El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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Domingo de Pentecostés (C)
EVANGELIO
Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.
+ Lectura del santo
evangelio según san Juan 20,19-23
Al anochecer de aquel día, el día
primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les
dijo:
- Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las
manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió:
- Paz a vosotros. Como el Padre
me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento
sobre ellos y les dijo:
- Recibid el Espíritu Santo; a
quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.
Palabra de Dios.
O bien
El Espíritu Santo
será quien os lo enseñe.
+ Lectura del santo
evangelio según san Juan 14,15-16.23b-26
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre
que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros.
El que me ama guardará mi
palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que
no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía,
sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que
estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre
en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os
he dicho».
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
15 de mayo de 2016
Jn
14,15-16.23b-26
INVOCACIÓN
Recibid
el Espíritu Santo.
Ven Espíritu Creador e infunde en
nosotros la fuerza y el aliento de Jesús. Sin tu impulso y tu gracia, no
acertaremos a creer en él; no nos atreveremos a seguir sus pasos; la Iglesia no
se renovará; nuestra esperanza se apagará. ¡Ven y contágianos el aliento vital
de Jesús!
Ven Espíritu Santo y recuérdanos
las palabras buenas que decía Jesús. Sin tu luz y tu testimonio sobre él,
iremos olvidando el rostro bueno de Dios; el Evangelio se convertirá en letra
muerta; la Iglesia no podrá anunciar ninguna noticia buena. ¡Ven y enséñanos a
escuchar sólo a Jesús!
Ven Espíritu de la Verdad y
haznos caminar en la verdad de Jesús. Sin tu luz y tu guía, nunca nos liberaremos
de nuestros errores y mentiras; nada nuevo y verdadero nacerá entre nosotros;
seremos como ciegos que pretenden guiar a otros ciegos. ¡Ven y conviértenos en
discípulos y testigos de Jesús!
Ven Espíritu del Padre y
enséñanos a gritar a Dios "Abba" como lo hacía Jesús. Sin tu calor y
tu alegría, viviremos como huérfanos que han perdido a su Padre; invocaremos a
Dios con los labios, pero no con el corazón; nuestras plegarias serán palabras
vacías. ¡Ven y enséñanos a orar con las palabras y el corazón de Jesús!
Ven Espíritu Bueno y conviértenos
al proyecto del "reino de Dios" inaugurado por Jesús. Sin tu fuerza
renovadora, nadie convertirá nuestro corazón cansado; no tendremos audacia para
construir un mundo más humano, según los deseos de Dios; en tu Iglesia los
últimos nunca serán los primeros; y nosotros seguiremos adormecidos en nuestra
religión burguesa. ¡Ven y haznos colaboradores del proyecto de Jesús!
Ven Espíritu de Amor y enséñanos
a amarnos unos a otros con el amor con que Jesús amaba. Sin tu presencia viva
entre nosotros, la comunión de la Iglesia se resquebrajará; la jerarquía y el
pueblo se irán distanciando siempre más; crecerán las divisiones, se apagará el
diálogo y aumentará la intolerancia. ¡Ven y aviva en nuestro corazón y nuestras
manos el amor fraterno que nos hace parecernos a Jesús!
Ven Espíritu Liberador y
recuérdanos que para ser libres nos liberó Cristo y no para dejarnos oprimir de
nuevo por la esclavitud. Sin tu fuerza y tu verdad, nuestro seguimiento gozoso
a Jesús se convertirá en moral de esclavos; no conoceremos el amor que da vida,
sino nuestros egoísmos que la matan; se apagará en nosotros la libertad que
hace crecer a los hijos e hijas de Dios y seremos, una y otra vez, víctimas de
miedos, cobardías y fanatismos. ¡Ven Espíritu Santo y contágianos la libertad
de Jesús!
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
19 de mayo de 2013
Jn
20,19-23
NECESITADOS
DE SALVACIÓN
El Espíritu Santo de Dios no es
propiedad de la Iglesia. No pertenece en exclusiva a las religiones. Hemos de
invocar su venida al mundo entero tan necesitado de salvación.
Ven Espíritu creador de Dios. En
tu mundo no hay paz. Tus hijos e hijas se matan de manera ciega y cruel. No
sabemos resolver nuestros conflictos sin acudir a la fuerza destructora de las
armas. Nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo ensangrentado por las
guerras. Despierta en nosotros el respeto a todo ser humano. Haznos
constructores de paz. No nos abandones al poder del mal.
Ven Espíritu liberador de Dios.
Muchos de tus hijos e hijas vivimos esclavos del dinero. Atrapados por un
sistema que nos impide caminar juntos hacia un mundo más humano. Los poderosos
son cada vez más ricos, los débiles cada vez más pobres. Libera en nosotros la
fuerza para trabajar por un mundo más justo. Haznos más responsables y
solidarios. No nos dejes en manos de nuestro egoísmo.
Ven Espíritu renovador de Dios.
La humanidad está rota y fragmentada. Una minoría de tus hijos e hijas
disfrutamos de un bienestar que nos está deshumanizando cada vez más. Una
mayoría inmensa muere de hambre, miseria y desnutrición. Entre nosotros crece
la desigualdad y la exclusión social. Despierta en nosotros la compasión que
lucha por la justicia. Enséñanos a defender siempre a los últimos. No nos dejes
vivir con un corazón enfermo.
Ven Espíritu consolador de Dios.
Muchos de tus hijos e hijas viven sin conocer el amor, el hogar o la amistad.
Otros caminan perdidos y sin esperanza. No conocen una vida digna, solo la
incertidumbre, el miedo o la depresión. Reaviva en nosotros la atención a los
que viven sufriendo. Enséñanos a estar más cerca de quienes están más solos.
Cúranos de la indiferencia.
Ven Espíritu bueno de Dios.
Muchos de tus hijos e hijas no conocen tu amor ni tu misericordia. Se alejan de
Ti porque te tienen miedo. Nuestros jóvenes ya no saben hablar contigo. Tu
nombre se va borrando en las conciencias. Despierta en nosotros la fe y la
confianza en Ti Haznos portadores de tu Buena Noticia. No nos dejes huérfanos.
Ven Espíritu vivificador de Dios.
Tus hijos e hijas no sabemos cuidar la vida. No acertamos a progresar sin
destruir, no sabemos crecer sin acaparar. Estamos haciendo de tu mundo un lugar
cada vez más inseguro y peligroso. En muchos va creciendo el miedo y se va
apagando la esperanza. No sabemos hacia dónde nos dirigimos. Infunde en
nosotros tu aliento creador. Haznos caminar hacia una vida más sana. No nos
dejes solos. ¡Sálvanos!
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
23 de mayo de 2010
Jn
14,15-16.23b-26
INVOCACIÓN
Recibid
el Espíritu Santo.
Ven Espíritu Creador e infunde en
nosotros la fuerza y el aliento de Jesús. Sin tu impulso y tu gracia, no
acertaremos a creer en él; no nos atreveremos a seguir sus pasos; la Iglesia no
se renovará; nuestra esperanza se apagará. ¡Ven y contágianos el aliento vital
de Jesús!
Ven Espíritu Santo y recuérdanos
las palabras buenas que decía Jesús. Sin tu luz y tu testimonio sobre él,
iremos olvidando el rostro bueno de Dios; el Evangelio se convertirá en letra
muerta; la Iglesia no podrá anunciar ninguna noticia buena. ¡Ven y enséñanos a
escuchar sólo a Jesús!
Ven Espíritu de la Verdad y
haznos caminar en la verdad de Jesús. Sin tu luz y tu guía, nunca nos
liberaremos de nuestros errores y mentiras; nada nuevo y verdadero nacerá entre
nosotros; seremos como ciegos que pretenden guiar a otros ciegos. ¡Ven y
conviértenos en discípulos y testigos de Jesús!
Ven Espíritu del Padre y
enséñanos a gritar a Dios "Abba" como lo hacía Jesús. Sin tu calor y
tu alegría, viviremos como huérfanos que han perdido a su Padre; invocaremos a
Dios con los labios, pero no con el corazón; nuestras plegarias serán palabras
vacías. ¡Ven y enséñanos a orar con las palabras y el corazón de Jesús!
Ven Espíritu Bueno y conviértenos
al proyecto del "reino de Dios" inaugurado por Jesús. Sin tu fuerza
renovadora, nadie convertirá nuestro corazón cansado; no tendremos audacia para
construir un mundo más humano, según los deseos de Dios; en tu Iglesia los
últimos nunca serán los primeros; y nosotros seguiremos adormecidos en nuestra
religión burguesa. ¡Ven y haznos colaboradores del proyecto de Jesús!
Ven Espíritu de Amor y enséñanos
a amarnos unos a otros con el amor con que Jesús amaba. Sin tu presencia viva
entre nosotros, la comunión de la Iglesia se resquebrajará; la jerarquía y el
pueblo se irán distanciando siempre más; crecerán las divisiones, se apagará el
diálogo y aumentará la intolerancia. ¡Ven y aviva en nuestro corazón y nuestras
manos el amor fraterno que nos hace parecernos a Jesús!
Ven Espíritu Liberador y
recuérdanos que para ser libres nos liberó Cristo y no para dejarnos oprimir de
nuevo por la esclavitud. Sin tu fuerza y tu verdad, nuestro seguimiento gozoso
a Jesús se convertirá en moral de esclavos; no conoceremos el amor que da vida,
sino nuestros egoísmos que la matan; se apagará en nosotros la libertad que
hace crecer a los hijos e hijas de Dios y seremos, una y otra vez, víctimas de
miedos, cobardías y fanatismos. ¡Ven Espíritu Santo y contágianos la libertad
de Jesús!
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
27 de mayo de 2007
Jn
20,19-23
ALIENTO
DE VIDA
Recibid
el Espíritu Santo.
Los hebreos se hacían una idea
muy bella y real del misterio de la vida. Así describe la creación del hombre
un viejo relato del siglo ix antes de Cristo: El Señor Dios modeló al hombre del barro de la tierra. Luego, soplo en
su nariz aliento de vida. Y así el hombre se convirtió en un viviente.
Es lo que dice la experiencia. El
ser humano es barro. En cualquier momento se puede desmoronar. ¿Cómo caminar
con pies de barro? ¿Cómo mirar la vida con ojos de barro? ¿Cómo amar con
corazón de barro? Sin embargo, este barro ¡vive! En su interior hay un aliento
que le hace vivir. Es el Aliento de Dios. Su Espíritu vivificador.
Al final de su evangelio, Juan ha
descrito una escena grandiosa. Es el momento culminante de Jesús resucitado.
Según su relato, el nacimiento de la Iglesia es una nueva creación. Al enviar a sus discípulos, Jesús sopla su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu
Santo.
Sin el Espíritu de Jesús, la
Iglesia es barro sin vida: una comunidad incapaz de introducir esperanza,
consuelo y vida en el mundo. Puede pronunciar palabras sublimes sin comunicar
«algo» de Dios a los corazones. Puede hablar con seguridad y firmeza sin
afianzar la fe de las personas. ¿De dónde va a sacar esperanza si no es del
aliento de Jesús? ¿Cómo va a defenderse de la muerte sin el Espíritu del
resucitado?
Sin el Espíritu creador de Jesús,
podemos terminar sin que nadie en la Iglesia crea en algo diferente. Todo debe
ser como ha sido. No está permitido soñar con grandes novedades. Lo más seguro
es una religión estática y controlada, que cambie lo menos posible. Lo que
hemos recibido de otros tiempos es también lo mejor para los nuestros. Nuestras
generaciones han de celebrar su fe vacilante con el lenguaje y los ritos de
hace muchos siglos. Los caminos están marcados. No hay que preguntarse por qué.
¿Cómo no gritar con fuerza: ¡ Ven, Espíritu Santo! Ven a tu Iglesia.
Ven a liberamos del miedo, la mediocridad y la falta de fe en tu fuerza
creadora. No hemos de mirar a otros. Hemos de abrir cada uno nuestro propio
corazón.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
30 de mayo de 2004
Jn
20,19-23
ABRIR EL CORAZÓN
Recibid
el Espíritu Santo.
Según la tradición bíblica, el
mayor pecado de una persona es vivir con un «corazón cerrado» y endurecido, un
«corazón de piedra» y no de carne: un corazón obstinado y torcido, un corazón
poco limpio. Quien vive «cerrado», no puede acoger el Espíritu de Dios; no
puede dejarse guiar por el Espíritu de Jesús.
Cuando nuestro corazón está
«cerrado», nuestros ojos no ven, nuestros oídos no oyen. Vivimos separados de
la vida, desconectados. El mundo y las personas están «ahí fuera» y yo estoy
«aquí dentro». Una frontera invisible nos separa del Espíritu de Dios que lo
alienta todo; es imposible sentir la vida como la sentía Jesús. Sólo cuando
nuestro corazón se abre, comenzamos a captarlo todo a la luz de Dios.
Cuando nuestro corazón está
«cerrado», vivimos volcados sobre nosotros mismos, insensibles a la admiración
y la acción de gracias. Dios nos parece un problema y no el Misterio que lo
llena todo. Sólo cuando nuestro corazón se abre, comenzamos a intuir a ese Dios
«en quien vivimos, nos movemos y
existimos». Sólo entonces comenzamos a invocarlo como «Padre», con el mismo Espíritu de Jesús.
Cuando nuestro corazón está
«cerrado», en nuestra vida no hay compasión. No sabemos sentir el sufrimiento
de los demás. Vivirnos indiferentes a los abusos e injusticias que destruyen la
felicidad de tanta gente. Sólo cuando nuestro corazón se abre, empezamos a
intuir con qué ternura y compasión mira Dios a las personas. Sólo entonces
escuchamos la principal llamada de Jesús: «Sed
compasivos como vuestro Padre».
Pablo de Tarso formuló de manera
atractiva una convicción que se vivía entre los primeros cristianos: «El amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». ¿Lo
podernos experimentar también hoy? Lo decisivo es abrir nuestro corazón. Por
eso, nuestra primera invocación al Espíritu ha de ser ésta: «Danos un corazón
nuevo, un corazón de carne, sensible y compasivo, un corazón transformado por
Jesús».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
3 de junio de 2001
Jn
20,19-23
ABIERTOS
AL ESPÍRITU
Recibid
el Espíritu Santo.
No hablan mucho. No se hacen
notar. Su presencia es modesta y callada, pero son la «sal de la tierra».
Mientras haya en el mundo mujeres y hombres atentos al Espíritu y abiertos a Dios,
será posible seguir esperando. Ellos son el mejor regalo para una Iglesia
amenazada por la mediocridad espiritual.
Su influencia no proviene de lo
que hacen ni de lo que hablan o escriben, sino de una realidad más honda. Se
encuentran retirados en los monasterios o escondidos en medio de la gente. No
destacan por su actividad y, sin embargo, irradian energía interior allí donde
están.
No viven de las apariencias. Su
vida nace de lo más hondo de su ser. Viven en armonía consigo mismos, atentos a
hacer coincidir su existencia con la llamada del Espíritu que los habita. Sin
que ellos mismos se den cuenta, son sobre la tierra reflejo del Misterio de
Dios.
Tienen defectos y limitaciones.
No están inmunizados contra el pecado. Pero no se dejan absorber por los
problemas y conflictos de la vida. Vuelven una y otra vez al fondo de su ser.
Se esfuerzan por vivir en presencia de Dios. Él es el centro y la fuente que
unifica sus deseos, palabras y decisiones.
Basta ponerse en contacto con
ellos para tomar conciencia de la dispersión y agitación que hay dentro de
nosotros. Junto a ellos es fácil percibir la falta de unidad interior, el vacío
y la superficialidad de nuestras vidas. Ellos nos hacen intuir dimensiones que
desconocemos.
Estos hombres y mujeres abiertos
al Espíritu son fuente de luz y de vida. Su influencia es oculta y misteriosa.
Establecen con los demás una relación que nace de Dios. Viven en comunión con
personas a las que jamás han visto. Aman con ternura y compasión a gentes que
no conocen. Dios les hace vivir en unión profunda con la creación entera.
En medio de una sociedad
materialista y superficial que tanto descalifica y maltrata los valores del
espíritu, yo quiero, en esta fiesta de Pentecostés, hacer memoria y elogio de
estas personas «espirituales». Ellos nos recuerdan el anhelo más grande del
corazón humano y la Fuente última donde se apaga toda sed.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
31 de mayo de 1998
Jn
20,19-23
EL ARTE
DE ESTAR SOLO
Recibid
el Espíritu Santo.
Todo es prisa y aglomeración en
la vida moderna. Vivimos un ritmo tan apretado que apenas queda hueco para
estar solo. Y, sin embargo, son cada vez más los que sienten el peso de la
soledad. Por otra parte, la soledad es una experiencia compleja. Hay una
soledad mala que empobrece y destruye al individuo. Y hay también una soledad
enriquecedora que ayuda a crecer. Por eso hay personas que sufren la soledad
mientras otras la buscan.
Según los expertos, las
situaciones pueden ser diversas. Hay personas que «están solas y se encuentran
solas». Sienten la falta de compañía. No tienen con quien desahogarse. No
conocen la experiencia de la comunicación confiada con alguien que las escuche
y comprenda. Es fácil entonces la tristeza, el pesimismo o la depresión.
Hay también personas que «están
acompañadas, pero se encuentran solas» Viven rodeadas de muchas gentes, pero se
sienten terriblemente solas. No aciertan a comunicarse. Han perdido la fe en
los demás. Viven enclaustradas en sí mismas. Esta soledad mata la alegría de
vivir.
Hay, sin embargo, personas que
«están solas, pero no se encuentran solas». No hemos de pensar en los
«solitarios» por excelencia, que buscan el «desierto» para vivir su propia
experiencia. Hay quienes necesitan momentos de soledad para encontrarse consigo
mismos y sentirse en contacto más profundo con el mundo que los rodea. Esta
soledad enriquece a la persona.
Por eso, para liberarse de una
soledad dañosa es necesario, sin duda, abrirse a los demás, crear lazos,
dejarse enriquecer por los otros. Pero es también importante saber encontrarse
consigo mismo, escuchar lo mejor que hay en nosotros, acoger la vida que brota
desde dentro.
En ese silencio interior vive el
creyente la presencia del Espíritu de Dios. Sin miedos. Con confianza
ilimitada. A solas con el que sólo es amor y fuerza para vivir. Amando y
sabiéndose amado. Ese tiempo dedicado a silenciar nuestro sistema nervioso y a
tomar conciencia de nuestro enraizamiento en Dios, no es tiempo perdido. En ese
silencio habitado por el Espíritu, Dios nos trabaja, nuestro yo más profundo se
recupera, crece nuestra paz interior, nuestra vida se unifica. De esa
experiencia extrae el creyente las mejores fuerzas para vivir.
En esta fiesta de Pentecostés en
que pedimos a Dios el don de su Espíritu, quiero recordar esas «letrillas» con
que san Juan de la Cruz describe esa
soledad enriquecedora que el Espíritu de Dios nos puede hacer gustar: «Olvido de lo creado; memoria del Creador;
atención a lo interior; y estarse amando al amado.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
4 de junio de 1995
Jn
20,19-23
LO
ESENCIAL
Recibid
el Espíritu Santo.
La Iglesia anda hoy preocupada
por muchas cosas. Las gentes abandonan la práctica religiosa. Dios parece
interesar cada vez menos. Las comunidades cristianas envejecen. Todo son
problemas y dificultades. ¿Qué futuro nos espera? ¿Qué será de la fe en la
sociedad de mañana?
Las reacciones son diversas. Hay
quienes viven añorando con nostalgia aquellos tiempos en que la religión
parecía tener respuesta segura para todo. Bastantes han caído en el pesimismo: es
inútil echar remiendos, el cristianismo se desmorona. Otros buscan soluciones
drásticas: hay que recuperar las seguridades fundamentales, fortalecer la
autoridad, defender la ortodoxia. Sólo una Iglesia disciplinada y fuerte podrá
afrontar el futuro.
Pero, ¿dónde está la verdadera
fuerza de los creyentes? ¿De dónde puede recibir la Iglesia vigor y aliento
nuevo? En las primeras comunidades cristianas se puede observar un hecho
esencial: los creyentes viven de una experiencia que ellos llaman «el Espíritu» y que no es otra cosa que
la comunicación interior del mismo Dios. El es el «dador de vida». El principio vital. Sin el Espíritu, Dios se
ausenta, Cristo queda lejos como un personaje del pasado, el evangelio se
convierte en letra muerta, la Iglesia en pura organización. Sin el Espíritu, la
esperanza es reemplazada por la charlatanería, la misión evangelizadora se
reduce a propaganda, la liturgia se congela, la audacia de la fe desaparece.
Sin el Espíritu, las puertas de
la Iglesia se cierran, el horizonte del cristianismo se empequeñece, la
comunión se resquebraja, el pueblo y la jerarquía se separan. Sin el Espíritu,
la catequesis se hace adoctrinamiento, se produce un divorcio entre teología y
espiritualidad, la vida cristiana se degrada en «moral de esclavos». Sin el
Espíritu, la libertad se asfixia, surge la apatía o el fanatismo, la vida se
apaga.
El mayor pecado de la Iglesia
actual es la «mediocridad espiritual».
Nuestro mayor problema pastoral, el olvido del Espíritu. El pretender sustituir
con la organización, el trabajo, la autoridad o la estrategia lo que sólo puede
nacer de la fuerza del Espíritu. No basta reconocerlo. Es necesario reaccionar
y abrirnos a su acción.
Lo esencial hoy es hacer sitio al
Espíritu. Sin Pentecostés no hay Iglesia. Sin Espíritu no hay evangelización.
Sin la irrupción de Dios en nuestras vidas, no se crea nada nuevo, nada
verdadero. Si no se deja recrear y reavivar por el Espíritu Santo de Dios, la
Iglesia no podrá aportar nada esencial al anhelo del hombre de nuestros días.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
7 de junio de 1992
Jn
20,19-23
UNA VIDA
DIFERENTE
Recibid
el Espíritu Santo.
La vida lleva hoy a muchos
hombres y mujeres a vivir volcados hacia lo exterior, los ruidos, las prisas y
la agitación. Al hombre de hoy le cuesta adentrarse en su propia interioridad.
Tiene miedo a encontrarse consigo mismo, con su propio vacío interior o su
mediocridad.
Por otra parte, se han producido
cambios tan profundos durante estos años que la fe de muchos se ha visto
gravemente sacudida. Son bastantes los que ya no aciertan a rezar. No sienten
nada por dentro. Dios se les ha quedado como algo muy lejano e irreal, alguien
con quien ya no saben encontrarse.
¿Qué puede significar entonces
hablar de Pentecostés o del Espíritu Santo? ¿Puede, acaso, el Espíritu de Dios
liberarnos de esa tentación de vivir siempre huyendo de nosotros mismos? ¿Puede
despertar de nuevo en nosotros la fe en Dios? Y, sobre todo, ¿puede uno abrirse
hoy a la acción del Espíritu?
Tal vez, lo primero es confiar en
Dios que nos comprende y acoge tal como somos, con nuestra mediocridad y falta
de fe. Dios no ha cambiado, por mucho que hayamos cambiado nosotros. Dios sigue
ahí mirando nuestra vida con amor.
Después, necesitamos probablemente
pararnos y, simplemente, estar. Detenernos por un momento para aceptarnos a
nosotros mismos con paz y amor, y escuchar los deseos y la necesidad que hay en
nosotros de una vida diferente y más abierta a Dios.
Es fácil que nos encontremos
llenos de miedos, preocupaciones o confusión. Tal vez, necesitamos purificar
nuestra mirada interior. Despertar en nosotros el deseo de la verdad y la
transparencia ante Dios. Liberarnos de aquello que nos enturbia por dentro y
clarificar qué es lo que deseamos en este momento de nuestra vida.
Es fácil también que la falta de
amor sea la fuente más importante de nuestro malestar. Ese egoísmo que nos
penetra por todas partes, nos encierra en nosotros mismos y nos impide ser más
sensibles a los sufrimientos, necesidades y problemas, incluso de aquellos a
los que decimos querer más. ¿No necesitamos en el fondo vivir de manera más
generosa y desinteresada? ¿No habría más paz y alegría en nuestra vida?
No olvidemos que el Espíritu
Santo es «dador de vida». Siempre que nos abrirnos a su acción, aunque sea de
manera pobre e incierta, él nos hace gustar los frutos de una vida más sana y
acertada: «amor alegría, paz, tolerancia,
agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí» (Ga 5, 22-23).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
14 de mayo de 1989
Jn
20,19-23
EL
ESPIRITU ES DE TODOS
Recibid el
Espíritu Santo.
Nuestra vida está hecha de
múltiples experiencias. Gozos y sinsabores, logros y fracasos, luces y sombras
van entretejiendo nuestro vivir diario llenándonos de vida o agobiando nuestro
corazón.
Pero los hombres no somos capaces
de percibir todo lo que hay en nosotros mismos. Lo que captamos con nuestra
conciencia es sólo una pequeña isla en el mar mucho más amplio y profundo de
nuestra vida. A veces, se nos escapa, incluso, lo más fundamental.
En su precioso libro “Experiencia
espiritual”, K. Rahner nos ha
recordado con vigor esa “experiencia” radicalmente diferente que se da siempre
en nosotros, aunque pase muchas veces desapercibida: la presencia viva del
Espíritu de Dios que trabaja desde dentro nuestro ser.
Una experiencia que queda, casi
siempre, como encubierta por otras muchas que ocupan nuestro tiempo y nuestra
atención. Una presencia que queda como reprimida y oculta bajo otras
impresiones y preocupaciones que se apoderan de nuestro corazón.
A los hombres nos parece que lo
grande y gratuito tiene que ser siempre algo poco frecuente, pero, cuando se
trata de Dios, no es así.
Ha habido en ciertos sectores del
cristianismo una tendencia a considerar esa presencia viva del Espíritu como
algo reservado más bien a personas elegidas y selectas. Una experiencia propia
de creyentes privilegiados, separados de la gran masa.
K. Rahner nos ha
recordado que el Espíritu de Dios está siempre vivo en el corazón del ser
humano pues el Espíritu es sencillamente la comunicación del mismo Dios en lo
más íntimo de nuestra existencia.
Ese Espíritu de Dios se comunica
y regala, incluso, allí donde aparentemente no pasa nada. Allí donde se acepta
la vida y se cumple con sencillez la obligación pesada de cada día.
El Espíritu de Dios sigue
trabajando silenciosamente en el corazón de la gente normal y sencilla, contra
el orgullo y las pretensiones de quienes se sienten en posesión del Espíritu.
La fiesta de Pentecostés es una
invitación a buscar esa presencia del Espíritu de Dios en todos nosotros, no
para presentarla como un trofeo que poseemos frente a otros que no han sido
elegidos, sino para acoger a ese Dios que está en la fuente de toda vida, por
muy pequeña y pobre que nos pueda parecer a nosotros.
El Espíritu de Dios es de todos,
porque el Amor inmenso de Dios no puede olvidar ninguna lágrima, ningún gemido
ni anhelo que nace del corazón del hombre.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
18 de mayo de 1986
Jn
20,19-23
ALIENTO
NUEVO
Exhaló su
aliento sobre ellos.
Vivimos en una sociedad donde
quizás lo más significativo sea su carácter paradójico y hasta contradictorio.
Hemos aprendido a prolongar la
vida con toda clase de técnicas, pero no acertamos luego a darle un contenido y
un sentido satisfactorio.
Hemos logrado elevar el nivel de
bienestar pero son cada día más los que experimentan una sensación difusa de
vacío y malestar.
Se han multiplicado nuestras
relaciones y contactos a través de toda clase de medios de comunicación y, sin
embargo, crece la experiencia de aislamiento y soledad de muchas personas.
Nuestra sociedad está cada vez más poblada de gentes solitarias que buscan
desesperadamente amarse, sin conseguirlo.
Hemos aplicado la racionalidad y
la técnica a todos los sectores de la vida, pero crece en el mundo lo
irracional, la explotación absurda, la violencia y la destrucción.
Movidos por el ansia de tener,
acumulamos cosas y «poseemos» personas, pero experimentamos que no es el camino
acertado para alcanzar la plenitud.
El hombre contemporáneo está
pidiendo a gritos una vida nueva. La humanidad actual tiene «una cabeza
demasiado grande para su alma» (H.
Bergson). Necesitamos un aliento nuevo para humanizar nuestro progreso. Un
alma nueva capaz de vivificar nuestra existencia.
Y no se trata de pensar en una
revolución socio-política ni de derechas ni de izquierdas. Lo que necesitamos
es una transformación radical de actitud.
Lo ha dicho R. Garaudy en diversas ocasiones: «Una de las condiciones
preliminares de la revolución es un
cambio radical de la conciencia. El problema central para mí es el saber
cómo se puede obtener este cambio radical de los hombres antes del cambio
revolucionario de las instituciones de base social y política».
Los creyentes no nos sentimos
huérfanos ante tal empresa. Creemos en el Espíritu como proximidad personal de
Dios a los hombres y como fuerza, energía, luz y poder de gracia para orientar
nuestra historia hacia adelante, hacia su consumación final.
Lo que necesitamos es acrecentar
nuestra sensibilidad ante el Espíritu y acoger responsablemente la acción de
Dios que, desde el fondo de la vida y lo mejor de nuestro ser, nos llama a
caminar desde la hostilidad a la hospitalidad, desde el aislamiento egoísta
hacia la fraternidad, del acumular para tener a la plenitud de ser.
Como dijo Juan Pablo II en Hiroshima, la vida de este planeta depende de «un
único factor: la humanidad debe hacer una verdadera revolución moral».
Pero esta revolución no se hará
si no escuchamos con cuidado y amor la acción profunda del Espíritu de Dios en
Nosotros. «Lo que sucede en la profundidad de nuestro ser es digno de todo
nuestro amor» (R.M. Rilke).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
22 de mayo de 1983
Jn
20,19-23
HABLAR
LENGUAS DIFERENTES
Recibid
el Espíritu Santo.
La palabra es, sin duda, uno de
los rasgos más maravillosos que caracterizan al hombre. Los animales y las
plantas no hablan.
Hablar es poder expresarnos y
descubrir nuestra propia verdad. Poder comunicarnos con el otro, salir de
nosotros mismos y encontrarnos con los demás. La palabra cuando es auténtica es
diálogo, encuentro y comunión interpersonal.
Pero, la palabra y el lenguaje de
los hombres pueden ser falseados y perder toda su profunda verdad. No es un
«mito ingenuo» el episodio de Babel en el que la tradición bíblica supo plasmar
tan vigorosamente la tragedia de los hombres condenados, al parecer, a no
entenderse.
Cuántas veces los hombres se ven
obligados a abandonar su empresa y renunciar a la construcción de una ciudad
nueva, separados y divididos por su incapacidad de hablar un mismo lenguaje.
La incomunicación, la ruptura del
diálogo, el mutuo rechazo y la incomprensión recíproca, no conduce nunca a
construir y levantar nada verdaderamente humano.
Y uno se pregunta qué «nueva ciudad»
se puede levantar entre nosotros si no logramos escucharnos los unos a los
otros. Partidos que no se esfuerzan por comprender la postura y las razones en
las que se funda el adversario. Líderes políticos preocupados de imponernos sus
programas sin detenerse nunca a valorar respetuosamente lo que de positivo y
justo se puede encontrar en sus oponentes. Masas de hombres y mujeres que
gritan violentamente sus consignas con la única finalidad de tapar la del
contrario.
¿ Qué se puede construir cuando
la voz de las metralletas sustituye al diálogo de los hombres, y cuando las
amenazas y la violencia están logrando ya que las personas no se atrevan a
manifestar sus propias convicciones?
Necesitamos un Espíritu nuevo que
nos enseñe a dialogar como hermanos. Un Espíritu que nos ayude a entender el
lenguaje del adversario. El Espíritu que nos descubra que todos somos hermanos
y tolos podemos gritar a Dios: «Padre».
El Espíritu que nos libere de la
amenaza de convertir nuestro pueblo en una nueva Babel, incapaz de construir un
futuro de fraternidad. El Espíritu que nos libere del radicalismo, la
intransigencia, el sectarismo que nos alejan cada vez más de toda colaboración
eficaz.
¡Ojalá escuchemos entre nosotros
aquellas palabras de Pablo a las primeras comunidades cristianas: «No apaguéis
el Espíritu»! No apaguéis vuestra fe en el Padre de todos. No apaguéis vuestra
esperanza en una sociedad más fraterna.
José Antonio Pagola
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