Homilias de José Antonio Pagola
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6 de mayo de 2012
5º domingo de Pascua (B)
EVANGELIO
El que permanece en
mí y yo en él, ése da fruto abundante.
+ Lectura del santo
evangelio según san Juan 15,1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a
sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi
Padre es el labrador.
A todo sarmiento mío que no da
fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por
las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar
fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque
sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo
tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al
fuego, y arden.
Si permanecéis en mí, y mis
palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre,
con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»
Palabra de Dios.
HOMILIA
2011-2012 -
6 de mayo de 2012
CONTACTO PERSONAL
Según el relato evangélico de
Juan, en vísperas de su muerte, Jesús revela a sus discípulos su deseo más
profundo: "Permaneced en mí". Conoce su cobardía y mediocridad. En
muchas ocasiones les ha recriminado su poca fe. Si no se mantienen vitalmente
unidos a él no podrán subsistir.
Las palabras de Jesús no pueden
ser más claras y expresivas: "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí
mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en
mí". Si no se mantienen firmes en lo que han aprendido y vivido junto a
él, su vida será estéril. Si no viven de su Espíritu, lo iniciado por él se
extinguirá.
Jesús emplea un lenguaje rotundo:
"Yo soy la vid y vosotros los sarmientos". En los discípulos ha de
correr la savia que proviene de Jesús. No lo han de olvidar nunca. "El que
permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis
hacer nada". Separados de Jesús, sus discípulos no podemos nada.
Jesús no solo les pide que
permanezcan en él. Les dice también que "sus palabras permanezcan en
ellos". Que no las olviden. Que vivan de su Evangelio. Esa es la fuente de
la que han de beber. Ya se lo había dicho en otra ocasión: "Las palabras
que os he dicho son espíritu y vida".
El Espíritu del Resucitado
permanece hoy vivo y operante en su Iglesia de múltiples formas, pero su
presencia invisible y callada adquiere rasgos visibles y voz concreta gracias
al recuerdo guardado en los relatos evangélicos por quienes lo conocieron de
cerca y le siguieron. En los evangelios nos ponemos en contacto con su mensaje,
su estilo de vida y su proyecto del reino de Dios.
Por eso, en los evangelios se
encierra la fuerza más poderosa que poseen las comunidades cristianas para
regenerar su vida. La energía que necesitamos para recuperar nuestra identidad
de seguidores de Jesús. El Evangelio de Jesús es el instrumento pastoral más
importante para renovar hoy a la Iglesia.
Muchos cristianos buenos de
nuestras comunidades solo conocen los evangelios "de segunda mano".
Todo lo que saben de Jesús y de su mensaje proviene de lo que han podido
reconstruir a partir de las palabras de los predicadores y catequistas. Viven
su fe sin tener un contacto personal con "las palabras de Jesús".
Es difícil imaginar una
"nueva evangelización" sin facilitar a las personas un contacto más
directo e inmediato con los evangelios. Nada tiene más fuerza evangelizadora
que la experiencia de escuchar juntos el Evangelio de Jesús desde las
preguntas, los problemas, sufrimientos y esperanzas de nuestros tiempos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
10 de mayo de 2009
NO
DESVIARNOS DE JESÚS
Sin mí no
podéis hacer nada.
La imagen es sencilla y de gran
fuerza expresiva. Jesús es la «vid verdadera», llena de vida; los discípulos
son «sarmientos» que viven de la savia que les llega de Jesús; el Padre es el
«viñador» que cuida personalmente la viña para que dé fruto abundante. Lo único
importante es que se vaya haciendo realidad su proyecto de un mundo más humano
y feliz para todos.
La imagen pone de relieve dónde
está el problema. Hay sarmientos secos por los que no circula la savia de
Jesús. Discípulos que no dan frutos porque no corre por sus venas el Espíritu
del Resucitado. Comunidades cristianas que languidecen desconectadas de su
persona.
Por eso se hace una afirmación
cargada de intensidad: «el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la
vid»: la vida de los discípulos es estéril «si no permanecen» en Jesús. Sus
palabras son categóricas: «Sin mí no podéis hacer nada». ¿No se nos está
desvelando aquí la verdadera raíz de la crisis de nuestro cristianismo, el
factor interno que resquebraja sus cimientos como ningún otro?
La forma en que viven su religión
muchos cristianos, sin una unión vital con Jesucristo, no subsistirá por mucho
tiempo: quedará reducida a «folklore» anacrónico que no aportará a nadie la
Buena Noticia del Evangelio. La Iglesia no podrá llevar a cabo su misión en el mundo
contemporáneo, si los que nos decimos «cristianos» no nos convertimos en
discípulos de Jesús, animados por su espíritu y su pasión por un mundo más
humano.
Ser cristiano exige hoy una
experiencia vital de Jesucristo, un conocimiento interior de su persona y una
pasión por su proyecto, que no se requerían para ser practicante dentro de una
sociedad de cristiandad. Si no aprendemos a vivir de un contacto más inmediato
y apasionado con Jesús, la decadencia de nuestro cristianismo se puede
convertir en una enfermedad mortal.
Los cristianos vivimos hoy
preocupados y distraídos por muchas cuestiones. No puede ser de otra manera.
Pero no hemos de olvidar lo esencial. Todos somos «sarmientos». Sólo Jesús es
«la verdadera vid». Lo decisivo en estos momentos es «permanecer en él»:
aplicar toda nuestra atención al Evangelio; alimentar en nuestros grupos,
redes, comunidades y parroquias el contacto vivo con él; no desviarnos de su
proyecto.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
14 de mayo de 2006
NO
QUEDARNOS SIN SAVIA
El que
permanece en mí... da fruto abundante.
La imagen es de una fuerza
extraordinaria. Jesús es la «vid», los que creemos en él somos los «sarmientos». Toda la vitalidad de los
cristianos nace de él. Si la savia de Jesús resucitado corre por nuestra vida,
nos aporta alegría, luz, creatividad, coraje para vivir como vivía él. Si, por
el contrario, no fluye en nosotros, somos sarmientos secos.
Éste es el verdadero problema de
una Iglesia que celebra a Jesús resucitado como «vid» llena de vida, pero que
está formada, en buena parte, por sarmientos muertos. ¿Para qué seguir
distrayéndonos en tantas cosas, si la vida de Jesús no corre por nuestras
comunidades y nuestros corazones?
Nuestra primera tarea hoy y siempre
es «permanecer» en la vid, no vivir
desconectados de Jesús, no quedamos sin savia, no secamos más. ¿Cómo se hace
esto? El evangelio lo dice con claridad: hemos de esforzamos para que sus «palabras» permanezcan en nosotros.
La vida cristiana no brota espontáneamente
entre nosotros. El evangelio no siempre se puede deducir racionalmente. Es
necesario meditar largas horas las palabras de Jesús. Sólo la familiaridad y
afinidad con los evangelios nos hace ir aprendiendo poco a poco a vivir como
él.
Este acercamiento frecuente a las
páginas del evangelio nos va poniendo en sintonía con Jesús, nos contagia su
amor al mundo, nos va apasionando con su proyecto, va infundiendo en nosotros
su Espíritu. Casi sin darnos cuenta, nos vamos haciendo cristianos.
Esta meditación personal de las
palabras de Jesús nos cambia más que todas las explicaciones, discursos y
exhortaciones que nos llegan del exterior. Las personas cambiamos desde dentro.
Tal vez, éste sea uno de los problemas más graves de nuestra religión: no cambiamos,
porque sólo lo que pasa por nuestro corazón cambia nuestra vida; y, con
frecuencia, por nuestro corazón no pasa la savia de Jesús.
La vida de la Iglesia se
trasformaría silos creyentes, los matrimonios cristianos, los presbíteros, las
religiosas, los obispos, los educadores tuviéramos como libro de cabecera los
evangelios de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
18 de mayo de 2003
VIDA
COTIDIANA
El que
permanece en mí... da fruto abundante.
La vida cotidiana ocupa, con gran
diferencia, la mayor parte de nuestra vida. Por otra parte, aunque pensamos que
lo importante de nuestra existencia sucede en los momentos excepcionales, fuera
de lo cotidiano, lo cierto es que la persona va creciendo o se va empobreciendo
en esa vida aparentemente pequeña de cada día. Podemos «soñar» grandes cosas,
pero en el fondo no somos sino lo que somos en el vivir diario.
He estado releyendo estos días el
estudio que publicó hace diez años J L.
Aranguren con el título Moral de la
vida cotidiana. Un libro, como todos los suyos, lleno de agudas reflexiones
y sabias pautas para aprender a vivir.
Según el pensador, no está nada
fácil lo de vivir con cierta autenticidad en nuestro pequeño mundo de cada día.
De entrada, querámoslo o no, casi todos hemos de desempeñar un rol, muchas
veces impuesto; hay que ajustarse al «guión» y representar bien nuestro papel.
Pero, ¿se tratará sólo de ser un buen «actor»? ¿Cómo ser el «director» de la
propia vida?
Está luego, la presión social;
hay que estar atentos «a lo que se hace», «lo que se dice», «lo que se lleva».
Muchas personas perciben su vida como algo monótono y rutinario, sin aliciente
alguno. Se puede deber, en parte, a esta ciega sumisión al comportamiento
establecido por la mayoría. Pero, ¿cómo ser más libres frente a tanta
alimentación colectiva?
Aranguren apunta formas muy frecuentes hoy de vivir la
cotidianeidad. Hay quienes viven procurando en todo momento dominar la
situación y sacar el mayor partido de lo que sea. Para otros, lo importante es
aparentar, quedar bien, dar buena imagen; no les interesa «ser», sino
«parecer». Muchos viven pensando sólo en lo inmediato; esclavos del reloj, la
agenda y el calendario, sólo viven para trabajar y «hacer cosas». Así se les
pasa la vida.
Pero la vida cotidiana puede ser
mucho más. Aranguren recuerda que
«hay un cómo hacemos lo que hacemos y
un para qué lo hacemos, es decir, hay
un proyecto». Cada uno de nosotros está llamado a apropiarse personalmente de
la vida penetrándola de sentido. El problema está en cómo elaborar y vivir ese
proyecto de persona que queremos ser.
Para el cristiano, la fe en
Jesucristo se convierte en la fuente más decisiva de su vivir diario. De su
mensaje y su espíritu extrae sentido, orientación, confianza, estímulo para
vivir y crecer como ser humano. La llamada de Jesús que escucha en su interior
no es una llamada entre otras, sino la que da sentido último a su vida. Quien
toma en serio el evangelio y sigue de cerca a Cristo, cree en sus palabras: «El que permanece en mí y yo en él, ése da
fruto abundante».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
21 de mayo de 2000
CREER
El que
permanece en mL..
La fe no es una impresión o
emoción del corazón. Sin duda, el creyente siente su fe, la experimenta y la disfruta,
pero sería un error reducirla a «sentimentalismo». La fe no es algo que depende
de los sentimientos: «ya no siento nada... debo estar perdiendo la fe». Ser
creyentes es una actitud responsable y razonada.
La fe no es tampoco una opinión
personal. El creyente se compromete personalmente a creer en Dios, pero la fe
no puede ser reducida a «subjetivismo»: «yo tengo mis ideas y creo lo que a mí
me parece». La realidad de Dios no depende de mí, ni el cristianismo es
fabricación de cada uno.
La fe no es tampoco una costumbre
o tradición recibida de los padres. Es bueno nacer en una familia creyente y
recibir desde niño una orientación cristiana de la vida, pero sería muy pobre
reducir la fe a «costumbre religiosa»: «en mi familia siempre hemos sido muy de
Iglesia». La fe es una decisión personal de cada uno.
La fe no es tampoco una receta
moral. Creer en Dios tiene sus exigencias, pero sería una equivocación
reducirlo todo a «moralismo»: «yo respeto a todos y no hago mal a nadie». La fe
es, además, amor a Dios, compromiso por un mundo más humano, esperanza de vida
eterna, acción de gracias, celebración.
La fe no es tampoco un
«tranquilizante». Creer en Dios es, sin duda, fuente de paz, consuelo y
serenidad, pero la fe no es sólo un «agarradero» para los momentos críticos:
«yo cuando me encuentro en apuros acudo a la Virgen». Creer es el mejor
estímulo para luchar, trabajar y vivir de manera digna y responsable.
La fe comienza a desfigurarse
cuando se olvida que, antes que nada, es un encuentro personal con Cristo. El
cristiano es una persona que se encuentra con Cristo y en él va descubriendo a
un Dios Amor que cada día le convence y atrae más. Lo dice muy bien Juan: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios
nos tiene y hemos creído en él. Dios es Amor» (1 Jn 4, 16).
Esta fe sólo da frutos cuando
vivimos día a día unidos a Cristo, es decir, motivados y sostenidos por su
Espíritu y su Palabra: «El que permanece
en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
27 de abril de 1997
¿FE SIN
MORAL?
El que
permanece en mí... da fruto.
Existe una relación muy estrecha
entre la imagen que cada uno se hace de Dios y el modo de entender y vivir la
moral. Como dice el profesor de moral, Marciano
Vidal, también aquí se puede aplicar el dicho popular: «Dime qué imagen de
Dios tienes, y te diré qué tipo de moral practicas»; y viceversa, .dime qué
moral vives, y te diré qué idea de Dios tienes».
Cuando uno cree en un Dios «abstracto», alejado de la realidad
humana, que nada tiene que ver con la vida de las personas (ese «algo tiene que
haber», que dicen algunos cuando se les pregunta por Dios), es normal que haya
un divorcio entre religión y moral. Esa fe no hace vivir, no estimula el compromiso
moral, no conduce a decisiones empeñativas. Sin embargo, la moral cristiana
siempre lleva a una vida nueva al estilo de Cristo.
Cuando uno ve a Dios como el «legislador» universal y «juez» supremo de sus criaturas, es
fácil caer en una moral infantil que lejos de ayudar a crecer a la persona, la
hace vivir permanentemente en el miedo al castigo o en la búsqueda del premio.
Sin embargo, vivir responsablemente ante un Dios que te ama incondicionalmente
es otra cosa.
Cuando se piensa que Dios es
alguien «interesado» que, en
definitiva, sólo busca su propio honor y gloria, la moral se convierte en una
«carga pesada» de la que uno se querría liberar para vivir de manera más
dichosa y placentera. Sin embargo, Jesús habla de que su propuesta es un «yugo suave» y una «carga ligera» (Mateo 11, 30).
La verdadera moral cristiana
brota y se alimenta de la fe en un Dios que busca sólo y exclusivamente el bien
de todos sin contrapartida alguna. A Dios lo único que le interesa somos
nosotros y nuestra felicidad total. Lo que le da «gloria» es vernos a todos
vivir de manera digna y dichosa. De aquí nace el comportamiento cristiano que
consiste fundamentalmente en buscar el bien integral de todos. Esta es la
síntesis de la moral cristiana según el Vaticano II: «Producir frutos en la
caridad para la vida del mundo» (Optatam
totius, n. 16).
Para reavivar la conciencia moral
en nuestros días, lo importante no es apelar al miedo a Dios, ni desarrollar
una predicación más rigorista, sino ayudar a descubrir en Cristo a ese Dios
absolutamente bueno que nos urge a ser buenos con todos. Desde esta perspectiva
cobran otra luz las palabras de Jesús: «El
que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante» (Juan 15, 5). La
adhesión a Jesús se traduce siempre en vida moral.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
1 de mayo de 1994
VIDA
COTIDIANA
El que
permanece en mí... da fruto abundante.
La vida cotidiana ocupa, con gran
diferencia, la mayor parte de nuestra vida. Por otra parte, aunque pensamos que
lo importante de nuestra existencia sucede en los momentos excepcionales, fuera
de lo cotidiano, lo cierto es que la persona va creciendo o se va empobreciendo
en esa vida aparentemente pequeña de cada día. Podemos «soñar» grandes cosas,
pero en el fondo no somos sino lo que somos en el vivir diario.
He estado releyendo estos días
—pequeño homenaje al profesor desaparecido recientemente— el estudio que
publicó hace diez años J.L. L. Aranguren
con el título «Moral de la vida
cotidiana». Un libro, como todos los suyos, lleno de agudas reflexiones y
sabias pautas para aprender a vivir…
Según el pensador, no está nada
fácil lo de vivir con cierta autenticidad en nuestro pequeño mundo de cada día.
De entrada, querámoslo o no, casi todos hemos de desempeñar un rol, muchas
veces, impuesto; hay que ajustarse al «guión» y representar bien nuestro papel.
Pero, ¿se tratará solo de ser un buen «actor»? ¿Cómo ser el «director» de la
propia vida?
Está, luego, la presión social;
hay que estar atentos a «lo que se hace»,
Aranguren apunta formas muy frecuentes hoy de vivir la
cotidianeidad. Hay quienes viven procurando en todo momento dominar la
situación y sacar el mayor partido de lo que sea. Para otros lo importante es
aparentar, quedar bien, dar buena imagen; no les interesa «ser», sino
«parecer». Muchos viven pensando solo en lo inmediato; esclavos del reloj, la
agenda y el calendario, solo viven para trabajar y «hacer cosas». Así se les
pasa la vida.
Pero la vida cotidiana puede ser
mucho más. Aranguren recuerda que
«hay un cómo hacemos lo que hacemos y
un para qué lo hacemos, es decir, un
proyecto». Cada uno de nosotros está llamado a apropiarse personalmente de la
vida penetrándola de sentido. El problema está en cómo elaborar y vivir ese
proyecto de persona que queremos ser.
Para el cristiano, la fe en
Jesucristo se convierte en la fuente más decisiva de su vivir diario. De su
mensaje y su espíritu extrae sentido, orientación, confianza, estímulo para
vivir y crecer como ser humano. La llamada de Jesús que escucha en su interior
no es una llamada entre otras, sino la que da sentido último a su vida. Quien
se toma en serio el evangelio y sigue de cerca a Cristo, cree en sus palabras: «El que permanece en mí y yo en él ése da
fruto abundante.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
28 de abril de 1991
DOGMAS
PROGRESISTAS
Si
permanecéis en mí.
Alguien tendrá que estudiar un
día con rigor qué significa ser progresista, pues pocos términos son utilizados
hoy de manera más ligera y equívoca. El progresismo se ha convertido en una
especie de “mito” dentro del cual cabe todo, con tal de que uno defienda lo
último que va imponiendo la moda social.
Progresar significa “avanzar
hacia adelante”, pero ¿en qué dirección? ¿Es progresista destruir los valores
sobre los que se fundamenta la dignidad humana? ¿Es un progreso caminar hacia
un estilo de vida egoísta e insolidario, tan viejo como la humanidad misma?
No hemos de olvidar que se puede
caminar hacia atrás y cambiar a peor. Y entonces, lo más progresista no es
sintonizar con los retrocesos de la sociedad, sino “permanecer” fiel a lo que
hace progresar al hombre en dignidad y convivencia justa y solidaria.
Desde aquí hemos de entender la
invitación de Jesús a “permanecer” en
él y a que sus palabras “permanezcan”
en nosotros. En su última Carta Pastoral, los Obispos vascos nos recordaban
algunas convicciones inquebrantables que no hemos de abandonar si queremos
permanecer en la verdad. Resumo brevemente las más importantes.
No es verdad que la ciencia haya
probado que la fe en Dios esté ya superada y condenada, por tanto, a
desaparecer inexorablemente. La ciencia es impotente para afirmar o negar la
existencia de Dios. Decir lo contrario es una mentira que ninguna persona
progresista debería utilizar para engañar a nadie.
No es cierto que hay que eliminar
a Dios para liberar al hombre y devolverle su dignidad perdida. Al contrario,
quien vive una relación sana con Dios descubre en la fe la energía más
estimulante para crecer como hombre libre y liberador. Quien diga otra cosa, no
sabe de qué habla o está simplemente condenando “caricaturas” de fe.
Es un engaño destruir, en base a
una supuesta modernidad, valores éticos imprescindibles para salvar al hombre.
Al contrario, corremos el riesgo de sacrificar al hombre en aras de un progreso
superficial y falso que va minando las bases que sostienen la dignidad del ser
humano. No querer advertirlo es cerrar los ojos a la verdad.
Es una grave mutilación de la
persona fijarle como objetivo único de su vida el disfrute del máximo placer en
cada momento o situación. El placer es necesario y positivo, pero no ha de
ocupar el primer puesto. El amor y la solidaridad exigen, muchas veces, diferir
el placer o, incluso, renunciar a él. Quien no lo reconoce así, no conoce
todavía el secreto último de la existencia.
Es una gravísima equivocación
valorar al hombre por lo que tiene y no por lo que es. El afán de poseer
siempre más y más, termina por esclavizar y degradar a la persona. El ser
humano es más grande que todas las cosas y vale por lo que es, no por lo que
gana y posee. Quien no lo entiende así, equivoca su trayectoria en la vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
1 de mayo de 1988
UNO DE
MAYO
Ese da
fruto abundante.
El uno de Mayo es una fecha
cargada de historia, de luchas y de esperanza en un mundo más justo y más
humano. Sin embargo, los grandes valores que representa (justicia social,
dignidad humana, solidaridad obrera) parecen diluirse de día en día.
Las nuevas tecnologías y la
disminución progresiva de mano de obra van quitando fuerza y protagonismo a la
clase obrera tradicional, verdadero motor de la revolución social promovida por
la izquierda.
Por otra parte, la crisis
económica ha introducido en el mundo obrero una profunda división entre parados
y obreros en activo, sin que el sentido de clase haya logrado mantener una
solidaridad básica.
Los sindicatos obreros se
enfrentan entre sí movidos por intereses contrapuestos. Los diferentes sectores
luchan por sus reivindicaciones sectoriales y sus intereses corporativos aunque
su logro dañe necesariamente a otro sector.
Cada uno busca su propio interés
cada vez con menos pudor. No están los tiempos para planteamientos idealistas
de solidaridad. Lo importante es “sobrevivir» y no perder el puesto de trabajo
o el nivel salarial.
Una sola consigna parece mover
todo el mundo socio-económico y también a la clase obrera: “Sálvese quien pueda”.
Por eso, apenas extraña ya a
nadie que la crisis económica esté siendo afrontada por un Gobierno socialista
desde soluciones liberales que permiten la imposición del más fuerte y el
aumento dramático de las desigualdades.
Hace unos años se despertó la
esperanza de muchos al oír consignas de “cambio» y de “ética» nueva en la vida
socio-política.
Hoy estas palabras han
desaparecido de escena sustituidas por otras más pragmáticas como
“modernización», “sociedad progresista», “homologación con los países de la
Comunidad europea», que ciertamente no prometen una ética más justa, digna y
solidaria.
Pero, ¿en qué queda convertido el
uno de Mayo si pierde su mística de solidaridad y su lucha por una sociedad más
justa y digna para todos los trabajadores?
El uno de Mayo es hoy, antes que
nada, una llamada a reconstruir la
solidaridad y a recuperar la
esperanza en una ética de mayor justicia e igualdad social.
Los creyentes no podemos
sentirnos ajenos a esta tarea. La fe no es un sentimiento inoperante sino un
estímulo para luchar por cambios humanizadores. Esta es la promesa de Jesús:
“El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
5 de mayo de 1985
VIDAS
ESTERILES
Sin mí no
podéis nada...
Los hombres somos un deseo
intenso de vida y cumplimiento. Hay dentro de nosotros algo que quiere vivir,
vivir intensamente y vivir para siempre. Más aún, los hombres nacemos para
hacer crecer la vida.
Sin embargo, la vida no cambia
fácilmente. La injusticia, el sufrimiento, la mentira y el mal nos siguen
dominando. Parece que todos los esfuerzos de los hombres por mejorar el mundo
terminan tarde o temprano en el fracaso.
Movimientos que se dicen
comprometidos en luchar por la libertad terminan provocando iguales o mayores
esclavitudes. Hombres y mujeres que buscan la justicia terminan generando
nuevas e interminables injusticias.
¿Quién de nosotros, incluso el
más noble y generoso, no ha tenido un día la impresión de que todos sus
proyectos, esfuerzos y trabajos no servían para nada?
¿Será la vida algo que no conduce
a nada? ¿Un esfuerzo vacío y sin sentido? ¿Una «pasión inútil» como decía J.P. Sartre?
Los creyentes hemos de volver a
recordar que la fe es «fuente de vida». Creer no es afirmar que debe existir
Algo último en alguna parte. Creer es descubrir a Alguien que nos «hace vivir»
superando nuestra impotencia, nuestros errores y nuestro pecado.
Una de las mayores tragedias de
los cristianos es la de «practicar la religión» sin ningún contacto con el
Viviente. Y sin embargo, uno empieza a descubrir la verdad de la fe cristiana
cuando acierta a vivir en contacto personal con el Resucitado. Sólo entonces se
descubre que Dios no es una amenaza o un desconocido, sino Alguien vivo que
pone nueva fuerza y nueva alegría en nuestras vidas.
Con frecuencia, nuestro problema
no es vivir envueltos en problemas y conflictos constantes. Nuestro problema
más profundo es no tener fuerza interior para enfrentarnos a los problemas
diarios de la vida.
La experiencia diaria nos ha de
hacer pensar a los cristianos la verdad de las palabras de Jesús: «Yo soy la
vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto
abundante; porque sin mí no podéis hacer nada».
¿ No está precisamente ahí la
raíz más profunda de tantas vidas estériles y tristes de hombres y mujeres que
nos llamamos creyentes?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
9 de mayo de 1982
FE
ESTERIL
Yo soy la
vid, vosotros los sarmientos.
La imagen es realmente expresiva.
Todo sarmiento que está vivo tiene que producir fruto. Y si no lo hace es
porque no responde a la vida que la vid puede comunicar. No circula por él la
savia de la vid.
Así es también nuestra fe. Vive,
crece y da frutos, cuando vivimos abiertos a la comunicación con Cristo. Si
esta relación vital se interrumpe, hemos cortado la fuente de nuestra fe.
Entonces la fe se seca. Ya no es
capaz de animar nuestra vida. Se convierte en confesión verbal, vacía de
contenido y experiencia viva. Triste caricatura de lo que los primeros
creyentes vivieron al encontrarse con el resucitado.
Digámoslo sinceramente. Esa
ausencia de dinamismo cristiano, esa capacidad para seguir creciendo en amor y
fraternidad con todos, esa inhibición y pasividad por luchar arriesgadamente
por la justicia entre los hombres, ese inmovilismo y falta de creatividad
evangélica para descubrir las nuevas exigencias del Espíritu, ¿no están
delatando una falta de comunicación viva con Cristo resucitado?
Por paradójico que pueda parecer,
una soledad interior se agazapa en el corazón de más de un cristiano. Cogido en
una red de relaciones, actividades, ocupaciones y problemas, puede sentirse más
solo que nunca en su interior, incapaz de comunicarse vitalmente con ese Cristo
en quien dice creer.
Quizás la derrota más grave del
hombre occidental sea su incapacidad de vida interior. El hombre contemporáneo
parece vivir siempre huyendo. Siempre de espaldas a sí mismo. Sin saber qué
hacer con su vacío interior.
Se diría que el alma de muchos
hombres y mujeres es un desierto. Son muchos los afectados por esta epidemia de
soledad y vacío interior. Lo advertía ya P.
Claudel: «Nunca los hombres han sido tan solidarios, ni han estado tan
solos».
Este aislamiento interior de ese
Cristo que es fuente de vida, conduce poco a poco- un «ateísmo práctico». De
poco sirve seguir confesando fórmulas, si uno no conoce la comunicación cálida,
gozosa, revitalizadora con el resucitado.
Esa comunicación de quien sabe
disfrutar del diálogo silencioso con él, alimentarse diariamente de su palabra,
recordarlo con gozo en medio de la agitación y el trabajo cotidiano, descansar
en él en los momentos de agobio.
José Antonio Pagola
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