El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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San Ignacio de Loyola (C)
EVANGELIO
Lectura
del santo evangelio según san Lucas 9,18-26.
Lectura del santo
evangelio según san Lucas 9,18-26
Una vez que Jesús
estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
- ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos contestaron:
- Unos que Juan el Bautista, otros que Elías,
otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Él les preguntó:
- Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro tomó la palabra y dijo:
- El Mesías de Dios.
Él les prohibió terminantemente decírselo a
nadie.
Y añadió:
- El Hijo del hombre tiene que padecer mucho,
ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y
resucitar al tercer día.
Y, dirigiéndose a todos, dijo:
- El que quiera seguirme, que se niegue a sí
mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera
salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.
¿ De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí
mismo? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, se ése se
avergonzará el Hijo del Hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y
en la de los santos ángeles.
Palabra de Dios
HOMILIA
MUDANZA
DE ALMA
Si alguno
quiere venir en pos de mí.
Desgraciadamente son muchos los
vascos que lo ignoran casi todo sobre Ignacio de Loyola, el hombre más grande y
universal de cuantos han nacido en nuestra tierra.
Y sin embargo, cuánto bien nos
haría también hoy acercarnos a beber de sus fuentes. Así pensaba yo al releer
estos días ese precioso libro “Ignacio de Loyola, solo y a pie” con el que nos
regalaba hace dos años J.I. Tellechea Idígoras.
Páginas escritas con verdadera
devoción en las que el lector encuentra «sabiduría cristiana” a raudales.
Sólo quiero recordar aquí esa
“mudanza de alma» que vive Ignacio a partir de su obligada convalecencia en el
castillo de Loyola.
Los biógrafos nos dicen que
Ignacio “se paraba a pensar”. No es fácil detenerse cuando uno vive agitado y
disperso, soñando con mil planes y proyectos. Pero es el primer paso. Y paso
absolutamente necesario para quien desea reencontrarse consigo mismo y con
Dios.
Como dice Tellechea, “las heridas
solas no convierten”. Ignacio se detiene “a razonar consigo mismo”. Hace un
profundo balance de su vida. Se escucha a sí mismo con sinceridad.
Dentro de su alma dos espíritus
“contrarios entre sí” se agitan y tiran de él. Siente el vacío de su vida y se
reconoce pecador, pero siente también el atractivo del placer y la gloria.
Dios y él. El bien y el mal. Sus
sueños de siempre y ese nuevo camino de obediencia y fidelidad a Dios. “De unos
pensamientos quedaba triste, y de otros alegre”.
Ignacio vencerá su división
interior buscando la fuerza misma de Dios, “no mirando más circunstancias que
prometerse así con la gracia de Dios de hacerlo, como ellos (los santos) lo
habían hecho”.
Una profunda transformación
comienza a gestarse en Ignacio. Más adelante, a orillas del Cardoner, no lejos
de Manresa, se siente un hombre nuevo. “Le parecían todas las cosas nuevas..,
le parecía como si fuese otro hombre”. “Comenzó a ver con otros ojos todas las
cosas”.
Ignacio fue, sin duda, el primer
ejercitante y la experiencia de su propia conversión será el alma de sus
“Ejercicios Espirituales”.
No son muchos los que se retiran
hoy a hacer ejercicios espirituales. Sin embargo, pocas cosas más saludables
puede haber para un hombre que dedicar unos días a encontrarse sinceramente
consigo mismo y con Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
Las primeras generaciones
cristianas conservaron el recuerdo de este episodio evangélico como un relato
de importancia vital para los seguidores de Jesús. Su intuición era certera.
Sabían que la Iglesia de Jesús debería escuchar una y otra vez la pregunta que
un día hizo Jesús a sus discípulos en las cercanías de Cesarea de Filipo: «Vosotros,
quién decís que soy yo?»
Si en las comunidades cristianas
dejamos apagar nuestra fe en Jesús, perderemos nuestra identidad. No
acertaremos a vivir con audacia creadora la misión que Jesús nos confió;
no nos atreveremos a enfrentarnos al momento actual, abiertos a la novedad de
su Espíritu; nos asfixiaremos en nuestra mediocridad.
No son tiempos fáciles los
nuestros. Si no volvemos a Jesús con más verdad y fidelidad, la desorientación
nos irá paralizando; nuestras grandes palabras seguirán perdiendo credibilidad.
Jesús es la clave, el fundamento y la fuente de todo lo que somos, decimos y
hacemos. ¿Quién es hoy Jesús para los cristianos?
Nosotros confesamos, como Pedro,
que Jesús es el "Mesías de Dios", el Enviado del Padre. Es cierto:
Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a Jesús. ¿Sabemos los
cristianos acoger, cuidar, disfrutar y celebrar este gran regalo de Dios? ¿Es
Jesús el centro de nuestras celebraciones, encuentros y reuniones?
Lo confesamos también "Hijo
de Dios". Él nos puede enseñar a conocer mejor a Dios, a confiar más en su
bondad de Padre, a escuchar con más fe su llamada a construir un mundo más
fraterno y justo para todos. ¿Estamos descubriendo en nuestras comunidades el
verdadero rostro de Dios encarnado en Jesús? ¿Sabemos anunciarlo y comunicarlo
como una gran noticia para todos?
Llamamos a Jesús
"Salvador" porque tiene fuerza para humanizar nuestras vidas, liberar
nuestras personas y encaminar la historia humana hacia su verdadera y
definitiva salvación. ¿Es ésta la esperanza que se respira entre nosotros? ¿Es
ésta la paz que se contagia desde nuestras comunidades?
Confesamos a Jesús como nuestro
único "Señor". No queremos tener otros señores ni someternos a ídolos
falsos. Pero, ¿ocupa Jesús realmente el centro de nuestras vidas? ¿le damos
primacía absoluta en nuestras comunidades? ¿lo ponemos por encima de todo y de
todos? ¿Somos de Jesús? ¿Es él quien nos anima y hace vivir?
La gran tarea de los cristianos
es hoy aunar fuerzas y abrir caminos para reafirmar mucho más la centralidad de
Jesús en su Iglesia. Todo lo demás viene después.
José Antonio Pagola
HOMILIA
CONFESAR
CON LA VIDA
¿Quién
decís que soy yo?
¿Quién
decís que soy yo? Todos los evangelistas sinópticos recogen esta pregunta dirigida
por Jesús a sus discípulos en la región de Cesarea de Felipe. Para los primeros
cristianos era muy importante recordar una y otra vez a quién estaban
siguiendo, cómo estaban colaborando en su proyecto y por quién estaban
arriesgando su vida.
Cuando nosotros escuchamos hoy
esta pregunta, tendemos a pronunciar las fórmulas que ha ido acuñando el
cristianismo a lo largo de los siglos: Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre,
el Salvador del mundo, el Redentor de la humanidad… ¿Basta pronunciar estas
palabras para convertirnos en «seguidores»
de Jesús?
Por desgracia, se trata con
frecuencia de fórmulas aprendidas a una edad infantil, aceptadas de manera
mecánica, repetidas de forma ligera, y afirmadas más que vividas.
Confesamos a Jesús por costumbre,
por piedad o por disciplina, pero vivimos sin captar la originalidad de su
vida, sin escuchar la novedad de su llamada, sin dejarnos atraer por su amor
misterioso, sin contagiarnos de su libertad, sin esforzarnos en seguir su
trayectoria.
Lo adoramos como «Dios» pero no es el centro de nuestra
vida. Lo confesamos como «Señor» pero
vivimos de espaldas a su proyecto, sin saber muy bien cómo era y qué quería. Le
decimos «Maestro» pero no vivimos
motivados por lo que motivaba su vida. Vivimos como miembros de una religión,
pero no somos discípulos de Jesús.
Paradójicamente, la «ortodoxia»
de nuestras fórmulas doctrinales nos puede dar seguridad, dispensándonos al
mismo tiempo de un encuentro vivo con Jesús. Hay cristianos muy «ortodoxos» que
viven una religiosidad instintiva pero no conocen por experiencia lo que es
nutrirse de Jesús. Se sienten «propietarios» de la fe, alardean incluso de su
ortodoxia, pero no conocen el dinamismo del Espíritu de Cristo.
No nos hemos de engañar. Cada uno
hemos de ponernos ante Jesús, dejarnos mirar directamente por él y escuchar
desde el fondo de nuestro ser sus palabras: ¿quién soy yo realmente para
vosotros? A esta pregunta se responde con la vida más que con palabras
sublimes.
José Antonio Pagola
HOMILIA
¿QUÉ
HEMOS HECHO DE JESÚS?
¿Quién
decís que soy yo?
A veces es muy peligroso sentirse
cristiano «de toda la vida». Porque se corre el riesgo de no revisar nunca
nuestro cristianismo y no entender que, en definitiva, todo el vivir cristiano
no es sino un continuo caminar desde la incredulidad hacia la fe en el Dios
vivo de Jesucristo.
Con frecuencia, creemos tener una
fe inconmovible en Jesús porque lo tenemos perfectamente definido en un lenguaje
preciso y ortodoxo, y no nos damos cuenta de que, en la vida diaria, lo estamos
continuamente desfigurando con nuestras aspiraciones, intereses y cobardías.
Lo confesamos abiertamente como
Dios y Señor nuestro, pero, luego, apenas significa gran cosa en nuestros
planteamientos y las actitudes que inspiran nuestra vida. Por eso es bueno que
escuchemos todos sinceramente la pregunta interpeladora de Jesús: «y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?». En realidad, ¿quién es Jesús para
nosotros?, ¿qué lugar ocupa en nuestro vivir diario?
Cuando, en momentos de verdadera
gracia, uno se acerca sinceramente al Jesús del Evangelio, se encuentra con
alguien vivo y palpitante. Alguien a quien no es posible encerrar en unas
categorías filosóficas, unas fórmulas o unos ritos. Alguien que nos lleva al
fondo último de la vida.
Jesús, «el Mesías de Dios», nos
coloca ante nuestra última verdad y se convierte para cada uno de nosotros en
invitación gozosa al cambio, a la conversión constante, a la búsqueda humilde
pero apasionada de un mundo mejor para todos.
Jesús es peligroso. En él
descubrimos una entrega incondicional a los necesitados, que pone al
descubierto nuestro radical egoísmo. Una pasión por la justicia, que sacude
nuestras seguridades, cobardías y servidumbres. Una fe en el Padre, que nos
invita a salir de nuestra incredulidad y desconfianza.
Jesús es lo más grande que
tenemos los cristianos. El que puede infundir otro sentido y otro horizonte a
nuestra vida. El que puede contagiarnos otra lucidez y otra generosidad, otra
energía y otro gozo. El que puede comunicarnos otro amor, otra libertad y otro
ser.
Pero no olvidemos algo
importante. A Jesús se le conoce, se le experimenta y se sintoniza con él, en
la medida en que nos esforzamos por seguirle.
José Antonio Pagola
HOMILIA
DESCONOCIDO
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
La cultura moderna que ha
dominado el mundo occidental durante cinco siglos se encuentra hoy en declive.
Desde su misma entraña está emergiendo una «atmósfera» nueva cuyos efectos se
pueden ya vislumbrar entre nosotros. En ese clima posmoderno viviremos los
próximos años.
Hay un primer dato que se va
extendiendo cada vez más. Ya no se acepta ningún ideal, filosofía o religión
que pretenda ofrecer verdad. Todo se considera relativo y opinable. Todo es
interpretación y fragmento. No hay verdades absolutas. Nadie es sólido y
seguro. Sólo nuestra incerteza.
Pero, al quedarse sin criterios o
valores que orienten sus decisiones, la libertad de las personas corre el
riesgo de volatilizarse. Todo el mundo quiere ser libre pero no sabe para qué.
El pluralismo se va deslizando poco a poco hacia el relativismo y la
indiferencia. El individuo se va quedando sin indicaciones ni referencias
claras que lo guíen en la existencia. El hombre de hoy camina por la vida sin
mapa.
La misma realidad parece diluirse
cada vez más en el mundo de lo virtual. Ya no es tan fácil distinguir entre lo
natural y lo artificial, entre lo real y lo ficticio, lo verdadero y lo
imaginario. Vivimos con la ilusión de estar mejor informados que nunca pero
terminamos pensando, sintiendo y experimentando lo que los mass media nos
dejan ver, conocer y experimentar.
Está surgiendo así un clima
cultural donde las personas se van acostumbrando a vivir sin certezas ni
seguridad. Cada uno sigue su camino de forma solitaria o cruzándose con otros
caminantes dentro de un laberinto que nadie conoce bien y que tiene su mejor
símbolo en las redes de Internet. Mientras tanto, la voz de los profetas
y de los pensadores queda absorbida en el ruido y la confusión. Hablar con Dios
es como hablar de «nada».
En esta atmósfera pretende hoy
hacer oír su voz Jesucristo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Desconocido por muchos, olvidado por otros, confundido con un fragmento más,
dejado de lado como algo irrelevante y sin significado actual, Jesucristo sigue
ofreciendo «débilmente» el amor y la fe en Dios como el único abrigo ante el
nihilismo actual. Su palabra no pretende imponer una ideología, sino despertar
la esperanza. Su acción salvadora no busca ahogar la libertad humana de nadie
sino abrir al ser humano caminos de vida más plena. ¿No es él el único
Salvador?
José Antonio Pagola
HOMILIA
¿QUÉ DIGO
YO?
¿Quién decís que soy yo?
Pocas veces nos detenemos los
cristianos a responder a esa pregunta decisiva que se nos hace a cada uno de
nosotros. La pregunta que Jesús dirige a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
La respuesta ha de ser personal.
Nadie puede hablar en mi nombre. No puede haber una fe por procurador. Soy yo
quien tengo que responder. Se me pregunta qué digo yo de Jesucristo, no qué
dicen los concilios, qué predican los Obispos y el Papa, qué explican los
teólogos.
Un conjunto de circunstancias
históricas ha podido embrollar mucho las cosas, pero no hemos de olvidar que la
fe cristiana no es simplemente la adhesión a una fórmula o a un grupo
religioso, sino mi adhesión personal y mi seguimiento a Jesucristo.
Para ser cristiano, no hasta
decir: «Yo creo en lo que cree la Iglesia.» Es necesario que me pregunte si yo
le creo a Jesucristo, si cuento con él, si apoyo en él mi existencia.
No se me pregunta qué pienso
acerca de la doctrina moral que Jesús predicó, acerca de los ideales que
proclamó o los gestos admirables que realizó. La pregunta es más honda:
¿Quiénes Jesucristo para mí? Es decir, ¿qué lugar ocupa en mi experiencia de la
vida? ¿Qué relación mantengo con él? ¿Cómo me siento ante su persona? ¿Qué
fuerza tiene en mi conducta diaria? ¿Qué espero de él?
No puedo contestar
responsablemente a la pregunta que Jesús me dirige sin descubrirme a mí mismo
quién soy yo y cómo vivo mi fe en Él. Precisamente, en eso consiste la
responsabilidad: en ser capaz de responder por mí mismo.
Con frecuencia, no somos
conscientes hasta qué punto vivimos nuestra fe por inercia, siguiendo actitudes
y esquemas infantiles, sin crecer interiormente, sin llegar tal vez nunca a una
decisión personal y adulta ante Dios.
De poco sirve hoy seguir
confesando rutinariamente las diversas creencias cristianas si uno no conoce por
experiencia qué es encontrarse personalmente con ese Dios revelado y encarnado
en Jesucristo.
Nuestra fe cristiana crece y se
robustece en la medida en que vamos descubriendo por experiencia personal que
sólo Jesucristo puede responder de manera plena a las preguntas más vitales,
los anhelos más hondos, las necesidades últimas que llevamos en nosotros. De
alguna manera todo cristiano debería poder decir como San Pablo: «Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe»
José Antonio Pagola
HOMILIA
UNA PREGUNTA
DIFICIL
¿Quién
decís que soy yo?
No es fácil responder a esa
pregunta, aparentemente tan sencilla y fundamental, de Jesús: “Y, vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Podríamos acudir a las diversas
fórmulas cristológicas que el magisterio ha ido acuñando a lo largo de los
siglos, pero sabemos que la pregunta de Jesús nos está invitando a algo más
radical que un gesto de obediencia casi instintiva a la institución eclesial.
Podríamos recurrir a las
elaboraciones de los teólogos y repetir lo que hemos leído a los estudiosos de
Jesús, pero su pregunta nos está pidiendo una respuesta más personal y vital.
Por eso, no es fácil responder
con verdad quién es Jesucristo hoy para nosotros que nos decimos “cristianos”.
¿Alguien de quien creemos “cosas
extraordinarias” o alguien a quien creemos de manera total y a quien confiamos
nuestro ser?
¿Alguien cuya doctrina explicamos
a los jóvenes y hacemos aprender a nuestros niños o alguien cuya Palabra
dirige, anima y modela nuestro vivir diario?
¿Alguien de quien seguimos
hablando y escribiendo mucho o alguien a quien sabemos hablar e invocar con fe?
¿Alguien que vivió hace
aproximadamente dos mil años o alguien a quien percibimos vivo en medio de la
vida, los acontecimientos y las personas de hoy?
¿Alguien a quien sólo escuchamos
en las páginas escritas de los evangelios o alguien cuyos gritos nos llegan
desde los pobres, los olvidados y los indefensos?
¿Alguien a quien recibimos
piadosamente en la comunión o alguien con quien nos esforzamos por comulgar
cada día más, acogiendo su Espíritu, su mensaje y su esperanza?
¿Alguien cuya cruz adorna
nuestros cuellos y nuestras habitaciones o alguien que nos da fuerza para
acoger la cruz de cada día?
¿Alguien ante quien doblamos
distraídamente nuestra rodilla al pasar ante el sagrario de nuestras iglesias o
alguien a quien hemos rendido nuestra ser?
¿Alguien a quien admiramos como
líder extraordinario o alguien que inspira nuestra comportamiento y a quien
seguimos día a día con fe?
¿Alguien a quien atribuimos
títulos insuperables o alguien en quien buscamos con humildad y gozo al mismo
Dios?
José Antonio Pagola
HOMILIA
¿QUÉ
HEMOS HECHO DE JESÚS?
¿Quién decís que soy yo?
A veces es muy peligroso sentirse
cristiano «de toda la vida». Porque se corre el riesgo de no revisar nunca
nuestro cristianismo y no entender que, en definitiva, todo el vivir cristiano
no es sino un continuo caminar desde la incredulidad hacia la fe en el Dios
vivo de Jesucristo.
Con frecuencia, creemos tener una
fe inconmovible en Jesús porque lo tenemos perfectamente definido en un
lenguaje preciso y ortodoxo, y no nos damos cuenta de que, en la vida diaria,
lo estamos continuamente desfigurando con nuestras aspiraciones, intereses y
cobardías.
Lo confesamos abiertamente como
Dios y Señor nuestro, pero, luego, apenas significa gran cosa en nuestros
planteamientos y las actitudes que inspiran nuestra vida.
Por eso es bueno que escuchemos
todos sinceramente la pregunta interpeladora de Jesús: «y vosotros, ¿quién
decís que soy yo?». En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros?, ¿qué lugar
ocupa en nuestro vivir diario?
Cuando, en momentos de verdadera
gracia, uno se acerca sinceramente al Jesús del Evangelio, se encuentra con
alguien vivo y palpitante. Alguien a quien no es posible encerrar en unas
categorías filosóficas, unas fórmulas o unos ritos. Alguien que nos lleva al
fondo último de la vida.
Jesús, «el Mesías de Dios», nos
coloca ante nuestra última verdad y se convierte para cada uno de nosotros en
invitación gozosa al cambio, a la conversión constante, a la búsqueda humilde
pero apasionada de un mundo mejor para todos.
Jesús es peligroso. En él
descubrimos una entrega incondicional a los necesitados, que pone al
descubierto nuestro radical egoísmo. Una pasión por la justicia, que sacude
nuestras seguridades, cobardías y servidumbres. Una fe en el Padre, que nos
invita a salir de nuestra incredulidad y desconfianza.
Jesús es lo más grande que
tenemos los cristianos. El que puede infundir otro sentido y otro horizonte a
nuestra vida. El que puede contagiarnos otra lucidez y otra generosidad, otra
energía y otro gozo. El que puede comunicarnos otro amor, otra libertad y otro
ser.
Pero no olvidemos algo
importante. A Jesús se le conoce, se le experimenta y se sintoniza con él, en
la medida en que nos esforzamos por seguirle.
José Antonio Pagola
HOMILIA
¿QUIÉN
DECÍS QUE SOY YO?
¿Quién decís que soy yo?
Así, de pronto, no sabríamos cómo
contestarte. Tu pregunta la hemos escuchado muchas veces, Señor, pero siempre
nos parecía dirigida solamente a aquellos discípulos de Cesarea de Filipo.
Nosotros solemos preferir acudir
a las fórmulas tradicionales acuñadas hace siglos por los concilios. Es más
seguro. Y, sobre todo, no nos obliga a preguntarnos quién eres tú para cada uno
de nosotros y qué significas tú hoy en nuestras vidas.
Te damos títulos muy solemnes.
Puedes sentirte satisfecho. A ningún otro nos atreveríamos a llamarlo así.
Te proclamamos Dios y doblamos
ante ti nuestra rodilla. Es cierto que no te rendimos nuestro ser. Cierto
también que tenemos otros “dioses” a los que damos nuestro culto. Pero tú nos
comprenderás. Somos seres tan necesitados. Además, no se puede vivir solo de
“pan”. También se necesita seguridad, dinero, confort…
Tú eres palabra de Dios. Te lo
decimos muchas veces y hasta nos lo creemos. Nos dirás que escuchamos poco tu
evangelio. Es verdad. Tampoco tenemos mucho tiempo, ¿sabes? Hay tantas cosas
que hacer al cabo del día. La vida ha cambiado mucho desde tus tiempos. Además,
hay que ser razonable. ¿Te imaginas lo que sucedería si tomáramos en serio tus
palabras?
Tú mismo lo decías: “Hay que
tener oídos para oír”. En eso te damos la razón. Nosotros queremos tener los
oídos muy abiertos, no solo a tu mensaje sino también a tantas palabras,
mensajes, ideas y noticias que llegan hasta nosotros. Tu sabes que vivimos en
una sociedad abierta y pluralista. No podemos absolutizar tu palabra como en
otros tiempos. Todos tienen derecho ha ser escuchados. Ahora comprendes que te
escuchemos menos, ¿no?
Pero, aunque no te escuchamos, te
decimos cosas muy grandes. No nos contentamos con llamarte Señor, Redentor,
Salvador, Mesías, Cristo… Estamos aprendiendo nuevos nombres. Ya sabes que es
bueno cambiar y evitar la monotonía.
Hoy te llamamos Amigo y Hermano.
Es más familiar. Nos da confianza y, sobre todo, nos resulta menos insoportable
tu mensaje. Entre amigos se puede hablar y discutir.
Te llamamos también Liberador. No
sabemos exactamente qué nos puedes aportar tú a la liberación que nosotros
queremos, pero, al menos, nos podemos armar con tu palabra para atacar a
nuestros adversarios.
Sí. Ya nos damos cuenta de que no
acertamos. Te queremos exaltar y elevar por encima de toda criatura y
terminamos por alejarte de nuestra vida real y concreta de cada día. Te
queremos sentir cerca de nuestros problemas y nuestras penas y terminamos por
olvidar precisamente la salvación que tú nos puedes aportar.
Señor, ten piedad de nosotros.
Aumenta nuestra fe. Dinos tú mismo todo lo que puedes ser para cada uno de
nosotros.
José Antonio Pagola
Para
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