El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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27º domingo Tiempo ordinario (C)
EVANGELIO
¡Si tuvierais fe!
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 17,5-10
En aquel tiempo, los apóstoles
dijeron al Señor:
- Auméntanos la fe.
El Señor contestó:
- Si tuvierais fe como un granito
de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y
os obedecería.
Suponed que un criado vuestro
trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de
vosotros le dice: «Enseguida, ven y ponte a la mesa»?
¿No le diréis: «Prepárame de
cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y después comerás y beberás tú»?
¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo
vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: «Somos unos pobres
siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
2 de octubre de 2016
AUMÉNTANOS
LA FE
De manera abrupta, los discípulos
le hacen a Jesús una petición vital: «Auméntanos la fe». En otra ocasión le
habían pedido: «Enséñanos a orar». A medida que Jesús les descubre el proyecto
de Dios y la tarea que les quiere encomendar, los discípulos sienten que no les
basta la fe que viven desde niños para responder a su llamada. Necesitan una fe
más robusta y vigorosa.
Han pasado más de veinte siglos.
A lo largo de la historia, los seguidores de Jesús han vivido años de fidelidad
al Evangelio y horas oscuras de deslealtad. Tiempos de fe recia y también de
crisis e incertidumbre. ¿No necesitamos pedir de nuevo al Señor que aumente nuestra
fe?
Señor, auméntanos la fe.
Enséñanos que la fe no consiste en creer algo sino en creer en ti, Hijo
encarnado de Dios, para abrirnos a tu Espíritu, dejarnos alcanzar por tu
Palabra, aprender a vivir con tu estilo de vida y seguir de cerca tus pasos. Sólo
tú eres quien "inicia y consuma nuestra fe".
Auméntanos la fe. Danos una fe
centrada en lo esencial, purificada de adherencias y añadidos postizos, que nos
alejan del núcleo de tu Evangelio. Enséñanos a vivir en estos tiempos una fe,
no fundada en apoyos externos, sino en tu presencia viva en nuestros
corazones y en nuestras comunidades
creyentes.
Auméntanos la fe. Haznos vivir
una relación más vital contigo, sabiendo que tú, nuestro Maestro y Señor, eres
lo primero, lo mejor, lo más valioso y atractivo que tenemos en la Iglesia.
Danos una fe contagiosa que nos oriente hacia una fase nueva de cristianismo,
más fiel a tu Espíritu y tu trayectoria.
Auméntanos la fe. Haznos vivir
identificados con tu proyecto del reino de Dios, colaborando con realismo y
convicción en hacer la vida más humana, como quiere el Padre. Ayúdanos a vivir
humildemente nuestra fe con pasión por Dios y compasión por el ser humano.
Auméntanos la fe. Enséñanos a
vivir convirtiéndonos a una vida más evangélica, sin resignarnos a un
cristianismo rebajado donde la sal se va volviendo sosa y donde la Iglesia va
perdiendo extrañamente su cualidad de fermento. Despierta entre nosotros la fe
de los testigos y los profetas.
Auméntanos la fe. No nos dejes
caer en un cristianismo sin cruz. Enséñanos a descubrir que la fe no consiste
en creer en el Dios que nos conviene sino en aquel que fortalece nuestra
responsabilidad y desarrolla nuestra capacidad de amar. Enséñanos a seguirte
tomando nuestra cruz cada día.
Auméntanos la fe. Que te experimentemos
resucitado en medio de nosotros
renovando nuestras vidas y
alentando nuestras comunidades.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
6 de octubre de 2013
¿SOMOS
CREYENTES?
Jesús les había repetido en
diversas ocasiones: “¡Qué pequeña es vuestra fe!”. Los discípulos no protestan.
Saben que tiene razón. Llevan bastante tiempo junto a él. Lo ven entregado
totalmente al Proyecto de Dios; solo piensa en hacer el bien; solo vive para
hacer la vida de todos más digna y más humana. ¿Lo podrán seguir hasta el
final?
Según Lucas, en un momento
determinado, los discípulos le dicen a Jesús: “Auméntanos la fe”. Sienten que
su fe es pequeña y débil. Necesitan confiar más en Dios y creer más en Jesús.
No le entienden muy bien, pero no le discuten. Hacen justamente lo más
importante: pedirle ayuda para que haga crecer su fe.
La crisis religiosa de nuestros
días no respeta ni si quiera a los practicantes. Nosotros hablamos de creyentes
y no creyentes, como si fueran dos grupos bien definidos: unos tienen fe, otros
no. En realidad, no es así. Casi siempre, en el corazón humano hay, a la vez,
un creyente y un no creyente. Por eso, también los que nos llamamos
“cristianos” nos hemos de preguntar: ¿Somos realmente creyentes? ¿Quién es Dios
para nosotros? ¿Lo amamos? ¿Es él quien dirige nuestra vida?
La fe puede debilitarse en
nosotros sin que nunca nos haya asaltado una duda. Si no la cuidamos, puede
irse diluyendo poco a poco en nuestro interior para quedar reducida
sencillamente a una costumbre que no nos atrevemos a abandonar por si acaso.
Distraídos por mil cosas, ya no acertamos a comunicarnos con Dios. Vivimos
prácticamente sin él.
¿Qué podemos hacer? En realidad,
no se necesitan grandes cosas. Es inútil que nos hagamos propósitos
extraordinarios pues seguramente no los vamos a cumplir. Lo primero es rezar
como aquel desconocido que un día se acercó a Jesús y le dijo: “Creo, Señor,
pero ven en ayuda de mi incredulidad”. Es bueno repetirlas con corazón
sencillo.
Dios nos entiende. El despertará
nuestra fe.
No hemos de hablar con Dios como
si estuviera fuera de nosotros. Está dentro. Lo mejor es cerrar los ojos y
quedarnos en silencio para sentir y acoger su Presencia. Tampoco nos hemos de
entretener en pensar en él, como si estuviera solo en nuestra cabeza. Está en
lo íntimo de nuestro ser. Lo hemos de buscar en nuestro corazón.
Lo importante es insistir hasta
tener una primera experiencia, aunque sea pobre, aunque solo dure unos
instantes. Si un día percibimos que no estamos solos en la vida, si captamos
que somos amados por Dios sin merecerlo, todo cambiará. No importa que hayamos
vivido olvidados de él. Creer en Dios, es, antes que nada, confiar en el amor
que nos tiene.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
3 de octubre de 2010
AUMÉNTANOS
LA FE
(Ver homilía del ciclo C -
2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
7 de octubre de 2007
FE MÁS
VIVA EN JESÚS
Auméntanos
la fe.
Auméntanos la fe. Así le piden
los apóstoles a Jesús: «añádenos más fe a la que ya tenemos». Sienten que la fe
que viven desde niños dentro de Israel es insuficiente. A esa fe tradicional
han de añadirle «algo más» para seguir a Jesús. Y, ¿quién mejor que él mismo
para darles lo que falta a su fe?
Jesús les responde con un dicho
algo enigmático: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esta
morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar» y os obedecería. Los
discípulos le están pidiendo una nueva dosis de fe, pero lo que necesitan no es
eso. Su problema consiste en que la fe auténtica que hay en su corazón, no
llega ni a un granito de mostaza.
Jesús les viene a decir: lo
importante no es la cantidad de fe, sino la calidad. Que cuidéis dentro de
vuestro corazón una fe viva, fuerte y eficaz. Para entendernos, una fe capaz de
arrancar árboles como el sicómoro, símbolo de solidez y estabilidad, y de
plantarlo en medio del lago de Galilea (!).
Probablemente, lo primero que
necesitamos hoy los cristianos no es «aumentar» nuestra fe y creer más en toda
la doctrina que hemos ido formulando a lo largo de los siglos. Lo decisivo es
reavivar en nosotros una fe viva y fuerte en Jesús. Lo importante no es creer
cosas, sino creerle a él.
Jesús es lo mejor que tenemos en
la Iglesia, y lo mejor que podemos ofrecer y comunicar al mundo de hoy. Por
eso, nada hay más urgente y decisivo para los cristianos que poner a Jesús en
el centro del cristianismo, es decir, en el centro de nuestras comunidades y
nuestros corazones.
Para ello necesitamos conocerlo
de manera más viva y concreta, comprender mejor su proyecto, captar bien su
intención de fondo, sintonizar con él, recuperar el «fuego» que él encendió en
sus primeros seguidores, contagiarnos de su pasión por Dios y su compasión por
los últimos. Si no es así, nuestra fe seguirá siendo más pequeña que un granito
de mostaza. No arrancará árboles ni plantará nada nuevo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
3 de octubre de 2004
AUMÉNTANOS
LA FE
Señor
auméntanos la fe.
Según las primeras fuentes
cristianas, los discípulos que rodean a Jesús no destacan por su adhesión
entusiasta a su Maestro, sino por su fe pequeña y débil. Es tal su incapacidad
para entender a Jesús que un evangelista los presenta dirigiéndose a él con
esta petición: «Señor, auméntanos la fe». ¿No será ésta la oración que hemos de
hacer los cristianos de hoy?
Auméntanos la fe porque
continuamente nos desviamos de tu Evangelio. Ocupados en escuchar nuestros
miedos e incertidumbres, no acertamos a oír tu voz ni en nuestras comunidades
ni en nuestros corazones. Ya no sabemos arrodillarnos ni física ni
interiormente ante ti. Despierta nuestra fe porque si perdemos contacto
contigo, seguirá creciendo en nosotros el desconcierto y la inseguridad.
Aumenta nuestra fe para percibir
tu presencia en el centro mismo de nuestra debilidad. Que no alimentemos
nuestra vida con doctrinas teóricas, sino con la experiencia interna de tu
persona. Que nos dejemos guiar por tu Espíritu y no por nuestro instinto de
conservación.
Si cada uno no cambia, nada
cambiará en tu Iglesia. Si todos seguimos cautivos de la inercia, nada
diferente nacerá entre tus discípulos. Si nadie se atreve a dejarse arrastrar
por tu creatividad, tu Espíritu quedará bloqueado por nuestra cobardía.
Auméntanos la fe para predicar
sólo lo que creemos. No más, tampoco menos. Que no dictaminemos sobre problemas
que no nos duelen. Que no condenemos ligeramente a quienes necesitan sobre todo
calor y cobijo.
Señor, aumenta nuestra fe para
encontrarte no sólo en las iglesias sino en el dolor de los que sufren; para
escuchar tu llamada no sólo en las Escrituras Sagradas sino en el grito de
quienes viven y mueren de hambre. Que nunca olvidemos que son los pobres
quienes plantean a tu Iglesia las preguntas más graves.
Auméntanos la fe para creer en un
mundo nuevo como creías tú, para amar la vida de todos como la amabas tú.
Recuérdanos que nuestra primera tarea es poner en tu nombre signos de
misericordia y esperanza en medio del mundo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
7 de octubre de 2001
ME HACE
BIEN
Señor,
aumenta nuestra fe.
Me hace bien, en esta sociedad
pluralista, poder dialogar de manera sincera y abierta con esos hombres y
mujeres que los cristianos llamamos «increyentes» porque no coinciden con
nuestra fe religiosa, pero que, en realidad, son personas que tienen sus
propias convicciones y principios.
Son estos amigos y amigas que no
comparten mi fe los que, con sus preguntas y sus críticas, me estimulan corno
nadie a revisar la imagen que realmente tengo de Dios. Ellos hacen mi fe más
humilde, pues me ayudan a no confundir a Dios con lo que digo acerca de él.
Junto a ellos siento que Dios es un Misterio más grande que todos nuestros
argumentos y «teologías».
Conociendo la búsqueda sincera,
la lucha interior y el deseo de verdad de algunos de ellos, he percibido que el
Espíritu de Dios está presente en su corazón. Y más de una vez me he quedado en
silencio preguntándome por la verdad de mi adhesión al Evangelio y la
sinceridad de mi seguimiento a Cristo.
Juntos hemos podido compartir la
misma fe en el ser humano, el mismo deseo de paz y de justicia, el mismo dolor
ante las víctimas de la violencia. Ellos me ayudan, además, a amar a la Iglesia
sin arrogancia alguna, pues me hacen ver que no tenemos el monopolio del amor y
de la generosidad.
Me conmueve ver a algunos dudar
de su increencia. Alguna vez alguien me dijo que la actitud de respeto y
comprensión que veía en mí y en otros cristianos le cuestionaba más que todas
nuestras palabras. Aquel día comprendí un poco mejor que a Dios sólo se le
puede comunicar amando a las personas.
En la Iglesia se habla mucho del
testimonio que hemos de dar los cristianos en medio de esta sociedad
indiferente y descreída, pero apenas pensarnos en escuchar y dejarnos enseñar
por quienes no comparten nuestra fe. Y, sin embargo, pocas experiencias hay más
enriquecedoras que el diálogo y la mutua escucha entre personas que buscan con
sinceridad a Dios. Un diálogo que, en más de una ocasión, deja paso a una
súplica pronunciada de manera diferente por cada uno, pero que, en el fondo, es
la oración de los discípulos a Jesús: «Señor, aumenta nuestra fe».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
4 de octubre de 1998
OSADÍA
Auméntanos
la fe.
Hace unos años, el filósofo y
sociólogo de origen belga, C. Levi-Strauss, hacía una declaración que refleja
bien la actitud agnóstica de no pocos contemporáneos: «No me siento preocupado
por el problema de Dios; para mí es absolutamente tolerable vivir consciente de
que nunca podré explicarme la totalidad del universo.» Para este tipo de
agnosticismo, la «totalidad del universo» está ahí como una realidad
«inexplicable» cuyo origen y fundamento resulta insondable, pero ante esta
realidad sólo siente despreocupación y falta de interés.
Los creyentes nos distinguimos de
estos agnósticos, no porque intentemos decir «algo» sobre Dios, mientras ellos
niegan lo que nosotros confesamos. No está ahí el fondo de la cuestión. Aunque
reprimida a veces por diversos factores, la pregunta sobre el misterio del
universo parece inevitable para todos. Lo propio de los creyentes, a diferencia
de los agnósticos, es que se atreven a abandonarse de manera confiada a ese
Misterio que subyace a la «totalidad del universo».
Como decía K Rahner, este
«abandonarse» propio de la fe es «la máxima osadía del hombre». Una ínfima
partícula del cosmos se atreve a relacionarse con la «totalidad incomprensible
y fundante del universo», y lo hace, además, confiando absolutamente en su
poder y en su amor. No estaría de más que los cristianos tomáramos más
conciencia de la audacia inaudita que supone atreverse a confiar en el misterio
de Dios.
El mensaje más nuclear y original
de Jesús ha consistido precisamente en invitar a la humanidad a confiar
incondicionalmente en el Misterio insondable que está en el origen de todo.
Esto es lo que resuena en su anuncio: «No tengáis miedo... Confiad en Dios.
Llamadlo «Abba» (Padre querido), pues lo es en verdad. El cuida de vosotros. Hasta
los cabellos de vuestra cabeza están contados. Tened fe en Dios.»
Esta fe radical en Dios está en
la base de toda oración. Orar no es una ocupación entre otras muchas posibles.
Es la acción más seria y fundamental de la persona, pues en la oración el ser
humano se acepta a sí mismo en su misterio más hondo como criatura que tiene su
origen y fundamento en Dios.
El hombre de hoy se está alejando
de Dios, no porque esté convencido de su no existencia, sino porque no se
atreve a abandonarse confiadamente en Él. El primer paso hacia la fe
consistiría para muchos en postrarse ante el Misterio insondable del universo y
atreverse a decir con confianza: «Padre.» En estos tiempos en que esa confianza
parece debilitarse, nuestra oración debería ser la que los discípulos hacen al
Señor: «Auméntanos la fe.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
8 de octubre de 1995
RECONSTRUIR
LA EXPERIENCIA RELIGIOSA
Auméntanos
la fe.
La palabra «Dios», que en otras
épocas podía resultar clara y esclarecedora, hoy no lo es para muchas personas
de la sociedad occidental. Sólo un ejemplo: las frases donde aparece el término
«Dios» apenas tienen eco en su corazón. Se les hace difícil captar qué puede
significar realmente «Dios ama», «Dios perdona», «Dios escucha».
A veces se suele pensar que esta
dificultad se debe a un «pecado especial» del hombre de hoy que, dominado por
su orgullo, está rechazando a Dios. No es exactamente así. Los hombres y
mujeres de hoy son parecidos a los de todos los tiempos. Lo que sucede es,
sobre todo, que los cambios culturales han debilitado las experiencias de las
que se alimentaba aquella forma de creer.
Hoy no se puede creer en Dios
como hace unos años. A nosotros nos toca la apasionante tarea de aprender
nuevos caminos para abrirnos al Misterio de Dios, siguiendo de cerca a ese
Jesús que sabía «enseñar el camino de Dios conforme a la verdad». ¿Cómo
reconstruir hoy la experiencia religiosa?
Lo primero, hoy como siempre, es
reconocer y aceptar la propia finitud. No es tan difícil llegar a esta
experiencia: «Yo no puedo alcanzar por mis propias fuerzas el equilibrio, el
reposo y la paz que ando buscando.» En el fondo, la vida me va diciendo de mil
formas que yo no soy todo, no lo puedo todo, no soy la fuente de mi ser ni su dueño.
El segundo paso es aceptar ser
desde esa Realidad que llamamos «Dios». Aceptar con confianza ese Misterio que
fundamenta nuestro ser. En esta confianza radical consiste propiamente la fe,
mucho antes de que el individuo se integre en una religión o iglesia
determinada. No hemos de olvidar que la fe se pierde cuando la persona se
desliga de esa Realidad suprema que fundamenta su ser.
Estos pasos no se dan con
seguridad absoluta. Hay una certeza de fondo, pero acompañada de oscuridad. La
persona percibe que es bueno confiar en Dios, pero su confianza no es el
resultado de un razonamiento ni la convicción provocada desde fuera por otros.
La fe «sucede» en el interior del individuo como gracia y regalo del mismo
Dios. La persona «sabe» que no está sola, y acepta vivir de esa presencia
oscura pero inconfundible de Dios.
La confianza en esa Realidad que
llamamos «Dios» lo cambia todo. Hay muchas cosas que siguen sin entenderse,
pero la persona «sabe» que la palabra «Dios» encierra un misterio en el que está
lo que de verdad desea el corazón humano. Lo importante es, entonces, «dejarse
amar». Ya san Ignacio de Loyola decía que, en todo esto, lo decisivo no es «el
mucho saber», sino «el gustar y sentir las cosas internamente». Cuánto bien
hace a las personas que viven en plena crisis religiosa repetir la oración de
los apóstoles: «Auméntanos la fe.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
4 de octubre de 1992
ORAR
DESDE LA DUDA
Auméntanos
la fe.
En el creyente pueden surgir
dudas que se refieren a uno u otro punto del mensaje cristiano. La persona se
pregunta cómo ha de entender una determinada afirmación bíblica o un aspecto
concreto del dogma cristiano. Son cuestiones que están pidiendo una mayor
clarificación.
Pero hay personas que
experimentan una duda más radical, que afecta a la totalidad. Por una parte,
sienten que no pueden o no deben abandonar el cristianismo, pero, por otra, no
se sienten capaces de pronunciar con sinceridad ese «sí» total que implica la
fe.
El que se encuentra en este
estado suele experimentar, por lo general, un malestar interior que le impide
abordar con paz y serenidad su situación. Puede sentirse también culpable. ¿Qué
ha podido pasar para llegar a esto? ¿Qué puede hacer uno en estos momentos? Tal
vez, lo primero es abordar positivamente esta situación para vivir honestamente
ante Dios.
La duda nos hace experimentar que
no somos capaces de «poseer» la verdad del cristianismo. Ningún hombre «posee»
la verdad última de Dios. Aquí no sirven las certezas que manejamos en otros
órdenes de la vida. Ante el misterio último de la existencia hay que caminar
con humildad y sinceridad.
La duda, por otra parte, pone a
prueba mi libertad. En este asunto de la fe nadie puede responder en mi lugar.
Soy yo el que me encuentro enfrentado a mi propia libertad y el que tengo que
pronunciar un «sí» o un «no».
Por eso, la duda puede ser un
revulsivo para despertar de una fe infantil y superar un cristianismo
convencional. Lo primero no es intentar encontrar respuesta a mis interrogantes
concretos, sino preguntarme qué orientación global quiero dar a mi vida. ¿Deseo
realmente encontrar la verdad? ¿Estoy dispuesto a dejarme interpelar por la
verdad del evangelio? ¿Prefiero vivir sin buscar ninguna verdad?
En definitiva, la fe no está
encerrada en las nociones seguras ni en las definiciones bien explicadas. La fe
brota del corazón sincero del hombre que se detiene a escuchar a Dios. Como
dice el teólogo catalán E. Vilanova, «la fe no está en nuestras afirmaciones o en
nuestras dudas. Está más allá: en el corazón... que nadie, excepto Dios,
conoce».
Lo importante es ver si nuestro
corazón busca a Dios o más bien lo rehuye. A pesar de toda clase de oscuridades
e incertidumbres, si de verdad buscamos a Dios, siempre podemos decir desde el
fondo de nuestro corazón esa oración de los discípulos: «Señor, auméntanos la
fe.» El que ora así es creyente.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
8 de octubre de 1989
EL DESEO
DE CREER
Auméntanos
la fe.
Lo que más se opone a la fe no
son las dudas e interrogantes que pueden nacer sinceramente en nosotros sino la
indiferencia y la superficialidad de nuestra vida.
El que busca sinceramente a Dios,
se ve envuelto más de una vez en oscuridad, duda o inseguridad. Pero si busca a
Dios, hay en él un deseo de creer que no queda destruido por la duda, el
cansancio, la oscuridad ni el propio pecado.
No olvidemos que la fe no se
reduce a unas convicciones que nos han inculcado desde niños o a una visión de la
vida que todavía defendemos.
El que cree de verdad no se queda
en las fórmulas ni en los conceptos. No descansa en las palabras.
Sencillamente, busca a Dios.
Por eso, el gran enemigo de la fe
es la indiferencia. Ese rehuir constantemente el gran interrogante de la
existencia. Ese cerrar los oídos a toda llamada o invitación que se nos hace a
buscar la verdad.
Cuántos escepticismos teóricos y
planteamientos doctrinales sólo encierran insensibilidad, apatía y temor a una
búsqueda sincera y noble.
Nuestra fe se debilita, no cuando
dudamos en nuestra búsqueda y deseo de Dios, sino cuando nos apartamos de El.
Así dice San Agustín: “Cuando te apartas del fuego, el fuego sigue dando calor,
pero tú te enfrías. Cuando te apartas de la luz, la luz sigue brillando, pero
tú te cubres de sombras. Lo mismo ocurre cuando te apartas de Dios».
Cuando uno vive con el deseo
sincero de encontrar a ese Dios, cada oscuridad, cada duda o cada interrogante
puede ser un punto de partida hacia algo más profundo, un paso más para abrirse
al misterio.
Todo esto no es fácil de entender
cuando vivimos en la corteza de nosotros mismos, atrapados por mil cosas y
embotados para todo aquello que no sea llenar nuestros bolsillos y nuestras
ambiciones.
Por eso nuestra fe crece, no cuando
hablamos o discutimos de «cuestiones de religión», sino cuando sabemos limpiar
nuestro corazón de tantas ataduras y murmurar calladamente esa oración de los
discípulos: «Señor, aumenta nuestra fe».
Cuando oramos así, no estamos
buscando más seguridad en nuestras convicciones creyentes sino un corazón más
abierto a Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
5 de octubre de 1986
FE
BLOQUEADA
Auméntanos
la fe.
En el curso de un diálogo con P.
Ricoeur, publicado años más tarde, G. Marcel hacía esta confesión: «Me he
encontrado durante años en la situación extremadamente singular de un hombre
que cree profundamente en la fe de los demás y está perfectamente convencido de
que esa fe no es ilusoria, pero que, sin embargo, no se siente con fuerzas o
con derecho para hacerla propia».
Esta experiencia no es hoy tan
rara como pudiera parecer. Son bastantes los que aprecian la fe de sus amigos,
incluso la envidian quizás, pero sienten que, honradamente, no pueden adherirse
a esa misma fe.
Sienten que su fe está bloqueada.
Falta una comunicación real con Dios. No saben cómo encontrarse de nuevo con
El. Se les hace imposible toda relación. Algo parece haber muerto en su corazón
creyente.
Durante muchos años han vivido la
fe como un deber. Hoy la sienten, quizás, como un estorbo que les impide vivir
intensamente la experiencia humana.
¿Es posible desbloquear esa fe
amenazada de muerte? ¿Es posible descubrirla de nuevo en el fondo de nuestro
ser como una fuerza vital capaz de dinamizar toda nuestra existencia? ¿Creer de
nuevo en «esa dulce y secreta intuición» (Rilke) de un Dios que no está lejos
de ningún viviente y cuya ternura salvadora puedo experimentar yo mismo?
Sin duda, todo lo que es
importante en nuestra existencia es siempre algo que va creciendo en nosotros
de manera lenta y secreta, como fruto de una búsqueda paciente y como acogida
de una gracia que se nos regala.
En concreto, nuestra fe puede
comenzar a despertarse de nuevo en nosotros, si acertamos a gritar desde el
fondo mejor de nosotros mismos lo que los discípulos gritan al Señor:
«Auméntanos la fe».
Puede parecer una oración
demasiado pobre, modesta y de poco prestigio. Una oración dirigida a Alguien
demasiado ausente e incierto. Lo que importa es que sea humilde y sincera.
Cuando uno lleva mucho tiempo
decepcionado por la «religión» y distanciado interiormente de la Iglesia,
cuando uno no puede creer en Dios porque su silencio se le ha hecho ya
demasiado impenetrable, tal vez, sólo esta oración humilde puede devolvernos a
la fe viva.
Acosados por toda clase de dudas
e interrogantes, este grito, repetido sinceramente, puede hacernos dudar de
nuestras propias dudas y puede ayudarnos a descubrir de nuevo a Dios como
fuente de vida.
Lo que puede cambiar nuestro
corazón no son las palabras o las ideas, sino la comunicación con Aquel que
está siempre activo en lo secreto de los seres. Quizás el recogimiento de este
tiempo de otoño sea para algunos una invitación callada a hacer la experiencia.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
2 de octubre de 1983
APRENDER
A CREER
Auméntanos
la fe.
A ninguna persona lúcida se le
escapa que las nuevas generaciones no creen en muchas de las instituciones y
valores sobre los que hemos construido nuestra convivencia social.
Muchos de nuestros jóvenes no
creen en el matrimonio ni en la familia. No aceptan nuestras instituciones
educativas. Sospechan de los modelos de vida que sus padres les ofrecen. No
creen en la validez de lo que les pueda ofrecer la iglesia cristiana o las
diversas tradiciones religiosas.
Pero, no se trata sólo del
desencanto, la indiferencia o el escepticismo de unos jóvenes que «pasan» de
todo. Parece que al hombre actual se le está haciendo cada vez más difícil
afiliarse a una ideología concreta o confesar con convicción un determinado
credo.
Ya no están en crisis sólo los
grandes sistemas económicos, políticos y religiosos, criticados por el análisis
marxista. Hoy asistimos a la crisis del mismo movimiento socialista, que
tampoco parece ser capaz de resolver el problema de una convivencia justa y
libre.
Y no es extraño que el hombre de
hoy se resista a creer rápidamente en cualquier mesianismo, aunque sienta, de
diversas maneras, la necesidad urgente de encontrar una «salvación».
Y no es extraño tampoco que
escuche de nuevo en el fondo de su ser las preguntas que eternamente acompañan
el peregrinar de la humanidad. ¿Dónde encontrar razones válidas para
enfrentarnos a la vida? ¿Qué es vivir de una manera verdaderamente humana? ¿Qué
es lo que nos puede hacer a los hombres más humanos? ¿Qué sentido último
podemos dar a nuestros trabajos, luchas y a todo nuestro quehacer histórico?
Los creyentes tenemos que
aprender a creer en el horizonte de esta crisis general. El hombre de hoy sólo
podrá creer en Dios si la fe le ayuda a responder convincentemente a estas
preguntas. En nuestro pueblo se creerá en Dios si se puede verificar, de alguna
manera, que la fe en Dios le hace realmente al hombre más humano, más justo,
más liberado.
En el fondo, sólo creemos de
verdad en aquello que nos ayuda a vivir. Y sólo creemos de verdad en Jesucristo
si podemos comprobar por experiencia personal que él nos ayuda a vivir con más
hondura, con más sentido y con verdadera esperanza.
También nosotros debemos gritar
como los discípulos: «Auméntanos la fe», porque necesitamos creer con más
convicción, más realismo y más gozo. Necesitamos, sobre todo, creer que el
evangelio tiene hoy para todos nosotros fuerza salvadora y liberadora, y nos
puede ayudar a construir una sociedad más justa, más fraterna y, en definitiva,
más humana.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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