El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.
¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------
1º domingo de Adviento (B)
EVANGELIO
Velad, pues no
sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa.
+ Lectura
del santo evangelio según san Marcos 13,33-37
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada
uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al
atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que
venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad!
Palabra de Dios.
HOMILIA
2014-2015 -
30 de noviembre de 2014
UNA
IGLESIA DESPIERTA
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 -
27 de noviembre de 2011.
LA CASA DE JESÚS
Jesús está en Jerusalén, sentado en el monte de Los
Olivos, mirando hacia el Templo y conversando confidencialmente con cuatro
discípulos: Pedro, Santiago, Juan y Andrés. Los ve preocupados por saber cuándo
llegará el final de los tiempos. A él, por el contrario, le preocupa cómo
vivirán sus seguidores cuando ya no le tengan entre ellos.
Por eso, una vez más les descubre su inquietud: «Mirad, vivid despiertos». Después, dejando de lado el
lenguaje terrorífico de los visionarios apocalípticos, les cuenta una pequeña
parábola que ha pasado casi desapercibida entre los cristianos.
«Un señor
se fue de viaje y dejó su casa». Pero, antes de ausentarse, «confió a cada uno de sus criados su tarea». Al
despedirse, sólo les insistió en una cosa: «Vigilad,
pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa». Que cuando
venga, no os encuentre dormidos.
El relato sugiere que los seguidores de Jesús
formarán una familia. La Iglesia será "la casa de Jesús" que
sustituirá a "la casa de Israel". En ella todos son servidores. No hay señores. Todos vivirán
esperando al único Señor de la casa: Jesús el Cristo. No lo olvidarán jamás.
En la casa de Jesús nadie ha de permanecer pasivo.
Nadie se ha de sentir excluido, sin responsabilidad alguna. Todos son
necesarios. Todos tienen alguna misión confiada por él. Todos están llamados a
contribuir a la gran tarea de vivir como Jesús al que han conocido siempre
dedicado a servir al reino de Dios.
Los años irán pasando. ¿Se mantendrá vivo el
espíritu de Jesús entre los suyos? ¿Seguirán recordando su estilo servicial a
los más necesitados y desvalidos? ¿Lo seguirán por el camino abierto por él? Su
gran preocupación es que su Iglesia se duerma. Por eso, les insiste hasta tres
veces: «vivid despiertos".
No es una recomendación a los cuatro discípulos que lo están escuchando, sino
un mandato a los creyentes de todos los tiempos: «Lo que os digo a vosotros, os lo digo a todos: velad».
El rasgo más generalizado de los cristianos que no
han abandonado la Iglesia es seguramente la pasividad. Durante siglos hemos
educado a los fieles para la sumisión y la obediencia. En la casa de Jesús sólo
una minoría se siente hoy con alguna responsabilidad eclesial.
Ha llegado el momento de reaccionar. No podemos
seguir aumentando aún más la distancia entre "los que mandan" y
"los que obedecen". Es pecado promover el desafecto, la mutua
exclusión o la pasividad. Jesús nos quería ver a todos despiertos, activos,
colaborando con lucidez y responsabilidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO.
30 de noviembre de 2008
Lo digo a
todos: velad.
Las primeras generaciones
cristianas vivieron obsesionadas por la pronta venida de Jesús. El resucitado
no podía tardar. Vivían tan atraídos por él que querían encontrarse de nuevo
cuanto antes. Los problemas empezaron cuando vieron que el tiempo pasaba y la
venida del Señor se demoraba.
Pronto se dieron cuenta de que
esta tardanza encerraba un peligro mortal. Se podía apagar el primer ardor. Con
el tiempo, aquellas pequeñas comunidades podían caer poco a poco en la
indiferencia y el olvido. Les preocupaba una cosa: «Que, al llegar, Cristo no
nos encuentre dormidos».
La vigilancia se convirtió en la
palabra clave. Los evangelios la repiten constantemente: «vigilad», «estad
alerta», «vivid despiertos». Según Marcos, la orden de Jesús no es sólo para
los discípulos que le están escuchando. «Lo que os digo a vosotros lo digo a
todos: Velad». No es una llamada más. La orden es para todos sus seguidores de
todos los tiempos.
Han pasado veinte siglos de
cristianismo. ¿Qué ha sido de esta orden de Jesús? ¿Cómo vivimos los cristianos
de hoy? ¿Seguimos despiertos? ¿Se mantiene viva nuestra fe o se ha ido apagando
en la indiferencia y la mediocridad?
¿No vemos que la Iglesia necesita
un corazón nuevo? ¿No sentimos la necesidad de sacudirnos la apatía y el
autoengaño? ¿No vamos a despertar lo mejor que hay en la Iglesia? ¿No vamos a
reavivar esa fe humilde y limpia de tantos creyentes sencillos?
¿No hemos de recuperar el rostro
vivo de Jesús, que atrae, llama, interpela y despierta? ¿Cómo podemos seguir
hablando, escribiendo y discutiendo tanto de Cristo, sin que su persona nos
enamore y trasforme un poco más? ¿No nos damos cuenta de que una Iglesia
«dormida» a la que Jesucristo no seduce ni toca el corazón, es una Iglesia sin
futuro, que se irá apagando y envejeciendo por falta de vida?
¿No sentimos la necesidad de
despertar e intensificar nuestra relación con él? ¿Quién como él puede
despertar nuestro cristianismo de la inmovilidad, de la inercia, del peso del
pasado, de la falta de creatividad? ¿Quién podrá contagiarnos su alegría?
¿Quién nos dará su fuerza creadora y su vitalidad?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
27 de noviembre de 2005.
DESPERTAR
Lo digo a
todos: ¡velad!
Un día la historia apasionante de
los hombres terminará, como termina inevitablemente la vida de cada uno de
nosotros. Los evangelios ponen en boca de Jesús un discurso sobre este final, y
siempre destacan una exhortación: «vigilad», «estad alerta», «vivid
despiertos». Las primeras generaciones cristianas dieron mucha importancia a
esta vigilancia. El fin del mundo no llegaba tan pronto como algunos pensaban.
Sentían el riesgo de irse olvidando poco a poco de Jesús y no querían que los
encontrara un día «dormidos».
Han pasado muchos siglos desde
entonces. ¿Cómo vivimos los cristianos de hoy? ¿Seguimos despiertos o nos hemos
ido durmiendo poco a poco? ¿Vivimos atraídos por Jesús o distraídos por toda
clase de cuestiones secundarias? ¿Le seguimos a él o hemos aprendido a vivir al
estilo de todos?
Vigilar es antes que nada
despertar de la inconsciencia. Vivimos el sueño de ser cristianos cuando, en
realidad, no pocas veces nuestros intereses, actitudes y estilo de vivir no son
los de Jesús. Este sueño nos protege de buscar nuestra conversión personal y la
de la Iglesia. Sin «despertar», seguiremos engañándonos a nosotros mismos.
Vigilar es vivir atentos a la
realidad. Escuchar los gemidos de los que sufren. Sentir el amor de Dios a la
vida. Vivir más atentos a su venida a nuestra vida, a nuestra sociedad y a la
tierra. Sin esta sensibilidad, no es posible caminar tras los pasos de Jesús.
Vivimos inmunizados a las
llamadas del evangelio. Tenemos corazón, pero se nos ha endurecido. Tenemos los
oídos abiertos, pero no escuchamos lo que Jesús escuchaba. Tenemos los ojos
abiertos, pero ya no vemos la vida como la veía él, no miramos a las personas
como él las miraba. Puede ocurrir entonces lo que Jesús quería evitar entre sus
seguidores: verlos como «ciegos
conduciendo a otros ciegos».
Si no despertamos, a todos nos
puede ocurrir lo de aquellos de la parábola que todavía, al final de los
tiempos, preguntaban: «Señor, ¿cuándo te
vimos hambriento o sediento o extranjero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y
no te asistimos?».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
1 de diciembre de 2002.
VIVIR
DESPIERTOS
Estad en
vela.
La falta de esperanza está
generando cambios profundos que no siempre sabemos captar. Casi sin darnos
cuenta, van desapareciendo del horizonte políticas orientadas hacia una vida
más humana. Cada vez se habla menos de programas de liberación, o de políticas
que busquen nuevas fronteras sociales entre los pueblos.
Cuando el futuro se vuelve
sombrío, todos buscamos seguridad. Que nada cambie, a nosotros nos va bien. Que
nadie ponga en peligro nuestro bienestar. No es el momento de pensar en grandes
ideales de justicia para todos, sino de defender el orden y la tranquilidad.
Al parecer, no sabemos ir más
allá de esta reacción casi instintiva. Los expertos nos dicen que los graves
problemas medioambientales, el fenómeno del terrorismo desesperado, la agresión
preventiva o el acoso creciente de los hambrientos penetrando en las sociedades
del bienestar, no están provocando, al parecer, ningún cambio profundo en la
vida personal de los individuos. Sólo miedo y búsqueda de seguridad. Por lo
demás, cada uno trata de disfrutar al máximo de su pequeño bienestar.
Sin duda, muchos sentimos una
extraña sensación de culpa, vergüenza y tristeza. Sentimos, además, una especie
de complicidad por nuestra indiferencia y nuestra incapacidad de reacción. En
el fondo, no queremos saber nada de un mundo nuevo, sino de nuestra seguridad.
Las fuentes cristianas han
conservado una llamada de Jesús para momentos catastróficos: «despertad, vivid vigilantes». ¿Qué significan
hoy estas palabras? ¿Despertar de una vida que discurre suavemente en el
egoísmo? ¿Despertar de la palabrería que nos rodea en todo instante
impidiéndonos escuchar la voz de la conciencia? ¿Liberarnos de la indiferencia
y la resignación?
¿No deberían ser las comunidades
cristianas un lugar para aprender a vivir despiertos, sin cerrar los ojos, sin
escapar del mundo, sin pretender amar a Dios de espaldas a los que sufren?
Puede ser una buena pregunta al comenzar el Adviento cristiano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
28 de noviembre de 1999.
DESEO DE
ALGO NUEVO
¡ Velad!
Hay un grito que se repite en el
mensaje evangélico y se condensa en una sola palabra: «Vigilad!». Es una
llamada a vivir de manera lúcida, sin dejarnos arrastrar por la insensatez que
parece invadirlo casi todo. Una invitación a mantener despierta nuestra
resistencia y rebeldía, a no actuar como todo el mundo, a ser diferentes, a no
identificamos con tal mediocridad. ¿Es posible?
Lo primero, tal vez, es aprender
a mirar la realidad con ojos nuevos. Las cosas no son sólo como aparecen en los
medios de comunicación. En el corazón de las personas hay más bondad y ternura
que lo que captamos a primera vista. Hemos de reeducar nuestra mirada, hacerla
más positiva y benévola. Todo cambia cuando miramos a las personas con más
simpatía, tratando de comprender sus limitaciones y sus posibilidades.
Es importante, además, no dejar
que se apague en nosotros el gusto por la vida y el deseo de lo bueno. Aprender
a vivir con corazón y querer a las personas buscando su bien. No ceder a la
indiferencia. Vivir con pasión la pequeña aventura de cada día. No
desentendernos de los problemas de la gente: sufrir con los que sufren y gozar
con los que gozan.
Por otra parte, puede ser
decisivo dar su verdadera importancia a esos pequeños gestos que aparentemente
no sirven para nada, pero que sostienen la vida de las personas. Yo no puedo
cambiar el mundo pero puedo hacer que junto a mí la vida sea más amable y
llevadera, que las personas «respiren» y se sientan menos solas y más
acompañadas.
¿Es tan difícil, entonces,
abrirse al misterio último de la vida que los creyentes llamamos «Dios»? No
estoy pensando en una adhesión de carácter doctrinal a un conjunto de verdades
religiosas, sino en esa búsqueda serena de verdad última y en ese deseo
confiado de amor pleno que de alguna manera apuntan hacia Dios. Según pasan los
años, tengo la impresión de que uno se va haciendo más hondamente creyente y,
al mismo tiempo, tiene cada vez menos «creencias».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
1 de diciembre de 1996.
REACCIONAR
¡ Velad!
Se dice que en las sociedades
desarrolladas se está disolviendo la fe en Dios. No se advierte, sin embargo,
que lo que se está perdiendo no es sólo la dimensión religiosa, sino las mismas
raíces donde se asienta el ser humano.
Lo que queda fuera de la ciencia,
la técnica o la economía parece siempre menos real e importante. Lo material se
ha apoderado de muchas vidas arrasando cualquier otro tipo de ideales
estéticos, espirituales o altruistas. Ser «humano» ya no es una aspiración
noble, sino un lenguaje cada vez más anacrónico.
El progreso, tal como se está
desarrollando, no genera personas más fuertes, sino más débiles. No está
creciendo la capacidad para una comunicación más honda; lo que se extiende cada
vez más es el aislamiento, los contactos fugaces y las relaciones pasajeras y
superficiales. No se fortalece la libertad interior, sino que aumentan las
dependencias. De hecho, se está debilitando la «responsabilidad moral», pues
las gentes se someten a modas y corrientes de opinión sin apenas capacidad para
escuchar su propia conciencia.
¿Qué hacer? ¿Resignarse, maldecir
el progreso, seguir apoyando la inconsciencia? Sin duda, lo importante es sanar
las raíces del ser humano y su capacidad de reacción. Y es precisamente
entonces cuando aparece en toda su gravedad un dato del que Europa comienza a
tomar conciencia.
Estamos ya viviendo, según
muchos, en ese «mundo simulado» del que habla el pensador francés Brouillard, cada vez con menos capacidad
para distinguir el mundo real y el reproducido artificialmente por los medios
de comunicación. Pero hay algo más grave. La televisión nos está privando de
nuestras propias imágenes, nuestro lenguaje y nuestro pensamiento propio. Todo
se nos impone desde fuera, y corremos el riesgo de convertirnos en esos
«analfabetos satisfechos» de los que habla el sociólogo norteamericano N. Postman, experto en mass media.
En este contexto cobra nueva
fuerza la llamada de Jesús: «Vigilad».
No basta alimentarse del último «flash» televisivo. No todo ha de ser
entretenimiento o diversión. Para ser humana, la persona necesita cultivar el
espíritu, escuchar su conciencia, alimentar otras dimensiones, abrirse al
misterio, acoger a Dios. Esta es la llamada profunda de este tiempo de Adviento
que hoy comienza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
28 de noviembre de 1993.
¿INTERESA
DIOS?
¡ Velad!
No es fácil celebrar hoy el Adviento.
¿Cómo desear, pedir o esperar la venida de Dios en medio de una sociedad donde,
al parecer, Dios ya no interesa? Más que hablar de un Dios que viene (adveniens), ¿no deberíamos reflexionar
sobre un Dios que se aleja, se oculta y se hace cada vez más extraño?
En muchos ambientes, Dios se ha
ido reduciendo a un recuerdo del pasado. Ya no se habla de él en los hogares.
En muchas conciencias, Dios no es sino una sombra poco agradable. Incluso no
pocos que se dicen creyentes, apenas lo invocan. La actitud más generalizada es
una indiferencia cada vez más frívola y que constituye, según el pensador J Moingt, «la experiencia cultural más
cruel de la muerte de Dios».
Al parecer, Dios hoy no atrae ni
preocupa. No suscita inquietud ni alegría. Sencillamente deja indiferentes a
las personas. La vida humana puede discurrir tranquilamente, sin que nadie lo
eche de menos. Pero, ¿es verdad que el hombre no necesita de Dios?
Desde el siglo dieciocho, se fue
extendiendo la idea de que la ciencia y la técnica iban a librar al hombre de
todo aquello que la religión no lo había podido librar: el hambre, las guerras,
la pobreza o la tiranía. La fe en Dios parecía llamada a desaparecer como algo
propio de una fase de ignorancia y oscurantismo de la historia de la humanidad.
Hoy, cuando vislumbramos ya el
año dos mil, un hecho parece incuestionable: los grandes problemas, lejos de
desaparecer, han crecido amenazadoramente. La culpa no es de la ciencia ni de
la técnica, que han hecho posibles logros admirables. El que está mal es el
hombre que utiliza ese poder científico y tecnológico. Y lo cierto es que ni la
ciencia ni la técnica hacen al hombre ni más sabio ni más bueno.
Ha llegado el momento de hacerse
una pregunta sencilla pero radical. ¿Qué es lo que puede hacer más humanos a
los hombres y mujeres de hoy? ¿Qué es lo que puede dar sentido, orientación
ética y esperanza a sus esfuerzos?
Ciertamente, Dios no es necesario
para fundamentar la ciencia ni para desarrollar la técnica. Dios no es la
respuesta a nuestras preguntas científicas ni la solución mágica para nuestros
problemas. Pero, Dios, creído y acogido como Creador y Padre, puede ser el
mejor estímulo para vivir con sentido, el mejor impulso para actuar de manera
responsable, el horizonte más válido para vivir con esperanza.
Pero no hemos de ser ingenuos.
Veinte siglos de cristianismo ponen ante nuestros ojos un hecho que no hemos de
eludir. Tampoco la religión hace automáticamente a los cristianos más humanos
que a los demás. Sólo un Dios acogido de forma responsable en el fondo del
corazón puede transformar al ser humano. Por eso, celebramos los cristianos el
Adviento.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
2 de diciembre de 1990.
DESPERTAR
LA ESPERANZA
¡Velad!
Alguien ha podido decir que “el
siglo XX ha resultado ser un inmenso cementerio de esperanzas”. La historia de
estos últimos años se ha encargado de desmitificar el mito del progreso. No se
han cumplido las grandes promesas de la Ilustración. El mundo moderno sigue plagado
de crueldades, injusticias e inseguridad.
Por otra parte, el debilitamiento
de la fe religiosa no ha traído una mayor fe en el hombre. Al contrario, el
abandono de Dios parece ir dejando al hombre contemporáneo sin horizonte
último, sin meta y sin puntos de referencia. Los acontecimientos se atropellan
unos a otros, pero no conducen a nada nuevo. La civilización del consumismo
produce novedad de productos, pero sólo para mantener el sistema en el más
absoluto inmovilismo. Los filósofos postmodernos nos advierten de que hemos de
aprender a “vivir en la condición de quien no se dirige a ninguna parte” (G. Váttimo).
Cuando no se espera apenas nada
del futuro, lo mejor es vivir al día y disfrutar al máximo del momento
presente. Es la hora del hedonismo y del pragmatismo. Una vez instalados en el
sistema con cierta seguridad, lo inteligente es retirarse al “santuario de la
vida privada” y disfrutar de todo placer “ahora mismo” (just now).
Por eso, son pocos los que se
comprometen a fondo para que las cosas sean diferentes. Crece la indiferencia
hacia las cuestiones colectivas y el bien común. La democracia no genera ya
ilusión ni concita los esfuerzos de las gentes para crear un futuro mejor. Cada
uno se preocupa de sí mismo. Es la consigna: “Sálvese quien pueda”.
Esta crisis de esperanza está
configurada por múltiples factores, pero, probablemente, tiene su raíz más
profunda en la falta de fe del hombre contemporáneo en sí mismo y en su
progreso, la falta de confianza en la vida. Eliminado Dios, parece que el ser
humano se va convirtiendo cada vez más en una pregunta sin respuesta, un
proyecto imposible, un caminar hacia ninguna parte.
¿No estará el hombre de hoy
necesitando más que nunca al “Dios de la
esperanza” (Rm 15,13)? Ese Dios del que muchos dudan, al que bastantes han
abandonado, pero un Dios por el que tantos siguen preguntando. Un Dios que
puede devolvernos la confianza radical en la vida y descubrirnos que el hombre
sigue siendo “un ser capaz de proyecto y de futuro” (J.L. Coelho).
La Iglesia no debería olvidar hoy
“la responsabilidad de la esperanza” pues ésa es la misión que ha recibido de
Cristo resucitado. Antes que “lugar de culto” o “instancia moral”, la Iglesia
ha de entenderse a sí misma y vivir como “comunidad de la esperanza” (J. Moltmann).
Una esperanza que no es una
utopía más, ni una reacción desesperada frente a las crisis e incertidumbres
del momento. Una esperanza que se funda en Cristo resucitado. En él descubrimos
los creyentes el futuro último que le
espera a la humanidad, el camino que
puede y debe recorrer el hombre hacia su plena humanización y la garantía última frente a los fracasos,
la injusticia y la muerte.
Comenzamos hoy el Adviento,
escuchando una vez más el grito de Jesús: “Velad,
vigilad”. Es una llamada a despertar la esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
29 de noviembre de 1987.
REACCIONAR
Vigilad.
No siempre es la desesperación la
que destruye en nosotros la esperanza y el deseo de seguir caminando día a día
llenos de vida.
Por el contrario se podría decir
que la esperanza se va diluyendo en nosotros casi siempre de manera silenciosa
y apenas perceptible.
Tal vez sin darnos cuenta,
nuestra vida va perdiendo color e intensidad. Poco a poco parece que todo
empieza a ser pesado y aburrido. Vamos haciendo más o menos lo que tenemos que
hacer, pero la vida no nos “llena”.
Un día comprobamos que la
verdadera alegría ha ido desapareciendo de nuestro corazón. Ya no somos capaces
de saborear lo bueno, lo bello y grande que hay en la existencia.
Poco a poco todo se ha ido
complicando. Quizás ya no esperamos gran cosa de la vida ni de nadie. Ya no
creemos ni siquiera en nosotros mismos. Todo nos parece inútil y sin apenas
sentido.
La amargura y el malhumor se
apoderan de nosotros cada vez con más facilidad. Ya no cantamos nunca. De
nuestros labios no salen sino sonrisas forzadas. Hace tiempo que no acertamos a
rezar.
Quizás comprobamos con tristeza
que nuestro corazón se ha ido endureciendo y hoy apenas queremos de verdad a
nadie. Incapaces de acoger y escuchar a quienes encontramos día a día en
nuestro camino, sólo sabemos quejamos, condenar y descalificar.
Insensiblemente hemos ido cayendo
en el escepticismo, la indiferencia o “la pereza total». Cada vez con menos
fuerzas para todo lo que exija verdadero esfuerzo y superación, ya no queremos
correr nuevos riesgos. No merece la pena.
Preocupados por muchas cosas que
nos parecían importantes, la vida se nos ha ido escapando. Hemos envejecido
interiormente y algo está a punto de morir dentro de nosotros. ¿Qué podemos
hacer?
Lo primero es despertar y abrir
los ojos. Todos esos síntomas son indicio claro de que tenemos la vida mal
planteada. Ese malestar que sentimos es la llamada de alarma que ha comenzado a
sonar dentro de nosotros.
Nada está perdido. No podemos de
pronto sentirnos bien con nosotros mismos pero podemos reaccionar. Hemos de
preguntarnos qué es lo que hemos descuidado hasta ahora, qué es lo que tenemos
que cambiar, a qué tenemos que dedicar más atención y más tiempo.
Hoy no es un domingo más para los
cristianos. Con este primer domingo de Adviento comenzamos un nuevo año
litúrgico. Por eso las palabras que escuchamos hoy de boca de Jesús son una
invitación a reaccionar para vivir con más lucidez.
Las palabras de Jesús están
dirigidas a todos y a cada uno de nosotros: «Vigilad». Tal vez, hoy mismo hemos de tomar alguna decisión.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
2 de diciembre de 1984.
VIVIR SIN
DROGA
Os digo a
todos: Vigilad...
Son muchos los que no aman su
vida concreta. Tampoco saben vivirla. Tal vez porque no encuentran ni buscan,
quizás, razones para vivir.
La vida cotidiana se les hace
dura y penosa. Excesivamente aburrida, monótona, rutinaria y vulgar. Viven
atrapados por las cosas. Demasiado agitados, aturdidos y vacíos para poder
detenerse a ahondar en su vida e intentar responder a su verdadera vocación de
ser personas.
Cuando a esto se añade un clima
social conflictivo y un horizonte de inseguridad y crisis, es fácil la
tentación de evadirse a un «mundo feliz» que nos consuele de la vida real y nos
anestesie de los sinsabores y amarguras de cada día.
Cada uno busca su «vía de escape»
y consume su propia droga. Y sería una equivocación creernos libres de toda
«drogadicción» por no ser esclavos de ninguna sustancia tóxica.
No es fácil calcular el número de
«teleadictos» que devoran diariamente dos o tres horas de televisión (más de
mil horas al año). Sentados pasivamente ante el televisor encuentran en la
pantalla un aliento sin el que no sabrían vivir.
Otros recurren al vaso de
«whisky» o a las cenas de fin de semana. Hay adictos al bingo o a la modesta
máquina «tragaperras». Crece el número de quienes no pueden prescindir de la
película del video.
Lo importante es huir, olvidar,
«dejarse llevar», diluirse fuera de uno mismo, no enfrentarse a un proyecto de
vida personal, no asumir con responsabilidad la propia vida.
Pocas veces habrá tenido tanta
actualidad la llamada de Jesús a la vigilancia, la lucidez y la libertad de
espíritu. «A todos os digo: vigilad».
No se puede vivir una vida
auténticamente humana bajo la esclavitud de una droga. Todos necesitamos
despertar de la inconsciencia, la evasión y la superficialidad en que caemos
constantemente. Se puede y se debe vivir
sin droga.
En su última Carta Pastoral, los
Obispos nos han recordado algo que con frecuencia se nos olvida. «La vida es
buena, es un regalo de Dios. Contiene en sí misma las fuentes de satisfacción
necesaria para vivirla con alegría: el amor, la amistad, la realización
profesional, el placer estético, el bienestar corporal, el gozo de servir y ser
útil, la paz de la conciencia, la relación viva con Dios».
Cuando un hombre sabe ahondar en
todo ello, no necesita recurrir a fuentes artificiales y nocivas de
satisfacción.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
29 de noviembre de 1981.
DESPERTAR
Vigilad.
En contra de lo que, con
frecuencia, puede parecer, corremos el riesgo de pasarnos la vida entera
embotados y adormecidos por mil intereses accidentales, extraños a nuestro
mismo ser, incapaces de despertarnos al sentido más profundo de nuestra vida.
Son muchos los hombres y mujeres
que caminan por la vida sin meta ni objetivo, con el riesgo de no descubrir
nunca una fuerza que los despierte de su indiferencia, su pasividad y
superficialidad cotidiana.
Es asombroso contemplar cómo el
hombre puede enriquecer sus conocimientos y acrecentar su poder técnico hasta
límites insospechados, sin obtener por ello un dominio mayor de su espíritu y
una lucidez más penetrante sobre el misterio ultimo de la vida.
Es triste tener que confesar que,
a nivel general, nuestro conocimiento sobre vida interior, dominio de nuestros
instintos, y esfuerzo serio por cultivar los valores del espíritu, son bien
precarios.
Muchos suscribirían la oscura
descripción que G. Hourdin hace del
hombre contemporáneo: « El hombre se está haciendo incapaz de querer, de ser
libre, de juzgar por sí mismo, de cambiar su modo de vida. Se ha convertido en
el robot disciplinado que trabaja para ganar el dinero, que después disfrutará
en unas vacaciones colectivas. Lee las revistas de moda, escucha las emisiones
de T. V. que todo el mundo escucha. Aprende así lo que es, lo que quiere, cómo
debe pensar y vivir».
Necesitamos volver a despertar
nuestra vida interior. Siguen teniendo actualidad las palabras de H.Hesse: «Cualquiera que sea el rumbo
del mundo, no encontrarás médico ni ayuda, no hallarás futuro ni impulso nuevo
más que en ti mismo, en tu pobre alma maltratada e indestructible».
Los creyentes podemos añadir algo
más. Nuestra alma no encontrará descanso, sosiego y alegría verdadera, mientras
no acertemos a abrirnos con humildad y coraje al misterio de Dios.
Quien trate de escuchar con
fidelidad el mensaje de Jesús, es fácil que lo perciba en el fondo de su alma,
como una llamada a despertar y vivir con lucidez, y como una fuerza capaz de
humanizar, personalizar y dar sentido y gozo insospechado a nuestras vidas.
Y es fácil también que, al
dejarnos interpelar sinceramente por su palabra, vivamos uno de esos raros
momentos en que nos sentimos despiertos
en lo más hondo de nuestro ser.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La publicación de los comentarios requerirán la aceptación del administrador del blog.