El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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31º domingo Tiempo ordinario (C)
EVANGELIO
El Hijo del Hombre ha
venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.
Lectura del santo
evangelio según san Lucas 19,1-10
En aquel tiempo, entró Jesús en
Jericó y atravesaba la ciudad.
Un hombre llamado Zaqueo, jefe de
publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo
impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una
higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio,
levantó los ojos y dijo:
- Zaqueo, baja enseguida, porque
hoy tengo que alojarme en tu casa.
Él bajó enseguida, y lo recibió
muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban
diciendo:
- Ha entrado a hospedarse en casa
de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie, y
dijo al Señor:
- Mira, la mitad de mis bienes,
Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré
cuatro veces más.
Jesús le contestó:
- Hoy ha sido la salvación de
esta casa; también éste es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del Hombre ha
venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
30 de octubre de 2016
¿PUEDO
CAMBIAR?
A buscar
y salvar lo perdido.
Lucas narra el episodio de Zaqueo
para que sus lectores descubran mejor lo que pueden esperar de Jesús: el Señor
al que invocan y siguen en las comunidades cristianas «ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». No lo han de
olvidar.
Al mismo tiempo, su relato de la
actuación de Zaqueo ayuda a responder a la pregunta que no pocos llevan en su
interior: ¿Todavía puedo cambiar? ¿No es ya demasiado tarde para rehacer una
vida que, en buena parte, la he echado a perder? ¿Qué pasos puedo dar?
Zaqueo viene descrito con dos
rasgos que definen con precisión su vida. Es «jefe de publicanos» y es «rico».
En Jericó todos saben que es un pecador. Un hombre que no sirve a Dios sino al
dinero. Su vida, como tantas otras, es poco humana.
Sin embargo, Zaqueo «busca ver a Jesús». No es mera
curiosidad. Quiere saber quién es, qué se encierra en este Profeta que tanto
atrae a la gente. No es tarea fácil para un hombre instalado en su mundo. Pero
éste deseo de Jesús va a cambiar su vida.
El hombre tendrá que superar
diferentes obstáculos. Es «bajo de
estatura», sobre todo porque su vida no está motivada por ideales muy
nobles. La gente es otro impedimento: tendrá que superar prejuicios sociales
que le hacen difícil el encuentro personal y responsable con Jesús.
Pero Zaqueo prosigue su búsqueda
con sencillez y sinceridad. Corre para adelantarse a la muchedumbre, y se sube
a un árbol como un niño. No piensa en su dignidad de hombre importante. Sólo
quiere encontrar el momento y el lugar adecuado para entrar en contacto con
Jesús. Lo quiere ver.
Es entonces cuando descubre que
también Jesús le está buscando a él pues llega hasta aquel lugar, lo busca con
la mirada y le dice: "El encuentro será hoy mismo en tu casa de
pecador". Zaqueo se baja y lo recibe en su casa lleno de alegría. Hay
momentos decisivos en los que Jesús pasa por nuestra vida porque quiere salvar
lo que nosotros estamos echando a perder. No los hemos de dejar escapar.
Lucas no describe el encuentro.
Sólo habla de la transformación de Zaqueo. Cambia su manera de mirar la vida:
ya no piensa sólo en su dinero sino en el sufrimiento de los demás. Cambia su
estilo de vida: hará justicia a los que ha explotado y compartirá sus bienes
con los pobres.
Tarde o temprano, todos corremos
el riesgo de "instalarnos" en la vida renunciando a cualquier
aspiración de vivir con más calidad humana. Los creyentes hemos de saber que un
encuentro más auténtico con Jesús puede hacer nuestra vida más humana y, sobre
todo, más solidaria.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
3 de noviembre de 2013
PARA
JESÚS NO HAY CASOS PERDIDOS
Jesús alerta con frecuencia sobre
el riesgo de quedar atrapados por la atracción irresistible del dinero. El
deseo insaciable de bienestar material puede echar a perder la vida de una
persona. No hace falta ser muy rico. Quien vive esclavo del dinero termina
encerrado en sí mismo. Los demás no cuentan. Según Jesús, “donde esté vuestro
tesoro, allí estará vuestro corazón.
Esta visión del peligro
deshumanizador del dinero no es un recurso del Profeta indignado de Galilea.
Diferentes estudios analizan el poder del dinero como una fuerza ligada a
pulsiones profundas de autoprotección, búsqueda de seguridad y miedo a la
caducidad de nuestra existencia.
Sin embargo, para Jesús, la
atracción del dinero no es una especie de enfermedad incurable. Es posible
liberarse de su esclavitud y empezar una vida más sana. El rico no es “un caso
perdido”. Es muy esclarecedor el relato de Lucas sobre el encuentro de Jesús
con un hombre rico de Jericó.
Al atravesar la ciudad, Jesús se
encuentra con una escena curiosa. Un hombre de pequeña estatura ha subido a una
higuera para poder verlo de cerca. No es desconocido. Se trata de un rico,
poderoso “jefe de recaudadores”. Para la gente de Jericó, un ser despreciable,
un recaudador corrupto y sin escrúpulos como casi todos. Para los sectores
religiosos, “un pecador” sin conversión posible, excluido de toda salvación.
Sin embargo, Jesús le hace una
propuesta sorprendente: “Zaqueo, baja en seguida porque tengo que alojarme en
tu casa”. Jesús quiere ser acogido en su casa de pecador, en el mundo de dinero
y de poder de este hombre despreciado por todos. Zaqueo bajó en seguida y lo
recibió con alegría. No tiene miedo de dejar entrar en su vida al Defensor de
los pobres.
Lucas no explica lo que sucedió
en aquella casa. Sólo dice que el contacto con Jesús transforma radicalmente al
rico Zaqueo. Su compromiso es firme. En adelante pensará en los pobres:
compartirá con ellos sus bienes. Recordará también a las víctimas de las que ha
abusado: les devolverá con creces lo robado. Jesús ha introducido en su vida
justicia y amor solidario.
El relato concluye con unas
palabras admirables de Jesús: “Hoy ha entrado la salvación en esta casa.
También este es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y
salvar lo que estaba perdido”. También los ricos se pueden convertir. Con Jesús
todo es posible. No lo hemos de olvidar nadie. El ha venido para buscar y
salvar lo que nosotros podemos estar echando a perder. Para Jesús no hay casos
perdidos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
31 de octubre de 2010
¿PUEDO
CAMBIAR?
(Ver homilía del ciclo C -
2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
4 de noviembre de 2007
JESÚS AMA
A LOS RICOS
Hoy mismo
tengo que alojarme en tu casa.
El encuentro de Jesús con el rico
Zaqueo es un relato conocido. La escena ha sido muy trabajada por Lucas,
preocupado tal vez por la dificultad que encontraban algunas familias ricas
para integrarse en las primeras comunidades cristianas.
Zaqueo es un rico bien conocido
en Jericó. Pequeño de estatura, pero
poderoso jefe de los recaudadores que
controlan el paso de mercancías en una importante encrucijada de caminos. No es
un hombre querido. La gente lo considera un pecador,
excluido del pueblo creyente. Vive explotando a los demás. No es hijo de Abraham.
Sin embargo, este hombre quiere
ver quién es Jesús. Ha oído hablar de
él, pero no lo conoce. No le importa hacer el ridículo actuando de manera poco
acorde con su dignidad: como un chiquillo más, corre para tomar la delantera a
todos y se sube a un sicómoro. Solo
busca ver a Jesús. Probablemente, ni
él mismo sabe que está buscando paz, verdad, un sentido diferente para su vida.
Al llegar Jesús a aquel punto, levanta los ojos y ve a Zaqueo. El
relato sugiere un intercambio de miradas entre el profeta defensor de los
pobres y aquel rico explotador. Jesús lo llama por su nombre: Zaqueo, baja en seguida. No hay que
perder más tiempo. Hoy mismo tengo que
alojarme en tu casa y estar contigo. Jesús quiere entrar en el mundo de
este rico.
Zaqueo le abre la puerta de su
casa con alegría. Le deja entrar en su mundo de dinero y poder mientras en
Jericó todos critican a Jesús por haber entrado en casa de un pecador.
Al contacto con Jesús, Zaqueo
cambia. Empieza a pensar en los pobres:
compartirá con ellos sus bienes. Se acuerda de los que son víctimas de sus
negocios: les devolverá con creces lo que les ha robado. Deja que Jesús
introduzca en su vida verdad, justicia y compasión. Zaqueo se siente otro. Con
Jesús todo es posible.
Jesús se alegra porque la salvación ha llegado también a esta casa
poderosa y rica. A esto ha venido él: a
buscar y salvar lo que estaba perdido. Jesús es sincero: la vida de quienes
son esclavos del dinero son vidas perdidas, vidas sin verdad, sin justicia y
sin compasión hacia los que sufren. Pero Jesús ama a los ricos. No quiere que
ninguno de ellos eche a perder su vida. Todo rico que le deje entrar en su
mundo, experimentará su fuerza salvadora.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
31 de octubre de 2004
ACOGER
Zaqueo...
hoy tengo que alojarme en tu casa.
No se puede comunicar de
cualquier manera la Buena Noticia de Dios. Jesús lo hacía con un estilo
inconfundible. La escena de Jericó es un claro ejemplo. En la ciudad vive
Zaqueo, un hombre al que todos juzgan sin piedad: es un pecador. Para Jesús es
sencillamente una persona que anda «perdida». Precisamente por eso lo busca con
su mirada, le llama por su nombre y le ofrece su amistad personal: comerá en su
casa, le escuchará, podrán dialogar. Acogido, respetado y comprendido por
Jesús, aquel hombre decide reorientar su vida.
La actuación de Jesús es
sorprendente. Nadie veía en él al representante de la Ley, sino al profeta
compasivo que acogía a todos con el amor entrañable del mismo Dios. No parecía
preocupado por la moral sino por el sufrimiento concreto de cada persona. No se
le veía obsesionado por defender su doctrina, sino atento a quien no acertaba a
vivir de manera sana.
No caminaba por Galilea en
actitud de conquista. No imponía ni presionaba. Se ofrecía, invitaba, proponía
un camino de vida sana. Sabía que la semilla podía caer en terreno hostil y su
mensaje ser rechazado. No se sentía agraviado. Seguía sembrando con la misma actitud
de Dios que envía la lluvia y hace salir su sol sobre todos sus hijos: buenos y
malos.
En ciertos sectores de la Iglesia
se está viviendo con nerviosismo y hasta crispación la pérdida de poder y
espacio social. Sin embargo, no es una desdicha que hemos de lamentar, sino una
gracia que nos puede reconducir al Evangelio.
Ya no podremos ser una Iglesia
poderosa, segura y autoritaria, que pretende «secretamente» imponerse a todos.
Seremos una Iglesia más sencilla, vulnerable y débil. No tendremos que preocupamos
de defender nuestro prestigio y poder. Seremos más humanos y sintonizaremos
mejor con los que sufren. Estaremos en mejores condiciones para comunicar el
Evangelio.
Cada vez será más inútil
endurecer nuestra predicación e intensificar nuestros lamentos y condenas.
Tendremos que aprender de Jesús a conjugar tres verbos decisivos: acoger escuchar y acompañar.
Descubriremos que el Evangelio lo comunican los creyentes en cuya vida
resplandece el amor compasivo de Dios. Sin esto, todo lo demás es inútil.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
4 de noviembre de 2001
FUERZA
PARA VIVIR
Su posición de autoridad en medio
de una sociedad de cristiandad ha conducido a la Iglesia, de manera más o menos
consciente, a proponer la fe en Dios como un deber encuadrado en un sistema de
leyes y prohibiciones.
Todavía hoy no pocos practicantes
entienden y viven su religión como una «obligación». Esta percepción sesgada de
la fe ha contribuido a generar un tipo de cristiano sin creatividad ni pasión,
que «cumple con sus deberes religiosos» pero no siente deseo de Dios. A ellos
se refería Simone Weil en su
penetrante observación: «Donde falta el
deseo de encontrarse con Dios, allí no hay creyentes, sino pobres caricaturas
de personas que se dirigen a Dios por miedo o por interés».
Por otra parte, si se escucha
hasta el fondo el desafecto y la alergia que sienten algunos hacia lo
religioso, no es difícil observar que no es a Dios a quien rechazan, sino una
idea agobiante de la religión, que parece recortar la libertad y ahogar el
deseo natural que hay en nosotros de vivir plenamente. Es difícil que el hombre
o la mujer de hoy acepte una fe propuesta como un «imperativo» que priva del
gusto de vivir.
Lamentablemente se olvida que
Dios, antes que nada, es el «Amigo de la
vida», el que desea y busca siempre una vida más digna y dichosa para todo
ser humano y para la creación entera. Se olvida que Dios no es controlador de
un catálogo de prohibiciones y preceptos, sino fuente y estímulo de vida más
coherente y sana, más gratificante y unificada.
Los Obispos de Francia vienen
subrayando desde hace unos años que «el
Evangelio de Cristo es esperado hoy de manera nueva: como una fuerza para
vivir». Es así. El Evangelio es, antes que nada, «una fuerza para vivir» y
sólo será escuchado por personas que andan buscando razones para vivir, para
amar la vida y para disfrutarla de manera sensata y responsable.
En el relato evangélico, Jesús se
define en casa de Zaqueo como alguien «que
ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». No lo deberíamos
olvidar. El Dios cristiano es un Dios que busca reavivar y reconstruir lo que
nosotros podemos estropear y echar a perder. Dios no es carga pesada, sino
vigor y estímulo para vivir con acierto.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
1 de noviembre de 1998
SALVAR LO
QUE SE PIERDE
Salvar lo
que estaba perdido.
Es conocido el ensayo de G. Lipovetsky sobre los cambios que se
han producido en los códigos de moralidad durante la segunda mitad de este
siglo. El título no puede ser más clarificador: «El crepúsculo del deber» (Ed. Anagrama, Barcelona 1994). Audaz y
discutible como casi todos sus trabajos, su análisis arroja, sin embargo, no
poca luz sobre esta época que el pensador francés no duda en calificar de
«postmoral».
Según Lipovetsky la civilización del bienestar ha enterrado la moral del
deber. Hemos engendrado una cultura en que la felicidad predomina sobre el
mandato moral, la búsqueda del placer desbanca a la disciplina personal, la
seducción difumina el sentido de la obligación, el deseo lejos de ser
controlado, es exacerbado y disculpado.
El «deber» sólo puede ser
expresado en tono menor. Lo que está vigente es la «tentación» en forma de
spots y mensajes eufóricos y sensualistas. Los principios y la dignidad moral
ceden ante la excitación del disfrute y la fiebre por la autonomía individual.
La virtud no está «de moda». «¿Qué
representa, de verdad, en nuestras sociedades la celebración de la virtud —se
pregunta el pensador francés— comparada con el reclamo de la comodidad y de las
vacaciones?»
No interesan los criterios de
comportamiento moral. Lo que se difunde masivamente son consejos dietéticos y
estéticos, información turística y gastronómica, recomendaciones psicológicas,
incentivos eróticos. Se habla de derechos, pero no de deberes. En todas partes
se apela a la ética, pero rara vez se llama al sacrificio que puede exigir. La
abnegación o la grandeza de la propia superación han quedado ahogadas por el
clima de hedonismo generalizado.
Todo esto no es el discurso
amargado de un clérigo asustado ante «la ola de inmoralidad». Es el análisis
ponderado de un ensayista, bestseller hoy en Europa y poco sospechoso de
devaneos espirituales. Lipovetsky
reacciona hablando de la importancia de promover un «liberalismo pragmático» y unos «comportamientos
razonables». Entiendo sus planteamientos, pero creo que no le va a ser
fácil a la Humanidad ser feliz sin moral.
El relato evangélico de Lucas nos
muestra el recorrido que hace Zaqueo desde un comportamiento inmoral dedicado
al abuso, la explotación y el propio bienestar, a una vida nueva sustentada en
la justicia, la solidaridad y el bien. La presencia de Cristo sólo tiene un
objetivo: «buscar y salvar lo que estaba
perdido».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
5 de noviembre de 1995
ECHARSE A
PERDER
A buscar
y salvar lo que estaba perdido.
Una de las enfermedades más
graves de nuestro tiempo es, sin duda, la pérdida de sentido. Ese «vacío existencial» del que habla V. Frankl y que padecen no pocas
personas, incapaces de dar un sentido global a su existencia.
Esta incapacidad para dar sentido
a la vida hace que la persona se sienta mal. Quien no encuentra razones para
vivir, no puede ser feliz. Esa falta de sentido es fuente de descontento y
malestar. La razón es sencilla pero profunda: lo que más anhela el ser humano
no es placer, éxito o poder, sino sentido.
Explicando este hecho, no siempre
percibido por el hombre de la calle, el mismo V. Frankl, en su conocido estudio «El hombre doliente», hace una afirmación altamente clarificadora: «Lo que el ser humano quiere realmente no es
la felicidad en sí, sino un fundamento para ser feliz. Una vez sentado este
fundamento, la felicidad o el placer surgen espontáneamente. » Al que vive
sin sentido le falta precisamente «el
fundamento de la felicidad».
No es fácil precisar en qué puede
consistir exactamente «el sentido de la vida». Sin duda, lo primero que
necesita el individuo es captar el
objetivo último de su vida; saber hacia dónde camina. La persona que puede
orientar su vivir diario, sus esfuerzos y proyectos hacia una meta, aprende a
vivir con personalidad. Tiene razones
para vivir.
Pero esto no basta. La persona
necesita, además conocer cuál es la tarea
que ha de realizar en la vida. No se puede ser feliz de cualquier manera. Hay
que acertar en lo importante; saber qué se ha de hacer para vivir con acierto.
La persona que tiene esa referencia ética, aprende a vivir con responsabilidad. Puede ir respondiendo
de forma humana a las diversas situaciones y conflictos de la existencia.
El ser humano aspira, además, a
encontrar una solución última a su
fmitud. Quiere saber si puede confiar en algo o en alguien que responda a ese
anhelo de felicidad y vida eterna que anida en el corazón del hombre. La
persona animada por esta confianza puede enfrentarse con esperanza a los problemas de la vida y al misterio de la muerte.
Son muchas las personas que viven
hoy cogidas por mil cosas, pero sin cuidar en sus vidas «lo importante». Se
interesan por todo lo que puede satisfacer su sed inmediata de felicidad, pero
nunca se ocupan de lo esencial. Pueden terminar echándose a perder y arruinando
su vida.
La fe cristiana no es una receta
de felicidad barata ni dispensa a la persona de los conflictos y sufrimientos
de la existencia, pero ofrece la posibilidad de encontrar sentido último a la
vida. Y esto es fundamento indispensable para vivir de forma sana, responsable y
esperanzada. Quien se encuentra con Cristo experimenta la verdad de esas
palabras que Jesús dirige a Zaqueo, después de haber salvado su desquiciada
vida: «El Hijo del Hombre ha venido a
buscar y salvar lo que estaba perdido. »
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
1 de noviembre de 1992
LOS
NUEVOS POBRES
Le
restituiré cuatro veces más.
Siempre se han visto mendigos y
vagabundos en nuestros pueblos. Gentes desarraigadas que no quieren someterse a
la convivencia social ordinaria. Hombres sin entorno familiar, maltratados de
diversas maneras por la vida.
Pero hoy en día estamos
asistiendo a un fenómeno totalmente diferente y paradójico. En una sociedad
cada vez más rica están aumentando de manera notable «los nuevos pobres», como consecuencia, precisamente, del proceso
de enriquecimiento de los demás.
El desarrollo tecnológico va
descolgando aquí y allí a quienes no tienen sitio en la nueva sociedad.
Obreros, en otro tiempo cualificados, pasan a ser trabajadores eventuales,
después simples parados, más tarde quedan condenados al paro perpetuo.
La primera reacción del parado es
casi siempre de desconcierto. Amigos y conocidos conservan su empleo, ganan
cada vez más dinero y trabajan menos. Todo parece irles bien. Pero,
desgraciadamente, uno ha perdido el tren.
Comienza entonces una nueva lucha
por la vida. Hay que buscar «algo». Encontrar de nuevo sitio en esta sociedad.
Muchos no lo lograrán. Al contrario, comenzarán a rodar por una trágica
pendiente hacia una pobreza en la que jamás habían pensado.
Son «los nuevos pobres» de nuestros
días. Así los definían en 1984 los ministros europeos: «Se considera pobres a
los individuos, familias y grupos de personas cuyos recursos (materiales,
culturales y sociales) son tan escasos que están excluidos de los modos de vida
mínima aceptables en el Estado miembro en que viven.»
Mientras tanto, la sociedad
empieza a reaccionar ante ellos como ante los pobres de siempre. Son una
preocupación molesta para la clase política, pero apenas son tenidos en cuenta
a la hora de tomar medidas socio-económicas.
Se elaboran planes de asistencia
social para que puedan sobrevivir. Y todos quedamos bastante tranquilos, aunque
esas vidas sigan deteriorándose, sin proyecto alguno.
En realidad, nos preocupamos de
ellos, sobre todo, cuando crean problemas, perturban la seguridad ciudadana y
cometen delitos. Es entonces cuando tomamos medidas para defendernos de ellos.
Siempre se ha actuado así con los pobres.
Pero, ¿podemos seguir cerrando
los ojos ante esta realidad? ¿No está creciendo nuestro nivel de vida precisamente
a costa de estos hombres y mujeres que quedan descolgados? ¿No hemos de pensar
en nuevos cauces sociales que permitan compartir de manera más justa el
bienestar?
Y cada uno de nosotros, ¿no
tenemos que restituir algo que no nos pertenece? La actitud del rico Zaqueo
sigue siendo ejemplar: «Si de alguno me
he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
5 de noviembre de 1989
ENFERMEDAD
DEL DINERO
Restituiré.
Cada vez es más fácil observar
entre nosotros síntomas de lo que algunos llaman ya “la enfermedad del dinero”.
Poco a poco las noticias
económicas han saltado al primer plano de los medios de comunicación. Todos
hemos tenido que aprender más o menos lo que es una fusión bancaria o una OPA.
Por algún tiempo, artistas,
cantantes y demás ídolos de costumbre han dejado paso en las páginas de las
revistas y periódicos a los famosos de la banca y el dinero, los hombres que
manejan miles de millones.
No es que antes no hubiera
grandes fortunas. Lo nuevo es que estas personas salen ahora de la sombra y
atraen las miradas y los deseos de muchas gentes.
De alguna manera, la figura del
hombre poderoso económicamente, agresivo, el que sabe ganar dinero con
facilidad, sea como sea, se ha convertido para bastantes en una especie de
modelo social.
Por otra parte, desde hace unos
años han ido proliferando los juegos de azar, las loterías y sorteos de una
manera increíble. Bingos, bono-loto, quinielas se han convertido en centro de
atención obsesiva de muchos. Durante el último año, los españoles han gastado
en este tipo de juegos la cantidad fabulosa de tres billones cien mil millones
de pesetas.
La Televisión, por su parte, nos
va ofreciendo actualmente más de un concurso diario a través de sus diversas
cadenas. En alguno de ellos basta acertar “el precio justo” para hacerse con
cantidades importantes de dinero.
Se diría que, precisamente en
estos momentos de crisis, se nos invita de mil maneras a despertar aún más en
nosotros ese “afán de ganancia exclusiva” que Juan Pablo II denuncia en el hombre actual (Sollicitudo rei
socialis, n. 37).
Porque todo esto está sucediendo
en un momento en el que, por mucho que se hable de recuperación económica, el
paro sigue siendo problema acuciante para muchos. Incluso la mayoría de los que
encuentran trabajo, viven con la inseguridad del contrato temporal.
El dinero es bueno cuando el
hombre lo gana honradamente con su trabajo y le sirve de base para vivir,
construir un hogar y cultivar una vida cada vez más digna.
Pero, un cristiano no se puede
permitir cualquier nivel de vida. Hay una manera de ganar dinero, de gastarlo y
derrocharlo que es esencialmente injusta porque ignora y olvida a los más
necesitados.
El camino a seguir es el de Zaqueo.
Aquel hombre toma conciencia de que su nivel de vida es injusto y toma una
decisión que lo salva como ser humano: compartir sus bienes con aquellos pobres
a cuya costa está viviendo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
2 de noviembre de 1986
BAJOS DE
ESTATURA
Porque
era bajo de estatura.
Pocos serán hoy los que discutan
teóricamente la afirmación de S. Freud
que considera que la persona que no ha superada la fase «anal-erótica» y
continúa preocupada exclusivamente por «tener» y «poseer», es neurótica.
Sin embargo, son innumerables los
que dirigen sus principales energías a tener, acumular y ostentar. A esto se
reduce su vida. A tener un nombre, una posición social, una buena imagen, un
hogar confortable, una cuenta corriente envidiable, un bienestar seguro.
Empujados por su obsesión de
«poseer», tienden a extender su necesidad de propiedad a todos los ámbitos de
la vida. «Tienen» unos conocimientos, «poseen» buenas relaciones, «adquieren»
nuevas amistades, «logran» éxitos y hasta se sienten «dueños» de su esposa y
sus hijos.
Si fueran dos o tres, serían
considerados como personas enfermas e inmaduras, pero al ser mayoría, su
conducta se nos presenta, sorprendentemente, como normal y hasta envidiable.
Y sin embargo, son hombres y
mujeres que viven desconectados de la vida. Dependen siempre de lo que tienen.
Su identidad y seguridad personal se sostienen en algo exterior a ellos mismos,
que les puede ser arrebatado.
Es normal que en sus vidas crezca
la desconfianza, la dureza y la agresividad, y estén ausentes la ternura, la
solidaridad y la verdadera amistad.
Pasan los años y nada cambia ni
se transforma dentro de ellos. Pueden tener momentos de euforia, éxito y
excitación, pero, difícilmente conocerán la alegría que acompaña y resplandece
en quien vive creciendo desde dentro, desarrollando día a día su capacidad de
dar, compartir y convivir.
¿Cómo recuperar la auténtica
alegría de vivir? ¿Cómo salvar estas vidas que aparecen ya «perdidas»?
Es aleccionadora la actuación de
Zaqueo, un hombre con una posición social en Jericó, rico propietario, jefe de
publicanos, pero «bajo de estatura»
en todo su vivir.
Zaqueo sabe reaccionar y dar un
giro nuevo a su vida. Busca algo diferente. Siente la necesidad de encontrarse
con Jesús, acoge su mensaje y toma la única decisión que le puede salvar.
Renunciar a una vida dominada por
el afán de poseer, acumular y explotar, para descubrir la alegría del dar,
ayudar y compartir. Esta es la experiencia de quien acierta a encontrarse con ese
Jesús que ha venido a «salvar lo que estaba perdido».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
30 de octubre de 1983
LA
SALVACION DEL RICO
La mitad
de los bienes, Señor, se la doy a los pobres.
Son bastantes los cristianos de
posición acomodada que se sienten molestos por esta «moda» que ha entrado en la
Iglesia, de hablar tanto de los pobres.
No entienden que el evangelio
pueda ser buena noticia sólo para ellos. Y por lo tanto, sólo pueda ser
escuchado por los ricos como amenaza para sus intereses y como interpelación de
su riqueza.
Les parece que todo esto no es
sino demagogia barata, ideologización ilegítima del evangelio y, en definitiva,
«hacer política de izquierdas».
Porque vamos a ver: ¿no se
acercaba Jesús a todos por igual?, ¿no acogía a pobres y a ricos con el mismo
amor?, ¿no ofreció a todos la salvación?
Ciertamente, Jesús se acerca a
todos ofreciendo la salvación. Pero no de la misma manera. Y en concreto, a los
ricos se les acerca para «salvarlos», antes que nada, de sus riquezas.
En Jericó Jesús se hace hospedar
en casa de un hombre rico. El hombre lo recibe con alegría. Es un honor para él
acoger al Maestro de Nazaret.
Al encontrarse con Jesús y
escuchar su mensaje, el rico va a cambiar. Descubre que lo importante no es
acaparar sino compartir, y decide dar la mitad de sus bienes a los pobres.
Descubre que tiene que hacer justicia a los que ha robado y se compromete a
restituir con creces. Sólo entonces, Jesús proclama: «Hoy ha sido la salvación
de esta casa».
Al rico no se le ofrece otro
camino de salvación sino el de compartir lo que posee con los pobres que lo
necesitan. Es la única «inversión cristianamente rentable» que puede hacer con
sus bienes.
La razón es sencilla. Los ricos
sólo pueden existir gracias a los pobres. Sólo pueden enriquecerse a costa de
los pobres. La miseria es consecuencia de la riqueza de otros.
No sirve decir ingenuamente que
hay una «igualdad de oportunidades» en nuestra sociedad y que el éxito es para
los que se lo ganan. Sabemos que esto no es verdad.
No se dará una mayor fraternidad
entre nosotros si los ricos no cambian de actitud y aceptan la reducción de sus
bienes en beneficio de los empobrecidos por la actual mecánica de nuestra
sociedad.
Este es el camino de salvación
que se les ofrece a los ricos. «Ellos sólo pueden recibir ayuda cuando
reconocen su propia pobreza y están dispuestos a entrar en la comunidad de los
pobres, especialmente, de aquéllos que ellos han reducido a la miseria por la
violencia» (J. Moltmann).
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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