El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
7º domingo Tiempo ordinario (C)
EVANGELIO
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 6,27-38
En aquel tiempo, dijo Jesús a
sus discípulos:
- A los que me escucháis os
digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los
que os maldicen, orad por los que os injurian.
Al que te pegue en una mejilla,
preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien
te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Tratad a los demás como queréis que
ellos os traten. Pues si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?
También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que
os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen.
Y si prestáis sólo cuando esperáis
cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores con
intención de cobrárselo.
¡No! Amad a vuestros enemigos,
haced el bien y prestad sin esperar nada: tendréis un gran premio y seréis
hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed compasivos como vuestro
Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis
condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: os verterán una
medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis la usarán
con vosotros.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2018-2019 –
24 de febrero de 2019
SIN
ESPERAR NADA
¿Por qué tanta gente vive
secretamente insatisfecha? ¿Por qué tantos hombres y mujeres encuentran la vida
monótona, trivial, insípida? ¿Por qué se aburren en medio de su bienestar? ¿Qué
les falta para encontrar de nuevo la alegría de vivir?
Quizás, la existencia de muchos
cambiaría y adquiriría otro color y otra vida sencillamente si aprendieran a amar gratis a alguien. Lo quiera o no,
el ser humano está llamado a amar desinteresadamente; y, si no lo hace, en su
vida se abre un vacío que nada ni nadie puede llenar. No es una ingenuidad
escuchar las palabras de Jesús: «Haced el bien... sin esperar nada». Puede ser el secreto de la vida. Lo que puede
devolvernos la alegría de vivir.
Es fácil terminar sin amar a
nadie de manera verdaderamente gratuita. No hago daño a nadie. No me meto en
los problemas de los demás. Respeto los derechos de los otros. Vivo mi vida. Ya
tengo bastante con preocuparme de mí y de mis cosas.
Pero eso, ¿es vida? ¿Vivir despreocupado
de todos, reducido a mi trabajo, mi profesión o mi oficio, impermeable a los
problemas de los demás, ajeno a los sufrimientos de la gente, me encierro en mi
«campana de cristal”?
Vivimos en una sociedad en donde
es difícil aprender a amar gratuitamente. Casi siempre preguntamos: ¿Para qué
sirve? ¿Es útil? ¿Qué gano con esto? Todo lo calculamos y lo medimos. Nos hemos
hecho a la idea de que todo se obtiene «comprando»: alimentos, vestido,
vivienda, transporte, diversión…. Y así corremos el riesgo de convertir todas
nuestras relaciones en puro intercambio de servicios.
Pero, el amor, la amistad, la
acogida, la solidaridad, la cercanía, la confianza, la lucha por el débil, la
esperanza, la alegría interior... no se obtienen con dinero. Son algo gratuito,
que se ofrece sin esperar nada a cambio, si no es el crecimiento y la vida del
otro.
Los primeros cristianos, al
hablar del amor utilizaban la palabra ágape,
precisamente para subrayar más esta dimensión de gratuidad, en contraposición
al amor entendido sólo como eros y
que tenía para muchos una resonancia de interés y egoísmo.
Entre nosotros hay personas que
sólo pueden recibir un amor gratuito, pues apenas tienen nada que poder
devolver a quien se les quiera acercar. Personas solas, maltratadas por la
vida, incomprendidas por casi todos, empobrecidas por la sociedad, sin apenas
salida en la vida.
Aquel gran profeta que fue Hélder
Câmara nos recuerda la invitación de Jesús con estas palabras: «Para liberarte
de ti mismo lanza un puente más allá del abismo que tu egoísmo ha creado.
Intenta ver más allá de ti mismo. Intenta escuchar a algún otro, y, sobre todo,
prueba a esforzarte por amar en vez de amarte a ti solo».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
22 de febrero de 2004
SIN
ESPERAR NADA
Haced el
bien... sin esperar nada.
¿Por qué tanta gente vive
secretamente insatisfecha? ¿Por qué tantos hombres y mujeres encuentran la vida
monótona, trivial, insípida? ¿Por qué se aburren en medio de su bienestar? ¿Qué
les falta para encontrar de nuevo la alegría de vivir?
Quizás, la existencia de muchos
cambiaría y adquiriría otro color y otra vida, sencillamente si aprendieran a amar gratis a alguien. Lo quiera o no,
el ser humano está llamado a amar desinteresadamente; y, si no lo hace, en su
vida se abre un vacío que nada ni nadie puede llenar. No es una ingenuidad
escuchar las palabras de Jesús: «Haced el
bien... sin esperar nada». Puede ser el secreto de la vida. Lo que puede
devolvernos la alegría de vivir.
Es fácil terminar sin amar a
nadie de manera verdaderamente gratuita. No hago daño a nadie. No me meto en
los problemas de los demás. Respeto los derechos de los otros. Vivo mi vida.
Pero eso, ¿es vida? Despreocupado
de todos, reducido a mi trabajo, mi profesión o mi oficio, impermeable a los
problemas de los demás, ajeno a los sufrimientos de la gente, me encierro en mi
«campana de cristal». ¿Para qué? ¿Para encontrar mi felicidad?
Vivimos en una sociedad donde es
difícil aprender a amar gratuitamente. En casi todo nos preguntamos: ¿Para qué
sirve? ¿Es útil? ¿Qué gano con esto? Todo lo calculamos y lo medimos. Nos hemos
hecho a la idea de que todo se obtiene «pagando»: alimentos, vestido, vivienda,
transporte, diversión. Y así corremos el riesgo de convertir todas nuestras
relaciones en puro intercambio de servicios.
Pero, el amor, la amistad, la
acogida, la solidaridad, la cercanía, la intimidad, la lucha por el débil, la
esperanza, la alegría interior.., no se obtienen con dinero. Son algo gratuito
que se ofrece sin esperar nada a cambio, si no es el crecimiento y la vida del
otro.
Los primeros cristianos, al
hablar del amor utilizaban la palabra ágape,
precisamente para subrayar más esta dimensión de gratuidad, en contraposición
al amor entendido sólo como eros y
que podía tener para muchos una resonancia de interés y egoísmo.
Hay muchos hombres y mujeres
entre nosotros que sólo pueden recibir un amor gratuito, pues no tienen apenas
nada para poder devolver a quien se les quiera acercar. Personas solas,
maltratadas por la vida, incomprendidas por casi todos, empobrecidas por la
sociedad, sin apenas salida alguna en la vida.
Helder Cámara nos recuerda la
invitación de Jesús con estas palabras: «Para
liberarte de ti mismo, lanza un puente más allá del abismo de la sociedad que
tu egoísmo ha creado. Intenta ver más allá de ti mismo. Intenta escuchar a
algún otro, y, sobre todo, prueba a esforzarte por amar en vez de amarte a ti
sólo».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
18 de febrero de 2001
¿QUÉ ES
PERDONAR?
Amad a
vuestros enemigos.
El mensaje de Jesús es claro y
rotundo: «Amad a vuestros enemigos, haced
el bien a los que os odian». ¿Que podemos hacer con estas palabras?,
¿suprimirlas del Evangelio?, ¿tachar las como algo absurdo e imposible?, ¿dar
rienda suelta a nuestra irritación? Tal vez, hemos de empezar por conocer mejor
el proceso del perdón.
Es importante, en primer lugar,
entender y aceptar los sentimientos de cólera, rebelión o agresividad que nacen
en nosotros. Es normal. Estamos heridos. Para no hacernos todavía más daño,
necesitamos recuperar en lo posible la paz y la fuerza interior que nos ayuden
a reaccionar de manera sana.
La primera decisión del que
perdona es no vengarse. No es fácil. La venganza es la respuesta casi
instintiva que nos nace de dentro cuando nos han herido o humillado. Buscamos
compensar nuestro sufrimiento haciendo sufrir al que nos ha hecho daño. Para
perdonar es importante no gastar energías en imaginar nuestra revancha.
Es decisivo, sobretodo, no
alimentar nuestro resentimiento. No permitir que la hostilidad y el odio se
instalen para siempre en nuestro corazón. Tenemos derecho a que se nos haga justicia:
el que perdona no renuncia a sus derechos. Lo importante es irnos curando del
daño que nos han hecho.
Perdonar puede exigir tiempo. El
perdón no consiste en un acto de la voluntad que lo arregla rápidamente todo.
Por lo general, el perdón es el final de un proceso en el que intervienen
también la sensibilidad, la comprensión, la lucidez y, en el caso del creyente,
la fe en un Dios de cuyo perdón vivimos todos.
Para perdonar es necesario a
veces compartir con alguien nuestros sentimientos, recuerdos y reacciones.
Perdonar no quiere decir olvidar el daño que nos han hecho, pero sí recordarlo
de otra manera menos dañosa para el ofensor y para uno mismo. El que llega a
perdonar se vuelve a sentir mejor. Es capaz de desear el bien a todos incluso a
quienes lo habían herido.
Quien va entendiendo así el
perdón, comprende que el mensaje de Jesús, lejos de ser algo imposible e
irritante, es el camino más acertado para ir curando las relaciones humanas.
siempre amenazadas por nuestras injusticias y conflictos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
22 de febrero de 1998
NO
MANIPULAR EL PERDÓN
Amad a
vuestros enemigos.
«Dime cómo hablas del perdón, y
te diré qué objetivo persigues.» Es lo que he sentido al analizar mucho de lo
que se ha dicho y escrito entre nosotros sobre el perdón estos últimos años.
Muchas voces se han hecho oír no para perdonar, sino para reclamar a las
víctimas el perdón o para exigir a los agresores que lo pidan; para precisar
las condiciones en que tal vez sería posible concederlo, o para declararlo
inútil y hasta dañoso mientras no haya arrepentimiento previo. No es difícil
advertir bajo tanta palabra interesada una instrumentalización que vacía de
contenido el concepto genuino del perdón cristiano.
Este perdón brota siempre de una
experiencia religiosa. El cristiano perdona porque se siente perdonado por
Dios. Toda otra motivación es secundaria. Perdona quien sabe que vive del
perdón de Dios. Ésa es la fuente última. «Perdonaos
mutuamente como Dios os ha perdonado en Cristo» (Ef 4, 32). Olvidar esto es
hablar de otra cosa muy diferente del perdón evangélico.
Por eso, el perdón cristiano no
es un acto de justicia. No se le puede reclamar ni exigir a nadie como un deber
social. Jurídicamente, el perdón no existe. El código penal ignora el verbo
«perdonar». El gesto sorprendente y muchas veces heroico del perdón nace de un
amor incondicional y gratuito. No depende de condiciones previas. No exige
nada, no reclama nada. Si se perdona es por puro amor. Hablar de requisitos
para perdonar es introducir el planteamiento de otra cosa.
En el Evangelio se invita
simbólicamente a perdonar «hasta setenta
veces siete» (Mt 1 8, 22), a perdonar incluso al agresor que no muestra
arrepentimiento alguno, desde la actitud del mismo Cristo que en el momento en
que está siendo crucificado grita a Dios: «Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen» (Le 23, 34).
Nadie se ha de engañar. Perdonar
no es fácil. Es mejor confesarlo así. Todo menos manipular el discurso del
perdón para exigir a otros responsabilidades o para defender cada uno nuestra
propia posición. Hace unos años Juan
Pablo II invitaba a «custodiar la
autenticidad del perdón», algo que sólo es posible «custodiando su fuente, esto es, la misericordia del mismo Dios,
revelada en Jesucristo» (Dives in misericordia, 14).
No es posible escuchar la llamada
de Jesús: «Amad a vuestros enemigos,
haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen», si uno
no conoce la experiencia de ser perdonado por Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
19 de febrero de 1995
NADA HAY
MAS IMPORTANTE
Haced el
bien a los que os odian.
Para muchas personas, el perdón
es una palabra sin apenas contenido real. La consideran un valor con el que se
identifican interiormente, pero nunca han pedido perdón ni lo han concedido. No
han tenido ocasión de experimentar personalmente la dificultad que encierra ni
tampoco la riqueza que entraña el acto de perdonar.
Sin embargo, el clima social que
se ha generado entre nosotros, con enfrentamientos callejeros, insultos,
amenazas y agresiones, al mismo tiempo que abre heridas y despierta
sentimientos de odio y rechazo mutuo, está exigiendo, a mi juicio, un
planteamiento realista del perdón.
Las posturas ante el perdón son
diferentes. Muchos lo rechazan como algo inoportuno e inútil. En algunos
sectores se escucha que hay que «endurecer» la dinámica de la lucha, «hacer
sufrir» a todos, «presionar» con violencia a la sociedad entera; desde esta
perspectiva, el perdón sólo sirve para «debilitar» o «frenar» la lucha; hay que
llamar al pueblo a todo menos al perdón. En otros sectores, se dice que es
necesario «mano dura», «cortar por lo sano», «devolver con la misma moneda»; el
perdón sería, entonces, un «estorbo para actuar con eficacia.
Otros lo consideran, más bien,
como una actitud sublime y hasta heroica, que está bien reconocer, pero que en
estos momentos es mejor dejar a un lado como algo imposible. Ya hablaremos de
perdón, amnistía y reconciliación cuando se den las condiciones adecuadas. Por
ahora es más realista y práctico alimentar la agresividad y el odio mutuo.
Hay, además, quienes se erigen en
jueces supremos que dictaminan lo que se podría tal vez perdonar y lo que
resulta «imperdonable». Ellos son los que deciden cuándo, cómo y en qué
circunstancias se puede conceder el perdón. Por otra parte, si se perdona, será
para recordar siempre al otro que ha sido perdonado; el perdón se convierte así
en lo que el filósofo francés, Olivier Abel, llama «eternización del
resentimiento»
Sé que no es fácil hablar del
perdón en una situación como la nuestra. ¿Cómo perdonar a quien no se considera
culpable ni se arrepiente de nada?, ¿a quién perdonar cuando uno se siente
herido por un colectivo?, ¿qué significa perdonar cuando, al mismo tiempo, es
necesario exigir en justicia la sanción que restaure el orden social?
Cuestiones graves todas ellas, que muestran el carácter complejo del perdón
cuando se plantea con rigor y realismo.
Sin embargo, hay algo que para mí
está claro. Nada hay más importante que ser humano. Y estoy convencido de que
el hombre es más humano cuando perdona que cuando odia. Es más sano y noble
cuando cultiva el respeto a la dignidad del otro que cuando alimenta en su
corazón el rencor y el ánimo de venganza.
Entre nosotros se está olvidando
que lo primero es ser humanos. Inmenso error. Un pueblo camina hacia su
decadencia cuando las ideologías y los objetivos políticos son usados contra el
hombre. Mientras tanto, el mensaje de Jesús sigue siendo un reto: «Haced el
bien a los que os odian.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
23 de febrero de 1992
AMOR AL
ENEMIGO
Amad a
vuestros enemigos.
«A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien
a los que os odian.» ¿Qué podemos hacer los creyentes de hoy ante estas
palabras de Jesús? ¿Suprimirlas del evangelio? ¿Borrarlas del fondo de nuestra
conciencia? ¿Dejarlas para tiempos mejores?
No cambia mucho en las diferentes
culturas la postura básica de los hombres ante el «enemigo», es decir, ante
alguien de quien sólo se pueden esperar daños y peligros.
El ateniense Lisias (s. y antes
de Cristo) expresa la concepción vigente en la antigüedad griega con una
fórmula que sería bien acogida en nuestros tiempos: «Considero como norma establecida que uno tiene que procurar hacer daño
a sus enemigos y ponerse al servicio de sus amigos.»
Por eso hemos de destacar todavía
más la importancia revolucionaria que se encierra en el mandato evangélico del
amor al enemigo, considerado por los exégetas como el exponente más diáfano del
mensaje cristiano.
Cuando Jesús habla del amor al
enemigo no está pensando en un sentimiento de afecto y cariño hacia él (philia), menos todavía en una entrega
apasionada (eros), sino en una
apertura radicalmente humana, de interés positivo por la persona del enemigo (ágape).
Este es el pensamiento de Jesús.
El hombre es humano cuando el amor está en la base de toda su actuación. Y ni
siquiera la relación con los enemigos debe ser una excepción. Quien es humano
hasta el final, descubre y respeta la dignidad humana del enemigo por muy
desfigurada que se nos pueda presentar. Y no adopta ante él una postura
excluyente de maldición, sino una actitud positiva de interés real por su bien.
Quien quiera ser cristiano y
actuar como tal en el contexto de violencia generado entre nosotros ha de vivir
todo este conflicto sin renunciar a amar, cualquiera que sea su posición
política o ideológica.
Y es precisamente este amor
universal, que alcanza a todos y busca realmente el bien de todos sin
exclusiones, la aportación más positiva y humana que puede introducir el
ciudadano o el político cuya actuación quiera inspirarse en la fe cristiana.
Este amor cristiano al enemigo
parece casi imposible en el clima de indignada crispación que provoca la
violencia terrorista. Sólo recordar las palabras evangélicas puede resultar
irritante para algunos. Y, sin embargo, es necesario hacerlo si queremos vernos
libres de la deshumanización que generan el odio y la venganza.
Hay dos cosas que los cristianos
podemos y debemos recordar hoy en medio de esta sociedad, aun a precio de ser
rechazados. Amar al delincuente injusto y violento no significa en absoluto dar
por buena su actuación injusta y violenta. Por otra parte, condenar de manera
tajante la injusticia y crueldad de la violencia terrorista no debe llevar
necesariamente al odio hacia quienes la instigan o llevan a cabo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
Fecha
ASUNTO DE
AMOR
Haced el
bien y prestad sin esperar nada.
Ser cristiano no es un asunto de
voluntad ni de aceptar una determinada concepción de la vida, sino
fundamentalmente es un asunto de amor.
El cristiano es un hombre que
descubre que es amado de manera insondable y radical y siente que el único modo
de responder a ese amor es vivir amando.
Naturalmente, todo esto puede
parecer a más de uno ingenuas elucubraciones que no conducen a ninguna parte.
Pero lo cierto es que sin amor la vida se vacía de sentido.
Cuando uno no se siente amado,
aunque tenga de todo, en realidad no tiene nada pues el vacío de amor no se
puede llenar con cosas ni personas.
Por otra parte, cuando uno no
sabe amar y deja sin resolver el problema del amor, puede cubrir su vacío con
mil caretas pero, en el fondo, no está haciendo sino ocultar su fracaso como
ser humano.
Unos se esconden detrás del
dinero. Otros tras el poder. Crece en ellos la necesidad de acaparar y tener
seguridad, pero no saben disfrutar de lo mejor que tiene la existencia, que es
la amistad y el amor.
En realidad, cuando uno no sabe
amar, corre el riesgo de irse haciendo indiferente o cínico, cauto o
desconfiado, agresivo o explotador. Poco a poco se habitúa a vivir dominando a
los más débiles y concentrando todos sus esfuerzos en aparentar, sobresalir y
triunfar.
En nuestra sociedad nacen y se
desarrollan ideologías que siempre encierran algo de verdad. Se conciben planes
y proyectos que podrían hacernos avanzar hacia una convivencia más humana.
Pero el hombre contemporáneo no
se atreve a afrontar con decisión el cambio que realmente necesita: dejar de
vivir encerrado egoístamente en sí mismo, dejar de girar interesadamente en
torno a su propio “yo”.
Y seguimos tratando de construir
una sociedad más solidaria con hombres y mujeres radicalmente egoístas. Nos
esforzamos por lograr una sociedad más socialista con personas viciadas por el
espíritu capitalista.
Pero no es posible “progreso
revolucionario” alguno mientras en una sociedad se piense que hombre de éxito
es aquel que logra acumular en menos tiempo la mayor cantidad de dinero o poder
y que es un imbécil quien vive dando desinteresadamente su vida por los demás.
Hay otra manera de ver las cosas.
La de aquel Jesús que valor6 por encima de todo la capacidad de amar y la
libertad interior de quien sabe incluso amar al enemigo y “hacer el bien sin
esperar nada”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
Fecha
EL PERDON
DE UN PUEBLO
Perdonad
y seréis perdonados.
Es doloroso para un creyente
escuchar las consignas que se gritan entre nosotros tratando de arrancar a
nuestro pueblo su capacidad de perdonar.
De muchas maneras se quiere
presentar el perdón como una actitud indigna, propia de quienes no aman de
verdad al pueblo, una virtud propia de débiles, una resignación cobarde de
aquellos que no se atreven a luchar por su libertad.
Sin embargo, no se hará la paz en
nuestro pueblo si, por encima de apasionamientos y enfrentamientos viscerales,
no cultivamos una actitud de perdón.
Sin el perdón mutuo, nunca podremos
liberarnos del pasado ni nos abriremos paso hacia un futuro que hemos de
construir entre todos. En algún momento hemos de olvidar de manera consciente y
generosa las injusticias pasadas para iniciar un diálogo nuevo.
Una lucha animada sólo por la
voluntad absoluta de lograr los propios objetivos políticos, sin sensibilidad
alguna hacia el perdón y mutua comprensión, degenera siempre en venganza
destructiva y odio irreconciliable. Por este camino, jamás se logrará entre
nosotros una paz firme y estable.
Hemos olvidado la importancia que
puede tener el perdón para el avance de la historia de un pueblo. Sin embargo,
el perdón liquida los obstáculos que nos llegan del pasado. Despierta nuevas
energías para seguir luchando. Reconstruye y humaniza a todos porque ennoblece
a quien perdona y a quien es perdonado.
Los creyentes hemos de descubrir
y reivindicar entre nosotros la fuerza social y política del perdón. Sin una
experiencia colectiva de perdón, la sociedad queda mutilada en algo importante.
Las palabras de Jesús: «No
condenéis y no seréis condenados, perdonad y seréis perdonados», no han de ser
sólo una invitación a adoptar personalmente una postura de perdón. Nos tienen
que urgir, además, a cultivar un clima social de perdón, absolutamente necesario
para avanzar hacia la paz.
Nuestra actitud de perdón nace de
la experiencia gozosa de sentirnos perdonados por Dios. Experiencia que nos ha
de ayudar, a pesar de todas las reacciones en contra, a defender el perdón, por
amor precisamente a ese pueblo al que queremos ver luchar por sus derechos por
otros medios que no sean los de la venganza.
La capacidad de perdonar con
generosidad puede ser, para un pueblo, más importante y mas liberador que la
capacidad de recordar con espíritu vengativo las injusticias del pasado.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
Fecha
SIN
ESPERAR NADA
Haced el
bien... sin esperar nada.
¿Por qué tanta gente vive
secretamente insatisfecha? ¿Por qué tantos hombres y mujeres encuentran la vida
monótona, trivial, insípida? ¿Por qué se aburren en medio de su bienestar? ¿Qué
les falta para encontrar de nuevo la alegría de vivir?
Quizás la existencia de muchos
cambiaría y adquiriría otro color y otra vida, sencillamente si aprendieran a amar gratis a alguien.
Lo quiera o no, el hombre está
llamado a amar desinteresadamente. Y si no lo hace, en su vida se abre un vacío
que nada ni nadie puede llenar.
No es una ingenuidad escuchar las
palabras de Jesús: «Haced el bien... sin
esperar nada». Puede ser el secreto de la vida. Lo que puede devolvernos la
alegría de vivir.
Es fácil terminar sin amar a
nadie de manera verdaderamente gratuita. No hago daño a nadie. No me meto en
los problemas de los demás. Respeto los derechos de los otros. Vivo mi vida.
Pero eso, ¿es vida? Despreocupado
de todos, reducido a mi trabajo, mi profesión o mi oficio, impermeable a los
problemas de los demás, ajeno a los sufrimientos de la gente, me encierro en mi
«campana de cristal». ¿Para qué? ¿Para encontrar mi felicidad?
Vivimos en una sociedad en donde
es difícil aprender a amar gratuitamente. En casi todo nos preguntamos: ¿Para
qué sirve? ¿Es útil? ¿Qué gano con esto? Todo lo calculamos y lo medimos.
Nos hemos hecho a la idea de que
todo se obtiene «pagando»: alimentos, vestido, vivienda, transporte, diversión.
Y así corremos el riesgo de convertir todas nuestras relaciones en puro
intercambio de servicios.
Pero, el amor, la amistad, la
acogida, la solidaridad, la cercanía, la intimidad, la lucha por el débil, la
esperanza, la alegría interior... no se obtienen con dinero. Son algo gratuito,
que se ofrece sin esperar nada a cambio, si no es el crecimiento y la vida del
otro.
Los primeros cristianos, al
hablar del amor utilizaban la palabra ágape,
precisamente para subrayar más esta dimensión de gratuidad, en contraposición
al amor entendido sólo como eros y
que podía tener para muchos una resonancia de interés y egoísmo.
Hay muchos hombres y mujeres
entre nosotros que sólo pueden recibir un amor gratuito, pues no tienen apenas
nada que poder devolver a quien se les quiera acercar. Hombres solos,
maltratados por la vida, incomprendidos por casi todos, empobrecidos por la
sociedad, sin apenas salida alguna en la vida.
Helder Cámara nos recuerda la invitación de Jesús con
estas palabras: «Para librarte de ti mismo, lanza un puente más allá del abismo
de la sociedad que tu egoísmo ha creado. Intenta ver más allá de ti mismo.
Intenta escuchar a algún otro, y, sobre todo, prueba a esforzarte por amar en
vez de amarte a ti sólo».
José Antonio Pagola
Para
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