El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
6º domingo Tiempo ordinario (C)
EVANGELIO
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 6,17.20-26
En aquel tiempo, bajó Jesús del
monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y
de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de
Sidón.
Él, levantando los ojos hacia
sus discípulos, les dijo:
- Dichosos los pobres, porque
vuestro es el reino de Dios.
Dichosos los que ahora tenéis
hambre, porque quedaréis saciados.
Dichosos los que ahora lloráis,
porque reiréis.
Dichosos vosotros, cuando os
odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre
como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo,
porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían
vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los
ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora
estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque
haréis duelo y lloraréis.
¡Ay si todo el mundo habla bien
de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2018-2019 -
17 de febrero de 2019
Felicidad
Uno puede leer y escuchar cada
vez con más frecuencia noticias optimistas sobre la superación de la crisis y
la recuperación progresiva de la economía.
Se nos dice que estamos
asistiendo ya a un crecimiento económico, pero ¿crecimiento de qué?
¿crecimiento para quién? Apenas se nos informa de toda la verdad de lo que está
sucediendo.
La recuperación económica que
está en marcha, va consolidando e, incluso, perpetuando la llamada “sociedad
dual”. Un abismo cada vez mayor se está abriendo entre los que van a poder
mejorar su nivel de vida cada vez con más seguridad y los que van a quedar
descolgados, sin trabajo ni futuro en esta vasta operación económica.
De hecho, está creciendo al mismo
tiempo el consumo ostentoso y provocativo de los cada vez más ricos y la
miseria e inseguridad de los cada vez más pobres.
La parábola del hombre rico “que
se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día” y del
pobre Lázaro que buscaba, sin conseguirlo, saciar su estómago de lo que tiraban
de la mesa del rico, es una cruda realidad en la sociedad dual.
Entre nosotros existen esos
“mecanismos económicos, financieros y sociales” denunciados por Juan Pablo II, “los cuales, aunque
manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático,
haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los
otros”.
Una vez más estamos consolidando
una sociedad profundamente desigual e injusta. En esa encíclica tan lúcida y
evangélica que es la “Sollicitudo rei
socialis”, tan poco escuchada, incluso por los que lo vitorean constantemente,
Juan Pablo II descubre en la raíz de
esta situación algo que sólo tiene un nombre: pecado.
Podemos dar toda clase de
explicaciones técnicas, pero cuando el resultado que se constata es el
enriquecimiento siempre mayor de los ya ricos y el hundimiento de los más
pobres, ahí se está consolidando la insolidaridad y la injusticia.
En sus bienaventuranzas, Jesús
advierte que un día se invertirá la suerte de los ricos y de los pobres. Es
fácil que también hoy sean bastantes los que, siguiendo a Nietzsche, piensen que esta actitud de Jesús es fruto del
resentimiento y la impotencia de quien, no pudiendo lograr más justicia, pide
la venganza de Dios.
Sin embargo, el mensaje de Jesús
no nace de la impotencia de un hombre derrotado y resentido, sino de su visión
intensa de la justicia de Dios, que no puede permitir el triunfo final de la
injusticia.
Han pasado veinte siglos, pero la
palabra de Jesús sigue siendo decisiva para los ricos y para los pobres.
Palabra de denuncia para unos y de promesa para otros, sigue viva y nos
interpela a todos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
14 de febrero de 2010
TOMAR EN
SERIO A LOS POBRES
Acostumbrados a escuchar las
"bienaventuranzas" tal como aparecen en el evangelio de Mateo, se nos
hace duro a los cristianos de los países ricos leer el texto que nos ofrece
Lucas. Al parecer, este evangelista y no pocos de sus lectores pertenecían a
una clase acomodada. Sin embargo, lejos de suavizar el mensaje de Jesús, Lucas
lo presentó de manera más provocativa.
Junto a las
"bienaventuranzas" a los pobres, el evangelista recuerda las
"malaventuranzas" a los ricos: «Dichosos
los pobres...los que ahora tenéis hambre...los que ahora lloráis». Pero «Ay de vosotros, los ricos...los que ahora
estáis saciados...los que ahora reís». El Evangelio no puede ser escuchado
de igual manera por todos. Mientras para los pobres es una Buena Noticia que
los invita a la esperanza, para los ricos es una amenaza que los llama a la
conversión. ¿Cómo escuchar este mensaje en
nuestras comunidades cristianas?
Antes que nada, Jesús nos pone a
todos ante la realidad más sangrante que hay en el mundo, la que más le hacía
sufrir a él, la que más llega al corazón de Dios, la que está más presente ante
sus ojos. Una realidad que, desde los países ricos, tratamos de ignorar y
silenciar una y otra vez, encubriendo de mil maneras la injusticia más cruel e
inhumana de la que, en buena parte, somos culpables nosotros.
¿Queremos continuar alimentando
el autoengaño o abrir los ojos a la realidad de los pobres? ¿Tenemos voluntad
de verdad? ¿Tomaremos alguna vez en serio a esa inmensa mayoría de los que
viven desnutridos y sin dignidad, los que no tienen voz ni poder, los que no
cuentan para nuestra marcha hacia el bienestar?
Los cristianos no hemos
descubierto todavía toda la importancia que pueden tener los pobres en la
historia del cristianismo. Ellos nos dan más luz que nadie para vernos en
nuestra propia verdad, sacuden nuestra conciencia y nos invitan permanentemente
a la conversión. Ellos nos pueden ayudar a configurar la Iglesia del futuro de
manera más evangélica. Nos pueden hacer más humanos y más capaces de
austeridad, solidaridad y generosidad.
El abismo que separa a ricos y
pobres sigue creciendo de manera imparable. En el futuro, cada vez será más
imposible presentarse ante el mundo como Iglesia de Jesús ignorando a los más
débiles e indefensos de la Tierra. O tomamos en serio a los pobres u olvidamos
el Evangelio. En los países ricos nos
resultará cada vez más difícil escuchar la advertencia de Jesús: «No podéis servir a Dios y al dinero». Se nos hará insoportable.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
11 de febrero de 2007
BIEN
CLARO
Dichosos
los pobres porque vuestro es el reino de Dios
Jesús no poseía poder político ni
religioso para transformar la situación injusta que se vivía en su pueblo. Sólo
tenía la fuerza de su palabra. Los evangelistas recogieron, uno detrás de otro,
los gritos que Jesús fue lanzando por las aldeas de Galilea en diversas
situaciones. Sus bienaventuranzas quedaron grabadas para siempre en sus
seguidores.
Se encuentra Jesús con gentes
empobrecidas que no pueden defender sus tierras de los poderosos terratenientes
y les dice: Dichosos los que no tenéis
nada porque vuestro rey es Dios. Ve el hambre de mujeres y niños
desnutridos, y no puede reprimirse: Dichosos
los que ahora tenéis hambre porque quedaréis saciados. Ve llorar de rabia e
impotencia a los campesinos, cuando los recaudadores se llevan lo mejor de sus
cosechas y los alienta: Dichosos los que
ahora lloráis porque reiréis.
¿No es todo esto una burla? ¿No
es cinismo? Lo sería, tal vez, si Jesús les estuviera hablando desde un palacio
de Tiberíades o una villa de Jerusalén, pero Jesús está con ellos. No lleva
dinero, camina descalzo y sin túnica de repuesto. Es un indigente más que les
habla con fe y convicción total.
Los pobres le entienden. No son
dichosos por su pobreza, ni mucho menos. Su miseria no es un estado envidiable
ni un ideal. Jesús los llama dichosos porque Dios está de su parte. Su
sufrimiento no durará para siempre. Dios les hará justicia.
Jesús es realista. Sabe muy bien
que sus palabras no significan ahora mismo el final del hambre y la miseria de
los pobres. Pero el mundo tiene que saber que ellos son los hijos predilectos
de Dios, y esto confiere a su dignidad una seriedad absoluta. Su vida es
sagrada.
Esto es lo que Jesús quiere dejar
bien claro en un mundo injusto: los que no interesan a nadie, son los que más
interesan a Dios; los que nosotros marginamos son los que ocupan un lugar
privilegiado en su corazón; los que no tienen quien los defienda, le tienen a
él como Padre.
Los que vivimos acomodados en la
sociedad de la abundancia no tenemos derecho a predicar a nadie las
bienaventuranzas de Jesús. Lo que hemos de hacer es escucharlas y empezar a
mirar a los pobres, los hambrientos y los que lloran, como los mira Dios. De
ahí puede nacer nuestra conversión.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
15 de febrero de 2004
FELICIDAD
Felices...
Todas las personas llevamos en lo
más profundo de nuestro ser un hambre insaciable de felicidad. Allí donde
encontramos a un hombre, podemos estar seguros de que nos hallamos ante alguien
que busca exactamente lo mismo que nosotros: ser feliz.
Sin embargo, cuando se nos
pregunta qué es la felicidad y como encontrarla, no sabemos dar una respuesta
demasiado clara. La felicidad es siempre algo que nos falta. Algo que todavía
no poseemos plenamente.
Por eso, la escucha sencilla de
las bienaventuranzas provoca siempre en la persona un eco especial. Por una
parte, su tono fuertemente paradójico y su contenido lleno de contrastes
produce en nosotros un cierto desconcierto. Por otra parte, la promesa que
encierran nos atrae, pues ofrecen una respuesta a esa sed que nace desde lo más
hondo de nuestro ser. La esperanza de encontrar un día la felicidad penetra en
nuestro corazón de manera inolvidable.
A los cristianos se nos ha
olvidado demasiado que el evangelio es una llamada a la felicidad. Y que ser
cristiano es sentirse llamado a ser feliz y a descubrir desde Jesús el camino
verdadero de la felicidad.
Porque no todos los caminos
conducen hacia la felicidad. Y aquí es donde precisamente nos encontramos con
el reto de Jesús de Nazaret. La verdadera felicidad se alcanza por caminos
completamente diferentes a los que nos ofrece la sociedad actual.
Según Jesús, es mejor dar que
recibir, es mejor servir que dominar, compartir que acaparar, perdonar que
vengarse, crear vida que explotar. Y en el fondo, cuando uno trata de escuchar
sinceramente lo mejor que hay en lo más hondo de su ser, intuye que Jesús tiene
razón. Y desde muy dentro siente necesidad de gritar también hoy las
bienaventuranzas y las maldiciones que Jesús gritó.
Felices los que saben ser pobres
y compartir lo poco que tienen con sus hermanos. Malditos los que sólo se
preocupan de sus riquezas y sus intereses.
Felices los que conocen el hambre
y la necesidad porque no quieren explotar, oprimir y pisotear a los demás.
Malditos los que son capaces de vivir tranquilos y satisfechos, sin preocuparse
de los necesitados.
Felices los que lloran las
injusticias, las muertes, las torturas, los abusos y el sufrimiento de los
débiles. Malditos los que se ríen del dolor de los demás y se alegran de la
muerte de un hermano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
11 de febrero de 2001
FRENTE A
LA SABIDURÍA CONVENCIONAL
Dichosos
los pobres
Lo advirtamos o no, todos
aprendemos a vivir de nuestro entorno cultural. A lo largo de los años vamos
interiorizando la «sabiduría convencional» que predomina en la sociedad. Al final,
es esa «conciencia cultural» la que modela en buena parte nuestra manera de
entender y de vivir la vida.
Sin apenas darnos cuenta, esa
«sabiduría convencional» nos va proporcionando los principios, valores y
criterios de actuación que orientan nuestro estilo de vida. Este modo de
funcionar no es algo propio de personas contadas. Es lo habitual. Se puede incluso
decir que hacerse adulto significa para muchos interiorizar la «sabiduría
convencional» que predomina en la sociedad.
Acostumbrados a responder una y
otra vez a los dictados de la cultura dominante, nos cuesta advertir nuestra
ceguera y falta de libertad para vivir de manera más honda y original. Nos
creemos libres y en realidad vivimos domesticados: nos consideramos
inteligentes pero sólo atendemos a lo que la cultura social nos indica.
Hay algo todavía más grave.
Creemos escuchar en nuestro interior la voz de la conciencia, pero lo que
escuchamos en realidad son los «valores» que hemos interiorizado de la
conciencia social, y que llevan nombres muy concretos: bienestar. seguridad,
éxito, satisfacción, buena imagen, dinero, poder.
Uno de los rasgos que más
destacan en Jesús los investigadores modernos es su empeño en liberar a las
personas de esa «sabiduría convencional» que en todos los tiempos empobrece la
vida de los humanos. Su mensaje es claro: hay que aprender a vivir desde otro «lugar»,
hay que escuchar la voz de un Dios que quiere una vida más digna y dichosa para
todos, hay que vivir con un «corazón nuevo».
Frente a la «sabiduría
convencional», Jesús vive y enseña a vivir de una manera nueva y provocativa,
modelada por valores diferentes: compasión, defensa de los últimos, servicio a
los desvalidos, acogida incondicional, lucha por la dignidad de todo ser
humano.
En este contexto hemos de
escuchar las palabras de Jesús: «Felices
los pobres... los que ahora tenéis hambre... los que ahora lloráis.., porque
vuestro es el Reino de Dios». Dios quiere reinar en un mundo diferente
donde todos puedan conocer la dicha y la dignidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
15 de
febrero de 1998
RECUPERACIÓN
ECONÓMICA INJUSTA
¡Ay de
vosotros los ricos!
Se pueden leer y escuchar cada
vez con más frecuencia noticias optimistas sobre la superación de la crisis y
la recuperación progresiva de la economía. Se nos dice que estamos asistiendo
ya a un crecimiento económico, pero ¿crecimiento de qué?, ¿crecimiento para
quién? Apenas se nos informa de toda la verdad de lo que está sucediendo.
La recuperación económica que
está en marcha, va consolidando e, incluso, perpetuando la llamada «sociedad
dual». Un abismo cada vez mayor se está abriendo entre los que van a poder
mejorar su nivel de vida cada vez con más seguridad y los que van a quedar
descolgados, sin trabajo ni futuro en esta vasta operación económica. De hecho,
está creciendo al mismo tiempo el consumo ostentoso y provocativo de los cada
vez más ricos y la miseria e inseguridad de los cada vez más pobres.
Entre nosotros existen esos
«mecanismos económicos, financieros y sociales» denunciados por Juan Pablo II, «los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan
de modo casi automático, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de los
unos y de pobreza de los otros».
Una vez más estamos consolidando
una sociedad profundamente desigual e injusta. En esa encíclica tan lúcida y evangélica
que es la «Sollicitudo rei socialis»,
tan poco escuchada, incluso por los que lo vitorean constantemente, Juan Pablo II descubre en la raíz de
esta situación algo que sólo tiene un nombre: pecado.
Podemos dar toda clase de
explicaciones técnicas, pero cuando el resultado que se constata es el
enriquecimiento siempre mayor de los ya ricos y el hundimiento de los más
pobres, ahí se está consolidando la insolidaridad y la injusticia.
En sus bienaventuranzas, Jesús
advierte que un día se invertirá la suerte de los ricos y de los pobres. Es
fácil que también hoy sean bastantes los que, siguiendo a Nietzsche, piensen que esta actitud de Jesús es fruto del
resentimiento y la impotencia de quien, no pudiendo lograr más justicia, pide
la venganza de Dios. Sin embargo, el mensaje de Jesús no nace de la impotencia
de un hombre derrotado y resentido, sino de su visión intensa de la justicia de
Dios que no puede permitir el triunfo final de la injusticia.
Han pasado veinte siglos, pero la
palabra de Jesús sigue siendo decisiva para los ricos y para los pobres.
Palabra de denuncia para unos y de promesa para otros, que ha de seguir viva
para interpelarnos a todos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
12 de
febrero de 1995
SOBRE LA
FELICIDAD
Dichosos...
Entre nosotros está ampliamente
extendida la idea de que la fe es algo que tiene que ver con la salvación
eterna después de la muerte, pero no con la felicidad concreta de cada día, que
es la que ahora mismo interesa a las personas.
Parece que lo cristiano no es
preocuparse de la felicidad, sino saber vivir sacrificadamente. Seguir a
Jesucristo, ¿no es, en definitiva, renunciar a la felicidad en esta vida?, ¿no
consiste el cristianismo precisamente en vivir según aquel lema tan conocido:
«aquí cruz y en el más allá felicidad»?
De hecho, son muchos los que
piensan que la religión no busca la felicidad actual de las personas sino su
desdicha. Las bienaventuranzas pueden ser, tal vez, un camino para alcanzar la
vida eterna -si existe en alguna parte-, pero no tienen ninguna influencia para
la felicidad que pueden experimentar ahora las personas. Jesús ofrece la
felicidad eterna, pero, ¿qué puede aportar para una vida dichosa ahora mismo?
Nos encontramos aquí ante un
grave malentendido que aleja a no pocos de la religión. Y, sin embargo, hay que
decirlo con claridad: la idea de «cruz aquí y felicidad en el más allá» falsea
el mensaje evangélico. El cristianismo no consiste en ofrecer una salvación
para la otra vida y en exigir aquí, para merecerla, el sacrificio y la
represión de las tendencias a la felicidad inmediata.
Si Jesucristo es Salvador, las
personas han de poder encontrar en él, no sólo una salvación futura, lejana y
desdibujada, sino también algo bueno para vivir ya ahora. Es en esta vida donde
el ser humano anhela ya la felicidad y la echa de menos, y es en esta vida
donde Jesucristo convoca a los hombres a vivir de la forma más acertada para
generar dicha y paz.
Esto no significa ignorar las
exigencias de una vida cristiana y dedicarse a una búsqueda hábil de la
«felicidad a cualquier precio», buscando egoístamente el propio bienestar y
utilizando incluso la religión como un medio más para el disfrute o la
satisfacción de los deseos inmediatos.
Las bienaventuranzas nos trazan
precisamente el camino a seguir para conocer ya desde ahora una felicidad digna
del ser humano. Felicidad que comienza aquí, pero que alcanza su plenitud final
en el encuentro con Dios.
La pregunta que, tal vez, podría
ayudarnos personalmente a hacer más luz, sería ésta: ¿Qué pasaría si yo tomara
en serio las bienaventuranzas y acertara a vivir sin tanto afán de cosas, con
más limpieza interior, más atento a los que sufren y con una confianza más
grande en Dios?, ¿sería más feliz o menos?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
16 de
febrero de 1992
PACIENCIA
Dichosos
los que ahora lloráis
Hoy escuchamos de nuevo las
palabras desconcertantes de Jesús: «Dichosos
los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis
hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque
reiréis. Dichosos vosotros cuando os odien los hombres y os excluyan, y os
insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre.
»
Estas bienaventuranzas no son una
invitación al optimismo ingenuo o a la felicidad fácil, sino una llamada a
vivir el sufrimiento, el mal o la persecución en la paciencia y el gozo de la
esperanza.
Esa paciencia no es fruto de un
ejercicio ascético que nos enseña a vivir las pruebas sin derrumbarnos. Es una
paciencia que descansa en la paciencia misma de Dios que nos acompaña en el
dolor o la impotencia de manera silenciosa y discreta, pero buscando siempre
nuestro bien.
Dios no se impacienta ante los
brotes del mal o de la injusticia, porque para él no hay prisa ni miedo al
fracaso final. Dios sabe esperar. Y es esa mirada paciente de Dios, cargada de
ternura infinita hacia todos los hombres, los que sufren y los que hacen
sufrir, la que pone consuelo y estímulo en el creyente enfrentado a la realidad
del mal.
Lo mismo que en la paciencia de
Dios, también en la paciencia del creyente hay siempre amor. Un amor al ser
humano, que es más fuerte que cualquier presencia del mal o de las tinieblas. En
realidad, ningún mal por cruel y poderoso que sea, puede impedirnos seguir
abiertos al amor. Y el amor —no lo olvidemos— es la única promesa y garantía de
felicidad final.
Esta paciencia cristiana no es
una actitud pasiva o resignada. Es fuerza para no dejarnos vencer por la
desesperanza, y estímulo para cumplir nuestra misión con entereza y fidelidad.
Esa es la recomendación bíblica: «Necesitáis
paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo
prometido» (Hb 10, 36).
Esa paciencia del creyente se
alimenta de la confianza en Dios y del abandono en sus manos. Dios, deseado y
amado por encima de todo, es el que renueva las fuerzas del hombre aplastado y
pone en su corazón una paz que el mundo entero no puede dar.
La Carta de Santiago proclama «felices» a «los que sufrieron con paciencia» (St 5, 11). Su felicidad no
proviene del bienestar o del éxito, sino de la fe en el Crucificado que desde
la resurrección dice así a todo creyente probado por el mal: «He abierto ante ti una puerta que nadie
puede cerrar, porque, aunque tienes poco poder, has guardado mi Palabra»
(Ap 3, 8).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
SOCIEDAD
DUAL
Ay de
vosotros los ricos
Uno puede leer y escuchar cada
vez con más frecuencia noticias optimistas sobre la superación de la crisis y
la recuperación progresiva de la economía.
Se nos dice que estamos
asistiendo ya a un crecimiento económico, pero ¿crecimiento de qué?
¿crecimiento para quién? Apenas se nos informa de toda la verdad de lo que está
sucediendo.
La recuperación económica que
está en marcha, va consolidando e, incluso, perpetuando la llamada “sociedad
dual”. Un abismo cada vez mayor se está abriendo entre los que van a poder
mejorar su nivel de vida cada vez con más seguridad y los que van a quedar
descolgados, sin trabajo ni futuro en esta vasta operación económica.
De hecho, está creciendo al mismo
tiempo el consumo ostentoso y provocativo de los cada vez más ricos y la
miseria e inseguridad de los cada vez más pobres.
La parábola del hombre rico “que
se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día” y del
pobre Lázaro que buscaba, sin conseguirlo, saciar su estómago de lo que tiraban
de la mesa del rico, es una cruda realidad en la sociedad dual.
Entre nosotros existen esos
“mecanismos económicos, financieros y sociales” denunciados por Juan Pablo II, “los cuales, aunque
manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático,
haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los
otros”.
Una vez más estamos consolidando
una sociedad profundamente desigual e injusta. En esa encíclica tan lúcida y
evangélica que es la “Sollicitudo rei socialis”, tan poco escuchada, incluso
por los que lo vitorean constantemente, Juan
Pablo II descubre en la raíz de esta situación algo que sólo tiene un
nombre: pecado.
Podemos dar toda clase de
explicaciones técnicas, pero cuando el resultado que se constata es el
enriquecimiento siempre mayor de los ya ricos y el hundimiento de los más
pobres, ahí se está consolidando la insolidaridad y la injusticia.
En sus bienaventuranzas, Jesús
advierte que un día se invertirá la suerte de los ricos y de los pobres. Es
fácil que también hoy sean bastantes los que, siguiendo a Nietzsche, piensen que esta actitud de Jesús es fruto del
resentimiento y la impotencia de quien, no pudiendo lograr más justicia, pide
la venganza de Dios.
Sin embargo, el mensaje de Jesús
no nace de la impotencia de un hombre derrotado y resentido, sino de su visión
intensa de la justicia de Dios que no puede permitir el triunfo final de la
injusticia.
Han pasado veinte siglos, pero la
palabra de Jesús sigue siendo decisiva para los ricos y para los pobres.
Palabra de denuncia para unos y de promesa para otros, sigue viva y nos
interpela a todos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
FELICIDAD
AMENAZADA
Ay de
vosotros los ricos...
Occidente no ha querido creer en
el amor como fuente de vida y felicidad para el hombre y la sociedad. Y las
bienaventuranzas de Jesús siguen siendo un lenguaje ininteligible e increíble,
incluso para los que se llaman cristianos.
Nosotros hemos puesto la
felicidad en otras cosas. Hemos llegado, incluso, a confundir la felicidad con
el bienestar. Y, aunque son pocos los que se atreven a confesarlo abiertamente,
para muchos lo decisivo para ser feliz es «tener dinero».
Apenas tienen otro proyecto de
vida. Trabajar para tener dinero. Tener dinero para comprar cosas. Poseer cosas
para adquirir una posición y ser algo en la sociedad.
Esta es la felicidad en la que
creemos. El único camino que se nos ocurre recorrer para buscar la felicidad.
Casi la única manera de llegar a «vivir mejor».
A veces, tiene uno la sensación
de vivir en un mundo que, en el fondo, sabe que algo absurdo se encierra en
todo esto, pero no es capaz de buscar una felicidad más verdadera. De alguna
manera, nos gusta nuestra manera de vivir aunque sintamos que no nos hace
felices.
Los creyentes deberíamos recordar
que Jesús no ha hablado sólo de bienaventuranzas. Ha lanzado también
amenazadoras maldiciones para cuantos, olvidando la llamada del amor y la
fraternidad, ríen seguros en su propio bienestar.
Esta es la amenaza de Jesús.
Quienes poseen y disfrutan de todo cuanto su corazón egoísta ha anhelado, un
día descubrirán que no hay para ellos más felicidad que la que ya han
saboreado.
Quizás estamos viviendo momentos
críticos en los que podemos empezar a intuir mejor la verdad última que se
encierra en las amenazas de Jesús: «Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis
vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis
hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque lloraréis!».
Empezamos a experimentar que la
felicidad no está en el puro bienestar. La civilización de la abundancia nos ha
ofrecido medios de vida pero no razones para vivir. La insatisfacción actual de
muchos no se debe sólo ni principalmente a la crisis económica, sino, ante
todo, al vacío de humanidad y a la crisis de auténticos motivos para trabajar,
luchar, gozar, sufrir y esperar.
Hay poca gente feliz. Hemos
aprendido muchas cosas, pero no sabemos ser felices. Necesitamos de tantas
cosas que somos unos pobres necesitados. Para lograr nuestro bienestar somos
capaces de mentir, defraudar, traicionarnos a nosotros mismos y destrozarnos
unos a otros. Y así, no se puede ser feliz.
Y, ¿si Jesús tuviera razón? ¿No
está nuestra «felicidad» demasiado amenazada? ¿No tenemos que imaginar una
sociedad diferente cuyo ideal no sea el desarrollo material sin fin, sino la
satisfacción de las necesidades vitales de todos? ¿No seremos más felices
cuando aprendamos a necesitar menos y a compartir más?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
13 de
febrero de 1983
LA
FELICIDAD
Felices
…..
Todos los hombres llevamos en lo
ms profundo de nuestro ser un hambre insaciable de felicidad. Allí donde
encontramos a un hombre, podemos estar seguros de que nos hallamos ante alguien
que busca exactamente lo mismo que nosotros: ser feliz.
Sin embargo, cuando se nos
pregunta qué es la felicidad y cómo encontrarla, no sabemos dar una respuesta
demasiado clara. La felicidad es siempre algo que nos falta. Algo que todavía
no poseemos plenamente.
Por eso, la escucha sencilla de
las bienaventuranzas provoca siempre en el hombre un eco especial.
Por una parte, su tono
fuertemente paradójico y su contenido lleno de contrastes produce en nosotros
un cierto desconcierto.
Por otra parte, la promesa que
encierran nos atrae, pues nos ofrecen una respuesta a esa sed que nace desde lo
ms hondo de nuestro ser. La esperanza de encontrar un día la felicidad penetra
en nuestro corazón de manera inolvidable.
A los cristianos se nos ha
olvidado demasiado que el Evangelio es una llamada a la felicidad. Y que ser
cristiano es sentirse llamado a ser feliz y a descubrir desde Jesús el camino
verdadero de la felicidad.
Porque no todos los caminos
conducen hacia la felicidad. Y aquí es donde precisamente nos encontramos con
el reto de Jesús de Nazaret. La verdadera felicidad se alcanza por caminos
completamente diferentes a los que nos ofrece la sociedad actual.
Según Jesús, es mejor dar que
recibir, es mejor servir que dominar, compartir que acaparar, perdonar que
vengarse, crear vida que explotar.
Y en el fondo, cuando uno trata
de escuchar sinceramente lo mejor que hay en lo más hondo de su ser, intuye que
Jesús tiene razón.
Y desde muy dentro siente
necesidad de gritar también hoy las bienaventuranzas y las maldiciones que
Jesús gritó.
Felices los que saben ser pobres
y compartir lo poco que tienen con sus hermanos. Malditos los que sólo se
preocupan de sus riquezas y sus intereses.
Felices los que conocen el hambre
y la necesidad porque no quieren explotar, oprimir y pisotear a los demás.
Malditos los que son capaces de vivir tranquilos y satisfechos, sin preocuparse
de los necesitados.
Felices los que lloran las
injusticias, las muertes, las torturas, los abusos y el sufrimiento de los
hombres. Malditos los que se ríen del dolor de los demás y se alegran de la
muerte de un hermano.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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