El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
8º domingo Tiempo ordinario (C)
EVANGELIO
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 6,39-45
En aquel tiempo, dijo Jesús a
los discípulos una parábola: «,Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No
caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien,
cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la
mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el
tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota
del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? Hipócrita! Sácate
primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de
tu hermano. No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto
sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las
zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad
que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el
mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca».
Palabra de Dios.
HOMILIA
2018-2019 -
3 de marzo de 2019
DETENERNOS
Nuestros pueblos y ciudades
ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y
paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. No Es fácil liberarnos del ruido
permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra
parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una
parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.
Ni siquiera en el propio hogar,
invadido por la televisión y escenario de múltiples tensiones, es fácil
encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para encontrarnos con
nosotros mismos o para descansar gozosamente ante Dios.
Pues bien, precisamente en estos
momentos en que necesitamos más que nunca lugares de silencio, recogimiento y
oración, los creyentes mantenemos con frecuencia cerrados nuestros templos e iglesias
durante buena parte del día..
Se nos ha olvidado lo que es
detenernos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberarnos por unos
momentos de nuestras tensiones y dejarnos penetrar por el silencio y la calma
de un recinto sagrado. Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir
que, con frecuencia, basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para
aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y la paz.
Cuánto necesitamos los hombres y
mujeres de hoy encontrar ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con
nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda
nuestra energía interior.
Acostumbrados al ruido y a la
agitación, no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de
noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que sólo alimenta y
enriquece de verdad aquello que somos capaces de escuchar en lo más hondo de nuestro
ser.
Sin ese silencio interior, no se
puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde
dentro como seres humanos y como creyentes. Según Jesús, la persona “saca el
bien de la bondad que atesora en su corazón”. El bien no brota de nosotros
espontáneamente. Hemos de cultivarlo y hacerlo crecer en el fondo del corazón. Muchas
personas comenzarían a transformar su vida si acertaran a detenerse para
escuchar todo lo bueno que Dios suscita en el silencio de su corazón.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
Fecha
DETENERSE
De la
bondad que atesora en su corazón.
Nuestros pueblos y ciudades
ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y
paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. Es difícil liberarse del ruido
permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra
parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una
parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.
Ni siquiera en el propio hogar,
escenario de múltiples tensiones e invadido por la televisión, es fácil
encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para descansar gozosamente
ante Dios.
Pues bien, paradójicamente, en
estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares de silencio,
recogimiento y oración, los creyentes hemos abandonado nuestras iglesias y
templos, y sólo acudimos a ellos en las eucaristías del domingo.
Se nos ha olvidado lo que es
detenemos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberamos por unos
momentos de nuestras tensiones y dejamos penetrar por el silencio y la calma de
un recinto sagrado. Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir que,
con frecuencia, basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para
aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y la paz.
Cuánto necesitamos los hombres y
mujeres de hoy ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con nosotros
mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda nuestra energía
interior.
Acostumbrados al ruido y a las
palabras, no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de
noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que sólo alimenta y
enriquece de verdad a la persona aquello que es capaz de escuchar en lo más
hondo de su ser.
Sin ese silencio interior, no se
puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde
dentro como hombres y como creyentes. Según Jesús, el hombre «saca el bien de la bondad que atesora en su
corazón». El bien no brota de nosotros espontáneamente. Lo hemos de
cultivar y hacer crecer en el fondo del corazón. Muchas personas comenzarían a
transformar su vida si acertaran a detenerse para escuchar todo lo bueno que
Dios suscita en el silencio de su alma.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
25 de febrero de 2001
MENTIRA
¿Acaso
puede un ciego guiar a otros ciegos?
La veracidad ha sido siempre una
preocupación importante en la educación. Lo hemos conocido desde niños.
Nuestros padres y educadores podían «entender» todas nuestras travesuras, pero
nos pedían ser sinceros. Nos querían hacer ver que «decir la verdad» es algo
muy importante.
Tenían razón. La verdad es uno de
los pilares sobre los que se asienta la conciencia moral y la convivencia. Sin
verdad no es posible vivir con dignidad. Sin verdad no es posible una
convivencia justa. El ser humano se siente traicionado en una de sus exigencias
fundamentales.
Siempre he tenido la sensación de
que se condena con fuerza toda clase de atropellos y abusos, pero no siempre se
denuncia con la misma energía la mentira con que se intenta enmascararlos. Y,
sin embargo, las injusticias se alimentan siempre a sí mismas con la mentira.
Sólo falseando la realidad es posible llevar a cabo una guerra injusta como la
de Irak.
Sucede muchas veces. Los grupos
de poder ponen en marcha múltiples mecanismos para influir en la opinión
pública y llevar a la sociedad hacia una determinada posición. Pero, con
frecuencia, lo hacen ocultando la verdad y desfigurando los datos, de manera
que las gentes llegan a vivir con una visión falseada de la realidad.
Las consecuencias son muy graves.
Cuando se oculta la verdad, existe el riesgo de que vayan desapareciendo los
contornos del «bien» y del «mal». Ya no se puede distinguir con claridad lo
«justo» de lo «injusto». La mentira no deja ver las injusticias. Somos como «ciegos» que tratan de guiar a otros «ciegos».
Cuando, estos días, sigo la
información que se nos proporciona sobre la guerra o escucho las declaraciones
de los protagonistas, me vienen a la mente esas certeras palabras de Jesús: «Quien obra mal detesta la luz y no se acerca
a la luz, para que no delate sus acciones» (Jn 3, 20).
Frente a tantos falseamientos
interesados, siempre hay personas que tienen la mirada limpia y ven la realidad
tal como es. Son los que están atentos al sufrimiento de los inocentes. Ellos
ponen verdad en medio de tanta mentira. Ponen luz en medio de tanto
oscurecimiento.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
Fecha
DESDE
DENTRO
De la
bondad que atesora en su corazón, saca el bien.
«En vuestro interior está el
germen de lo auténtico.» Así se podría formular una de las líneas de fuerza del
mensaje de Jesús. En medio de la sociedad judía, supeditada a las leyes de lo
puro y lo impuro, lo sacro y lo profano, Jesús introduce un principio
revolucionario para aquellas mentes: «Nada
que entre de fuera hace impuro al hombre; lo que sale de dentro es lo que le
hace impuro.»
El pensamiento de Jesús es claro:
el hombre auténtico se construye desde dentro. Es la conciencia la que ha de
orientar y dirigir la vida de la persona. Lo decisivo es el «corazón», ese
lugar secreto e íntimo de nuestra libertad donde no nos podemos engañar a
nosotros mismos. Según ese «despertador de conciencias» que es Jesús, ahí se
juega lo mejor y lo peor de nuestra existencia.
Las consecuencias son palpables.
Las leyes nunca han de reemplazar la voz de la conciencia. Jesús no viene a
abolir la Ley, pero sí a superarla y desbordarla desde el «corazón». No se
trata de vivir cínicamente al margen de la ley, pero sí de humanizar las leyes
viviendo del espíritu hacia el que apuntan cuando son rectas. Vivir
honestamente el amor a Dios y al hermano puede llevar a una «ilegalidad» más
humana que la que propugnan ciertas leyes.
Lo mismo sucede con los ritos.
Jesús siente un santo horror hacia lo que es falso, teatral o postizo. Una de
las frases bíblicas más citadas por Jesús es ésta del profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su
corazón está frjos de mí. El culto que me dan está vacío.» Lo que Dios
quiere es amor y no cánticos y sacrificios. Lo mismo pasa con las costumbres,
tradiciones, modas y prácticas sociales o religiosas. Lo importante, según
Jesús, es la limpieza del corazón, el «aseo interior».
El mensaje de Jesús tiene hoy tal
vez más actualidad que nunca en una sociedad donde se vive una vida programada
desde fuera y donde los individuos son víctimas de toda clase de modas y
consignas. Es necesario «interiorizar la vida» para hacernos más humanos.
Podemos adornar al hombre con cultura e información; podemos hacer crecer su
poder con ciencia y técnica. Si su interior no es más limpio y su corazón no es
capaz de amar más, su futuro no será más humano. «El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y
el que es malo, de la maldad saca el mal.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
26 de febrero de 1995
LA
IMPORTANCIA DE LAS PERSONAS
Cada
árbol se conoce por su fruto.
El clima de violencia no es fruto
de la casualidad ni resultado de fuerzas impersonales y anónimas. Detrás del
terrorismo hay personas concretas que mueven los hilos desde la clandestinidad.
En cada momento histórico hay personas que deciden las estrategias a seguir. Si
pasan los años y no avanzamos hacia la paz es en definitiva por nuestra
torpeza, nuestra pasividad o nuestra falta de audacia para abordar los
conflictos.
No me parece superfluo en este
contexto recordar la advertencia evangélica: «No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto
sano. » Es así. En una sociedad dañada por una violencia ya vieja,
necesitamos hombres y mujeres de conciencia lúcida y sana, que nos ayuden a
avanzar con realismo hacia la paz. No bastan las estrategias. Es importante el
talante y la actitud de las personas.
Quien tiene su corazón lleno de
fanatismo y resentimiento, no puede sembrar paz a su alrededor; la persona que
alimenta en su interior odio y ánimo de venganza, poco puede aportar para
construir una sociedad más reconciliada. Sólo quien vive en paz consigo mismo y
con los demás, puede abrir caminos de pacificación; sólo quien alimenta una
actitud interior de respeto y tolerancia, puede favorecer un clima de diálogo y
búsqueda de mutuo entendimiento.
Lo mismo sucede con la verdad.
Quien busca ciegamente sus intereses, sin escuchar la verdad de su conciencia,
no aportará luz ni objetividad a los conflictos; el que no busca la verdad en
su propio corazón, fácilmente cae en visiones apasionadas. Por el contrario, el
hombre de «corazón sincero» aporta y exige verdad en los enfrentamientos; pide
que la verdad sea buscada y respetada por todos como camino ineludible hacia la
paz.
Por otra parte, sólo hombres
libres podrán liberar a nuestra sociedad de la violencia. Personas con libertad
para autocriticarse y para criticar al propio grupo. Son ellas las que pueden
abrir caminos nuevos, sin encerrarse en posiciones inexorables, defendidas de
forma ciega y apasionada, que hacen imposible cualquier paso hacia la paz.
Necesitamos hombres y mujeres con
libertad y coraje para sacar a este pueblo de una violencia estancada y
absurda. Personas que, por encima de engañosos maximalismos, busquen el bien
real y posible de este pueblo, y sean capaces de encontrar caminos de diálogo
honesto, intentando ahora mismo niveles mínimos de acuerdo y entendimiento.
Con el corazón lleno de odio,
mutuas condenas, intolerancia y dogmatismo, se pueden hacer muchas cosas. Todo
menos aportar verdadera paz a nuestra convivencia.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
1 de marzo de 1992
ARBOLES
SANOS
No hay
árbol sano que dé fruto dañado.
La advertencia de Jesús es fácil
de entender. «No hay árbol sano que dé
fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su
fruto. No se cosechan higos en las zarzas, ni se vendimian racimos en los
espinos.»
En una sociedad dañada por tantas
injusticias y abusos, donde crecen las «zarzas» de los intereses y las mutuas
rivalidades, y donde brotan tantos ((espinos>) de odios, discordia y
agresividad, son necesarias personas sanas que den otra clase de frutos. ¿Qué
podemos hacer cada uno para sanar un poco la convivencia social tan dañada
entre nosotros?
Tal vez hemos de empezar por no
hacerle a nadie la vida más difícil de lo que ya es. Esforzarnos por vivir de
tal manera que, al menos junto a nosotros, la vida sea más humana y llevadera.
No envenenar el ambiente con nuestro pesimismo, nuestra amargura y agresividad.
Crear en nuestro entorno unas relaciones diferentes hechas de confianza, bondad
y cordialidad.
Son necesarias también personas
que sepan acoger. Cuando escuchamos y acogemos a alguien, lo estamos liberando
de la soledad y le estamos infundiendo nuevas fuerzas para vivir. Por muy
difícil y dolorosa que sea la situación en que se encuentra, si la persona
descubre que no está sola y tiene a alguien a quien acudir, nacerá de nuevo en
ella la esperanza. Qué gran tarea puede ser hoy ofrecer refugio, acogida y
respiro a tantas personas maltratadas por la vida.
Hemos de desarrollar también
mucho más la capacidad de comprensión. Que las personas sepan que, hagan lo que
hagan y por muy graves que sean sus errores, en mí encontrarán siempre a
alguien que las comprenderá. Tal vez hemos de empezar por no despreciar a nadie
ni siquiera interiormente. No condenar ni juzgar precipitadamente y sin
compasión alguna. La mayoría de nuestros juicios y condenas de las personas
sólo muestran nuestra poca calidad humana.
Es también importante poner
fuerza interior en el que sufre. Nuestro problema no es tener problemas, sino
no tener fuerza para enfrentarnos a ellos. Junto a nosotros hay personas que
sufren inseguridad, soledad, fracaso, enfermedad, incomprensión... No necesitan
sólo recetas para resolver su crisis. Necesitan a alguien que comparta su
sufrimiento y ponga en sus vidas la fuerza interior que las sostenga.
El perdón puede ser otra fuente
de esperanza en nuestra sociedad. Las personas que no guardan rencor ni
alimentan de manera insana el odio o la venganza, sino que saben perdonar desde
dentro, siembran esperanza en el mundo. Junto a esas personas siempre crecerá
la vida.
No se trata de cerrar los ojos al
mal y a la injusticia del ser humano. Se trata sencillamente de escuchar la
consigna de san Pablo: «No te dejes
vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.» La manera más
sana de luchar contra el mal en una sociedad tan dañada en algunos valores
humanos es hacer el bien «sin devolver a
nadie mal por mal...; en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz
con todos los hombres» (Rm 12, 17-18).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
28 de mayo de 1989
DETENERSE
De la
bondad que atesora en su corazón.
Nuestros pueblos y ciudades
ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y
paz para encontrarse consigo mismo y con Dios.
Es difícil liberarse del ruido
permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra
parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una
parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.
Ni siquiera en el propio hogar,
escenario de múltiples tensiones e invadido por la televisión, es fácil
encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para descansar gozosamente
ante Dios.
Pues bien, paradójicamente, en
estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares de silencio,
recogimiento y oración, los creyentes hemos abandonado nuestras iglesias y
templos y sólo acudimos a ellos masivamente en las eucaristías del domingo.
Se nos ha olvidado lo que es
detenernos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberarnos por unos
momentos de nuestras tensiones y dejarnos penetrar por el silencio y la calma
de un recinto sagrado.
Muchos hombres y mujeres se
sorprenderían al descubrir que, con frecuencia, basta pararse y estar en
silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y
la paz.
Cuánto necesitamos los hombres y
mujeres de hoy ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con nosotros
mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda nuestra energía
interior.
Acostumbrados al ruido y a las
palabras, no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de
noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que sólo alimenta y
enriquece de verdad al hombre aquello que es capaz de escuchar en lo más hondo
de su ser.
Sin ese silencio interior, no se
puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde
dentro como hombres y como creyentes.
Según Jesús, el hombre “saca el
bien de la bondad que atesora en su corazón”. El bien no brota de nosotros
espontáneamente. Lo hemos de cultivar y hacer crecer en el fondo del corazón.
Muchas personas comenzarían a
transformar su vida si acertaran a detenerse para escuchar todo lo bueno que
Dios suscita en el silencio de su alma.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
Fecha
LA CEGUERA
DE LA CIENCIA
¿Acaso
puede un ciego guiar a otro ciego?
Muchos de nosotros hemos sido
educados en un clima de optimismo y fe ciega en la eficacia de la ciencia. A lo
largo de los años, ha ido penetrando en nosotros la convicción de que la ciencia
nos irá rescatando poco a poco de la ignorancia, y la tecnología nos irá
liberando de las necesidades y miserias que nos impiden alcanzar hoy la
felicidad.
La ciencia sería la gran
esperanza para el hombre. Por el contrario, la religión no es sino un estorbo
para el progreso humano, un obstáculo para el desarrollo de la humanidad.
Sin duda, la religión habría
cumplido un papel importante y útil en la época precientífica, cuando aquel
hombre primitivo e ignorante necesitaba sentirse protegido por los dioses
frente a las fuerzas desconocidas del cosmos.
Pero, en la medida en que la
ciencia nos vaya liberando de la ignorancia y de la miseria, la religión irá
desapareciendo al quedar privada de verdadera utilidad. Así sienten bastantes.
Sin embargo, ya no se respira hoy
en los ambientes científicos el optimismo de comienzos de siglo. Cada vez se ve
con más claridad que el progreso científico no debe confundirse con el
desarrollo y crecimiento del hombre. La ciencia nos puede ofrecer soluciones
técnicas para los diversos problemas, pero no podemos esperar de ella la
solución del hombre como problema.
La razón es bastante clara. La
ciencia es ciega. Carece de dirección. El progreso científico depende de la
orientación que le imprima el mismo hombre que la guía.
De hecho, el progreso ha
desarrollado el produccionismo, el consumismo artificial, la desigualdad cada
vez mayor entre los privilegiados y los marginados.
¿No necesita este progreso
científico una dirección desde la fe en un Dios salvador del hombre? ¿No está
pidiendo todo este desarrollo una orientación moral y religiosa que lo encauce
hacia la construcción de una humanidad más justa, más fraterna y más libre?
Según el ejemplo gráfico de
Jesús, cuando un ciego guía a otro ciego, corren el riesgo de caer los dos en
el hoyo. Nosotros hemos caído ya en la espiral del crecimiento por el
crecimiento, el desarrollo por el desarrollo, sin saber exactamente hacia dónde
vamos.
Quizás la fe, lejos de
desaparecer se haga más necesaria que nunca para guiar a una humanidad
necesitada de luz y sentido.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
Fecha
ANTES DE
CAER EN EL HOYO
¿No
caerán los dos en el hoyo?
Según informes del Banco Mundial,
se puede prever que a finales de siglo 600 millones de hombres y mujeres
vivirán aún en la «pobreza absoluta».
Esto significa que una minoría se
beneficiará de los progresos inimaginables de la técnica, la informática y los
microordenadores, mientras la inmensa mayoría de la humanidad seguirá hundida
en la miseria sin poder resolver ¡os problemas más elementales de alimentación
y subsistencia.
La situación puede llegar a ser
insostenible. «Rodeada por todas partes por la masa de hambrientos y
desheredados, la minoría tendrá que encerrarse en sus fortalezas para estar al
abrigo de las tentativas terroristas de los desesperados. La seguridad vendrá a
ser su obsesión» (V. Cosmao).
Hay un peligro en esta carrera
del progreso tecnológico, si los bienes y el bienestar producidos quedan
reservados a unos pocos, para desdicha de muchos. La historia se irá
deshumanizando. La violencia, los enfrentamientos y la guerra se harán
inevitables.
¿Quién puede dirigir las historia
de la humanidad hacia una solución? En los últimos años, dos sistemas
económicos dominan el panorama internacional: el capitalista en sus diversas
modalidades y grados de libre mercado, y el sistema socialista en sus
diferentes concreciones de planificación estatal.
Durante años hemos asistido a la
confrontación de ambos. Los dos sistemas han mostrado sus límites, sus graves
lagunas y su necesidad de ser profundamente corregidos.
Hoy la situación va cambiando.
Los observadores más lúcidos nos dicen que «las contradicciones norte-sur
sustituyen progresivamente a las contradicciones este-oeste». Hoy el verdadero
problema es la relación entre los pueblos ricos y los pueblos pobres.
Ni los países capitalistas ni los
socialistas pueden pretender dirigir la historia de la humanidad, olvidando a
lo pueblos pobres. Serían guías ciegos que pretenderían guiar a otros ciegos
para caer todos en el hoyo.
Se hace necesaria una conversión
a escala internacional. Una orientación nueva de la vida internacional al
servicio de los pueblos más desheredados.
Pero esta reestructuración no se
hará sin una transformación de nuestras estructuras mentales y sin una
conversión de nuestros corazones.
Los cambios profundos de la
humanidad se dan lentamente, a partir de minorías convencidas que van poco a
poco imponiendo su visión y su actitud al conjunto de la sociedad.
¿No tenemos aquí una gran misión
los cristianos extendidos por tantos pueblos del primer y del tercer mundo? ¿No
estamos llamados a crear una atmósfera nueva en occidente, autolimitando
nuestra carrera hacia el bienestar, resistiéndonos al ideal de tener siempre
más, promoviendo una mayor sensibilidad hacia el tercer mundo?
José Antonio Pagola
Para
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