemos olvidado, pero la Iglesia ha de ser en medio del
mundo una fuente de bendición. En un mundo donde es tan frecuente maldecir, condenar, hacer daño y
denigrar, es más necesaria que nunca la presencia de seguidores de Jesús que
sepan bendecir, buscar el bien, hacer
el bien, atraer hacia el bien.
Una
Iglesia fiel a Jesús está llamada a sorprender a la sociedad con gestos
públicos de bondad, rompiendo esquemas y distanciándose de estrategias, estilos
de actuación y lenguajes agresivos que nada tienen que ver con Jesús, el
profeta que bendecía a las gentes con sus gestos y palabras de bondad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
20 de mayo de 2004
EL ARTE
DE BENDECIR
Mientras los bendecía se separó de ellos.
Según el
sugestivo relato de Lucas, Jesús vuelve a su Padre «bendiciendo» a sus
discípulos. Es su último gesto. Jesús deja tras de sí su bendición. Los
discípulos responden al gesto de Jesús marchando al templo llenos de alegría. Y
estaban allí «bendiciendo» a Dios.
La
bendición es una práctica enraizada en casi todas las culturas como el deseo
máximo que podemos despertar en nosotros. El judaísmo, el islam y el
cristianismo le han dado siempre una gran importancia. Y, aunque en nuestros
días ha quedado reducida a un ritual casi en desuso, no son pocos los que
subrayan su hondo contenido y la necesidad de recuperarla.
Bendecir
es, antes que nada, desear el bien a las personas que vamos encontrando en
nuestro camino. Querer el bien de manera incondicional y sin reservas. Querer
la salud, el bienestar, la alegría.., todo lo que puede ayudarles a vivir con
dignidad. Cuanto más deseamos y afirmamos el bien para todos, más posible es su
manifestación.
Bendecir
es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las
personas. El que bendice elimina de su corazón otras actitudes poco sanas como
la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia. No es posible
bendecir y, al mismo tiempo, vivir condenando, rechazando, odiando.
Bendecir
es desearle a alguien el bien desde lo más hondo de nuestro ser, aunque nunca
somos nosotros la fuente de la bendición, sino sus testigos y portadores. El
que bendice no hace sino evocar, desear y pedir la presencia bondadosa del
Creador, fuente de todo bien. Por eso, sólo se puede bendecir en actitud gozosa
y agradecida a Dios.
La
bendición hace bien al que la recibe y al que la practica. Quien bendice a
otros se bendice a sí mismo. La bendición queda resonando en su interior como
una plegaria silenciosa que va transformando su corazón, haciéndolo más bueno y
noble. Nadie puede sentirse bien consigo mismo mientras siga maldiciendo a
alguien en el fondo de su ser.
La fiesta
de la Ascensión es una invitación a ser portadores y testigos de la bendición
de Cristo a la humanidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
24 de mayo de 2001
ENTREGAR
LA VIDA
Se separó de ellos.
Hay
muchas formas de vivir y también de morir. La muerte parece igual para todos
pero no es así. Cada persona la vive a su manera. Cada uno se adentra en su
misterio desde una actitud propia y personal. No es lo mismo morir entregando
confiadamente la vida que morir rebelándose ante lo inevitable.
Para
quien se agarra a esta vida como un bien definitivo, la muerte es la máxima
desgracia, el enemigo supremo que nos ataca desde fuera y nos arrebata lo más
precioso que tenemos: ese aliento misterioso que nos hace existir. Pero, ¿es
posible acercarse a la muerte desde otra actitud?
Para un
creyente, la vida es un regalo. El gran regalo que recibimos gratuitamente del
Creador. No es una posesión. No es algo que hemos fabricado nosotros. Yo no
hago nada para que la sangre corra por mis venas. No trabajo para hacer latir a
mi corazón. Vivo sostenido misteriosamente por Dios.
Quien
vive desde esa actitud, sin sentirse dueño y señor exclusivo de su existencia,
puede morir entregando confiadamente su vida al Creador. No es fácil. La muerte
no pierde nunca su trágica seriedad. Pero morir se convierte en un acto de fe,
el acto de fe más grande que podemos hacer los humanos: poner nuestra
existencia definitiva en manos de Aquel que es la fuente misteriosa de nuestro
ser.
No es lo
mismo morir «que entregar la vida». Para quien entrega la vida, la muerte no es
algo que le sobreviene fatalmente desde fuera, sino el abandono confiado en
Dios. Este «entregar la vida» no es necesariamente un acto puntual que se ha de
hacer en el momento final. Es una orientación de toda la vida. La entrega final
se prepara de muchas maneras y no es sino la culminación de todo un estilo de
vivir.
La muerte
se anticipa en muchas pequeñas muertes. La entrega se anticipa en muchas
pequeñas entregas. Es la renuncia al afán de preservar la vida en este mundo la
que nos conduce a disfrutar para siempre de la vida eterna. A Jesús nadie le
arrebató la vida, la entregó él confiadamente al Padre. Por eso, Dios lo
resucitó. Éste es el núcleo de la fiesta cristiana de la Ascensión.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
21 de mayo de 1998
NOS
VOLVEREMOS A ENCONTRAR
Se separó de ellos subiendo al cielo.
Pocas
experiencias más duras que la despedida a la persona querida que la muerte nos
arranca para siempre. Ya no podremos abrazarla, mirarla a los ojos, escuchar
sus confidencias, hablar con ella como en otros tiempos. Su habitación ha
quedado vacía. Ya no está. Nadie podrá llenar su ausencia.
En medio
de la pena inmensa, comienzan a surgir las preguntas: ¿Por qué ha tenido que
ser así?, ¿cómo puede Dios permitirlo?, ¿por qué nos ha dejado solos?, ¿por qué
ahora que tanto la necesitábamos? Así sienten esposos, amigos o cuantos pierden
a un ser querido.
La muerte
no ha logrado, sin embargo, arrancar a esa persona de nuestro corazón. La
seguimos queriendo. Podemos recordarla, reavivar lo que hemos compartido y
vivido juntos, lo que nos ha querido comunicar a lo largo de los años. Tal vez
no la hemos comprendido del todo; sin duda, la podíamos haber querido más. No
es el momento de culpabilizamos. Ahora nos queda el amor con que esa persona
nos ha acompañado durante su vida.
Tenemos
mucho que agradecer. Esa persona, con todas sus limitaciones y deficiencias, ha
sido un regalo. Hemos disfrutado de su presencia. Nuestra vida ha sido más
dichosa gracias a su compañía y amistad. Su partida no podrá nunca destruir lo
vivido. La muerte la ha separado de nosotros, pero la ha conducido hasta el
misterio insondable de Dios. Allí nos espera.
Al
despedirse de sus discípulos, Jesús les habla así: «Me voy a prepararos un lugar Y cuando haya ido y os haya preparado un
lugar volveré y os tomaré conmigo para que donde esté yo, estéis también
vosotros» (Jn 14, 2-3). Todos tenemos ya un lugar preparado por Cristo para
cada uno de nosotros en el corazón de Dios. Pero lo que creemos de Jesús lo
podemos también esperar de las personas queridas que nos han precedido en la
muerte.
Cuando se
nos muere un ser querido se lleva consigo hacia Dios lo bueno que ha compartido
con nosotros: el amor, la amistad, las experiencias gozosas de la vida. De esta
manera, esa persona introduce algo nuestro en el misterio de Dios. Cuando un
día abandonemos esta vida, no partiremos hacia lo desconocido, sino hacia un
hogar en el que nos espera ese Jesús al que hemos querido tanto en esta vida y
esas personas amigas a las que no hemos querido mucho menos. Allí nos
volveremos a encontrar y nos sentiremos para siempre en nuestra verdadera casa.
Es bueno recordarlo y celebrarlo en esta fiesta de la Ascensión del Señor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
25 de mayo de 1995
EN EL
ATARDECER DE LA VIDA
Mientras los bendecía, se separó de ellos.
Nadie
puede escapar al envejecimiento, pero no todas las personas envejecen de la
misma manera. Hay muchas formas de vivir la última etapa de la vida. Casi
siempre se envejece como se vive: de forma crispada o paciente, en actitud
pesimista o esperanzada, con espíritu triste o confiado.
Lo
lamentable es que la sociedad sólo prepara para la primera parte de la vida. Se
nos enseña a trabajar y competir, a luchar y salir adelante, pero no a vivir
con acierto esta fase en que culmina nuestra vida. La mayoría de las personas
van llegando a su vejez sin guía ni preparación alguna.
Por lo
general, la vejez provoca temor. No es sólo el deterioro físico y psíquico lo
que da miedo. La verdadera crisis hay que detectarla a niveles más profundos.
Desaparece poco a poco el vigor y la seguridad, y comienza otra etapa mucho más
desvalida e incierta. La persona no puede apoyarse en sus fuerzas como en otros
tiempos. Ha de depender de otros. Pero, además, el anciano comienza a presentir
su muerte de forma más consciente y personal.’ Es en su propia carne donde
experimenta que la vida se termina. Ya no hay tiempo para hacer grandes
proyectos. Ahora llega el final.
Por eso,
no basta aprender a vivir con las limitaciones propias de la vejez ni es
suficiente encontrar remedios para hacerla más o menos soportable, e incluso
agradable. Llega la hora de la verdad. El momento de hacer un balance sereno de
la vida y «despedirse» de este mundo con paz.
La vejez
no es fácil, pero puede ser la gran oportunidad de culminar la vida
positivamente. El verdadero creyente la vive como «tiempo de gracia». También en esa vejez está Dios como Amigo y
Salvador. Es la gran oportunidad de terminar la vida apoyando nuestro ser débil
y cansado en Él. Al final, sólo Dios puede consolar y salvar.
Quizás
sea éste el paso decisivo que el anciano creyente ha de dar en lo secreto de su
corazón: «Mi vida termina. Sólo en Dios puedo poner mi confianza. Él ha de ser
ahora más que nunca mi Salvador.» Es el momento de rezar esos salmos que ningún
creyente debiera ignorar: «No te acuerdes
de los pecados y delitos de mi juventud» (Salmo 25); «Yo, por tu gran bondad, entraré en tu casa» (Salmo 5); «Al despertar, me saciaré de tu semblante»
(Salmo 17).
L. Alonso Schókel en su libro Esperanza. Meditaciones bíblicas para la Tercera Edad (Sal Terrae,
1992), dice que, «como hay una llamada
para vivir, hay una llamada para morir. También morir puede ser una vocación. »
Llega un momento en que todos hemos de escuchar esa llamada final: «Entra en el gozo de tu Señor» (Mt 25,
21). Hoy, fiesta de la Ascensión de Jesús a la vida del Padre, puede ser bueno
recordarlo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
28 de mayo de 1992
¿DONDE
ESTA LO QUE BUSCAMOS?
Los bendijo.
Todos
buscamos ser felices, pero ninguno de nosotros sabe dar una respuesta clara
cuando se le pregunta por la felicidad. ¿Qué es la felicidad? ¿En qué consiste
realmente? ¿Cómo alcanzarla?
Más aún.
Todos los hombres y mujeres andan tras ella, pero, ¿se puede lograr la
verdadera felicidad? ¿No es buscar lo imposible? De hecho, las gentes parecen
bastante pesimistas ante la posibilidad de alcanzarla. Los científicos no
hablan de felicidad. Tampoco los políticos se atreven a prometerla ni a
incluirla en sus programas.
Y, sin
embargo, el hombre no renuncia a la felicidad, la necesita, la sigue buscando. Fernando Savater piensa que la felicidad
«es imposible pero imprescindible». Julián
Marías la define como «lo imposible necesario». Esta es la paradoja: no
podemos ser plenamente felices y, sin embargo, necesitamos serlo.
Hay en
nosotros un anhelo profundo de felicidad que nada ni nadie parece poder saciar plenamente.
La felicidad es siempre «lo que nos falta», lo que todavía no poseemos. Para
ser feliz, no basta lograr lo que andábamos buscando. Cuando, por fin, hemos
conseguido aquello que tanto queríamos, pronto descubrimos que estamos de nuevo
en el punto de partida, buscando otra vez felicidad.
Esta
insatisfacción última del hombre no se debe a fracasos o decepciones concretas.
Es algo más profundo. Está en el interior mismo del ser humano, y nos obliga a
hacernos preguntas que no tienen fácil respuesta. Si la felicidad parece
siempre «lo que nos falta», ¿qué es lo que realmente nos falta? ¿Qué
necesitamos para ser felices? ¿Qué es lo que, desde el fondo de su ser, está
pidiendo la humanidad entera?
En su
ensayo «Felicidad y salvación», el
teólogo Gisbert Greshake ha planteado
así la alternativa ante la que se encuentra el ser humano. O bien la felicidad
plena es pura ilusión y el hombre, empeñado en ser plenamente feliz, es algo
absurdo y sin sentido, O bien, la felicidad es regalo, plenitud de vida que
sólo le puede llegar al hombre como gracia desde aquel que es la fuente de la
vida.
Ante esta
alternativa, el cristiano adopta una postura de esperanza. Es cierto que,
cuando anhelamos la felicidad plena, estamos buscando algo que no podemos
darnos a nosotros mismos; pero hay una felicidad última que tiene su origen en
Dios y que los hombres podemos acoger y disfrutar eternamente.
Lo
decisivo es abrirse al misterio de la vida con confianza. Escuchar hasta el
final ese anhelo de felicidad eterna que se encierra en el ser humano. Esperar
la salvación como gracia que se nos ofrece con amor. La fiesta cristiana de la
Ascensión es una invitación a no menospreciar la esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
4 de mayo de 1989
SABOREAR
DESDE AHORA
Subiendo al cielo.
Tengo la
impresión de que casi todo lo que el cristianismo dice acerca del cielo y de la
felicidad final en la “otra vida”, resulta para muchos contemporáneos,
creyentes o no, algo demasiado lejano y abstracto, un lenguaje extraño que
apenas tiene relevancia alguna para la vida de cada día.
En el
fondo, creemos en “el futuro” con cierta convicción cuando podemos experimentar
que ese futuro se inicia ya desde ahora y comienza a despuntar, de alguna
manera, en el momento presente.
En
concreto, las gentes creen más fácilmente en el cielo si realmente pueden
experimentar, aunque sea de manera fragmentaria que “el cielo comienza en la
tierra”.
Los
cristianos hemos despreciado demasiado los gozos de la tierra, los placeres de
la vida y la belleza del mundo sin descubrir dentro de esa vida frágil y caduca
el germen de lo que será el cielo.
Pero el
cielo no es simplemente un lugar hacia el que vamos después de morir, sino el
disfrute pleno del amor y de la vida que se está gestando ya en el interior de
nuestro mundo y en el de cada persona.
No hemos
de contraponer el cielo a este mundo de una manera total y absoluta, pues el
cielo es precisamente la plenitud de este mundo, la realización plena en Dios,
de todas las posibilidades de paz, reconciliación, libertad y felicidad que
encierra esta vida.
Cuando
amamos a una persona, amamos algo más que una persona; estamos amando la vida y
la felicidad para la que hemos nacido esa persona amada y yo mismo. Cuando
hacemos justicia a un oprimido, hacemos algo más que un gesto de equidad;
estamos haciendo crecer desde ahora el mundo reconciliado que estamos llamados
a disfrutar todos.
Por eso
ha podido escribir L. Boff con toda
verdad: “Cada vez que en la tierra hacemos la experiencia del bien, de la
felicidad, de la amistad, de la paz y del amor, ya estamos viviendo, de forma
precaria pero real, la realidad del cielo”.
En esta
fiesta de la Ascensión, deberíamos recordar que lo que se opone a la esperanza
cristiana no es solamente la incredulidad y el ateísmo, sino también la
tristeza y la amargura.
En la
vida hay momentos de paz y transparencia, experiencias de amistad y
reconciliación, de libertad y amor que pueden ser fugaces y precarias. Pero,
cuando acontecen, hemos de aprender a saborear ya en el interior de esta misma
vida, la fiesta del cielo, aunque sea de manera frágil y fragmentaria.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
8 de mayo de 1986
UN LUGAR
EN DIOS
… subiendo hacia el cielo...
¿Qué
sentido puede tener la «ascensión» de Jesús al cielo en una época en que ningún
hombre lúcido se imagina ya a Dios como un ser que vive en un lugar celeste,
por encima de las nubes?
Pero,
sobre todo, ¿qué puede significar para nosotros un salvador que ha desaparecido
lejos de nosotros, cuando lo que importa de verdad es la solución de los
problemas de nuestro mundo cada vez más graves y amenazadores?
Y, sin
embargo, en este tiempo en que la progresiva explotación del mundo no parece
ofrecernos toda la felicidad deseada y cuando se perfila incluso la posibilidad
de un final catastrófico de la historia y no su consumación feliz, necesitamos
escuchar más que nunca el mensaje que se encierra en la ascensión del Señor.
Creer en
la ascensión de Jesús es creer que la humanidad de Cristo de la que todos
participamos, ha entrado en la vida íntima de Dios de un modo nuevo y
definitivo.
Jesús se
ha ocultado en Dios pero no para ausentarse de nosotros sino para vivir desde
ese Dios una cercanía nueva e insuperable, e impulsar la vida de los hombres
hacia su destino último.
Esto
significa que el hombre ha encontrado en Dios un lugar para siempre. «El cielo
no es un lugar que está por encima de las estrellas, es algo mucho más
importante: es el lugar que el hombre tiene junto a Dios» (J. Ratzinger).
Jesús
mismo es eso que nosotros llamamos cielo, pues el cielo, en realidad, no es
ningún lugar sino una persona, la persona de Jesucristo en quien Dios y la
humanidad se encuentran inseparablemente unidos para siempre.
Esto
quiere decir que nos dirigimos al cielo, entramos en el cielo, en la medida en
que dirigimos nuestra vida hacia Jesús y vamos adentrándonos en él.
Dios
tiene para los hombres un espacio de felicidad definitiva que Cristo nos ha
abierto para siempre. Una patria última de reconciliación y paz para la
humanidad.
Esto que
será escuchado por muchos con sonrisa escéptica es, para el creyente, la
realidad que sustenta al mundo y da sentido a la apasionante historia de la
humanidad.
Y cuando
se desvanece esta esperanza última, el mundo no se enriquece sino que se vacía
de sentido y queda privado de su verdadero horizonte.
Los
creyentes somos seres extraños en un mundo racionalizado, cerrado sólo a sus
propias posibilidades, optimista unas veces y triste y desesperanzado otras,
según los ciclos tan cambiantes de los éxitos y fracasos de la humanidad.
Pero
somos seres gozosamente extraños que
llevamos en nosotros una fe que nos ofrece razones para vivir y esperanza para
morir.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
12 de mayo de 1983
EL CIELO
COMIENZA EN LA TIERRA
Mientras los bendecía...
subió hacia el cielo.
subió hacia el cielo.
Cualquiera
que tenga un mínimo de sensibilidad humana, vive estos días sobrecogido por la
violencia que sigue creciendo entre nosotros y la sangre que va empapando hasta
los últimos rincones de nuestra tierra.
Un
sentimiento de dolor, desaliento e impotencia se apodera de nosotros y nos
encoge el corazón. ¿No es posible una sociedad fraterna? ¿No es el hombre capaz
de ser más humano? ¿No podremos lograr nunca la felicidad y la paz que
anhelamos desde lo ms hondo de nuestro ser?
En estas
circunstancias, hablar del cielo en esta mañana de Ascensión, puede parecer a
muchos no sólo escapismo y evasión cobarde de los problemas que nos envuelven,
sino hasta un insulto insoportable y una broma mordaz. No es el cielo lo que
nos importa sino la tierra, nuestra tierra.
Probablemente,
bastantes suscribirían de alguna manera, aquellas palabras apasionadas de Nietzsche: «Yo os conjuro, hermanos
míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis en ios que os hablan de
experiencias supraterrenas. Consciente o inconscientemente, son unos
envenenadores... La tierra está cansada de ellos; que se vayan de una vez!».
Pero,
¿qué es ser fiel a esta tierra que dama por una plenitud y reconciliación
total? ¿Qué es ser fiel a este pueblo crucificado que no puede lograr esa
liberación y esa paz que tan ardientemente busca? ¿Qué es ser fiel al hombre y
a toda la sed de felicidad que se encierra en su ser?
Los
creyentes hemos sido acusados de haber puesto nuestros ojos en el cielo y
habernos olvidado de la tierra. Y, sin duda, es cierto que una esperanza muy
mal entendida ha conducido a bastantes cristianos a abandonar la construcción
de la tierra e, incluso, a sospechar de casi toda felicidad o logro terrestre
disfrutado por los hombres.
Y, sin
embargo, la esperanza cristiana consiste precisamente en buscar y esperar la
plenitud y realización total de esta tierra. Creer en el cielo es querer ser
fiel a esta tierra hasta el final, sin defrau4ar ni desesperar de ningún anhelo
o aspiración verdaderamente humanos.
No es
esperanza cristiana la postura que conduce a desentendernos de los problemas
del presente y despreocupamos de los sufrimientos de esta tierra. Precisamente,
porque cree y espera un mundo nuevo y definitivo, el creyente no puede tolerar
ni conformarse con este mundo nuestro lleno de odios, lágrimas, sangre,
injusticia,
mentira y
violencia.
Quien no
hace nada por cambiar este mundo, no cree en otro mejor. Quien no hace nada por
desterrar la violencia, no cree en una sociedad fraterna. Quien no lucha contra
la injusticia, no cree en un mundo. más justo. Quien no trabaja por liberar al
hombre del sufrimiento, no cree en un mundo nuevo y feliz. Quien no hace nada
por cambiar y transformar nuestra tierra, no cree en el cielo.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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