El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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15º domingo Tiempo ordinario (C)
EVANGELIO
¿Quién es mi prójimo?
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 10,25-37
En aquel tiempo, se presentó un
letrado y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
- Maestro, ¿qué tengo que hacer
para heredar la vida eterna?
Él le dijo:
- ¿Qué está escrito en la Ley?,
¿qué lees en ella?
El letrado contestó:
- Amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y
al prójimo como a ti mismo.
Él le dijo:
- Bien dicho. Haz esto y tendrás
la vida.
Pero el letrado, queriendo
aparecer como justo, preguntó a Jesús:
- ¿Y quién es mi prójimo?
Jesús dijo:
- Un hombre bajaba de Jerusalén a
Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos
y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por
aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un
levita que llegó a aquel sitio: al verlo, dio un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de
viaje, llegó donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le
vendó las heridas, echándoles aceite y vino y, montándolo en su propia
cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos
denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:
- Cuida de él y lo que gastes de
más yo te lo pagaré a la vuelta.
¿Cuál de estos tres te parece que
se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?
El letrado contestó:
- El que practicó la misericordia
con él.
Díjole Jesús:
- Anda, haz tú lo mismo.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
10 de julio de 2016
HAZ TÚ LO
MISMO
Haz tú lo
mismo.
Para no salir malparado de una
conversación con Jesús, un maestro de la ley termina preguntándole: «Y ¿quién es mi prójimo?». Es la
pregunta de quien sólo se preocupa de cumplir la ley. Le interesa saber a quién
debe amar y a quién puede excluir de su amor. No piensa en los sufrimientos de
la gente.
Jesús, que vive aliviando el
sufrimiento de quienes encuentra en su camino, rompiendo si hace falta la ley
del sábado o las normas de pureza, le responde con un relato que denuncia de
manera provocativa todo legalismo religioso que ignore el amor al necesitado.
En el camino que baja de
Jerusalén a Jericó, un hombre ha sido asaltado por unos bandidos. Agredido y
despojado de todo, queda en la cuneta medio muerto, abandonado a su suerte. No
sabemos quién es. Sólo que es un «hombre».
Podría ser cualquiera de nosotros. Cualquier ser humano abatido por la
violencia, la enfermedad, la desgracia o la desesperanza.
«Por
casualidad» aparece por el camino un sacerdote. El texto indica que es por
azar, como si nada tuviera que ver allí un hombre dedicado al culto. Lo suyo no
es bajar hasta los heridos que están en las cunetas. Su lugar es el templo. Su
ocupación, las celebraciones sagradas. Cuando llega a la altura del herido, «lo ve, da un rodeo y pasa de largo».
Su falta de compasión no es sólo
una reacción personal, pues también un levita del templo que pasa junto al
herido «hace lo mismo». Es más bien una actitud y un peligro que acecha a
quienes se dedican al mundo de lo sagrado: vivir lejos del mundo real donde la
gente lucha, trabaja y sufre.
Cuando la religión no está
centrada en un Dios, Amigo de la vida y Padre de los que sufren, el culto
sagrado puede convertirse en una experiencia que distancia de la vida profana,
preserva del contacto directo con el sufrimiento de las gentes y nos hace
caminar sin reaccionar ante los heridos que vemos en las cunetas. Según Jesús,
no son los hombres del culto los que mejor nos pueden indicar cómo hemos de
tratar a los que sufren, sino las personas que tienen corazón.
Por el camino llega un
samaritano. No viene del templo. No pertenece siquiera al pueblo elegido de
Israel. Vive dedicado a algo tan poco sagrado como su pequeño negocio de
comerciante. Pero, cuando ve al herido, no se pregunta si es prójimo o no. Se
conmueve y hace por él todo lo que puede. Es a éste a quien hemos de imitar.
Así dice Jesús al legista: «Vete y haz tú
lo mismo». ¿A quién imitaremos al encontrarnos en nuestro camino con las
víctimas más golpeadas por la crisis económica
de nuestros días?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
14 de julio de 2013
NO PASAR
DE LARGO
“Sed compasivos como vuestro
Padre es compasivo”. Esta es la herencia que Jesús ha dejado a la humanidad.
Para comprender la revolución que quiere introducir en la historia, hemos de
leer con atención su relato del “buen samaritano”. En él se nos describe la
actitud que hemos de promover, más allá de nuestras creencias y posiciones
ideológicas o religiosas, para construir un mundo más humano.
En la cuneta de un camino
solitario yace un ser humano, robado, agredido, despojado de todo, medio
muerto, abandonado a su suerte. En este herido sin nombre y sin patria resume
Jesús la situación de tantas víctimas inocentes maltratadas injustamente y
abandonadas en las cunetas de tantos caminos de la historia.
En el horizonte aparecen dos
viajeros: primero un sacerdote, luego un levita. Los dos pertenecen al mundo
respetado de la religión oficial de Jerusalén. Los dos actúan de manera
idéntica: “ven al herido, dan un rodeo y pasan de largo”. Los dos cierran sus
ojos y su corazón, aquel hombre no existe para ellos, pasan sin detenerse. Esta
es la crítica radical de Jesús a toda religión incapaz de generar en sus
miembros un corazón compasivo. ¿Qué sentido tiene una religión tan poco humana?
Por el camino viene un tercer
personaje. No es sacerdote ni levita. Ni siquiera pertenece a la religión del
Templo. Sin embargo, al llegar, “ve al herido, se conmueve y se acerca”. Luego,
hace por aquel desconocido todo lo que puede para rescatarlo con vida y
restaurar su dignidad. Esta es la dinámica que Jesús quiere introducir en el
mundo.
Lo primero es no cerrar los ojos.
Saber “mirar” de manera atenta y responsable al que sufre. Esta mirada nos
puede liberar del egoísmo y la indiferencia que nos permiten vivir con la
conciencia tranquila y la ilusión de inocencia en medio de tantas víctimas
inocentes. Al mismo tiempo, “conmovernos” y dejar que su sufrimiento nos duela
también a nosotros.
Lo decisivo es reaccionar y
“acercarnos” al que sufre, no para preguntarnos si tengo o no alguna obligación
de ayudarle, sino para descubrir de cerca que es un ser necesitado que nos está
llamando. Nuestra actuación concreta nos revelará nuestra calidad humana.
Todo esto no es teoría. El
samaritano del relato no se siente obligado a cumplir un determinado código
religioso o moral. Sencillamente, responde a la situación del herido inventando
toda clase de gestos prácticos orientados a aliviar su sufrimiento y restaurar
su vida y su dignidad. Jesús concluye con estas palabras. “Vete y haz tú lo
mismo”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
11 de julio de 2010
HAZ TÚ LO
MISMO
(Ver homilía del ciclo C -
2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
15 de julio de 2007
LOS
HERIDOS DE LAS CUNETAS
Un hombre
bajaba de Jerusalén a Jericó.
La parábola del «buen samaritano» le salió a Jesús del
corazón, pues caminaba por Galilea muy atento a los mendigos y enfermos que
veía en las cunetas de los caminos. Quería enseñar a todos a caminar por la
vida con «compasión», pero pensaba
sobre todo en los dirigentes religiosos.
En la cuneta de un camino
peligroso hay un hombre asaltado y robado que ha sido abandonado «medio muerto». Afortunadamente, por el
camino llegan un sacerdote y luego un levita. Ambos pertenecen al mundo oficial
del templo. Son personas religiosas. Sin duda, se apiadarán de él.
No es así. Al ver al herido, los
dos cierran sus ojos y su corazón. Para ellos, es como si aquel hombre no
existiera: «dan un rodeo y pasan de
largo» sin detenerse. Ocupados en su piedad y culto a Dios, siguen su
camino. Su preocupación no son los que sufren.
En el horizonte aparece un tercer
viajero. No es sacerdote ni levita. No viene del templo ni pertenece siquiera
al pueblo elegido. Es un despreciable «samaritano».
Se puede esperar de él lo peor.
Sin embargo, al ver al herido «se le conmueven las entrañas». No pasa
de largo. Se acerca a él y hace todo lo que puede: desinfecta sus heridas, las
cura y las venda. Luego, lo lleva en su cabalgadura hasta una posada. Allí lo
cuida personalmente y procura que lo sigan atendiendo.
Difícilmente se puede imaginar
una crítica y una llamada más incisiva de Jesús a sus seguidores y, de manera
directa, a los dirigentes religiosos. No basta que en la Iglesia haya
instituciones, organismos y personas que están junto a los que sufren. Es toda
la Iglesia la que ha de aparecer públicamente como la institución más sensible
y comprometida con los que sufren física y moralmente.
Si a la Iglesia no se le
conmueven las entrañas ante los heridos de las cunetas, lo que haga y lo que
diga será bastante irrelevante. En concreto, es la compasión lo único que puede
hacer a la jerarquía más humana y más creíble.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
11 de julio de 2004
SECTARISMOS
Al verlo,
le dio lástima y se acercó.
No siempre somos conscientes de
los rechazos, desprecios y condenas que alimentamos dentro de nosotros a causa
de perjuicios heredados del pasado o construidos por nosotros mismos. Sin
embargo, son esos prejuicios “institucionalizados” los que modelan con frecuencia
nuestra manera de sentir, de pensar y de comportarnos con otros grupos que no
son el nuestro.
En todas las culturas, antiguas o
modernas, el ser humano trata de afirmar su pertenencia al propio grupo social,
político o religioso poniendo límites frente a los otros. Levantamos fronteras
para marcar las diferencias y asegurar nuestra propia identidad.
Lo grave es que, con frecuencia,
tendemos a considerar como “inferiores” a quienes son diferentes y no
pertenecen a nuestra raza, nación, religión o partido. No sólo es eso. La
“lealtad” al propio grupo nos puede conducir a una hostilidad o rechazo que nos
pasa desapercibido, pero que forma parte de nuestro ser. Cuando esto sucede,
desaparece la mirada amistosa y compasiva con la que un ser humano ha de mirar
a otro.
La parábola del buen samaritano
es un desafío del sectarismo que envenena nuestras relaciones. El hombre caído
en el camino ve acongojado cómo se desentienden de él aquellos de los que podía
esperar ayuda: los “suyos”, los representantes de su religión, los de su
pueblo. Cuando se acerca un samaritano, enemigo proverbial de Israel, sólo
puede esperar lo peor. Es él, sin embargo, quien se acerca, lo mira con
compasión y lo salva.
Este hombre es capaz de
reaccionar contra prejuicios seculares y ser “desleal” a su propio pueblo para
identificarse con un ser humano que sufre y necesita ayuda. El mensaje de Jesús
es claro. No ha de ser el propio grupo, la propia religión o el propio pueblo
los que nos indiquen a quién amar y a quién odiar, a quién acercarnos o a quién
ignorar. El amor evangélico exige lealtad, no al propio grupo, sino al hombre
que sufre aunque no comparta nuestra identidad. La parábola es revolucionaria:
¿Para qué sirve una religión si no es capaz de romper los sectarismos y crear fraternidad?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
15 de julio de 2001
LO
ESENCIAL
Amarás
El ser humano está hecho para
amar y ser amado. Nadie lo pone en duda. Su deseo más hondo es vivir en
comunión. Sólo que lo olvidamos una y otra vez. Entonces, esa necesidad de
vivir amando queda oscurecida, deformada y desviada por mil problemas,
preocupaciones y centros de interés.
El amor es algo constitutivo de
la persona. A quien le falta capacidad de dar y recibir amor le falta lo
esencial. Podríamos decir que está «enfermo». Por eso, una persona inteligente,
activa y eficaz, sin capacidad de amar, da miedo. Un individuo hábil y
poderoso, insensible al amor, es un peligro.
Siempre nos sucede lo mismo.
Queremos ser independientes, salvaguardar a toda costa nuestra pequeña
felicidad sin depender de nadie, ser dueños de nosotros mismos y de nuestra
vida. Buscamos nuestro propio interés y terminamos viviendo en una especie de
túnel construido con nuestros problemas, inquietudes y fantasmas. El erotismo,
la diversión y todas las formas de evasión no logran liberarnos de un malestar
clavado en el fondo de nuestro ser: nos falta lo esencial.
La experiencia nos lo dice muy
pronto, a veces a gritos, a veces de manera callada pero persistente. Sin amor,
la vida se seca, la alegría se apaga. Es difícil crecer y sentir plenitud
cuando sólo se vive en función de uno mismo. La persona no sabe muy bien qué le
está pasando, pero no se siente a gusto: vive sola, encerrada en sus cosas, en
un aislamiento estéril.
Nunca destacaremos lo suficiente
el acierto de Jesús al recordamos lo esencial de la vida y de toda religión: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al
prójimo como a ti mismo». De esto depende todo. Esto es siempre lo esencial
y decisivo.
«Amarás a
Dios». No se dice creerás en Dios, le respetarás, lo temerás, le
obedecerás, le rezarás... Lo primero y esencial es otra cosa: lo acogerás con
amor, le abrirás tu ser, te enamorarás de él. No te sentirás juzgado o
controlado, sino enamorado. Cuando falta amor a Dios la religión queda
fosilizada.
«Amarás a
tu prójimo». No te apropiarás de las personas para tu utilidad, disfrute o
poder. Vivirás acogiendo, acompañando, sirviendo, dando y recibiendo amor. Sin
esto la vida queda mutilada y pervertida. Es la convicción más profunda de
Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
12 de julio de 1998
IGLESIA
SAMARITANA
Al verlo,
le dio lástima y se le acercó.
Hay muchas maneras de empobrecer
y desfigurar la misericordia. A veces queda reducida a un sentimiento de
compasión propio de personas sensibles. Para algunos consiste en esa “ayuda
paternal” que se ofrece a los necesitados para tranquilizar la propia
conciencia. Hay quien recuerda las “obras de misericordia” del catecismo, como
algo que hay que practicar para ser virtuoso.
Desde la fe cristiana hemos de
decir, por el contrario, que la misericordia es la única reacción
verdaderamente humana ante el sufrimiento ajeno que, una vez interiorizado, se
convierte en principio de actuación y ayuda liberadora a quien sufre. Por eso,
el teólogo Jon Sobrino comenzó a
hablar hace unos años del principio-misericordia,
presentándola no como una virtud más, sino como la actitud radical de amor que
imprime una determinada dirección al ser y al actuar de una persona ante el
sufrimiento de otro.
El relato del “buen samaritano” no es una parábola
más, sino la parábola que expresa, según Jesús, lo que es un verdadero ser
humano. El samaritano es una persona que ve en su camino a quién está herido,
se acerca, reacciona con misericordia y le ayuda en todo lo que puede. Ésta es
la única manera de ser humano: reaccionar con misericordia. Por el contrario, “dar un rodeo” ante quien sufre –
postura del sacerdote y el levita – es quedar deshumanizado.
Jon
Sobrino estudia en su obra cómo la misericordia es el principio
fundamental de la actuación de Dios y lo que configura toda la vida, la misión
y el destino de Jesucristo. Ante el sufrimiento nada hay anterior a la
misericordia. Ella es lo primero y lo último. El principio al que se ha de
subordinar todo lo demás. También en la Iglesia.
Una Iglesia verdadera es, ante
todo, una Iglesia que “se parece” a Jesús. Y una Iglesia que se parece a Jesús,
tendrá que ser necesariamente una “Iglesia
samaritana”, que sabe reaccionar ante el sufrimiento humano con
misericordia. Esto es lo que se le pide también a la Iglesia: que sea buena,
que tenga entrañas de misericordia, que no discrimine a nadie, que no dé rodeos
a quienes sufren, que ayude a quienes padecen toda clase de heridas físicas,
morales y espirituales.
Si quiere parecerse más a Jesús y
ser más humana, la Iglesia ha de releer la parábola del “buen samaritano” y despertar constantemente en ella la
misericordia. Es importante la ortodoxia. Es decisivo buscar caminos nuevos de
evangelización del mundo moderno. Pero, ¿para qué sirve todo ello si los
hombres y mujeres de hoy no pueden descubrir en ella el rostro misericordioso
de Dios ni sentir su cercanía y ayuda en el sufrimiento?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
16 de julio de 1995
VIRTUD DE
FUERTES
Dio un
rodeo y pasó de largo.
No goza hoy la misericordia de
buena reputación. Se la considera fácilmente «virtud de débiles». Las personas fuertes y maduras no necesitan ni
recibir misericordia ni ofrecerla. Sólo la gente mediocre fomenta esas cosas.
Una sociedad evolucionada reclama más bien competición y lucha, no compasión.
La competitividad engendra hombres fuertes. La compasión produce seres débiles.
De hecho hoy se fomenta el
espíritu competitivo hasta límites poco humanos. Para no pocos, vivir es
sinónimo de competir. La escuela, las oposiciones, la carrera consumista y
hasta el amor son campo de competición y rivalidad. Se va imponiendo cada vez
más una especie de «darvinismo social».
Sólo están llamados a sobrevivir los fuertes, los hábiles o los duros.
En este clima social no queda
mucho sitio para la compasión.
Los «triunfadores» suelen ser
poco propensos a la misericordia. No
conectan con la tragedia o el
sufrimiento de los débiles; ellos disfrutan de su éxito y bienestar; para algo
han luchado tanto. No es difícil adivinar tras esta «cultura del fuerte» el eco lejano de F. Nietzsche.
Mientras tanto, crece el número
de personas marcadas por el fracaso escolar, profesional, matrimonial o
familiar. Cuanto más competitiva e insolidaria se vuelve una sociedad, tanto
más dura es la experiencia de los fracasados. Cuántos viven hoy dudando de su propia
valía, con un nivel muy bajo de autoestima, necesitados de que alguien
reconozca su dignidad o los acompañe en su desgracia.
La misericordia es hoy más
necesaria que nunca. No esa caricatura de misericordia de quien, para
tranquilizar su conciencia o fomentar su paternalismo, entrega de vez en cuando
un donativo, sino ese sentimiento vivo y operante de solidaridad con los más
necesitados.
La misericordia no es virtud de
gentes débiles sino signo de madurez de personas que saben sintonizar con los
maltratados por la vida pues son capaces de reconocer su dignidad. La
misericordia es un triunfo sobre ese narcisismo que deshumaniza hoy a tantas
personas que sólo viven girando en torno a sus propias ambiciones o intereses.
Para compadecerse no hay que ser débil sino fuerte. Sólo la persona madura sabe
vivir en una actitud de comunión y empatía con los que sufren, comprometiéndose
en aquello que puede ayudarles a vivir de manera más digna.
En la parábola de Jesús, el
personaje débil no es el samaritano que se acerca a prestar socorro al viajero
robado y malherido. Los de corazón pequeño y actitud mezquina son el sacerdote
y el levita que «dan un rodeo» ante
aquel hombre y siguen su camino acallando como pueden sus conciencias.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
12 de julio de 1992
CAMINO DE
EUROPA
Dio un
rodeo y pasó de largo.
Cada vez está más claro. No va a
haber recuperación económica para todos, pues la reconversión se va a llevar a
cabo, relegando en la pobreza a sectores que no podrán beneficiarse del
bienestar material que se pretende conseguir. La “salida de la crisis” sólo va
a ser para los más privilegiados, ya que se va a lograr hundiendo en el trabajo
intermitente, el paro y la crisis aguda a los más débiles y desafortunados.
No todos caminamos hacia la misma
Europa. Mientras unos lograrán instalarse en el bienestar europeo, otros se
irán quedando en el camino, descolgados del progreso y sin posibilidad de
disfrutar de él.
Una vez más se vuelve a repetir
la parábola de Jesús. Junto al camino van quedando hombres y mujeres
despojados, empobrecidos y maltratados. Y una vez más nos vemos obligados a
escuchar la interpelación del evangelio: O seguimos tranquilos nuestro camino,
como el sacerdote y el levita, “dando un
rodeo” y abandonando a esa gente a su suerte, o actuamos como el “buen samaritano” comprometiéndonos
activamente a resolver su necesidad.
Casi sin darnos cuenta, estamos
cayendo en la práctica del “sálvese quien pueda”. Cada uno busca hacerse un
sitio en la nueva sociedad. Lo que importa es entrar en el sector “guay” de
Europa, pues quien se instala ahí disfrutará de un “status” social cada vez
mejor.
Poco a poco se va imponiendo una
“cultura economicista” que hace crecer el individualismo exacerbado y la
búsqueda ciega de seguridad material. No preocupa la suerte de los más débiles.
“Competitividad”, ésta es la palabra clave. Hay que luchar por los propios
intereses. El prójimo sólo es un obstáculo e, incluso, un adversario potencial
que me puede desbancar.
La parábola del Buen Samaritano
es una llamada a sustituir la competitividad por esa solidaridad que, según Juan Pablo II, nos ha de hacer a todos
responsables de todos.
Tal vez hemos de empezar por
aprender a mirar a Europa desde la perspectiva de los más débiles y marginados
para sentir en nuestra propia carne la impotencia e inseguridad de los nuevos
pobres. Es irritante que todavía se oiga decir entre nosotros que “ el que no
trabaja es porque no quiere” y que el problema de los desempleados es porque
“son unos vagos”.
Pero hay que pasar a la acción.
La solidaridad no es un sentimiento superficial de compasión, sino “la
determinación firme y perseverante de empeñarse en el bien común; es decir, por
el bien de todos y cada uno” (Juan Pablo
II).
En nuestra sociedad hay demasiado
consumo inútil, superficial y egoísta. El cristiano ha de recordar hoy a todos
que el hombre no puede hacer con lo suyo lo que le dé la gana. Es injusto e
inhumano seguir disfrutando sin límite alguno cuando estamos dejando a otros
sin lo necesario para vivir con dignidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
16 de julio de 1989
OTRA
MANERA DE VIVIR
Se le
acercó.
No es difícil resumir la
enseñanza nuclear de esa inolvidable parábola del samaritano. Según Jesús, lo
importante en la vida no es teorizar mucho o cavilar largamente sobre el
sentido de la existencia, sino saber caminar como el samaritano: con los ojos
bien abiertos para ver cómo podemos ayudar a cualquier hombre que nos puede
estar necesitando.
Por eso, antes de discutir qué es
lo que creemos cada uno o qué ideología defendemos, hemos de preguntarnos a qué
nos dedicamos, a quién amamos y qué hacemos en concreto por esos hombres y
mujeres que necesitan la ayuda de alguien cercano.
Esta es la verdadera conversión
que todos necesitamos. La de acercarnos más desinteresadamente a las personas
que vamos encontrando en la vida para ofrecerles nuestra amistad fraterna y
nuestra ayuda generosa. Las demás conversiones son casi siempre “conversiones
teóricas” de las que es mejor desconfiar hasta que se traducen en amor práctico
y concreto al hermano.
Naturalmente, uno puede renunciar
poco a poco a vivir de manera fraterna, perder el gusto de la amistad y la
solidaridad y habituarse a caminar por la vida encerrado en su egoísmo o
utilizando a los demás. Pero entonces es difícil conocer la verdadera alegría.
A. Paoli resume
bien el triste destino de quién renuncia a la fraternidad: “Cuando uno deja sin
resolver el problema del amor, cuando no se enfrenta valerosamente con esta
aventura de la fraternidad, cubre su desnudez, su fracaso, su no ser
verdaderamente hombre, con dos caretas que aparentemente tienen mucho espesor,
pero que son débiles como la niebla matutina: el dinero y el poder”.
Por el contrario, la vida va
adquiriendo un color y una alegría diferentes cuando somos capaces de ir
eliminando de nuestra vida los intereses egoístas y nos atrevemos a actuar de
manera más fraterna y solidaria.
Cuando uno tiene el coraje de
creer en la fraternidad, se entiende mejor el fondo de la existencia y se
empieza a captar mejor la verdad de la fe cristiana.
En su sugerente libro “Amos a
Jesús, amor al hermano”, K. Rahner
nos interpela así a los creyentes “¿No aparece la vida cristiana a una luz
enteramente distinta cuando el axioma ‘Salva tu alma’ se entiende,
espontáneamente y sin quererlo, como ‘Salva a tu prójimo’?”
En medio de nuestra vida
cotidiana, a veces tan mediocre y vulgar, puede acontecer todavía “el milagro
de la fraternidad”. Basta que nos atrevamos a renunciar a pequeñas y mezquinas
ventajas, y comencemos a acercarnos a las personas con los ojos y el corazón
del samaritano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
13 de julio de 1986
SIN
RODEOS
Se le acercó...
No es necesario un análisis
social muy profundo para descubrir las actitudes de autodefensa, recelo y
evasión que adoptamos ante las personas que pueden perturbar nuestra
tranquilidad.
Cuántos rodeos para evitar a
quienes nos resultan molestos o incómodos. Cómo apresuramos el paso para no
dejarnos alcanzar por quienes nos agobian con sus problemas, penas y
sinsabores.
Se diría que vivimos en actitud
de guardia permanente ante todo aquel que puede ser un peligro en potencia para
nuestra felicidad.
Y cuando no encontramos otra
manera mejor de justificar nuestra evasión ante los problemas y sufrimientos de
personas que nos necesitan, siempre podemos recurrir al hecho de que «estamos
muy ocupados».
Estar ocupados, activos, en
movimiento constante, se ha convertido en algo que casi forma parte de nuestro
mismo ser. Algo que nos encierra en nuestro pequeño mundo de preocupaciones y
bloquea e impide nuestra relación amistosa y fraterna con quienes vamos
encontrando en el camino de la vida.
Qué actualidad cobra la
"parábola del samaritano" en esta sociedad de hombres y mujeres que
corren cada uno a sus ocupaciones, se agitan tras sus propios intereses y
gritan cada uno sus propias reivindicaciones.
Según Jesús, sólo hay una manera
de «tener vida». Y no es la del sacerdote y el levita que ven al necesitado y
«dan un rodeo» para seguir su camino, sino la del samaritano que camina por la
vida con los ojos y el corazón bien abiertos para detenerse ante quien puede
necesitar su cercanía.
Cuando se escuchan sinceramente
las palabras de Jesús, sabemos que se nos llama a pasar de la hostilidad a la
hospitalidad. Sabemos que se nos urge a vivir de otra manera, creando en
nuestra vida y en nuestro corazón un espacio más amplio para quienes nos
necesitan.
Sabemos que no podemos
escondernos detrás de «nuestras ocupaciones» ni refugiarnos en hermosas
teorías. Se ama a la humanidad cuando se ama a los hombres concretos que
caminan a nuestro lado.
Quien ha comprendido la
fraternidad cristiana, sabe que todos somos «compañeros de viaje» que
compartimos una misma condición de fragilidad humana y nos necesitamos unos a
otros.
Quien ha comprendido esto y vive
atento a todo ser amenazado que encuentra en su camino, es un hombre que
encuentra un gusto nuevo a la vida. Es un hombre que «heredará vida eterna».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
10 de julio de 1983
CATEGORÍA
DE “PRÓJIMOS”
¿Quién es
mi prójimo?
Los cristianos no terminamos de
superar una visión “judía” de la vida. Nuestros criterios, actuaciones y
reacciones no responden al proyecto de vida querido por Jesús ni se inspiran en
su mensaje.
Por eso, después de veinte
siglos, seguimos haciendo la misma pregunta equivocada de aquel escriba de
Israel: “¿Quién es mi prójimo?”.
Porque también nosotros vemos con
claridad que hay hombres y mujeres cercanos a nosotros y a quienes hay que amar
y ayudar. Son personas que llevan nuestra misma sangre, son miembros de nuestro
pueblo, hablan nuestra propia lengua, comparten nuestra ideología. Son de “los
nuestros”.
Pero ¿qué decir de tantos hombres
y mujeres que no lo son? Nos parece normal pensar que en la medida en que las
personas nos resultan extrañas, lejanas y distantes, van disminuyendo nuestras
obligaciones para con ellas. Es más. Llegamos a pensar que hay hombres y
mujeres tan alejados, tan adversarios, tan enemigos que han perdido ya todo
derecho a nuestra ayuda y nuestro amor.
Por eso, a la hora de adoptar
ante los demás una postura, seguimos distinguiendo categorías diferentes de
prójimos. Y seguimos preguntando de qué ideología política era el muerto. O qué
siglas defiende la persona que nos pide ayuda. O donde ha nacido y cómo piensa
ese hombre que se nos acerca necesitado.
Incluso, hemos querido “bautizar”
nuestra postura diciendo que la caridad bien entendida empieza por uno mismo y
por los suyos.
La parábola del buen samaritano
nos descubre que Jesús entendía las cosas de otra manera.
La verdadera postura no es
preguntarse como el escriba: “¿quién es mi prójimo?”, para delimitar
exactamente hasta dónde llegan mis obligaciones. La verdadera actitud del que
ama es preguntarse: ¿quién está necesitado de que yo me acerque y me convierta
en su prójimo?
Cuando un hombre ama con todo su
corazón y con todo su ser a un Dios Padre, toma con toda seriedad al hombre, a
todo hombre. Y el que ama de verdad al hombre, no se pregunta ¿a quién tengo
que amar?, sino ¿quién me necesita cerca?
El que ama de verdad sabe que el
“prójimo” es cualquier hombre o mujer que encuentro en el camino y me necesita.
Todo hombre necesitado es mi prójimo, cualquiera que sea su raza, su pueblo, su
ideología. El que ama de verdad al hombre, comprende que Jesús tiene razón,
aunque le resulte duro seguir su llamada.
José Antonio Pagola
Para
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