El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (C)
SEGUNDA LECTURA
Cada vez que coméis y
bebéis, proclamáis la muerte del Señor.
Lectura de la
primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11,23-26
Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que
procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la
noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de
gracias, lo partió y dijo:
- Esto es mi cuerpo, que se
entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.
Lo mismo hizo con el cáliz,
después de cenar, diciendo:
- Este cáliz es la nueva alianza
sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.
Por eso, cada vez que coméis de
este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Comieron todos y se
saciaron.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 9,11b-17
En aquel tiempo, Jesús se puso a
hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le
acercaron a decirle:
- Despide a la gente; que vayan a
las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí
estamos en descampado.
Él les contestó:
- Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron:
- No tenemos más que cinco panes
y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.
Porque eran unos cinco mil
hombres.
Jesús dijo a sus discípulos:
- Decidles que se echen en grupos
de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se
echaron.
Él, tomando los cinco panes y los
dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los
partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente.
Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
29 de mayo de 2016
HACER
MEMORIA DE JESÚS
Comieron
todos.
Al narrar la última Cena de Jesús
con sus discípulos, las primeras generaciones cristianas recordaban el deseo
expresado de manera solemne por su Maestro: «Haced
esto en memoria mía». Así lo recogen el evangelista Lucas y Pablo, el
evangelizador de los gentiles.
Desde su origen, la Cena del
Señor ha sido celebrada por los cristianos para hacer memoria de Jesús,
actualizar su presencia viva en medio de nosotros y alimentar nuestra fe en él,
en su mensaje y en su vida entregada por nosotros hasta la muerte. Recordemos
cuatro momentos significativos en la estructura actual de la misa. Los hemos de
vivir desde dentro y en comunidad.
La
escucha del Evangelio. Hacemos memoria de Jesús cuando escuchamos en los evangelios el
relato de su vida y su mensaje. Los evangelios han sido escritos, precisamente,
para guardar el recuerdo de Jesús alimentando así la fe y el seguimiento de sus
discípulos.
Del relato evangélico no
aprendemos doctrina sino, sobre todo, la manera de ser y de actuar de Jesús,
que ha de inspirar y modelar nuestra vida. Por eso, lo hemos de escuchar en
actitud de discípulos que quieren aprender a pensar, sentir, amar y vivir como
él.
La
memoria de la Cena. Hacemos memoria de la acción salvadora de Jesús escuchando con
fe sus palabras: "Esto es mi cuerpo. Vedme en estos trozos de pan
entregándome por vosotros hasta la muerte... Éste es el cáliz de mi sangre. La
he derramado para el perdón de vuestros pecados. Así me recordaréis siempre. Os
he amado hasta el extremo".
En este momento confesamos
nuestra fe en Jesucristo haciendo una síntesis del misterio de nuestra
salvación: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor
Jesús". Nos sentimos salvados por Cristo nuestro Señor.
La
oración de Jesús. Antes de comulgar, pronunciamos la oración que nos enseñó Jesús.
Primero, nos identificamos con los tres grandes deseos que llevaba en su
corazón: el respeto absoluto a Dios, la venida de su reino de justicia y el
cumplimiento de su voluntad de Padre. Luego, con sus cuatro peticiones al
Padre: pan para todos, perdón y misericordia, superación de la tentación y
liberación de todo mal.
La
comunión con Jesús. Nos acercamos como pobres, con la mano tendida; tomamos el Pan
de la vida; comulgamos haciendo un acto de fe; acogemos en silencio a Jesús en
nuestro corazón y en nuestra vida: "Señor, quiero comulgar contigo, seguir
tus pasos, vivir animado con tu espíritu y colaborar en tu proyecto de hacer un
mundo más humano".
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
2 de junio de 2013
EN MEDIO
DE LA CRISIS
La crisis económica va a ser
larga y dura. No nos hemos de engañar. No podremos mirar a otro lado. En
nuestro entorno más o menos cercano nos iremos encontrando con familias
obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas de desahucio, vecinos
golpeados por el paro, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud
o medicación.
Nadie sabe muy bien cómo irá
reaccionando la sociedad. Sin duda, irá creciendo la impotencia, la rabia y la
desmoralización de muchos. Es previsible que aumenten los conflictos y la
delincuencia. Es fácil que crezca el egoísmo y la obsesión por la propia
seguridad.
Pero también es posible que vaya
creciendo la solidaridad. La crisis nos puede hacer más humanos. Nos puede
enseñar a compartir más lo que tenemos y no necesitamos. Se pueden estrechar
los lazos y la mutua ayuda dentro de las familias. Puede crecer nuestra
sensibilidad hacia los más necesitados. Seremos más pobres, pero podemos ser
más humanos.
En medio de la crisis, también
nuestras comunidades cristianas pueden crecer en amor fraterno. Es el momento
de descubrir que no es posible seguir a Jesús y colaborar en el proyecto
humanizador del Padre sin trabajar por una sociedad más justa y menos corrupta,
más solidaria y menos egoísta, más responsable y menos frívola y consumista.
Es también el momento de
recuperar la fuerza humanizadora que se encierra en la eucaristía cuando es
vivida como una experiencia de amor confesado y compartido. El encuentro de los
cristianos, reunidos cada domingo en torno a Jesús, ha de convertirse en un
lugar de concienciación y de impulso de solidaridad práctica.
La crisis puede sacudir nuestra
rutina y mediocridad. No podemos comulgar con Cristo en la intimidad de nuestro
corazón sin comulgar con los hermanos que sufren. No podemos compartir el pan
eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan y
de justicia. Es una burla darnos la paz unos a otros olvidando a los que van
quedando excluidos socialmente.
La celebración de la eucaristía
nos ha de ayudar a abrir los ojos para descubrir a quiénes hemos de defender,
apoyar y ayudar en estos momentos. Nos ha de despertar de la “ilusión de
inocencia” que nos permite vivir tranquilos, para movernos y luchar solo cuando
vemos en peligro nuestros intereses. Vivida cada domingo con fe, nos puede
hacer más humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos puede ayudar a vivir la
crisis con lucidez cristiana, sin perder la dignidad ni la esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
6 de junio de 2010
HACER
MEMORIA DE JESÚS
(Ver homilía del ciclo C -
2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
7 de junio de 2007
CADA
DOMINGO
Comieron
todos y se saciaron.
Para celebrar la eucaristía
dominical no basta con seguir las normas prescritas o pronunciar las palabras
obligadas. No basta tampoco cantar, santiguarse o damos la paz en el momento
adecuado. Es muy fácil asistir a misa y no celebrar nada en el corazón; oír las
lecturas correspondientes y no escuchar la voz de Dios; comulgar piadosamente
sin comulgar con Cristo; damos la paz sin reconciliamos con nadie. ¿Cómo vivir
la misa del domingo como una experiencia que renueve y fortalezca nuestra fe?
Para empezar, es necesario
escuchar desde dentro con atención y alegría la Palabra de Dios y, en concreto, el evangelio de Jesús. Durante la
semana hemos visto la televisión, hemos escuchado la radio y hemos leído la
prensa. Vivimos aturdidos por toda clase de mensajes, voces, ruidos, noticias,
información y publicidad. Necesitamos escuchar otra voz diferente que nos cure
por dentro.
Es un respiro escuchar las
palabras directas y sencillas de Jesús. Traen verdad a nuestra vida. Nos
liberan de engaños, miedos y egoísmos que nos hacen daño. Nos enseñan a vivir
con más sencillez y dignidad, con más sentido y esperanza. Es una suerte hacer
el recorrido de la vida guiados cada domingo por la luz del evangelio.
La plegaria eucarística constituye el momento central. No nos podemos
distraer. «Levantamos el corazón» para dar gracias a Dios. Es bueno, es justo y
necesario agradecer a Dios por la vida, por la creación entera, por el regalo
que es Jesucristo. La vida no es sólo trabajo, esfuerzo y agitación. Es también
celebración, acción de gracias y alabanza a Dios. Es un respiro reunimos cada
domingo para sentir la vida como regalo y dar gracias al Creador.
La comunión con Cristo es decisiva. Es el momento de acoger a Jesús en
nuestra vida para experimentarlo en nosotros, para identificamos con él y para
dejamos trabajar, consolar y fortalecer por su Espíritu.
Todo esto no lo vivimos
encerrados en nuestro pequeño mundo. Cantamos juntos el Padrenuestro
sintiéndonos hermanos de todos. Le pedimos que a nadie le falte el pan ni el
perdón. Nos damos la paz y la buscamos para todos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
10 de junio de 2004
UNA
DESPEDIDA INOLVIDABLE
Comieron
todos.
Celebrar la eucaristía es revivir
la última cena que Jesús celebró con sus discípulos y discípulas la víspera de
su ejecución. Ninguna explicación teológica, ninguna ordenación litúrgica,
ninguna devoción interesada nos ha de alejar de la intención original de Jesús.
¿Cómo diseño él aquella cena? ¿Qué es lo que quería dejar grabado para siempre
en sus discípulos? ¿Por qué y para qué debían seguir reviviendo una y otra vez
aquella despedida inolvidable?
Antes que nada, Jesús quería
contagiarles su esperanza indestructible en el reino de Dios. Su muerte era
inminente; aquella cena era la última. Pero un día se sentaría a la mesa con
una copa en sus manos para beber juntos un «vino nuevo». Nada ni nadie podrá
impedir ese banquete final del Padre con sus hijos e hijas. Celebrar la
eucaristía es reavivar la esperanza: disfrutar desde ahora con esa fiesta que
nos espera con Jesús, junto al Padre.
Jesús quería, además, prepararlos
para aquel duro golpe de su ejecución. No han de hundirse en la tristeza. La
muerte no romperá la amistad que los une. La comunión no quedará rota.
Celebrando aquella cena podrán alimentarse de su recuerdo, su presencia y su
espíritu. Celebrar la eucaristía es alimentar nuestra adhesión a Jesús, vivir
en contacto con él, seguir unidos.
Jesús quiso que los suyos nunca
olvidaran lo que había sido su vida: una entrega total al proyecto de Dios. Se
lo dijo mientras les distribuía un trozo de pan a cada uno: «Esto es mi cuerpo;
recordadme así: entregándome por vosotros hasta el final para haceros llegar la
bendición de Dios». Celebrar la eucaristía es comulgar con Jesús para vivir
cada día de manera más entregada, trabajando por un mundo más humano.
Jesús quería que los suyos se
sintieran comunidad. A los discípulos les tuvo que sorprender lo que Jesús hizo
al final de la cena. En vez de beber cada uno de su copa, como era costumbre,
Jesús les invitó a todos a beber de una sola: ¡la suya! Todos compartirían la
«copa de salvación» bendecida por él. En ella veía Jesús algo nuevo: «Ésta es la nueva alianza en mi sangre».
Celebrar la eucaristía es alimentar el vínculo que nos une entre nosotros y con
Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
14 de junio de 2001
PRIMERA
COMUNIÓN
Comieron
todos.
Un gesto repetido una y otra vez
puede fácilmente desgastarse. La práctica rutinaria nos lleva a olvidar su
verdadero sentido y a desvirtuar su contenido. Así nos puede ocurrir con ese
gesto hondo y entrañable que consiste en acercarnos a recibir a Cristo en la
comunión. ¿Cómo comulgar de manera nueva?
Lo primero es despertar nuestra
alegría. Nos sentimos «dichosos» de sabernos llamados a la mesa del Señor. No
comulgamos de rodillas en actitud penitencial, sino de pie, sabiendo que Cristo
resucitado nos ha devuelto la dignidad de hijos de Dios. Por eso, es normal que
nos acerquemos cantando.
Al mismo tiempo, reconocemos
nuestra mediocridad repitiendo las palabras del centurión: «Yo no soy digno de que entres en mi casa...» Por eso, comulgamos
extendiendo nuestra mano como pobres mendigos que necesitan recibir el pan de
la vida.
Comulgamos haciendo un acto de
fe. El que da la comunión presenta el pan consagrado diciendo: «El cuerpo de
Cristo». El que comulga responde: «Amén». Esta sencilla palabra hebrea viene a
significar: «Yo creo». El creyente comulga diciendo interiormente: «Yo creo en
la presencia de Cristo en este humilde gesto. Creo que el Resucitado viene a
alimentar mi vida en esta comunión».
Comulgar es mucho más que
introducir el pan consagrado en nuestra boca. Comulgamos acogiendo a Cristo en
nuestra vida. Por eso es tan importante retirarnos en silencio para abrir
nuestro corazón al Resucitado: «Yo te acojo, limpia mi corazón, transforma mi
vida. Quiero vivir de tu verdad y de tu espíritu. Quiero ser como eras tú,
vivir y amar como vivías y amabas tú». En ese silencio profundo vamos
comulgando con Cristo.
Hace algún tiempo, hablaba yo de
todo esto con un cristiano practicante entrado ya en años. A las pocas semanas,
me llamó para decirme más o menos estas palabras: «Después de tantos años de
comulgar todos los domingos, tengo la impresión de estar haciendo ahora la
“primera comunión”». Tal vez, todos necesitamos aprender a comulgar de manera
nueva y más viva. Nuestra fe crecería.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
11 de junio de 1998
CUIDADO
CON LA EUCARISTÍA
Comieron
todos.
Los cristianos repetimos con
frecuencia que la eucaristía es el centro vital de la Iglesia y la experiencia
nuclear de la vida cristiana. Y realmente es así. Lo recordó con fuerza
especial el Concilio Vaticano II: “No se
construye ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la
celebración de la eucaristía.”
Sin embargo, a lo largo de los
siglos, se ha hecho de todo con la Cena
del Señor. La misa ha servido de marco para celebrar homenajes y escuchar
grandes conciertos; se han organizado “misas de campaña” para animar al combate
a los ejércitos; se han hecho funerales para defender una determinada
ideología. Es evidente que en todo esto no se busca precisamente celebrar “el
memorial del Señor”, sino algo mucho más ambiguo y confuso.
Sin llegar a estos abusos, la
eucaristía queda vacía también de su contenido esencial cuando se convierte en
práctica rutinaria sin repercusión alguna en nuestras vidas. Esas misas no
construyen comunidad ni alimentan la vida cristiana. Al contrario, como dice J. von Allmen: “La Cena hace enfermar a la
Iglesia cuando no es el lugar de un amor confesado y compartido“.
Es una contradicción grave
comulgar con Cristo todos los domingos en la más recogida intimidad, y no
preocuparnos durante la semana de comulgar con los hermanos; compartir el pan
eucarístico, e ignorar el hambre de millones de seres humanos privados de pan,
justicia y paz; celebrar el “sacramento del amor”, y no revisar nuestros
egoísmos individuales y colectivos o nuestra apatía ante situaciones de
injusticia y olvido de los más desvalidos; escuchar la Palabra de Dios en las
Escrituras, y no oír los gritos de sus hijos más necesitados; darnos todos los domingos
el abrazo de paz, y no trabajar por hacerla realidad entre nosotros.
Vivida así, la eucaristía no
provoca conversión ni pone en seguimiento de Cristo. Al contrario, puede
convertirse en “coartada religiosa” que, al ofrecer la satisfacción del deber
religioso cumplido, refuerza inconscientemente lo que J. B. Metz ha llamado «el
“status quo” de nuestros corazones aburguesados». Se exhorta mucho a los
cristianos a que no dejen de participar en la eucaristía dominical, En esta
fiesta del Corpus yo quiero hacer oír otro grito: ¡Cuidado con la eucaristía
vivida de manera rutinaria!
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
15 de junio de 1995
CADA
MOMENTO
Comieron
todos.
Son bastantes las personas que
«asisten» a misa sin saber exactamente cómo vivir cada momento de la
celebración. Sin embargo, sólo esta participación personal puede hacer de cada
eucaristía una experiencia viva capaz de alimentar la vida del creyente.
El canto
de entrada y el saludo del sacerdote nos ayudan a «entrar» en el
clima de la celebración. Atrás queda una semana de trabajos y preocupaciones.
Ahora me encuentro junto a otros creyentes como yo. Juntos vamos a vivir esa
experiencia que nos desea el que preside. Quiero acoger la «gracia» de Cristo, recordar el «amor»
del Padre y sentirme unidos los demás por la «comunión» del Espíritu Santo.
Entramos ahora en el rito penitencial. Unos breves momentos
para recordar que también a lo largo de esta semana he sido egoísta y mediocre.
«Señor, ten piedad». Me acerco a Ti
buscando ni gracia y tu perdón.
La
Liturgia de la Palabra es el momento de sentarme para escuchar la
Palabra de Dios. Todos los días veo la televisión, escucho la radio, leo los
periódicos y hablo con la gente. Pero necesito escuchar algo diferente. ¿Qué me
quiere decir Dios? Llega la lectura del
evangelio. Me pongo de pie. Quiero estar atento a las palabras de Jesús. Me
pueden ayudar a vivir la próxima semana de forma más humana y esperanzada.
Después de escuchar la Palabra de
Dios, recitamos el Credo. Es un gesto
importante de la comunidad creyente. Todos los domingos, puestos de pie,
confesamos nuestra fe. También yo. No puedo detenerme en cada frase, pero
quiero sentirme creyente, a pesar de mis dudas y de mi debilidad. «Creo, Señor, pero ayuda a mi poca fe.»
Después del ofertorio, comienza
la «Plegaria eucarística», el momento
central de la misa. El sacerdote nos invita a «levantar el corazón» para dar gracias a Dios. Quiero hacerlo de
verdad. Es bueno, es justo y necesario darte gracias siempre y en todo lugar a
Ti, Padre Santo y Bueno. A veces no acierto a creer, pero no quiero que se me
pase la vida sin darte gracias por la creación, por mi vida, por Jesucristo
nuestro Salvador. Es lo más grande que puedo hacer este domingo.
Se acerca el momento de la comunión. Quiero prepararme bien. Voy a
cantar el Padre nuestro sintiéndole a
Dios como Padre y sintiéndome más hermano de todos. Luego haré el gesto de la paz. Quiero vivir dando mi
mano a todos, buscando siempre la unión y la paz. Sólo entonces me acercaré a
comulgar. Sé que no soy digno, pero el Señor me entiende. Necesito sentirme
reconfortado y fortalecido interiormente. Necesito sentirle a Cristo cerca,
dentro de mí. Quiero acogerlo en mi vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
18 de junio de 1992
CON
CARIÑO Y HUMOR
Comieron
todos.
He aquí algunas sugerencias,
pensadas con cariño y algo de humor para ser seguidas por aquellos a quienes la
misa "no les dice nada".
Al oír, en la mañana del domingo,
la llamada de las campanas que invitan a los creyentes a la oración y la acción
de gracias a Dios, no las dejes resonar en tu interior. Bastante ocupado estás
en organizarte bien el domingo.
Nunca llegues a la iglesia con
tiempo suficiente para estar unos minutos en silencio y prepararte para vivir
la celebración. Es mejor entrar a última hora de manera atropellada. Así se te
hará todo más corto.
Colócate lo más atrás posible. Es
más difícil seguir de cerca lo que se realiza en el altar, pero se domina mejor
la situación y se está más tranquilo. Además, puedes salir de los primeros.
A ser posible, no abras la boca
en toda la celebración ni para cantar ni para unirte a la oración. Esto es para
personas más "piadosas". A ti te va más una postura seria y digna.
Si te animas a cantar algún
canto, no se te ocurra fijarte en la letra para ver qué estás diciendo. Lo
importante es que la canción salga bien y "suene" de manera
agradable. Ya habrá tiempo para comunicarte con Dios.
Al sentarte para oír la Palabra de
Dios, no escuches el mensaje de las lecturas bíblicas. Es un buen momento para
ponerte cómodo y descansar. Puedes observar qué personas han acudido a misa. Las
palabras del lector te servirán de "música de fondo".
La homilía puede ser un momento
más interesante o un verdadero ejercicio de "paciencia", todo hay que
decirlo. En cualquier caso, ya te sabes más o menos lo que dirá el sacerdote.
Puedes, incluso, comentarlo a la salida. Pero no se te ocurra escuchar
interpelación o llamada alguna para ti.
Aprovecha los momentos de
silencio (desgraciadamente, no suelen ser muchos) para recordar lo que tienes
que hacer al salir de misa. No entres dentro de ti para dar gracias a Dios o
pedirle perdón. A ti no te van esas cosas.
Al comulgar, muestra tu habilidad
en hacerlo de manera rápida y ágil. Así podrás pasar revista a los que vienen
después de ti. Al llegar a tu sitio, no te recojas interiormente para
comunicarte con Cristo. Eso se hacía antes del Concilio.
Sobre todo, sé rápido al final
porque ya sabes cómo se amontona luego la gente. No necesitas quedarte a
recibir la bendición de Dios. El te quiere y te bendice, incluso cuando estás
ya fuera del templo.
Pero, eso sí. Cuando el sacerdote
diga en la misa: "Levantemos el corazón", tú no abras la boca. No digas
"Lo tenemos levantado hacia el Señor";.no lo digas porque no es
verdad. Todavía no has "levantado tu corazón" hacia el Señor; y, si
no lo haces, difícilmente te podrá decir algo la misa.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
25 de mayo de 1989
Título
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José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
29 de mayo de 1986
Título
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José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
2 de junio de 1983
Título
---
José Antonio Pagola
Para
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