Quedáis todos invitados.
Guión de la conferencia.
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¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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24º domingo Tiempo ordinario (A)
EVANGELIO
No te digo que perdones hasta siete veces, sino
hasta setenta veces siete.
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Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 21-35
En aquel tiempo, se
adelantó Pedro y preguntó a Jesús:
-«Señor, si mi hermano
me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta:
-«No te digo hasta
siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y a propósito de
esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con
sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil
talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con
su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El empleado,
arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
"Ten paciencia
conmigo, y te lo pagaré todo."
El señor tuvo
lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al
salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien
denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me
debes."
El compañero,
arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo:"Ten paciencia conmigo, y te
lo pagaré."
Pero él se negó y
fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al
ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo
sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda
aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener
compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?"
Y el señor,
indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con
vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»
Palabra de Dios.
HOMILIA
2013-2014 -
14 de septiembre de
2014
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
11 de septiembre de 2011
VIVIR PERDONANDO
Los discípulos le han oído a Jesús decir cosas
increíbles sobre el amor a los enemigos, la oración al Padre por los que nos
persiguen, el perdón a quien nos hace daño. Seguramente les parece un mensaje
extraordinario pero poco realista y muy problemático.
Pedro se acerca ahora a Jesús con un planteamiento
más práctico y concreto que les permita, al menos, resolver los problemas que
surgen entre ellos: recelos, envidias, enfrentamientos, conflictos y rencillas.
¿Cómo tienen que actuar en aquella familia de seguidores que caminan tras sus
pasos. En concreto: «Si mi hermano me
ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?».
Antes que Jesús le responda, el impetuoso Pedro se
le adelanta a hacerle su propia sugerencia: «¿Hasta siete veces?». Su
propuesta es de una generosidad muy superior al clima justiciero que se respira
en la sociedad judía. Va más allá incluso de lo que se practica entre los
rabinos y los grupos esenios que hablan como máximo de perdonar hasta cuatro
veces.
Sin embargo Pedro se sigue moviendo en el plano de
la casuística judía donde se prescribe el perdón como arreglo amistoso y
reglamentado para garantizar el funcionamiento ordenado de la convivencia entre
quienes pertenecen al mismo grupo.
La respuesta de Jesús exige ponerse en otro
registro. En el perdón no hay límites: «No
te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete». No tiene
sentido llevar cuentas del perdón. El que se pone a contar cuántas veces está
perdonando al hermano se adentra por un camino absurdo que arruina el espíritu
que ha de reinar entre sus seguidores.
Entre los judíos era conocido un "Canto de
venganza" de Lámek, un legendario héroe del desierto, que decía así:
"Caín será vengado siete veces, pero Lámek será vengado setenta veces
siete". Frente esta cultura de la venganza sin límites, Jesús canta el
perdón sin límites entre sus seguidores.
En muy pocos años el malestar ha ido creciendo en el
interior de la Iglesia provocando conflictos y enfrentamientos cada vez más
desgarradores y dolorosos. La falta de respeto mutuo, los insultos y las
calumnias son cada vez más frecuentes. Sin que nadie los desautorice, sectores
que se dicen cristianos se sirven de internet para sembrar agresividad y odio
destruyendo sin piedad el nombre y la trayectoria de otros creyentes.
Necesitamos urgentemente testigos de Jesús, que
anuncien con palabra firme su Evangelio y que contagien con corazón humilde su
paz. Creyentes que vivan perdonando y curando esta obcecación enfermiza que ha
penetrado en su Iglesia.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
14 de septiembre de 2008
PERDONAR
SIEMPRE
Hasta
setenta veces siete.
A Mateo se le ve preocupado por
corregir los conflictos, disputas y enfrentamientos que pueden surgir en la
comunidad de los seguidores de Jesús. Probablemente, está escribiendo su
evangelio en unos momentos en que, como se dice en su evangelio, «la caridad de
la mayoría se está enfriando» (Mateo 24, 12).
Por eso concreta con mucho
detalle cómo se ha de actuar para extirpar el mal del interior de la comunidad,
respetando siempre a las personas, buscando antes que nada «la corrección a
solas», acudiendo al diálogo con «testigos», haciendo intervenir a la
«comunidad» o separándose de quien puede hacer daño a los seguidores de Jesús.
Todo eso puede ser necesario,
pero ¿cómo ha de actuar en concreto la persona ofendida?, ¿qué ha de hacer el
discípulo de Jesús que desea seguir sus pasos y colaborar con él abriendo
caminos al reino de Dios, el reino de la misericordia y la justicia para todos?
Mateo no podía olvidar unas
palabras de Jesús recogidas por un evangelio anterior al suyo. No eran fáciles
de entender, pero reflejaban lo que había en su corazón. Aunque hayan pasado
veinte siglos, sus seguidores no hemos de rebajar su contenido.
Pedro se acerca a Jesús. Como en
otras ocasiones, lo hace representando al grupo de seguidores: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le
tengo que perdonar?, ¿hasta siete veces?». Su pregunta no es mezquina, sino
enormemente generosa. Le ha escuchado a Jesús sus parábolas sobre la
misericordia de Dios. Conoce su capacidad de comprender, disculpar y perdonar.
También él está dispuesto a perdonar «muchas veces», pero ¿no hay un límite?
La respuesta de Jesús es
contundente: «No te digo siete veces,
sino hasta setenta veces siete»: has de perdonar siempre, en todo momento,
de manera incondicional. A lo largo de los siglos se ha querido rebajar de
muchas maneras lo dicho por Jesús: «perdonar siempre, es perjudicial»; «da
alicientes al ofensor»; «hay que exigirle primero arrepentimiento». Todo esto
parece muy razonable, pero oculta y desfigura lo que pensaba y vivía Jesús.
Hay que volver a él. En su
Iglesia hacen falta hombres y mujeres que estén dispuestos a perdonar como él,
introduciendo entre nosotros su gesto de perdón en toda su gratuidad y
grandeza. Es lo que mejor hace brillar en la Iglesia el rostro de Cristo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
11 de septiembre de 2005
¿QUÉ
SERÍA DE NOSOTROS SIN PERDÓN?
Hasta
setenta veces siete.
Se la llama «parábola del siervo sin entrañas», porque trata de un hombre que,
habiendo sido perdonado por el rey de una deuda imposible de pagar, es incapaz
de perdonar a su vez a un compañero que le debe una pequeña cantidad. El relato
parece sencillo y claro. Sin embargo, los autores siguen discutiendo sobre su
sentido original, pues la desafortunada aplicación de Mateo no encaja bien con
la llamada de Jesús a «perdonar hasta
setenta veces siete».
La parábola que había empezado de
manera tan prometedora, con el perdón del rey, acaba trágicamente. Todo termina
mal. El gesto del rey no logra introducir un comportamiento más compasivo entre
sus subordinados. El siervo perdonado no sabe compadecerse de su compañero. Los
demás siervos no se lo perdonan y piden al rey que haga justicia. El rey,
indignado, retira su perdón y entrega al siervo a los verdugos.
Por un momento, parecía que podía
haber comenzado una era nueva de comprensión y mutuo perdón. No es así. Al
final, la compasión queda anulada por todos. Ni el siervo, ni sus compañeros,
ni siquiera el rey escuchan la llamada del perdón. Éste ha hecho un gesto inicial,
pero tampoco sabe perdonar «setenta veces
siete».
¿Qué está sugiriendo Jesús? A
veces pensamos ingenuamente que el mundo sería más humano si todo estuviera
regido por el orden, la estricta justicia y el castigo de los que actúan mal.
Pero, ¿no construiríamos así un mundo tenebroso? ¿Qué sería una sociedad donde
quedara suprimido de raíz el perdón? ¿Qué sería de nosotros si Dios no supiera
perdonar?
La negación del perdón nos parece
la reacción más normal y hasta la más digna ante la ofensa, la humillación o la
injusticia. No es eso, sin embargo, lo que humanizará al mundo. Una pareja sin
mutua comprensión se destruye; una familia sin perdón es un infierno. Una
sociedad sin compasión es inhumana.
La parábola de Jesús es una
especie de «trampa». A todos nos parece que el siervo perdonado por el rey
«debía» perdonar a su compañero. Es lo menos que se le puede exigir. Pero
entonces, ¿no es el perdón lo menos que se puede esperar de quien vive del
perdón y la misericordia de Dios? Nosotros hablamos del perdón como un gesto
admirable y heroico. Para Jesús era lo más normal.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
15 de septiembre de 2002
CÓLERA,
NO VENGANZA
¿ Cuántas
veces le tengo que perdonar?
Las grandes escuelas de
psicoterapia apenas han estudiado la fuerza curadora del perdón; hasta hace muy
poco, los sicólogos no le concedían un papel en el crecimiento de una
personalidad sana. Se pensaba erróneamente —y se sigue pensando— que el perdón
es una actitud puramente religiosa.
Por otra parte, el mensaje del
cristianismo se ha reducido con frecuencia a exhortar a las gentes a perdonar
con generosidad fundamentando esa actuación en el perdón que Dios nos concede,
pero sin enseñar mucho sobre los caminos a recorrer para llegar a perdonar de
corazón. No es pues extraño que haya personas que lo ignoren casi todo sobre el
proceso del perdón.
Sin embargo, el perdón es
necesario para convivir de manera sana. En la familia donde los roces de la
vida diaria pueden generar frecuentes tensiones y conflictos. En la amistad y
el amor donde hay que saber actuar ante humillaciones, engaños e infidelidades
posibles. En múltiples situaciones de la vida en las que hemos de reaccionar
ante agresiones, injusticias y abusos. Quien no sabe perdonar, puede quedar
herido interiormente.
Hay algo que es necesario aclarar
desde el comienzo. Muchos se creen incapaces de perdonar porque confunden la
cólera con la venganza. La cólera es una reacción sana de irritación ante la
ofensa, la agresión o la injusticia sufrida: el individuo se rebela de manera
casi instintiva para defender su vida y su dignidad. Por el contrario, el odio,
el resentimiento y la venganza van más allá de esta primera reacción; la
persona vengativa busca hacer daño, humillar y hasta destruir a quien le ha
hecho mal.
Perdonar no quiere decir
necesariamente reprimir la cólera. Al contrario, reprimir estos primeros
sentimientos puede ser dañoso si el individuo acumula en su interior una ira
que más tarde se desviará hacia otras personas inocentes o hacia uno mismo. Es
más sano reconocer y aceptar la cólera compartiendo tal vez con alguien la
rabia e indignación.
Luego será más fácil serenarse y
tomar la decisión de no seguir alimentando el resentimiento ni las fantasías de
venganza para no añadir todavía más mal ni hacernos más daño. La fe en un Dios
perdonador será entonces para el creyente un estímulo y una fuerza inestimable.
Cuando uno vive del amor incondicional de Dios le resulta más fácil perdonar.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
12 de septiembre de 1999
NO QUIERO
Hasta
setenta veces siete.
Sé que no es fácil adoptar una
postura serena y lúcida ante los hechos violentos tan complejos que se suceden
entre nosotros. Soy consciente de que yo mismo formo parte de esa sociedad
violenta. Pero no quiero ser violento.
Siento que, habituados a tanta
violencia y tanta sangre, nos empiezan a faltar palabras para expresar nuestra
condena. Pero no quiero que me falte sensibilidad ante ningún ser humano muerto
violentamente.
Oigo hablar a unos y otros de
objetivos políticos irrenunciables y de causas que hay que defender, eliminando
incluso a personas si es necesario. Pero yo no quiero que se traicione una y
otra vez «la causa del hombre», de todo hombre que tiene derecho a la vida.
A lo largo de estos años he
podido comprobar que la violencia desata violencia y el odio genera odio. He
podido ver cómo la violencia se aprende, se contagia y se extiende. Pero no
quiero que nadie destruya mi capacidad de respetar y desear el bien de todo ser
humano.
Hace unos días, he podido ver una
vez más cómo se mata a un hombre por venganza. Al mismo tiempo, escucho y leo
en las paredes las llamadas que se me hacen a no olvidar ni perdonar nunca.
Pero yo no quiero que nadie me arrebate el derecho a amar y perdonar.
Unos me dicen que la negociación
no es ya posible. Otros, que «el juego democrático» es ineficaz. Pero yo no
quiero perder la fe en la capacidad de los hombres para resolver los problemas
por caminos de diálogo y paz.
Comprendo muy bien a los que me
dicen que el Evangelio del amor y del perdón es impracticable. Que el mensaje
de Jesús no sirve para construir eficazmente la sociedad. Pero yo sigo viendo
que la violencia nos deshumaniza y me pregunto qué sociedad se puede construir
sobre la mutua agresión.
Escucho las palabras de Jesús que
nos llaman a perdonar «setenta veces
siete». Yo quiero seguirlas. No creo en los crucificadores. Creo en el
Crucificado, en el que murió perdonando a todos. En su perdón hay más promesa de
salvación que en todas nuestras violencias.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
15 de septiembre de 1996
APOLOGÍA
DEL PERDÓN
Hasta
setenta veces siete.
Casi siempre que he escrito sobre
el perdón he recibido cartas, por lo general anónimas, en que se me acusaba de
hacer más difícil todavía la lucha contra la violencia, de olvidar el
sufrimiento de las víctimas, no entender la humillación de quien ha sido
traicionado por su cónyuge, no «tener los pies sobre el suelo» y cosas semejantes.
No me resulta difícil comprender
esta resistencia al perdón. ¿Cómo no voy a intuir la rabia, impotencia y dolor
de quien ha sido víctima de la violencia, el desprecio o la traición? Pero,
precisamente, el resentimiento y la agresividad que se advierte tras esas
líneas me hacen ver con mayor claridad qué sería de un mundo en que se
suprimiera el perdón.
Hay un mecanismo de defensa bien
conocido en Psicología. En virtud de un «mimetismo misterioso», quien ha sido
víctima de una agresión tiende a su vez a ser malo imitando de alguna manera a
su agresor. Se trata de una reacción casi instintiva que se desata en el
inconsciente individual o colectivo y que puede incluso transmitirse de
generación en generación.
Si, en algún momento, no se
produce una reacción de signo contrario, el mal tiende a perpetuarse. Cuando no
se quiere o no se puede perdonar, queda en la víctima una «herida mal curada»
que le hace daño a ella más que a nadie, pues la encadena negativamente al
pasado. Por otra parte, el resentimiento instalado en una sociedad hace más
difícil la lucidez para buscar caminos de convivencia y puede bloquear todo
movimiento para encontrar solución a los conflictos.
El deseo de revancha es, sin
duda, la respuesta más instintiva ante la ofensa. La persona necesita
defenderse de la herida recibida, pero, como advierte el conocido experto .J.M. Pohier, quien pretenda curar su
herida infligiendo sufrimiento al agresor, se equivoca. El sufrimiento no posee
un poder mágico para curar de la humillación o la agresión recibidas. Puede
producir una corta satisfacción, pero la persona necesita algo más para volver
a vivir de forma creativa. Lo decía hace mucho tiempo H. Lacordaire: «Quieres ser feliz un momento? Véngate. ¿Quieres ser
feliz siempre? Perdona.»
A veces se olvida que el proceso
del perdón, a quien más bien hace es al ofendido, pues lo libera del mal, hace
crecer su dignidad y nobleza, le da fuerzas para recrear su vida, le permite
iniciar nuevos proyectos. Cuando Jesús invita a perdonar «hasta setenta veces siete», está invitando a seguir el camino más
sano y eficaz para erradicar de nuestra vida el mal. Sus palabras adquieren una
hondura todavía mayor para quien cree en Dios como fuente última de perdón: «Perdonad y seréis perdonados.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
12 de septiembre de 1993
PERDON
Setenta
veces siete.
No es fácil hablar de perdón en
medio de una sociedad justamente indignada y cuando todavía está caliente la
sangre derramada por el terrorismo. Uno siente la tentación de ignorar la
llamada del Evangelio. Es más cómodo no recordar de momento las palabras de
Jesús que nos invitan a perdonar «setenta
veces siete», es decir, siempre.
Sin embargo, hay algo que, desde
dentro, me urge a anunciar el mensaje del perdón incluso en estos momentos,
pues creo que es necesario para caminar hacia una verdadera reconciliación. Lo
hago siguiendo de cerca la última Carta pastoral del Obispo J. M Setién: «La reconciliación, camino
de pacificación.»
El perdón tiene un efecto
saludable en la sociedad. Nos humaniza a todos. Favorece el clima y las
actitudes que nos pueden llevar a una convivencia más fraterna. De la misma
manera que el odio y el ánimo de venganza alimentan un clima colectivo que hace
más difícil el camino hacia la pacificación. No faltan entre nosotros quienes
piensan de forma diferente. Según ellos, el perdón, aun admitida toda la
riqueza humana y cristiana que se le debe reconocer en el ámbito de las
relaciones personales y privadas, carece de sentido, y puede ser perjudicial
cuando lo trasladamos al ámbito de lo público y social. El perdón y la justicia
podrían tener exigencias contrapuestas, y, en tal hipótesis, habría que dar
prioridad a la justicia penal. Sólo ésta nos puede llevar a la paz.
Sin embargo, esta contraposición
entre el perdón y la justicia no es tan clara; el perdón y el amor al
delincuente no van contra la justicia rectamente entendida. La justicia impone
las sanciones exigidas para asegurar el orden de una convivencia justa. El amor,
por su parte, sin negar lo exigido por la justicia para el bien común, busca
directamente el bien de las personas y su mutuo entendimiento.
Por eso, el perdón establece
entre las personas una relación mucho más humana que la que puede originarse
sólo de la aplicación pura y dura del código penal. Quien perdona, ama, y ese
amor conduce a un nivel de convivencia que la justicia, por sí sola, es incapaz
de lograr.
El amor al enemigo, predicado por
Jesús, no obstaculiza la llegada de la paz. Esta es mi convicción cristiana. Al
contrario, esa capacidad de perdonar libera del odio y del ánimo de venganza, y
dispone a una verdadera reconciliación. Quien ha introducido alguna vez odio en
su corazón, siente la necesidad de olvidar y de liberarse de esa parte oscura
de su historia. Sólo entonces se siente humano y cristiano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
16 de septiembre de 1990
PERDONAR
NO ES TELEVISIVO
Hasta setenta veces siete.
Hace unos días se acercaba a mí
un hombre joven con un propósito insólito. Deseaba mi ayuda para llegar hasta
la prisión de Badajoz a dar un abrazo de perdón a los dos homicidas de Puerto
Hurraco. Ángel Carrillo ha perdido en la tragedia a una hermana y un sobrino, y
tiene todavía algún otro familiar que sigue luchando por la vida.
Impactado por las imágenes de
sangre, muerte, gritos y llantos, emitidas por la televisión, decidió también
él acudir a TVE para propagar un mensaje de perdón sincero que sembrara un poco
de paz en el pueblo.
Esfuerzo inútil. Todas las
puertas se le cierran. No hay un espacio para algo tan extravagante. Sólo si
Ángel se vengara mañana organizando una nueva matanza, su rostro aparecería en
todas las pantallas.
TVE tiene, sin duda, sus normas
para un funcionamiento adecuado. Pero lo cierto es que vivimos en una sociedad
a la que se le informa de manera morbosa de sucesos como el de Puerto Hurraco y
se le hurtan gestos tan humanos como el perdón ofrecido por este hombre.
Sin embargo, los pueblos
necesitan cultivar el perdón si quieren sobrevivir, pues la venganza es siempre
patógena y destructora. No prepara ni construye el futuro. La venganza mata la
vida.
Por eso, es una insensatez
desprestigiar públicamente el perdón o invitar a un pueblo a no perdonar jamás.
Pocas cosas van más directamente contra nuestro futuro que ese intento de
sembrar venganza, escrito sobre los muros de nuestros pueblos o gritado en las
manifestaciones.
Sólo los hombres y mujeres que
saben perdonar detienen esa «espiral de la violencia» de la que habla Helder
Cámara, y curan a la sociedad de la fuerza destructora que se encierra en
el rencor, el odio o la venganza.
El perdón es un gesto de lucidez
y grandeza. El que perdona va a lo esencial. Confía de nuevo en el ser humano.
Prepara un futuro mejor. Participa desde ahora en la creación de una
convivencia más humana.
No es fácil perdonar desde dentro
y de verdad. No es fácil, sobre todo, perdonar sin exigir previamente algo al
agresor, o perdonar cuando el perdón ni siquiera es bien recibido.
El hombre que se siente renovado
cada día por el perdón de Dios, encuentra en su fe una fuerza insospechada para
seguir perdonando siempre. Lo contrario sería absurdo, como lo recuerda Jesús
en «la parábola del siervo sin entrañas».
Ignoro si Ángel ha abrazado ya a
los agresores en la prisión de Badajoz. Sé que les ha enviado un mensaje de
perdón por medio del juez. Ciertamente Dios ha escuchado ya esa oración que,
con lágrimas en los ojos, pronunciaba despacio junto a mí pensando en los
asesinos de sus familiares: «Dios, perdónalos porque han estado sufriendo
durante treinta años y ahora son ellos los que más necesitan de tu
ayuda».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
13 de septiembre de 1987
ES
POSIBLE
Como yo
tuve compasión de ti.
La insistencia de Jesús en ei
perdón y la mutua comprensión no es propia de un idealista ingenuo sino de un
espíritu lúcido y realista.
Nuestra convivencia diaria no
sería posible si elimináramos la mutua tolerancia. Nadie puede pretender tratar
sólo con personas perfectas. Hemos de aguantarnos mutuamente los defectos y
saber perdonarnos si no queremos destruir nuestras relaciones.
Pero no es fácil perdonar.
Vivimos tan encerrados cada uno en su propio yo y tan celosos de nuestra
pequeña felicidad que perdonar de corazón y con generosidad se nos hace con
frecuencia insoportable.
Más aún. Cuanto más querida nos
es una persona, más profundamente nos hiere su ofensa y tanto más costoso nos
puede resultar concederle nuestro perdón total.
Tal vez esto explique la
particular dificultad que entraña el perdón al esposo o la esposa infiel.
¿Cómo perdonar cuando uno se
siente engañado y traicionado por esa persona, la más querida, con la que hemos
descubierto el amor, con la que hemos compartido y a la que hemos entregado
nuestra intimidad?
¿Cómo seguir perdonando a quien,
olvidando incluso a los hijos, nos abandona para seguir nuevas aventuras
amorosas?
Y, sin embargo, el odio, el
resentimiento, el desprecio al cónyuge infiel no conducen a nada constructivo.
Nunca ayudan a liberarse de la amargura, la soledad, la depresión o el
insomnio.
El que se cierra a conceder el
perdón se castiga a sí mismo. Se hace daño aunque él no lo quiera. Decía Martín Lutero King que el odio es “como
un cáncer secreto” que corroe a la persona y le quita energías para rehacer de
nuevo su vida.
Es difícil hablar desde fuera a
una persona rota y herida en lo más íntimo de su ser. Uno no se siente con
fuerzas para decirle que el perdón puede ser la verdadera salida.
Pero es así. También los días
angustiosos y horribles pasan. La vida no termina ahí, en la traición, el
abandono o el engaño del ser querido. Con un corazón noble aunque herido,
siempre se puede mirar adelante.
Cuando la persona logra liberarse
del odio, reconciliarse consigo misma y recuperar la paz, la vida puede
comenzar de nuevo.
Y si la persona es creyente, en
el interior mismo de su perdón al cónyuge infiel, puede intuir lo que, tal vez,
nunca había descubierto: el perdón total, la ternura inmensa con la que Dios
nos envuelve y sostiene día a día a todos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
16 de septiembre de 1984
¿NO
NECESITAMOS YA EL PERDON?
agarrándolo
lo estrangulaba
¿Vivimos todavía los creyentes de
hoy una experiencia honda del perdón de Dios o no necesitamos ya sentirnos
perdonados por nadie?
Se nos ha hablado tanto del
riesgo a vivir con una conciencia morbosa de pecado que ya no nos atrevemos a
insistir en nuestra propia culpabilidad para no generar en nosotros sentimientos
de angustia o frustración.
Preferimos vivir de manera más
irresponsable, atribuyendo todos nuestros males a las deficiencias de una
sociedad mal organizada o a las actuaciones injustas que, naturalmente, siempre
provienen de «los otros».
Pero, ¿no es ésta la mejor manera
de vivir engañados, separados de nuestra propia verdad, sumergidos en una
secreta tristeza de la que sólo logramos escapar huyendo hacia la inconsciencia
o el cinismo?
¿No necesitamos en lo más hondo
de nuestro ser, confesar nuestro propio pecado, sentirnos comprendidos por
Alguien, sabernos aceptados con nuestros errores y miserias, ser acogidos y
restituidos de nuevo a nuestro ser más auténtico?
La experiencia del perdón es una
experiencia humana tan fundamental que el individuo que no conoce el gozo de
ser perdonado, corre el riesgo de no crecer como hombre.
La parábola de Jesús nos lo
recuerda de nuevo esta mañana. Quien no se ha sentido nunca comprendido por
Dios, no sabe comprender a los demás. Quien no ha gustado su perdón entrañable,
corre el riesgo de vivir «sin entrañas» como el siervo de la parábola,
endureciendo cada vez más sus exigencias y reivindicaciones y negando a todos
la ternura y el perdón.
Hemos creído que todo se podía
lograr endureciendo las luchas, despertando la agresividad social y potenciando
el resentimiento de las gentes.
Hemos expulsado de entre nosotros
el perdón y la mutua comprensión como algo inútil, propio de personas débiles y
resignadas. Nos estamos acostumbrado a una espiral de represalias, revanchas y
venganzas.
Ya hemos logrado vivir
«estrangulándonos» unos a otros y gritándonos todos mutuamente «Págame lo que
me debes». Sólo que no está nada claro que este camino haya de llevarnos a una
convivencia más justa y a unas relaciones más cálidas y más humanas.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
13 de septiembre de 1981
IMPORTANCIA
SOCIAL DEL PERDON
¿Cuántas
veces tengo que perdonar?
No es fácil escuchar la llamada
de Jesús al perdón, ni sacar todas las implicaciones que puede tener el aceptar
que un hombre es más humano cuando perdona que cuando se venga.
Sin duda, hay que entender bien
el pensamiento de Jesús. Perdonar no significa ignorar las injusticias
cometidas, ni aceptarlas de manera pasiva o indiferente. Al contrario, si uno
perdona es precisamente para destruir, de alguna manera, la espiral del mal, y
para ayudar al otro a rehabilitarse y actuar de manera diferente en el futuro.
En la dinámica del perdón hay un
esfuerzo por superar el mal con el bien.
El perdón es un gesto que cambia cualitativamente las relaciones entre las
personas y obliga a plantearse la convivencia futura de manera nueva.
Por eso, el perdón no debe ser
sólo una exigencia individual sino que debería tener una traducción social.
La sociedad no debe dejar
abandonado a ningún hombre, ni siquiera al culpable. Todo hombre tiene derecho
a ser amado. Y un creyente no puede aceptar que la represión penal sólo
«devuelve mal por mal» al encarcelado, hundiéndolo despreciativamente en su
delito, deshumanizándolo e impidiendo su verdadera rehabilitación.
El gran jurista G. Radbruch entiende que el castigo como
imposición del mal por el mal debe ir desapareciendo para convertirse en lo
posible, en «estímulo para saldar el mal con el bien, único modo en que puede
ejercerse en la tierra una justicia que no empeora a ésta, sino que la
transforma en un mundo mejor».
No existe justificación alguna
para actuar de manera inhumana, vejatoria e injusta con ningún encarcelado, sea
delincuente común o político. Nunca avanzaremos hacia una sociedad más humana
si no abandonamos posturas de represalia, odio y venganza.
Por eso, es también una
equivocación incitar al pueblo a la revancha. El grito de «Herriak ez du barkatuko» (el pueblo no perdonará) es, por desgracia,
comprensible, pero no es el camino acertado para enseñar a un pueblo a exigir
sus derechos y a construir un futuro más humano.
El rechazo del perdón es un grito
que, como creyentes, no podemos suscribir nunca, porque, en definitiva, es un
rechazo de la fraternidad querida por Aquél que nos perdona a todos.
José Antonio Pagola
Para
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