Quedáis todos invitados.
Guión de la conferencia.
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¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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25º domingo Tiempo ordinario (A)
EVANGELIO
¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?
+ Lectura del
santo evangelio según san Mateo 20, 1-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos
esta parábola:
-«El reino de los cielos se parece a un propietario
que al amanecer salió a *contratar jornaleros para su viña. Después de
ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que
estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo:
"Id también vosotros a mi viña, y os
pagaré lo debido."
Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde
e hizo lo mismo-. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les
dijo:
¿Cómo es que estáis aquí el día entero
sin trabajar?"
Le respondieron:
"Nadie nos ha contratado."
Él les dijo:
"Id también vosotros a mi viña."
Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al
capataz:
"Llama a los jornaleros y págales el
jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros."
Vinieron los del atardecer y recibieron un
denario cada uno.
Cuando llegaron los primeros, pensaban que
recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se
pusieron a protestar contra el amo:
"Estos últimos han trabajado sólo una
hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del
día y el bochorno."
Él replicó a uno de ellos:
"Amigo, no te hago ninguna injusticia.
¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este
último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en
mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?"
Así, los últimos serán los primeros y los
primeros los últimos.»
Palabra de Dios.
HOMILIA
2013-2014 -
21 de septiembre de 2014
NO
DESVIRTUAR LA BONDAD DE DIOS
A lo largo de su trayectoria
profética, Jesús insistió una y otra vez en comunicar su experiencia de Dios
como “un misterio de bondad insondable” que rompe todos nuestros cálculos. Su
mensaje es tan revolucionario que, después de veinte siglos, hay todavía
cristianos que no se atreven a tomarlo en serio.
Para contagiar a todos su
experiencia de ese Dios Bueno, Jesús compara su actuación a la conducta
sorprendente del señor de una viña. Hasta cinco veces sale él mismo en persona
a contratar jornaleros para su viña. No parece preocuparle mucho su rendimiento
en el trabajo. Lo que quiere es que ningún jornalero se quede un día más sin
trabajo.
Por eso mismo, al final de la
jornada, no les paga ajustándose al trabajo realizado por cada grupo. Aunque su
trabajo ha sido muy desigual, a todos les da “un denario”: sencillamente, lo
que necesitaba cada día una familia campesina de Galilea para poder vivir.
Cuando el portavoz del primer
grupo protesta porque ha tratado a los últimos igual que a ellos, que han
trabajado más que nadie, el señor de la viña le responde con estas palabras
admirables: “¿Vas a tener envidia porque yo soy bueno?”. ¿Me vas a impedir con
tus cálculos mezquinos ser bueno con quienes necesitan su pan para cenar?
¿Qué está sugiriendo Jesús? ¿Es
que Dios no actúa con los criterios de justicia e igualdad que nosotros
manejamos? ¿Será verdad que Dios, más que estar midiendo los méritos de las
personas como lo haríamos nosotros, busca siempre responder desde su Bondad
insondable a nuestra necesidad radical de salvación?
Confieso que siento una pena
inmensa cuando me encuentro con personas buenas que se imaginan a Dios dedicado
a anotar cuidadosamente los pecados y los méritos de los humanos, para
retribuir un día exactamente a cada uno según su merecido. ¿Es posible imaginar
un ser más inhumano que alguien entregado a esto desde toda la eternidad?
Creer en un Dios, Amigo
incondicional, puede ser la experiencia más liberadora que se pueda imaginar,
la fuerza más vigorosa para vivir y para morir. Por el contrario, vivir ante un
Dios justiciero y amenazador puede convertirse en la neurosis más peligrosa y
destructora de la persona.
Hemos de aprender a no confundir
a Dios con nuestros esquemas estrechos y mezquinos. No hemos de desvirtuar su
Bondad insondable mezclando los rasgos auténticos que provienen de Jesús con
trazos de un Dios justiciero tomados del Antiguo Testamento. Ante el Dios Bueno
revelado en Jesús, lo único que cabe es la confianza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
18 de septiembre de 2011
MIRADA
ENFERMA
Jesús había hablado a sus
discípulos con claridad: "Buscad el reino de Dios y su justicia".
Para él esto era lo esencial. Sin embargo, no le veían buscar esa justicia de
Dios cumpliendo las leyes y tradiciones de Israel como otros maestros. Incluso
en cierta ocasión les hizo una grave advertencia: "Si vuestra justicia
no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de
Dios". ¿Cómo entendía Jesús la justicia de Dios?
La parábola que les contó los
dejó desconcertados. El dueño de una viña salió repetidamente a la plaza del
pueblo a contratar obreros. No quería ver a nadie sin trabajo. El primer grupo
trabajó duramente doce horas. Los últimos en llegar sólo trabajaron sesenta
minutos.
Sin embargo, al final de la
jornada, el dueño ordena que todos reciban un denario: ninguna familia se
quedará sin cenar esa noche. La decisión sorprende a todos. ¿Cómo calificar la
actuación de este señor que ofrece una recompensa igual por un trabajo tan
desigual? ¿No es razonable la protesta de quienes han trabajado durante toda la
jornada?
Estos obreros reciben el denario
estipulado, pero al ver el trato tan generoso que han recibido los últimos, se
sienten con derecho a exigir más. No aceptan la igualdad. Esta es su queja: «los
has tratado igual que a nosotros». El dueño de la viña responde con
estas palabras al portavoz del grupo: «¿Va ser tu ojo malo
porque yo soy bueno?». Esta frase recoge la enseñanza principal
de la parábola.
Según Jesús, hay una mirada mala,
enferma y dañosa, que nos impide captar la bondad de Dios y alegrarnos con su
misericordia infinita hacia todos. Nos resistimos a creer que la justicia de
Dios consiste precisamente en tratarnos con un amor que está por encima de
todos nuestros cálculos.
Esta es la Gran Noticia revelada
por Jesús, lo que nunca hubiéramos sospechado y lo que tanto necesitábamos oír.
Que nadie se presente ante Dios con méritos o derechos adquiridos. Todos somos
acogidos y salvados, no por nuestros esfuerzos sino por su misericordia
insondable.
A Jesús le preocupaba que sus
discípulos vivieran con una mirada incapaz de creer en esa Bondad. En cierta
ocasión les dijo así: "Si tu ojo es malo, toda tu persona estará a
oscuras. Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!".
Los cristianos lo hemos olvidado. ¡Qué luz penetraría en la Iglesia si nos
atreviéramos a creer en la Bondad de Dios sin recortarla con nuestra mirada
enferma! ¡Qué alegría inundaría los corazones creyentes! ¡Con qué fuerza
seguiríamos a Jesús!
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
21 de septiembre de 2008
BONDAD
ESCANDALOSA
...porque
soy bueno
Probablemente era otoño y en los
pueblos de Galilea se vivía intensamente la vendimia. Jesús veía en las plazas
a quienes no tenían tierras propias, esperando a ser contratados para ganarse
el sustento del día. ¿Cómo ayudar a esta pobre gente a intuir la bondad
misteriosa de Dios hacia todos?
Jesús les contó una parábola
sorprendente. Les habló de un señor que contrató a todos los jornaleros que
pudo. Él mismo vino a la plaza del pueblo una y otra vez, a horas diferentes.
Al final de la jornada, aunque el trabajo había sido absolutamente desigual, a
todos les dio un denario: lo que su familia necesitaba para vivir.
El primer grupo protesta. No se
quejan de recibir más o menos dinero. Lo que les ofende es que el señor «ha
tratado a los últimos igual que a nosotros». La respuesta del señor al que hace
de portavoz es admirable: « Vas a tener
tú envidia porque yo soy bueno?».
La parábola es tan revolucionaria
que, seguramente, después de veinte siglos, no nos atrevemos todavía a tomarla
en serio. ¿Será verdad que Dios es bueno incluso con aquellos y aquellas que
apenas pueden presentarse ante él con méritos y obras? ¿Será verdad que en su
corazón de Padre no hay privilegios basados en el trabajo más o menos meritorio
de quienes han trabajado en su viña?
Todos nuestros esquemas se
tambalean cuando hace su aparición el amor libre e insondable de Dios. Por eso
nos resulta escandaloso que Jesús parezca olvidarse de los «piadosos» cargados
de méritos, y se acerque precisamente a los que no tienen derecho a recompensa
alguna por parte de Dios: pecadores que no observan la Alianza o prostitutas
que no tienen acceso al templo.
Nosotros seguimos muchas veces
con nuestros cálculos, sin dejarle a Dios ser bueno con todos. No toleramos su
bondad infinita hacia todos. Hay personas que no se lo merecen. Nos parece que
Dios tendría que dar a cada uno su merecido, y sólo su merecido. Menos mal que
Dios no es como nosotros. Desde su corazón de Padre, Dios sabe entenderse bien
con esas personas a las que nosotros rechazamos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
18 de septiembre de 2005
BUENO CON
TODOS
Porque
soy bueno
Sin duda, es una de las parábolas
más sorprendentes y provocativas de Jesús. Se solía llamar «parábola de los
obreros de la viña». Sin embargo, el protagonista es el dueño de la viña.
Algunos investigadores la llaman hoy, «parábola
del patrono que quería trabajo y pan para todos».
Este hombre sale personalmente a
la plaza para contratar a diversos grupos de trabajadores. A los primeros a las
seis de la mañana, a otros a las nueve, más tarde a las doce del mediodía y a
las tres de la tarde. A los últimos los contrata a las cinco, cuando sólo falta
una hora para terminar la jornada.
Su conducta es extraña. No parece
urgido por la vendimia. Lo que le preocupa es que haya gente que se quede sin
trabajo. Por eso sale incluso a última hora para dar trabajo a los que nadie ha
llamado. Y, por eso, al final de la jornada, les da a todos el denario que
necesitan para cenar esa noche, incluso a los que no lo han ganado. Cuando los
primeros protestan, ésta es su respuesta: «
Vais a tener envidia porque soy bueno?».
¿Qué está sugiriendo Jesús? ¿Es
que Dios no actúa con los criterios de justicia e igualdad que nosotros
manejamos? ¿Será verdad que, más que estar midiendo los méritos de las
personas, Dios busca responder a nuestras necesidades?
No es fácil creer en esa bondad
insondable de Dios de la que habla Jesús. A más de uno le puede escandalizar
que Dios sea bueno con todos, lo merezcan o no, sean creyentes o agnósticos,
invoquen su nombre o vivan de espaldas a él. Pero Dios es así. Y lo mejor es
dejarle a Dios ser Dios, sin empequeñecerlo con nuestras ideas y esquemas.
La imagen que no pocos cristianos
se hacen de Dios es un «conglomerado» de elementos heterogéneos y hasta
contradictorios. Algunos aspectos vienen de Jesús, otros del Dios justiciero
del Antiguo Testamento, otros de sus propios miedos y fantasmas. Entonces, la
bondad de Dios con todas sus criaturas queda como perdida en esa confusión.
Una de las tareas más importantes
en una comunidad cristiana será siempre ahondar cada vez más en la experiencia
de Dios vivida por Jesús. Sólo los testigos de ese Dios pondrán una esperanza
diferente en el mundo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
22 de septiembre de 2002
DIOS
ROMPE NUESTROS ESQUEMAS
¿ Vas a
tener envidia porque soy bueno?
Los cristianos no terminamos de
creer en el Dios increíblemente bueno del que habla Jesús. Los predicadores no
acertamos a presentarlo con convicción. Por eso, el mensaje evangélico,
sorprendente y provocativo, no produce hoy ninguna sorpresa. Nosotros seguimos
con nuestras ideas acerca de Dios.
Los exégetas consideran hoy la
parábola de «los trabajadores de la viña»
como una de las más revolucionarias de Jesús. El relato es conocido. El dueño
de una viña va contratando obreros para que trabajen en su propiedad. Al primer
grupo los contrata muy de mañana por un denario que era la cantidad que se
consideraba necesaria para alimentarse cada día. A lo largo del día, va
contratando a otros obreros que también van a la viña, pero trabajan mucho
menos y sin soportar el peso del día y del calor. Al terminar la jornada y,
aunque el trabajo ha sido desigual, sorprendentemente el dueño paga a todos un
denario. Y cuando los primeros se quejan, responde así: «¿no puedo hacer lo que quiero con lo mío? ¿o vas a tener tú envidia
porque yo soy bueno?»
El mensaje de Jesús rompe todos
nuestros esquemas. El dueño de la viña no se fija en el esfuerzo y trabajo que
han realizado los diversos grupos de obreros sino en lo que necesitan para vivir.
Así es Dios, dice Jesús. Aunque a nosotros nos sorprenda, Dios no está mirando
nuestros méritos sino nuestras necesidades. Por eso, Dios increíblemente bueno,
nos regala incluso lo que no nos merecemos. Si nos tratara según nuestros
méritos, no tendríamos salida.
Alguno podría pensar que esta
manera de entender la bondad de Dios llevaría a una vida irresponsable y
arbitraria. Nada más contrario a la realidad pues, según Jesús, esta bondad de
Dios es la que ha de inspirar nuestras relaciones y nuestra convivencia. Dicho
de manera clara y sencilla: cuando nos encontramos con alguien, no hemos de
preguntamos qué se merece de nosotros sino que necesita para vivir.
Sólo señalaré un ejemplo
sangrante. Ante los inmigrantes que luchan por entrar a convivir con nosotros,
no hemos de preguntamos qué derechos tienen, sino qué necesitan para vivir
dignamente.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
19 de septiembre de 1999
BONDAD
MISTERIOSA
¿ Vas a
tener envidia porque yo soy bueno?
Cada vez estoy más convencido de
que muchos de los que se dicen ateos, son hombres y mujeres que, cuando
rechazan a Dios están rechazando en realidad un «ídolo mental» que se
fabricaron cuando eran niños. La idea de Dios que llevaban en su interior y con
la que han vivido durante algunos años se les ha quedado pequeña. Llegado un
momento, ese Dios les ha resultado un ser extraño, incómodo y molesto y,
naturalmente, se han desprendido de él.
No me cuesta nada comprender a
estas personas. Dialogando con alguno de ellos, he recordado más de una vez
aquellas certeras palabras del patriarca Máximos
IV durante el concilio: «Yo tampoco
creo en el dios en que los ateos no creen.» En realidad, el dios que han
suprimido de sus vidas era una caricatura que se habían formado falsamente de
él. Si han vaciado su alma de ese «dios falso», ¿no será para dejar sitio algún
día al Dios verdadero?
Pero, ¿cómo puede hoy un hombre
honesto y que busca la verdad, encontrarse con Dios? Si se acerca a los que nos
decimos creyentes, es fácil que nos encuentre rezando no al Dios verdadero,
sino a un pequeño ídolo sobre el que proyectamos nuestros intereses, miedos y
obsesiones. Un Dios del que pretendemos apropiamos y al que intentamos utilizar
para nuestro provecho olvidando su inmensa e incomprensible bondad con todos.
Jesús rompe todos nuestros
esquemas cuando nos presenta en la parábola del «señor de la viña» a ese Dios que «da a todos su denario», lo merezcan o no, y dice así a los que
protestan: « Vas a tener tú envidia
porque yo soy bueno?»
Dios es bueno con todos los
hombres, lo merezcamos o no, seamos creyentes o ateos. Su bondad misteriosa
está más allá de la fe de los creyentes y de la increencia de los ateos. La
mejor manera de encontrarnos con El no es discutir entre nosotros,
intercambiamos palabras y argumentos que quedan infinitamente lejos de lo que
El es en realidad.
Tal vez, lo primero sea dejar a
un lado nuestras ideas, olvidamos de nuestros esquemas, hacer silencio en
nuestro interior, escuchar hasta el fondo la vida que palpita entre nosotros...
y esperar, confiar, dejar abierto nuestro ser. Dios no se oculta
indefinidamente a quien lo busca con sincero corazón.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
22 de septiembre de 1996
SIN
MERECERLO
… porque
yo soy bueno
Uno de los rasgos más tristes de
un cierto estilo de vivir es el «vaciamiento interior». Hay personas que
consideran la vida del espíritu algo perfectamente inútil y superfluo. Casi
todo lo que hacen tiene como objetivo alimentar su personalidad más externa y
superficial. No han aprendido a vivir en contacto con lo que J. Van Ruysbroeck llamaba «el fondo» de
la persona.
Por otra parte, la vida del
espíritu está tan desprestigiada que, cuando alguien busca superar esta
mediocridad para ocuparse más de su mundo interior, corre el riesgo de que se
le acuse de evadirse de la realidad. Por lo visto, hoy es más digno y más
presentable vivir sin interioridad.
Sin embargo, no es fácil vivir
así. El ser humano necesita adentrarse en su propio misterio y llegar al
corazón de su vida, allí donde es total y únicamente él mismo. Sin «núcleo
interior», las personas se sienten desguarnecidas y sin defensa ante los
ataques que sufren desde fuera y desde dentro de su ser.
Consciente o inconscientemente,
estos hombres y mujeres reclaman hoy algo que no es técnica, ni ciencia, ni
doctrina religiosa, sino experiencia viva del que es la «Fuente del ser» y el
«Salvador» de la existencia humana. Pero, ¿quién les puede dar noticia de esa
experiencia de salvación?, ¿quién la conoce?, ¿quién puede ayudar a descubrir
esa «verdad interior» que libera y hace vivir?
Uno de los riesgos permanentes de
las Iglesias es desarrollar una teología y una predicación de corte doctrinal,
orientada a «explicar» a Dios, pero incapaz de comunicar la experiencia de su
amor salvador. Naturalmente, la doctrina siempre es necesaria porque la persona
busca «razones» para creer. Pero, lo que muchos necesitan hoy es descubrir en
lo hondo de su ser la presencia latente de un Dios que es amor.
Los hombres de Iglesia hablamos
mucho de Dios. Pero, ¿qué es lo que, en realidad, decimos con tantas palabras?,
¿no estamos, con frecuencia, encerrando a Dios en nuestra propia perspectiva,
nuestros esquemas e ideas?, ¿no empobrecemos su misterio con nuestra palabrería
fácil y rutinaria?, ¿no hay una manera de predicar que en vez de acercar a su
misterio de amor insondable, distancia todavía más de él?
Sólo un ejemplo. Es fácil repetir
rutinariamente que «Dios da a cada uno lo que se merece». Sin embargo, no es
exactamente así. En la parábola de los viñadores, Jesús recuerda que Dios se
asemeja más bien a ese «señor de la viña»
que da a todos su denario —incluso a los que no se lo merecen— sólo porque él
es bueno. Yo sé que puede escandalizar a alguno oír que Dios es bueno con
todos, lo merezcan o no, sean creyentes o ateos, invoquen su nombre o vivan de
espaldas a él. Pero es así. Y lo primero es dejarle a Dios ser Dios, y no
empequeñecer con nuestros cálculos y esquemas su amor insondable y gratuito a
todo ser humano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
19 de septiembre de 1993
ESCANDALOSAMENTE
BUENO
¿Vais a
tener envidia porque yo soy bueno?
A veces se habla mucho de la
importancia de creer o no creer en Dios. Pero se olvida que lo importante es
saber en qué Dios cree cada uno. No es lo mismo creer en un Dios
incomprensiblemente bueno con todos, que «hace
salir su sol sobre buenos y malos», o creer en un Dios del orden y de la
ley, con el que hay que hacer toda clase de cálculos para saber a qué atenerse.
Creer en un Dios Amigo
incondicional puede ser la experiencia más liberadora y gozosa que se puede
imaginar, la fuerza más vigorosa para vivir y morir. Creer en un Dios
justiciero y amenazador puede convertirse, por el contrario, en la neurosis más
peligrosa y destructora del ser humano.
La imagen de Dios que nos ha
llegado hasta nosotros está inevitablemente amalgamada de ideas y concepciones
de otras épocas, a veces con aciertos luminosos, otras, con ambigüedades peligrosas.
¿Cómo ir liberando nuestra representación de Dios de tantas falsas adherencias
que se han podido ir acumulando en el fondo de nuestra conciencia?
Lo primero es dejarle a Dios ser
Dios. No empequeñecerlo encerrándolo en nuestros esquemas o reduciéndolo a
nuestros cálculos. Dejar que sea más grande y más humano que lo más grande y
humano que hay en nosotros. No representarnos a Dios a partir de nuestra
mediocridad y nuestros resentimientos; buscar más bien su verdadero rostro
siguiendo a Jesús, aunque a veces esa imagen de Dios nos sorprenda y hasta
«escandalice».
Nunca olvidaré el impacto que me
produjo, hace ya muchos años, el descubrir que no fue el rigor o la radicalidad
de Jesús lo que provocó irritación y rechazo, sino su anuncio de un Dios «escandalosamente
bueno».
La parábola de los trabajadores
de la viña es particularmente significativa. Su contenido es tan revolucionario
que todavía no nos atrevemos a asumirlo. Y, sin embargo, el mensaje de Jesús es
claro: lo mismo que «el Señor de la viña»
da a todos sus obreros su «denario»,
lo merezcan o no, sencillamente porque su corazón es grande, así, Dios no hará
injusticia a nadie, pero puede ofrecer su salvación, incluso a los que, según
nuestros cálculos, no se la han ganado.
Dios es bueno con todos los
hombres, lo merezcan o no, sean creyentes o sean ateos. Su bondad misteriosa
desborda todos nuestros cálculos y está más allá de la fe de los creyentes y
del ateísmo de los incrédulos. Ante este Dios lo único que cabe es el gozo
agradecido. Olvidarnos de nuestros esquemas, hacer silencio dentro de nosotros
y abrirnos confiadamente a su bondad infinita.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
23 de septiembre de 1990
DIOS NO
ES UN ORDENADOR
¿ Vas a tener envidia
porque yo soy bueno?
porque yo soy bueno?
En los últimos años de su vida,
el gran teólogo alemán K. Rahner utilizaba con frecuencia una expresión
un tanto rebuscada para designar a Dios. En vez de nombrarlo directamente,
prefería hablar del «Misterio que de ordinario llamamos Dios».
De esta manera, según él,
intentaba hacer notar que «no debemos poner bajo el nombre de Dios cualquier
cosa: un anciano de barbas, un moralista tirano que vigila nuestra vida o algo
semejante».
Decimos con razón que Dios es
«misterio insondable», pero hemos de confesar que muchas veces los creyentes,
incluidos los sacerdotes, hablamos de El como si lo hubiéramos visto y
conociéramos perfectamente su modo de ver las cosas, de sentir y de actuar.
Lo peor es que, al encerrarlo en
nuestras visiones estrechas y ajustarlo a nuestros esquemas, terminamos casi
siempre por empequeñecerlo. El resultado es, con frecuencia, un Dios tan poco
humano como nosotros y, a veces, menos humano.
Son bastantes, por ejemplo, los
que sólo creen en un Dios cuyo quehacer esencial consiste en anotar los pecados
y méritos de los hombres para retribuir exactamente a cada uno según sus obras.
¿Podemos imaginar un ser humano dedicado a esto durante toda su existencia?
Dios queda convertido entonces en
una especie de «ordenador», de memoria prodigiosa, que va almacenando todos los
datos de nuestra vida para hacerlos aparecer en pantalla en el momento de la
muerte.
Este Dios no tiene corazón. Es
tan pequeño y peligroso como nosotros. Lo más seguro es «estar en regla»
con El, cumplir escrupulosamente los deberes religiosos y acumular méritos para
asegurarnos la salvación eterna.
La parábola de «los obreros de la
viña» introduce una verdadera revolución en la manera de concebir a Dios. Según
Jesús, la bondad de Dios es insondable y no se ajusta a los cálculos que
nosotros podamos hacer.
Dios no hará injusticia a nadie.
Pero, lo mismo que el señor de la viña hace con su dinero lo que quiere, sin
que nadie tenga derecho a protestar envidiosamente, así también Dios puede
regalar su vida, incluso a los que no se la han ganado según nuestros cálculos.
Hemos de aprender una y otra vez
a no confundir a Dios con nuestros esquemas religiosos y nuestros cálculos
morales. Hemos de dejar a Dios ser más grande que nosotros. Hemos de dejarle
sencillamente ser Dios.
Tenemos el riesgo de creer que
somos cristianos sin haber asumido todavía ese mensaje que Jesús nos ofrece, de
un Dios cuya bondad infinita llega misteriosamente hasta todos los hombres.
Probablemente, más de un
cristiano se escandalizaría todavía hoy al oír hablar de un Dios a quien no
obliga el derecho canónico, que puede regalar su gracia sin pasar por ninguno
de los siete sacramentos, y salvar, incluso fuera de la Iglesia, a hombres y
mujeres que nosotros consideramos perdidos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
20 de septiembre de 1987
CARICATURAS
¿Vas a
tener envidia porque
yo soy bueno?
yo soy bueno?
Cada vez estoy más convencido de
que muchos de los que, entre nosotros, se dicen ateos, son hombres y mujeres
que, cuando rechazan a Dios están rechazando en realidad un “ídolo mental” que
se fabricaron cuando eran niños.
La idea de Dios que llevaban en
su interior y con la que han vivido durante algunos años se les ha quedado
pequeña. Llegado un momento, ese Dios les ha resultado un ser extraño, incómodo
y molesto y, naturalmente, se han desprendido de él.
No me cuesta nada comprender a
estas personas. Dialogando con alguno de ellos, he recordado más de una vez
aquellas certeras palabras del patriarca Máximos
IV durante el Concilio: “Yo tampoco creo en el dios en que los ateos no
creen”.
En realidad, el dios que han
suprimido de sus vidas era una caricatura que se habían formado falsamente de
él. Si han vaciado su alma de ese “dios falso”, ¿no será para dejar sitio algún
día al Dios verdadero?
Pero, ¿cómo puede hoy un hombre
honesto y que busca la verdad, encontrarse con Dios?
Si se acerca a los que nos
decimos creyentes es fácil que nos encuentre rezando no al Dios verdadero sino
a un pequeño ídolo sobre el que proyectamos nuestros intereses, miedos y
obsesiones.
Un Dios del que pretendemos
apropiarnos y al que intentamos utilizar para nuestro provecho olvidando su
inmensa e incomprensible bondad con todos.
Cómo rompe Jesús todos nuestros
esquemas cuando nos presenta en la parábola del «señor de la viña» a ese Dios
que “da a todos su denario», lo merezcan o no, y dice así a los que protestan:
“¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?».
Dios es bueno con todos los
hombres, lo merezcamos o no, seamos creyentes o ateos. Su bondad misteriosa
está más allá de la fe de los creyentes y de la increencia de los ateos.
La mejor manera de encontrarnos
con él no es discutir entre nosotros, intercambiamos palabras y argumentos que
quedan infinitamente lejos de lo que El es en realidad.
Tal vez, lo primero sea dejar a
un lado nuestras ideas, olvidarnos de nuestros esquemas, hacer silencio en
nuestro interior, escuchar hasta el fondo la vida que palpita en nosotros... y
esperar, confiar, dejar abierto nuestro ser. Dios no se oculta indefinidamente
a quien lo busca con sincero corazón.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
23 de septiembre de 1984
ECLIPSE
DE DIOS
¿ o vas a
tener envidia porque yo soy bueno?
La parábola de los obreros en la
viña nos recuerda a los creyentes 1go de suma importancia. Con un corazón lleno
de envidia no se puede «entender» al Dios Bueno que anuncia Jesús.
Al hombre actual se le hace cada
día más difícil encontrarse con Dios. Y, sin duda, son muchos y complejos los
factores sociológicos y culturales que explican tal dificultad.
Pero no deberíamos olvidar lo que
escribía J.M. Velasco hace unos años:
«Es indudable que nuestra sociedad padece un eclipse de Dios y en este eclipse no hemos dejado de participar los
creyentes con la interposición de una vida que transparenta más nuestros
intereses, nuestras preocupaciones y nuestras obsesiones que la presencia
vivificante de Dios».
Un Dios que es Amor no puede ser
descubierto por la mirada interesada de unos hombres que sólo piensan en su
propio provecho, utilidad o disfrute egoísta.
Un Dios que es acogida y ternura
gratuita para todos no puede ser captado por hombres de alma calculadora que
viven manipulándolo todo, atentos únicamente a lo que puede acrecentar su poder.
¿ Qué eco puede tener hoy, en
amplios sectores de esta sociedad, hablar de un Dios que es Amor gratuito?
Hablar de amor es, para
bastantes, hablar de algo hipócrita, retrógrado, ineficaz, algo perfectamente
inútil en la sociedad actual. Nos basta con organizar bien nuestros egoísmos
para no destruirnos unos a otros.
No es extraño que Dios se haya
eclipsado convirtiéndose para muchos en algo irreal, abstracto, sin conexión
alguna con su vida real.
Entonces corremos el riesgo de
caer en la incredulidad total. Recordemos la experiencia de Simone de Beauvoir: «Dios se había
convertido para mí en una idea abstracta en el fondo del cielo, y una tarde la
borré».
No es posible creer que existimos
«desde un origen amoroso» ni descubrir a Dios en la raíz misma de la vida,
cuando estamos «fabricando» una sociedad donde apenas se cree en el amor.
Para muchos hombres y mujeres de
hoy el camino para encontrarse de nuevo con Dios es volver a reconstruir
pacientemente su vida, poniendo en todo un poco más de generosidad, desinterés,
ternura y perdón. Lo más profundo de la existencia sólo se descubre desde la
experiencia del amor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
20 de septiembre de 1981
DIOS ES
DISTINTO
...y
recibieron un denario cada uno.
Con frecuencia, no sospechamos
los creyentes que lo que nosotros «sabemos» de Dios, o lo que creemos «saber»,
puede ser un grave obstáculo para abrirnos al Dios genuino de Jesús.
Hemos olvidado que creer a Jesús
es aprender a creer en el Dios en que él creyó. Nos aferramos a nuestros
propios esquemas, nos elaboramos nuestra imagen «particular» de Dios, y no
aprendemos desde Jesús y con Jesús, a vivir ante ese Padre que nos acoge como
hijos y nos llama a la convivencia fraterna.
Por eso, la parbo1a del «Señor
generoso y los obreros de la viña» choca profundamente con nuestra «religión
particular». Y no sería extraño que también nosotros protestáramos ante la
«injusticia de Dios», como los viñadores de la primera hora ante el Señor.
Porque el señor de la viña no retribuye
a cada trabajador según lo que ha trabajado, sino que, a pesar de un trabajo
desigual, da a todos el jornal completo que necesitan para vivir.
El pensamiento de Jesús es claro.
Dios no retribuye a cada uno según sus méritos, siguiendo nuestros criterios y
medidas humanas. Dios a nadie hará injusticia, pero, en su bondad infinita,
puede incluso regalar a los hombres lo que éstos no se lo han merecido.
Así es Dios, y nadie puede
presentarse con reclamaciones justificadas ante él. Su bondad hacia «los últimos»
supera el marco estrecho de nuestras categorías de justicia.
La parábola, en su sencillez, tiene
una fuerza crítica de consecuencias, a veces, totalmente olvidadas por los
creyentes.
Aquí se critica cualquier postura
religiosa en la que el hombre se sienta con algún derecho de reclamación ante
Dios, apoyado en su práctica religiosa o en su comportamiento moral. La
religión no puede ser concebida nunca como «una adquisición de derechos» ante
Dios.
Precisamente por esto es condenable
toda postura sectaria o monopolizadora en la que unos hombres, basándose en su
ortodoxia o moralidad, se crean con derecho a poseer a Dios de una manera
especial.
Ningún grupo, partido político ni
comunidad religiosa puede pretender ante Dios unos derechos, con anterioridad y
preferencia a otros. Sólo los pobres son los «privilegiados» de Dios, y éstos
tampoco por sus méritos, sino por la bondad de Dios que defiende a los
pequeños.
José Antonio Pagola
HOMILIA
DIOS
ROMPE NUESTROS ESQUEMAS
Los cristianos no terminamos de
creer en el Dios increíblemente bueno del que habla Jesús. Los predicadores no
acertamos a presentarlo con convicción. Por eso, el mensaje evangélico,
sorprendente y provocativo, no produce hoy ninguna sorpresa. Nosotros seguimos
con nuestras ideas acerca de Dios.
Los exégetas consideran hoy la
parábola de «los trabajadores de la viña» como una de las más revolucionarias
de Jesús. El relato es conocido. El dueño de una viña va contratando obreros
para que trabajen en su propiedad. Al primer grupo los contrata muy de mañana
por un denario que era la cantidad que se consideraba necesaria para
alimentarse cada día. A lo largo del día, va contratando a otros obreros que
también van a la viña, pero trabajan mucho menos y sin soportar el peso del día
y del calor. Al terminar la jornada y, aunque el trabajo ha sido desigual,
sorprendentemente el dueño paga a todos un denario. Y cuando los primeros se
quejan, responde así: «¿no puedo hacer lo que quiero con lo mío? ¿o vas a
tener tú envidia porque yo soy bueno?»
El mensaje de Jesús rompe todos
nuestros esquemas. El dueño de la viña no se fija en el esfuerzo y trabajo que
han realizado los diversos grupos de obreros sino en lo que necesitan para
vivir. Así es Dios, dice Jesús. Aunque a nosotros nos sorprenda, Dios no está
mirando nuestros méritos sino nuestras necesidades. Por eso, Dios
increíblemente bueno, nos regala incluso lo que no nos merecemos. Si nos
tratara según nuestros méritos, no tendríamos salida.
Alguno podría pensar que esta
manera de entender la bondad de Dios llevaría a una vida irresponsable y
arbitraria. Nada más contrario a la realidad pues, según Jesús, esta bondad de
Dios es la que ha de inspirar nuestras relaciones y nuestra convivencia. Dicho
de manera clara y sencilla: cuando nos encontramos con alguien, no hemos de
preguntarnos qué se merece de nosotros sino que necesita para vivir.
Sólo señalaré un ejemplo
sangrante. Ante los inmigrantes que luchan por entrar a convivir con nosotros,
no hemos de preguntarnos qué derechos tienen, sino qué necesitan para vivir
dignamente.
José Antonio Pagola
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