El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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28º domingo Tiempo ordinario (C)
EVANGELIO
Se echó por tierra a
los pies de Jesús, dándole gracias.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 17,11-19
Yendo Jesús camino de Jerusalén,
pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su
encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
- Jesús, maestro, ten compasión
de nosotros.
Al verlos, les dijo:
- Id a presentaros a los
sacerdotes.
Y, mientras iban de camino,
quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a
Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole
gracias.
Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo:
- ¿No han quedado limpios los
diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero
para dar gloria a Dios?
Y le dijo:
- Levántate, vete; tu fe te ha
salvado.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
9 de octubre de 2016
CURACIÓN
El episodio es conocido. Jesús
cura a diez leprosos enviándolos a los sacerdotes para que les autoricen a
volver sanos a sus familias. El relato podía haber terminado aquí. Al
evangelista, sin embargo, le interesa destacar la reacción de uno de ellos.
Una vez curados, los leprosos
desaparecen de escena. Nada sabemos de ellos. Parece como si nada se hubiera
producido en sus vidas. Sin embargo, uno de ellos «ve que está curado» y
comprende que algo grande se le ha regalado: Dios está en el origen de aquella
curación. Entusiasmado, vuelve «alabando a Dios a grandes gritos» y «dando
gracias a Jesús».
Por lo general, los comentaristas
interpretan su reacción en clave de agradecimiento: los nueve son unos
desagradecidos; sólo el que ha vuelto sabe agradecer. Ciertamente es lo que
parece sugerir el relato. Sin embargo, Jesús no habla de agradecimiento. Dice
que el samaritano ha vuelto «para dar gloria a Dios». Y dar gloria a Dios es
mucho más que decir gracias.
Dentro de la pequeña historia de
cada persona, probada por enfermedades, dolencias y aflicciones, la curación es
una experiencia privilegiada para dar gloria a Dios como Salvador de nuestro
ser. Así dice una célebre fórmula de san Ireneo de Lion: "Lo que a Dios le
da gloria es un hombre lleno de vida". Ese cuerpo curado del leproso es un
cuerpo que canta la gloria de Dios.
Creemos saberlo todo sobre el
funcionamiento de nuestro organismo, pero la curación de una grave enfermedad
no deja de sorprendernos. Siempre es un "misterio" experimentar en
nosotros cómo se recupera la vida, cómo se reafirman nuestras fuerzas y cómo
crece nuestra confianza y nuestra libertad.
Pocas experiencias podremos vivir
tan radicales y básicas como la sanación, para experimentar la victoria frente
al mal y el triunfo de la vida sobre la amenaza de la muerte. Por eso, al
curarnos, se nos ofrece la posibilidad de acoger de forma renovada a Dios que
viene a nosotros como fundamento de nuestro ser y fuente de vida nueva.
La medicina moderna permite hoy a
muchas personas vivir el proceso de curación con más frecuencia que en tiempos
pasados. Hemos de agradecer a quienes nos curan, pero la sanación puede ser,
además, ocasión y estímulo para iniciar una nueva relación con Dios. Podemos
pasar de la indiferencia a la fe, del rechazo a la acogida, de la duda a la
confianza, del temor al amor.
Esta acogida sana de Dios nos
puede curar de miedos, vacíos y heridas que nos hacen daño. Nos puede enraizar
en la vida de manera más saludable y liberada. Nos puede sanar integralmente.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
13 de octubre de 2013
CREER SIN
AGRADECER
El relato comienza narrando la
curación de un grupo de diez leprosos en las cercanías de Samaría. Pero, esta
vez, no se detiene Lucas en los detalles de la curación, sino en la reacción de
uno de los leprosos al verse curado. El evangelista describe cuidadosamente
todos sus pasos, pues quiere sacudir la fe rutinaria de no pocos cristianos.
Jesús ha pedido a los leprosos
que se presenten a los sacerdotes para obtener la autorización que los permita
integrarse en la sociedad. Pero uno de ellos, de origen samaritano, al ver que
está curado, en vez de ir a los sacerdotes, se vuelve para buscar a Jesús.
Siente que para él comienza una vida nueva. En adelante, todo será diferente:
podrá vivir de manera más digna y dichosa. Sabe a quién se lo debe. Necesita
encontrarse con Jesús.
Vuelve “alabando a Dios a grandes
gritos”. Sabe que la fuerza salvadora de Jesús solo puede tener su origen en
Dios. Ahora siente algo nuevo por ese Padre Bueno del que habla Jesús. No lo
olvidará jamás. En adelante vivirá dando gracias a Dios. Lo alabará gritando
con todas sus fuerzas. Todos han de saber que se siente amado por él.
Al encontrarse con Jesús, “se
echa a sus pies dándole gracias”. Sus compañeros han seguido su camino para
encontrarse con los sacerdotes, pero él sabe que Jesús es su único Salvador.
Por eso está aquí junto a él dándole gracias. En Jesús ha encontrado el mejor
regalo de Dios.
Al concluir el relato, Jesús toma
la palabra y hace tres preguntas expresando su sorpresa y tristeza ante lo
ocurrido. No están dirigidas al samaritano que tiene a sus pies. Recogen el
mensaje que Lucas quiere que se escuche en las comunidades cristianas.
“¿No han quedado limpios los
diez?”.¿No se han curado todos? ¿Por qué no reconocen lo que han recibido de
Jesús? “Los otros nueve, ¿dónde están?”. ¿Por qué no están allí? ¿Por qué hay
tantos cristianos que viven sin dar gracias a Dios casi nunca? ¿Por qué no
sienten un agradecimiento especial hacia Jesús? ¿No lo conocen? ¿No significa
nada nuevo para ellos?
“¿No ha vuelto más que este
extranjero para dar gloria a Dios?”. ¿Por qué hay personas alejadas de la
práctica religiosa que sienten verdadera admiración y agradecimiento hacia
Jesús, mientras algunos cristianos no sienten nada especial por él? Benedicto
XVI advertía hace unos años que un agnóstico en búsqueda puede estar más cerca
de Dios que un cristiano rutinario que lo es solo por tradición o herencia. Una
fe que no genera en los creyentes alegría y agradecimiento es una fe enferma.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
10 de octubre de 2010
CURACIÓN
(Ver homilía del ciclo C -
2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
14 de octubre de 2007
VOLVER A
JESÚS DANDO GRACIAS
Los otros
nueve, ¿dónde están?
Diez leprosos vienen al encuentro
de Jesús. La ley les prohíbe entrar en contacto con él. Por eso, se paran a lo
lejos y desde allí le piden la compasión que no encuentran en aquella sociedad
que los margina: Ten compasión de nosotros.
Al verlos allí, lejos, solos y
marginados, pidiendo un gesto de compasión, Jesús no espera a nada. Dios los
quiere ver conviviendo con todos: Id a presentaros a los sacerdotes. Que los
representantes de Dios os den autorización para volver a vuestros hogares.
Mientras iban de camino quedaron limpios.
El relato podía haber terminado
aquí. Pero al evangelista le interesa destacar la reacción de uno de ellos.
Este hombre ve que está curado: comprende que acaba de recibir algo muy grande;
su vida ha cambiado. Entonces, en vez de presentarse a los sacerdotes, se
vuelve hacia Jesús. Allí está su Salvador.
Ya no camina como un leproso,
apartándose de la gente. Vuelve exultante. Según Lucas, hace dos cosas. En
primer lugar, alaba a Dios a grandes gritos: Dios está en el origen de su
salvación. Luego, se postra ante Jesús y le da gracias: éste es el Profeta
bendito por el que le ha llegado la compasión de Dios.
Se explica la extrañeza de Jesús:
Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Siguen entretenidos con los sacerdotes
cumpliendo los ritos prescritos?, ¿no han descubierto de dónde llega a su vida
la salvación? Luego dice al samaritano: Tu fe te ha salvado.
Todos los leprosos han sido
curados físicamente, pero sólo el que ha vuelto a Jesús dando gracias ha
quedado «salvado» de raíz. Quien no es capaz de alabar y agradecer la vida,
tiene todavía algo enfermo en su interior. ¿Qué es una religión vivida sin
agradecimiento? ¿Qué es un cristianismo vivido desde una actitud crítica,
pesimista, negativa, incapaz de experimentar y agradecer la luz, la fuerza, el
perdón y la esperanza que recibimos de Jesús?
¿No hemos de reavivar en la
Iglesia la acción de gracias y la alabanza a Dios? ¿No hemos de volver a Jesús
para darle gracias? ¿No es esto lo que puede desencadenar en los creyentes una
alegría hoy desconocida por muchos?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
10 de octubre de 2004
PARA SER
HUMANOS
Vinieron
a su encuentro diez leprosos.
No siempre somos conscientes,
pero vivimos cautivos de una red invisible de barreras y prejuicios tan
profundamente interiorizados e institucionalizados que forman parte de nuestro
ser. Nos creemos libres, pero ellos nos dictan a quién amar y a quién rechazar,
con quién andar y a quién evitar.
Cada uno habita en un
«territorio» bien delimitado. Pertenece a una raza, es de un color y un sexo,
tiene una patria, practica una religión. Y es tal nuestra necesidad de
seguridad que es difícil no considerar al otro como inferior. Nos parece lo más
natural: mi raza es superior a otras, mi patria más noble, mi religión más
digna que otras creencias.
El sentido de pertenencia es
necesario para crecer como personas, pero puede aprisionarnos dentro de unos
muros de ignorancia mutua, rechazo, exclusión e insolidaridad. Se nos puede
olvidar que, para ser humanos, no basta ser leal al propio grupo y hostil al
diferente. Hace falta algo más.
Ningún investigador lo pone en
duda. Jesús puso en marcha un «movimiento de compasión» que tenía como objetivo
introducir en la sociedad un «amor no excluyente», una corriente de
comunicación y solidaridad que, eliminando barreras y prejuicios, tuviera en
cuenta el sufrimiento de los más excluidos.
La compasión es lo primero para
ser humanos. No necesita otra justificación. No hace falta fundamentarla en
religión alguna. Viene exigida por quienes tienen la máxima autoridad sobre
nosotros: «la autoridad de los que sufren».
Según el relato de Lucas, un
grupo de leprosos, excluidos social y religiosamente, se detienen a distancia y
«desde lejos» le piden a gritos lo que no encuentran en la sociedad: «Ten
compasión de nosotros». La reacción de Jesús es inmediata. Hay que acogerlos:
nada ha de ser obstáculo para atender a los que sufren.
Son muchos los que sufren hoy en
el mundo. Su grito nos llega «desde lejos», desde otras razas y otros pueblos
que no son los nuestros. Podemos encerramos en nuestras fronteras, pero si no
escuchamos su grito, nuestro corazón no es cristiano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
14 de octubre de 2001
VIDA
AGRADECIDA
Volvió
alabando a Dios.
Hay quienes caminan por la vida
con aire triste y pesimista. Su mirada se fija siempre en lo desagradable y
desalentador. No tienen ojos para ver que, a pesar de todo, la bondad abunda
más que la maldad. No saben apreciar tantos gestos nobles, hermosos y
admirables que suceden todos los días en cualquier parte del mundo. Tal vez lo
ven todo negro porque proyectan sobre las cosas su propia oscuridad.
Otros viven siempre en actitud
crítica. Se pasan la vida observando todo lo negativo que hay a su alrededor.
Nada escapa a su juicio. Se consideran personas lúcidas, perspicaces y
objetivas. Sin embargo, nunca alaban, admiran o agradecen. Lo suyo es destacar
el mal y condenar a las personas.
Otros hacen el recorrido de la
vida indiferentes a todo. Sólo tienen ojos para lo que pueda servir a sus
propios intereses. No se dejan sorprender por nada gratuito, no se dejan querer
ni bendecir por nadie. Encerrados en su mundo, bastante tienen con defender su
pequeño bienestar cada vez más triste y egoísta. De su corazón no brota nunca
el agradecimiento.
Hay quienes viven de manera
monótona y aburrida. Su vida es pura repetición: el mismo horario, el mismo
trabajo, las mismas personas, la misma conversación. Nunca descubren un paisaje
nuevo en sus vidas. Nunca estrenan día nuevo. Nunca sucede algo diferente que
renueve su espíritu. No saben descubrir ni amar de manera nueva a las personas.
Su corazón no conoce la alabanza.
Para vivir de manera agradecida,
lo primero es reconocer la vida como buena. Mirar el mundo con amor y simpatía.
Purificar la mirada cargada de negativismo, pesimismo o indiferencia para
apreciar todo lo que hay de bueno, hermoso y admirable en las personas y en las
cosas. Saber disfrutar de lo que vamos recibiendo de manera gratuita e
inmerecida. Cuando san Pablo dice que «hemos sido creados para alabar la gloria
de Dios» está diciendo cuál es el sentido y la razón más profunda de nuestra
existencia. En el episodio narrado por Lucas, Jesús se extraña de que sólo uno
de los leprosos vuelva «dando gracias» y «alabando a Dios». Es el único que ha
sabido sorprenderse por la curación y reconocerse agraciado.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
11 de octubre de 1998
GRACIAS
Se volvió
alabando a Dios.
Es una contradicción. Enseñamos a
los niños a decir «gracias», al tiempo que les fabricamos un mundo donde apenas
cabe esta palabra. Un mundo que funciona movido por el dinero, la obligación o
el interés. Y es claro que, cuando todo se vende y se compra, queda poco sitio
para la gratitud.
El mismo regalo se ha convertido
muchas veces en «gesto social programado por los grandes almacenes donde se
vende de todo menos gratuidad» (J.A. García-Monge). Los verdaderos regalos, pequeños
o grandes, nacen siempre allí donde hay amor sincero entre las personas, más
allá de lo establecido y de lo obligatorio.
No es extraño que en un mundo así
«dar gracias» se haya convertido para bastantes en un mero signo de educación.
Nunca dicen gracias de verdad. No saben agradecer la vida ni el amor y la
bondad de las personas. No saben agradecer a Dios. Para sentir agradecimiento,
la persona tiene que superar ese egocentrismo infantil de quien se cree que
todo le es debido. Hay que reconocer lo gratuito, lo que estamos recibiendo
como puro regalo, lo que no es fruto de nuestros méritos.
En realidad, sólo agradece de
verdad quien sabe captar en su vida el amor, no en abstracto, sino encarnado en
pequeñas experiencias de cada día. Ese amor que se esconde en el interés que
alguien se toma por nosotros, en la amistad sincera de quienes nos quieren
bien, en el apoyo y la ayuda desinteresada que se nos ofrece.
Sin duda, es mucho lo que debemos
a muchas personas; pero, ¿a quién agradecer el amanecer de cada mañana o la
respiración que nos mantiene vivos?, ¿a quién dar gracias por el ser, el
bienestar interior o la alegría de vivir? Al creyente no le basta dirigir su
acción de gracias a «la vida» en abstracto. Su agradecimiento se eleva hasta su
Creador y Padre, fuente y origen de todo bien. Se ha dicho con razón que para
el ateo auténtico es un problema sentir la necesidad de dar gracias y no saber
a quién.
Según el relato evangélico (Lucas
17, 11-19), sólo uno de los leprosos curados vuelve a Jesús dándole gracias y
alabando a Dios. Es conocida la queja de Jesús: « ¿No ha vuelto más que este
extranjero para alabar a Dios?» ¿Serán siempre tan pocos los que vivan dando
gracias por el regalo de la vida?
Al creyente que no le nace nunca
de dentro la alabanza y el agradecimiento a Dios le falta algo esencial. Su fe
necesita descubrir que la primera actitud ante la bondad y la grandeza de Dios
se encierra en esa sencilla palabra: «Gracias.» Lo mismo que a los niños, ante
el regalo de la vida alguien nos tendría que advertir: «¿Qué se dice?»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
15 de octubre de 1995
RECUPERAR
LA GRATITUD
Se volvió
alabando a Dios.
Se ha dicho que la gratitud está
desapareciendo del «paisaje afectivo» de la vida moderna. José Antonio Marina,
autor de libros tan interesantes como «Ética para náufragos», recordaba
recientemente que el paso de Nietzsche, Freud y Marx nos ha dejado empantanados
en una «cultura de la sospecha» que hace difícil el agradecimiento.
Se desconfía del gesto realizado
por pura generosidad. Según el profesor, «se ha hecho dogma de fe que nadie da
nada gratis y que toda intención aparentemente buena oculta una impostura». Es
fácil entonces considerar la gratitud como «un sentimiento de bobos, de
equivocados o de esclavos».
No sé si esta actitud está tan
generalizada. Pero sí es cierto que en nuestra «civilización mercantilista»,
cada vez hay menos lugar para lo gratuito. Todo se intercambia, se presta, se
debe o se exige. Naturalmente en este clima social la gratitud se hace
innecesaria. Cada uno tiene lo que se merece, lo que se ha ganado con su propio
esfuerzo. A nadie se le regala nada.
Algo semejante puede suceder en
la relación con Dios si la religión se convierte en una especie de contrato con
la Divinidad: «Yo te ofrezco oraciones y sacrificios y Tú me aseguras
protección. Yo cumplo lo estipulado y Tú me recompensas. » Desaparece así de la
experiencia religiosa el sentimiento más genuino que es la alabanza y la acción
de gracias a Dios, fuente y origen de todo bien.
Para muchos creyentes, recuperar
la gratitud puede ser el primer paso para sanar su relación con Dios. Esta
alabanza agradecida no consiste primariamente en tributarle elogios ni en
enumerar los dones recibidos. Lo primero es captar la grandeza de Dios y su
bondad insondable. Intuir que sólo se puede vivir ante El dando gracias. Esta
gratitud radical a Dios desencadena en la persona una forma nueva de mirarse a
sí misma, un modo nuevo de relacionarse con las cosas y una actitud diferente
ante las personas.
El hombre agradecido sabe que no
es el origen de sí mismo; su existencia entera es don de Dios. Las cosas que le
rodean adquieren una profundidad antes ignorada; no están ahí sólo como objetos
que sirven para satisfacer unas necesidades; son signos de la gracia y la
bondad del Creador. Las personas que encuentra en su camino son también regalo
y gracia; a través de ellas se le ofrece la presencia viva de Dios.
De los diez leprosos curados por
Jesús, sólo uno vuelve «glorificando a Dios» y sólo él escucha las palabras de
Jesús: «Tu fe te ha salvado. » El reconocimiento gozoso y la alabanza a Dios
siempre son fuente de salvación.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
11 de octubre de 1992
AGRADECER
Se volvió
alabando a Dios.
La gratitud es un sentimiento
profundamente arraigado en el ser humano. Desde muy pequeños nos enseñan a dar
gracias, pues el agradecimiento es la actitud más noble ante lo que vamos
recibiendo en la vida. Pocas cosas hay más humillantes que llamar a alguien con
verdad «desagradecido».
Y, sin embargo, son muchos los
creyentes que no saben vivir de manera agradecida. Sólo se acuerdan de Dios
para expresarle sus quejas o pedir su auxilio en momentos de necesidad. Nunca
nace de ellos el agradecimiento o la alabanza por lo bueno que hay en sus
vidas.
Para agradecer, lo primero es
saber captar lo positivo de la vida. No dejar de asombrarnos ante tanto bien:
el sol de cada mañana, el misterio de nuestro cuerpo, el despertar de cada día,
el amor y la amistad de las personas, la alegría del encuentro, el placer, el
descanso reparador, la música, el deporte, la naturaleza, la fe, el hogar. No
se trata exactamente de vivir con espíritu observador, sino de estar atento y
saber acoger todo lo jugoso, lo hermoso, lo positivo de la vida, bien nuestra o
la de los demás.
Es necesario, también, percibir
todo eso como don proveniente de Dios, fuente y origen último de todo bien. La
vida se convierte entonces, casi espontáneamente, en alabanza. Y uno comprende
que lo primero en la vida es agradecer. A pesar de todos los sinsabores,
fracasos y pecados, la vida es don que hemos de acoger cada día en actitud de
agradecimiento y alabanza.
El agradecimiento pide, además,
reaccionar con gozo y expresar la alegría de vivir recibiéndolo todo de Dios.
La alegría está hoy bastante desacreditada. Muchos la ven como la virtud
ingenua de quienes todavía no han escarmentado ante la dureza de la vida. Y,
sin embargo, puede ser la reacción de quien vive desde la misma raíz de la
existencia. Recordemos las palabras de S. Kierkegaard: «Todo el que de verdad
quiere tener relación con Dios y frecuentarlo, no tiene más que una sola tarea:
la de estar siempre alegre.»
La alabanza a Dios es
manifestación de vida sana y acertada. Quien no es capaz de alabar y agradecer
la vida, tiene todavía en su interior algo enfermo. Los diez leprosos quedan
curados de la terrible enfermedad, pero sólo uno vuelve «glorificando a Dios»,
y sólo él escucha las palabras de Jesús: «Levántate y vete, tu fe te ha
salvado.» Todos han sido curados físicamente, pero sólo él queda sanado de
raíz.
Tal vez, uno de los mayores
pecados de la Iglesia y de los creyentes es la falta de alabanza y de acción de
gracias. Recordemos unas palabras recientes de B. Häring: «La Iglesia será cada
vez más una Iglesia curativa, cuando sea una Iglesia más glorificadora y
eucarística,.. Es el camino de la salvación: siempre y en toda ocasión es digno
y justo dar gracias a Dios y alabarle.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
15 de octubre de 1989
¿MIEDO O
ADMIRACION?
Se volvió
alabando a Dios.
No es fácil describir los
sentimientos y actitudes que pueden despertarse en nosotros cuando nos
detenemos ante Dios. Pero, al menos, hay dos que condicionan de manera decisiva
nuestra vivencia religiosa: el temor y la admiración.
Hay personas que ante Dios
sienten, sobre todo, miedo. Dios se les presenta amenazador, temible y
peligroso. Lo mejor que podemos hacer ante él es protegernos, actuar con
cautela y precaución.
Este temor a Dios suscita una
religión en la que lo importante es mantenerse puros ante él, no transgredir
sus mandatos, expiar nuestras ofensas y cumplir estrictamente los deberes
religiosos para sentirnos seguros ante sus posibles reacciones.
Hay creyentes, por el contrario,
en los que Dios despierta, antes que nada, admiración. Lo perciben como alguien
grande, fascinante, bueno. Se sienten atraídos por él, cautivados por su
misterio y su grandeza.
Esta admiración los conduce a una
vivencia religiosa en la que predomina la alabanza, la acción de gracias y la
adoración gozosa. Lo importante es cantar la gloria de Dios y contemplar
agradecidos sus obras.
Tal vez, ningún pueblo ha
admirado tanto a su Dios ni ha orientado su culto hacia la alabanza con tanta
audacia y entusiasmo como el pueblo judío. Para el israelita piadoso, todo es
motivo de “beraka” o bendición a Yahvé y la vida entera se convierte en acción
de gracias.
Los cristianos de hoy hemos
perdido en gran parte esa admiración por Dios. Celebramos la Eucaristía como la
gran plegaria de acción de gracias a Dios, pero no nos nace del corazón, pues
nuestra vida está, de ordinario, vacía de alabanza. La queja de Jesús
lamentándose de la falta de agradecimiento de los leprosos curados por él,
podría estar dirigida a muchos de nosotros.
¿Dónde está nuestra acción de
gracias y nuestra alabanza jubilosa a Dios? Miramos la vida y el mundo con ojos
acostumbrados y aburridos, incapaces de admirar lo grande y bello de las cosas
y las personas. Pasamos por el mundo cargados de preocupaciones, absorbidos por
múltiples tareas, ocupados en poseerlo y manipularlo todo y ya no percibimos
apenas nada que nos invite a la alabanza a Dios.
Escuchemos la advertencia de San
Buenaventura: “El que con tantos esplendores de las cosas creadas no se
ilumina, está ciego; el que con tantos clamores no se despierta está sordo; el
que con tantos efectos no alaba a Dios está mudo... Abre pues los ojos, acerca
los oídos del espíritu, despliega los labios y aplica tu corazón para en todas
las cosas ver, oír, alabar, amar, ensalzar y reverenciar a tu Dios”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
12 de octubre de 1986
UNA VIDA
AGRADECIDA
…para dar
gloria a Dios.
Con frecuencia, los cristianos
nos hemos preocupado más de las exigencias éticas de la fe que de revitalizar
nuestra relación gozosa con Dios.
Por otra parte, hemos insistido
en el cumplimiento y la práctica religiosa, pero no hemos aprendido a celebrar
con emoción a Dios como fuente amorosa de la vida.
No es extraño que nos vean un
rostro poco entusiasta. Así escribe E. Tierno Galván: «En estos momentos, el
agnosticismo parece el único camino para devolver al hombre la seguridad y el
entusiasmo, frente a tantos millones de cristianos decepcionados, para los que
Dios.., es tan sólo un juguete roto».
¿ No necesitamos los creyentes
redescubrir a Dios como Dios y aprender a vivir gozosamente en acción de
gracias al Creador?
Nuestro instinto religioso está
tan atrofiado y es tan grande nuestro temor a una religiosidad alienante, que
esta misma pregunta levantará sospechas en más de uno: ¿Qué puede aportar eso a
la construcción de una sociedad mejor? ¿Para qué sirve alabar al Creador cuando
hay tantas cosas que hacer?
La queja dolorida de Jesús ante
los nueve leprosos que se apropian de la salud sin que se despierte en su vida
el agradecimiento y la alabanza entusiasta, nos tiene que interpelar. ¿No ha
vuelto nadie sino este extranjero para dar gloria a Dios?
Cuando únicamente se vive con la
obsesión de lo útil y lo práctico, ordenándolo todo al mejor provecho y
rendimiento, no se llega nunca a descubrir la vida como regalo.
Cuando reducimos nuestra vida a
ir «consumiendo» diversas dosis de objetos, bienestar, noticias, sensaciones,
no es posible percibir a Dios como fuente de una vida más intensa y gozosa.
Cuando nos pasamos la vida
dominando a las personas, estrujando las cosas y manipulándolo todo, nos
hacemos incapaces de contemplar la existencia como un don del Creador.
Pero hay otro modo de vivir
distinto. El de aquellos que se van liberando lentamente de tanto
empobrecimiento interior y descubren que «existimos desde un origen amoroso»
(J. Martín Velasco) y que estamos llamados desde ahora a una plenitud de vida
que desafía las limitaciones del tiempo y del fracaso humano.
No son muchos, pero su vida está
animada por una hondura, una gratitud y una alegría insospechada para el que la
observa desde fuera. Dios es «un juguete roto» sólo para quien no sabe disfrutar
de su regalo con gratitud.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
9 de octubre de 1983
SABER
AGRADECER
Se echó a
los, pies de Jesús, dándole gracias.
Es frecuente que en momentos de
crisis y de cambio socio-cultural profundo, los hombres tendamos a subrayar lo
negativo y nefasto, al mismo tiempo que olvidamos lo que de positivo y bueno
hay en la historia de los pueblos.
Cuando una sociedad vive una
transformación profunda del modelo cultural anterior y una sustitución rápida
por otro radicalmente diferente, se produce generalmente un fenómeno que entre
nosotros es fácil de detectar.
Por una parte, las nuevas
generaciones no creen en el pasado. El cambio provoca una revisión de todas las
instituciones sociales, educativas y religiosas, y un replanteamiento de las
ideas, estructuras y modelos de vida antiguos. Los valores del pasado sufren un
derrumbamiento espectacular. Parece como si nuestros padres y abuelos no hayan
sabido hacer casi nada realmente constructivo y válido.
Pero, al mismo tiempo, no pocos
adultos sufren y se angustian ante el momento presente, porque están plenamente
convencidos de que «su» época fue la mejor. Se diría que para ellos no hay nada
positivo y bueno en el momento actual.
De esta manera, y por razones
diversas, podemos estar creando entre todos una sociedad de hombres
descontentos y amargados, obsesionados casi siempre por lo negativo e incapaces
de valorar, agradecer y disfrutar lo bueno, grande y positivo que hay también
en nuestras vidas.
Esta sociedad nuestra necesita
escuchar la llamada de Jesús al agradecimiento. Los hombres y las mujeres de
hoy necesitamos recordar que el hombre no puede ser humano sin ser agradecido.
No posee otra posibilidad de afirmarse como hombre sino la de saber acoger con
agradecimiento todo lo que va recibiendo en la vida.
Y la razón es sencilla. El hombre
no puede darse nada a sí mismo si no es a partir de lo que recibe de los demás.
No nos damos la vida a nosotros mismos, ni la inteligencia, ni las fuerzas, ni
la salud, ni el vivir diario. El hombre sólo es capaz de aprender a hablar,
desarrollarse, trabajar, relacionarse y construir su propia personalidad a
partir de lo que recibe de los demás.
Por eso, el hombre está llamado a
ser agradecido. Y no ha descubierto todavía el verdadero «fondo» y la fuente de
su vivir, cuando se cierra en una postura de ingratitud y desagradecimiento.
Es bueno pararse a reconocer todo
lo bueno que vamos recibiendo en la vida, y ser agradecidos con el pasado y el
presente. Saber agradecer los esfuerzos y trabajos de las generaciones pasadas,
y las inquietudes y luchas de las presentes. Agradecer la historia que desde
atrás nos sostiene y nos impulsa hacia un futuro mejor. Agradecer la
naturaleza, los acontecimientos que tejen nuestra vida, las personas que nos
acompañan, nos quieren y nos hacen más humanos.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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