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Guión de la conferencia.
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¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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La Exaltación de la Santa Cruz (A)
EVANGELIO
Tiene que ser elevado
el Hijo del hombre.
+ Lectura del santo
evangelio según san Juan 3,13-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a
Nicodemo:
- Nadie ha subido al cielo, sino
el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para
que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que
entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él,
sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al
mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2012-2013 -
14 de septiembre de 2013
MIRAR CON
FE AL CRUCIFICADO
La fiesta que hoy celebramos los
cristianos es incomprensible y hasta disparatada para quien desconoce el
significado de la fe cristiana en el Crucificado. ¿Qué sentido puede tener
celebrar una fiesta que se llama “Exaltación de la Cruz” en una sociedad que
busca apasionadamente el “confort” la comodidad y el máximo bienestar?
Más de uno se preguntará cómo es
posible seguir todavía hoy exaltando la cruz. ¿No ha quedado ya superada para
siempre esa manera morbosa de vivir exaltando el dolor y buscando el
sufrimiento? ¿Hemos de seguir alimentando un cristianismo centrado en la agonía
del Calvario y las llagas del Crucificado?
Son sin duda preguntas muy
razonables que necesitan una respuesta clarificadora. Cuando los cristianos
miramos al Crucificado no ensalzamos el dolor, la tortura y la muerte, sino el
amor, la cercanía y la solidaridad de Dios que ha querido compartir nuestra
vida y nuestra muerte hasta el extremo.
No es el sufrimiento el que salva
sino el amor de Dios que se solidariza con la historia dolorosa del ser humano.
No es la sangre la que, en realidad, limpia nuestro pecado sino el amor
insondable de Dios que nos acoge como hijos. La crucifixión es el
acontecimiento en el que mejor se nos revela su amor.
Descubrir la grandeza de la Cruz
no es atribuir no sé qué misterioso poder o virtud al dolor, sino confesar la
fuerza salvadora del amor de Dios cuando, encarnado en Jesús, sale a
reconciliar el mundo consigo.
En esos brazos extendidos que ya
no pueden abrazar a los niños y en esas manos que ya no pueden acariciar a los
leprosos ni bendecir a los enfermos, los cristianos “contemplamos” a Dios con
sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas,
rotas por tantos sufrimientos.
En ese rostro apagado por la
muerte, en esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a las prostitutas, en
esa boca que ya no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos
abusos e injusticias, en esos labios que no pueden pronunciar su perdón a los
pecadores, Dios nos está revelando como en ningún otro gesto su amor insondable
a la Humanidad.
Por eso, ser fiel al Crucificado
no es buscar cruces y sufrimientos, sino vivir como él en una actitud de
entrega y solidaridad aceptando si es necesario la crucifixión y los males que
nos pueden llegar como consecuencia. Esta fidelidad al Crucificado no es
dolorista sino esperanzada. A una vida “crucificada”, vivida con el mismo
espíritu de amor con que vivió Jesús, solo le espera resurrección.
José Antonio Pagola
HOMILIA
14 de septiembre de 2008
LA
EXALTACIÓN DEL AMOR
Hoy celebramos los cristianos una
fiesta extraña y desconcertante. ¿Qué sentido puede tener hablar de la «exaltación
de la Cruz» en medio de una sociedad que sólo parece exaltar el placer y el
bienestar? ¿No es esto ensalzar el dolor, glorificar el sufrimiento y la
humillación, fomentar una ascesis morbosa, ir contra la alegría de la vida?
Sin embargo, cuando un creyente
mira al Crucificado y penetra con los ojos de la fe en el misterio que se
encierra en la Cruz, sólo descubre amor inmenso, ternura insondable de Dios que
ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el extremo. Lo dice el
evangelio de Juan de manera admirable: «Tanto amó Dios al mundo que entregó
a su único Hijo para que todo el crea en él no perezca, sino que tenga vida
eterna». La Cruz nos revela el amor increíble de Dios. Ya nada ni nadie nos
podrán separar de Él.
Si Dios sufre en la cruz, no es
porque ama el sufrimiento sino porque no lo quiere para ninguno de nosotros. Si
muere en la cruz, no es porque menosprecia la felicidad, sino porque la quiere
y la busca para todos, sobre todo para los más olvidados y humillados. Si Dios
agoniza en la cruz, no es porque desprecia la vida, sino porque la ama tanto
que sólo busca que todos la disfruten un día en plenitud.
Por eso, la Cruz de Cristo la
entienden mejor que nadie los crucificados: los que sufren impotentes la
humillación, el desprecio y la injusticia, o los que viven necesitados de amor,
alegría y vida. Ellos celebrarán hoy la Exaltación de la Cruz no como una
fiesta de dolor y muerte, sino como un misterio de amor y vida.
¿A qué nos podríamos agarrar si
Dios fuera simplemente un ser poderoso y satisfecho, muy parecido a los
poderosos de la tierra, sólo que más fuerte que ellos? ¿Quién nos podría
consolar, si no supiéramos que Dios está sufriendo con las víctimas y en las
víctimas? ¿Cómo no vamos a exaltar la cruz de Jesús si en ella está Dios
sufriendo con nosotros y por nosotros?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
14 de septiembre de 1982
¿POR QUE
EXALTAR LA CRUZ?
Tanto amó
Dios al mundo...
Hoy celebramos los cristianos una
fiesta incomprensible y disparatada para quien no haya descubierto el
significado i1timo de la fe en el Crucificado.
¿Qué sentido puede tener celebrar
una fiesta que se dice de la «exaltación de la cruz» en una sociedad que busca
apasionadamente el «confort», la comodidad, el máximo bienestar?
Más de uno se preguntará cómo es
posible seguir todavía hoy «exaltando la cruz». ¿No ha quedado ya superada esa
manera morbosa y hasta masoquista de vivir exaltando el dolor y buscando el
sufrimiento? ¿Hemos de seguir alimentando un cristianismo obsesionado por la
agonía de Getsemaní, los estertores del Gólgota y las llagas del Crucificado?
Sin embargo, cuando los
cristianos adoran la cruz, no ensalzan el sufrimiento, la inmolación y la
muerte, sino el amor, la cercanía y la solidaridad de Dios que ha querido
compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el fondo.
No es el sufrimiento el que
salva, sino el amor de Dios que se solidariza con la historia dolorosa de los
hombres. No es la sangre la que, en realidad, purifica sino el amor infinito de
Dios que nos acoge como hijos.
Por esto, ser fiel al Crucificado
no es buscar con masoquismo el sufrimiento, sino saber acercarse a los que
sufren solidarizándose con ellos hasta las últimas consecuencias.
Descubrir la grandeza de la cruz
no es encontrar no sé qué misterioso poder o virtud en el dolor, sino saber
percibir la fuerza liberadora que se encierra en el amor cuando es vivido en
toda su profundidad.
Quizás hemos de recordarlo hoy
más que nunca en medio de este pueblo maltratado, atemorizado y ensangrentado.
Desgraciadamente, no es la sangre tan fácilmente vertida entre nosotros, la que
nos conducirá automáticamente hacia una sociedad mejor, sino el esfuerzo
paciente de los que día a día luchan por una convivencia más fraterna y
solidaria.
Una esperanza debe, sin embargo,
alentar nuestros corazones. A una vida «crucificada», vivida con ei mismo
espíritu de amor, fraternidad y solidaridad con que vivió Jesús, sólo le espera
resurrección. Quizás las cruces que nuestros antepasados levantaron sobre
nuestras montañas, apuntando hacia los cielos, nos lo puedan recordar en esta fiesta
de la Exaltación de la Cruz, tan popular en algunos de nuestros pueblos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
ALGO MÁS
QUE SOBREVIVIR
Son muchos los observadores que,
durante estos últimos años, vienen detectando en nuestra sociedad contemporánea
graves signos indicadores de «una pérdida de amor a la vida».
Se ha hablado, por ejemplo, del
síndrome de la pasividad como uno de los rasgos patológicos más característicos
de nuestra sociedad industrial. Son muchas las personas que no se relacionan
activamente con el mundo, sino que viven sometidas pasivamente a los ídolos o
exigencias del momento.
Individuos dispuestos a ser
alimentados, pero sin capacidad alguna de creatividad personal propia. Hombres
y mujeres cuyo único recurso es el conformismo. Seres que funcionan por
inercia, movidos por «los tirones» de la sociedad que los empuja en una
dirección o en otra.
Otro síntoma grave es el
aburrimiento creciente en las sociedades modernas. La industria de la diversión
y el ocio (TV, cine, sala de fiestas, conferencias, viajes...) consigue que el
aburrimiento sea menos consciente, pero no logra suprimirlo.
En muchos individuos sigue
creciendo la indiferencia por la vida, el sentimiento de infelicidad, el mal
sabor de lo artificial, la incapacidad de entablar contactos vivos y amistosos.
Otro signo es "el
endurecimiento del corazón". Personas cuyo recurso es aislarse, no
necesitar de nadie, vivir «congelados afectivamente», desentenderse de todos y
defender así su pequeña felicidad cada vez más intocable y cada vez más triste.
Y, sin embargo, los hombres
estamos hechos para vivir y vivir intensamente. Y en esta misma sociedad se
puede observar la reacción de muchos hombres y mujeres que buscan en el
contacto personal íntimo o en el encuentro con la naturaleza o en el
descubrimiento de nuevas experiencias, una salida para «sobrevivir».
Pero el hombre necesita algo más
que «sobrevivir». Es triste que los creyentes de hoy no seamos capaces de
descubrir y experimentar nuestra fe como fuente de vida auténtica.
No estamos convencidos de que
creer en Jesucristo es tener vida eterna, es decir, comenzar a vivir ya desde
ahora algo nuevo y definitivo que no está sujeto a la decadencia y a la muerte.
Hemos olvidado a ese Dios cercano
a cada hombre concreto, que anima y sostiene nuestra vida y que nos llama y nos
urge desde ahora a una vida más plena y más libre.
Y, sin embargo, ser creyente es
sentirse llamado a vivir con mayor plenitud, descubriendo desde nuestra
adhesión a Cristo, nuevas posibilidades, nuevas fuerzas y nuevo horizonte a
nuestro vivir diario.
José Antonio Pagola
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