El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.
¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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34º domingo Tiempo ordinario - Solemnidad de JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (A)
EVANGELIO
Se sentará en el trono de su gloria y separará a
unos de otros.
+
Lectura del santo evangelio según san Mateo 25, 31-46
En aquel tiempo,'
dijo Jesús a sus discípulos:
-«Cuando venga en
su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el
trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones.
Él separará a unos
de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.
Y pondrá las ovejas
a su derecha y las cabras a su izquierda.
Entonces dirá el
rey a los de su derecha:
"Venid
vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde
la creación del mundo.
Porque tuve hambre
y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me
hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la
cárcel y vinisteis a verme."
Entonces los justos
le contestarán:
"Señor,
¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?;
¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo
te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?»
Y el rey les
dirá: "Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos,
mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis."
Y entonces dirá a
los de su izquierda:
"Apartaos de
mi, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque
tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui
forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en
la cárcel y no me visitasteis."
Entonces también
éstos contestarán:
"Señor,
¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la
cárcel, y no te asistimos?"
Y él replicará:
"Os aseguro
que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo
hicisteis conmigo."
Y éstos irán al
castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»
Palabra de Dios.
HOMILIA
2013-2014 -
23 de noviembre de 2014
GRACIAS A
TODOS
Por estos días se cumplen 34 años
desde que comencé a escribir mi comentario semanal al evangelio de cada
domingo. Primeramente, a través de la prensa y la radio de mi ciudad de San
Sebastián (España). Luego, a través de internet por medio de la Red
evangelizadora Buenas Noticias. Siento que me ha llegado el momento de cerrar
este ciclo, tan estimulante y enriquecedor para mí.
No me retiro de mi actividad
evangelizadora ni de mi oficio de escritor, pero, a mi edad, necesito más
tiempo y sosiego para poder trabajar con otro ritmo en proyectos que todavía
puedo llevar adelante. Mientras tenga fuerzas, quiero vivir mis últimos años contribuyendo al impulso de esa renovación de
la Iglesia a la que nos está llamando el papa Francisco. En concreto, quiero
seguir promoviendo de diversas maneras la conversión a Jesús, a su Evangelio y
a su proyecto humanizador del reino de Dios.
Este será pues mi último envío.
Sin embargo, también en el futuro seguiréis recibiendo, desde grupos de Jesus,
comentarios míos de cada domingo, seleccionados de los muchos que he escrito.
También los podréis encontrar en la Web buenanoticia.net. Por otra parte, sabed
que una selección muy completa de mis comentarios están ya publicados en cuatro
pequeños volúmenes: en español (Ed. PPC); en catalán (Ed. Claret); en italiano
(Ed. Borla); en brasileiro (Ed. Vozes).
Y se están publicando los primeros volúmenes en inglés y en euskara.
En estos momentos solo siento un
agradecimiento grande a todos. En primer lugar, a la querida comunidad del
Carmelo de Hondarribia, que con tanta entrega y generosidad os habéis encargado
de enviar el comentario de cada semana, superando a veces no pocas
dificultades. Luego, a los traductores/as que, con vuestro trabajo oculto y
gratuito, habéis hecho posible la difusión del Evangelio en diferentes lenguas.
Quiero también agradecer a
quienes a través de páginas Web, servicios y periódicos digitales, radios,
revistas, multicopias... habéis hecho llegar mi comentario evangélico hasta los
lugares más insospechados de la Tierra. Siento un agradecimiento especial a
tantos cientos de personas que, desde vuestro ordenador personal lo habéis enviado
a misioneros, a personas mayores o enfermas, a gentes alejadas...
Esta red evangelizadora que hemos
formado entre todos a lo largo de estos años no debe romperse. Vamos a
utilizar los comentarios que nos irán
llegando o los textos que tenemos en nuestros ordenadores para seguir difundiendo cada semana la Buena
Noticia de Jesús. No perdamos nunca la confianza en él. Jesús renovará nuestra
fe y salvará a su Iglesia de esta crisis.
José Antonio Pagola
Enlaces
de internet donde encontrareis los nuevos servicios:
|
|
Red Buenas noticias.
|
|
Grupos de Jesús
|
|
Correo de contacto coordinador para los Grupos de Jesús y Red Buenas
Noticias
|
|
En el blog de la Iglesia de Sopela podréis encontrar todos los comentarios
semanales al evangelio de cada domingo escritas por José Antonio Pagola en
estos 34 años.
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HOMILIA
2014-2015 -
23 de noviembre de 2014
UN JUICIO
EXTRAÑO
Las fuentes no admiten dudas.
Jesús vive volcado hacia aquellos que ve necesitados de ayuda. Es incapaz de
pasar de largo. Ningún sufrimiento le es ajeno. Se identifica con los más
pequeños y desvalidos y hace por ellos todo lo que puede. Para él la compasión
es lo primero. El único modo de parecernos a Dios: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».
¿Cómo nos va a extrañar que, al
hablar del Juicio final, Jesús presente la compasión como el criterio último y
decisivo que juzgará nuestras vidas y nuestra identificación con él? ¿Cómo nos
va a extrañar que se presente identificado con todos los pobres y desgraciados
de la historia?
Según el relato de Mateo,
comparecen ante el Hijo del Hombre, es decir, ante Jesús, el compasivo, «todas
las naciones». No se hacen diferencias entre «pueblo elegido» y «pueblo
pagano». Nada se dice de las diferentes religiones y cultos. Se habla de algo
muy humano y que todos entienden: ¿Qué hemos hecho con todos los que han vivido
sufriendo?
El evangelista no se detiene
propiamente a describir los detalles de un juicio. Lo que destaca es un doble diálogo
que arroja una luz inmensa sobre nuestro presente, y nos abre los ojos para ver
que, en definitiva, hay dos maneras de reaccionar ante los que sufren: nos
compadecemos y les ayudamos, o nos desentendemos y los abandonamos.
El que habla es un Juez que está
identificado con todos los pobres y necesitados: «Cada vez que ayudasteis a uno de estos mis pequeños hermanos, lo
hicisteis conmigo». Quienes se han acercado a ayudar a un necesitado, se
han acercado a él. Por eso han de estar junto a él en el reino: «Venid, benditos de mi Padre».
Luego se dirige a quienes han
vivido sin compasión: «Cada vez que no
ayudasteis a uno de estos pequeños, lo dejasteis de hacer conmigo». Quienes
se han apartado de los que sufren, se han apartado de Jesús. Es lógico que ahora
les diga: «Apartaos de mí». Seguid
vuestro camino...
Nuestra vida se está jugando
ahora mismo. No hay que esperar ningún juicio. Ahora nos estamos acercando o
alejando de los que sufren. Ahora nos estamos acercando o alejando de Cristo.
Ahora estamos decidiendo nuestra vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
20 de noviembre de 2011
LO DECISIVO
El relato no es propiamente una parábola sino una
evocación del juicio final de todos los pueblos. Toda la escena se concentra en
un diálogo largo entre el Juez que no es otro que Jesús resucitado y dos grupos
de personas: los que han aliviado el sufrimiento de los más necesitados y los
que han vivido negándoles su ayuda.
A lo largo de los siglos los cristianos han visto en
este diálogo fascinante "la mejor recapitulación del Evangelio",
"el elogio absoluto del amor solidario" o "la advertencia más
grave a quienes viven refugiados falsamente en la religión". Vamos a
señalar las afirmaciones básicas.
Todos los hombres y mujeres sin excepción serán
juzgados por el mismo criterio. Lo que da un valor imperecedero a la vida no es
la condición social, el talento personal o el éxito logrado a lo largo de los
años. Lo decisivo es el amor práctico y solidario a los necesitados de
ayuda.
Este amor se traduce en hechos muy concretos. Por
ejemplo, «dar de comer», «dar
de beber», «acoger al inmigrante», «vestir al desnudo», «visitar
al enfermo o encarcelado». Lo decisivo ante Dios no son las acciones
religiosas, sino estos gestos humanos de ayuda a los necesitados. Pueden brotar
de una persona creyente o del corazón de un agnóstico que piensa en los que
sufren.
El grupo de los que han ayudado a los necesitados
que han ido encontrando en su camino, no lo han hecho por motivos religiosos.
No han pensado en Dios ni en Jesucristo. Sencillamente han buscado aliviar un
poco el sufrimiento que hay en el mundo. Ahora, invitados por Jesús, entran en
el reino de Dios como "benditos del
Padre".
¿Por qué es tan decisivo ayudar a los necesitados y
tan condenable negarles la ayuda? Porque, según revela el Juez, lo que se hace
o se deja de hacer a ellos, se le está haciendo o dejando de hacer al mismo
Dios encarnado en Cristo. Cuando abandonamos a un necesitado, estamos
abandonando a Dios. Cuando aliviamos su sufrimiento, lo estamos haciendo con
Dios.
Este sorprendente mensaje nos pone a todos mirando a
los que sufren. No hay religión verdadera, no hay política progresista, no hay
proclamación responsable de los derechos humanos si nos es defendiendo a los
más necesitados, aliviando su sufrimiento y restaurando su dignidad.
En cada persona que sufre Jesús sale a nuestro
encuentro, nos mira, nos interroga y nos suplica. Nada nos acerca más a él que
aprender a mirar detenidamente el rostro de los que sufren con compasión. En
ningún lugar podremos reconocer con más verdad el rostro de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
23 de noviembre de 2008
UN JUICIO
SORPRENDENTE
Lo
hicisteis conmigo.
Las fuentes no admiten dudas.
Jesús vive volcado hacia aquellos que ve necesitados de ayuda. Es incapaz de
pasar de largo. Ningún sufrimiento le es ajeno. Se identifica con los más
pequeños y desvalidos y hace por ellos todo lo que puede. Para él la compasión
es lo primero. El único modo de parecernos a Dios: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».
¿Cómo nos va a extrañar que, al
hablar del Juicio final, Jesús presente la compasión como el criterio último y
decisivo que juzgará nuestras vidas y nuestra identificación con él? ¿Cómo nos
va a extrañar que se presente identificado con todos los pobres y desgraciados
de la historia?
Según el relato de Mateo,
comparecen ante el Hijo del Hombre, es decir, ante Jesús, el compasivo, «todas
las naciones». No se hacen diferencias entre «pueblo elegido» y «pueblo
pagano». Nada se dice de las diferentes religiones y cultos. Se habla de algo
muy humano y que todos entienden: ¿Qué hemos hecho con todos los que han vivido
sufriendo?
El evangelista no se detiene
propiamente a describir los detalles de un juicio. Lo que destaca es un doble
diálogo que arroja una luz inmensa sobre nuestro presente, y nos abre los ojos
para ver que, en definitiva, hay dos maneras de reaccionar ante los que sufren:
nos compadecemos y les ayudamos, o nos desentendemos y los abandonamos.
El que habla es un Juez que está
identificado con todos los pobres y necesitados: «Cada vez que ayudasteis a uno de estos mis pequeños hermanos, lo
hicisteis conmigo». Quienes se han acercado a ayudar a un necesitado, se
han acercado a él. Por eso han de estar junto a él en el reino: «Venid, benditos de mi Padre».
Luego se dirige a quienes han
vivido sin compasión: «Cada vez que no
ayudasteis a uno de estos pequeños, lo dejasteis de hacer conmigo». Quienes
se han apartado de los que sufren, se han apartado de Jesús. Es lógico que
ahora les diga: «Apartaos de mí».
Seguid vuestro camino...
Nuestra vida se está jugando
ahora mismo. No hay que esperar ningún juicio. Ahora nos estamos acercando o
alejando de los que sufren. Ahora nos estamos acercando o alejando de Cristo.
Ahora estamos decidiendo nuestra vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
20 de noviembre de 2005
LO
DECISIVO
Tuve
hambre y me diste de comer.
La parábola del «juicio final»
es, en realidad, una descripción grandiosa del veredicto final sobre la
historia humana. No es fácil reconstruir el relato original de Jesús, pero la
escena nos permite captar la «revolución» que ha introducido en la orientación
del mundo.
Allí están gentes de todas las
razas y pueblos, de todas las culturas y religiones. Se va a escuchar la última
palabra que lo esclarecerá todo. Dos grupos van emergiendo de aquella
muchedumbre. Unos son llamados a recibir la bendición de Dios: son los que se
han acercado con compasión a los necesitados y han hecho por ellos lo que
podían. Otros son invitados a apartarse: han vivido indiferentes al sufrimiento
de los demás.
Lo que va a decidir la suerte
final no es la religión en la que uno ha vivido ni la fe que ha confesado
durante su vida. Lo decisivo es vivir con compasión ayudando a quien sufre y
necesita nuestra ayuda. Lo que se hace a gentes hambrientas, inmigrantes
indefensos, enfermos desvalidos o encarcelados olvidados por todos, se le está
haciendo al mismo Dios. La religión más agradable al Creador es la ayuda al que
sufre.
En la escena evangélica no se
pronuncian grandes palabras como «justicia», «solidaridad» o «democracia».
Sobran todas, si no hay ayuda real a los que sufren. Jesús habla de comida,
ropa, algo de beber, un techo para resguardarse.
No se habla tampoco de «amor». A
Jesús le resultaba un lenguaje demasiado abstracto. No lo usó prácticamente
casi nunca. Aquí se habla de cosas tan concretas como «dar de comer», «vestir»,
«hospedar», «visitar», «acudir». En el «atardecer de la vida» no se nos
examinará del amor; se nos preguntará qué hemos hecho en concreto ante las
personas que necesitaban nuestra ayuda.
Éste es el grito de Jesús a toda
la humanidad: ocupaos de los que sufren, cuidad a los pequeños. En ninguna
parte se construirá la vida tal como la quiere Dios si no es liberando a las
gentes del sufrimiento. Ninguna religión será bendecida por él si no genera
compasión hacia los últimos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
24 de noviembre de 2002
ACOMPAÑAR
Venid,
vosotros, benditos de mi Padre.
No es fácil estar a la cabecera
de un ser querido cuando se acerca su final. Nadie nos ha preparado a
familiares o amigos para coger su mano y recorrer juntos el último tramo de su
vida. Queremos acertar pero no sabemos muy bien qué hacer.
Lo primero es centrar nuestra
atención en la persona enferma, no en la enfermedad. Los médicos y enfermeras
se ocuparán de su mal. Nosotros hemos de estar muy atentos a lo que vive en su
interior. Lo nuestro es no dejarle solo, acompañarlo de cerca con cariño y ternura
grande.
Acompañarlo quiere decir escuchar
su pena e impotencia, entender sus deseos de curarse, comprender su
desconcierto y sus miedos. A veces, tendremos que sufrir tal vez su irritación
y sus enfados. No importa. Estamos así aliviando su tensión.
Hemos de evitar siempre lo que
puede crear en ese enfermo querido turbación, resentimiento o tristeza. Hemos
de despertar en él paz, confianza y serenidad. Qué suerte es poder entonces
conversar desde la fe para ayudarle, también en esa hora terrible, a sentirse
envuelto por el amor inmenso de Dios.
No hay que utilizar tópicos ni
frases vacías de verdad. No hay que decirle que está bien si él se siente mal.
No hay que engañarle cuando sospecha ya lo inevitable. Son horas sagradas.
Tenemos que hacerle preguntas acertadas: ¿quieres algo más?, ¿quieres hablar a
solas con alguien? ¿cómo quieres que se te ayude mejor?
Cuando el final se acerca, las
palabras resultan cada vez más pobres. Lo importante son ahora los gestos: la
mirada cariñosa, el beso suave, la caricia sentida, nuestras manos apretando la
suya. Qué consolador poder sugerir al enfermo una invocación sencilla y
confiada a Dios que pueda repetir en su corazón.
Jesús declara «benditos de su Padre» a quienes ayudan
al necesitado, acogen al extranjero, visten al desnudo o se acercan al enfermo
y al preso, aunque no lo hagan motivados por fe religiosa alguna. Nadie tan
pobre, necesitado y desvalido como el que está ya cerca de su muerte. Aunque no
seamos muy religiosos o creyentes, Dios nos bendice cuando nos ve ayudándonos
mutuamente a morir con paz.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
21 de noviembre de 1999
ESTA
CÁRCEL NO SIRVE
Estuve en
la cárcel, y no me visitasteis.
Todo el mundo lo sabe. La cárcel
no rehabilita al delincuente. Los penalistas hablan de que la pena ha de
contribuir a la resocialización del penado, a su «reinserción» o «integración»
en la sociedad. De hecho no es así. Al contrario, en muchos casos la prisión lo
envilece, destruye aún más su personalidad e incluso lo enraíza más
profundamente en el camino de la delincuencia.
El fracaso de la resocialización
no se debe sólo a los escasos resultados obtenidos, sino a objeciones de fondo
que algunos penalistas exponen con rigor. Por una parte, parece contradictorio
pretender reinsertar en la sociedad a quien se le aparta de ella mediante una
drástica prisión. Por otra, si el tratamiento al recluso se reduce a una
inversión externa, difícilmente se pueden lograr cambios fundamentales en la
personalidad del preso, en su esquema de valores o en su actitud ante la vida.
Mientras tanto, es general en la
sociedad el olvido y la indiferencia. Los presos no interesan. Son pocos y la
defensa de su causa no da votos. Los colectivos que los apoyan resultan
molestos. Socialmente funcionan más bien dos principios muy simples: «hay que
defenderse de los infractores del orden» (seguridad ciudadana), «el que la hace
la paga» (justicia estricta).
En esta sociedad que se dice
progresista, nadie se quiere enterar de que en el origen de nuestras cárceles
más que culpabilidad —que la hay— se da enfermedad, deterioro humano y
exclusión social. Muchos de los encarcelados —basta tratar con ellos—,
provenientes de la marginación, esclavos de la droga, con mala salud física o
mental, privados de afecto, con un futuro incierto, están abocados a una
destrucción progresiva al no recibir la ayuda que necesitan.
No son pocos los que trabajan
para mejorar su tratamiento médico y asistencia psicológica, la gestión de
permisos y salidas terapéuticas o la aplicación de medidas a las que tienen
derecho. No es suficiente. Esta cárcel no ayuda a la recuperación humana y
social de los presos. La sociedad ha de conocer mejor el sufrimiento y la
destrucción que padece este grupo de personas. Los penalistas han de suscitar
un amplio debate social. Los responsables públicos han de buscar alternativas
eficaces.
Mientras tanto en la conciencia
de los creyentes ha de resonar actualizado el grito de Cristo: «Estoy en la
cárcel y no me visitáis.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
24 de noviembre de 1996
VERDADERO
PROGRESO
Tuve
hambre y no me disteis de comer.
Teóricamente todas las personas
gozamos de los mismos derechos fundamentales. Así lo proclaman las
Declaraciones internacionales y los Congresos. En realidad no es así. A estas
alturas de la historia hemos de decir con el conocido obispo P Casaldáliga que «hay una Humanidad de
primera clase
—que tiene el derecho de vivir en
el despilfarro— y una Humanidad de tercera clase —que tiene el deber de morirse
de hambre—».
Nosotros solemos hablar del Mundo
como si hubiera uno sólo. En realidad hay dos Mundos bien diferentes: el que
cuenta, que es nuestro mundo, y el que sobra, que son todos esos pueblos que
malviven por debajo del nivel de pobreza, y luchan por sobrevivir del hambre o
la desnutrición.
Este es el resultado real del
progreso humano en el planeta Tierra. El «no va más» que hemos logrado los
hombres. Y por este camino se ha de seguir. Al menos, así lo decretan las leyes
intocables del «Mercado Total», que ejecutarán sin compasión alguna el Fondo
Monetario Internacional, el Banco Mundial o los Siete Grandes. En esto consiste
el progreso: en desarrollar sin límite alguno el bienestar de los privilegiados
excluyendo a los más débiles y desfavorecidos.
En medio de todo eso están las
grandes religiones hablando de Dios, y las diferentes Iglesias predicando a
Jesucristo. Ahí estamos nosotros, los cristianos, preparándonos para celebrar
dos mil años de evangelio supuestamente vivido. Entre la complicidad y la
inconsciencia. Sin fuerza para generar una solidaridad más eficaz entre los
pueblos.
Sin embargo, no es difícil
resumir el núcleo del evangelio. Bastan dos frases: «Dios es Padre de todos los
seres humanos» y «la única manera de orientar la vida humana según ese Dios es
promover la fraternidad y la justicia entre los hombres». Esto es lo
sustancial: que entre los hombres reine Dios y su justicia. Todo lo demás viene
después. Se entiende bien ese texto pragmático en el que Jesús recoge el
significado y la orientación esencial de su existencia: «El Espíritu del Señor está sobre mí, él me ha ungido y me ha enviado
para dar la Buena Noticia a los pobres.»
Sería imperdonable no captar que
Cristo pone a la Humanidad mirando en una nueva dirección: hacia los últimos,
los excluidos, los pobres. El verdadero progreso no consiste en que una minoría
privilegiada alcance un bienestar ilimitado excluyendo a los más débiles. La
Humanidad progresa realmente como tal cuando avanza en solidaridad y vida digna
para todos. Para ser más humanos no basta mirar hacia Maastrich. Hay que mirar
hacia Rwanda, Etiopía y demás pueblos pobres de la Tierra. Son ellos quienes
decidirán nuestra suerte final: «Venid
benditos de mi Padre... porque tuve hambre y me disteis de comer... Apartaos de
m4 malditos... porque tuve hambre y no me disteis de comer. »
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
21 de noviembre de 1993
GRATIS
Tuve
hambre y me disteis de comer.
Llama la atención con qué fuerza
destacan los estudios recientes el carácter individualista e insolidario del
hombre contemporáneo. Según diferentes análisis, el europeo se va haciendo cada
vez más narcisista. Vive pendiente de sus intereses y olvidado, casi por
completo, de los vínculos que lo unen a los demás hombres.
C.B. Macpherson habla del «individualismo
posesivo)) que lo impregna casi todo. Cada uno busca su bienestar, seguridad o
placer. Lo que no le afecta le tiene sin cuidado. L. Lies llega a afirmar que el «soltero» (single), libre de obligaciones y dependencias, representa cada vez
más el ideal de libertad y autonomía en la sociedad actual.
Detrás de todos los datos y
sondeos parece apuntar una realidad aterradora. El hombre moderno está
perdiendo capacidad de sentir y de expresar amor. No acierta a sentir
solicitud, cuidado y responsabilidad por otros seres humanos que no caigan
dentro de sus intereses. Vive «ensimismado» en sus cosas y su mundo, en una
actitud narcisista que ya Freud
consideró como un estado inferior en el desarrollo de la persona.
Pero, dentro de esta sociedad
individualista hay un colectivo admirable que nos recuerda también hoy la
grandeza que se encierra en el ser humano. Son los voluntarios. Esos hombres y
mujeres que saben acercarse a los que sufren, movidos solamente por su voluntad
de servir. En medio de nuestro mundo competitivo y pragmático, ellos son
portadores de una «cultura de la gratuidad».
No trabajan por ganar dinero. Su
vocación es hacer el bien gratuitamente. Los podréis encontrar acompañando a
jóvenes toxicómanos, aliviando a ancianos solos, atendiendo a vagabundos,
escuchando a gentes desesperanzadas, cuidando a niños semiabandonados o
trabajando en diferentes servicios sociales.
No son seres vulgares, pues su
trabajo está movido sólo por el amor. Por eso, no puede cualquiera ser un
verdadero voluntario. Lo recordaba bellamente Leon Tolstoi con estas palabras: «Se pueden talar árboles, fabricar
ladrillos y forjar hierro sin amor. Pero es preciso tratar con amor a los seres
humanos... Si no sientes afecto por los hombres, ocúpate en lo que sea, pero no
de ellos.»
Al final, no se nos va a juzgar
por nuestras bellas teorías ni grandes palabras, sino por el amor concreto a
los necesitados. Estas son las palabras de Jesús: «Venid, benditos de mi Padre... porque tuve hambre y me disteis de
comer, tuve sed y me disteis de beber...» Ahí está la verdad última de
nuestra vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
25 de noviembre de 1990
CALIDAD
HUMANA
Tuve hambre y me disteis de comer.
No es la misericordia uno de esos
«valores progresistas» que hayamos de cultivar para estar al día. Basta con
defender la democracia, el ejercicio de las libertades y la racionalidad ética.
Lo deplorable es que, detrás de palabras
tan hermosas, se esconde con frecuencia un hombre cargado de cinismo, avidez y
mediocridad, incapaz de reaccionar ante el sufrimiento ajeno.
Lo importante es situarse lo
mejor posible dentro del «estado de bienestar» (nuestro idolatrado Welfare State),
de espaldas a ese otro «estado de malestar» del que hablaba recientemente Mario
Benedetti y al que vamos marginando a los más débiles y desgraciados.
Hay que luchar, competir y ganar
siempre más. Eso es todo. ¿Quién tiene tiempo para pensar en «las víctimas»?
¿Quién puede tener el mal gusto de recordar la misericordia en una sociedad
inmisericorde y despiadada?
Sin embargo, es precisamente la
misericordia lo que, según Jesús, define radicalmente al hombre. Sin
misericordia, la persona queda viciada de raíz y deja de ser humana.
Por eso, en la parábola del
«juicio de las naciones» se nos dice que la suerte de todo hombre se decide en
virtud de su capacidad de reaccionar con misericordia ante los que sufren
hambre, sed, desamparo, enfermedad o cárcel.
Pero hay que entender esto bien.
Vivir «con entrañas de misericordia » no es tener un corazón sensiblero ni
tampoco practicar, de vez en cuantió, alguna «obra de misericordia» que aquiete
nuestra conciencia y nos permita seguir tranquilos nuestro camino egoísta de
siempre.
Para evitar malentendidos, fon
Sobrino prefiere hablar del «Principio-Misericordia», es decir, de
un principio interno, siempre presente y activo en la persona, que da una
determinada dirección y estilo a toda su conducta.
Quien vive movido por el «Principio-Misericordia»,
reacciona ante el sufrimiento ajeno interiorizándolo, dejándolo entrar en
sus entrañas y en su corazón, con todas sus consecuencias. Y es precisamente el
sufrimiento de los demás, captado cordialmente, el que se convierte en principio
conductor de toda su actuación.
Es esta misericordia la que da
«categoría humana» a la persona. No hay escapatoria posible. Podemos triunfar
profesionalmente, ocupar cargos relevantes, movernos con éxito en las
relaciones sociales. Si no sé reaccionar con misericordia ante el sufrimiento
de los demás, no soy humano.
Resulta fácil, por ello, conocer
mi calidad humana. Basta responder a estas preguntas: ¿Sé ver el sufrimiento de
las gentes? ¿Cómo reacciono ante ese sufrimiento? ¿Qué hago por erradicarlo?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
22 de noviembre de 1987
CONTRA LA
DEPRESION
Me lo
hacéis a mí.
Todo parece indicar que cada vez
es mayor el número de personas que sufren crisis depresivas y luchan por
recuperar de nuevo el gusto por la vida.
Sin duda, es muy importante la
ayuda sicológica y la terapia de apoyo que les pueden prestar los expertos.
Pero, en definitiva, es la misma persona la que tiene que dar pasos acertados.
Por lo general, quien padece una
depresión se siente arrastrado a cavilar una y otra vez sobre sus angustias,
sus miedos e impotencia.
Pero mientras sigue girando
alrededor de sí mismo sin acabar nunca en sus reflexiones, el cerco se estrecha
cada vez más y la persona se va hundiendo en una especie de remolino sin
salida.
Mientras uno sólo piensa en sus
problemas y se atormenta a sí mismo preguntándose: “adónde encontraré yo mi
paz?» “adónde encontraré yo quien me comprenda?”, no está abriendo la puerta
que le puede llevar a la paz y la salud.
El prestigioso doctor Gerhard Nebel llega a decir que “el
estar plenamente a disposición del prójimo es el único medicamento eficaz para
la neurosis y la depresión».
Con frecuencia, no nos damos
cuenta hasta qué punto somos nosotros mismos quienes ahogamos en nosotros la
vida y generamos nuestras crisis depresivas dedicándonos exclusivamente a
nuestras cosas y olvidando totalmente a los demás.
Jesús invita a todo el que quiera
encaminarse hacia la vida verdadera a vivir siempre abierto a todo hombre que
encontremos en nuestro camino y pueda necesitar nuestra ayuda.
Si le ofrecemos nuestro apoyo
somos nosotros mismos quienes más recibiremos. Porque al encontrarnos con esas
personas hambrientas, enfermas, desnudas, encarceladas o desvalidas, nos
ponemos en contacto con Aquel que es el fundamento, la fuente y la meta de la
vida.
Esta es la promesa de Jesús: “Os
aseguro que lo que hagáis a uno de estos hermanos míos pequeños, me lo hacéis a
mí”. Quien está con el hermano necesitado está en contacto con Aquel que es la
Vida.
Esta promesa no es algo lejano e
inverificable, sino una experiencia real para quien sabe acercarse con fe a los
que sufren.
El que libera a los demás de
problemas y preocupaciones se ve liberado de los suyos. El que ayuda a otros a
vivir se ayuda a sí mismo. El que da amistad y apoyo recibe fuerza y aliento
para vivir.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
25 de noviembre de 1984
LA
SORPRESA FINAL
Entonces
dirá el rey...
Los cristianos llevamos veinte
siglos hablando del amor. Repetimos constantemente que el amor es el criterio
último de toda actitud y comportamiento. Afirmamos que desde el amor será
pronunciado el juicio definitivo sobre todas las personas, estructuras y
realizaciones de los hombres.
Sin embargo, con ese lenguaje tan
hermoso del amor podemos estar ocultando con frecuencia el mensaje auténtico de
Jesús, mucho más directo, sencillo y concreto.
Es sorprendente observar que
Jesús apenas pronuncia en los evangelios la palabra «amor». Tampoco en esta
parábola que nos describe la suerte final de los hombres.
Al final, no se nos juzgará de
manera general sobre el amor, sino sobre algo mucho más concreto: ¿Qué hemos
hecho cuando nos hemos encontrado con alguien que nos necesitaba? ¿Cómo hemos
reaccionado ante los problemas y sufrimientos de personas concretas que hemos
ido encontrando en nuestro camino?
Lo decisivo en la vida no es lo
que decimos o pensamos, lo que creemos o escribimos. No bastan tampoco los
sentimientos hermosos, la compasión o las protestas estériles. Lo importante es
ayudar a quien nos necesita.
La mayoría de ios cristianos nos
sentimos satisfechos y tranquilos porque no hacemos a nadie ningún mal
especialmente grave.
Se nos olvida que, según la
advertencia de Jesús, estamos preparando nuestro fracaso final, siempre que
cerramos nuestros ojos a las necesidades ajenas o eludimos cualquier
responsabilidad que no sea en beneficio propio o nos contentamos con criticarlo
todo, sin echar nunca una mano a nadie.
La parábola de Jesús nos obliga a
hacernos preguntas muy concretas: ¿estoy haciendo algo por alguien? ¿a qué
personas puedo yo prestar ayuda? ¿qué hago yo para que reine un poco más de
justicia, solidaridad y amistad entre nosotros? ¿qué más podría hacer?
La última y decisiva enseñanza de
Jesús es ésta: el reino de Dios es y será siempre de los que aman al pobre y le
ayudan en su necesidad. Esto es lo esencial y definitivo.
Sólo que, como dice
Saint-Exupéry, «lo esencial es invisible a los ojos» y queda oculto para
quienes no saben amar gratis.
Un día se nos abrirán los ojos y
descubriremos con sorpresa que el amor es la única verdad y que Dios reina allí
donde hay hombres y mujeres capaces de amar y preocuparse por los demás.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
22 de noviembre de 1981
MÁS QUE
UNA LIMOSNA
Tuve
hambre, y no me disteis de comer.
Es bueno recordar el test
definitivo de nuestra existencia, aunque nos sintamos una vez más molestos ante
la palabra de Jesús.
Nuestra suerte se decidirá a
partir de nuestro comportamiento práctico ante el sufrimiento ajeno de los
pobres, hambrientos, enfermos, encarcelados... Esa será la pregunta: ¿Qué has
hecho tú ante ese hermano al que encontraste sufriendo en la vida?
Nosotros lo hemos querido
resolver todo de una manera muy sencilla: dando dinero, aportando nuestra
limosna y contribuyendo en las colectas.
Pero, las cosas no son tan
sencillas. «Las exigencias del amor que aquí se piden no se satisfacen con el sacramento del dinero, por la sencilla
razón de que la misma manera de adquirir este dinero vuelve a incrementar la
pobreza que cón él se quiere remediar» (J.
B. Metz).
El amor a los necesitados no
puede quedar reducido a «dar dinero», entre otras cosas porque no tiene sentido
expresar nuestra solidaridad y compasión al necesitado con un dinero adquirido
quizás de manera insolidaria y sin compasión de ninguna clase.
Para el hombre bíblico, la
limosna tenía un contenido profundo que hoy se nos escapa. La limosna se
designa en hebreo con el término «sedaqa» que significa «justicia». Podríamos
decir que «dar limosna» equivale a «hacer justicia» en nombre de Dios a quienes
no se la hacen los hombres.
Nuestro amor a los necesitados no
se puede reducir a una acción asistencial, aunque ésta es totalmente
imprescindible ante situaciones que no admiten demoras.
Tenemos que descubrir la
injusticia que se encierra en nuestras vidas, aprendiendo poco a poco a
mirarnos a nosotros mismos y mirar nuestros bienes desde los ojos de las clases
y los pueblos pobres.
Hoy como siempre se nos pide dar
un vaso de agua a quien encontremos sediento. Pero se nos pide además, ir
transformando nuestra sociedad al servicio de los más necesitados y
desposeídos.
Ante las injusticias concretas de
nuestra sociedad, un cristiano no puede pretender una neutralidad ingenua,
diciendo que no se quiere «meter en política».
De una manera o de otra, con
nuestras actuaciones o con nuestra pasividad, todos «hacemos política», los
individuos y las instituciones.
Por eso, no se trata de decidir
si haremos política o no, sino de plantearse a favor de quién haremos política.
Un creyente que escucha las palabras de Jesús, siga el partido que siga, sólo
puede hacer una política: la que favorezca a los m4s necesitados y abandonados.
José Antonio Pagola
HOMILIA
ACOMPAÑAR
No es fácil estar a la cabecera
de un ser querido cuando se acerca su final. Nadie nos ha preparado a
familiares o amigos para coger su mano y recorrer juntos el último tramo de su
vida. Queremos acertar pero no sabemos muy bien qué hacer.
Lo primero es centrar nuestra
atención en la persona enferma, no en la enfermedad. Los médicos y enfermeras
se ocuparán de su mal. Nosotros hemos de estar muy atentos a lo que vive en su
interior. Lo nuestro es no dejarle solo, acompañarlo de cerca con cariño y
ternura grande.
Acompañarlo quiere decir escuchar
su pena e impotencia, entender sus deseos de curarse, comprender su
desconcierto y sus miedos. A veces, tendremos que sufrir tal vez su irritación
y sus enfados. No importa. Estamos así aliviando su tensión. Hemos de evitar
siempre lo que puede crear en ese enfermo querido turbación, resentimiento o
tristeza. Hemos de despertar en él paz, confianza y serenidad. Qué suerte es
poder entonces conversar desde la fe para ayudarle, también en esa hora
terrible, a sentirse envuelto por el amor inmenso de Dios.
No hay que utilizar tópicos ni
frases vacías de verdad. No hay que decirle que está bien si él se siente mal.
No hay que engañarle cuando sospecha ya lo inevitable. Son horas sagradas.
Tenemos que hacerle preguntas acertadas: ¿quieres algo más?, ¿quieres hablar a
solas con alguien? ¿cómo quieres que se te ayude mejor?
Cuando el final se acerca, las
palabras resultan cada vez más pobres. Lo importante son ahora los gestos: la
mirada cariñosa, el beso suave, la caricia sentida, nuestras manos apretando la
suya. Qué consolador poder sugerir al enfermo una invocación sencilla y
confiada a Dios que pueda repetir en su corazón.
Jesús declara «benditos de su
Padre» a quienes ayudan al necesitado, acogen al extranjero, visten al desnudo
o se acercan al enfermo y al preso, aunque no lo hagan motivados por fe
religiosa alguna. Nadie tan pobre, necesitado y desvalido como el que está ya
cerca de su muerte. Aunque no seamos muy religiosos o creyentes, Dios nos
bendice cuando nos ve ayudándonos mutuamente a morir con paz.
José Antonio Pagola
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